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Instituto Superior de Formación Docente y Técnica 9-001

FILOSOFÍA - Profesorado de Historia- Prof. Dra. Paula Ripamonti


Eje 1

☺ Para empezar…

Presentación:
• ¿Quiénes somos?
• Acerca del espacio curricular. Modos de trabajo y evaluación. Hablamos sobre:
o Importancia de la participación en clase.
o Nuestros apuntes: un diario de las clases.
o Trabajos Prácticos: modalidades grupal.
o Escrituras propias.
o Comentarios en grupo virtual de facebook:…………………….
• Exponemos las ideas previas acerca de la filosofía.

Problematización

• En silencio leemos el siguiente cuento de Eduardo Galeano1 (extraído de El libro de los abrazos)
y la Fábula del escritor guatemalteco Augusto Monterroso2.
• Luego en grupos dispuestos según el criterio propuesto, dialogamos sobre nuestras lecturas y
elaboramos dos preguntas.

La desmemoria/4.
CHICAGO está llena de fábricas. Hay fábricas hasta en pleno centro de la ciudad, en torno al edificio más
alto del mundo. Chicago está llena de fábricas, Chicago está llena de obreros.
Al llegar al barrio de Heymarket, pido a mis amigos que me muestren el lugar donde fueron ahorcados, en
1886, aquellos obreros que el mundo entero saluda cada primero de mayo.
-Ha de ser por aquí -me dicen. Pero nadie sabe.

1
Eduardo Galeano (1940-2015). Destacado escritor uruguayo referente de la literatura latinoamericana. Sus libros más
conocidos: Memoria del fuego (1986), Las venas abiertas de América Latina (1971), El libro de los abrazos (1982), Memoria del
fuego (1984), Los hijos de los días (2011).
2
Augusto Monterroso (1921-2003). Escritor guatemalteco conocido por sus relatos breves. Entre sus libros destacan
además: La oveja negra y demás fábulas (1969), Movimiento perpetuo (1972), la novela Lo demás es silencio (1978).

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Eje 1
Ninguna estatua se ha erigido en memoria de los mártires de Chicago en la ciudad de Chicago. Ni estatua,
ni monolito, ni placa de bronce, ni nada.
El primero de mayo es el único día verdaderamente universal de la humanidad entera, el único día donde
coinciden todas las historias y todas las geografías, todas las lenguas y las religiones y las culturas del
mundo; pero en los Estados Unidos, el primero de mayo es un día cualquiera. Ese día, la gente trabaja
normalmente, y nadie, o casi nadie, recuerda que los derechos de la clase obrera no han brotado de la
oreja de una cabra, ni de la mano de Dios o del amo.
Tras la inútil exploración de Heymarket, mis amigos me llevan a conocer la mejor librería de la ciudad. Y
allí, por pura curiosidad, por pura casualidad, descubro un viejo cartel que está como esperándome,
metido entre muchos otros carteles de cine y música rock.
El cartel reproduce un proverbio del África: Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las
historias de cacería seguirán glorificando al cazador.

Fábula
LA OVEJA NEGRA
En un lejano país existió hace muchos años una oveja negra fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para
que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

☺ Comunidad de indagación
o Trabajamos sobre nuestras preguntas.
o ¿Para qué sirven las preguntas? ¿Qué relación habrá entre preguntar y filosofar?

Reflexión
o Proponemos un breve texto con una reflexión filosófica acerca de las preguntas y los
argumentos planteados en la clase.
o Nos vamos leyendo… (encuentra indicios del siglo en que fue escrito, la sociedad en la
que vivió su autor, ideas acerca del sentido de la historia, interrogantes filosóficos que
abre,…)
o Ofrece una mirada situada desde nuestra historia argentina.

Friedrich Nietzsche (1844-1900). “De la utilidad o inconveniencia de la historia para la vida (1874)”, en
su: Consideraciones Intempestivas. Madrid, Alianza, 1988.
PRÓLOGO
«Por lo demás, detesto todo aquello que únicamente me instruye pero sin acrecentar o vivificar de inmediato
mi actividad». Estas son palabras de Goethe que, como un Ceterum censeo cordialmente expresado, pueden
servir de introducción a nuestra consideración sobre el valor y el no-valor de la historia. En ella trataremos de
exponer por qué la enseñanza que no estimula, por qué la ciencia que paraliza la actividad, por qué la historia,

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en cuanto preciosa superfluidad del conocimiento y artículo de lujo, nos han de resultar seriamente odiosas,
según la expresión de Goethe -precisamente porque nos falta lo más necesario y lo superfluo es enemigo de lo
necesario. Es cierto que necesitamos la historia, pero de otra manera que el refinado paseante por el jardín de
la ciencia, por más que este mire con altanero desdén nuestras necesidades y apremios rudos y simples. Es
decir, necesitamos la historia para la vida y la acción, no para apartarnos cómodamente de la vida y la acción,
y menos para encubrir la vida egoísta y la acción vil y cobarde. Tan solo en cuanto la historia está al servicio
de la vida queremos servir a la historia. Pero hay una forma de hacer historia y valorarla en que la vida se
atrofia y degenera: fenómeno que, según los singulares síntomas de nuestro tiempo, es preciso plantear, por
más que ello sea doloroso.
Me he esforzado por describir aquí una sensación que, con frecuencia, me ha atormentado; me vengo del
mismo dándolo a la publicidad. Puede que algún lector, por mi descripción, se sienta impulsado a declarar que
él también sabe de este sentimiento, pero que yo no lo he experimentado de una manera suficientemente pura y
original y no lo he expresado con la debida seguridad y madurez de experiencia. Así puede pensar uno u otro,
pero la mayor parte de mis lectores me dirán que mi sentimiento es absolutamente falso, abominable,
antinatural e ilícito y que, además, al manifestarlo, me he mostrado indigno de la portentosa corriente
historicista que, como nadie ignora, se ha desarrollado, en las dos últimas generaciones, sobre todo en
Alemania-. En todo caso, el hecho de que me atreva a exponer al natural mi sentimiento promueve, más bien
que daña, el interés general, pues con ello doy a muchos la oportunidad de ensalzar esta corriente de la época,
que acabo de mencionar. Por mi parte, gano algo que, a mi entender, es más importante que esas
conveniencias: el ser públicamente instruido y aleccionado sobre nuestra época.
Intempestiva es también esta consideración, puesto que trato de interpretar como un mal, una enfermedad, un
defecto, algo de lo que nuestra época está, con razón, orgullosa: su cultura histórica, pues creo que todos
nosotros sufrimos de una fiebre histórica devorante y, al menos, deberíamos reconocer que es así. Goethe ha
dicho, con toda razón, que cultivando nuestras virtudes cultivamos también nuestros defectos, y si, como es
notorio, una virtud hipertrófica -y el sentido histórico de nuestro tiempo me parece que es una- puede provocar
la ruina de un pueblo lo mismo que puede causarla un vicio hipertrófico, ¡que por una vez se me permita
hablar! Para mi descargo, no quiero callar que las experiencias que estos tormentosos sentimientos han
suscitado en mí las he extraído casi siempre de mí mismo y, únicamente para fines de comparación, me he
servido de experiencias ajenas y que, solo en cuanto aprendiz de épocas pasadas, especialmente de la griega,
he llegado, como hijo del tiempo actual, a las experiencias que llamo intempestivas. Al menos, por profesión
como filólogo clásico, he de tener derecho a permitirme esto, pues no sé qué sentido podría tener la filología
clásica en nuestro tiempo si no es el de actuar de una manera intempestiva, es decir, contra el tiempo y, por
tanto, sobre el tiempo y, yo así lo espero, en favor de un tiempo venidero.

Calveiro, Pilar. “Los usos políticos de la memoria”. En su: Sujetos sociales y nuevas formas de
protesta en la historia reciente de América Latina. Bs. As., CLACSO, 2006.

MEMORIAS
Toda reorganización hegemónica pretende instaurar un corte radical con aquella que la precedió pero, en
realidad, los procesos históricos y sociales no operan de esta manera sino que permanentemente inauguran lo
novedoso a la vez que establecen nexos y continuidades con lo ya vivido. La memoria opera como puente que,
articulando dos orillas diferentes, sin embargo las conecta. Al hacerlo nos permite, como acto central, recordar
aquello que se borra del pasado, o bien se confina en él, precisamente por sus incómodas resonancias con el
presente. Las sociedades guardan memoria de lo que ha acontecido, de distintas maneras. Puede haber
memorias acalladas y que sin embargo permanecen e irrumpen de maneras imprevisibles, indirectas. Pero
también hay actos abiertos de memoria como ejercicio intencional, buscado, que se orienta por el deseo básico
de comprensión, o bien por un ansia de justicia; se trata, en estos casos de una decisión consciente de no
olvidar, como demanda ética y como resistencia a los relatos có- modos. En este sentido, la memoria es sobre
todo acto, ejercicio, práctica colectiva, que se conecta casi invariablemente con la escritura. Sin embargo,
puede haber muchas formas de entender la memoria y de practicarla, que están a su vez vinculadas con los
usos políticos que se le dan a la misma porque, ciertamente, no existen las memorias neutrales sino formas
diferentes de articular lo vivido con el presente. Y es en esta articulación precisa, y no en una u otra lectura del
pasado, que reside la carga política que se le asigna a la memoria. Sería conveniente partir de una primera
distinción entre el relato histórico y la memoria. La diferencia entre uno y otra no es tajante ni reside en la
supuesta objetividad de la historia, siempre imposible. Sin embargo, esta tiene la necesidad de construir a
partir de documentos y fuentes una versión que, aunque recoja distintas voces es, finalmente, una construcción
cuya estructura y cuya lógica son únicas y corresponden al historiador en su diálogo con los hechos y con los
procesos que estudia. En este sentido, ya sea como historia del poder o de la resistencia procede

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principalmente bajo la modalidad del archivo. La memoria, en cambio, parte de la experiencia, de lo vivido, de
la marca inscripta de manera directa sobre el cuerpo individual o colectivo. Sin embargo, en lugar de quedar
fijada en la marca, la cualidad de la memoria reside en que es capaz de trascenderla, de asignarle uno o varios
sentidos para hacer así de una experiencia única e intransferible algo transmisible, comunicable, que se puede
compartir y pasar. Por partir de la experiencia directa, la memoria es múltiple como lo son las vivencias
mismas. Por ello, parece más adecuado hablar de las memorias, en plural, que de una memoria única. La
multiplicidad de experiencias da lugar a muchos relatos distintos, contradictorios, ambivalentes que el ejercicio
de memoria no trata de estructurar, ordenar ni desbrozar para hacerlos homogéneos o congruentes. Por el
contrario, su riqueza reside en permitir que conviva lo contrapuesto para dejar que emerja la complejidad de
los fenómenos, pero también para abrir paso a diferentes relatos. De esta forma, la memoria no arma como un
rompecabezas, en donde cada pieza entra en un único lugar, para construir siempre la misma imagen; sino que
opera a la manera de un lego, dando la posibilidad de colocar las mismas piezas en distintas posiciones, para
armar con ellas no una misma figura sino representaciones diferentes cada vez. Es por ello que, en esta clase
de construcción, no puede haber un relato único ni mucho menos dueños de la memoria. Además de la
diversidad de las historias, de acuerdo con las diferentes experiencias, también existe una reconstrucción de las
mismas a lo largo del tiempo, de manera que la memoria de un mismo acontecimiento difiere según los
momentos en que se lo recuerda. Se podría decir que consiste en un mecanismo de hacer y deshacer
permanentemente el relato, una especie de actividad virósica que corrompe, carcome, reorganiza una y otra vez
los archivos. Esta cualidad no se puede entender como una falla de la memoria ni como una falta de fidelidad
de la misma, sino como algo inherente a ella. Pero entonces, ¿en qué consistiría la fidelidad de la memoria? En
realidad, la memoria no es un acto que arranca del pasado sino que se dispara desde el presente, lanzándose
hacia el pasado. En palabras de Walter Benjamin, se trata de “adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra
en el instante de un peligro” (Benjamin, 1994: 178). En efecto, son los peligros del presente los que convocan
a la memoria, en tanto una forma de traer el pasado como relámpago, como iluminación fugaz al instante del
peligro actual. Pero las urgencias del presente convocan a evocar el pasado como una forma, a su vez, de abrir
el futuro, el proyecto, lo por-venir. En este sentido, la fidelidad de la memoria no reside jamás en la
reproducción idéntica de una misma historia, como se supone que alguna vez fue, porque la repetición
constante seca el relato quitándole vida, a la vez que seca los oídos que lo escuchan obstruyendo el pasaje; en
suma, es inadecuada. La transmisión reiterativa, punto por punto, una y otra vez, sólo es apropiada para
aquello que se tiene que repetir –como las técnicas y los rituales–, pero no para aquello que es materia de
aprendizaje por medio de la experiencia. Para abrir el pasado, y con él, el presente y el futuro, hay que hacerlo
encontrando las coordenadas de sentido de ese pasado y, al mismo tiempo, los sentidos que el mismo adquiere
a la luz de las necesidades del presente. La fidelidad de la memoria reclama, pues, un doble movimiento:
recuperar los sentidos que el pasado tuvo para sus protagonistas y, al mismo tiempo, descubrir los sentidos que
esa memoria puede tener para el presente. Se trata, por lo tanto, de una conexión de sentidos que permita
reconocer y vincular los procesos como tales, con sus continuidades y sus rupturas, antes que la rememoración
de acontecimientos, entendidos como sucesos extraordinarios y aislados. En este sentido, la memoria es un
gozne que articula pasado, presente y futuro, pero no necesariamente constituye una práctica resistente. En
realidad, según cómo se acople la memoria del pasado a los desafíos del presente, se estará construyendo un
relato que puede ser resistente o funcional al poder. Si toda memoria tiene la doble dificultad de reconocer los
sentidos del pasado para conectarlos con los del presente, en el caso que nos ocupa –el tránsito del modelo
bipolar al global–, la dificultad se multiplica, precisamente porque lo que marca la diferencia entre uno y otro
es una reconfiguración hegemónica que implica, como se señaló al principio, una reorganización económica,
social, política, pero también una reorganización de los sistemas de valores y de lo que podríamos llamar las
constelaciones de sentido. Un momento y el otro tienen distintas lógicas y construcciones de sentido.

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