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Augusto Monterroso.

Este texto es una fábula escrita por Augusto Monterroso en 1969. Trata sobre una rana que quería ser una rana
auténtica.

Augusto Monterroso es un escritor guatemalteco que nació en Tegucigalpa. Comenzó a publicar sus escritos en
1959 con Obras completas (y otros cuentos). Este autor se destaca por su inclinación por la parodia, la fábula y
el ensayo; el humor negro y la paradoja. Recibió el premio Villaurrutía en 1975 y en 1988 la condecoración del
Águila Azteca. En 1996 se le otorgó el premio Juan Rulfo de narrativa y reunió, en el volumen Cuentos, fábulas
y Lo demás es silencio, toda su obra de ficción. Entre sus principales obras, además de Obras completas, están
La oveja negra y demás fábulas (1969), La palabra mágica (1983) y Movimiento perpetuo (1972).

Monterroso escribió varias fábulas, ¿pero qué es una fábula? La palabra “fábula” viene del latín y significa
“relato”. Generalmente los personajes son animales personificados, es decir, se les atribuye cualidades
humanas. Se distinguen dos fábulas: la fábula clásica y la fábula moderna. La fábula clásica, escrita en verso,
buscaba transmitir un mensaje aleccionador al final del texto. La fábula moderna, escrita en prosa, hace énfasis
en la burla, en la ironía y en la ridiculización. Por lo tanto, en la mayoría de casos desaparece la moraleja y se
abre un espacio para la interpretación de cada lector. El autor nos lleva a cuestionamientos y reflexiones.

“La Rana que quería ser una Rana auténtica”: el título de la fábula nos resume casi todo lo que pasa, porque, en
pocas palabras, la historia trata de una Rana que quería ser original y auténtica. Lo intentó de todas las formas.
Llegó hasta tal punto que se desvestía. Después, se dio cuenta de que todo el mundo admiraba sus piernas. Se
las dejó arrancar y, a fin de cuentas, resultó siendo pollo, todo lo contrario de lo que buscaba.

Es importante enfatizar la primera oración: “Había una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos
los días se esforzaba en ello”. El protagonista de esta historia es la rana y Monterroso la escribe con mayúscula
porque quiere convertir a la rana en un nombre propio. Él lo hace para personalizar a la rana, darle un valor
personal. Con esto refuerza la idea de originalidad: no es cualquier rana, es la Rana, diferente de las demás.
También, en la primera frase, el autor nos introduce, nos da indicios, de los temas de los cuales va a hablar, de
los campos semánticos que va a desarrollar: el campo semántico del esfuerzo (“se esforzaba”), el campo
semántico de la autenticidad (“auténtica”), el campo semántico de la perseverancia (“todos los días…”) y el
campo semántico de la voluntad (“quería”) los cuales desarrollaré en este análisis más adelante. La rana quería
intensamente ser auténtica, entonces se esforzaba todos los días. Por último, en la primera oración del texto el
narrador comienza con la expresión “Había una vez”: el narrador nos da a entender, pienso yo, que este texto es
también (como siempre lo ha sido la fábula) un cuento para niños, un cuento infantil. Además, se podría agregar
que ese “Había una vez” nos sitúa en un tiempo remoto y no definido. Es decir la historia sucede en el pasado
pero no se sabe cuando. Este efecto le da un toque fantástico y mágico al texto.

A lo largo del texto vemos varios marcadores de tiempo que nos permiten analizar la estructura del texto: “había
una vez” (l.1), “al principio” (l.3), “unas veces” (l.5), “por fin” (l.7) y “un día” (l.11). Esta coherencia de
tiempos nos permite ver un período, un lapso de tiempo que retoma la idea de relato/cuento (con comienzo… y
final).

Para definir la autenticidad que está buscando la Rana, hay que ver su campo semántico: “ser una Rana
auténtica” (l. 0 y 1), “su propio valor estaba en la opinión de la gente” (l.7), “los demás […] reconocían que era
una Rana auténtica” (l.9), (el contrario de autenticidad) “que parecía Pollo” (l.17). La Rana primero siente la
necesidad de ser auténtica porque no quiere ser como los demás, pero después de ese cambio marcado por la
palabra “por fin” (l.7), ella busca su autenticidad en lo que piensa la gente: “en la opinión de la gente” (l.7), “los
demás reconocían que […]” (l.9). Entonces, si no quiere ser como los demás pero busca el criterio de los demás,
va a terminar pareciéndose a ellos, como lo hizo al final porque “parecía Pollo” (l.17).

Después de “al principio”, es decir, después del comienzo, en la línea 3, se encuentra la palabra “espejo”. El
espejo es la viva alegoría de la vanidad. La Rana busca su identidad en la vanidad, al frente del espejo, ese
espejo que refleja la verdad pura, tal como es (por esto último se cansa (“cansó”(l.6)) de verse en el espejo ya
que la verdad es que ella no es original). Entonces, “al principio” la Rana busca su autenticidad en la realidad,
en la verdad que muestra el espejo. Esa ansiedad con la que la Rana se ve en el espejo muestra un aspecto
peyorativo, el aspecto vanidoso.

Ligado a este deseo, a esta ansiedad de autenticidad (“su ansiada autenticidad” (l.4)) viene la manera como
quiere llegar la Rana a su objetivo: la Rana quiere realmente ser auténtica; por esto último, se ve en el texto todo
un campo semántico de la perseverancia: “todos los días se esforzaba en ello” (l.2), “[…] largamente” (l.3),
“unas veces” (l.5), “se dedicó” (l.12), “ y así seguía haciendo esfuerzos” (l.15), “para lograr” (l.16).

Esta perseverancia se explica por otro campo semántico, el de la voluntad y el querer: “quería ser” (x 2, l. 0y1),
“buscando su […]” (l.4), (el contrario de querer) “se cansó” (l.6).

La Rana quiere vehementemente ser auténtica; ella se esfuerza inhumanamente para lograr lo que quiere.
Línea 7 a 10: después de que la Rana ve que en la verdad (del espejo) no iba a encontrar la autenticidad, decidió
refugiarse en la opinión de la gente, en lo que podríamos llamar el engaño, la hipocresía: “la única forma de
conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente” (l.7). La Rana considera que esta es la única salida,
que no hay otro recurso. Ella no considera las otras soluciones, he ahí un aspecto ingenuo/ignorante, o hasta, si
es posible decir, terco. La Rana “comenzó a peinarse y a vestirse” (l.8), es decir, solo se interesa por el físico,
por la apariencia. La Rana llega a un alto grado de superficialidad.

En la línea 11 hay otro cambio en la historia, que comienza con la expresión “un día”. De la línea 11 a 13 hay
una serie de palabras importantes de explicar: “piernas” (l.12), “sentadillas” (l.12), “ancas” (l.13). A través de
estas palabras vemos que la Rana simboliza, verdaderamente, un objeto sexual, y no es a ella a quien aplauden
(“sentía que todos la aplaudían” (l.13)) sino a sus piernas. Ella, para alcanzar ese reconocimiento y esa
aprobación, hace una entrega física total: “se dedicó a hacer sentadillas” (l.12), se puso a “saltar” (l.13).

En el último párrafo la Rana se siente halagada y famosa, una fama que por cierto es falsa, porque nadie la está
viendo como La Rana auténtica, sino como un juguete sexual que solo divierte. La Rana, ya tan codiciada y
dependiente de esa “fama” está “dispuesta a cualquier cosa” (l.14) para mantenerla. Tan dispuesta que se deja
arrancar las ancas, sus piernas que sí eran famosas. Y de esta manera ella muere, con “amargura” (l.16) porque
se da cuenta de que nunca la aprobaron y que terminó pareciéndose a un mísero pollo.

Está claro que La Rana que quería ser una Rana auténtica es una fábula moderna, ya que el autor hace una
crítica rotunda a la sociedad actual.

Jean Jaques Rousseau, un filósofo francés de las luces, dijo una vez: “L´homme naît naturellement bon, c´est la
société qui le corompt” (El hombre nace naturalmente bueno, la sociedad es quien lo corrompe). Estoy seguro
de que la Ranita en un comienzo era buena: ella buscaba una autenticidad normal. Quería ser auténtica porque
la sociedad se lo exigía. En la sociedad de hoy en día todo el mundo quiere sobresalir, porque uno no puede ser
igual al otro, uno tiene que ser mejor, concepto que es totalmente insólito. Pero la Rana no pudo con la vanidad,
y decidió ponerse ciento por ciento pendiente de la opinión de los demás. Entonces, en ese momento, la Rana
estaba en manos de la sociedad, quien la obligó a ejercitarse, a peinarse e incluso a arrancarse las ancas con tal
de conformar sus antojos. Por eso creo que la sociedad, que podría calificarse de interesada e hipócrita, y la
fama, que es a su vez muy codiciosa, fueron las que corrompieron la Rana.

Monterroso nos hace reflexionar sobre esto. Estoy de acuerdo con él cuando nos muestra que si uno quiere ser
auténtico, no hay que estar pendiente de lo que dicen los demás. En esta fábula a la Rana solo le importó,
después de un momento dado, que la gente la aplaudiera y adulara; que la aprobaran y reconocieran que era una
Rana auténtica. Pero al final, ella no logra lo que quiso desde el principio (ser una rana auténtica) porque
termina pareciéndose al pollo y, además, se muere. La crítica irónica de Augusto Monterroso es totalmente
acertada y valiosa: la originalidad de cada uno está dentro de uno mismo.

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