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Introducción

Si cambiamos en la cita de Auster, con evidente intención provocadora, la palabra


magos por políticos, podríamos un tanto precipitadamente concluir que la política, o
más exactamente la dominación política, no es otra cosa que un juego de
supuestos engañadores y supuestos engañados, cómplices de una gran farsa. Las
razones por las cuales una dominación política se sostiene durante un cierto tiempo (con
la consiguiente aceptación de una parte importante de los dominados, que de esa
manera le otorgan legitimidad), requieren de una consideración mucho más
profunda, precisamente la que, desde distintas perspectivas, intenta realizar la
sociología política. Uno de sus representantes pioneros y más agudos fue Max
Weber (1864-1920). Este trabajo intenta desarrollar la teoría weberiana de la
dominación legítima y la tipología propuesta correspondiente, considerando los
supuestos metodológicos que le permiten arribar a ella a este autor.
Lo legítimo
Según el Diccionario Enciclopédico Salvat (1955), legitimidad significa: “calidad de
legítimo, en el sentido de conforme a la ley, con la justicia, con la razón o con las
normas establecidas”. Desde el sentido común se suele utilizar el término legítimo
como algo asociado a lo legal, a alguna costumbre sancionada por el tiempo, así como a
algo bueno o justo desde un punto de vista ético. Si tomamos lo legítimo como lo
correcto y aceptado, ¿por qué en determinadas circunstancias está bien infringir lo
correcto y aceptado o lo establecido por las normas? ¿Es legítimo cortar una ruta para
pedir trabajo aunque las leyes lo prohíban, o salir a manifestar a las calles estando el
estado de sitio decretado? ¿Es legítimo matar a un tirano o copiarse en un parcial? Esta
serie de preguntas podría ser infinita, pero abordaremos la cuestión de la validez de un
orden legítimo y las condiciones según las cuales podemos hablar de dominación
legítima, en los términos en los cuales lo entiende Weber. La gran pregunta
weberiana será en este sentido, no por qué se infringen las normas, sino más bien las
razones de su aceptación, por qué se obedece. Su respuesta se postula como la clave
para la comprensión del fenómeno del poder político a partir de la cual, desarrollará una
teoría de las formas de dominación legítima.
La naturalidad valorativa
Para Weber, el prerrequisito para la producción científica es la formación de conceptos
precisos y la estricta separación entre saber empírico y juicios de valor (Weber,
1983: 39); una separación entre “lo que es” y “lo que debe ser”. Todo lo contrario,
señala Weber (polemizando tal vez con el marxismo), con la postura según la cual
“la economía política debe producir juicios de valor a partir de una cosmovisión
específica”; “jamás puede ser tarea de una ciencia empírica proporcionar normas o
ideales obligatorios, de los cuales puedan derivarse preceptos para la práctica”. (Weber,
1983: 41)
Es fundamental la distinción entre las categorías de “fin” y “medio”; lo que le
interesa a la consideración científica es la cuestión de si los medios son apropiados
para los fines dados, o “las chances de alcanzar un fin determinado general con
determinados medios disponibles”. (Weber, 1983: 42)
La dominación
En la acción social y la relación social, los partícipes pueden orientarse en la
representación de la existencia de un orden legítimo. A la probabilidad de que
esto ocurra Weber lo llama “validez” del orden en cuestión, validez que es
mucho más que una regularidad en el desarrollo de la acción social.
“Al contenido de sentido de una relación social le llamaremos: a) ‘orden’ cuando la
acción se orienta (por término medio o aproximadamente) por ‘máximas’ que
pueden ser señaladas. Y sólo hablaremos, b) de una “validez” de este orden cuando la
orientación de hecho por aquellas máximas tiene lugar porque en algún grado
significativo aparecen válidas para la acción, es decir, como obligatorias o como
modelo de conducta. De hecho, la orientación de la acción por un orden tiene lugar en
los partícipes por muy diversos motivos. Pero la circunstancia de que, al lado de los
otros motivos, por lo menos para una parte de los actores aparezca ese orden como
obligatorio o como modelo, o sea, como algo que debe ser, acrecienta la
probabilidad de que la acción se oriente por él y eso en un grado considerable”.
(Weber, 1984: 25)
Para Weber, la validez de un orden está únicamente en aquella probabilidad de
orientarse por esta representación, a partir de lo cual los que actúan socialmente
pueden atribuir validez legítima a un orden determinado.
En el caso de la dominación, la legitimidad estará dada no solamente por los
partícipes sino fundamentalmente por la pretensión de la propia dominación.
“Poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una
relación social, aún contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa
probabilidad.
Por dominación debe entenderse la probabilidad de encontrar obediencia a un
mandato de determinado contenido entre personas dadas; por disciplina debe
entenderse la probabilidad de encontrar obediencia para un mandato por parte de un
conjunto de personas que en virtud de actitudes arraigadas, sea pronta, simple y
automática”. (Weber, 1984:43)
El concepto de poder encierra las cualidades por las cuales un hombre puede estar en
posición de imponer su voluntad en determinada situación; es, según Weber, un
concepto amorfo desde el punto de vista sociológico.
Disciplina alude a una obediencia habitual por parte de individuos o masas,
carentes de resistencia y crítica.
Los Tipos ideales
La sociología weberiana construye su objeto remarcando las uniformidades de la
conducta humana en cuanto dotadas de sentido, es decir, por modos típicos de
comportamiento accesibles a la comprensión. Estas uniformidades no deben ser
entendidas como leyes, sino más bien como elementos empíricamente
comprobables y expresadas en forma de tipos ideales. (Rossi, 1983: 29) Según
Rossi (1983: 12), en la obra cumbre de Weber, Economía y Sociedad, publicada
póstumamente, “la sociología se presenta como la construcción de un sistema de
conceptos típicos-ideales que deben permitir el estudio diferenciado de las diversas
relaciones sociales y, en consecuencia, su empleo, en último análisis, para la
comprensión historiográfica de los fenómenos de la sociedad”. Desde esta
perspectiva, una tarea de la sociología comprensiva será por tanto, elaborar tipos ideales
de conducta, es decir, formas de acción social que puedan ser discernidas de manera
recurrente en el modo de comportamiento de los individuos. Para Weber, el “tipo
ideal” es un modelo ideal, no una hipótesis pero sí una guía de investigación que
señala una orientación a la misma. El tipo ideal no es un promedio. Se lo obtiene
mediante el realce unilateral de uno o varios puntos de vista y la reunión de
una multitud de fenómenos singulares.

La dominación y los tipos ideales de dominación legítima


La dominación se efectiviza a través de una organización. “La posición
dominante de las personas pertenecientes a la organización mencionada frente a las
masas dominadas se basa siempre en lo que recientemente se ha llamado la ‘ventaja del
pequeño número’, es decir, en la probabilidad que tienen los miembros de la minoría
dominante de ponerse de acuerdo y de crear y dirigir sistemáticamente una acción
societaria racionalmente ordenada y encaminada a la conservación de su posición
dirigente”. (Weber, 1984: 704) La ventaja del pequeño número adquiere su pleno
valor por la ocultación de las propias intenciones y por las firmes resoluciones y el
saber de los dominadores por medio del “secreto del cargo”. Esto último es un síntoma
de la intención que tienen los dominadores de afianzarse en el poder o de la creencia en
que él mismo está amenazado. Toda dominación que pretenda la continuidad tiene a ser
una dominación secreta. La organización de la dominación se conforma a partir de los
señores, es decir, de dirigentes cuyo poder de mando efectivo no procede de una
delegación de otros señores, y del aparato de mando integrado por personas
acostumbradas a ponerse a disposición de los jefes o señores. El carácter
sociológico de la estructura de una forma de dominación emana, en primer lugar, del
modo característico general en que se efectúa la relación señor-aparato de mando y
entre ambos y los dominados, y, en segundo lugar, de los principios específicos de la
organización a partir de la distribución de los poderes de mando. La validez de una
dominación estará dada por su legitimidad: la exigencia de una obediencia por parte de
los funcionarios frente al señor y de los dominados frente a ambos, a la vez que encierra
un elemento de auto-justificación, es decir, se considera la propia situación
privilegiada como resultado de algún tipo de mérito y la situación ajena (los
dominados) como producto de alguna culpa o carencia. Se apela a principios de
legitimidad a saber: 1) autoridad legal-racional basado en normas racionales
estatuidas (obediencia a normas más que a personas); 2) autoridad tradicional
(obediencia a ciertas personas según lo determina la costumbre o la tradición); 3)
autoridad carismática (se obedece a ciertas personas según sus características
excepcionales). A los tres principios de legitimidad, les corresponden tres tipos
puros o tipos ideales de dominación legítima: tradicional, carismática y legal-racional
(burocrática ).
Dominación tradicional
Según Weber: “debe entenderse que una dominación es tradicional cuando su
legitimidad descansa en la santidad de ordenaciones y poderes de mando heredados de
tiempos lejanos, ‘desde tiempo inmemorial’, creyéndose en ella en mérito de esa
santidad”. (Weber, 1984: 180) Las reglas tradicionalmente recibidas determinan el
poder del señor o los señores y el cuadro administrativo no está compuesto (salvo tal
vez, en la China antigua) por funcionarios de carrera competentes y comprometidos
con una ética profesional, sino por servidores ligados al señor en virtud de la lealtad
personal. El cuerpo administrativo se compone de elementos que dependen
directamente del señor: familiares, amigos personales, protegidos, llamados
funcionarios domésticos o favoritos. O bien de elementos ligados al señor por
vínculo de fidelidad: vasallos, príncipes tributarios, etc. La obediencia de los
dominados no responde básicamente a disposiciones estatuidas (leyes, reglamentos
disposiciones escritas y legalmente ordenadas), sino a la persona que la tradición señala
como mandante. Para Weber (1984), la legitimidad de la dominación tradicional se
establece de dos maneras: “a) en parte por la fuerza de la tradición que señala
inequívocamente el contenido de los ordenamientos, así como su amplitud y sentido
tal como son creídos, y cuya conmoción por causa de una trasgresión de los
límites tradicionales podría ser peligrosa para la propia situación tradicional del
imperante; b) en parte por arbitrio libre del señor, al cual la tradición le demarca el
ámbito correspondiente”. (p. 20) El ejercicio de la dominación tradicional está
determinado por aquello que la costumbre sanciona, si bien el señor o sus
servidores más cercanos (cuadro administrativo) tienen un enorme poder personal.
Sólo la tradición puede marcar límites a ese poder personal. Ejemplos de esta
dominación, serian la gerontocracia (domino de los ancianos1), y el
patriarcalismo, propios de organizaciones tribales, estructuras sociales arcaicas o
ciertas organizaciones religiosas. Otro ejemplo es la donación patrimonial o
patrimonial-estamental propias del feudalismo. En este sistema existe una cierta
división de poderes según los estamentos. En su expresión más acabada, el feudalismo
medieval europeo, dio lugar a la aparición en las ciudades (los burgos) de cuadros
administrativos, fundamentalmente juristas, de base formalmente racional que
prefiguran las formas de dominación del moderno capitalismo occidental. En resumen,
el tipo de autoridad que se deriva de la dominación tradicional se denomina
autoridad tradicional. Ordena el señor, obedecen los súbditos y el cuerpo
administrativo se compone de servidores por vínculo de fidelidad.
Dominación carismática
“Debe entenderse por ‘carisma’ la cualidad que pasa por extraordinaria
(condicionada mágicamente en su origen, lo mismo si se trata de profetas que de
hechiceros, árbitros, jefes de cacería o caudillos militares), de una personalidad,
por cuya virtud se la considera en posesión de fuerzas sobrenaturales o
sobrehumanas, o como enviados del dios, o como ejemplares y, en consecuencia, como
jefe, caudillo, guía o líder”. (Weber, 1984, 193) Sobre la validez del carisma decide el
reconocimiento por parte de los dominados; cuando este reconocimiento se retira, por
las razones que sean, es probable que la autoridad carismática se disuelva. El cuadro
administrativo no constituye ninguna burocracia en el sentido profesional; sus
miembros también son elegidos por cualidades carismáticas: discípulos, séquito,
hombres de confianza, etc. No hay, por tanto, carrera burocrática, reglamentos,
preceptos jurídicos abstractos, ni aplicación racional del derecho. “La dominación
carismática se opone, igualmente, en cuanto fuera de lo común y extraordinaria,
tanto a la dominación racional, especialmente la burocrática, como a la tradicional,
especialmente la patriarcal y patrimonial o estamental. Ambas son formas de la
dominación cotidiana, rutinaria; la carismática (genuina) es específicamente lo
contrario. La dominación burocrática es específicamente racional en el sentido de su
vinculación a reglas discursivamente analizables; la carismática es especialmente
irracional en el sentido de su extrañeza a toda regla. La dominación tradicional
está ligada a los precedentes del pasado y en cuanto tal igualmente orientada por
normas, la carismática subvierte el pasado (dentro de su esfera) y es en ese sentido
específicamente revolucionaria”. (Weber, 1984, 193) El carisma se presenta como gran
fuerza revolucionaria en sociedades tradicionales o épocas vinculadas a la tradición.
El liderazgo carismático puede entonces ser una renovación desde dentro
implicando un cambio profundo en las conciencias y las acciones. Las orientaciones de
la conducta oscilan entre carisma y tradición en épocas pre-racionalistas o pre-
modernas. La dominación carismática es de carácter específicamente extraordinario y
extra-cotidiano. Es una relación social rigurosamente personal que puede ser
efímera o duradera. En el último caso, tenderá a racionalizarse creando un cuerpo
legal, o se volcará hacia la tradición. Ambas posibilidades se fortalecen ante la
desaparición del líder. Con la rutinización o adaptación a lo cotidiano del carisma, ya
sea en el propio líder o en sus sucesores, comienzan a predominar los intereses del
cuadro administrativo y la dominación desemboca en formas de dominación cotidiana
ya sea patrimonial o burocrática. “[…] el fundamento de toda dominación, por
consiguiente de toda obediencia, es una creencia: creencia en el ‘prestigio’ del que
manda o de los que mandan. Esta raramente es unívoca en absoluto. En el caso de
la dominación ‘legal’ nunca es puramente legal, sino que la creencia de la legalidad
se ha hecho un ‘hábito’ y está, por tanto, tradicionalmente condicionada; la ruptura
de la tradición puede aniquilarla. Y es también carismática en el sentido
negativo: de que los fracasos notoriamente insistentes de todo gobierno en proceso de
descomposición quiebran su prestigio y dejan maduros los tiempos para
revoluciones carismáticas.
En resumen, de la dominación carismática se desprende la autoridad carismática,
basada en la devoción afectiva a la persona del señor y sus dotes. Los tipos más puros
son: el profeta, el héroe guerrero, el gran demagogo y diversas formas de caudillismo.
Dominación legal-racional
“La dominación legal descansa en la validez de las siguientes ideas entrelazadas
entre sí:
1- Que todo derecho, pactado u otorgado, puede ser estatuido de modo racional
[…], con la pretensión de ser respetado, por lo menos, por los miembros de la
asociación, y también regularmente por aquellas personas que dentro del ámbito
de poder de la asociación (en las territoriales: dentro de su domino territorial)
realicen acciones sociales o entren en relaciones sociales declaradas importantes por la
asociación.
2- Que todo derecho según su esencia es un cosmos de reglas abstractas, por lo
general estatuidas intencionalmente; que la judicatura implica la aplicación de esas
reglas al caso concreto […]
3- Que el soberano legal típico, la ‘persona puesta a la cabeza’, en tanto que
ordena y manda, obedece por su parte al ordenamiento impersonal por el que orienta sus
disposiciones.
4- Que tal como se expresa habitualmente, el que obedece sólo lo hace en cuanto
miembro de la asociación y sólo obedece al derecho.” (Weber, 1984, 173)
Las categorías fundamentales de la dominación legal tienen que ver con el
ejercicio continuado, sujeto a ley, de funciones dentro de una competencia, siendo
central el principio de jerarquía administrativa, es decir, la ordenación de
autoridades fijas con facultades de regulación e inspección y con el derecho de queja
o apelación ante las autoridades superiores. Los funcionarios (administradores
profesionales) forman el cuadro administrativo tipo de las asociaciones racionales
bajo el principio de la plena separación (patrimonial) entre el cuadro administrativo
y los medios de administración y producción, es decir, que no son propietarios de los
medios materiales de administración y están sujetos a rendición de cuentas. El tipo puro
de dominación legal es aquel que se ejerce por medio de un cuadro administrativo
burocrático. Sus características principales: son personalmente libres, se deben
sólo a los deberes objetivos de su cargo, sometidos a jerarquía administrativa
rigurosa, con competencias fijadas, en virtud de un contrato con clasificación
profesional que fundamenta su nombramiento, retribuidos en dinero con sueldos
fijos, ejerciendo el cargo como su única o principal profesión como carrera, no
son propietarios de los medios de administrativos ni de sus cargos y está sometidos a
disciplina y vigilancia administrativa.

El Capitalismo
Para Weber lo constitutivo y peculiar de la civilización occidental es el progresivo
predominio de lo racional en todos los aspectos de la cultura y la vida material. La gran
misión científica que se impone Weber es la reconstrucción, desde el origen y
desarrollo, de ese proceso encarnado por el moderno capitalismo occidental. “Cuando
un hijo de la moderna civilización europea se dispone a investigar un problema
cualquiera de la historia universal, es inevitable y lógico que se lo plantee desde el
siguiente punto de vista: ¿qué serie de circunstancias han determinado que
precisamente sólo en Occidente hayan nacido ciertos fenómenos culturales, que (al
menos, tal como solemos representárnoslos) parecen marcar una dirección evolutiva de
universal alcance y validez?”. (Weber, 1987, 5) Según Weber, a través de la historia
se dieron distintas formas de organización y actividad capitalista. Definirá al acto
de economía capitalista como “un acto que descansa en la expectativa de una
ganancia debida al juego de recíprocas probabilidades de cambio, probabilidad
formalmente pacífica de cambio”. (Weber, 1987, 9) Pero en Occidente, surgió una
forma de capitalismo que no se había conocido en otras partes del mundo, la
organización racional capitalista del trabajo formalmente libre. Esto fue posible gracias
a la separación de la economía doméstica y la industria y a la aplicación de la
contabilidad racional, que será la premisa más general para le existencia del
capitalismo moderno, basado en grandes empresas lucrativas.

Bibliografía de referencia
Beetham, David (1979), Max Weber y la teoría política moderna, Madrid, Centro de
Estudios Constitucionales.
Diccionario Enciclopédico Salvat, Barcelona, Salvat Editores, 1955.
Rossi, Pietro (1983), Introducción, en Weber, Max, Ensayos de metodología
sociológica, Buenos Aires, Amorrortu.
Villavicencio Susana (2000), Max Weber: Dominación política, democracia de
masas y liderazgo, en Forster, R. y Jmelnizky A. (Comps.), Dialogando con la filosofía
política, Buenos Aires, Eudeba.
Weber, Max (1983), Ensayos de metodología sociológica, Buenos Aires, Amorrortu.
Weber, Max (1984), Economía y Sociedad, México D. F., Fondo de Cultura
Económica.
Weber, Max (1987), La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona,
Ediciones Península.
Weber, Max (1978), Historia económica general, México D. F., Fondo de Cultura
Económica, 1978.

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