Está en la página 1de 123

Esta traducción fue hecha de fans para fans, sin ningún

tipo de ganancia. Hecho para promover la buena lectura y


darle la posibilidad de leer el libro a aquellas personas que
no leen en inglés.
Puedes apoyar a la autora comprando sus libros y 2
siguiéndola en sus redes sociales.
¡Disfruta de la lectura!
Staff
Moderadora
Moreline

Traducción
Moreline
Emotica G. W
RRZOE
Astrea75
Yiany
Idk.Zab 3
MadHatter

Corrección y lectura final


Yani

Diseño
Bruja_Luna_
Robsten
Índice
Sinopsis _____________________________________________ 5
1 _____________________________________________________ 6
2 _____________________________________________________ 9
3 ____________________________________________________ 20
4 ____________________________________________________ 26
5 ____________________________________________________ 32
6 ____________________________________________________ 39
7 ____________________________________________________ 44
8 ____________________________________________________ 55
9 ____________________________________________________ 58
10 ___________________________________________________ 62
11 ___________________________________________________ 68
12 ___________________________________________________ 78 4
13 ___________________________________________________ 85
14 ___________________________________________________ 91
15 ___________________________________________________ 98
16 __________________________________________________107
17 __________________________________________________119
Sobre la autora __________________________________120
Próximo Libro ____________________________________121
Sinopsis
Zeth Mayfair es prácticamente lo último que necesito en mi vida.
Y sin embargo, con cada respiración que tomo, se arraiga más a cada
aspecto de ella:
Tiene una llave de mi casa.
Sabe dónde trabajo.
Dejó a su extraña compañera mentalmente traumatizada en la
puerta de mi casa y se alejó hacia el atardecer en busca de mi hermana
desaparecida.
Quiero olvidarlo. Quiero cambiar las cerraduras y borrar su
rostro, arrancar su nombre de mi memoria. El problema es que también
lo necesito. Lo necesito más de lo que necesito al aire para respirar, y
ahora no puedo estar sin él.
Me posee.
Me atormenta.
Me ha fracturado. 5

Blood & Roses #2


1
Zeth
Traducido por Moreline

—Abre la boca.
—¡No!
—Jodidamente ábrela.
Andreas Medina, sudando, con las manos esposadas a la espalda,
parpadea hacia mí, el terror salvaje que debería mostrar en este momento
es como una droga. Una a la que tengo una adicción de amor/odio. Y, sin
embargo, Andreas probablemente solo esté exhibiendo un cinco en la
escala de miedo, un hecho que me está haciendo enojar. Básicamente 6
está arruinando mi escala. Llevo la culata de mi Desert Eagle (su anterior
propietario recientemente fallecido) para golpearlo en la frente, y un
chorro de sangre carmesí le cae por la cara. El mexicano es un hijo de
puta desafiante; hace una mueca de dolor, apretando la mandíbula. No
hay mendicidad aquí, ni denigración o regateo. Andreas es de la vieja
escuela. Sabe que hay una gran probabilidad de que esté a punto de
morir, y está haciendo todo lo posible para no irse cagándose los
pantalones. Supongo que puedo respetar eso.
Me agacho para que nuestros ojos estén nivelados. La bombilla
desnuda se balancea de un lado a otro sobre nosotros, proyectando
sombras primero sobre él y luego sobre mí. Tenemos el mismo vacío
sombrío acechando detrás de nuestro iris, me reconozco en él y me
pregunto si también le gusta lastimar a la gente. Por supuesto que
malditamente lo hace.
—¿Dónde está él?
—No te diré una mierda, hijo. —Escupe sangre hacia mí. La rocía
por la parte delantera de mi chaqueta, sobre mi camiseta. Sloane cree
que me visto de negro porque soy una especie de visión de pesadilla, una
criatura de la noche. La realidad es mucho más práctica: el negro esconde
la sangre. Me miro a mí mismo, considerando la acción de Andreas,
mientras trato de pensar en algo apropiado para castigarlo. Me llega
bastante rápido, un buen truco que aprendí en la cárcel. Me enderezo y
giro, examinando la habitación vacía, tomándome mi tiempo. El lugar es
de hormigón desnudo, paredes sólidas, gruesas. Lo suficientemente
gruesas como para bloquear los gritos de un hombre adulto. Una sola
mesa destartalada de madera se apoya contra la pared al otro lado de la
habitación. Sonrío mientras me dirijo hacia ella, sabiendo lo que voy a
necesitar del bolso negro que se encuentra encima.
—¡Maldito, es mejor que no me des la espalda!
Me detengo. Sonrío en la oscuridad. Dejo que Andreas piense por
un momento que voy a reaccionar a su bravuconería, pero luego
continúo, caminando lentamente hacia la bolsa y abriéndola. Hay tantos
utensilios diferentes dentro que me lleva un momento encontrar lo que
estoy buscando, pero finalmente lo hago: una pequeña caja negra, de
aproximadamente siete centímetros cuadrados y otros dos de
profundidad.
—Si crees que vas a sacarme algo, estás loco, chico blanco.
Me dirijo hacia él, con una expresión neutra.
—¿Siempre tienes que decir lo obvio? —pregunto, palmeando la
pequeña caja frente a mí, asegurándome que Andreas la vea. De rodillas,
mira la caja, apretando la mandíbula. No demostraré miedo, no
demostraré miedo. Sin embargo, ya estoy dentro de su cabeza. Veo su
miedo. Simplemente se ve diferente en la mayoría de las personas. Es
oscuro y contaminado, como el resto de él.
—¿De qué estás hablando? 7
—Chico blanco —le digo, inclinándome de nuevo—. Soy blanco, tú
no lo eres. Cuando llegué al complejo, cuando estabas parado en la
puerta, me llamaste así también. ¿Por qué sientes la necesidad de
llamarme así cuando ambos sabemos quiénes somos? ¿Y quiénes no
somos?
—No tiene nada que ver con el color de tu piel, hijo. Se trata de
quién eres, de dónde vienes. Para quién trabajas.
Pienso en eso. Mientras lo hago, abro la tapa de la caja lo suficiente
como para que Andreas pueda ver el metal brillante en su interior. La
cierro de golpe.
—Charlie es un empleador que ofrece igualdad de oportunidades.
Tiene a negros, blancos, amarillos, todos los colores que se te ocurran
trabajando en sus nóminas. —Pero Andreas no me está escuchando. Está
mirando la caja. Bien. La sacudo de lado a lado, rascándome el rastrojo
de mi mandíbula con mi mano libre—. Sin embargo, en este momento no
estamos aquí por quién trabajamos. Olvídate de Julio y de Charlie. Ahora
mismo quiero hablarte sobre esta caja. —La sostengo a unos centímetros
de su cara, tan cerca que tiene que inclinar la cabeza hacia atrás para
concentrarse en ella—. ¿Qué me puedes decir sobre esta caja? —le
pregunto.
Andreas me mira como si estuviera loco. Con un movimiento lento
y medido, vuelve a estirar el cuello hacia adelante, ampliando los ojos.
—No me importa una mierda tu caja.
Oh Andreas. Mentiroso, mentiroso, pantalones en llamas1.
—Está bien, lo suficientemente justo. Supongo que solo estamos
perdiendo el tiempo, de todos modos. Es negra, es pequeña, es lo que sea.
Lo más importante de esta caja —digo, sacudiéndola de lado a lado
nuevamente—, es que ahora está cerrada. Tiene algo adentro que quiero.
Igual que tú. Tienes algo dentro de ti que quiero, Andreas. Y al igual que
a esta caja, voy a abrirlo, alcanzarlo y tomarlo.
Esta vez levanto la tapa correctamente, lo suficientemente abierta
como para que él pueda ver el interior, y tomo una sola pieza delgada de
metal. Un clip de papel. Andreas pone los ojos en blanco.
—Estás jodidamente loco, pendejo. Todo el mundo lo sabe —sisea.
Vuelvo a cerrar la tapa y guardo la caja en el bolsillo de mi
chaqueta. Levanto el clip que saqué para que pueda ver lo que estoy
haciendo.
—No estoy loco, Andreas. Los locos no son racionales. Soy muy
racional, y ahora mismo, esta situación en la que te encuentras también
es racional. Me dices dónde está mi chico, y no voy a empujar esta pieza
de metal debajo de tu uña. Y como resultado, no tendré que seguir
obteniendo más clips de la caja para usarlos en tus otros dedos hasta
que me lo digas. ¿No te parece completamente lógico?
Andreas parece un poco perdido, como si hubiera anticipado el 8
dolor y ya se hubiera desmoronado.
—Jódete, hombre. Esto se trata de lealtad.
—Esto no se trata de lealtad. No hay tal cosa.
—Pura mierda. No estarías aquí amenazándome si fuera de otra
manera. Eres fiel a ese hijo de puta inglés, y yo soy leal a Julio.
Niego con la cabeza, haciendo un gesto de desaprobación.
—La lealtad es otra palabra para la estupidez, Andreas. Los perros
son leales. Le das una patada a un perro leal y se encogerá a tus pies,
soñando con una forma de recuperar tu gracia. Dame una patada y te
arrancaré la puta mano de una mordida.
Titubea.
—¿No estás aquí para proteger a Charlie?
Le planto la cara, mostrando los dientes.
—Me estoy protegiendo a mí mismo. Y si eres inteligente,
comenzarás a hacer lo mismo.

1
Liar, liar, pants on fire en el original, es una frase que suelen utilizar los padres con
los niños cuando creen que están mintiendo. Es una forma de decir que si mientes, tus
pantalones se prenderán fuego.
2
Sloane
Tres semanas antes
Traducido por Emotica G. W, RRZOE, astrea75

No puedo respirar. Apenas puedo mantener mis piernas rectas.


Apenas me concentro en mi entorno mientras Zeth gruñe en mi oído.
―Entonces será mejor que empieces a hablar.
Tengo mi teléfono celular apretado contra mi oreja y Pippa está
divagando en el otro extremo, completamente ajena al hecho de que un
hombre peligroso, imposiblemente sexy, imposiblemente cruel tiene dos
dedos dentro de mí. Trabaja con su pulgar sobre el brote hinchado de mi
clítoris, sonriendo con una mirada de placer oscuro que envía vibraciones
por todo mi cuerpo.
―Pippa, hola… yo… necesito pedirte un favor.
9
―¿Un favor? ¿Para mi chica favorita? Claro, cariño, dispara.
Zeth retira sus dedos de mi interior y los desliza sobre mi coño,
sonriendo cuando me retuerzo.
―Necesito que veas a alguien por mí.
―¿Como un paciente?
―Como alguien que quiere hacerte algunas preguntas antes de que
veas al, ¡ah!, al paciente.
―¿Estás bien, Sloane? Suenas como si estuvieras tratando de hacer
yoga y fallando de nuevo.
Zeth aprieta suavemente el pequeño nudo de nervios que forman
mi clítoris, sonriendo sin piedad. Cambia de mano y comienza a
acariciarme con la izquierda, llevándose la derecha a la boca. Chupa
lentamente sus propios dedos, atravesándome con la mirada fija todo el
tiempo, limpiándolos. La vergüenza me inunda, seguida rápidamente por
un crescendo de deseo que me toma por sorpresa. Cada experiencia que
he tenido con este chico ha involucrado que me haga sexo oral o me
pruebe de alguna manera. Como una persona bastante introvertida
durante mi adolescencia, la posibilidad de que alguien disfrute con mi
sabor era ridícula, pero no se puede negar la adicción de Zeth. Se inclina
hacia mí presionando su pecho contra el mío, y mi corazón tropieza en
mi pecho. Va a besarme. En realidad va a besarme...
Pero en el último momento inclina la cabeza, como si se hubiera
atrapado a punto de hacer algo imprudente, y me mordisquea con los
dientes la mandíbula.
―¿Sloane? Sloane, ¿necesitas volver a llamarme?
―Uhhhh… tal… tal vez.
Zeth palmea mi pecho a través de mi camiseta, apretando
dolorosamente. Sacude la cabeza, chasqueando la lengua.
―No seas una chica mala ―susurra.
Al instante me llena la necesidad de complacerlo.
―Solo necesito que te encuentres con este tipo, Pip. Quiere hacerte
algunas preguntas antes de que te envíe a su amiga. ¿Eso está bien?
Zeth asiente con aprobación, observándome retorcerme debajo de
él como un leopardo podría observar a un ratón. Antes de saltar sobre el
ratón y devorarlo. Pippa se queda en silencio al otro lado del teléfono.
Incluso su respiración parece detenerse, y puedo imaginar su expresión
severa frunciendo el ceño mientras se encuentra sentada en el escritorio.
―¿Por favor dime que no necesito tener esa conversación contigo
después de todo?
―¿Qué conversación?
Zeth se aleja, todavía observándome, retrocediendo hacia la isla de
la cocina. Extiende la mano detrás de él, apenas mirando para localizar
10
lo que busca, y luego mi garganta se hincha. Cierra la mano alrededor de
un mango negro, uno que pertenece al cuchillo serrado de carne que
guardo en el bloque de madera sobre mi encimera de mármol. Mi corazón
no late ni una vez durante el largo segundo que le toma retirar la hoja,
siempre observándome, nunca apartando los ojos de mí. Una intención
oscura y siniestra acecha en sus ojos.
―La conversación que dije que volveríamos a retomar en la
cafetería, sobre que tomes decisiones inteligentes. Esto se trata de ese
tipo, ¿no? Me prometiste que no lo volverías a ver, Sloane. Es peligroso.
Él. Es. Peligroso.
Se acerca a mí con un cuchillo terriblemente afilado en la mano, y
realmente luce jodidamente peligroso. Me presiono contra la pared,
tragando, parpadeando, agarrando el teléfono presionado contra mi
oreja. Sé que puede escuchar lo que ella está diciendo por teléfono, y el
comentario de Pip parece haberlo impulsado hacia un resultado en el que
ni siquiera quiero pensar.
―Te equivocas ―digo suspirando.
Su acercamiento tortuosamente lento vacila. Con la cabeza
inclinada hacia un lado, solo medio grado, fácil de perderse si no estás
prestando atención, entrecierra los ojos y me estudia.
―Solo está cuidando a su amiga. ¿Por qué más lo estaría haciendo?
¿Cómo puede ser tan malo si se preocupa tanto por ella?
―Solo porque se preocupe por alguien más no significa que no te
despellejará viva y te cortará en pedazos pequeños. Estás siendo
increíblemente ingenua sobre este tipo.
―No lo soy ―susurro. Él se encuentra más cerca ahora, de pie justo
frente a mí. Agarra el dobladillo de mi camiseta, recogiéndolo
cuidadosamente con delicados dedos―. Solo estoy eligiendo ser optimista.
―Ingenua ―articula Zeth, sacudiendo la cabeza de nuevo. Me trago
el pánico que se construye abriéndose paso por mi garganta, respirando
profundamente. Esto va a estar bien. Todo estará bien. Una persona
inteligente le diría a Pippa aquí y ahora que Zeth Mayfair está
sosteniéndola a punta de cuchillo en su cocina, pero algo… algo está
reteniéndome.
―Bueno ―dice Pippa al otro lado del teléfono―. Realmente estoy
esperando que no estés dejando que tus partes femeninas dominen tu
cerebro en esto. Si conozco a este tipo y está buenísimo, entonces sabré
que te has vuelto loca.
―No te preocupes, Pip. ―Zeth toma el borde afilado del cuchillo y
lo acerca a mi camiseta, apenas tocando el metal afilado contra el
material; se parte como si estuviera rasgando papel mojado―. Es
espantoso ―digo por teléfono. Eleva una sola ceja oscura cuando
reacciona a eso. Basura.
11
―Jugando con fuego ―me dice. Aunque no creo que Pippa lo
escuche. Su voz es tan baja y está cargada de deseo que estoy bastante
segura de que realmente no la escucho. La siento en mis huesos,
abriéndose paso ardiendo dentro de mí, marcándome, cargándome con
electricidad.
―Puedo verlo mañana, ¿está bien? Tengo un lugar libre de media
hora a las dos. Si llega tarde o no aparece, entonces terminamos. No
confío en él, Sloane, y creo que estás demente por estar hablando con él.
Si fuera tú, cortaría todos los lazos y correría como el infierno.
El cuchillo ha cortado una línea limpia a través de mi camisa; Zeth
lo coloca cuidadosamente sobre la encimera a mi lado y luego retira la
tela, exponiendo mis pechos desnudos. Sus ojos dándose un festín
conmigo, encendiendo cada centímetro cuadrado de mí en llamas.
―No me gusta tu amiga ―gruñe. Y luego baja la cabeza y me lame
el pezón, succionando el enredo de carne ya hinchado en su cálida boca.
Mis rodillas quieren doblarse, pero presiona su cuerpo sólido contra el
mío, sosteniéndome.
―Dos en punto. Lo tengo. Me aseguraré de que reciba el mensaje.
―Me preocupa más que tú recibas este mensaje, Sloane. ¿Por favor
dime que estás escuchándome ahora?
―¡Sí! Sí...ah...lo estoy, lo juro. ―Esto no está yendo bien. Zeth
parece decidido a que me delate, vuelve a bajar una mano por mis
vaqueros, burlándose de mi piel sensible, haciéndome temblar, mientras
trabaja mi pecho con la otra mano, pellizcando bruscamente mi otro
pezón con tanta fuerza que quiero abofetearlo.
―Muy bien, entonces. Mañana. Tal vez deberías venir con él.
Tampoco sé si quiero estar a solas con él.
―Yo… haré todo lo posible.
Pippa cuelga el teléfono. Está enojada conmigo. Sabía que lo
estaría, pero por alguna razón desconocida no puedo decirle que no a
este hombre. Tengo la sensación de que es algo que sería mejor que
aprenda pronto; de lo contrario, Dios sabe los tipos de situaciones jodidas
en las que voy a encontrarme.
—¿Estás lista? —me pregunta. Esa pregunta me tiene temblando
de pies a cabeza. Este es un momento privilegiado para probar esa
palabra. No. Son solo dos letras. Puedo decirlo. Se lo digo a otras
personas todo el día.
Oye, Sloane, ¿vas a comer eso?
No.
¿No recuerdas que hoy es tu cumpleaños?
No. 12
¿Puedes firmar en mi hoja de rondas esta mañana? Sé que llegué
tarde, pero...
No.
Y sin embargo, es un asunto totalmente diferente cuando este
hombre está parado a un metro de mí.
—Sí —le digo—. Sí, estoy lista.
Me estoy derritiendo internamente cuando me da una sonrisa
salvaje.
—Espera aquí, entonces. —Sale de la cocina, en ese momento mi
sentido común regresa con venganza y me patea el trasero.
—Estúpida, estúpida, estúpida… —murmuro por lo bajo. Cuelgo el
teléfono y tomo un vaso de agua, bebiéndolo todo en un trago largo y
sordo. Es muy extraño cómo Zeth puede hacer que una parte de mí esté
tan húmeda y luego otra parte de mí tan ridículamente seca. ¿Alguna vez
hubo algo tan inconsistente como mi cuerpo en este momento?
Lo escucho regresar a la casa. Me preparo contra el lavabo, cierro
los ojos y saboreo una respiración profunda, lo necesito. Necesito el
oxígeno.
—Sloane. —Mi nombre es una reprimenda en sus labios. Como si
estuviera advirtiendo a un perro que no haga pis en la alfombra, ya que
está listo para hacer eso. Cuando me doy la vuelta, tiene algo en la mano
que me hace querer escapar de la habitación.
El bolso negro.
—Ven aquí —exige. Coloca el bolso sobre la mesa del comedor que
compré en la vieja tienda de antigüedades frente al hospital el verano
pasado. Tenía patas de garra bellamente talladas y patrones intrincados
tallados en la madera, y no pude resistirme. Zeth baja la cremallera de la
bolsa y saca una cuerda enrollada.
—¿Te quitarás el resto de la ropa, o lo haré yo? —pregunta. Con
cualquier otra persona, probablemente saltaría a la segunda opción:
tener a alguien que te quite la ropa de forma lenta y seductora
probablemente sería increíble, pero con Zeth no creo que lo diga de esa
manera. Creo que lo que realmente me está preguntando es si me voy a
portar bien y todavía tengo que descubrir qué sucede si no lo hago.
Realmente tampoco quiero hacerlo todavía.
Recojo cada pedazo de coraje que tengo y camino hacia la mesa de
la cocina. Me pongo justo frente a él, tan cerca que puede ver el desafío,
un jódete en mis ojos. Estoy haciendo esto porque soy casi
irremediablemente adicta a lo que este hombre me hace, pero eso no
significa que tenga que estar agradecida por ello. Fijo mis ojos en los
suyos, negándome a mirar hacia otro lado mientras me saco los vaqueros.
Los aparto y me quito la ropa interior, tirando las prendas como si la
acción de desnudarme no significara nada. Como si mi corazón no 13
estuviera latiendo como un pistón.
Zeth asiente, evaluándome. Sus párpados medios bajos le dan una
mirada pesada y somnolienta a sus ojos que lucen positivamente
pecaminosos.
—Eres la perfección, chica enojada. No hay necesidad de resoplar.
Te cuidaré.
Bueno, santa mierda. No esperaba eso. Una reprimenda. Una
amenaza severamente redactada y mal velada. Cualquier cosa menos un
cumplido, seguido de un consuelo. Abro la boca, pero de forma
exasperante no puedo pensar en nada que decir. Zeth deja caer la delgada
cuerda sobre la mesa y se quita lentamente la chaqueta. Veo el
impresionante bulto presionando contra sus vaqueros, rogando por ser
liberado y no puedo evitar mi reacción. Me sonrojo.
—Enojada un minuto, tímida al siguiente... te estás confundiendo,
Sloane. —Se acerca a mí, colocando las manos en mis caderas. Su agarre
es fuerte y magistral—. Deberías ir con una emoción. Creo que encendida
suele ser útil en este momento. Si no estás conmigo en eso, entonces
puedo irme.
Ha sido agresivo y exigente desde que entró por la puerta hace
media hora, así que no estoy acostumbrada a este repentino destello de
compromiso en él. Un lado secreto que creo que preferiría mantener
escondido.
La tensión que me ha estado dominando se afloja un poco al saber
que está allí, en algún lugar, escondiéndose dentro de él. Enterrado
debajo de diez capas del mejor concreto, pero aun así...
Me siento valiente, así que hago algo realmente loco: extiendo la
mano, agarro la suya y guío sus dedos entre mis piernas. La evidencia de
mi lujuria está ahí para que él la juzgue con la punta de los dedos.
Parpadea rápidamente, lo suficiente como para pensar que lo
atrapé desprevenido, y luego mueve los dedos, murmurando con voz
profunda:
—Mmmm. Ya veo. Punto a favor.
Mi cuerpo está nervioso, impaciente, exige más que la fricción
burlona que está aplicando a mi clítoris. Lo está haciendo a propósito,
solo dándome lo suficiente para hacerme desear más.
—Siéntate en la mesa —ordena.
Lo hago sin dudar.
—Buena niña. Ahora abre las piernas.
Obedezco también. Y luego Zeth cae de rodillas allí mismo, en mi
cocina y comienza a deslizar su lengua perezosamente por el interior de
mi muslo.
Déjame decirte esto: puedes pensar que has estado excitada antes.
Puedes creer que has estado lista para rogar, suplicar, asesinar 14
directamente para sentir a alguien dentro de ti, pero hasta que hayas
sentido esto... hasta que Zeth Mayfair haya estado de rodillas frente a ti...
Me mira, con los ojos todavía nublados y promete cosas prohibidas.
—Voy a hacer esto. Y luego harás algo por mí, Sloane. —No me da
la oportunidad de aceptar el acuerdo (¿siquiera me está preguntando?).
Me agarra las caderas, me empuja hacia adelante y entierra la lengua en
el calor resbaladizo de mi coño. Estoy tan lista para él. Me siento
desenfrenada, totalmente atrapada por mi necesidad de empujar las
caderas hacia adelante para darle un mejor acceso. Me mira, desliza la
lengua lentamente hacia arriba y mueve la punta sobre el brote cargado
de nervios.
Hasta ahora, durante nuestros encuentros, he peleado una batalla
interior. Una que me ha impedido realmente relajarme. Abrazar la
situación y disfrutarla plenamente. Eso tuvo mucho que ver con el miedo,
que ciertamente sigue estando allí. Pero tener miedo está sobrevalorado.
Ya no lo quiero. Quiero ser dueña de esto. Dejarlo consumirme,
dominarme y borrar todo de mi mente, todo el dolor, toda la
preocupación, todo el arrepentimiento y la culpa. Entierro mis manos en
el cabello de Zeth y gimo. Es un sonido salvaje, desconocido y carnal.
Me sentiré despreciable por esto cuando lo recuerde más tarde,
susurra mi subconsciente.
—Jódete —le respondo en un susurro. Con mis muslos apretados
firmemente sobre sus orejas, dudo mucho que Zeth me haya escuchado.
Gracias a Dios. Ya ni siquiera estoy en control de mi cuerpo. Es liberador
entregarle las riendas a un lado de mí misma que aún no conozco. Muevo
las caderas contra la cara de Zeth.
Gruñe, clavándome los dedos en la piel, gruñendo mientras me
trabaja de la mejor manera posible. Lucho cuando se aleja, no queriendo
que sus atenciones se desvíen de mi punto dulce, pero me golpea el muslo
con tanta fuerza que me hace arder los ojos. El dolor exige una reacción
instantánea. Dejo caer mis piernas, jadeando por aliento. Zeth también
tiene el pecho agitado. Y está usando esa sonrisa malvada otra vez. Santo
cielo, no me importa si es peligroso. No me importa si es el asesino del
hacha. Nunca lo dejaré salir de esta casa.
—¿Tienes algo de hielo?
—¿Qué?
—Agua congelada —repite—. ¿Tienes?
Meneo la cabeza, tratando de aclararme.
—Uh, sí, ¿creo que sí?
Enderezándose, cruza la habitación hasta el congelador y
prácticamente saca la puerta de sus bisagras. Todavía estoy allí con las
piernas abiertas, luchando por respirar, apoyándome en los codos
cuando él regresa. Tiene un brillo travieso en los ojos. 15
—Nunca te hubiese imaginado como una chica de pop congelado
—dice. Se me revuelve el estómago. Oh. Mierda. Tengo mil cosas
escondidas en mi congelador. El sabor a goma de mascar, un tono azul
que los científicos probablemente revelarán en diez años que ha causado
cáncer a personas de todo el mundo. Son mi placer culpable. Y ahora
Zeth sostiene uno de ellos detrás de su espalda.
—Oh chico, deberías ponerlo…
—Sé exactamente dónde lo voy a poner, Sloane. —Puedo ver en su
expresión que esto es mucho mejor que el cubo de hielo que había
planeado.
¡Mierda!
—No sé cómo me siento al respecto, Zeth.
—Voy a hacer que te sientas bien con esto —dice, asintiendo, como
si eso fuera suficiente para cambiar de opinión. Todavía estoy sacudiendo
la cabeza cuando se arrodilla y presiona la cosa ofensiva contra mi tierna
carne expuesta.
Mi cerebro exige que cierre las piernas y escape de la dolorosa
sensación de frío que asalta mi parte más delicada.
—¡Hijo de puta! —Intento patearlo, pero Zeth me sujeta el tobillo,
frunciendo el ceño.
—Sloane. —Esa reprimenda de nuevo—. ¿Quieres que use la
cuerda?
Me muerdo el labio inferior. Al diablo con esto. Debería levantarme
y patearle el trasero. Está todo bien cuando hace cosas cuestionables que
pueden asustarme de siete maneras deferentes, siempre y cuando me
emocionen al mismo tiempo. Pero esto es simplemente incómodo. ¡Y
pegajoso!
Zeth es un tipo inteligente… ve todo esto en mi expresión.
—Arriésgate —me aconseja, apretando su agarre en mi tobillo. Sin
embargo, escucho lo que realmente dice: confía en mí, y eso lo cambia
todo. No me lo ha pedido antes. Le he dado mi confianza un par de veces,
imprudentemente estoy segura, pero nunca me ha pedido nada. Se siente
como un avance de algún tipo. No estoy segura de cómo; simplemente lo
hace.
—Bueno… Bien.
Me da un solo asentimiento, severo y sombrío, lo cual es un poco
ridículo ya que está sosteniendo un pop congelado azul fluorescente en
la mano. Lo traza suavemente por mi centro, observando mi temblorosa
reacción con una especie de apreciación presumida. Luego se inclina
hacia adelante y me lame, aún atravesándome con los ojos. El cambio de
frío a calor ardiente hace que mis músculos salten sin control.
—¡Mierda! 16
De nuevo, repite lo mismo. Frío y luego caliente. Frío y luego
caliente. El placer me golpea una y otra vez, sin cesar. Finalmente, el frío
se vuelve tan placentero como el calor, y muevo las caderas de nuevo.
—Tienes la lengua azul —gimo.
Zeth me arquea una ceja.
—Así está tu coño. —Desliza hacia abajo la golosina congelada y la
pasa sobre mi abertura.
Sé lo que hará y no estoy de acuerdo. No estoy tan de acuerdo. Pero
también llego demasiado tarde. Lo introduce en mí, gruñendo una
advertencia mientras trato de retorcerme...
Es la cosa más fría y jodida de todas. Y entonces no lo es. La
abrasadora sensación de cortante frío se convierte rápidamente en calor,
la sensación más extraña. Un calor ardiente y punzante que se siente,
odio admitirlo, se siente bien. Jadeo cuando Zeth lo saca lentamente de
nuevo, y luego hace algo que fusiona el cableado en mi cerebro. Lo desliza
dentro de su boca, un retumbar de aprobación resonando en su pecho
mientras envuelve sus labios llenos alrededor de la cosa y chupa. Nunca
he estado tan celosa de un pop congelado en toda mi vida.
—Mmmmm. Chicle y Sloane. La mejor combinación —ronronea.
Oh. Mi. Jodido... no puedo pensar con claridad.
Zeth se sube sobre mi cuerpo como un depredador hambriento,
con los ojos llenos de fuego. Me alejo de él hasta que me acuesto sobre la
mesa y él se encuentra en cuatro patas sobre mí. Traslada el pop
congelado de su boca a la mía: lo frota con cautela sobre mis labios hasta
que abro la boca y luego, lo desliza dentro. El sabor es dulce y azucarado,
una explosión de invocación química. Luego lo reclama de nuevo,
chupándolo, probándolo él mismo, como si pudiera saborear mi boca
también. Lo deja en la mesa junto a mi cabeza y me considera por un
momento, su respiración entrecortada y dura.
—Hora de la soga, chica enojada.
No me he olvidado de la cuerda. Su presencia ha sido la de una
serpiente enojada enroscada en la esquina de la mesa, un peligro que he
tratado de no provocar. Decir que me preocupa es un eufemismo, pero
tomé mi decisión antes: ya no tengo miedo. La levanta y me preparo,
previniéndome para el pánico de sentirme completamente vulnerable.
Esto no será como antes cuando me retuvo, atándome a la cama. Me
colocará las manos detrás de la espalda, me anudará los tobillos. ¿Quién
sabe? Tal vez me atará como un puerco. El sudor hormiguea en una
nerviosa avalancha sobre mi piel y Zeth duda. Se detiene por completo.
¿Por qué se detiene?
No dice una palabra. Salta y se quita la camisa sobre la cabeza de
la manera descuidada que hacen los hombres, y luego se asoma al final
de la mesa como un tosco monolito, solo que está hecho de músculo 17
apretado en lugar de piedra. Se desabrocha el cinturón, se quita los
zapatos, se quita los vaqueros en el lapso de diez segundos y luego está...
parado desnudo frente a mí. Tiene la polla rígida y dura, la punta nivelada
con mi coño. He visto bastantes penes a través de mi entrenamiento y
más tarde en mi trabajo, pero nunca antes tuve la necesidad de jugar con
uno. De hecho, siempre pensé que se veían bastante asquerosos. ¿Pero
Zeth? No, no Zeth. Es la magnificencia personificada. Me doy cuenta de
que lo estoy mirando. La intensidad con la que me devuelve la mirada es
desconcertante y confrontante, y sin embargo no puedo mirar hacia otro
lado. No quiero.
—Levántate.
Apenas confío en mis piernas para hacerlo y, sin embargo, de
alguna manera lo consigo. Mil escenarios pasan por mi cabeza. ¿Me
doblará sobre la mesa y me follará? ¿Va a tomar ese cuchillo de cocina
otra vez? ¿Me vendará los ojos y hará cosas indescriptibles que ni siquiera
puedo empezar a imaginar? Pero él no hace nada de eso.
Me arrastra a sus brazos y me levanta para que instintivamente
envuelva mis piernas alrededor de su cintura. Y luego me golpea contra
la pared, el dolor resuena en mis terminaciones nerviosas como
desafinados y discordantes acordes de piano.
—¡Ah!
No pierde el tiempo; él está dentro de mí. Me penetra con tanta
fuerza que me lloran los ojos.
—¡Ah! —grito más fuerte esta vez, y Zeth también gruñe,
tensándose por el esfuerzo de conducirse dentro de mí. Con las manos
agarrando mis caderas un segundo, tirando firmemente de mi cabello
para inclinarme la cabeza hacia atrás al siguiente, expone mi cuello y me
roza con los dientes la sensible piel de mi clavícula. La mezcla de placer
y dolor es vertiginosa. Me arrastra a su fiebre, lo que permite que el fuego
que chispea dentro de mí se desenfrene. Le clavo las uñas en la espalda,
disfrutando de la tensión de sus músculos contra el dolor.
—Chica mala —gruñe Zeth. Pero no me dice que pare. En todo
caso, parece rechazar el dolor. Lo agarro del cabello y le tiro la cabeza
hacia atrás tal como lo hizo conmigo hace un momento, y de repente
puedo ver la expresión de su rostro. Es un hombre poseído, devorado por
su necesidad. ¿Por mí? ¿Este hombre oscuro, melancólico y sexy como el
infierno me quiere? Mierda. No sé cómo podría ser eso, pero lo veo allí tan
claro como el día.
Zeth se golpea contra mí una y otra vez, nuestros ojos ahora fijos.
Algo... algo pasa entre nosotros. Con cada empuje, parece que me estoy
acercando a algo, siendo arrastrada como un bote hacia la orilla. Se
inclina entre nuestros cuerpos y comienza a acariciar mi clítoris,
aplicando una presión que muestra que habla en serio. Quiere que me
corra. Estoy lista para eso, quiero hacerlo por él. 18
A medida que el placer aumenta hasta las proporciones de un
huracán con Zeth dentro mío, siento que... quiero hacer algo que sé que
es estúpido. Me inclino hacia adelante y lo hago de todos modos antes de
poder detenerme. Encuentro mis labios con los de Zeth, chocan contra
los suyos mientras me golpea contra la pared, y por un momento feliz
estoy en el cielo. Sus labios sobre los míos, llenos y dulces y con sabor a
chicle y sexo. Lo más divino que he experimentado. Y entonces me estoy
corriendo.
Involuntariamente mi cabeza retrocede, golpeando la pared detrás
de mí cuando una oleada de puro fuego se enciende a través de mi
cuerpo. Veo estrellas, tanto por el dolor de golpearme la cabeza contra el
yeso como por el orgasmo que me atraviesa. Zeth llega al mismo tiempo,
rugiendo su clímax tal como lo hizo en su departamento. Me clava los
dedos en la piel nuevamente mientras disminuye sus movimientos, hasta
que se detiene por completo; respira pesadamente, con la boca abierta,
presionada contra mi cuello por un largo momento antes de soltar mis
muslos y salir de mí. Una sensación cálida y húmeda sale de mí y me doy
cuenta con horror de que no usaba condón.
De repente, de lo alto que estoy flotando en pequeños estallidos y
burbujas, vuelvo a caer a la tierra con un alarmante golpe. Zeth se aleja
de mí y se da la vuelta, dándome una gloriosa vista de su culo perfecto.
Se entierra las manos en el cabello. Él también se está volviendo loco.
Envuelvo mis brazos alrededor de mi cuerpo desnudo, de repente
no estoy tan de acuerdo en ser un espectáculo.
—Está... está bien —murmuro. Tengo que tranquilizarlo, incluso si
la siguiente frase que sale de mi boca sonará increíblemente cliché. Mi
voz todavía es baja y nerviosa cuando digo—: Obtendré la píldora del día
después. No tienes de qué preocuparte.
Deja caer las manos a los costados y se da la vuelta lentamente.
Su rostro es una máscara de conflictiva ira.
—Nunca vuelvas a hacer eso —dice. Sacude la cabeza y me mira
como si me hubiera vuelto loca—. No vuelvas jodidamente a besarme
nunca más.

19
3
Zeth
Traducido por Yiany e Idk.Zab

Esta mujer Newan dijo que fuera a su oficina a las dos, pero eso no
funcionará. Le pidió a Sloane que viniera, pero dado que está trabajando,
esta psiquiatra habrá encontrado a alguien más para acompañar nuestra
pequeña reunión, aunque solo sea para demostrarle algo a Sloane: este
tipo no es alguien con quien deberías pasar tiempo. Probablemente tenga
razón, pero todavía me molesta. Ella no sabe lo que he hecho hasta ahora
para mantener a su amiga a salvo. Me alegro que Sloane no haya podido
venir, de todos modos. Después de follarla contra la pared ayer, he estado
de mal humor. No debería haber soltado esa cuerda. Debería haberla
atado y haberle hecho todo lo que quería, haberla usado como lo he hecho
con todas las demás personas que he follado. Y sin embargo, vi esa
expresión de vacilación en su rostro y cambié de opinión. No es que no
pudiera haberlo hecho; definitivamente podría haberlo hecho y lo habría
20
disfrutado más que cualquier persona normal. Era solo que no quería
que se sintiera así. Y luego lo había arruinado todo besándome y perdí la
mierda y me fui. Verla es lo último que necesito en este momento. Así que
sí, es bueno que esté en el trabajo y no sentada a mi lado fuera de la
práctica de Pippa Newan.
Me presento a mediodía. El edificio da al parque Greenlake. El lugar
es un arco iris de colores otoñales: rojo, naranja, bermejo, verde. Las
hojas se depositan en grandes montañas colmadas, listas para ser
recolectadas alrededor de los troncos de los árboles. Las familias pasean
a sus perros; las madres empujan a sus hijos en los columpios. Una
pareja se pasea lentamente, con los brazos unidos y los abrigos gruesos
apretados. El vapor se eleva de las tazas de café de las que beben. Este
no es el gueto. Sloane trató de hacer ver que su amiga era una especie de
maldita santa por aceptar a delincuentes en su lista de pacientes. Sin
embargo, esto parece una vida suburbana. Si tuviera que ser tan crítico
sobre Pippa, supondría que se está volviendo rica y gorda con el subsidio
que el gobierno le da para tratar con estos hijos de puta, y las personas
en libertad condicional probablemente estén molestas con el acuerdo
porque tienen que tomar el número dieciséis hasta este barrio de mierda,
solo para que les froten en la cara que nunca podrán pagar un
apartamento en esta cuadra. Es un tipo de mierda bastante grande.
Merodeo afuera del edificio, mirando la entrada, fumando un
cigarrillo. Sé que este lugar debe tener una entrada de seguridad,
probablemente con un conserje que se transforma en gorila si la clientela
se pone un poco ruidosa cuando la buena doctora se niega a rellenar sus
recetas de Valium. Termino ese cigarrillo, enciendo otro. El frío se hunde
en mi chaqueta de cuero y se asienta en mis huesos. Después de un rato
me levanto y camino mientras fumo, siempre mirando la puerta. Aunque
estoy prestando atención, casi pierdo mi oportunidad cuando llega.
Un chico de veinte o veintiún años, vaqueros bajos apenas colgando
de su trasero, con la gorra de béisbol hacia atrás, sube las escaleras.
Arrojo la colilla, una lluvia de chispas ascienden en espiral mientras corro
para llegar a él. Tomó los escalones de tres en tres. El chico tiene un dedo
en el timbre cuando lo agarro por el cuello.
—Soy tu tío —gruño. Gira, listo para balancearse, con el rostro
retorcido en un gruñido propio, pero cuando me ve bien se aleja un poco.
—¿Qué quieres? No eres mi tío, hombre. —No es mi tamaño lo que
lo hace retroceder, aunque soy más grande que el pequeño punk. Es la
mirada en mis ojos. La mirada de no pienses que no te mataré si das un
mal paso.
—En este momento, soy tu tío. Cuando entremos en este edificio y
subamos las escaleras, sigo siendo tu maldito tío. Cuando lleguemos a la
oficina, te marcharás. Será mejor no te vea por la zona.
El chico escucha la advertencia en mi voz, pero le daré el crédito
que corresponde. Se mantiene firme.
—Tengo que ver a esta psiquiatra, viejo. Estoy perdiendo mi cita,
21
voy a entrar y eso no sucederá. De verdad.
—No te preocupes por eso. Me aseguraré que estés de acuerdo con
la buena doctora.
—¿Hola? —La voz quebradiza que sale del altavoz en la pared es la
de una mujer joven. Miro al chico, asegurándome que lea en cuántos
problemas se encontrará si fastidia esta parte. Me lanza una mirada sucia
y se encoge de hombros.
—Hola, soy Antonio. Tengo que ver a la Doc Newan.
—¡Hola Antonio! Sube.
La puerta suena y se abre un pestillo en alguna parte. Antonio abre
la puerta y entramos; la montaña de hombre que nos espera al otro lado
es la de un tipo hostil. Es ex militar. Puedo oler un marine a una milla
de distancia. También es un imbécil inteligente. Sabe que algo está mal
tan pronto como me ve.
—¿La doctora Newan sabe que traerá un invitado hoy, señor
Fletcher? Ya sabe cómo odia a los visitantes sorpresa.
—Sí, Franz. Relajado. Es mi tío. Ella me dijo que lo trajera.
El guardia, Franz (¿quién demonios llama a su hijo Franz?), me
mira una vez más.
—¿Pensé que tu tío era residente del sistema penal?
—Acabo de salir de SeaTac —le digo.
—Sí, te ves recién salido del autobús —responde Franz. Empuja
una bandeja en mi pecho, no muy cortésmente—. Entonces aún debes
saber qué hacer con esto.
Vacío mis bolsillos en la bandeja, sonriendo alegremente al
guardia: billetera, teléfono celular y llaves. A propósito dejé el arma en el
auto. No hay nada en el teléfono o en la billetera que pueda causarme
problemas serios. Franz me mira como si no creyera que no estoy armado.
Levanto mis brazos a ambos lados: revísame, hijo de puta. Ignora eso y
empuja la bandeja en el pecho de Antonio. Un boleto de autobús sucio,
una sola llave de la casa y veinte arrugados entran en la bandeja después
de mis cosas. Tengo la sensación de que el contenido de sus bolsillos es
prácticamente todo lo que Antonio posee en el mundo.
—Te estaré esperando aquí a la salida. —Franz inclina la cabeza
hacia la puerta detrás de él—. Mejor apúrate. Llegarás tarde.
La oficina está en el tercer piso, pretenciosa como la mierda.
Cuando entramos, la dueña de la burbujeante voz del intercomunicador
ya se encuentra de pie, impaciente, ¿qué es eso? ¿Emoción? Solo puede
tener veinte años, cabello rubio rizado y un cuerpo pulcro vestido con
una falda y un blazer de Legally Blonde. Sonríe cuando ve al chico a mi
lado.
—Hola, Antonio.
—Que hay, Patricia. Este, eh, este es mi tío. —Hay algo entre estos
22
dos, es obvio. La chica está prácticamente montando al pequeño hijo de
puta justo frente a mí. Su sonrisa de éxtasis se desvanece cuando me
mira correctamente.
—Oh, hola señor. ¿Vino a darle algo de apoyo a Tony?
—Algo así.
—¿Te gustaría tomar asiento?
—En realidad estaba pensando que tal vez tú y Antonio podrían
pasar un tiempo mirando el horizonte o algo así. Necesito hablar con la
doctora Newan sobre las sesiones de Antonio. —Un toque de genialidad.
Si el chico baja sin mí, ese guardia entusiasta estará aquí en dos
segundos.
—Uh, se supone que no debo abandonar la recepción.
Solo miro a Antonio.
―Vamos, Trish. Está bien. ―Extiende la mano y mis sospechas se
confirman. Trish se vuelve de color rojo brillante, tomándolo
cuidadosamente con la suya. Pasa a mi lado como si fuera la encarnación
del diablo. Chica lista. Con la ausencia de esos dos, me siento en una
silla en la sala de espera vacía y hago exactamente eso: espero. El
intercomunicador de la recepción suena un par de veces. Siete minutos
más tarde, una puerta al final del pasillo se abre y sale una morena alta
en traje de pantalón.
―Patricia, ¡cuántas veces! El timbre significa que estoy... ―Me ve.
Se detiene. Coloca las manos en sus caderas. Es un mecanismo de
defensa: cuando te ataca un oso, ¡hazte ver más grande!
Le sonrío dulcemente. Se toca la frente con una mano y mira sus
zapatos por un segundo. Parece que está tratando de encontrar las
palabras correctas para decir. Cuando me mira de nuevo, ya se ha
recuperado, está en control al cien por cien.
―Ella dijo que eras horrible ―anuncia.
―Soy consciente.
―¿Debería preguntar a dónde se han ido mi cita y mi recepcionista?
―Están bien. En su primera cita por lo que parece.
Pippa sacude la cabeza otra vez.
―Estupendo. Bueno, entonces supongo que será mejor que vengas
conmigo. ―Ni siquiera está nerviosa. Me gusta y detesto eso al mismo
tiempo. Quería agarrarla a la defensiva, y mi llegada sin avisar apenas la
ha hecho parpadear. Me hace un gesto hacia su oficina. Me levanto y
entro; ella me sigue después, cerrando la puerta detrás de nosotros.
¿Juntos en un espacio cerrado? ¿Solos? Sí, esta chica tiene cajones2 de
acero.
―Estás aquí para hablar de tu amiga. ―Se sienta en su escritorio,
cruza las piernas y apoya los dedos entrelazados sobre su estómago. La
postura inmediatamente me hace enojar. Pose de consejero de prisión.
23
―Estoy aquí para hablar de ti ―la corrijo. Me quedo junto a la
ventana, pasando junto a la silla que está frente al escritorio de Newan.
Si le importa, no lo demuestra.
―¿Qué quieres saber?
―¿Te dedicas a esto por el dinero o realmente quieres ayudar a la
gente?
Se encoge de hombros.
―Quiero las dos cosas. Tengo cuentas que tengo que pagar como
todo el mundo. Pero puedo ganar el dinero que necesito ayudando a la
gente a reintegrarse a la sociedad, ayudándoles a aislar las áreas
problemáticas de sus vidas y enseñándoles cómo hacer cambios
positivos.
Levanto la mano, he oído suficientes tonterías de médico de
cabecera como para que me dure toda la vida. Suena como si estuviera
leyendo un guión. La única razón por la que no me he ido ya es por lo
que dijo primero. Admitió que quería el dinero.
―¿Alguna vez ha tenido un paciente que le haya confesado una
actividad criminal? ―exijo.

2
En español en el original.
―Sí.
―¿Y qué acciones tomaste?
―Las apropiadas.
Llamó a la policía. Eso no funcionará. Realmente no sé con certeza
lo que ha pasado en el pasado de Lacey, pero tengo la clara impresión de
que ella hizo algo loco justo antes de aparecer en mi puerta. Y
probablemente no era legal.
―¿Qué se necesita para que aceptes a Lacey de forma extraoficial?
Para mantenerlo todo confidencial, sin importar lo que ella te diga.
Pippa me evalúa, pensando.
―Soy médico, señor Mayfair. Hice un juramento igual que Sloane.
Ambas estamos obligadas por ese juramento a ayudar a la gente, así que
bajo estas circunstancias extremas yo estaría dispuesta a ayudar a tu
amiga sin hacerle un archivo. Sin embargo, también estoy obligada por
la ley. Si tu amiga confiesa que ha causado o pretende causar daño a otra
persona, entonces no puedo hacer la vista gorda.
―Así que tu juramento hipocrático te obligará a ayudarla, pero tu
sentido del deber cívico lo anulará y la arruinará de todos modos.
Me fija los ojos color acero. Tranquila y serena.
―Así es como suelen ser estas cosas.
―¿Y ninguna cantidad de dinero te hará cambiar de opinión sobre
24
eso?
―Lo siento, señor Mayfair.
―Entonces supongo que hemos terminado aquí. ―Una maldita
pérdida de tiempo. No debería haberme molestado. Me apresuro a salir,
no estoy dispuesto a gastar más aliento en la conversación sin salida.
Hay un millón de psicólogos, médicos y policías corruptos ahí afuera.
Tendré que sobornar a uno de ellos.
―¿Señor Mayfair? ―Newan sigue sentada en su escritorio. No se ha
acobardado―. En contra de mi buen juicio, hay una razón que podría
persuadirme a mirar para otro lado si tu amiga admite algo que
normalmente la haría terminar en la cárcel.
―¿Ah sí? ¿Y qué sería?
Me mira con la vista perdida, pero puedo ver la preocupación en
sus ojos. Esa parte es muy difícil de ocultar.
―Puedes alejarte de mi amiga. Permanentemente. Alejarte de
Sloane.
Vaya, vaya, vaya. Perra conspiradora. Definitivamente no me gusta
ahora.
―¿Y si ella no quiere que lo haga?
Pippa mira por la ventana, sobre el parque, proveedor de su
pequeño y seguro reino.
―Entonces supongo que, si ella quiere verte, no puedo detenerla.
Pero, entonces ¿estas sesiones que necesitas? Me pagarás el doble por tu
amiga y el doble por ti también. No quiero a un hombre mentalmente
inestable cerca de Sloane.

25
4
Zeth
Traducido por MadHatter y Moreline

¿Los ultimátum y yo? Sí, no nos mezclamos. Dame dos opciones y


dime que necesito elegir entre ellas y encontraré una tercera solo para
sacarte el dedo. Sin embargo, la amiga de Sloane me ha lanzado una bola
curva. Por más que lo intente, parece que no puedo encontrar una tercera
opción aquí. Newan quiere que me mantenga alejado de su amiga, lo cual
no puedo hacer. Y entonces la alternativa sería ir a sesiones de terapia
con ella. Lo que no puedo hacer.
El viejo yo simplemente le habría dicho que se joda y le habría dicho
que me mantendría alejado de Sloane, con la intención de verla de todos
modos, pero si lo hago y la psiquiatra se entera, entonces Lacey pagará
el precio, no yo. La niña necesita ayuda. La niña necesita más ayuda de
lo que yo necesito a Sloane Romera en mi vida. 26
Al menos eso es lo que me digo a mí mismo.
¿Quién demonios se cree que es esta mujer, de todos modos? Estoy
tan jodidamente enojado con ella. Normalmente resolvería este problema
plantando mi puño firmemente en la cara de la persona responsable de
hacerme enojar de esta manera. Pero no puedo. Porque es una engreída,
como si dijera yo tengo un doctorado en psicología, y tú estás jodido de
cien maneras diferentes. Manipula la vida de Sloane de una manera
realmente calculadora. La perra probablemente está celosa de que su
amiga esté recibiendo algo o lo que sea. Me río: sí, eso es muy poco
probable. La mujer rezuma su propio tipo de sexualidad que declara que
no tiene problemas para conseguirlo cuando lo quiere. Probablemente
solo esté cuidando de su amiga, pero haré cualquier cosa para justificar
evitar su solicitud.
Conduzco el Camaro a través de la ciudad, en dirección a la
mansión de Charlie en el otro extremo de la península hasta Hunt’s Point.
Esta es una de las zonas más lindas de Seattle. Aquí viven banqueros,
profesionales del golf, dueños de negocios, todos tipos respetables.
Saludan a Charlie cuando pasean a sus perros, cortan el césped, le
sonríen mientras conduce su Lexus por las frondosas calles suburbanas.
No tienen idea de que es un jodido asesino en serie. Ha vivido allí durante
veinticinco años y el lugar es sagrado para él. Definitivamente no caga
donde come, y seguro que tampoco aprecia cuando sus muchachos
arrastran la mierda de sus zapatos hasta su puerta. Básicamente, eso
significa que no hay ningún trato, ni armas, ni rencores, ni hablar de la
tienda cuando entras por la puerta principal. Sigue esas reglas y el
hombre te tratará como a un rey. Rómpelas y te hará desear nunca haber
nacido.
Sin embargo, la charla de la tienda es la razón por la que Charlie
me ha llamado aquí esta noche. El hombre nunca se casó, pero su
amante, Sophie, está fuera de la ciudad visitando a su madre, por lo que
el lugar se encuentra vacío, sin oídos curiosos para escuchar algo que
realmente no deberían. Llevo el Camaro por el largo camino que conduce
a la propiedad de Charlie y espero a que se abran las puertas. El estallido
de estática resuena dos segundos después. Los guardias de seguridad
están acostumbrados a mi auto. Saben que no me deben hacer esperar.
Me estaciono y entro, sin molestarme en tocar. Golpear es para
personas como Rick y O’Shannessy, los grados más bajos que solo han
estado con Charlie durante un par de años. Yo crecí en esta casa, maldita
sea. Aquí perdí mi virginidad con una de las criadas mexicanas que solían
limpiar cuando era un mocoso adolescente. Me rompí tres costillas
entrenando con un instructor de artes marciales en la cancha de tenis.
Mis actuales alojamientos son humildes en comparación con esta
monstruosidad de casa, pero aquí nunca me sentí como en casa. Nunca
sentí que mereciera esto. Siempre sentí que me merecía la mierda
apestosa en la que mi tío me había criado durante la primera parte
miserable de mi vida. La pobre suciedad, lo más bajo de lo bajo. Ese tipo
de pobreza ingresa en tu propia psique. Sin importar cuán grande sea el 27
techo sobre tu cabeza, a cuántas criadas te estés follando o cuántos autos
de cientos de miles de dólares se encuentren estacionados en el camino
de entrada, listos y a tu disposición, nunca puedes escapar.
Las luces están encendidas dentro del lugar de Charlie, brillantes,
iluminando toda la casa. Candelabros de cristal, alfombras persas,
muebles antiguos, obras de arte. Es posible que el jefe haya vivido en este
país durante más de la mitad de su vida, pero el hombre todavía parece
creer que está atrapado en la Inglaterra del siglo XIX.
—¡Charlie! —Camino por la extensa planta baja, dirigiéndome
directamente al único lugar donde siempre puedo contar con encontrar
al hombre: su estudio. Tal como lo predije, cuando abro la puerta, el
bastardo de cabello gris se dobla sobre su repugnante y ostentoso
escritorio, aspirando una raya de cocaína. Se sienta con los ojos del
tamaño de monedas de dólares de plata y se lleva los dedos a la nariz con
bordes blancos.
—Vaya, si no es mi empleado de más confianza. —Se sienta, se
limpia las manos en la parte delantera de su chaleco a rayas, dejando
manchas blancas detrás—. Me alegra que hayas podido reunirte
conmigo. ¿Cerraste la puerta detrás de ti?
—Por supuesto que sí. —Lo primero que aprendí sobre Charlie fue
que la seguridad era su prioridad número uno, especialmente en su
propia casa. ¡Ay de la persona que dejara una jodida ventana abierta!
Alguna vez.
Charlie se encoge de hombros y asiente. Señala la silla que me
espera en el lado opuesto de su escritorio. Me siento como se supone que
debo hacerlo, poniéndome cómodo.
—Tengo un trabajo para ti, hijo.
—Aja. —No hay otra razón para que esté aquí. Charlie se muestra
amable, finge que somos una familia, pero la verdad es que soy su arma
secreta oscura y, a veces, ligeramente malvada. ¿Me habría retenido si
hubiera estado más enfocado en los negocios, me hubiera utilizado para
lavar su dinero o trabajar con sus contactos como dijo que lo habría
hecho, la última vez que hablamos? Tal vez. Pero incluso yo sé que soy
más útil para él como un monstruo salvaje.
—Es Rick. —Recoge una cuchilla de afeitar del escritorio de madera
y comienza a cortar otra línea de coca para sí mismo. El hombre es un
profesional y hace el trabajo en un instante. Sorprendentemente, al hijo
de puta le queda un tabique. Una vez que termina, me señala con el filo
de la navaja y se inclina sobre el escritorio—. La pequeña mierda le ha
estado vendiendo a las pandillas de motociclistas.
¿Vendiéndole a las pandillas de motociclistas? No puedo evitar
reírme de eso.
—Su padre es el presidente de un MC. ¿Qué esperabas? Te dije que
tus existencias terminarían en sus almacenes si permitías que Rick se
les acercara.
—Drogas, armas, no me importa una mierda nada de eso. —Agita
28
la mano en el aire—. Puede venderlas a quien carajo quiera.
—Entonces, ¿qué demonios está vendiendo?
Charlie se inclina hacia atrás en su silla, sus ojos aún más abiertos
de lo que tienen derecho a estar. Está atrapado por una paranoia de nivel
diez; la coca siempre le hace esto.
—Información, Zeth. —Todavía no ha parpadeado—. ¡Información!
El bastardo ha estado vendiendo información a algún pequeño club en el
sur de California, algunos jodidos pandilleros que a nadie le importan.
Diciéndoles lo que tenemos en nuestros almacenes. Cuando recibimos
envíos. Información valiosa, Zeth.
—¿Y los almacenes han sido afectados?
Charlie niega con la cabeza rápidamente.
—Solo es eso. Ni un pío.
Probablemente estoy arriesgando mis bolas al decir esto, pero la
pregunta tiene que hacerse.
—Entonces, ¿estás seguro de que el chico no está simplemente
hablando con su familia? Sabes cómo funciona. Un club y el siguiente,
están todos interrelacionados. Todos enredados en los asuntos del otro,
jodiéndose las mujeres entre ellos.
—¡No! Lo escuché. Lo escuché contándoles sobre las chicas del
contenedor de envío. Esto no es un asunto familiar. Se trata de dinero en
efectivo frío y duro.
Si Charlie quiere simpatizarme por su causa, entonces
probablemente no debería haber traído a colación ese contenedor de
envío olvidado de Dios. Ha sido un punto doloroso entre nosotros desde
que descubrí que el viejo era responsable de trasladar a las jóvenes para
el tráfico de personas. Todavía no he decidido si puedo pasarlo por alto
sin tomar algún tipo de acción. El viejo probablemente no lo habría
mencionado si no estuviera tan mal.
—¿Cómo lo escuchaste?
—En su teléfono, idiota. ¿Crees que cualquiera de mis empleados
no es monitoreado? No soy tan estúpido. Debo asegurarme de que mis
intereses estén protegidos.
¿En su teléfono? ¿Qué demonios significa eso? ¿Un dispositivo de
escucha? ¿Un fallo en el teléfono de Rick? Y no solo en el teléfono de Rick.
Charlie mismo lo dijo: ¿crees que cualquiera de mis empleados no es
monitoreado?
Cualquiera.
Mi sangre de repente se está calentando. Tengo esa mancha
borrosa en mi visión que nunca es un buen augurio. Voy a transformarme
si él ha hecho lo que creo que ha hecho. 29
—¿Has hackeado mi teléfono, Charlie? —le pregunto en voz baja.
Cuidadosamente. El viejo tiene el temperamento de un león, pero yo
también. No quiero provocarlo, especialmente en el estado en el que se
encuentra, sin conocer los hechos, pero es casi imposible mantenerme
bajo control. La expresión enojada de Charlie se desvanece un poco, como
si de repente se diera cuenta de lo que acaba de decirme. Como si acabara
de darse cuenta de la gran cagada que sería admitir algo así frente a mí.
—No, no, no a ti. Por supuesto que no a ti. Tú eres familia, ¿no es
así? —Allí vamos de nuevo con la mierda de la familia. Como para probar
el punto, Charlie me ofrece una pequeña protuberancia blanca de la coca
todavía esparcida por todo su escritorio—. Necesito que vigiles a Rick, ¿de
acuerdo? Se supone que se reunirán mañana por la noche en el muelle.
Están intercambiando algo. Quiero saber qué. Quiero que recuperes lo
que sea que es, y luego quiero que mates a esa pequeña mierda. ¿Me
escuchas?
Rechazo la coca, negando con la cabeza. No estoy comprando su
vaga negación a mi pregunta; en todo caso, confirma lo peor. Hijo de puta.
Lo de las chicas era lo suficientemente malo, pero si me ha estado
espiando... trato de relajar los músculos de mi cuerpo. Aflojarlos lo
suficiente como para no sacudirme con la todopoderosa construcción de
ira dentro de mí.
—¿A qué hora es el encuentro? —gruño entre dientes.
—Siete y media. Y asegúrate de hacer sufrir a esa pequeña
comadreja antes de deshacerte de él, ¿de acuerdo? —Charlie no parece
molesto porque rechacé su oferta de drogas. La corta para sí mismo y
luego inhala en una fuerte ráfaga. Dios sabe cuántas líneas hizo antes de
que llegara aquí, pero son tres con esa en los últimos cinco minutos. El
viejo se desploma en su silla, con la cabeza inclinada hacia atrás, el pecho
subiendo y bajando lentamente mientras emite un gemido eufórico. Me
pongo de pie y salgo, aún luchando con mi necesidad de apretar los dedos
en un puño y golpearlo repetidamente contra su cara.
—Te dejaré saber lo que suceda —farfullo sobre mi hombro cuando
me voy. Excepto que probablemente no tenga que hacerlo. Charlie
seguramente me estará monitoreando de alguna manera. Supongo que
observará todo el asunto a través de una jodida señal de satélite de algún
modo. Desde el puto espacio exterior. Atravieso la casa antes de que
pueda hacer algo imprudente. Todavía tiene sus detalles de seguridad en
el sitio. Si incluso levanto un dedo aquí, rompo un jarrón, rasgo las
butacas, respiro en la dirección equivocada, soy un hombre muerto.
En cambio, subo al Camaro y pierdo dos centímetros de goma de
las llantas mientras me apresuro a salir como el infierno de allí. A través
de las puertas, fuera de la mierda suburbana que a Charlie le gusta
llamar hogar. Estoy casi al otro lado de Clyde Hill antes de detener el
Camaro y sacar mi teléfono del bolsillo.
Es un teléfono inteligente, no el tipo de teléfono del que puedes
quitar la parte posterior. Cómo Charlie lo habrá hackeado, no lo sé, pero
30
si alguien lo haría, definitivamente sería él. Abro el bloqueo de seguridad
y luego tengo la idea de presionar el botón de contactos para recuperar
el único número importante que aún no he memorizado: el de Sloane.
Garabateo los dígitos en el dorso de mi mano y luego tomo la cosa y la
golpeo contra el tablero. Pequeños fragmentos de vidrio se rompen por
todas partes, en el espacio para los pies y sobre todo el asiento de cuero.
Separo la carcasa de metal y recupero el aliento. Ahí está: un pequeño
chip cuadrado, soldado en el lugar encima del procesador principal.
Obviamente no pertenece allí. El otro circuito es una obra de arte,
ordenada y meticulosamente creada. Este chip alienígeno, este
dispositivo de escucha, este acto de traición, probablemente fue
implementado por un hacker muy talentoso. Sin embargo, no pudieron
replicar la precisión de algo hecho a máquina. Abro la ventana del lado
del conductor y tiro el teléfono, rugiendo de ira.
No puedo creer que haya hecho esto.
En realidad, puedo creer totalmente que haya hecho jodidamente
esto. No puedo creer que haya sido tan estúpido como para no esperarlo
de él. ¿Quién es el tonto aquí, él o yo?
Dios sabe de qué me ha oído hablar el viejo en ese celular. Ni
siquiera vale la pena pensarlo en este momento. El motor del auto chirría
mientras acelero, cargando en dirección a casa.
Haré esto por Charlie, pero no para ayudarlo. Lo haré para
averiguar qué está pasando con Rick. Lo haré para averiguar qué
demonios está pasando aquí, y luego comenzaré a hacer algunos arreglos.

31
5
Zeth
Traducido por Emotica G. W y RRZOE

El acuerdo se cierra justo como Charlie dijo que lo haría: en el


muelle, Rick, constituido como un tanque, con cada centímetro cuadrado
de piel debajo del cuello tatuado y marcado, encontrándose con tres
moteros de un grupo que no reconozco. Sus camisetas sin mangas estilo
rocker dicen Wreckers. Llegué temprano y me instalé en el segundo piso
del almacén quemado que Charlie a veces usa para reuniones así, sin
creer realmente que Rick sería lo suficientemente tonto para usar este
lugar, pero el tipo aparece como un reloj. Los moteros se presentan
rugiendo diez minutos más tarde, maldiciendo y blasfemando sobre la
pista de un policía que tuvieron que sacarse de encima. Estos Wreckers
deben ser hijos de puta de alta gama para garantizar ese tipo de calor.
Rick abraza al primer chico, una enorme obra que incluso se elevaría
sobre mí, y choca puños con los otros dos tipos.
32
―¿Qué estás diciendo, Caleb? ¿Cuánto tiempo más? ―dice Rick,
dirigiéndose al tipo que abrazó.
El enorme tipo se recuesta contra su moto, enganchando sus
pulgares en los bolsillos de sus Wranglers desteñidos.
―Tres, cuatro días como máximo. Nuestro chico está listo para
moverse.
―¿Y tienes lo que hablamos?
―Sí, cuatro. Aunque podrías conseguir seis en el contenedor. No sé
por qué no querrías maximizar tus ganancias.
Rick niega con la cabeza.
―Te vuelves codicioso, te atrapan. Cuatro es perfecto. ¿Y todas son
vírgenes?
Caleb asiente.
―Eso dice nuestro doctor.
―Bueno.
―Más que bien, hermano. Vas a querer follarte este coño tú mismo,
créeme. Son unos buenos culos, de grado A.
Rick sonríe, rascándose la mandíbula.
―Sí, bueno, si me apego a ellas entonces tengo la sensación de que
no valdrán tanto después. Y tengo un coño muy bueno, de todos modos.
Mejor guardar a estas putas para Rebel. El tipo tiene más dinero que
sentido común.
Rebel.
Ni siquiera estoy tan sorprendido. No he escuchado el nombre del
hombre en mucho tiempo, tal vez no desde que ese investigador privado
corrupto casi le vendió a Sloane hace dos años. Parece que ya es hora de
que el hijo de puta levante su fea cabeza. Rick tiene razón, sí tiene más
dinero que sentido… y un hábito muy desagradable de comprar chicas
lindas y usarlas hasta que realmente no queda nada.
―Está bien, es hora de pagar, Holmes ―le aconseja Caleb a Rick―.
Y esta vez necesitamos más que fechas y horas. Necesitamos algo sólido.
Algo que haga feliz al viejo.
Hago una nota mental para averiguar quién es este viejo,
presumiblemente el presidente del MC. Conozco a cada club de motos
que hay que conocer en Seattle, no les gusta, pero todos rinden homenaje
a Charlie, sea en efectivo frío, duro o en músculo. Los Wreckers
definitivamente son problemas de fuera de la ciudad.
―Ciento veintiuno calle sur ―le dice Rick―. Taller de corte. Solo
está empezando. Coca de casi medio millón de dólares pasará por ese
lugar en el próximo mes. Se convertirán en dos millones cuando lo hayan
llenado con polvo de talco.
33
―¿Cuántas personas trabajan allí? ―pregunta uno de los socios de
Caleb. Caleb lo mira severamente por encima del hombro; está claro que
los tipos están allí por respaldo y no mucho más. Ciertamente sin permiso
para hablar. El tipo aprieta la mandíbula y exhala bruscamente.
Rick responde de todos modos, eligiendo ignorar el castigo
silencioso que tiene lugar dentro del grupo de hombres.
―Cuatro chicos. Armados, pero bastante básicos. Chicos de las
pandillas locales, en su mayoría. Subcontratados. Charlie no quiere a sus
muchachos normales cerca de las cosas.
No he oído hablar de este taller de corte. Charlie es un delincuente
sucio, claro, pero siempre proclama que vende un producto puro, armas
que funcionan, drogas que no fríen el interior de una persona. ¿De qué
me sirve un cliente muerto? siempre dice. Si jodidamente lo mato, entonces
no me dará más de su efectivo, ¿o sí, Zeth, muchacho mío? Aunque, al
parecer, su lema ha cambiado. Para cuadruplicar el peso del producto,
debe meter una mierda desagradable a la mezcla. Con cada nueva
información que descubro sobre Charlie, las chicas, la intervención del
teléfono celular, ahora esto, me pongo cada vez más nervioso. No tenía la
ilusión de que me contara todo, eso es seguro, pero pensé que al menos
conocía el terreno. Y ahora parece como si no conociera el terreno en
absoluto. Ni siquiera sé en qué jodido país estamos.
―¿Entonces el 15 estará todo listo? ―pregunta Caleb.
―Claro que sí ―responde Rick.
―Bien. Nos veremos en el Coal House. Dile a tu viejo que Petey la
manda saludos, ¿me oyes? ―Caleb atrae a Rick en un abrazo suelto,
palmeándole la espalda antes de balancear la pierna sobre su moto y
agarrar los manubrios. El gruñido del motor de la moto llena el almacén.
Con un estruendo ensordecedor, los tres hombres rodean a Rick y luego
salen quemando del edificio, dejando al hombre solitario parado debajo.
Aquí es donde se supone que debo dar a conocer mi presencia. Aquí
es donde se supone que debo lastimar a Rick y luego matar al hombre.
Aunque no lo hago. Intento ordenar mis pensamientos mientras lo
observo recoger su chaqueta de cuero de donde la había colgado sobre
una barandilla oxidada y ponérsela. ¿Por qué mierda esos tipos quieren
saber acerca de las operaciones de negocios de Charlie? ¿Especialmente
si todavía no han llegado a ninguno de los lugares? No tiene sentido,
aunque obviamente están planeando llegar a este taller de corte en algún
momento. De lo contrario, no querrían saber cuántos hombres están
patrullando el lugar. ¿Y por qué mierda Charlie está contratando
pandilleros?
Hay un millón de preguntas girando alrededor de mi cabeza cuando
dejo que Rick salga. Cuando he decidido que quiero interrogar al hijo de
puta ya ha llegado a su auto, un llamativo Mitsubishi Evo con ventanillas
oscurecidas. Su cuerpo está doblado, mitad dentro, mitad fuera de la
máquina. 34
―¿Qué pasa, Rick?
El tipo se caga en los pantalones. Su cuerpo se estremece,
extendiendo una mano automáticamente alrededor de su espalda: el
arma. Aunque ve la Desert Eagle en mi mano antes de poder agarrar su
propia arma. No estoy apuntándola a él, solo sosteniéndola a mi lado,
pero me conoce. Sabe que no juego con mi polla a menos que tenga la
intención de follar con ella. Nuestras miradas se traban.
―¡Zeth, hombre! ¿Qué estás haciendo aquí? ―Aunque la pregunta
que está planteando es una realmente diferente. ¿Cuánto viste? ¿Cuánto
escuchaste?
―Oh, ya sabes. Lo mismo que tú, supongo. Solo estoy respirando
aire fresco. ―Escuché suficiente, hijo de puta.
Rick exhala, sentándose en el borde del asiento del conductor. Sabe
que está jodido.
―Charlie te envió junto con un mensaje, ¿verdad? ―dice, aunque
por el tono de su voz conoce su destino de aquí en adelante. Charlie no
es un hombre para jugar, le gusta dar el ejemplo, y le gusta que la gente
lo sepa. Rick ha oído hablar de los otros tipos que fueron lo
suficientemente estúpidos para ir a espaldas de Charlie; sabe lo que viene
después.
―Sí ―le digo―. Tengo un mensaje. Pero estoy interesado en lo que
tienes que decir antes de entregarlo.
Rick me mira, un rayo de esperanza brillando en unos ojos que solo
tenían resignación hace un segundo.
―¿Qué, quieres saber por qué serás expulsado, verdad?
¿Qué? Examino la ansiosa mirada en su rostro. No solo está
diciendo mierda al azar. Está diciendo la verdad.
―¿Me expulsarán? ―Esto ni siquiera se me había ocurrido, pero
tiene mucho sentido ahora que lo ha dicho. Cuando Charlie no confía en
un hombre, cuando está preparándose para matarlo, lo exonera. Lo
excluye de todos sus tratos, lo mantiene a distancia y lo observa como
un halcón. Todo encaja en su lugar.
—Charlie descubrió algo sobre ti, hombre —dice Rick—. Algo que
no le gustó. Ni un poco. Dijo que ahora estabas comprometido, no es
bueno para él. Quiere que te vayas. Les dijo a los muchachos que se
prepararan, que iba a necesitar una nueva mano derecha. La vieja estaba
a punto de ser cortada. Eso fue lo que oí.
Rick está siendo tan útil en este momento, como lo son la mayoría
de los hombres que están a punto de morir, con la vana esperanza de que
su ayuda le brinde un poco de influencia. Sin embargo, él no sabe que en
realidad no planeo matarlo. Aprovecho al máximo la situación.
—¿Qué ha descubierto de repente sobre mí?
Rick niega con la cabeza, encogiéndose de hombros.
—No lo dijo. Sin embargo, algo sobre tu pasado.
35
Bueno, eso no es información útil. Todo hasta este momento en el
que estoy hablando con Rick, técnicamente es mi jodido pasado. Podría
ser algo de la semana pasada o hace diez años que ha vuelto los ojos de
Charlie en mi contra, pero sea lo que sea que haya agudizado su
favoritismo hacia mí, me resulta un poco difícil de creer. Con la paranoia
amplificada de Charlie siendo lo que es, el tipo me habría matado en el
momento en que sospechara de mí. Sabe todo lo que sé. Todas las cosas
que me ha pedido que hiciera. Todas las cosas peligrosas que podría dejar
pasar si siento la necesidad.
—Estuve en Chino por Charlie —señalo—. No se desharía de mí sin
una jodida razón colosal. —Nadie pasa el tiempo en Chino sin que les
cueste mucho. Hacerlo por alguien más es más que una declaración de
lealtad, es un sacrificio más allá de cualquier comprensión.
Rick me mira boquiabierto ante eso.
—Aw, Zee, hombre. ¿Quieres decir que no lo sabes? Ninguno de
nosotros lo sabía con certeza, pero pensamos que te habías enterado...
—Sonríe con crueldad—. Estábamos todos allí. Vi a Charlie cortar la
garganta de Murphy como todos los demás, y sin embargo tú fuiste el que
bajó por él. ¿Nunca te preguntaste por qué?
El recuerdo de esa noche pasa por mi mente en una serie de
imágenes fijas, sangre salpicada y ampollada como una película vieja.
Murphy O'Shannessy de rodillas, la máscara de locura retorcida de
Charlie mientras arrastraba su navaja de afeitar sobre la garganta del
otro hombre. Todo había empezado por nada: Murphy hizo un comentario
astuto sobre la longitud del vestido de Sophie. El comentario había
pasado por alto a todos, provocando nada más que un leve
estrechamiento de los ojos de nuestro jefe, pero horas después, cuando
el viejo esnifó un gran golpe, fue una historia diferente. No pienso
demasiado en esa noche. Intento no hacerlo. He matado, sí, pero siempre
rápido. Cuchillo hacia el corazón, pulmones, lo que sea. Disparo a la
cabeza. Charlie cortó la garganta de Murphy de oreja a oreja y observó,
negándose a dejar que nadie sacara al hombre de su miseria mientras se
desangraba lentamente.
—Sé por qué —le digo a Rick—. Los policías encontraron el cuchillo
en mi auto. Sangre en mi camisa. Uno de mis cabellos en la ropa de
Murphy.
Rick asiente con impaciencia, apresuradamente, como si la
información que desea transmitir fuera muy importante.
—Sí, pero ¿cómo supieron buscar el cuchillo en tu auto en primer
lugar, Zee? ¿Cómo supieron que debían llamar a tu puerta?
He pensado en esto. Infinitamente, en la prisión, donde hay poco
más que hacer que masturbarse, hacer ejercicio y pensar sobre el pasado.
—Recogí a Murphy de su lugar antes de ir a la mansión. Su padre
nos vio juntos. La última vez que alguien vio a Murphy con vida.
—Basura. —Se inclina hacia adelante, su rostro emerge de las
36
sombras. La expresión que usa es de disgusto—. Charlie te arrojó debajo
del autobús, hombre. ¿Cómo diablos no has resuelto eso hasta ahora?
Una risa rencorosa y aguda estalla en mi cabeza. Por supuesto, dice
la voz. El padre O'Shannessy no te acusaría por matar a su hijo. Nunca.
Ustedes fueron los mejores amigos por años.
Y luego otra voz.
—Deshazte de ese jodido desastre, Zeth. Estoy harto de mirarlo. —
Una imagen fracturada me atraviesa: el rostro salvaje de Charlie,
sonriendo aturdido, sin inmutarse por el hecho de que acababa de
asesinar brutalmente a un hombre al que llamé hermano justo delante
de mí. Nunca se había disculpado por hacerlo, o por el tiempo que pasé
pudriéndome en una celda por el despiadado crimen que había cometido.
—No lo haría —digo gruñendo las palabras, pero mientras lo hago
me siento estúpido. La creciente aceptación de que Charlie pudo haberme
puesto esa mierda me hace sentir enfermo. Literalmente quiero
agacharme y arrojar mis tripas al concreto.
—Lo haría. Lo hizo —insiste Rick—. Todos lo sabemos. Apenas
ocultó el hecho. Cuando te liberaron, amenazó con matar a cualquiera
atrapado respirando una sola palabra sobre todo el asunto. Él matando
a Murph. Tu yéndote. Él se deshará de ti.
Maldito infierno. No puedo entender nada de esto. Mantengo mi
rostro en blanco, no tiene sentido mostrarle a Rick que me ha irritado.
—No explica por qué estás vendiendo información a los
motociclistas.
—Estoy tan jodido como tú, hombre —dice, escupiendo al suelo—.
La policía me arrestó el mes pasado, me encontró drogas que estaba
llevando para Charlie. Dijeron que podría ayudarlos a encerrar al viejo o
terminaría encerrado por unos veinte. Me dijeron que les diera esto a los
Wreckers.
—¿Y estuviste de acuerdo? —Puedo odiar a Charlie en este
momento, es una cosa viva y fría dentro de mí, una víbora, enrollada y
apretada con cada nueva información condenatoria, preparándose para
explotar en un rayo de venganza, pero odio a la policía aún más. Llámalo
condicionamiento por pasar tanto tiempo con los hijos de puta después
de que apareció el cuerpo de Murphy.
Sin enterrar.
Y después de haberlo enterrado en el único lugar que solo Charlie
conocía.
¡Mierda!
—¿Pasarías veinte por Charlie, sabiendo lo que sabes ahora? —
Rick hace la pregunta como si la respuesta fuera jodidamente obvia. Y
ahora lo es. De ninguna manera. Le arqueo una ceja a cambio, un 37
comentario justo.
—Vas a hacer algo por mí —le digo.
Se mece en su asiento, la sorpresa cruzando su rostro. Realmente
se había resignado a la idea de que iba a matarlo. Que sus revelaciones
sobre Charlie iban a caer en oídos sordos. Y tal vez lo habrían hecho si
hubiéramos tenido esta conversación hace seis semanas. Pero no
después de la confirmación de que Charlie probablemente tuvo algo que
ver con la hermana de Sloane. No después de la intervención a mi teléfono
celular.
—¿Qué necesitas? —pregunta, igualmente aturdido, aliviado y
dudoso.
—Sube a tu auto. Cierre la puerta. Conduce a Anaheim y espérame
allí.
Frunce las cejas en un ceño perplejo.
—¿Anaheim? ¿Para qué mierda quieres que vaya a Los Ángeles?
—Porque lo digo. Y dame también el nombre del oficial al que estás
informando. —Es más seguro saber el nombre del bastardo que tendrá
la nariz sobre Charlie y, por lo tanto, mi negocio en las próximas semanas
después de que Rick desaparezca.
—No es solo policía —advierte Rick—. La detective Lowell. Denise
Lowell. DEA.
Ese acrónimo es la peor noticia de la historia. ¿La DEA investigando
la mierda de Charlie? También podría escribir mi propio expediente
personal de crímenes cometidos y entregarlo personalmente si lo que Rick
me dice es cierto. Si el viejo me vendió una vez para salvar su propia piel,
lo volverá a hacer. Especialmente con un departamento tan ferozmente
determinado como la agencia de control de drogas. Hijos de puta
hambrientos de poder, todos ellos. Un gran fracaso, el derribo de un
señor del crimen del tamaño de Charlie es un creador de carrera.
Promoción segura. Necesito saber todo lo que hay que saber sobre esta
Denise Lowell. Para ayer.
—Dame tu teléfono celular —gruño. El hombre frunce el ceño,
ofreciéndolo. Lo tiro al suelo y lo pisoteo con fuerza. Rick solo asiente,
mirando con remordimiento los escombros destrozados que quedan en el
asfalto—. Cuando llegues a Anaheim, Michael vendrá a buscarte.
Mantente fuera del camino. Mantén tu maldita cabeza baja. De lo
contrario, lo perderás de verdad. —Me giro y me alejo. Rick y yo nunca
nos hemos llevado bien, nunca nos hemos visto cara a cara, pero ahora
me obedecerá. Incluso si no tiene idea de lo que tengo en mente. Los
dientes descubiertos, la lucha por la posición Alfa, la competencia que
solo él percibió entre nosotros, nunca tuvo una oportunidad, ha
terminado.
Sostuve su vida en mis manos y la dejé pasar.
Con Rick a punto de llegar a la autopista, es hora de que yo también
salga de la ciudad. Tiempo para muchas cosas. Ya es hora de liberar a
38
Alexis Romera del cartel; es hora de que se reencuentre con Sloane y el
resto de su familia. Y es posible que haya hecho de alguna manera la lista
de mierda de Charlie Holsan, pero el viejo también cometió un gran error.
Voy a mostrarle cuán grande es el error que ha cometido. Deseará
haberme dejado pudrirme en la trastienda de la casa infestada de mierda
de mi tío hace tantos años.
6
Sloane
Traducido por astrea75 y yiany

Han pasado quince días. Quince días, y no he escuchado ni una


palabra de Zeth. No sé qué esperaba, que acampara en mi jardín, que me
acechara de mi casa al hospital y regresara todos los días, pero no esto:
silencio total de radio. Lo peor de todo es que estoy muy nerviosa,
buscándolo constantemente. He interpretado el papel de víctima infeliz
en nuestra extraña relación desde hace un tiempo, pero la realidad es
que... quiero saber dónde está. Qué está haciendo. Y por qué no ha venido
a verme. Oficialmente he perdido la cabeza. Sé por qué desapareció de la
faz del planeta, y sé que es mi estúpida culpa. El beso. Ahora me doy
cuenta de que es algo muy personal besar a alguien cuando está dentro
de ti. Y por lo que puedo decir, personal es la última forma en que Zeth
quiere que sea lo nuestro. 39
—Urgh. Pastel de carne hoy. ¿Por qué parece que cada día hay
pastel de carne en esta cantina? —Las internas frente a mí, dos mujeres
jóvenes sujetando sus bandejas contra el pecho, se quejan de la comida
mientras reviso mi lista de pacientes en una de las tabletas electrónicas
que el hospital compró para la sala de emergencias a principios de año.
Una fractura pélvica, una erupción misteriosa y fiebre, una herida de bala
en el pecho. El último tipo fue llevado al centro de traumatología bajo
luces y sirenas, apenas respirando, pulso acelerado y casi inexistente. Es
italiano, un chico cuyo hermano posee un montón de mercados de
productos frescos en el centro, o al menos los tuvo antes de que le volaran
la cabeza. Relacionado con las pandillas, dicen. Los jefes de la mafia,
dicen. Sin embargo, tengo problemas para creerlo. Seattle apenas es
conocida por su vil submundo criminal. De cualquier manera, el
hermano del chico fue asesinado y el chico casi había muerto. En este
momento se encuentra durmiendo por el anestésico en el piso de arriba
de la UCI con una falange de policías que lo custodian en cada extremo
del pasillo. Tienen miedo de que vaya a escapar, o piensan que alguien
vendrá pronto para tratar de terminar el trabajo. De cualquier manera,
la presencia policial me está poniendo ansiosa. Siempre lo hace. Ese
uniforme. Lo asocio con una única y sola cosa: Alexis. Cuando
desapareció, la casa de mis padres estuvo llena de policías durante días.
Al principio fueron serios y decididos, asegurando a mi mamá y a mi papá
que Alexis aparecería, que la encontrarían. Pero a medida que pasaban
los días había cada vez menos policías en nuestra casa, y cuando los
había, venían con una historia diferente cada vez.
Tenemos que reducir el personal para garantizar que los oficiales se
ocupan de todos los casos abiertos.
Todavía tenemos buenas pistas, no hay razón para perder la
esperanza.
Estas cosas llevan tiempo, señora Romera.
Ha pasado más de un mes, señor y señora Romera. El archivo de
Alexis permanecerá abierto, pero hasta que tengamos nuevos contactos,
no hay mucho que podamos hacer en este momento. Manténganos
informados si tienen noticias de su hija.
—¿Budín de vainilla? Hermana, dime que no tomaste el último
budín de vainilla. —La voz corta mis pensamientos. Me doy la vuelta para
encontrar a una de las internas nuevas mirando la copa de budín en mi
mano, la que acabo de sacar del refrigerador frente a mí. Levanta la vista
y obtengo una perversa sensación de placer cuando soy testigo de la
comprensión en su rostro: ¡ah, mierda! Residente. Conozco a la chica,
Jefferies. Es una bocazas; piensa que es una candidata para una
colocación quirúrgica. Pero, de nuevo, estos imbéciles que caminan y
hablan piensan que están compitiendo para una colocación quirúrgica.
—¿Algún problema, Jefferies?
Menea la cabeza. 40
—No, doctora Romera. Definitivamente no hay problema aquí. —
Pasa junto a mí, haciendo una mueca, largándose antes de que pueda
darle rondas en la morgue con Bochowitz por el resto de la semana. Odian
ese castigo. Bochowitz ha estado trabajando en la morgue durante los
últimos treinta y ocho años. Es increíblemente alegre todo el tiempo, todo
el tiempo, y tiene el hábito desconcertante de hablar con sus pacientes.
Por supuesto, todos están muertos, por lo que no responden, y
Bochowitz, en algún momento, desarrolló el hábito de responder por
ellos. Es espeluznante, sí, pero a pesar de todas sus peculiaridades, no
hay una sola cosa que Bochowitz no sepa sobre el cuerpo humano. Como
pasante, voluntariamente pasé mucho tiempo en los sótanos debajo del
bullicioso centro de St. Peter haciendo compañía a Bochowitz, bajando la
cabeza. Era mejor no involucrarme en la política y las facciones formadas
por mis contemporáneos. Pero lo más importante, había estado
aprendiendo.
Veo al doctor Patel al otro lado de la cantina, comiendo solo. No lo
he visto desde la noche en que Zeth trajo a Lacey. Levanta la vista, me ve
acercándome, sonríe...
—Hola, Sloane. ¿Qué hay de nuevo? —Patea con el pie la silla al
otro lado de la mesa frente a él—. Escuché que te quedaste atrapada con
el chico de la mafia con el GSW3.

3
GSW: Término médico, herida de bala.
Hubo un tiempo en que una herida de bala era un caso
emocionante por el que habríamos luchado, pero ahora, habiendo visto
tantos, todos sabemos que son cosas normales esperando suceder. Los
resultados son tan sombríos que muchos residentes hacen todo lo posible
para pasarlos a quien esté más cerca en ese momento.
—Sí, lo sé. El chico murió por un momento, pero lo revivimos.
Suresh asiente, tragando un bocado de comida.
—Ese chico tiene una hoja de antecedentes penales más larga que
tu brazo. Mi mamá compra en esa tienda. Sigo diciéndole que no lo haga.
A ella le gustaba conversar con la mujer, ¿cómo se llama? No me acuerdo.
De todos modos, fue su esposo Frankie quien recibió el disparo hace un
par de semanas. Tanto ella como el hermano, ¿el chico que tienes arriba?
Ambos saben quién mató a Frankie, pero ninguno dirá una palabra a la
policía. Aparentemente están asustados.
Todo esto suena como algo que me pasaría en Nueva York o
Chicago; Abro mi budín y me llevo un poco a la boca.
—Realmente no quiero pensar en nada de eso. Quiero tener
pensamientos felices —le digo, sonriendo—. De nuevo, ¿Cuándo es tu
boda? —Recibí una invitación hace meses y archivé mentalmente el
evento bajo el título de que sucedería demasiado en el futuro como para
preocuparme. Pero ahora esa fecha se está acercando y la mitad del
hospital está llena de rumores al respecto.
—Dos semanas —me dice Suresh, guiñando un ojo—. Un hombre
41
casado. Es simplemente injusto realmente. Estoy en mi mejor momento.
A las mujeres del mundo no se les debe negar esto. —Hace un gesto con
el tenedor hacia su propio cuerpo, moviendo las cejas. No es lo que
podrías llamar belleza clásica, pero tiene algo por lo que las mujeres
realmente se vuelven locas. Me río de su estupidez y me encojo de
hombros.
—Te va a encantar. Rebecca está muy emocionada.
—Lo sé —dice, su voz se vuelve seria—. Me dijo que te dijera que
tienes que traer un acompañante. Obligatorio, me temo.
Ni siquiera he pensado en un acompañante. Me acurruco en mi
asiento, con la vista baja en mi budín. Tal vez podría traer a Pip como mi
acompañante. La gente hace eso, ¿verdad? ¿Traer amigos como citas para
bodas? Le pregunto a Suresh esto y solo me mira.
—No. Tiene que ser alguien con quien estés durmiendo.
¡Ja! Sí, claro. Como si Zeth Mayfair fuera material de acompañante.
—O alguien con quien piensas acostarte después de que te
emborraches en mi boda —continúa Suresh, guiñando el ojo
nuevamente, justo cuando uno de mis colegas, otro residente, Oliver
Massey, se apresura a entrar en la cantina. Se ve acosado. Me ve y mi
estómago se hunde cuando se apresura en mi dirección.
—Te necesito arriba, Sloane. Los policías están exigiendo un paso
a paso con los médicos que trabajarán en el tipo Monterello.
Excelente. Vuelvo a poner la cuchara de plástico en mi copa de
budín. Almuerzo terminado.
—Recuerda, Sloane —me llama Suresh—. ¡Alguien que estés
follando!
Toda la cantina, llena de gente, se da vuelta para verme
escabullirme con la cara roja.
***
—Este paciente es testigo de un asesinato. Está bajo custodia
protectora. Es increíblemente importante que a este tipo no lo maten a
tiros mientras esté en este hospital. ¿Saben lo que eso significa? —El
detective gordo con un mal traje nos habla como si fuéramos estúpidos
del más alto nivel. Es bajo, calvo y camina como un Rottweiler enojado.
La detective delgada, su compañera, supongo, espera pacientemente a
que se calle para poder hablar. Finalmente, tiene su oportunidad.
—Soy la detective Cooper. Estaré aquí en las noches, así que seré
su punto de contacto. Si ven a alguien a quien no reconocen caminando
por los pasillos, pueden acudir a mí o a cualquiera de los oficiales de
servicio e informarlo. Este es un lugar grande y mucha gente va y viene,
por lo que entendemos que puede ser difícil evaluar si creen que alguien
está fuera de lugar aquí. Especialmente cuando intentan hacer su trabajo
también.
42
El equipo de enfermería, que anteriormente estaba de pie, con los
brazos cruzados, mirando al detective gordo, asiente, sus expresiones se
suavizan. Los tres doctores que estamos tratando a Archie Monterello,
Hendry, Oliver y yo, nos encontramos en la parte trasera de la sala
familiar de la UCI, atendiendo todo.
—¿Qué estamos buscando exactamente aquí, detective? Quiero
decir, ¿es algo de la mafia italiana o qué? —Oliver suena tan incrédulo
como me sentí abajo en la cafetería. Esto simplemente no es algo que
suceda aquí.
—No, no italiana. Hemos estado investigando a un jefe criminal de
alto nivel desde hace algún tiempo. Maneja muchos negocios en la
ciudad. Drogas, armas, juegos de azar, dinero falsificado. Se dice que
Frankie Monterello metió la pata en un negocio que este tipo tenía en
marcha y pagó el precio. Sabemos que nuestro sospechoso ordenó el
golpe; solo necesitamos incriminarlo. El hermano de Frankie, Archie, es
la clave para hacerlo. Tenemos fotos de personas conocidas por asociarse
con nuestro sospechoso aquí, solo hay unos pocos rostros de los que
realmente deben preocuparse. Dudo mucho que alguno de ellos sea lo
suficientemente estúpido como para venir aquí. —La detective Cooper
asiente hacia un oficial armado y uniformado que comienza a repartir
hojas de papel con las fotos al equipo de enfermería.
—¿Puede darnos una mejor indicación de cuán peligrosa es esta
situación, detective? —pregunta Hendry—. ¿Es probable que nos
disparen tratando de hacer nuestro trabajo? Es lo que estoy
preguntando.
—No. Estamos aquí para asegurarnos de que eso no suceda. En
esta etapa, contamos con el hecho de que nuestro sospechoso ni siquiera
se da cuenta que está siendo investigado. Piensa que es intocable, pero
está muy equivocado. Nos aseguraremos de que desaparezca por mucho
tiempo.
Hendry asiente, acepta el papel de Oliver, lo estudia
momentáneamente y luego me lo pasa.
—¿Dónde estamos parados con respecto a la defensa personal? Si
uno de estos cabrones viene aquí y nos ataca... ¿se nos permite
dispararles con sedantes? ¿Usar el desfibrilador en ellos?
Las enfermeras ríen. Miro el papel, ya a mitad de camino para
pasarlo a la siguiente persona, cuando mi respiración se atasca en mi
garganta.
Oh.
Oh.
Mi mente sigue diciéndolo. Mi garganta comienza a hincharse
mientras se repite una y otra vez.
Oh…
43
En el papel hay un mosaico de fotos sin nombre, ocho de ellas en
la primera página y más en el otro lado. Están numerados en la página,
y en el número uno, en primer lugar, la cara de Zeth Mayfair me mira
sombríamente.
Siento que me voy a enfermar.
7
Sloane
Traducido por Idk.Zab, MadHatter y Moreline

Si te paras en el techo del hospital St. Peter's of Mercy por la noche,


las cosas que puedes ver son increíbles. Cuando Alexis y yo éramos
niñas, mi padre nos traía aquí a veces cuando sus turnos eran tranquilos.
Los médicos hacían la vista gorda, Jacob Romera era un empleado muy
querido, un radiólogo durante treinta y cinco años en el mismo lugar
donde ahora trabajo. Se mudó a un consultorio privado en Los Ángeles
mucho antes de que yo me presentara aquí como una interna ingenua,
pero su nombre todavía significa algo en estos pasillos. Podría salirse con
la suya.
Su momento favorito para traernos aquí era cuando nevaba, un
evento lo suficientemente infrecuente como para que nos hiciera saltar
de la emoción. Las suaves escamas blancas que giran vertiginosamente 44
desde la vasta extensión del cielo, la gruesa capa de nubes que incubaba
el mundo, solían estremecernos a Alexis y a mí más allá de las palabras.
Nos quedábamos de pie durante horas, con el cuello ardiendo por
estirarlo tanto tiempo, hasta que nuestros cuerpos se adormecían y papá
nos llevaba adentro antes de que una de nosotras se enfermara.
Recuerdos como ese se precipitan hacia mí, dejándome sin aliento cada
vez que vengo aquí.
Pero esta noche los aparto. No está nevando, está lloviendo, y
estamos esperando que llegue un trauma. Me hace sentir mal, la espera.
La adrenalina que necesito para pensar, actuar, moverme rápidamente
ya está pulsando alrededor de mi cuerpo, inútil hasta que pueda ver con
qué estamos lidiando. El viento aúlla, empujando la lluvia de lado,
azotando nuestros cuerpos, empapando nuestras batas quirúrgicas.
Oliver está conmigo, esperando pacientemente. Es un buen amigo, un
buen hombre. Divertido, inteligente, atractivo, un coqueteo terrible. Es
un milagro que esté soltero.
A lo lejos, la volea de algo mecánico resuena en las altas esferas de
la ciudad.
―¿Oyes eso? El helicóptero. ―Oliver me empuja con el codo―. No
puede estar a más de un kilómetro y medio. Golpea el ascensor.
No tengo problemas para agarrar las puertas del ascensor. Ha
estado en este piso durante los últimos diez minutos con las puertas
cerradas, y el equipo de enfermería que está esperando adentro con una
camilla y equipo de soporte vital son agradables y cálidos y están secos.
Es hora de que esos bastardos también se mojen.
Vuelvo corriendo a las puertas de acero y presiono el botón de
llamada justo cuando la poderosa ráfaga de viento sopla a mi espalda,
arrojando agua helada en los rostros de las tres enfermeras jóvenes que
se ríen y bromean adentro. Mikey, el interno, detiene lo que estaba
haciendo, congelado en el lugar. Tiene las manos cerradas detrás de su
cabeza y las caderas hacia adelante, el labio inferior atrapado entre sus
dientes.
―¿Vas a audicionar como estríper masculino, Hoxam? ―grito sobre
el viento y la lluvia.
―No. ¡No! Lo siento, doctora Romera, es...
―¿No volverá a pasar?
―¡No! No, señora. Nunca.
Odio que me llamen señora. Tengo veintiséis años, sin embargo,
estos internos parecen pensar que soy una especie de ser antiguo y
todopoderoso.
―Bueno, cuando tengas ganas de fingir ser médico otra vez, tal vez
puedas mover el culo. El helicóptero se acerca.
Le diré una cosa: Mikey Hoxam es un saco de nervios la mayor
parte del tiempo, o de lo contrario un completo inútil, pero consigue diez
sobre diez por entusiasmo. Es el primero en salir del ascensor, guiando
45
la camilla hasta la azotea. Las ruedas del helicóptero están en la pista
para cuando llegamos a Oliver.
―¿Estás lista? ―me grita.
―¡Sí, señor! ―grita Mikey en respuesta. Oliver le da una mirada que
quitaría la pintura de la madera. El interno se da cuenta de su error y
tiene la decencia de sonrojarse. No puedo evitar sonreír.
―¡Sí, estoy lista! ¡Vamos! ―Apresuramos las puertas del
helicóptero. Dos paramédicos trepan hacia afuera, cuidadosamente
levantando un tablero detrás de ellos, su carga pequeña y frágil.
―Maisie Richards, siete años. Hipotermia, laceración profunda en
el muslo derecho. Encontrada con convulsiones boca abajo en la bañera.
Inconsciente, el pulso sigue siendo taquicárdico. Codificado en ruta,
impactada dos veces.
―¡Bien, llevémosla adentro!
Oliver y el equipo de choque se agrupan debajo de las palas del
helicóptero mientras se hacen cargo del paciente y regresan corriendo
hacia el ascensor. Vuelvo a los paramédicos que están recogiendo sus
cosas de la evacuación médica.
―¿Dónde están los padres?
La primera paramédica, una mujer joven con una expresión severa,
con líneas de expresión ya en desarrollo entre las cejas, suspira
exasperada.
―¿Quién sabe? El vecino estaba dejando comida para la niña;
entraron cuando Maisie no contestó. La encontró en la bañera.
―¿Qué? ¿Estaba sola?
El médico sacude la cabeza como si ella misma no pudiera creerlo.
―¡Romera! ¡Vamos! ―Oliver tiene la puerta del ascensor abierta.
Corro, casi me pierdo el viaje cuando las puertas se cierran.
***
―Está estable. Es un milagro que haya sobrevivido. ―Firmo el
papeleo que hay que completar para Maisie. Estoy furiosa cuando
apuñalo mi pluma en el papel, marcando que la pequeña niña es alérgica
al látex, a la penicilina y a la anestesia. En realidad, es alérgica a todo.
Casi muere cuatro veces cuando la teníamos sobre la mesa, luchando por
rescatar su pierna. La herida era profunda. Horrible. Y si la mamá o el
papá de Maisie hubieran estado aquí, habríamos sabido que no debíamos
tocarla con nuestros guantes. Hubiéramos sabido que no debíamos
ponerle la anestesia regular, y que no le debíamos aplicar penicilina
antiviral después de haber sido arrastrada de vuelta a la tierra de los
vivos. En este momento estoy desconcertada de cómo su pequeño
corazón ha soportado todo el estrés bajo el que ha estado. 46
Oliver observa con una expresión de perplejidad mientras yo
recorto mi firma en la parte inferior del gráfico y la agrego a la enorme
pila de portapapeles para que los internos la archiven.
―Voy a llamar a los SPI ―le digo.
―¿No crees que deberías esperar a que sus padres aparezcan antes
de llamar a Servicios de Protección Infantil?
No tengo palabras.
―¿Acabas de trabajar con la misma niña de siete años que yo?
Porque una niña, una bebé, casi muere hace un momento. Nunca debió
quedarse sola.
―Estoy de acuerdo contigo, no me malinterpretes. Solo digo que
aún no sabes cuáles son las circunstancias.
Empiezo a caminar hacia el vestuario de los residentes, Oliver
siguiéndome. Atravieso la puerta, tirando de mi uniforme por encima de
mi cabeza a medida que avanzo. La sangre los ha empapado hasta
manchar la camisa de manga larga que llevo debajo. Genial. Abro mi
casillero, usando la puerta para dar un poco de modestia mientras me
quito eso también y luego me pongo un suéter limpio. Cuando me doy la
vuelta, Oliver se queda sin camisa, con la blusa colgando de la cintura
del pantalón, sonriendo mientras escribe algo en su teléfono celular.
―No puedo creer que estés sonriendo ahora mismo ―me quejo,
empujándolo. Muchos residentes se han quedado paralizados al ver los
abdominales de Oliver Massey, pero yo no. No desde que diera testimonio
del estómago de Zeth Mayfair. Y definitivamente no hoy. Me agarra
mientras intento escapar.
—También sonreirías si te hubieran invitado a la fiesta de los
internos.
—¿Los internos van a hacer una fiesta?
—Por supuesto que los internos harán una fiesta. ¿Cuántas veces
nos emborrachamos cuando estábamos en sus zapatos?
Pongo los ojos en blanco.
—Sí, bueno, no quiero pasar una noche bebiendo con esos
irresponsables andantes. Y, francamente, tampoco tengo ni idea de por
qué lo harías tú.
—Piénsalo —dice, sonriendo—. Qué incómodos van a estar con sus
jefes bebiendo toda su cerveza y dominando su casa compartida. Será
clásico.
—¡Oh, vamos! —Me río—. ¿Con cuál estás follando, Olly?
Se ve un poco aturdido.
—¡Con ninguna! —Hace un muy mal trabajo al disfrazar la mirada
horrorizada que se desarrolla en su rostro—. No estoy... —Menea la 47
cabeza, soltando mi brazo, lo que me permite darme cuenta de lo cerca
que había estado—. No importa, Sloane. Que tengas una buena noche,
eh. —Da un paso atrás, rápidamente agarrando una camisa oscura del
banco y poniéndosela sobre la cabeza. Bien. De alguna manera logré
enojarlo realmente. ¿Debo decir algo más? ¿Pedir disculpas? ¿Decirle que
solo bromeaba? Probablemente una idea terrible, solo empeoraría las
cosas, sin duda. Todavía se está cambiando, volviendo conmigo, cuando
salgo del vestuario.
Me desplomo contra la pared, cerrando los ojos. Necesito un
momento. No soy buena en esto. No soy buena en ser amiga de la gente,
entendiendo lo que puedo o no puedo decirles sin ofenderlos. Solo
bromeaba hace un momento, pero Oliver probablemente piense que lo
considero poco ético, aprovechándose de sus subordinados. Debería
mantener la distancia de aquí en adelante. Mantenerme sola.
Concentrarme en salvar vidas. Eso sería lo más inteligente. Cuando abro
los ojos, tengo el susto de mi vida.
Zeth.
Apoyado contra la pared frente a mí.
Mirándome fijamente.
—¡Qué mierda, Zeth!
—Estas molesta. ¿Por qué estás molesta?
En ese momento, la puerta del vestuario se abre y sale Oliver. Se
detiene tan pronto como nos ve a Zeth y a mí.
—Hola. —Con una sonrisa rígida y un breve asentimiento, me
elude, su mirada se detiene por un segundo demasiado largo, en el
extraño hombre de cabello oscuro merodeando en el corredor de
personal. ¿Lo reconoció? Un temblor de pánico me hace estremecer, pero
Oliver sigue caminando. De ninguna manera me dejaría a solas con Zeth
si recordara su rostro de las fotos. De todos modos, había estado
demasiado ocupado haciendo preguntas para captar esas caras
correctamente.
Zeth no dice nada. No se mueve ni un centímetro. Nada de él ha
cambiado desde hace un momento, pero puedo decir que está hirviendo.
—He tenido un día realmente malo, está bien —le digo.
—¿Por qué? —dice entre dientes.
—Porque una niña pequeña casi muere y sus padres no se
encuentran por ningún lado, y no sé si se supone que debo llamar a
Servicios de Protección Infantil o esperar hasta que aparezcan,
buscándola. Si es que alguna vez lo hacen. Ahora realmente solo quiero
ir a casa, ducharme y acostarme, ¿de acuerdo? No necesito...
—Llámalos.
—¿Perdona?
—¿Qué tienes que pensar? Llama a SPI —dice. Su voz es profunda
48
e intensa, delatando una sorprendente ferocidad—. Algunas personas —
dice, caminando hacia adelante—, no merecen tener hijos. De hecho,
algunas personas deberían ser castradas químicamente para asegurarse
de que nunca se les permita el privilegio.
Levanta la mano y creo que está por meter el mechón de cabello
desordenado que se ha caído de mi cola de caballo detrás de mi oreja. Sin
embargo, no lo hace. Lo frota entre las yemas de sus dedos pulgar e
índice.
—Hay sangre en tu cabello —retumba.
—Estoy acostumbrada. —Vuelvo a colocar el bolso sobre mi
hombro, haciendo cualquier cosa para mantenerme en movimiento.
—Tienes un trabajo violento —me dice. Una carcajada histérica
estalla en mí, resonando en las paredes del corredor.
—Tienes que estar bromeando ahora. Zeth, no puedes estar aquí.
Necesitas irte. Ahora mismo.
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
Me giro y le golpeo el pecho con el dedo índice.
—Tu rostro está empapelando todo el tercer piso de este hospital,
eso es lo que sucede. Archie Monterello, un tipo de la mafia italiana,
recibió un disparo la otra noche y los policías piensan que un jodido señor
del crimen que están investigando tiene algo que ver con eso. Y tú,
aparentemente, eres uno de los "muchachos" de este jefe del crimen.
¡Prácticamente esperan que vengas y voilà! —Le frunzo el ceño—. Aquí
estás.
Zeth se ve un poco perplejo. Para nada suficientemente molesto por
lo que le digo.
—¿Le han disparado a Archie?
—Sí. Ha sido inscrito en Protección de Testigos o está bajo
protección policial o algo así.
—Si estuviera bajo el programa de protección de testigos, ya se
habría ido. Nombre diferente, historia diferente, vida diferente.
—Huh. Eso suena agradable. Debería investigarlo, ver si puedo
inscribirme en el programa.
—Estás siendo dramática.
—¿Dramática? ¿Dramática? ¿En serio? —El tono de mi voz está
llegando a niveles histéricos. Él solo se queda allí, mirándome,
observando mi expresión y mi lenguaje corporal como si pudiera leer la
verdad de las cosas, la verdad en mí, de esa manera. Nos miramos
ferozmente el uno al otro por un momento, ninguno de los dos retrocede.
Y luego se acerca y toma mis dos manos, juntándolas detrás de mi
espalda. Lo hace tan lenta y metódicamente que ni siquiera pienso en
luchar hasta que me tiene firmemente restringida. 49
—¿Qué mierda crees que estás haciendo, Zeth?
—Esto no es por Archie Monterello. O por una niña con padres que
no la han cuidado.
—¿Y cómo demonios sabrías de qué se trata? —Con nuestros
cuerpos unidos, puedo sentir el calor que fluye de él, veo el latido del
corazón latiendo en el hueco de su cuello. Intento retroceder, pero él
menea la cabeza, su rostro es una máscara de control en blanco.
—Esto se trata del hecho de que me besaste y yo me enojé contigo.
Y ahora estás enojada conmigo. Y —agrega, su voz grave y baja, pero
insoportablemente silenciosa—, luego desaparecí durante dos semanas y
no te llamé ni vine a verte.
Intento apartar mis manos, tirando contra él, pero esto solo lleva a
que me aplaste contra su pecho. Jadeo en dos respiraciones enfurecidas,
luego siseo:
—¡Como si me importara que no vinieras a verme, Zeth! ¡Como si
me importara una mierda!
Un sonido bajo, medio siseo, medio gruñido, se acumula en su
garganta.
—Por supuesto que te importa una mierda.
Me burlo de eso, pero no creo que tenga mucho éxito en
convencerlo de que está equivocado.
—¿Entonces me estás diciendo que al menos sabes que has sido
un imbécil?
—Ya sé que estás molesta.
Quiero cubrirme la cara, pero no puedo. Hago algo mejor y cierro
los ojos. Una vez que me he dado un segundo para respirar, los abro,
viéndolo con una mirada de piedra.
—Suéltame, Zeth.
—No.
Simplemente no puedo creer a este chico.
—¿Qué demonios quieres de mí? Has dejado muy claro que no
quieres estar cerca de mí, así que ¿por qué...?
Hace un sonido burlón en el fondo de su garganta. Combina el
sonido con una ceja elevada.
—¿Cómo lo he dejado tan claro?
—Creo que todo el asunto de no vuelvas a besarme de nuevo en tu
jodida vida y luego desaparecer por dos semanas habla por sí mismo,
¿no? Tu actitud habla por sí misma.
Toda esta conversación parece entretenerlo mucho. Lucha contra 50
el comienzo de una sonrisa mientras dice:
—No tengo una actitud. Solo soy yo. —Esta declaración no mejora
las cosas. Considero golpearlo con mi bolso—. Pregúntame dónde he
estado las últimas dos semanas —dice.
Maldito sea. Exhalo, tratando de mantener mi mal carácter bajo
llave.
—¿Dónde has estado?
—He estado haciendo los arreglos necesarios para ir a buscar a tu
hermana.
Oh. Dejo de luchar un poco.
Alexis.
Una profunda ola de dolor me inunda. Es como si una pequeña
parte de mí se hubiera convencido de que está muerta y cada vez que él
dice su nombre, me está preparando para el momento en que regrese sin
ella. El momento en que me diga que se equivocó. Que esta persona que
ha encontrado no es ella en absoluto, y que Alexis ya está muerta. Dejo
que el dolor se hunda profundamente, de vuelta a mis huesos, y luego
digo lo único que puedo decir, ya que él ha estado trabajando para
ayudarme.
—Bueno. Gracias. Supongo.
—De nada. Ahora pregúntame por qué me mantuve alejado.
Realmente ya no quiero jugar a este juego. No quiero sentirme tan
impotente, aplastada contra él, ni incapaz de escapar. Tampoco me gusta
cómo, hasta ahora, llega con este olor a rosas.
—Bien. —Fijo mis ojos desafiantes en él—. ¿Por qué te has
mantenido alejado?
—Me mantuve alejado porque necesitabas tiempo para no sentirte
estúpida por haberte rechazado.
¡Guau! ¿Qué. Mierda? Él es... ¡es jodidamente increíble!
—No me rechazaste. ¡Me acababas de follar, imbécil!
—Lo sé. Pero te sentiste rechazada en ese momento, ¿verdad? Si
hubiera venido a verte hace dos semanas, todavía te habrías sentido así.
—Entonces, ¿esperaste dos semanas hasta que estuviera
jodidamente furiosa contigo en su lugar?
Se encoge de hombros.
—Furiosa es más fácil de arreglar.
Quiero castrar al hijo de puta. Quiero literalmente patearlo
repetidamente en las bolas hasta que no hubiese posibilidad de que se
reproduzca. Al menos así, el futuro de las generaciones femeninas más
jóvenes estaría a salvo de la posibilidad de que haya alguien tan
peligrosamente manipulador e inteligente como él.
Tiene razón. Odio que la tenga, pero tiene razón. Me sentí
51
rechazada, y hubiera odiado verlo hace catorce días. Urgh. De repente me
siento atrapada por un cansancio extremo que convierte mis
extremidades en plomo.
—Tengo que irme a casa, Zeth. No puedo hacer esto contigo ahora.
No dice una palabra más. Me libera de su agarre, tomándome de
una mano para poder guiarme a través del laberinto de pasillos en la
planta baja; la facilidad con la que hace esto me hace pensar que conoce
este lugar. Lo conoce un poco mejor de lo que me gustaría. Mantiene la
cabeza baja al menos, mirando al piso hasta que llegamos a la salida.
Gracie, la jefa de enfermeras de turno, me saluda cuando nos vamos,
pero aparte de eso no nos detienen.
Afuera, Zeth me lleva lejos del área brillantemente iluminada del
estacionamiento donde estacioné mi Volvo en la sección más alejada. El
rincón sombreado y oscuro del lote donde las cámaras de seguridad no
funcionan.
—¿Qué estás haciendo? —Trato de liberar mi mano, pero tiene un
sólido agarre sobre mí—. Zeth. ¡Zeth! —Se detiene. Gira. Cuando tengo
su atención, le pido la información que necesito saber antes de poder dar
un paso más con él—. ¿Le disparaste a ese chico?
—No.
—Pero trabajas para un jefe criminal, ¿no? ¡No!
Zeth no responde. Me da una mirada cansada.
—Sloane, necesito que cuides de Lacey. —Nos miramos el uno al
otro durante mucho tiempo mientras trato de averiguar si debería tratar
de esconderme con él o de pedir ayuda. Esto se siente como un momento
crucial ahora mismo. Negó haber disparado a alguien, sí, pero no ha
negado estar en la nómina de un delincuente muy peligroso. Se lo que
eso significa. Lo que sea que este hombre pueda ser, un asesino, un
matón, o criminal, es honesto. Sé que es honesto conmigo. Nuestra
extraña conversación en el pasillo solo ha resaltado eso. Al no darme una
respuesta, ha encontrado una manera de mentirme. Me da una mirada
cargada; Es casi suplicante. Y luego él realmente suplica.
—Solo… por favor. Por favor, Sloane. Voy a buscar a tu hermana.
Puedes hacer esto por mí.
—Sí. Sobre eso. ¿Dónde está ella? Debería ir contigo. Es tímida,
Zeth, no se irá contigo.
Niega con la cabeza.
—Está en un lugar al que no puedes venir. Un lugar peligroso. Las
quiero a ti y a Lacey aquí, donde puedo tener a personas manteniendo
un ojo en ustedes.
—¡Zeth! ¡Ella es mi hermana!
—Quieres pelear conmigo sobre esto, no me molestaré en ir
jodidamente allí en lo absoluto —gruñe—. O la saco solo de allí, o me 52
quedo y puedes seguir echando de menos a tu hermana.
Oh Dios mío. Él sabe. Sabe lo mucho que quiero recuperarla y lo
está usando para salirse malditamente con la suya.
—Bueno. ¡Está bien!
Mira hacia otro lado rápidamente. No hay expresión de alivio. Ni
agradecimiento. Ni nada. Caminando rápidamente, me lleva a un
reluciente Camaro negro mate, estacionado quizás en el rincón más
oscuro de todo el lote. A través de la ventanilla del asiento trasero, Lacey
nos mira preocupada, con las rodillas debajo de la barbilla.
—¿La trajiste contigo?
—Me voy ahora, Sloane. Si los policías piensan que tengo algo que
ver con el tiroteo de Archie, entonces suena a que me espera un viaje
obligado fuera de Seattle, de todos modos.
Podría matarlo. Literalmente podría envolverle las manos alrededor
del cuello, probablemente no llegaría a rodearlo, pero ¿a quién demonios
le importa? Y estrangularlo hasta la muerte.
—Eres realmente difícil, ¿lo sabes?
Zeth abre la puerta del tuneado y monstruoso auto y se inclina
para sacar a Lacey. Se ve aún más pálida que la última vez que la vi en
el hospital, aunque sus ojos parecen más brillantes, más rápidos, más
receptivos. Se pone de pie, sosteniéndola, rodeándole el cuello con los
brazos, y por un momento se ve desgarrado. Se preocupa por esta chica.
La ama a su manera. Por millonésima vez me pregunto quién demonios
es ella para él. Pero ahora no es el momento adecuado para preguntar.
—Estoy cansada, Zeth —murmura Lacey—. Solo llévame a casa.
—No puedo, niña. Tengo que dejarte con la doc por un tiempo, ¿de
acuerdo?
Lacey me mira con cautela y luego entierra su rostro en el pecho
de Zeth. Él me mira con dureza.
—¿Dónde está tu auto?
Tengo ganas de ser una idiota al respecto. Tú dime. Eres un
psicópata, ¿verdad? Me has estado observando. Deberías saber dónde
está mi auto. ¿Pero de qué serviría? Para joderlo, para eso. Aún así, me
doy la vuelta y me dirijo en dirección a mi auto. Cuando llegamos, abro
la puerta del pasajero, pero Zeth niega con la cabeza.
—Ella no puede. No lo hará —dice.
Está bien. Supongo que debería recordar eso. La coloca
cuidadosamente en el asiento trasero y una mochila pequeña, que ni
siquiera me di cuenta de que había agarrado, la mete detrás de ella. Una
vez que cierra la puerta, coloca sus manos sobre mis hombros.
—Necesita ver a Pippa.
Asiento, al menos no discuto con él en eso. 53
—Haré que la vea. —Abro la puerta de mi auto, con toda la
intención de entrar y alejarme lo más rápido que pueda, tal vez si el
karma está de mi lado, puedo salpicarlo con algunos charcos de agua de
lluvia en la cara, pero él agarra mi brazo, deteniéndome. La puerta hace
un repetitivo sonido de ding, ding, ding, mientras me mira fijamente.
—Lo siento, Sloane.
Parpadeo hacia él, tratando de leer su expresión. Es una serie de
cosas mezcladas, lo que dificulta descifrarlo.
—¿Lo sientes?
¿Una disculpa? ¿Saliendo de su boca? Estoy tan aturdida que
apenas puedo creer lo que escucho. Simplemente parece algo que él
nunca haría.
Mira hacia otro lado, de vuelta al estacionamiento de autos,
apretando la mandíbula.
—No le pido ayuda a nadie. Pero sé que puedo confiar en ti —
murmura.
—Por supuesto que sabes que puedes confiar en mí. Me estás
manteniendo como rehén emocional con mi hermana. Sabes que haré
todo lo que me digas para recuperarla. La pregunta es ¿puedo confiar en
ti?
Esboza una lenta y profunda sonrisa, con los ojos brillando con
una diversión repentina.
—¿Deberías confiar en mí? Absolutamente no. ¿Puedes confiar en
mí? —Me deja esperar un momento, todavía sonriéndome. Ding, ding,
ding. El auto persiste en su repiqueteo, anunciando que la puerta aún
está abierta. Zeth da un paso adelante, levantando una mano para
ahuecar cuidadosamente mi mejilla en su palma. Suavemente me roza la
sien con los dedos, inclinándose un poco hacia mí. Ladea la cabeza en
ángulo para poder sumergirse e inhalar profundamente de mi cabello—.
Sí —exhala—. Puedes confiar en mí. Te entregaste a mí en mi
departamento; Nunca lo había hecho antes, pero me entregué a cambio.
Puede que no haya querido, Sloane, pero no tuve una jodida elección en
el asunto. Eso significa que nos pertenecemos el uno al otro ahora. Y
significa que volveré por ti pronto. Haré todo lo posible para encontrar a
tu hermana, y haré todo lo posible para que esos bastardos paguen por
lo que le han hecho.

54
8
Sloane
Traducido por Emotica G. W

Las palabras de Zeth me atormentan hasta que me provoco una


migraña por pensar demasiado en ellas. Despierto antes del amanecer y
me quedo allí, dándoles vueltas una y otra vez en mi cabeza,
preguntándome qué demonios quiso decir con lo que dijo: me entregué a
cambio. Puede que no haya querido, Sloane, pero no tuve una jodida
elección en el asunto. De la boca de cualquier otra persona en la faz de
este planeta, sería bastante obvio lo que quiso decir. Y, sin embargo, de
Zeth Mayfair, podría significar todo y, por otro lado, nada en absoluto.
Quiero preguntarle. Quiero levantar el teléfono y exigir saber qué
demonios estaba pensando, diciéndome eso. Aunque no puedo hacerlo;
mi orgullo simplemente no me deja. Y tampoco debería querer saber.
Tengo la impresión de que el sonido del tono de marcado en mi oído
mientras espero que conteste sería como sentarme con un sobre sellado
55
en las manos. Uno que contiene los resultados de un análisis de sangre
terrible que me dirá si voy a sobrevivir a algo o en cambio a sucumbir.
Porque me parece así de drástico, todo esto de tener a Zeth en mi vida y
cómo se encuentra en mi vida. Y esencialmente aún no sé nada sobre el
hombre.
Joder. Necesito dejar de pensar en él. Tan pronto como los primeros
rayos de luz del día se asoman por el horizonte y astutamente atraviesan
las persianas de mi habitación, me levanto y me ducho, arreglando
mentalmente todo el desastre para resolver en otro momento. Soy buena
en eso.
En cambio, tengo una huésped en la que centrarme. Lacey es un
enigma. Está despierta antes que yo, sentada en la barra de desayuno,
metiendo una cuchara de Lucky Charms (no tengo ningún Lucky
Charms) en su boca cuando bajo. A través de las ventanas de piso a
techo, observa la ciudad cobrar vida lentamente, una máquina pesada,
gris aparentemente descongelándose, recordando su propósito. Cuando
ve que me acerco con cautela, su cuerpo ligero se tensa, chocando la
cuchara contra el cuenco.
―Lo siento. Usé tu leche. Estaba hambrienta. Aunque traje mi
propio cereal ―me dice suavemente.
―Está bien. Siéntete libre de sentirte como en casa aquí, Lacey.
Sírvete lo que quieras. ―Sonrío para respaldar esta afirmación. Lo digo
en serio. No tengo idea de lo que ha pasado, pero sé que fue suficiente
para hacerla querer morir. Repetidamente, de hecho, dadas las cicatrices
que presencié en sus muñecas. Levanta lentamente la cuchara de nuevo,
como si le hubiera dado el permiso que necesita para seguir comiendo.
―Solo eres una residente, ¿o no? ―me pregunta.
En el armario, a medio camino de alcanzar mi propio cuenco de
cereal, me pongo rígida. Solo una residente es algo extraño que decir.
Convertirse en residente quizás es una de las cosas más difíciles que una
persona puede hacer, y sin embargo, la forma en que Lacey lo dice, lo
hace sonar como si fuera una fracasada.
―Sí, bueno, supongo que sí ―le digo.
―¿Cuánto dinero ganas en un año? ―Se lleva los Lucky Charms a
la boca; sus dientes hacen clack en el metal de la cuchara.
―Un poco más de cuarenta y siete mil ―le digo. Probablemente
patearía el trasero de otra persona que me hiciera esa pregunta con ese
tono de voz en particular, pero cuando tienes un daño mental obtienes
privilegios especiales. Lacey parece entender este privilegio mientras
continúa con su abrupta línea de preguntas.
―¿Entonces cómo es que puedes pagar este lugar? Arriba en la
colina, fuera de la ciudad. Vista asesina.
―Mi abuela me dejó una herencia. Un montón de dinero, supongo.
Lo invertí todo en este lugar. 56
Lacey reflexiona sobre esto. Come un poco más de sus Lucky
Charms.
―¿Trabajarás hoy?
―No. Vamos a ver a mi amiga Pippa. ¿Recuerdas la mujer de la que
te hablé?
―¿La psiquiatra?
―Sí. Es adorable. Realmente te agradará, Lacey, lo prometo. ―No
parece muy convencida. Se enfurruña en su cereal mientras enjuago una
cuchara, tratando de pensar en algo que decirle. Siento que estoy
caminando sobre cáscaras de huevo. Necesito algo en común con esta
chica. Veo la caja de cereales y se forma una idea, sí, soy patética, pero
¿qué más se supone que debo hacer?
―¿Te importa si como un poco de tus Lucky Charms? ―Incluso en
esta pequeña cosa, si se siente menos en deuda conmigo, si siente que
está haciéndome un favor, entonces podría cambiar la dinámica de
nuestra relación dolorosamente incómoda. Me mira con el ceño fruncido,
y puedo decir que está evaluándome, tratando de entenderme.
Finalmente, susurra, "Claro", empujando lentamente la caja hacia
mí con el codo.
Me sirvo un cuenco modesto, asegurándome de no tomar
demasiado.
―¿Este es tu favorito?
―Sí.
―¿Por qué? ―Sirvo la leche, y luego tomo un bocado, tratando de
no hacer una mueca ante la dulzura de la sacarina.
―Debido a los poderes ―me dice.
Me paro más derecha.
―¿Qué quieres decir?
―Los dijes. Cada uno te da poderes. ―Esto hace sonar una
campana vaga y distante en mi memoria, un recuerdo de la infancia,
borroso y polvoriento por lo viejo. Miro su desayuno y noto que ha
separado todos los malvaviscos en el borde de su cuenco, quedando ahí,
corriendo colorante amarillo, rosa y verde en el resto de su cereal
mientras come―. Todos los dijes, se supone que deben ser buenos para
algo si comes lo suficiente ―continúa. Se inclina sobre la barra de
desayuno entre nosotros y saca una de las lunas de mi cuenco y se la
mete en la boca. Esto se siente como un gran avance. Le sonrío.
―Está bien, Lacey, vas a tener que ponerme al corriente. ¿Qué
significan todos?
Sus labios forman una sonrisa nerviosa, cansada. No hace contacto
visual; mira la mesa entre nosotros.
―Los tréboles son conocidos por todos. Te dan suerte, pero es 57
inteligente porque nunca sabes qué tipo de suerte conseguirás. Buena o
mala, así que... ―Se encoge de hombros―. Y luego herraduras, el poder
de acelerar las cosas. Las estrellas fugaces te dan el poder de volar. El
reloj de arena para controlar el tiempo, los arcoíris para deslizarse de un
lugar a otro. ―Presiona sus dedos índices juntos, y luego los separa―. Los
globos significan que puedes hacer flotar las cosas. Corazones, puedes
traer cosas de la muerte.
Miro hacia abajo y veo todos los dijes que mencionó ubicados en el
borde de su cuenco, sin comer. Se comió el dije con forma de media luna
de mi cuenco, el único que no ha explicado. Y por lo que parece, ese es el
único que también ha comido de su cuenco.
―¿Y qué hay del dije de luna? ¿Qué hace ese? ―Al instante me
arrepiento de preguntar. Su rostro cae, curvando los hombros para
formar una barrera entre nosotras dos.
―No estoy segura, en realidad. Lo olvidé. ―Respira hondo,
alejándose de la encimera―. ¿Te importa si uso tu ducha? Me siento
bastante asquerosa.
―Por supuesto. Sin problemas. Como dije, siéntete como en casa.
Evita hacer contacto visual conmigo mientras lava rápidamente su
cuenco y se apresura a salir de la cocina. Una vez que se fue, no puedo
evitarlo; lo busco en mi teléfono:
Lunas azules, el poder de la invisibilidad.
9
Zeth
Cuatro años atrás
Chino.
Traducido por RRZOE

El doctor Walcott, fanático del béisbol de los Yankees, profuso


creador de la transpiración, dador de diazepam y otras drogas
maravillosas, tiene un trastorno nervioso. Estoy bastante seguro de que
lo tiene, de todos modos. En cada reunión que tenemos, él mastica al
menos tres lápices. Tres lápices en el espacio de una hora. Supongo que
eso debe costarle al estado al menos un par de cientos de dólares al año,
teniendo en cuenta que no soy el bastardo más aterrador aquí. Debe
pasar por lo menos cinco con esos tipos. Juega el papel de parecer
relajado, pero sé que si me muevo demasiado fuerte, se cagará en los
pantalones y llamará a los guardias. Patético, de verdad. Me refiero a por
58
qué trabajar en una prisión si estás tan aterrorizado por tus pacientes.
Excepto que no nos llaman pacientes aquí. Nos llaman reclusos. Si
estuviéramos afuera y sentados en una oficina con el viejo Walcott,
tomándonos un café, en realidad podría ser un buen médico. Pero con
un tratamiento obligatorio como este, las personas tienden a ser un poco
reticentes. Obstructivos. No dispuestos a cooperar, si quieres. Por lo
general, caigo en la última categoría, pero hoy me veo obligado a cantar
una canción diferente.
—Así que la junta de apelaciones ha revisado tu caso, como sabes.
—Walcott mueve un poco de papel dentro de mi archivo, revisa ágilmente
su contenido mientras de alguna manera logra mantener un ojo sobre
mí—. ¿Te han informado que rechazaron originalmente la solicitud de tu
abogado de liberación anticipada de inmediato?
—Sí. —El abogado de Charlie, el chico de ciudad con el cabello
impecable, el traje inmaculado y los zapatos inmaculados me lo dijo. No
es como si hubiera esperado que la apelación continuara, de todos
modos. Para ser honesto, me sorprendió que el juez solo me hubiera dado
diez años en primer lugar.
—Dada la naturaleza violenta de tu delito y tu aparente falta de
remordimiento, no consideraron apropiado que te liberaran hasta que
cumplieras al menos la mitad de tu condena. ¿Cuánto llevas ahora?
—Dos años cumplidos.
—Bueno, entonces tienes un largo camino por recorrer, Mayfair. Al
menos otros tres años antes de cualquier posibilidad de libertad
condicional a menos que hagamos esto correctamente.
—Tres años no es tan malo —le digo, sonriendo. Pero por supuesto
que es malo. Tres años bien podrían ser treinta aquí. Si alguien te dice
que se relajó e hizo una temporada fácil en Chino, es un maldito
mentiroso. Este lugar es el infierno en la tierra.
—Pero, ¿y si dijera que podrías salir de aquí en seis meses, Mayfair?
—Diría que eso suena bien.
Walcott niega con la cabeza, suspirando, mirando por encima de
mis papeles una vez más.
—Realmente no sé cómo lo hizo, para ser honesto. Un trato como
este, francamente, no debería estar sobre la mesa para ti, Mayfair. Tu
abogado debe estar jugando al golf con las personas adecuadas.
A la mierda mi abogado jugando al golf con las personas
adecuadas. El trato que me dio la junta de libertad condicional tuvo más
que ver con los chicos de Charlie que visitaron algunas casas de jueces.
No hay violencia involucrada, por supuesto. Solo ladrillos de billetes sin
marcar, algunas botellas de malta única y algunas palabras bien
susurradas en los oídos correctos.
—Y aquí es donde nos encontramos, Mayfair. Si trabajas conmigo
voluntariamente, entonces ambos ganamos. Puedo ayudarte y tú te vas. 59
¿Tenemos un trato?
Siento que estoy regalando algo cuando respondo:
—Claro.
Puede decir que no estoy muy feliz por eso.
—Excelente. Bien. Bueno, habitualmente comenzaría con la ofensa
que te llevó aquí, pero creo que quizás hoy volvamos al principio.
Comencemos con tu infancia. —Se sienta, metiéndose en la boca el
extremo de su lápiz negro que ha hecho girar una y otra vez en la mano.
Simplemente me mira como si estuviera esperando que le dijera algo muy
terrible y específico que explique exactamente por qué soy como soy.
—Lo siento, ¿hiciste una pregunta? —digo en un gruñido.
—Tu infancia, cuéntame sobre eso.
—¿Qué quieres saber?
—¿Fue feliz? ¿Tuviste muchos amigos? ¿Te llevaste bien con tus
padres? Ya sabes, esa clase de cosas.
Típico psicólogo de mierda. Mi silla cruje mientras me recuesto en
ella. He acumulado cien kilos de músculo desde que fui arrastrado,
esposado, a través de las puertas de esta mierda.
—Fue jodidamente miserable. Cuando tenía cuatro años me fui a
vivir con mi tío en California. Estaba borracho y le gustaba lastimar a los
niños pequeños. —Sospecho que no todas los entrevistados de Walcott
son tan directos como yo. El hombre palidece.
—Y cuando dices que te lastimó, ¿te refieres a...? —se calla
incómodo, volviendo a morder su lápiz.
—No, no quiero decir sexualmente. Quiero decir con un bate de
béisbol. Quiero decir con sus punteras de acero. Quiero decir con sus
puños.
Walcott escribe eso. Prácticamente puedo verlo en el maldito papel:
fue golpeado de niño. Explica las tendencias violentas en la vida adulta.
Un intento de comprender, controlar lo que le sucedió en sus primeros
años. Un intento de recuperar su supuesta pérdida de poder.
Pero incluso cuando era niño cuando mi tío me golpeaba y mis
huesos aún en formación se rompían como si fueran leña, no sentía que
hubiera perdido mi poder. Solo estaba esperando. Esperando el día en
que fuera más grande y más fuerte que él. Aguardando mi momento.
—¿Y tus padres? ¿Por qué te dejaron con tu tío?
—Porque murieron. Mi padre tenía dolor de cabeza. Iban al cine,
me dejaron con una niñera. Mi madre dijo que conduciría pero estaba
embarazada, lista para explotar, por lo que no se lo permitió. Los médicos
dijeron que tuvo un aneurisma al volante y envolvió su Chevy alrededor
de una farola.
Hablar de mis padres no es algo que me guste hacer, pero con esa 60
carta de seis meses para salir de la cárcel sobre la mesa, realmente no
tengo muchas opciones. Sin embargo, no le digo a Walcott sobre las cosas
importantes. Los pocos recuerdos nebulosos y codiciados que los
mantenían vivos dentro de mí: el olor del perfume de mi madre, dulce,
ligero y floral; su cabello oscuro y ondulado que me hacía cosquillas en
la cara cuando me daba un beso de buenas noches; la risa estruendosa
y llena de alegría de mi padre; el zumbido, el latido del corazón del bebé
dentro del vientre tenso y redondo de mi madre. Me sentaba durante
horas escuchando mientras la criatura desconocida volteaba y pateaba
dentro de ella, mientras mi madre acariciaba suavemente mi cabello y me
contaba historias.
—Lamento escuchar eso —dice Walcott. Afecta un nivel de simpatía
en su voz que casi me hace creerle—. ¿Y qué pasó después? ¿Después de
que dejaste a tu tío?
Ahora está pisando terreno peligroso. No hablaré de Charlie. No
puedo. De lo contrario moriré aquí antes de salir.
—Vivía en la calle. Hice lo que tenía que hacer para sobrevivir.
Robo, trabajos ocasionales, moviéndome mucho. Evité el sistema. —Mi
tío siguió cobrando los cheques de cuidado que el gobierno envió, que se
suponía que se gastaban en cuidarme, hasta el día que cumplí dieciocho
años y se negaron a enviarle más. No tienen pruebas de que realmente
conozca a Charlie. Traerlas ahora sería abrir una lata de gusanos
marcado con peligro: extremadamente nocivo para la salud.
—Ya veo. —Escribe todo esto. Sin embargo, no tiene ningún punto
de mierda. La historia que le acabo de contar es la misma que casi todos
los reclusos en este lugar comparten—. Está bien, Mayfair, ¿puedes
contarme tu recuerdo más feliz de la infancia? —Atrapo su lápiz, la punta
suspendida sobre el papel lista para escribir cualquier momento
profundo que estoy a punto de impartir.
—No.
Silencio.
—Escucha, si vuelves a no cooperar...
Lo interrumpo. No pueden joderme lidiando con amenazas
administrativas; solo quiero terminar esta sesión.
—No estoy siendo difícil, doctor Walcott. No puedo contarte un solo
recuerdo feliz en mi infancia porque no hay ninguno.
—¿Ni siquiera uno? —Parece dudoso.
Le digo la verdad.
—Nop. Ni siquiera uno.
Porque incluso los recuerdos de mis padres; el perfume, el cabello,
la risa, los latidos, son quizás las partes más tristes.

61
10
Sloane
Traducido por astrea75 y yiany

En todo caso, Lacey se vuelve más tranquila a medida que nos


acercamos al apartamento de Pippa. Parecía una mala idea llevar a la
chica a la práctica. Es un lugar indudablemente médico, y tengo la
sensación de que es lo último que Lacey necesita. Especialmente dada su
reacción a su experiencia reciente en una cama de hospital. Detengo mi
Volvo en el estacionamiento subterráneo y tomamos el elevador hasta el
decimosexto piso del bloque de apartamentos de Pip. La vista es
impresionante cuando salimos del ascensor: el Space Neddle es un gris
inconveniente en el horizonte de la ciudad, casi tragado por los otros
rascacielos. Un parque verde se extiende por kilómetros entre aquí y allá,
moteado de colores bronce y cambiantes del otoño.
Cuando ve la vista desde la ventana, Lacey se encoge en la 62
sudadera que lleva puesta, dos tallas más grandes y que definitivamente
no es suya. Me siento extrañamente incómoda de que Lacey use la ropa
de Zeth. Dios sabe por qué.
Eres una persona loca, por eso. Él no es tuyo. Y estarías loca de
querer que lo fuera, me aconseja una voz aguda en mi cabeza. Esa voz ha
comenzado a tener un parecido sorprendente con el de Pippa, un hecho
que me hace querer irracionalmente golpear en la mandíbula a mi mejor
amiga. Sé que ella me está protegiendo. Lo sé y, sin embargo, no puedo
evitar resentir sus palabras de advertencia. A su parecer, podría ser
reticente y lo más distante posible, pero la verdad sincera del asunto es
que no puedo dejar de pensar en él. No puedo dejar de pensar en sus
manos sobre mí. Su boca caliente jugando con mi piel. Sus manos fuertes
poseyéndome de la manera más exigente.
—¿Realmente necesitamos hacer esto? —La pequeña voz de Lacey
corta el silencio del pasillo. Luce pequeña, delicada. Frágil, como su
nombre, supongo. Como el encaje4. Pero sobre todo, se ve asustada.
—Vas a estar bien —le digo—. Piénsalo de esta manera: estás aquí
por tu propia voluntad. Podemos irnos cuando quieras. No tienes que
tomar ninguna píldora ni decirle a Pippa cualquier cosa que no desees.
No habrá ningún registro de que hayas estado aquí, y es gratis. No tienes
nada que perder, Lacey. Pero hay mucho que ganar, ¿verdad? —Coloco

4
Encaje en inglés es "lace", como el nombre de la joven.
cuidadosamente una mano sobre su hombro y lo aprieto suavemente.
Todavía no la he tocado en absoluto, y creo que esperaba que se asustara
por el contacto. No lo hace, sin embargo. Dudando asiente y se muerde
el labio inferior.
—Bueno. ¿Y podemos irnos cuando yo quiera?
Obviamente necesita la tranquilidad extra; se la entrego sonriendo
y la guío al departamento de Pippa.
Golpeo bruscamente, como un policía, y Pippa solo nos deja
esperando en la puerta durante diez segundos. Abre la puerta
suavemente y allí está ella, en elegantes pantalones de mezclilla azul y
una camisa blanca limpia, metida en sus pantalones. La ropa informal
de Pippa es similar a algo que usaría para una entrevista de trabajo. Sin
embargo, tiene el cabello suelto y le llega hasta los hombros, y el efecto
la hace parecer menos severa. Menos doctora y más mamá futbolista.
—Hola chicas —dice, sonriendo ampliamente. Su tono
despreocupado hace que parezca que nos estamos reuniendo para ver
películas, beber vino y hablar de chicos. Absurdo, pero necesario. Lacey
le lanza una mueca que podría pasar por una sonrisa, una penosa, y las
dos entramos en el apartamento de Pip. El lugar huele suavemente a
lirios y jazmín. Bellamente conservado, el lugar tiene la sensación
prístina de una sala de exposición, aunque pequeños toques hacen que
parezca hogareño de todos modos. Su sofá es la única razón por la que
vengo aquí: la cosa es enorme y deteriorada, el cuero se vuelve suave y 63
flexible con el tiempo. Inmediatamente me dejo caer en él, haciendo un
gesto a Lacey para que haga lo mismo. Se sienta en el sofá a mi lado,
tirando cuidadosamente de la manta doblada en el respaldo de la silla
detrás de ella y la envuelve con fuerza sobre sus piernas. La acción hace
que parezca que quiere desaparecer de la vista.
Lunas azules, el poder de la invisibilidad.
Pippa señala con el pulgar sobre su hombro hacia la cocina abierta.
—Estaba haciendo una taza de té. ¿Les gustaría una?
—Bueno. Está congelado allá afuera —respondo.
Lacey asiente también, solo una vez. Pippa se dedica a preparar el
té, la tetera retumba con su irritado estruendo, el tintineo de la cuchara,
el brillante sonido de porcelana chocando contra la porcelana, y Lacey
mete la barbilla en la manta, mirando al piso. Estoy a punto de
preguntarle si está bien cuando me suena el teléfono en el bolsillo. Es un
número que no reconozco. Respondo la llamada, levantándome y
caminando hacia la ventana.
—¿Hola?
—Soy yo.
Esta voz.
—¿Por qué no llamas desde tu número? ¿Y dónde diablos estás?
Silencio desde el otro extremo del teléfono. Quizás Zeth Mayfair no
está acostumbrado a que las personas sean tan hostiles con él cuando
reciben sus llamadas, pero mala suerte. Si cree que puede dejar sus
responsabilidades sobre mí y desvanecerse...
—Este teléfono es un prepago. Tuve que deshacerme del otro —me
informa con voz ronca—. Y estoy conduciendo. A California para intentar
recuperar a tu hermana. ¿Ya te has olvidado?
Bueno joder. Realmente no puedo regañarlo cuando lo dice así.
—No, no lo he olvidado —espeto—. Simplemente sería mejor bajo
diferentes circunstancias.
—¿Te refieres a si te hubieras salido con la tuya y hubieras venido
a dar un paseo? —Su sonrisa es del tipo audible, del tipo que me puedo
imaginar tirando persistentemente de la comisura de su boca. Sacudo la
cabeza, tratando de desplazar la imagen de esos labios carnosos
esbozando una conocida sonrisa.
—Sí, eso es exactamente lo que quiero decir. —Detrás de mí, Pippa
llega con tres tazas, dos de ellas precariamente agarradas por las asas
con una mano, y la otra solo en una. Le doy la espalda, siseando de nuevo
al teléfono—. ¿Cuándo vas a volver?
Cuidar de Lacey no es un trabajo para el que me hubiera ofrecido
voluntariamente, pero mi urgencia de que Zeth regrese a Seattle también
tiene que ver con mi hermana. Dos años es mucho tiempo. Parece
imposible que permanezca alejada de su hogar un segundo más.
64
—¿Ya me necesitas? —gruñe Zeth—. No te preocupes. Estaré cerca
para cuidarte tan pronto como termine.
Mis mejillas se sonrojan ardientemente.
—¡No, no necesito que vengas a cuidarme!
—¿Estás segura? Apuesto a que me rogarás que use esa llave en el
momento en que llegue a los límites de la ciudad.
Odio la arrogancia en su voz. Igualmente, odio mentirme a mí
misma y decirme que no me excita. Cada aspecto oscuro y peligroso de
él me excita. Me estoy ahogando en los oscuros pliegues de terciopelo de
su voz, incluso ahora, mi piel estalla en piel de gallina por la caída muy
sexual de su tono. ¡Mierda, cálmate, Sloane!
—Solo trae a mi hermana a casa, amigo —¿Amigo? ¿De dónde
demonios vino eso? Zeth es muchas cosas pero no es un amigo. Una risa
profunda y gutural se encuentra con mis oídos.
—Estoy en ello. Solo... —Una inhalación profunda dice que está
pensando en sus siguientes palabras—. Solo mantente atenta, ¿de
acuerdo? Existe la posibilidad de que alguien te esté siguiendo.
Qué. ¿Mierda? ¿Alguien me sigue? Mi cuerpo reacciona como un
diapasón golpeado.
—¿Por qué? ¿Por qué alguien me seguiría? ¿Qué alguien?
—Mi jefe está un poco nervioso. Podría haber puesto gente sobre
mí. Puede que me hayan visto cuando te llevé a Lacey —dice con
naturalidad. Un baño de frío terror se filtra por mi pecho para acumularse
en la boca de mi estómago.
—¿En serio? —Intento y no puedo mantener la voz baja. Tanto
Lacey como Pippa levantan la vista de su conversación silenciosa,
totalmente unilateral por el aspecto de las cosas, para darme miradas
burlonas. Me doy la vuelta, de espaldas a ellas, susurrando—: ¿Qué tan
peligrosos son estos tipos? ¿Tengo que llamar a la policía?
—¡Joder, no! Solo quédate tranquila. Te tengo cubierta.
No hago preguntas sobre eso. Te tengo cubierta solo puede
significar más personajes sombríos persiguiéndome por las calles de
Seattle, acechando en las sombras.
—Muy bien, Zeth —suspiro—. Solo trae tu trasero aquí en el primer
segundo que llegues. No estoy hecha para esto. —Lo cual tiene que ser la
subestimación del siglo. No estoy hecha para esperar. No estoy hecha
para cuidar niños. Puede parecer genial para otros, el hospital, la gran
cantidad de pacientes que veo cada vez que cruzo las puertas, la
responsabilidad y el peso de todo ese conocimiento presionándome, pero
he hecho que mi mundo fuera pequeño. No tengo requisitos externos,
nada que me exija mucho más que levantarme con la alarma y estar allí
cuando sea necesario. Estar allí representa la mayor parte de mi día. La
persona adecuada para estar allí cuando se necesitan un par de manos 65
dentro de la cavidad torácica de una persona herida. La persona
adecuada para estar allí cuando se necesita ante una hemorragia arterial.
Pero eso es todo, físico, lógico, manual. Puedo hacer eso. Estoy lo
suficientemente vacía para eso. Pero el otro lado de las cosas: los nervios
que no me he permitido sentir correctamente cuando considero recuperar
a Alexis; la presión de tratar de estar allí para Lacey en un sentido
emocional... es algo con lo que no tengo idea de cómo lidiar.
Zeth hace un sonido rígido por el teléfono.
—Lo harás bien, Sloane —me dice, su voz más suave de lo que la
he escuchado antes. Y luego cuelga el teléfono.
***
La historia de Lacey me pone mal del estómago. Intento dejar a
Pippa y a la otra mujer solas para que puedan tener su sesión juntas,
pero ella se estira y agarra mi mano con una fuerza aterradora. Parece
que no le gustan los extraños, y entre Pip y yo, soy el rostro familiar. Me
acomodo en el otro extremo del sofá, decidida a permanecer impermeable
a lo que escucho, pero se torna cada vez más difícil a medida que Pippa
le hace a Lacey pregunta tras pregunta y la chica responde con una voz
rígida y sin emociones.
—Fuiste criada por el estado. ¿Qué les pasó a tus padres?
—Murieron antes que yo naciera.
—Pero... ¿cómo pudo tu madre haber muerto antes de que
nacieras?
—Estaba en coma. Técnicamente estuvo muerta durante las últimas
tres semanas del embarazo. Tan pronto como su cuerpo me dio a luz, la
dejaron ir.
—¿Y después de eso?
—Hogares de acogida.
—¿Cuántos?
—Arriba de diecisiete. Algunos me quedé un par de meses. Algunos
solo días. Me quedé en el último durante un año.
—¿Por qué tanto tiempo en el último?
—A Gregory le gustaba tenerme cerca. Le era útil.
—¿De qué manera?
—Cocina y limpieza. Sexo cuando lo quería.
—¿Entonces estabas en una relación consensuada con el hombre?
—Realmente no.
—¿Realmente no?
—No. No fue consensuado.
—¿Te violó? 66
Silencio.
A veces una mente simplemente no puede asimilar una palabra. La
palabra violación es como un paralizante del sistema de Lacey. Solo se
apaga. Se queda mirando por la ventana, parpadeando lentamente.
—¿Fue el primero? —pregunta Pippa.
El cabello rubio de Lacey le roza los hombros mientras sacude la
cabeza.
No, Gregory no había sido el primero.
Después de eso, Pippa retrocede, sintiendo que está caminando por
una línea muy fina, al borde de que la chica se retire por completo. Hace
otras preguntas: ¿por qué tiene miedo de estar sola? ¿Puede compartir
por qué está tan apegada a Zeth? Pero todo lo que Lacey hace es
encogerse de hombros y decirle que no sabe por qué. Después de una
tortuosa sesión de cuarenta minutos, Pippa asiente con la cabeza y se
levanta del sillón en el que estaba sentada.
—Muy bien, damas. Creo que deberíamos terminar el día, ¿no?
Estoy agotada.
Los ojos de Lacey vuelven a la vida y los levanta para mirar a Pippa.
—¿Qué? ¿Eso es todo? ¿No quieres que te diga nada más?
Pip le da una sonrisa amistosa.
—No, si no quieres. Sin embargo, puedes decirme todo lo que
quieras.
—No, eso está, está bien. —Lacey afloja su agarre en el borde de la
manta que todavía tiene sobre las piernas—. Creo que me gustaría irme
ahora.
—No hay problema. —Pippa extiende una mano hacia Lacey,
ofreciéndosela para estrecharla. Lacey la mira como si el gesto fuera una
especie de truco. El apretón de manos fue diseñado hace cientos de años
para demostrar que una persona no llevaba armas; el mismo truco
funciona aquí entre Lacey y Pippa: no quiero hacerte daño. La tímida rubia
se extiende para aceptar la mano que espera pacientemente. Una presa
parece romperse en Lacey, y las lágrimas brotan de sus ojos. No dice
nada, simplemente se levanta, pliega la manta y sale del apartamento,
quedándose de pie al otro lado de la puerta abierta, presumiblemente
esperándome.
—Ella tiene un largo camino por delante —me murmura Pippa—.
Tiene mucho por lo que trabajar. Tengo la impresión de que está
bloqueando la mayor parte.
—¿Qué? ¿Entonces la violación no es lo peor?
Una mirada triste y dolida se desarrolla en el rostro de Pip.
—Probablemente no. Asegúrate de vigilarla, ¿de acuerdo? Lo ideal
sería que la institucionalizaran y la pusieran bajo vigilancia suicida al
menos por un tiempo.
67
Ya estoy sacudiendo la cabeza, no.
—Él no querrá...
—Sé que él no lo querrá —interrumpe—. Pero esto no se trata de
él. Se trata de ella y de lo que necesita. En este momento, de alguna
manera se las arregló para unirse a este tipo, lo que probablemente sea
lo más poco saludable que podría haber hecho. Esta vez, con él lejos, es
una buena oportunidad para tratar de romper esa conexión. —Me da una
mirada vacilante—. Y también una buena oportunidad para que hagas lo
mismo.
La miro boquiabierta.
—No estoy unida a él.
Tensa los labios en una línea apretada: preocupación.
—No en este momento, tal vez, pero creo que podría suceder, nena.
Mucho más fácil de lo que crees. No lo olvides —dice, haciendo una
pausa—, he conocido a este hombre.
11
Zeth
Traducción por Idk.Zab, MadHatter y Moreline

Llego al complejo de Julio al anochecer. En algún lugar de la


ciudad, Rick espera impaciente mis instrucciones. Michael, mi persona
de mayor confianza, ya está aquí también, después de haber estado
vigilando el complejo desde que se enteró de la presencia de Alexis. El
lugar está muy lejos en medio de la nada, bordeado por un muro de
hormigón de tres metros de altura que rodea todo el lugar, a excepción
de la entrada principal, que tiene una puerta de hierro forjado de aspecto
fiero con picos formidables en la parte superior. Ningún imbécil entra o
sale de aquí, si no es sin la autorización directa de Julio, al menos sin
que él lo sepa. Dos guardias fornidos fuman porros junto a la entrada,
frunciendo el ceño con ojos oscuros mientras avanzo en el Camaro.
Mueven las manos hacia las armas que llevan en la cintura cuando salgo
del auto.
68
―Da la vuelta, hombre5. Esto no son los suburbios. No tienes nada
que hacer aquí ―me dice el bajito gordo. Arqueo una ceja.
―Claro que sí. Julio me dio libre entrada. ―El otro hombre escupe
en el suelo, y luego inhala profundamente su porro. El olor de la
marihuana florece en el aire nocturno.
―No tenemos a ningún blanco en la lista de invitados esta noche,
hermano. Tienes que irte a casa.
Camino derecho hasta la barandilla de la puerta y presiono mi
rostro contra las rejas.
―Mejor revisa tu lista otra vez, hermano.
Los dos se miran el uno al otro. No estoy conduciendo un Benz, así
que obviamente no soy su clientela habitual. Mi tamaño tampoco me hace
ningún favor. Le sigue un minuto tenso, ellos me miran a mí y yo a ellos,
antes de que el alto se ponga a hablar con desaprobación y le dé la
espalda, murmurando en español en una especie de pequeño radio
transmisor. Rápidamente se da la vuelta y hace un gesto hacia arriba con
la barbilla.
―Sonríe para la cámara, pendejo6.

5
En español en el original.
6
En español en el original.
Veo una cámara montada en la pared a mi derecha, girando en un
ángulo que me rodea completamente; esbozo una sonrisa falsa, amplia y
arrogante, y luego procedo a voltearla.
El apresurado español irrumpe en el radio transmisor que se
encuentra en la mano del tipo más alto; la voz suena enojada. Los rostros
de ambos guardias se solidifican en acero agravado, ¡lo siento, hijos de
puta!, mientras me abren la puerta. Vuelvo al Camaro y me aseguro de
arrojarles a la cara la arena polvorienta del desierto mientras acelero.
Fuera del enorme edificio de una sola planta que se encuentra dentro de
las paredes, una forma oscura y ágil baja los escalones para encontrarse
conmigo. La figura de una mujer. Me estaciono y me tomo un momento
para preparar mi historia en mi cabeza: Solo estoy de paso, buscando un
lugar para dormir. Charlie sabe todo esto.
En realidad, Charlie no tiene ni puta idea de que estoy aquí. Charlie
no tiene ni puta idea de que me fui de Seattle, o que decidí ir en contra
de las órdenes y no maté a Rick como se suponía que debía hacer. Mi
humor sigue siendo más negro sobre negro por la posibilidad de que el
viejo le haya dicho a la policía que fui yo el hombre que mató a Murphy.
Si hubiera visto su maldita cara antes de irme, le habría dado una paliza
hasta hundirle toda la cabeza.
La mujer con un vestido pequeño y muy ajustado que sale a mi
encuentro es Alaska. La recuerdo de la última vez que estuve aquí con
Charlie. O más específicamente recuerdo sus tetas. Bailó para mí; Julio
había insistido. La chica tiene sangre exótica, debería haber sido
69
gimnasta olímpica. Me sonríe ampliamente mientras me dirijo hacia el
edificio.
―Así que finalmente vuelves a verme, ¿eh? ―Se ríe―. Solo te tomó
cuatro años.
Cuatro años no fueron suficientes fuera de este lugar. Apoya sus
manos sobre mi pecho mientras se inclina para besarme la mejilla. Lo
soporto todo lo que puedo. La mujer es una puta, y no dejo que las putas
me toquen. No es como si quisieran arrodillarse y chupármela en donde
estoy, que es como ella me está tocando ahora. La tomo de las muñecas
y le quito las manos.
―Solo vine a presentar mis respetos a tu jefe ―respondo. Hace
pucheros, fingiendo estar ofendida por mi rechazo.
―Esta noche soy mucho más amigable que Julio. Vamos, entra y
te mantendré conmigo durante una hora antes de que vayas a hablar de
negocios aburridos. ―Solo la miro. Su sonrisa tímida se desvanece
cuando lee exactamente lo que pienso de su oferta claramente escrita en
mis rasgos―. Ya veo ―dice. Levantando ambas cejas e inclinando la
cabeza hacia un lado, señala hacia atrás, al edificio bien iluminado―.
Está junto a la piscina. No te pierdas encontrándolo. ―Se da la vuelta y
vuelve a entrar en el edificio, con las caderas balanceándose, ardiendo de
furia.
Encuentro a Julio exactamente donde ella dijo que estaría, sentado
en una tumbona junto a la piscina. Bebe de un vaso de vidrio cortado,
sonriendo cuando me ve. Ha engordado aún más desde la última vez que
lo vi, y el maldito gordo ya era obeso para empezar. Probablemente ya
esté al borde de un ataque al corazón.
―¡Zeth! ¡Mi buen amigo! ―Su acento es espeso, cargado de su
herencia―. ¿Por qué has esperado tanto tiempo para venir a verme? ―No
se levanta de la tumbona. Solo levanta una mano para que yo la estreche
en una especie de sacudida. Señala hacia la tumbona que está a mi lado,
gimiendo mientras cruza hacia su otro lado para buscar el vaso con
líquido ámbar. Huele a whisky. Libremente vierte tres dedos en otro vaso
y me lo extiende. Acepto; si no, me estaría cagando en su hospitalidad.
Mal comienzo para una reunión ya de por sí precaria.
―¿Dónde está ese feo inglés bastardo? ¿Vino contigo? ―Julio
respira con dificultad.
―No, estoy viajando solo. Largo camino a Las Flores. Pensé que
podrías prestarme una cama para pasar la noche ―le digo con
indiferencia―. Tal vez podría abusar de tu hospitalidad dos o tres noches
si te sientes muy generoso. Hay algunos viejos amigos con los que no me
importaría ponerme al día mientras estoy en la zona.
Julio toma un sorbo profundo de su vaso, estudiándome
pensativamente con sus ojos marrones oscuros sobre el borde del vaso.
Probablemente piensa que Charlie me envió aquí para espiar sus 70
negocios. Estos bastardos fingen ser más gruesos que los ladrones, pero
la realidad es que no confían en los demás ni un ápice. Lo que, por
defecto, significa que Julio tampoco confía en mí.
―Claro, mi amigo. Mi casa es tu casa como dicen los españoles,
―dice, riéndose del hecho de que lo dice en inglés en vez de en su lengua
materna. Pero miro detrás de la sonrisa y capto lo que busco: la sospecha.
―Eres muy amable. ―Bebo del vaso, definitivamente whisky,
saboreando la quemadura.
―Tu sincronización también es impecable, amigo mío ―dice Julio
en voz baja―. Si te quedas hasta el martes, podrás asistir a nuestro
pequeño evento. ―El énfasis en la palabra final me dice exactamente a
qué tipo de evento se refiere. Del tipo que solía contenerme hasta hace
poco. Hasta Sloane―. Tengo mucha carne fresca lista para ser sazonada.
―Se ríe. Su vientre tiembla como un colchón de agua medio desinflado―.
Este es un poco diferente, sin embargo. Tienes que traer a alguien a la
mesa si entiendes lo que quiero decir. Si no es para tocar, al menos para
mirar. ―Me hace un guiño exagerado, las papadas de sus mejillas se
balancean como la de un perro basset hound―. Dudo que tengas
problemas para encontrar a alguien que te acompañe.
Martes. Si Alexis está aquí, entonces definitivamente asistirá a una
fiesta como esa. Pero hoy apenas es viernes. No había planeado quedarme
tanto tiempo. Tendré que asegurarme de encontrarme con la chica antes
de eso. Asiento, tomando un trago del saludable whisky.
―Sí. Dudo que tenga un problema.
***

Sloane
El elegante auto negro me sigue desde la autopista hasta el St.
Peter. Lacey lo ve primero, literalmente tengo que llevarla al trabajo
conmigo, lo cual es una mierda, y lo señala mientras conduzco. No entra
en el estacionamiento detrás de mí, sino que se detiene en la acera de la
cafetería frente al hospital, apaga el motor cuando salimos del Volvo y
nos dirigimos a la entrada. El vehículo oscuro de aspecto genérico tiene
las ventanillas oscuras, por lo que es imposible ver el interior, aunque
Lacey parece tener una buena idea de quién es.
—Ese es uno de los chicos de Charlie seguro —anuncia. Es mucho
más indiferente sobre este auto que nos sigue que yo; estoy a punto de
salir corriendo al hospital y esconderme en un armario de limpieza o algo
así—. Apuesto a que estará allí cuando nos vayamos —agrega.
—Si está allí cuando nos vayamos, llamaré a la policía.
Resopla.
—Buena suerte con eso.
—¿Qué quieres decir?
71
Encogiéndose de hombros, me mira como si fuera estúpida, con los
ojos en blanco.
—Todos los policías están en el bolsillo de alguien. Sobre todo de
Charlie. Probablemente ni siquiera aparecerían, y mucho menos, harían
algo al respecto.
Bueno, hay una noticia preocupante. Se siente como si hubiera
sido absorbida por una película de gánsteres de la década del '50, excepto
que esto es real. ¿Y no poder llamar a la policía? Es simplemente genial.
De verdad. Simplemente genial.
Dejo a Lacey en una sala de guardia. Ya casi llego tarde para mis
rondas, así que no tengo tiempo para cuidarla cuando me vaya.
—No saques ni un pie de esta habitación, está bien —le ordeno—.
Hay muchas personas que te reconocerán y eso es lo último que necesito.
Zeth me matará si te secuestran mientras estoy en el trabajo. —Maldito
Zeth. El tipo no ha hecho nada más que causarme problemas, de verdad.
Si no hubiera matado a Eli, entonces podría haber obtenido la
información que buscaba, y Alexis ya estaría de vuelta en casa, sana y
salva, yendo a la iglesia con mamá y papá todos los fines de semana.
Tocando el piano para acompañar al coro y a los feligreses que cantan.
Intento aferrarme a mi ira por un momento, pero se desvanece como un
fuego artificial apagado cuando mi mente se desvía de su ira y decide
recordar otras cosas. Como la forma en que su polla dolorosamente
enorme jugaba conmigo mientras se preparaba para penetrarme. Sus
profundos ojos marrones observaban mi expresión de cerca mientras se
hundía lo más profundo que podía, gimiendo por lo bajo.
Mierda.
Lacey se sienta en la cama luciendo moderadamente ansiosa
mientras me apresuro a ponerme mi uniforme antes de que el casi tarde
se transforme en realmente tarde. Todos piensan que los pasantes se
encuentran bajo la presión más grande para actuar, pero eso no es del
todo cierto. Es igual de fácil ser despedido del programa de residencia si
te atrasas en tu trabajo. Y llegar tarde también está mal visto. Al igual
que traer a una mujer de veintiséis años que necesita un cuidado
constante a trabajar contigo.
Atravieso las rondas, afortunadamente a tiempo, y veo a los
pacientes que han sido admitidos en mi día libre. Pulmón perforado,
defecto cardíaco congénito, septicemia. El día de hoy todo es
relativamente serio. Lo suficientemente serio como para tener que pasar
una cantidad considerable de tiempo con cada paciente, evaluando su
progreso y completando la documentación necesaria para sus registros y
medicamentos. Es mediodía cuando por fin tengo la oportunidad de
encerrarme en el baño y enviarle un mensaje de texto a Zeth.
Tus amigos me siguieron al trabajo esta mañana.
Pasa un minuto antes de que el teléfono suene en mi mano.
Zeth: ¿Qué pasó?
72
Recibido 12:48 pm
Yo: Nada. Solo nos siguieron. Estacionaron al frente. ¿Qué quieres
decir con qué pasó? ¿Va a pasar algo?
Zeth: Lo dudo.
Recibido 12:51
Y entonces…
Zeth: ¿Estás bien?
Recibido 12:51
Debería decirle la verdad: no, no estoy bien. Pero eso no serviría de
nada. Además, por alguna razón, no quiero parecer débil frente a él. Si
admito estar asustada de sus colegas matones, entonces es lo mismo que
admitir que le tengo miedo a él. Y de ninguna manera admitiría eso. Él
sabe que es así, pero nunca lo reconoceré. Estoy a punto de escribirle un
mensaje largo y redactado cuando me comienza a sonar el teléfono en la
mano. Lo atiendo, frunciendo el ceño.
—¡¿Qué?!
—No respondiste. Cuando alguien te pregunta si estás bien
después de decirle que te están vigilando, generalmente es una buena
idea confirmar que sigues viva —me reprende con su voz grave y llena de
rabia.
—Estaba respondiendo a... ¡urgh! —Ni siquiera me molesto—. ¿Qué
puedes hacer con estos tipos comiendo donas afuera del hospital?
—Nada. —Su voz es inexpresiva y despreocupada.
—¿Qué? Son los hombres de tu jefe, ¿verdad? ¿No te llevas bien
con ninguno de estos tipos?
Eso lo hace reír, un retumbo que me penetra el oído y me hace
temblar.
—Todos tendemos a mantenernos fuera del camino del otro.
Charlie lo prefiere así.
—Bueno, ¿qué se supone que debo hacer si me siguen a casa
cuando termine aquí? —pregunto. La idea de ir a casa y sentarme en esa
gran casa en la colina con solo Lacey como protección no es exactamente
tranquilizadora.
—Vas a estar bien —me dice—. Tengo muchachos cuidando de ti.
Además, solo están mirando. Y si uno de ellos irrumpe en tu casa,
apuñálalos.
¿Que solo los apuñale? Quedó boquiabierta.
—¡No ando apuñalando a la gente!
—¿Tienes un arma?
73
—¡No!
—Entonces no puedes realmente dispararles, ¿verdad?
Me pellizco el puente de la nariz con el dedo índice y el pulgar, y
me desplomo para sentarme en la tapa cerrada del inodoro.
—Zeth, ¿puedes regresar aquí lo antes posible? Por favor.
—Cualquiera pensaría que me necesitas —dice en un tono bajo y
sedoso. Tengo escalofríos de nuevo. Sobre todo mi cuerpo.
—¡No es así!
—Bueno, yo sí te necesito. —El tono de su voz se desliza en un
rango vocal que nunca había escuchado antes, tan bajo y áspero que todo
mi cuerpo comienza a arder—. La próxima vez que te vea, te presentaré
a algunos amigos de la bolsa. Me estoy poniendo jodidamente duro solo
de pensarlo. Mierda. Hay un juguete en esa bolsa que creo que te gustará
casi tanto como a mí.
Se refiere al cuchillo; sé que así es. Trago saliva, meneando la
cabeza, tratando de sacar todos los recuerdos de la última vez que lo usó
para volverme loca. Hace que sea realmente difícil cuando continúa
hablando.
—Quiero deslizar las manos sobre esos muslos, Sloane. Quiero
arrancarte la ropa del cuerpo y hacerte temblar. Quiero clavarte los dedos
y los dientes en tu piel y hacerte gritar mi nombre. Tú también lo quieres,
¿eh? —dice.
El sudor frío brota de mis poros, erizándome la piel. Soy una
persona visual. Dime algo e instantáneamente lo imagino dentro de mi
cabeza, y en este momento exacto me encuentro visualizando la
impresionante polla de Zeth que pelea con sus vaqueros, rogando que la
dejen jugar. Me aclaro la garganta, cerrando los ojos.
—Eso no es exactamente algo práctico para desear en este
momento.
—¿Qué piensas de que te haga gritar de forma práctica? —Su voz
vuelve a bajar de volumen, por lo que es casi un susurro. Tiene un efecto
que me pone nerviosa—. ¿En dónde estás ahora? —pregunta.
—En el baño.
—¿Hay alguien más allí contigo?
La pregunta parece sensata. Una pregunta que harías si estuvieras
hablando sobre jefes de la mafia, persecuciones y apuñalar gente hasta
matarla. Agacho la cabeza y miro debajo de los divisores de la cabina. Sin
pies. Nadie parado en los lavabos, tampoco.
—No. Nadie más —confirmo.
Pero con sus siguientes palabras, es dolorosamente obvio que a
Zeth no le preocupa que la gente escuche información sobre su jefe o los
secuaces de su jefe.
74
—Bueno. Baja una mano por tus pantalones, chica enojada.
—¿Qué?
—Hazlo. Mete la mano derecha debajo de tus pantalones por mí.
Quiero oírte venir.
—¡No me masturbaré en un baño público, amigo! Estás loco si crees
que lo haré. —Ahí voy con toda la cosa de amigo otra vez. Tan estúpido.
Zeth emite un agradable gruñido al otro lado del teléfono.
—No te estoy preguntando, Sloane. Lo estoy diciendo. Tócate.
Ahora.
—¡No!
Zeth parece no estar preparado para mi negativa.
—¿Me estarías diciendo que no si estuviera parado frente a ti?
Pienso en eso por un segundo, imaginándolo jugando en mi cabeza.
Si estuviera parado frente a mí en este cubículo del baño, haría casi
cualquier cosa que me dijera. Odio admitir eso para mí misma. No digo
nada, lo que lo hace reír.
—Hagamos un trato —respira pesadamente por el teléfono—. Si
deslizas tu mano por esos remilgados pantalones azules tuyos y aún no
estás mojada para mí, entonces puedes colgar el teléfono.
A él simplemente le encanta hacer esto, puedo decirlo, volver mi
propio cuerpo contra mí. Pero no esta vez. Resoplo al auricular con
presunción, porque estoy a punto de demostrarle que se equivoca. Podría
decirle que lo he hecho y reír altivamente mientras cuelgo, pero sé que en
algún nivel eso no funcionaría. Él lo sabría. Así que lo hago.
—¡Bien! —Deslizo una mano debajo de mis pantalones, pero sobre
la parte superior de mis bragas, no hay necesidad de ir demasiado lejos.
La sonrisa cae de mi rostro cuando me doy cuenta de que no solo estoy
mojada, como él sabía que estaría, sino que he empapado todo el fino
algodón de mi ropa interior.
—El dedo medio primero, Sloane —dice Zeth al teléfono. Ni siquiera
pregunta si ganó nuestro trato. Solo sabe que lo ha hecho. El bastardo.
Cierro los ojos con fuerza, pateándome a mí misma.
—No tengo tiempo. Tengo pacientes para ver.
—Estás atendiendo a mi paciencia en este momento —me informa
sombríamente—. Quiero escucharlo en tu voz, Sloane. Quiero escuchar
cada segundo agonizante jugando contigo misma, deseando que tus
dedos fueran mi polla.
—Eres muy engreído, ¿sabes? —digo. Sin embargo, mi falta de
aliento no hace mucho por hacerme sonar confiada. Y él simplemente
chasquea la lengua con desaprobación en el teléfono.
—Usa el dedo medio. Deslízalo dentro de ti y dime que eso no es
exactamente lo que estás pensando. Deseando. Mi polla estrellándose
75
contra ti. Hazlo ahora, Sloane.
Quiero reír. Quiero colgar el teléfono y meterlo en mi bolsillo, y
quiero ir a mis rondas y olvidarme de esta estúpida demanda que me está
haciendo. Pero también quiero hacerlo. Zeth no dice nada más, pero
puedo escuchar su cargada y pesada respiración todavía en la línea. Me
paso treinta segundos luchando conmigo misma, y luego simplemente
claudico. Como lo hice en su departamento ricamente decorado, él está
tratando de hacer que tome esta decisión por mí misma. Hacerme ver que
en realidad es lo que quiero. Ya sé que es lo que quiero, así que ¿por qué
estoy luchando contra eso?
Esa voz que suena a Pippa me susurra al oído. Porque no lo conoces.
Y lo que sabes es aterrador. Pero son los últimos dos años de mi vida los
que han sido aterradores. Al menos sé con certeza qué... quién es él. Me
decido. Deslizo mis bragas a un lado y presiono un dedo en mi propio
centro, jadeando en silencio. Estoy tan mojada, tan excitada. No recuerdo
nunca haberme sentido así cuando hice esto en el pasado. Pero
técnicamente no estoy sola ahora, Zeth bien podría estar guiando mi
mano con la suya.
—Buena chica —me dice. Debe haberme escuchado jadear, o está
usando algún tipo de ese extraño poder psíquico que hasta ahora ha
mantenido oculto—. ¿Tu clítoris está hinchado?
Cierro los ojos, tratando de no sentirme absolutamente perdida y
avergonzada.
—Sí. Sí lo está.
—Frótalo por mí. —Lo hago. Trabajo con mis dedos de un lado a
otro sobre la suave carne entre mis piernas, haciendo todo lo posible por
mantener mi respiración uniforme—. ¿Se siente bien?
—Mm-hmm. —Trago una bocanada de oxígeno cuando una oleada
de calor estremece mi columna vertebral, subiendo por mis oídos y hacia
mi rostro. Me hormiguean los labios como locos. Muerdo el inferior para
tratar de controlar la sensación, pero solo la empeora. No puedo evitarlo;
Suspiro profundamente
—Eso es. No contengas la respiración, chica enojada. —La voz
profundamente resonante de Zeth es hipnótica ahora, trabajando en mi
subconsciente. Se siente como una presencia física en sí misma,
enviando descargas de placer por mi cuerpo—. Quítate la camisa.
Parpadeo más allá de la demanda y detengo lo que estoy haciendo
para cumplir, eliminando todo pensamiento de objeción de mi cabeza. No
tiene sentido ahora. Me quito la blusa y la camiseta debajo, dejando que
la ropa caiga al piso entre mis piernas. No hace frío, pero todavía tiemblo
mientras me quito el sujetador. Mis pezones ya son brotes apretados, tan
sensibles que el aire quieto contra ellos casi duele.
—Aprieta tus senos. Imagina mis manos —ordena Zeth—. Mi boca. 76
No es algo que haga cuando estoy sola. Realmente nunca lo he
hecho. Siempre razoné que no sería igual a que lo hiciera un chico, pero
ahora, cuando trazo ligeramente las yemas de mis dedos sobre la piel de
gallina de mis senos, lo estoy imaginando. Prácticamente puedo sentir el
calor de su aliento mientras se agacha para chupar un pezón y luego el
otro en su boca. Mi propio aliento se entrecorta de nuevo.
—Bien. Eso está bien —me anima—. Ponme en el altavoz.
Necesitarás dos manos para esto.
Busco en el teléfono, presiono el ícono del altavoz y lo coloco sobre
la pila de ropa a mis pies. Ya estoy demasiado perdida para pensar en lo
que estoy haciendo. Estoy usando mi propio criterio ahora, tocando y
acariciando donde mejor me parece. También estoy jadeando. No podría
detenerme si lo intentara.
—Ahora. Métete los dedos. —La voz de Zeth suena casi tan
brumosa como la mía. Más áspera de lo normal, y eso es decir algo. Le
obedezco de inmediato, deslizando primero el dedo medio y luego el índice
en mi coño. Inhalo bruscamente, la presión sintiéndose cálida y apretada
y extrañamente dichosa. El tono prohibido de sus palabras obran su
magia sobre mí cuando luego ordena—: Fóllate para mí, Sloane. Hazlo.
Fóllate duro.
Lo complazco, finalmente incapaz de evitar los gemidos y jadeos
suaves que escapan de mi boca mientras trabajo mis dedos dentro de mí,
imaginando su peso sobre mí, su polla dura como una roca latiendo
dentro y fuera de mí, la sublime quemadura de su áspero rastrojo en mi
piel sensible. Él jadea palabras en el teléfono, gruñendo y silbando su
aprobación mientras me pongo más y más ruidosa. Sin embargo, apenas
puedo escuchar lo que está diciendo, y pronto una sensación tensa y
efervescente se apodera de mí. Sucede de repente. Un imparable mural
de calor que me atraviesa como aguas rápidas chocando contra la barrera
de una presa. Subiendo hacia arriba y al mismo tiempo arrastrándome
con él.
—Santa… ¡MIERDA! —Las palabras salen como una súplica de
ayuda. Mi pecho se agita mientras trato de recuperar el aliento, arriba
abajo, arriba abajo.
La risa perezosa y divertida de Zeth resuena alrededor del estrecho
cubículo.
—Parece que disfrutaste eso, chica enojada.
—Jódete —le digo, solo a medias.
Y luego escucho algo que me hace congelarme en el lugar: la
descarga de un inodoro. Zeth permanece en silencio por un momento y
luego dice:
—Déjame adivinar. Esa no fuiste tú.
Me siento erguida, inclinándome hacia adelante, golpeando mi
boca con las manos. Zeth solo comienza a reír. Levanto el teléfono y
presiono el gran botón rojo de finalización de llamada, sintiendo toda mi 77
sangre correr por mis mejillas.
Santa. Jodida. Mierda.
Se abre una puerta del cubículo, no el que está justo a mi lado,
sino el que está al final, y el sonido de un grifo que se abre llena el baño.
Quienquiera que sea, se lava las manos apresuradamente y luego sale
corriendo del baño. Agarro mi ropa y me visto frenéticamente. ¡Tengo que
averiguar quién demonios era ese! ¡No, no, no, no, NO! Mierda. ¡¡Mierda!!
Me lavo apresuradamente mis propias manos, y luego salgo
corriendo del baño, con el pecho todavía agitado, más por el horror y la
conmoción ahora que por el orgasmo que acabo de experimentar, que
registró un nueve punto dos en la escala de Richter. El corredor está lleno
de enfermeras, médicos y miembros del público. ¡Miembros del jodido
público! No sé qué es peor, la idea de un colega que acaba de escuchar
eso o el pobre y desprevenido familiar de uno de mis pacientes. Mi horror
se vuelve absoluto cuando Oliver Massey camina por el pasillo hacia mí,
sonriendo. Levanta su palma, sonriéndome. Sin pensarlo respondo,
levantando mi propia mano para darle un choque cuando pasa. Levanta
una ceja mientras continúa.
—Sus pantalones están al revés, Romera —señala, guiñando un
ojo—. ¿Qué ha estado haciendo?
12
Sloane
Traducido por Emotica G. W y RRZOE

No puede haber sido Oliver. No hay forma de que pudiera haber


sido él. Era el baño de mujeres por Dios. El resto del día se va conmigo
sintiéndome sonrojada y claramente como si me acabaran de atrapar con
los pantalones bajos. Y la camisa afuera. Mientras me indicaban que me
hiciera cosas bastante gráficas.
Quiero golpear a Zeth con tanta fuerza que me hormiguean las
palmas con necesidad por el resto de mi turno. Cuando finalmente es
hora de que salga del trabajo, encuentro a Lacey dormida en la sala de
guardia donde la dejé, envuelta en mantas. No parece que se haya movido
en absoluto desde esta mañana. Parpadea hacia mí aturdida cuando la
despierto y salimos del St. Peter por la salida trasera, en primer lugar
para evitar los ojos curiosos del personal de enfermeras, en segundo lugar 78
para no volver a encontrarme con Oliver (por si acaso), y en tercer lugar
para poder tratar de sacar a escondidas el Volvo del estacionamiento sin
ser vistas por ningún misterioso auto negro con vidrios polarizados.
Todo sale sin ningún problema. Sin personal de enfermas, sin
Oliver y milagrosamente sin auto negro. Ya ni siquiera está estacionado
afuera del café, lo cual me hace sentir un poco tonta. Tal vez quienquiera
que fuera esta mañana solo de casualidad estaba yendo en la misma
dirección que nosotras y tuvo ganas de parar rápidamente para tomar un
café camino al trabajo. Aunque Lacey y yo observamos cuidadosamente
todo el camino a casa, solo para asegurarnos.
Estaciono el auto y entramos. Me aseguro de que todas las
ventanas y puertas tengan triple cerradura solo como medida de
precaución. La acción me recuerda a Zeth husmeando por el lugar,
inspeccionando cada centímetro cuadrado para asegurarse de que estaba
a la altura de su idea de seguro. Probablemente ya sabía que iba a traer
a Lacey aquí para dejarla en mi puerta, y quería asegurarse de que estaría
a salvo. La idea me sumerge en un estado de ánimo irracionalmente agrio.
―Estoy demasiado cansada para cocinar. Simplemente vas a tener
que conformarte con comida para llevar ―emito las palabras
bruscamente, sobre mi hombro a la chica que me sigue detrás, e
inmediatamente me arrepiento. Una persiana baja sobre sus rasgos ya
cautelosos.
―Está bien ―dice mecánicamente―. Puedo cocinar.
―No. Mierda, no, yo… lo siento… Lace. Solo he tenido un día muy
largo. ―Respiro hondo, rascándome la frente. No he tenido una
compañera de cuarto desde la universidad e incluso entonces no me fue
tan bien viviendo con otras personas. Esta situación es especialmente
incómoda debido a la fragilidad de Lacey. Aunque soy terrible por ser una
mierda con ella por él. Porque, si soy sorprendentemente honesta
conmigo, estoy celosa de la extraña relación que comparten.
―No quiero que cocines. Realmente solo quiero comida para llevar.
¿Eso está bien?
Asiente, bajando la cabeza y acercándose a la barra de desayuno
donde parece haber encontrado un lugar para ella en el que se siente
inadvertida. Saco la gran variedad de menús de entrega a domicilio,
consumo basura casi todas las noches, y la dejo elegir. Elige comida
china, selecciona lo que quiere y, para mi sorpresa, también nos ordena
las comidas, proporcionando mi dirección sin siquiera tener que pedirla.
Abro una botella de vino, muy necesaria, y le ofrezco una copa. Se encoge
de hombros en un tipo de movimiento de ¿por qué demonios no? y nos
acomodamos en el sofá, la televisión sonando tranquilamente en el fondo
mientras esperamos que llegue nuestra cena.
Aunque todavía estoy luchando con el sabor amargo en la boca a
pesar del delicioso vino tinto. Decido terminarlo malditamente de una vez
y descubrir de una vez por todas qué en la tierra está pasando con ellos. 79
―Entonces... ―empiezo. El mejor lugar para comenzar a abordar un tema
sin una transición decente―. Sé que le dijiste a Pippa que no sabías por
qué te gustaba tanto estar con Zeth, pero pensé...
Lacey levanta rápidamente la copa de vino para ocultar la mayor
parte de su rostro, sosteniéndola con las dos manos. Toma el vino,
demasiado rápido. Están llorándole mucho los ojos cuando baja el
recipiente. Con una mirada cautelosa en sus ojos, me mira de reojo. Por
su reacción, en realidad iba a dejar pasar el asunto, pero elige hablar por
su propia cuenta.
―Lo encontré ―dice simplemente―. Estuve buscándolo durante
mucho tiempo y lo encontré.
Bueno, esa es una declaración confusa si alguna vez he escuchado
una.
―¿Lo encontraste? ¿Como si estuvieras buscando a "el indicado"?
¿Como tu alma gemela? ―digo las palabras tan torpemente que casi me
pongo los ojos en blanco. Sueno como un sitio de citas en línea.
Demonios. Tal vez se conocieron en un sitio web de citas en línea.
El rostro de Lacey se convierte en una imagen de perplejidad.
―¿Qué? No. No. ―Sacude la cabeza violentamente de lado a lado―.
Mi primera familia de acogida me habló de él. Me dijo que estaba viviendo
al norte de Los Ángeles con su tío. Dijeron que cuando tuviera edad
suficiente, podría ir a vivir con él.
―¿Por qué demonios dirían eso?
Lacey frunce la boca, considerando claramente qué decirme.
Cuánto debería revelar. Estrecha sus ojos pálidos, pasando de mis ojos a
mi boca, a mi nariz y luego de regreso a mis ojos nuevamente. Acerca los
brazos con fuerza al cuerpo, aparentemente habiéndose decidido.
―Es mayor que yo. Mi hermano mayor. Viajé por todo Los Ángeles
tratando de encontrarlo cuando finalmente… cuando finalmente me alejé
de Gregory. Pero no estaba allí. ―Se mastica distraídamente la uña de su
pulgar, mirando fijamente al espacio. Mientras tanto, me siento con la
mano sobre la boca una vez más, tratando de dejar que la información se
hunda. Hermana. ¿Es su hermana?―. Aunque encontré a su tío
―continúa, ignorando mi mirada estupefacta―. Mi tío también, supongo.
Dijo que Zeth se había mudado a Nueva York, así que fui allí. Resultó que
Zeth realmente no se había mudado a Nueva York, apenas había sido
arrestado y encerrado allí. No supe qué hacer entonces, así que me fui y
vine aquí. Había descubierto que su jefe vivía en Seattle y Zeth volvería
aquí en algún momento, así que decidí esperar. Y luego un día regresó.
Realmente no puedo creerlo. Son como el día y la noche, uno tan
alto y oscuro, la otra pequeña y sin color, como una suave ráfaga de
viento. Lacey bebe más vino, mientras paso el dedo de un lado a otro por
el borde, tratando de hacer que las piezas encajen.
―¿Y entonces te acercaste a él y le dijiste que eras su hermana?
―pregunto. 80
Me mira, sorprendida.
―No.
―¿Ya lo sabía?
Otro movimiento de cabeza.
―No lo sabe. No sabe que estamos emparentados.
―¿Cómo terminaste viviendo con él entonces? ―Esto está
volviéndose más confuso a cada segundo. La pequeña chica me da una
sonrisa cuidadosa.
―Estaba lloviendo. Había estado tratando de descubrir cómo
presentarme durante horas, sentada afuera de su casa. Estaba lloviendo
y estaba empapada. Pensé que probablemente me dejaría entrar y
secarme al menos una vez que descubriera que éramos hermanos, pero
simplemente no pude encontrar una manera de decirlo en mi cabeza. Me
desmayé del frío. Me encontró en la puerta de su casa, casi se tropezó
conmigo cuando estaba saliendo a algún lado. Estaba vestido con este
esmoquin elegante. Aun así me recogió y me llevó adentro, empapándose
en el proceso. Preguntó qué mierda estaba haciendo afuera de su casa.
¿Lo conocía? Dije que sí. Sí, lo hacía. Pero luego me atasqué de nuevo.
Todavía no podía entender qué decir para que tuviera sentido. Me
preguntó si había follado con él y le dije que no. Preguntó si iba a decirle
cómo mierda lo conocía entonces, y dije sí. En algún momento. Cuando
hubiera reunido el valor para ello. Y entonces eso fue todo.
―¿Y entonces eso fue todo? ―Incrédula, me acerco más a la chica―.
¿Acabas de decir que se lo dirías con el tiempo, y has estado viviendo con
él desde entonces?
Asiente, como si esto fuera completamente normal.
―¿Hace cuánto tiempo fue eso?
―Seis meses ―responde.
No tengo idea de cómo funciona la mente de este hombre, o la de
su hermana ahora que sé que lo es. Pero ambos son tan extraños.
―¿Entonces no tiene idea? ¿Después de dejarte vivir con él durante
seis meses?
―Probablemente no.
Guau.
Un golpe sordo en la puerta me impide hacer más preguntas.
Respondo, nuestra comida para llevar finalmente llegó, y decido dejar
pasar el asunto. Comemos en silencio, Lacey riendo silenciosamente de
la comedia romántica sonando en la televisión, mientras permanezco
sentada y le doy vueltas a la noticia de que no soy la única con una
hermana en problemas. Y reflexiono sobre la ironía del hecho de que estoy
ocupándome de la de Zeth mientras él intenta ocuparse de la mía.
***
81
Zeth
No puedo sacar a esa chica de mi maldita cabeza. Los sonidos que
hizo en el teléfono, las cosas que le dije que se hiciera a sí misma y la
forma en que se derrumbó como un deslizamiento de tierra tan pronto
como la hice pasar la primera puerta. Sin mencionar el silencio
horrorizado cuando se descargó ese inodoro. Todavía me estoy excitando
cada vez que pienso en esa pequeña joya. De alguna manera lo hace aún
más tabú. Especialmente porque ese tipo de cosas, ser atrapado, me pone
más duro que el maldito acero templado. Tuve que pasar una cantidad
considerable de tiempo trabajando mi polla con mi propia mano, tratando
de borrar la jodida imagen sexy de mi cabeza.
Después de eso, pasé el resto de ayer haciendo planes con Michael.
El tipo tenía más fotos, confirmación de que Alexis definitivamente está
en algún lugar de ese complejo. La chica era más curvilínea que su
hermana y vestía bien en todas las imágenes, pero había sombras debajo
de sus ojos y una mirada embrujada captada por la cámara.
Definitivamente está en problemas, pero no puedo andar a escondidas
por el complejo buscándola hoy. Eso parecería demasiado sospechoso.
Preguntando por chicas específicas cuando rechacé a Alaska, la mejor
chica de Julio, que irrumpió en el lugar como un maldito tornado desde
el momento en que le dije que no, no caería bien. No, hoy me dirijo a
Anaheim para reunirme con Rick. Estoy tomando el dossier sobre esa
agente de la DEA, Lowell, que Michael también me había conseguido, así
que puedo hacerle algunas preguntas a Rick. Principalmente quiero
saber lo que ha escuchado desde el norte. Deshacerme de mi teléfono fue
inteligente: Charlie habría encontrado alguna manera de contactarme a
través de otra persona si lo hubiera guardado, pero también significa que
no tengo idea de qué tipo de infierno sagrado ha estado lloviendo en
Seattle desde que me escapé.
Rick me está esperando en un restaurante de pollo frito, una caja
de papas frías y grasientas frente a él, intactas. Elegí el lugar a propósito
solo para enojarlo. Rick es un tipo grande, pero no es así debido a la
genética o por los esteroides. Él come sano. Como que se alimenta como
una chica jodidamente saludable. Incluso sentarse dentro de estas cuatro
paredes probablemente lo está haciendo sudar extracto de col rizada.
—Te tomaste tu tiempo —se queja mientras me siento frente a él,
dejando caer el archivo sobre la mesa. Levanta la tapa de las papas con
un dedo, haciendo una mueca por el contenido en su interior, y luego
deja que se cierre—. ¿Por qué demonios estoy en Anaheim sentado en
una tienda de ratas fritas?
—Porque te dije que vinieras.
Asiente levemente, aceptando eso. 82
—Charlie se ha vuelto loco —me advierte desde debajo de las cejas
bajas—. Buscándote en todas partes.
—¿Los chicos saben que estás vivo? —le pregunto.
—No. Lo escuché de la perra de la DEA. Me dio un teléfono de
contacto cuando comencé a trabajar para ella. Ella. Está. Enojada. —
Enfatiza cada palabra, solo para asegurarse de que entiendo cuán
enojada está—. Gritaba sobre arrestarme por incumplir nuestro acuerdo
y todo. Le dije que salí de la ciudad antes de morir. Y muerto no soy
bueno para ella.
—Suficientemente cierto.
—Sin embargo, quiere saber dónde estoy. Quiere que trabaje en
algunas de las excursiones de motociclistas por aquí.
—No lo harás. —Sacudo la cabeza—. Los motociclistas que tratan
con Charlie te verán, van a abrir las bocas y de repente resucitas. Y
Charlie se entera de que no hice lo que me pidió.
—Te escapaste. —Rick se frota el dorso de la mano contra la nariz
ancha y doblemente rota—. Creo que Charlie probablemente sospecha
que algo está pasando. Lowell dijo que otro tipo le dijo que el viejo está
alborotado, buscando a una chica que vivía contigo. Quiere hacerle
algunas preguntas sobre tu paradero. La DEA también quiere encontrar
a esta chica. Parece que están muy interesados en lo que está pasando,
Zeth.
Había esperado que la DEA metiera la nariz en mi negocio, pero no
esperaba que fueran tras Lacey. Charlie sabe todo sobre Lacey. Finge no
interesarse en mi mierda personal, pero tiene metida su pegajosa nariz
con borde de coca hasta el fondo en mi negocio por lo que cuenta. Debe
haber escuchado miles de conversaciones cuando la chica me
preguntaba dónde estaba, aterrorizada, rogándome que volviera a casa.
La idea me enoja.
Pero entonces algo aún peor me golpea. Si Charlie habla en serio
sobre secuestrar a Lacey, eso significa… significa que es probable que
atrape a Sloane al mismo tiempo.
Y no hay forma de que permita que eso suceda. Mis músculos se
agitan, queriendo tomar medidas inmediatas; me palpitan los puños por
la necesidad de golpear algo, aplastar y golpear, de lastimar a alguien. El
resto de mí tiembla con adrenalina no gastada, encendiendo fuego en mis
articulaciones, preparándolos para luchar. Nunca he estado tan nervioso
por un solo pensamiento. Jamás. Estoy seguro de que estoy preocupado
por Lacey, pero cuando pienso en Charlie poniendo las manos sobre
Sloane...
—¿Estás bien, hombre? —Rick mira la servilleta arrugada que he
apretado con fuerza en mi mano. Tengo los nudillos blancos. La arrojo a
un lado, frunciendo el ceño. Esta mujer está teniendo un efecto muy
jodido sobre mí. No puedo permitirme estar tan distraído por ella. Está
consumiendo cada momento de vigilia de mi día, cuando necesito
permanecer concentrado en la tarea en cuestión. No tiene sentido
83
preocuparse por cosas que probablemente ni siquiera sucederán. He
preparado a mis muchachos por esa razón específica: vigilar a Lace y a
Sloane, y evitar que sufran daños.
—Quiero que te comuniques con esta mujer de la DEA —le digo,
sacudiendo mi pánico momentáneo—. Quiero que le preguntes qué
motociclistas le interesan. Quiero saber qué información tiene sobre mí,
y quiero saber cuándo planean recoger a Lacey. —Escribo el número de
teléfono de mi prepago en otra servilleta menos arrugada aunque todavía
llena de grasa y la meto en el bolsillo superior de la camisa que lleva Rick.
El chico gruñe su asentimiento, aunque claramente no está muy
contento con eso. Junta sus cejas arenosas cuando considera hablar.
Después de un rato se inclina hacia adelante y dice:
—¿Por qué te importa ese pedazo de culo, de todos modos? Estuvo
durmiendo con Georgio Ramerez durante meses. Sabes que no es
demasiado cuidadoso con sus posesiones. Se dice que Frankie Monterello
también lo intentó. Nunca me pareces el tipo de persona que esté
tomando las sobras de alguien, Zee.
En mi cabeza, hago algo que el doctor Walcott sugirió en Chino: un
mecanismo de defensa que normalmente no me molesto en poner en
práctica. Me imagino alcanzando la mesa, presionando mi pecho contra
la pegajosa fórmica, hundiendo mis dedos en la nuca de Rick, conectando
los músculos de mi brazo y luego golpeando su rostro contra la mesa. Su
nariz hace un crujido repugnante y la explosión de sangre sigue
inmediatamente después. Es vagamente satisfactorio. Como dije, no hago
esto muy a menudo; imaginar la acción sin hacerla luego es
contraproducente. El objetivo generalmente es desahogar la ira de mi
cuerpo, mientras que solo pensarlo con frecuencia dirige mi ira hacia
adentro y no hacia afuera. Pero en este momento no puedo llamar la
atención sobre mí o sobre el cabrón sentado frente a mí
comprometiéndome con la acción. No, ahora es el momento para tener la
cabeza fría. Sin embargo, Rick sabe que su pregunta fue un error. Solo
lo miro a los ojos y se mueve incómodo en su asiento.
—Solo preguntaba —agrega.
—Escuché que puede ser muy perjudicial para la salud.
—Sí, bueno —Rick mira a su alrededor, como si buscara una razón
para irse. No necesita una excusa; nuestra reunión ha terminado.
—Llama a ese número mañana. Con la información. —Me levanto
y deslizo mis lentes de aviador, saliendo del lugar de comida rápida lo
más discretamente posible. Lo que termina siendo bastante jodido
cuando mides un metro noventa y estás construido como un tanque.

84
13
Sloane
Traducido por astrea75 y yiany

No es tanto un sonido lo que me despierta. Es más una sensación


de temor inquebrantable y escalofriante que se asienta sobre mí como
una manta sofocante mientras me quedo congelada en la cama. La casa
se asienta, crujiendo y suspirando, el viento provoca inquisitivamente a
los cristales de mi habitación, mientras contengo la respiración, me
galopa el corazón bajo mi caja torácica. La luz de la luna se filtra a través
de las ventanas del piso al techo en el otro extremo de la habitación,
bañando la línea de árboles que se balancea más allá en un tono plateado
dorado. También ilumina la habitación, haciendo que la puerta del
armario, la cómoda, la pequeña caja de madera de castaño de la manta
y otros muebles pequeños sean fácilmente visibles.
Nada fuera de lugar. Todo donde debería estar. Tal vez la presencia 85
de Lacey en la casa, solo estar aquí, durmiendo en la habitación de
invitados, es suficiente para ponerme nerviosa y al límite. Siempre he
podido hacer eso, sentir cuando no estoy sola, incluso en una casa tan
grande como esta. Siempre conduce a un sueño interrumpido. Sin
embargo, de alguna manera sé que este no es el caso. Se siente diferente,
incómodo. Tenso. Resignándome al hecho de que no me voy a volver a
dormir, levanto las sábanas de la cama y salgo de puntillas
silenciosamente de la habitación. Me tambaleo para detenerme
inmediatamente en el pasillo, aturdida. Dos hombres con pantalones
negros y camisetas, que reflejan mi expresión de sorpresa, sostienen
entre ellos la elevada y luchadora forma de Lacey. El chico más cercano
a la parte superior de las escaleras tiene un firme agarre alrededor de sus
piernas, que lo golpean inútilmente. El otro tipo tiene los brazos
enredados debajo de los de ella, levantándola pero también tapándole la
boca con una mano al mismo tiempo. No parece que ella esté gritando de
todos modos, por lo que sus esfuerzos probablemente sean innecesarios.
Los ojos de Lacey están dominados por un terror puro que me agarra por
la garganta y me estimula a la acción.
—¿Qué demonios están haciendo? —jadeo. Pregunta bastante
estúpida. Es obvio lo que están haciendo; están secuestrando a Lacey. La
chica que Zeth dejó a mi cuidado. La chica que dije que cuidaría.
El tipo que lucha por sujetar las piernas de Lacey menea la cabeza
amenazadoramente.
—Vuelve a la cama, bebé. De lo contrario, nos aseguraremos de
volver también por ti.
—¡Bájala y vete a la mierda de mi casa! —Me tiembla la voz con una
rabia que incluso me sorprende. Los dos hombres exhalan en frustrada
sincronía; claramente no quieren tratar conmigo en este momento.
—¿Tienes un deseo de muerte, perra? —dice el otro—. No quieres
interferir ahora mismo. Créeme.
—A la mierda. Nos ha visto, de todos modos. Vamos a tener que
tratar con ella —dice el otro tipo, con un brillo malicioso en los ojos.
Lacey arremete con un pie, logrando liberarlo, y por un momento
los dos hombres se distraen mientras luchan por agarrar la pierna que
patea salvajemente. Hago lo primero que pienso, retroceder a mi
habitación y cerrar la puerta, pasando el cerrojo detrás de mí. Los ojos
de Lacey están suplicando cuando la barrera se cierra entre nosotros, y
le ruego que no piense que la estoy abandonando. No lo estoy realmente.
Simplemente no puedo llegar a la única arma ofensiva, el bate de béisbol
que mantengo junto a la puerta principal, sin tener que pasarlos, así que
voy por la siguiente mejor opción. Mi bolsa médica. La encuentro donde
siempre la guardo, en mi cuarto de baño cuidadosamente encaramada
sobre la cisterna del inodoro.
—¡Abre la maldita puerta, perra! —Un estruendo fuerte golpea
sobre la puerta de la habitación. Me tiemblan las manos como locas.
—¡Vamos, vamos, vamos! ¡Rápido! —murmuro las palabras por lo
86
bajo mientras intento mover más rápido las manos, forcejeando con la
cremallera y luego luchando por voltear el contenido en el piso del baño.
Paquetes de ampollas de muestras de drogas, pequeños viales de vidrio,
jeringas, vendajes, depresores de lengua: el lote termina derramándose
sobre los azulejos. Tomo el primer vial que veo y una jeringa y luego salgo
corriendo por la puerta. No la de mi habitación. La puerta de conexión
que conduce al tercer dormitorio. Aguanto la respiración un momento,
escuchando.
—... volver por ella. Necesitamos poner una en el auto primero.
—De ninguna manera. ¡Ella saldrá!
—¿Y? —El tipo con la voz más profunda, el que había estado
sosteniendo las piernas de Lacey, parece que se está enfadando—. ¿A
dónde diablos va a ir aquí? No puede llamar a la policía. La línea
telefónica también está muerta. Vamos. La dejaremos que se preocupe
por un minuto.
¿Preocupada por un minuto? Apenas. Alguien me preguntó hace
mucho tiempo cómo pensaba que me iría en una situación de guerra.
¿Sería capaz de luchar o me derrumbaría bajo la presión? La vida y la
muerte de todo. Bueno, supongo que ahora es un buen indicador de cómo
reaccionaría. No me estoy desmoronando. Estoy reaccionando.
Le doy un minuto entero, luchando por retenerme mientras
escucho gruñidos y ruidos de roces que se mueven por la casa. Y luego
me muevo.
Gracias a Dios por la cirugía de trauma.
Eso es lo que me pasa por la cabeza mientras tropiezo a ciegas por
el pasillo ahora vacío y bajo las escaleras. Si no fuera por la cirugía de
trauma, no estaría acostumbrada a sacar una jeringa de su plástico
estéril, sumergir la aguja en un vial y extraer la cantidad correcta de
líquido desde el interior para tratar a mis pacientes, y todo mientras me
muevo tan rápido como sea humanamente posible. Los hombres están
en la puerta de entrada, saliendo con Lacey, resistiéndose y finalmente
gritando a través de la mano que se cerró firmemente sobre su boca. Veo
el vial que agarré cuando empiezo a llenar la jeringa con el medicamento
transparente en su interior: Diclofenac. Excelente. 25mg si tienes dolores
menstruales malos. 200mg si quieres noquear a un secuestrador. Dejo
caer la botella, sin registrar el hecho de que está lloviendo, que mis pies
descalzos corren sobre la grava, o el hecho de que el tipo que lleva los
pies de Lacey me ha visto venir, antes de hundir la jeringa profundamente
en la base del cuello del otro tipo.
Se hunde como si le hubiera disparado en la cabeza en lugar de
bombearlo de analgésicos. En una caída de brazos y piernas, golpea el
suelo, llevándose a Lacey con él. Su espalda cae pesadamente sobre su
pecho. 87
—¡Jodida puta! ¿Qué hiciste? —ruge el chico consciente—.
¡Malditamente lo mataste! —Dudo que lo haya hecho. Sin embargo, no
hay tiempo para comprobar si hay pulso. El tipo viene hacia mí, con una
pistola de repente en la mano—. Métete en el puto auto. —Sacude la
cabeza por encima del hombro. El sedán negro que nos siguió antes está
estacionado a su derecha, la puerta trasera ya está preparada y abierta,
presumiblemente esperando la forma reacia de Lacey. El agua de lluvia
se ha acumulado en el cuero, empapando los asientos. Una sacudida de
pánico se apoderó de mí, un violento recordatorio de que solo tenía una
jeringa y ahora ya no, enterrada en el hombre caído a mis pies. No tan
inteligente después de todo. Si lo hubiera sido, habría agarrado el bate
de béisbol de su lugar mientras pasaba corriendo. No es que un bate de
béisbol sea mucho contra una pistola, pero aun así. Sería mejor tener
algún tipo de arma a mano.
—¿Eres jodidamente sorda e increíblemente estúpida? —escupe el
pistolero—. ¡Sube. Adentro. Del. Maldito. Auto!
Siempre pensé que vivir en medio de la nada era lo más
sorprendente. No hay gente que te hostigue; no pasan autos que hagan
ruido; no hay vecinos entrometidos que te miren encubiertamente detrás
de las cortinas que se mueven. Ahora me siento bastante diferente sobre
el asunto. No hay personas que vengan a tu rescate; no hay autos que
pasen para pedir ayuda; No hay vecinos entrometidos para presenciar a
un pistolero loco y llamar a la policía. Mierda.
No soy estúpida. Este tipo podría dispararme aquí y ahora y
pasarían al menos veinticuatro horas antes de que alguien viniera para
averiguar a dónde me he metido. A pesar de eso, sin embargo, sé que
subir al auto significa que estoy muerta de cualquier manera. No hay
tiempo para sentir pena por mí misma, entrar en pánico o suplicar por
mi vida. Tampoco para negociar o intentar salir de esto. Simplemente me
niego a aceptarlo.
—No. No voy a subir al auto.
—¿No? —La cara del pistolero se contrae en una máscara de
incredulidad—. Ves esta pistola en mi mano, ¿verdad? —La levanta hacia
un lado para que pueda verla bien, con el dedo índice aún apuntado en
el gatillo. Comienza a acechar hacia adelante, con una mirada
intencionada en su rostro que solo puede significar una cosa: me va a
forzar a entrar en ese auto, consciente o inconsciente, viva o muerta.
Considero mis opciones muy rápidamente y decido que no tengo
ninguna. Mi bravuconería está muy bien, pero cuando se acerca y me
agarra, se desintegra en una ola de miedo paralizante. Lo primero que
quiero hacer automáticamente es llamar a Zeth, pero está a más de mil
kilómetros de distancia. A más de mil kilómetros de distancia y lo
necesito aquí, justo frente a mí, para hacer polvo a este tipo con los
puños.
Con una presión similar a un tornillo de banco, el chico asegura
un agarre cruel alrededor de mi muñeca. Levanta la mano con la pistola 88
y está a punto de bajar el arma con toda su fuerza sobre mi cabeza
cuando un extraño impacto hace que su cuerpo tropiece hacia mí. Tiene
los ojos vacíos mientras se desliza por mi cuerpo, sigue haciendo su mejor
esfuerzo para mantenerme en contacto con una mano, excepto que ahora
es un esfuerzo para permanecer erguido en lugar de detenerme.
Hago un extraño jadeo de sorpresa cuando finalmente se suelta y
su cuerpo comienza a convulsionarse. Sus brazos y piernas se contraen
como locos, inclinando la cabeza hacia atrás en una posición tensa.
Cuando levanto la mirada, boquiabierta, Lacey se encuentra de pie sobre
su cuerpo convulsionado, agarrando un gigantesco trozo de roca contra
su pecho. Es tan grande y pesado que tiene que sujetarlo con ambas
manos, y una esquina surcada se oscurece con algo oscuro y húmedo.
Sangre.
—¿Acabas de…? —Dejo que la pregunta se desvanezca. No hay
necesidad de preguntar qué acaba de hacer.
Lacey suelta la roca como si hubiese estado momentáneamente
poseída cuando atacó al secuaz de Charlie y ahora, de repente volviendo
en sí, descubre que está agarrando un arma homicida.
—Yo solo, él tenía que soltarte —gime—. ¿Está... está muerto?
¿Debería molestarme incluso en revisar? Tardo dos segundos en
formar la respuesta.
—No, estará bien. Pero tenemos que salir de aquí. Como, ahora
mismo. —La verdad es que no tengo idea de si alguno de los hombres
tiene probabilidades de sobrevivir al asalto a sus cuerpos, pero no podría
importarme menos en este momento. Acabamos de esquivar una bala.
Quizás literalmente esquivamos una bala. No tenemos tiempo para
verificar los pulsos y preguntar si nuestras víctimas se encuentran bien—
. Sube al auto, Lace. —Señalo el sedán, indicando a cuál me refiero.
Obedece rápidamente, rodeándose el cuerpo con los brazos,
metiéndose en el asiento trasero del vehículo negro. Casi le pregunto qué
cree que está haciendo al meterse en la parte de atrás cuando recuerdo
las palabras de Zeth: ella no puede. No lo hará. Pero eso es algo para
consultar en otro momento. En este momento, tengo otras cosas de qué
preocuparme.
Me congelo por un segundo, dándome un momento para dejar de
entrar en pánico y pensar. ¡Piensa, Sloane! Traumatismo por golpe
contundente en la cabeza. Diclofenac ¿Cuánto tiempo tengo aquí?
Podrían ser cinco minutos. También podrían ser fácilmente cinco
segundos. No tengo tiempo para subir corriendo las escaleras en busca
de ropa, pero creo que sí tengo tiempo suficiente para correr dentro de la
casa y agarrar mi bolso de la mesa por la puerta principal. Una vez que
lo agarro, me apresuro al Volvo estacionado al costado de la casa,
recupero la llave de mi bolso, abro el capó y luego...
Luego me detengo. 89
Un automóvil no funcionará sin bujías, lo sé, pero frente al motor
no tengo idea de dónde están las bujías. O cómo se ven. Jadeando con
exasperación, agarro una de las gruesas mangueras negras que
alimentan el bloque del motor y la libero. Un perno y una arandela se
sueltan y caen al suelo. Recojo los dos y los tiro con todas mis fuerzas
hacia la oscuridad, a la maleza cubierta de matorrales, rezando para que
el auto no pueda funcionar sin ellos.
Suficiente retraso.
Corro de regreso al sedán para encontrar a Lacey temblando
incontrolablemente en la parte trasera. También encuentro las llaves ya
en el encendido, esperando a dar arranque. Obviamente querían hacer
una escapada rápida. Gracias a la mierda.
—¿Por qué tomaremos su auto? —Los dientes de Lacey castañean
mientras habla. He visto conmoción antes, puedo reconocer sus primeras
etapas. Necesito darle un poco de azúcar y pronto, de lo contrario,
colapsará. Con fuerza.
—Su gente conoce mi auto. Pueden estar buscándolo cuando estos
dos no se reporten o algo así. Es mejor que tomemos este y lo dejemos
tirado, y luego consigamos un auto de alquiler.
Los ojos de Lacey contienen destellos distantes de conciencia.
Asiente lentamente, levantando las rodillas debajo de la barbilla y
abrazando las piernas dobladas contra el pecho. Conduzco hacia la
noche, alejándome de mi casa y de los cuerpos de los dos extraños que
vinieron a hacernos daño.

90
14
Sloane
Traducido SOS por Moreline y MadHatter

Resulta que fue vital que agarrara mi bolso. Para cuando llegamos
a la autopista, el tanque de gasolina está en reserva. ¿Quién no llena el
tanque si está planeando un buen secuestro? Inmediatamente dejo los
límites de la ciudad y me encuentro en la Interestatal-5 Sur sin siquiera
tomar la decisión conscientemente. El camino se extiende en una llanura
interminable de asfalto ahora, una gran franja de camino que nos llevará
durante aproximadamente diecisiete horas en la misma dirección hasta
que lleguemos a Los Ángeles. Podría haber ido al hospital. También
podría haber recurrido a Pip, pero la idea de arrastrar problemas a su
puerta es algo que no puedo considerar. Lo mismo con mi lugar de
trabajo. Todo lo que sé es que la única persona capaz de mantenernos a
salvo ahora probablemente se molestará con nuestra presencia. Y
literalmente no tengo idea de cómo encontrarlo una vez que lleguemos a
91
L.A.
Lacey finalmente se queda dormida después de que nos detenemos
en una estación de servicio y le doy un refresco demasiado dulce y un par
de barras energéticas. Una vez que amanece, débil y sombrío, un color
rosa pálido extendiéndose sobre el cielo nublado, encuentro un Wal-Mart
fuera de la autopista y espero a que esté abierto. Lacey permanece
dormida en el auto cuando entro y tomo un par de mudas de ropa. La
cajera mira el moretón morado y fresco en mi antebrazo donde el tipo me
agarró antes y sacude la cabeza, como si el estado en que me encuentro,
la hora temprana, y mi apresurada compra de vaqueros, camisetas y
zapatos contara una historia propia. Claramente piensa que estoy
huyendo de un novio abusivo o algo así.
Es sorprendente la diferencia que un par de vaqueros y unas
balerinas pueden hacer para escapar. Ciertamente me siento menos
vulnerable que en mis pijamas, de cualquier manera. Lacey se despierta
ocho horas después, está lo suficientemente consciente como para
decirme que no sabe conducir, antes de que decida que es suficiente y
tenemos que deshacernos del auto. Nos detenemos en el condado de
Jackson, Oregón, y abandonamos el vehículo en el estacionamiento de
una licorería con las llaves aún en el encendido, alguien seguramente lo
robará teniendo en cuenta el vecindario, y luego caminamos cinco
cuadras hasta un motel, donde rápidamente nos registramos con un
nombre falso y finalmente me desmayo.
***

Zeth
—¿Qué coño quieres decir con que el lugar estaba vacío?
Callum, uno de mis muchachos, recita con cautela la información
que necesita contarme, sabiendo muy bien en cuánta mierda está metido.
Le asigné la tarea de revisar el lugar de Sloane durante la noche y el
increíble hijo de puta solo me llama ahora, a las jodidas once de la
mañana, para decirme que la casa estaba vacía cuando llegó allí.
—¿Cuándo fue la última vez que pasaste por el lugar? —exijo.
Permanece en silencio por mucho tiempo. Y luego:
—A la medianoche. —Puedo escuchar la contracción de dolor en su
voz.
Espero que pueda escuchar el asesinato en la mía.
—¿Repítelo? Porque juraría que acabas de decir a la medianoche,
cuando te dije que pasaras cada dos horas.
—Lo sé, Zee. ¡Pero el lugar está a kilómetros de cualquier cosa,
hombre! Me llevó una hora encontrarlo. Supuse que nadie más se
dirigiría por ese camino incompleto en la oscuridad. ¡Es jodidamente 92
peligroso!
—¿Sabes lo que es jodidamente peligroso? —digo gruñendo en voz
baja—. Yo. Yo soy jodidamente peligroso, y en este momento estoy cerca
de volar de regreso a Seattle para poder matarte personalmente. ¿Me
entiendes?
—¡Lo siento, Zee! En serio, las voy a encontrar, lo juro.
—No, no lo harás. Me dirás lo que encontraste cuando subiste allí.
—Mi voz se vuelve más tranquila y baja con cada palabra; cualquiera que
me conozca lo suficiente sabe que esto no es algo bueno.
—Había rastros profundos de neumáticos. Sin embargo, no del
auto de la doc. Ese estaba todo jodido, todavía estacionado junto a la
casa. Y había muchas huellas de pisadas y marcas en el barro. Supongo
que parecía como si hubiesen arrastrado algo o alguna mierda.
—¿Arrastrado algo o alguna mierda? Realmente me estás llenando
de pensamientos agradables en este momento, Callum. ¿Sabes lo que se
siente que te rompan los dedos uno por uno? Porque la posibilidad de
mostrarte suena cada vez más divertida a cada segundo. Dónde. Están.
—No lo sé, jefe. Aunque lo averiguaré. ¡Ahora mismo!
El teléfono se corta. Aprieto los dientes, cerrando los ojos y
presionando las manos alrededor de la cosa hasta que cruje bajo la
presión. Me tomo un momento. Trago fuerte. Inhalo una respiración
profunda.
Hoy no ha comenzado bien.
Un retorcijón de inquietud y frenesí hace que prácticamente me
hierva el estómago. ¿Qué mierda me pasa? Me están sudando las palmas
como locas y mi corazón me late tan rápido que casi parece que está
luchando por alejarse de mí. Me levanto, sintiéndome un poco mareado.
Respira, por el amor de Dios, me digo. Jodidamente respira. Pero no
parece ayudar. La última vez que me sentí así fue cuando los barrotes de
mi celda en la cárcel se cerraron de golpe la primera noche en Chino y
me di cuenta de que estaba jodido. Totalmente vulnerable. A la voluntad
de otro hombre. No había vivido así desde antes, con mi tío. Y había
jurado que nunca más lo haría. Me dejé llevar por el pánico la primera
noche, y luego cerré todo. Decidiendo que podían ponerme detrás de las
rejas y decirme cuándo podía comer, cuándo podía ducharme y cuándo
podía hacer ejercicio, pero no había manera de que me dijeran cómo
sentirme al respecto. Después de eso, había caminado con la cabeza bien
alta, desafiando a cualquiera a intentar probarme. A intentar empujarme.
No fue necesaria una pelea obligada con otro recluso para demostrar lo
duro que era cuando comencé mi temporada en Chino. Había sido una
invitación abierta, una oferta para que cualquiera lo suficientemente
estúpido lo intentara. Nadie lo hizo. Ni una sola vez. El sentimiento de
impotencia se había desvanecido después de eso, y me di cuenta de que
tenía el control de algunas pequeñas maneras, incluso dentro de la
93
prisión.
Pero no ahora. El sentimiento se retuerce fuertemente a través de
mis entrañas, anudando todo en una dolorosa unión de intestinos,
órganos, músculos y sangre.
Completamente inaceptable.
No sé dónde están.
No sé dónde está ella.
No sé cómo llegar a ellas.
No hay nada que pueda hacer.
Pero necesito hacer algo. Tengo que hacerlo. Agarro mi chaqueta,
probando el peso para asegurarme de que las llaves del Camaro todavía
están adentro. Conduciré todo el día y toda la noche si es necesario. Voy
a encontrar a esas chicas. Mis chicas. Mi chica.
Al otro lado de la puerta, Julio y uno de los guardias de la entrada
de la otra noche, el alto, ya se dirigen por el pasillo, con una mirada seria
firmemente pegada en su rostro. Una mirada seria en el jefe de una
pandilla mexicana es una mala señal. Cuando Julio sospecha o se
considera amenazado, actúa en sentido contrario; sonríe. Cuando
sospecha que alguien le está tomando el pelo, tomándose libertades,
espiando y, en general, jodiendo con los negocios que no tiene derecho a
joder, ahí es cuando desaparece la sonrisa.
—¿Vas a algún lado, ese? —pregunta Julio. Ahora ya no hay un
hermanos aquí. Solo un leve desprecio que me hace saber que estoy
realmente jodido. Ese es el tipo de nombre reservado solo para otros
hispanos. Julio lo usa irónicamente, señalando que no pertenezco al
lugar. Que él sabe que algo serio está pasando. El guardia a su lado lleva
una pistola escondida en la parte delantera de su cintura, con el pulgar
obviamente enganchado en el cinturón.
Me encojo de hombros.
—No mucho, hombre. Solo salgo a buscar a un amigo. Dijiste que
podía traer a alguien a este evento, ¿verdad? —No es hasta dentro de
otros dos días, pero tengo que arriesgarme. Es la primera excusa que se
me viene a la mente.
—Claro, claro. —Julio asiente. Se rasca la barbilla, mirándome de
arriba abajo—. Antes de irte, ven a charlar un rato junto a la piscina,
¿eh? —Este no es el tipo de solicitud a la que un hombre se niega. El
hecho de que incluso lo haya disfrazado como una solicitud me da un
atisbo de sospecha de que tal vez no sepa tanto como creo. Todavía no,
de todos modos. Asiento, entrecerrando los ojos hacia él. Julio hace un
gesto delante de sí mismo, indicándome que vaya primero. Después de
tres días deambulando casualmente por los pasillos, con la esperanza de
tropezar sin querer con Alexis, obtuve una buena distribución de la tierra
dentro de la villa del complejo. Me dirijo directamente a la piscina. Afuera,
ya se ha dispuesto una bandeja de frutas junto con zumo y cerveza
frescas. Julio se sienta en una tumbona, el guardia toma posición detrás
94
de él. Me rio ante el ridículo delincuente, quien me devuelve la mirada.
—Te vas a disparar en la polla con esa cosa —le advierto,
levantando las cejas ante su arma. Alcanzo una fresa, que mastico
lentamente, sonriéndole de forma macabra.
Julio chasquea.
—Vamos, Zeth. Sé amable con mis amigos. Yo siempre soy amable
con los tuyos, ¿verdad?
Como otra pieza de fruta, meciendo la cabeza de lado a lado, en un
gesto evasivo, a pesar de que digo:
—Es cierto.
—Solo quería preguntarte algo, mi amigo. —Julio hace un gesto
con la mano hacia el guardia, que esta vez saca un sobre manila doblado
por el medio. Julio lo acepta y saca un trozo de papel, que coloca boca
abajo en la mesa entre nosotros—. Me preguntaba si podrías explicar un
poco más sobre tu negocio aquí en Los Ángeles. Dijiste que te
encontrabas con algunos amigos de camino para visitar a la familia, ¿no?
—Eso es correcto —respondo instantáneamente, sin parpadear
ante su línea de preguntas o el trozo de papel que sacó del sobre.
—Ya veo. ¿Qué tipo de amigos tienes aquí en Los Ángeles, Zeth?
—De todo tipo. —Otro bocado de fruta. Hago un gesto hacia el cubo
de hielo lleno de cervezas y levanto las cejas nuevamente. Julio asiente,
dando su consentimiento. Abro una y le doy un largo trago. Julio hace lo
mismo, aunque solo toma un pequeño sorbo—. Ayer visité a un viejo
amigo de la secundaria. Comimos algo en el almuerzo —le digo. Tuve
cuidado de asegurarme de que no me siguieran, pero mierda. A veces las
personas son unos hijos de puta furtivos. Julio podría haberme seguido
cuando fui a encontrarme con Rick. Es mejor admitir haberlo visto antes
de enfrentar pruebas fotográficas, si eso es lo que tiene en ese papel.
—Ajá. —Julio apoya una mano en su grotesco bulto de barriga,
balanceando la cerveza hacia su lado también—. Este amigo tuyo. ¿Tiene
nombre?
Le doy una mirada confusa.
—Sí, se llama Rick. ¿Por qué?
—Porque encontramos a un chico tomando fotos de las chicas ayer
desde afuera del complejo. Se niega a darnos su nombre o por qué está
aquí. ¿Pensamos que tal vez podría ser un amigo tuyo?
Mierda. ¿Un chico tomando fotos de las chicas desde afuera del
complejo? Seguro que es alguien que conozco, pero no es Rick. Es
Michael. Meneo la cabeza, sonriendo tristemente.
—Lo siento. No tengo idea. ¿Probablemente sea solo un pervertido
tratando de mojar su polla, no? 95
Con el ceño fruncido, el guardia detrás de Julio hace un gruñido
de incredulidad en el fondo de su garganta.
—¿En serio va a escuchar esto, jefe? El tipo está lleno de mierda.
—¡Cierra la maldita boca, Andreas! —espeta Julio. Sus papadas
caídas se tambalean ante su repentino pico de ira. Con la cara casi
morada, Julio lanza una mirada sobre mí que haría tambalear a hombres
más chicos. Pero a mí no. He lidiado con cosas mucho peores y salí del
otro lado oliendo a jodidas margaritas. El otro tipo generalmente sale
apestando a sudor y con sus pantalones manchados de orina. Julio lo
sabe.
—No te estoy acusando de nada, Zeth —me tranquiliza—. Solo
quiero asegurarme de que este hombre no sea amigo tuyo antes de
permitir que Andreas y sus amigos se vuelvan un poco más ingeniosos
con sus preguntas. ¿Me sentiría mal si lastimara a alguien que hayas
empleado?
Si Michael está en algún lugar de este complejo, entonces está
manteniendo la boca cerrada, es una de las razones por las que lo
contraté, y sé que no tienen motivos para sospechar que es uno de los
míos. Por la reacción enojada de Julio ante la insistencia de Andreas de
que sospeche de mí de alguna manera, tengo la impresión de que él fue
quien susurró la sugerencia al oído de Julio en primer lugar.
—Lo siento hombre. Como dije, no puedo ayudarte. No tiene
sentido de todos modos. ¿Por qué tendría a alguien vigilando el lugar
cuando ya estoy adentro?
Porque él puede tomarles fotos, cuando me haya ido. Porque puede
ver el área de las chicas del complejo desde donde se esconde. Porque
necesito actuar con calma mientras estoy aquí, y que no me atrapen
husmeando como un maldito espía. Hay más razones, pero esas son las
más importantes.
Julio clava los ojos oscuros en mí, tal vez tratando de averiguar la
verdad de mi comentario, y luego, pensativamente, menea la cabeza de
arriba abajo.
—Lo pensé mucho, hombre7. Pero sabes cómo están las cosas con
Charlie, ¿eh? Ahora somos buenos amigos, pero no siempre fue así. Soy
un hombre cuidadoso, Zeth. Siempre me gusta tener cuidado.
—A mí también.
Julio voltea casualmente el papel sobre la mesa, reflexionando
sobre él por un momento. Cuando lo vuelve a bajar, está bien, y puedo
ver el daño que ya le han hecho a mi segundo al mando. La apariencia
ordinariamente impecable de Michael ha desaparecido, ha sido
reemplazada por vaqueros llenos de polvo y una camisa blanca
manchada de sangre. Los músculos de sus brazos están tensos,
flexionados torpemente mientras tira de los lazos que le atan las manos
a la espalda. Sangre en la frente, la sien, su hombro, corriendo de su
96
boca. Ya lo han golpeado bastante bien.
Dejo que todo me invada. No hay tiempo para entrar en pánico o
preocuparse por el hombre; esta no es su primera vez en el rodeo. Puede
cuidarse solo; lo sé por experiencia. Sin embargo, ese conocimiento no
detiene la ira pura que siento. Tengo que agarrarla con ambas manos y
mantenerla adentro. Tendré que lidiar con eso más tarde. Sonrío,
levantando una ceja a Andreas que todavía se encuentra de pie con un
dedo en el gatillo, rogando que le pidan usar el arma que tiene en la
cadera.
—No se te puso dura8, Andreas. Dicen que un hombre que no puede
tener una erección tiene que hacerse sentir como un hombre de otras
maneras.
—¿Qué carajo estás insinuando, puto9? —espeta, dando un paso
adelante. Julio levanta una mano impaciente y lo detiene en seco.
—Realmente deseo que se porten bien, muchachos —dice
cansado—. Andreas, ve a ver si este tipo está listo para decirnos qué está
haciendo aquí, por favor. Zeth, sé que dijiste que ibas a buscar a un
amigo, pero ¿tal vez me harías el honor de pasar esta tarde conmigo?

7
En español en el original.
8
En español en el original.
9
En español en el original.
¿Pensé en tener tal vez algún entretenimiento con las chicas y tomar un
par de cervezas al sol?
Por el amor de Dios. Quiere mantenerme cerca. Puede que no le
crea a Andreas en este momento, pero tampoco necesariamente me cree
a mí. Hago una expresión con mi mejor imitación de una disculpa.
—Lo siento, Julio. Realmente necesito ir a buscar a esta chica. Tal
vez mañana...
—No me dejarás beber solo, ¿verdad? —interrumpe. Apoya una
mano firme sobre mi hombro, empujándome hacia la tumbona—. No,
Zeth, hombre. Yo no bebo solo. Me temo que realmente debo insistir.

97
15
Sloane
Traducido por Moreline y Emotica G. W

Cuando finalmente me despierto, Lacey no está en la habitación


del motel. El lugar, arruinado y gastado, tiene un aura de abandono que
me da escalofríos. Parece que he estado sola aquí por bastante tiempo. Al
instante entro en pánico, preguntándome dónde demonios se ha metido
la chica. Saliendo de la cama y apresurándome descalza a través de la
alfombra manchada de color oscuro, ligeramente pegajosa, abro la puerta
del baño con la esperanza de encontrar a la chica flotando en una bañera
roja oscura llena de su propia sangre. La iluminación sobre mi cabeza es
intensa mientras ilumina las baldosas blanquecinas y el lavabo
amarillento, pero aquí no hay rojo. Sin sangre. Mi ritmo cardíaco baja un
poco. Es decir, hasta que me doy cuenta de que el motel está justo al lado
de una carretera muy transitada y que hay más de una forma de
suicidarse además de cortarse las muñecas en una tina con agua tibia.
98
—¿Lacey? ¡Lace! —Salgo corriendo de la habitación, sorprendida
de encontrar el cielo de un glorioso azul pálido limpio en lugar de gris y
pesado con nubes de lluvia. La chica rubia se encuentra a nueve metros
de distancia, de espaldas a mí, en un teléfono público cementado en el
concreto del estacionamiento. Tiene el auricular presionado contra su
oreja. Me aseguro de que me escuche mientras me acerco detrás de ella.
—… noche. Dos de ellos. —Sus grandes ojos, intensamente
oscuros, se ensanchan cuando me registran de pie a su izquierda. Me da
un breve asentimiento—. Sí —dice al teléfono—. Lo sé. Lo haré, lo
prometo. Pero en este momento solo necesito la dirección. —Se muerde
el labio, su cuerpo se tensa mientras aparentemente espera que quien
esté al otro lado del teléfono responda. La postura rígida se evapora un
segundo después; ella cierra los ojos por un momento corto, exhala un
largo suspiro y luego busca un papel en el bolsillo. Rápidamente
garabatea un conjunto de números con un bolígrafo que debe haber
encontrado dentro de la habitación del motel—. Gracias, Georgio. Iré a
verte, te lo prometo. —Cuelga el auricular, sosteniendo el papel arrugado
en su mano triunfante—. Lo tengo. Tengo la dirección del recinto donde
está Zeth en este momento.
Miro dubitativamente el papel que Lacey está agitando frente a mi
cara.
—Esos son solo números, Lacey. —Sin embargo, estoy gritando en
mi cabeza. ¿Recinto? ¿Un jodido recinto? Eso suena peligroso y
francamente muy aterrador. ¿Y por qué demonios es que Lacey sabe
dónde se fue pero a mí no me lo dijo? Es algo estúpido e irracional por lo
que estar enojada, ya que ella ha estado viviendo con él durante seis
meses, y claramente comparten un fuerte lazo, pero aun así. Apesta, y
claramente soy una criatura irracional. Empujo todo eso a un lado,
tratando de concentrarme en la tarea en cuestión.
Lacey se inclina, apoyando el papel contra su rodilla para insertar
rápidamente algunas comas, y de repente la información en él ya no es
una cadena de números aleatorios sino coordenadas.
—Se encuentra en el desierto —me dice, entregando el papel.
—¿Quién te dio esto? ¿Cómo sabemos que es el lugar correcto?
—Porque Zee me habló de este lugar varias veces. Nunca me dio
detalles, pero mi viejo novio corre en los mismos círculos que Zeth. Más
o menos. Él supo de qué lugar estaba hablando de inmediato.
—Oh, Dios, Lacey. —Estudio las coordenadas una y otra vez como
para asegurarme de que realmente sean reales—. Probablemente haya
miles de estos lugares en Los Ángeles. Este no puede ser el único en el
desierto.
—No es que cobren quince mil dólares por noche y sea solo por
invitación —argumenta Lacey. Esta chica parada frente a mí es una
criatura completamente diferente a la niña en pánico que aplastó la
99
cabeza de un tipo con una roca anoche. Es dueña de sí misma y una luz
ha surgido de algún lugar en sus ojos, reemplazando el aspecto apagado
de la ansiedad. Es apenas reconocible. Incluso su voz es más fuerte.
Firme, de hecho.
—Esa es la dirección correcta, Sloane. —Asiente para cimentar la
verdad de esta declaración—. Zeth estará allí. No te preocupes. Iremos a
buscarlo y nos llevará malditamente lejos del estado de California y de
todo lo malo que haya pasado en él.
***
Probablemente sea una mala idea alquilar un auto a mi nombre,
pero realmente no tengo otra opción. Tal vez debería intentar sobornar al
empleado para que cambie mis datos, pero estos lugares no son
exactamente así. Las únicas compañías que puedo encontrar son
corporativas que quieren fotocopiar tu identificación y hacerte llenar
hojas y hojas de papeleo, y además, el chico detrás del escritorio no
parece lo suficientemente inteligente como para realmente darse cuenta
de que estoy tratando de sobornarlo, en primer lugar. Elijo algo que no
se nos rompa antes de llegar a California, y luego nos ponemos en
marcha.
Estamos en la carretera después de eso. Me siento horrible. No
debería, pero no puedo evitarlo; Lacey está prácticamente feliz mientras
conduzco en angustioso silencio durante las siguientes diez horas. Estoy
angustiada porque he decidido que no puedo llevarla conmigo a este
lugar. Zeth quería mantenernos a mí y a su hermana (incluso si él no
sabe quién es ella) lejos del recinto, y tiene razón. No hay forma de que
pueda, en buena conciencia, exponerla a ese tipo de ambiente; está muy
dañada, y Dios sabe lo que le sucedería si la coloco en una posición en la
que técnicamente cualquier cosa podría pasarle. Técnicamente, a mí
también me podría pasar cualquier cosa, pero no estoy pensando en eso.
Estoy pensando en ir allí, gritarle a Zeth por arruinar completamente mi
vida en el espacio de unas pocas semanas, a pesar de los eventos que
tuvieron lugar en una habitación de hotel hace dos años, agarrar a mi
hermana y luego salir como la mierda de ahí. En mi cabeza, no hay lugar
para que este plan se desvíe. Incluso la perspectiva del menor
inconveniente podría persuadirme de quedarme con Lacey en el lugar
donde tengo la intención de dejarla, donde podríamos esperar y pasar
algún tiempo resolviendo otra forma de llegar a Zeth.
Lo que me conduce a donde estoy llevando a Lacey. Donde planeo
dejarla mientras sigo este innegablemente loco plan. Cuando comienza a
caer la noche, Lacey ni siquiera pestañea cuando llegamos a Dana Point,
al menos a una hora de nuestro destino hacia el noreste. Ella sabe que
el complejo está en el desierto, por lo que también debe saber que esta
no es la dirección en la que deberíamos dirigirnos para encontrar a Zeth.
Apenas puedo recordar la ruta a la pintoresca casa estilo rancho de tres
dormitorios, pintada de un naranja oscuro y alejada de la costa, en mi
defensa, solo he venido aquí tres o cuatro veces. Con mi título y luego mi
pasantía y residencia, no he tenido mucho tiempo para hacer una visita.
100
Me detengo en el camino de entrada, silenciando el motor, todavía
esperando que Lacey se dé cuenta de que no estamos donde se supone
que deberíamos estar. Ella simplemente se sienta en el asiento trasero,
mirando cómodamente por la ventanilla a pesar de que ahora no nos
movemos, sin siquiera parpadear.
Salgo del auto, preguntándome qué hará. Me sigue sin decir una
palabra, trayendo consigo el pequeño paquete de ropa que le compré en
Wal-Mart.
—¿Estás bien, Lace? —pregunto con cuidado. Ella solo me mira,
una leve mirada de sorpresa en su rostro.
—Seguro. ¿Por qué no lo estaría?
Puedo pensar en mil razones, la más reciente siendo el hecho de
que puede que haya matado a un hombre ayer con una gran piedra. Sin
embargo, mantengo la boca cerrada. En cambio, camino por el sendero a
la casa de color naranja pálido y llamo con cuidado a la puerta principal.
Flujos de energía nerviosa me recorren como olas. Dios sabe cómo va a
salir todo esto. Si tengo suerte, todo irá bien. Si no, estaré buscando otro
lugar para dejar a la hermana de Zeth. Lacey se une a mí y me da una
sonrisa agradable. La puerta principal se abre y los ojos del hombre alto
y delgado del otro lado parpadean con repentina sorpresa y luego
felicidad. Parece más viejo que la última vez que lo vi. Cansado.
—¡Sloane! —Su sonrisa crece, como si estuviera experimentando
una alegría tranquila por el simple acto de presenciar mi estado
desaliñado en su puerta. Le doy una débil sonrisa a cambio.
—Hola. —Respiro hondo—. Hola, papá.
***

Zeth
Mi teléfono prepago se está volviendo loco en mi bolsillo. Solo hay
cinco personas que tienen ese número, así que sé que es jodidamente
importante. ¿Pero puedo responderlo? No, jodidamente no puedo
responder porque estoy atrapado en un recinto lleno de mexicanos
enojados y sospechosos que parecen estar realmente ansiosos por
golpearme hasta la mierda. No soy idiota. Sé que soy un hijo de puta
arrogante, pero hay una razón para mi ego gigantesco: me lo he ganado.
No soy solo una persona violenta. Soy una persona violenta entrenada, y
cuando siento la necesidad, puedo herir con éxito a muchísimas personas
en muy poco tiempo y de muchas maneras diferentes. Pero incluso sé
que no estoy en condiciones de hacerlo ahora. Tres razones: número uno,
hay más de quince tipos con armas apiñados alrededor del recinto en este
momento. Número dos, esas armas no son solo armas. Son
101
semiautomáticas. Y número tres, estoy jodidamente acabado.
Cuando Julio dijo que quería tomar unas cervezas al amanecer,
probablemente debería haber dicho que quería beber una caja de cerveza,
junto con tres botellas de ron cubano, y seguir bebiendo hasta que se
pusiera el sol y ninguno de los dos pudiera ponerse en pie. Mi único alivio
es el hecho de que Julio está tan cagado como yo y el bastardo sudoroso
no terminó llamando a las chicas. De ninguna manera podría conseguir
su polla dura con tanta Habana corriendo por sus venas. Yo
probablemente podría si lo intentara realmente fuerte, pero jodido si
quiero. Todo lo que puedo pensar en este momento es en Sloane. Y
también cuánto quiero matar al maldito Callum por no vigilar la casa
como le dije.
De vez en cuando la difícil situación de Michael surge a través de
la niebla en mi mente, pero conozco al tipo. Puede recibir una paliza
cuando la necesita, a veces incluso disfruta de una; pero esa es una
historia diferente. Para cuando descubra dónde lo tienen en la mañana,
puede que tenga algunas costillas rotas y un par de ojos negros, pero
Julio no permitirá que sus hombres hagan demasiado daño. No de
inmediato. Primero querrán obtener información de él, y les llevará un
tiempo darse cuenta de que el terco bastardo no se la dará. Basta decir
que le deberé un aumento de sueldo serio después de esto.
—Tú y yo, nosotros, somos jodidos perros, ¿verdad? —dice Julio
con un hipo. Me cuesta mucho girar los ojos hacia el gran bulto de
hombre, medio reclinado, medio hundido en la tumbona.
—Habla por ti, hombre —gruño.
Esto lo hace reír.
—Tú jodidamente lo eres. ¡Y yo también! No hay... no hay nada
malo en saber lo que eres. Naciste como una mierda, y yo también. Pero
solo porque... —Hace una pausa, presionando su puño cerrado contra el
esternón. Espera un minuto, con los ojos llorosos, y luego continúa—:
Solo porque nacimos como una mierda no significa que todavía vivamos
de esa manera. Somos pirañas nadando entre los otros peces, luciendo
como los demás hasta que nos provocan. Y luego somos el pez más
jodidamente desagradable que puedas imaginar. ¡Somos los reyes de los
peces! ¡Jodidamente rey pez!
Hago una mueca ante eso.
―No soy una piraña. Soy un tiburón blanco.
―Lo que sea, hombre. No sabes de lo que estás hablando. Has visto
a esos bastardos arrancar... ―Otro episodio de acidez estomacal―. ¿Has
visto a esos bastardos arrancar la carne del hueso? Son fascinantes. Una
pesadilla.
Tomo otro chupito de Havana, haciendo una mueca.
―Las pirañas viven en bancos de arena. Son peces… de grupo. Los
102
tiburones blancos son los jodidos del mar. No los atrapas pasando el rato
en grupos. Son como… lobos solitarios.
Julio inclina la cabeza hacia atrás y aúlla, su voz imitando la
llamada de un lobo.
―Bueno, ya no sé qué animales somos, cabrón. Todo lo que sé es
que tú y yo somos uno y lo mismo. Nos salimos a toda costa de la mierda
sucia en la que nacimos y nos forjamos un reino. Aunque mi reino es un
poco más grande que el tuyo, ¿eh?
Asiento tristemente, inclinando mi vaso hacia él.
―Ajá. Y tampoco respondes a nadie, ¿verdad?
Julio vierte temblorosamente un poco más de alcohol en nuestros
dos vasos de chupito vacíos, sonriéndome. Suprime su sonrisa cuando
dice:
―Por lo que sé, ya no estás recibiendo órdenes, tampoco. ―Me
ofrece el alcohol, sus ojos de alguna manera un poco más lúcidos de lo
que lo habían sido hace un minuto.
Bueno, jódanme. Su comentario tiene un efecto aleccionador
instantáneo. ¿Sabe que abandoné a Charlie? Me aclaro la garganta. Hay
mucho en juego en lo que salga de mi boca después.
―Charlie es un gran dolor en el culo a veces, Julio. Estamos en un
descanso. Estoy seguro de que se habrá olvidado... ―Agito mi brazo en el
aire de forma borracha en dirección general a Seattle―,... de todo la
próxima semana. ―Mejor hacer que parezca que él está enojado conmigo
que viceversa. Julio podría albergar cierta simpatía por un chico de
nómina que ha enfadado a un jefe como Charlie. Un chico de nómina que
se ha vuelto corrupto y ha decidido tomar ciertos asuntos en sus propias
manos probablemente solo lo enojará. Todos estos pensamientos toman
forma lentamente a través de una espesa neblina de alcohol.
―Ya veo. ―Julio toma su bebida y extiende el brazo sobre la mesa
entre nosotros, colocando una mano firme sobre mi hombro, apretando
con fuerza―. Hoy te defendí, Zeth. Decidí darte el beneficio de la duda
cuando mis hombres habrían hecho que te matara en su lugar. He hecho
esto porque somos jodidos perros, tú y yo, y cuando te miro me veo… a
mí.
Sí, ya quisieras, imbécil. A través de la bebida, esto me parece
divertido, dado que soy treinta y un centímetros más alto, diez años más
joven y cuarenta y cinco kilos más liviano que el saco de gelatina de
hombre tirado frente a mí. ¿Supongo que es hora de agradecerle? Aspiro
oxígeno, deseando que el aire fresco me ayude a encontrar las palabras
adecuadas para transmitir un poco de gratitud modesta.
Lamentablemente, todo lo que se me ocurre es:
―Gracias. 103
Ofrece un encogimiento de hombros con un solo hombro.
―No me demuestres lo con…
No es acidez estomacal lo que lo interrumpe esta vez. Son disparos.
Relativamente silencioso hace un momento, el recinto de repente está
vivo con ruido, gritos y el crack, crack, crack de armas que disparan.
Julio, de alguna manera, se pone de pie entre subida y bajada de pecho.
―¡Singa la puta!10 ―ruge, arrojando el vaso al suelo.
Me pongo de pie, la adrenalina atravesando el alcohol. Esto no es
jodidamente bueno. Todavía se siente como si estuviera en un maldito
carrusel cuando sigo por detrás la forma torpe de Julio mientras se dirige
hacia la entrada principal de la villa. Afuera, todos los guardias de Julio
están enfurecidos, dirigiendo sus armas a través de la cerca hacia los
faros encendidos de un vehículo al otro lado.
―¡De nuevo al jodido auto, puta!
―¡Dispara! ―grita uno de los guardias―. ¡Jodidamente dispara!
Julio contempla la escena con ojos indignados, inyectados en
sangre.
―¿Qué demonios está pasando? ―Su exigencia en un grito hace
poco para calmar a los pistoleros, aunque uno de ellos sí le responde.

10
En español en el original.
―Alguna perra salió del desierto. ¡Es una jodida policía!
Un pinchazo de furia surge de mi vientre. ¿Una policía? Solo puede
ser esa jodida mujer de la DEA, Lowell. Probablemente esa sea la razón
por la cual mi prepago ha estado sonando toda la tarde, Rick tratando de
decirme que ella estaba viniendo. Por un segundo, casi quiero que los
guardias se salgan con la suya. Pero luego la figura parada frente al auto
se mueve, un cuerpo delgado formando una silueta, y veo que me
equivoqué. No es Lowell ni ninguna otra policía. Es una doctora.
Es la jodida Sloane.
Camino enfurecido más allá de los pistoleros, empujándolos
bruscamente fuera del camino mientras cargo hacia la mujer al otro lado
de la compuerta con barandas. Todo lo que puedo ver es la mirada
sorprendida, petrificada en su rostro mientras está parada fija en su
lugar, las manos extendidas, como evitando las balas con las palmas de
sus jodidas manos. Tengo que parar cuando llego a la compuerta, está
cerrada. Dejo escapar un rugido tan fuerte que puedo sentir que me
desgarra la garganta. Golpeo mi puño contra la cosa, temblando tan
violentamente que apenas puedo estar de pie derecho.
―¡QUÉ MIERDA! ―le grito directamente a su rostro pálido,
conmocionado. No puedo… ni siquiera puedo pensar a través de la ira.
Siento la mano como si alguien acabara de golpearla con un martillo,
pero eso ni siquiera se registra. Ella no debería estar aquí. Hice planes,
me aseguré de que no se encontrara atrapada en todo esto. Que no 104
estuviera en peligro. Ella. No. Debería. Estar. Aquí―. ¿Qué mierda?
―pregunto de nuevo, esta vez gruñéndolo por lo bajo, tratando de
controlarme. También comienza a temblar, las manos temblorosas a los
costados.
―Podrían haberte… podrían haberte disparado ―gime.
Echo una mirada distraída sobre mi hombro, registrando
vagamente las quince M16 ahora apuntadas a mi espalda. El bulto
oscuro de Julio avanza por el mar de cañones y cargadores, una ceja
levantada tan alta que casi llega a la línea del cabello.
―¿Alguien que conoces, Zee? ―Parece enfadado.
―Sí. ―Joder, joder, joder. ¡Piensa!―. Esta es… esta es Beth. Es mi
acompañante. ―Me vuelvo hacia ella, tratando de encenderla con las
profundidades de mi ira―. Y no debería estar aquí.
―Nunca has estado más en lo correcto ―responde. Su voz ahora
está limpia del alcohol, al igual que la mía. Es curioso cómo la ira severa
puede tener ese efecto. Estoy enojado con Sloane, y Julio está furioso
conmigo―. ¿Le diste a una zorra jodidas instrucciones para llegar a este
lugar?
La bilis me revuelve el estómago por el título que acaba de darle a
Sloane, pero no puedo decir una palabra al respecto. Prácticamente
acabo de llamarla así yo mismo cuando dije que era mi acompañante.
Quiero plantarle el puño firmemente en la cara, pero en su lugar digo―:
Lo siento, Julio. Mi error. Se suponía que debía recogerla, recuerdas.
Debe haber venido a buscarme.
Julio niega con la cabeza hacia mí, la boca abierta.
―Eso fue muy desconsiderado, mi amigo.
―Lo sé. Disculpas, hermano. No pensé. ―No hay forma de que vaya
a jodidamente creer esto. Sabe que no soy tan completa, absoluta,
extraordinariamente estúpido. No le das esta dirección a nadie. Nadie.
Especialmente no a una chica a la que quieres follar. Le vendas los ojos
y la conduces aquí en el maletero de un jodido auto, asegurándote de
conducir en círculos para confundirla increíblemente primero.
Andreas aparece sobre el hombro de Julio, tenso de furia. La
mandíbula funcionando, Julio parece que ha tomado algún tipo de
decisión.
―Llévala adentro ―espeta, mirándome fijamente―. Tráela al
estudio. Sería de buena educación que me presentaras a tu amiga.
―¡Julio!
Andreas se adelanta con una objeción que es interrumpida por una
mano levantada de su jefe. Julio se da vuelta y clava un dedo en el pecho
del otro hombre.
―Abre la jodida compuerta, Andreas ―sisea.
Andreas parece como si lo hubiesen golpeado a traición. Aunque 105
obedece y abre la compuerta. Tan pronto como está abierta, la atravieso
empujándola y agarro a Sloane por el brazo, tirando de ella de nuevo
hacia la bestia polvorienta de auto en el que ha venido.
―La llevaré adentro ―espeto sobre mi hombro. Y luego a ella, más
silenciosamente―: Métete en el maldito auto. ―Está blanca como una
sábana, pero hace lo que le digo. Me subo al lado del conductor,
permitiéndome el lujo de golpear el puño contra el volante antes de
arrancar el motor. Sloane salta, jadeando.
―Necesitas dejarme… —comienza ella. Acelero el motor tan fuerte
que grita. Capta la indirecta y malditamente se calla.
―No necesito dejarte nada, Sloane ―gruño―. Escúchame. Escucha
jodidamente bien. Estás aquí como mi invitada para asistir a una reunión
dentro de dos días. Eres una puta estúpida, cabeza hueca que no sabe
nada de mis negocios, Charlie, tu hermana o Lacey. Lo único que sí sabes
es que te gusta follar conmigo. ¿Entendiste eso? ―Abre la boca,
indignación mostrándose en el destello afilado de sus ojos. Antes de que
pueda suspirar una palabra, conduzco el auto al recinto y lo estaciono de
golpe al lado del Camaro. Los otros aún no han llegado al auto, pero están
a solo unos segundos.
―Estoy hablando jodidamente en serio, Sloane. Si quieres que
alguno de los dos salga vivo de aquí, harás lo que te digo.
―No soy alguna zorra… ―comienza.
―Sí, lo eres. En este momento eres peor que una zorra porque ni
siquiera están pagándote por esto. Estás haciéndolo solo por la emoción.
¿Me escuchas? Si no haces esto, los dos estamos jodidamente muertos.
Sus mejillas adquieren un pálido color gris.
―Muy bien.
Apenas tengo la oportunidad de dar un suspiro de alivio. Las
puertas del auto se abren desde afuera y Julio está de pie esperándome
del lado del conductor, la boca contraída en una línea apretada. Andreas
agarra a Sloane, clavando los dedos con dureza en la piel de su brazo,
sacándola a la fuerza del lado del pasajero. Tiene sus jodidas manos
sucias sobre todo su cuerpo mientras ella se endereza. Piernas, caderas,
estómago, brazos. La palpa, las palmas rozándole deliberadamente los
senos. Una luz roja desciende sobre mi visión. Oh, diablos, no, no acaba
de...
Lo hizo. ¡Jodidamente lo hizo!
Eso.
Es.
Jodidamente.
Todo.
Salto y cargo alrededor del otro lado del auto, finalmente hirviendo.
―¡Jodidamente no acabas de sacar del auto a rastras a esa chica!
106
―rujo. La mano de Andreas alcanza su arma, pero no se mueve lo
suficientemente rápido. Mi puño hace un crujido satisfactorio cuando
impacta con su pómulo. Gritos en español se elevan a nuestro alrededor
mientras los cuerpos se amontonan. Sin embargo, no sirve de nada;
Andreas cae como un saco de rocas y estoy encima de él, puños lloviendo
izquierda, derecha, izquierda, derecha, golpeándolo tan fuerte como
puedo. Me encuentro atrapado por un impulso tan poderoso que estoy
jodido si me importa hacer algo más que obedecerlo. Unas manos tiran
de mí, pero no sirve de nada. Estoy demasiado decidido a golpear la
cabeza de Andreas en la tierra.
―¡Zeth! ―El grito indignado finalmente frena mis manos. Julio
espera junto a Sloane, los ojos muy abiertos de incredulidad―. ¡La mujer
está bien! ¿Jodidamente vas a matar a uno de mis mejores hombres por
un jodido moretón?
―Lo mataré por atreverse a respirar el mismo aire que ella ―jadeo,
el pecho agitado―. Lo mataré solo por mirarla mal.
Julio solo sacude la cabeza, asombrado. Señala a uno de sus otros
hombres hacia Andreas, todavía impresionado por lo que he hecho.
―Llévalo al sótano. ―Se da vuelta y camina lentamente de regreso
dentro de la villa, dejándonos a mí y a Sloane afuera. Solos con catorce
mexicanos armados y muy enojados.
16
Sloane
Traducido por RRZOE, astrea75 y yiany

No hablamos con Julio anoche. El hombre parecía totalmente


conmocionado por mi llegada, los disparos, y luego Zeth casi golpeando
a alguien hasta la muerte con sus propias manos. Inmediatamente
desapareció, dejando que Zeth me arrastrara a través de los pasillos de
la villa de estilo español iluminados esporádicamente, hacia una
habitación que olía claramente a él. Me había empujado adentro, me
había seguido, cerrando la puerta y luego colocó una silla debajo de la
manija como en las películas. Después de eso, se había quitado la ropa
quedando en bóxeres, arrojándola furiosamente al piso, se subió a la
enorme cama tamaño king en el centro de la habitación y se durmió de
inmediato.
Resulta que estaba enojado conmigo. 107
Había dormido en el sillón de atrás junto a la ventana, aunque
apenas, y me había despertado mucho antes que Zeth debido a los
penetrantes rayos de sol que atravesaban la parte superior de la pared
del recinto y directamente al dormitorio. Desde entonces he estado
esperando, rígida y fría, que la forma oscura de un hombre se despertara.
Temiendo. Con los ojos cerrados y la mano suavemente flexionada hacia
adentro mientras inhala y exhala profundamente, se ve tan vulnerable e
inofensivo. Sus líneas no se suavizan en lo más mínimo con su
inconsciencia; sus músculos todavía están fuertemente tallados en su
vientre y pecho, brazos y espalda, pero no están preparados para atacar
a nadie en este momento, lo que lo hace parecer menos peligroso. Tengo
demasiado miedo para despertarlo. Solo me siento, esperando, esperando
que él se despierte de mejor humor del que tenía cuando se quedó
dormido.
También espero que Lacey esté bien. Ella sabía que no la iba a
llevar conmigo. Dios sabe cómo, pero no pestañeó cuando le dije que se
quedaría con mis padres por la noche. Dos a lo sumo. El alivio en su
rostro en realidad había sido muy obvio cuando dije que no era seguro
para ella que viniera. Solo se preocupó cuando me siguió hasta el lugar
de mis padres y vio la parafernalia religiosa en todas las paredes:
crucifijos, íconos de la Virgen María y representaciones de Jesús con cara
de querubín bendiciendo a las masas. Su rostro se había puesto pálido,
aunque había tragado con dificultad y se había sentado, cruzando las
manos sobre el regazo y mirando a mi padre con recelo. No sé qué le ha
pasado para hacerla reaccionar de esa manera, pero claramente es algo
muy malo. Espero que no esté más traumatizada cuando la recoja de lo
que estaba cuando la dejé allí.
Todavía estoy pensando en esto cuando, alrededor de las siete y
media, Zeth se sienta de golpe en la cama, jadeando. Recorre la
habitación con los ojos, me localiza, y lo siguiente que sé es que me están
levantando físicamente y me arrojan a la cama al otro lado de la
habitación. Suelto un pequeño grito mientras Zeth desliza una mano,
apretada en un puño, hacia mi cara. Consigue recuperarse a tiempo,
dejando escapar un grito ahogado.
—¡Joder! —grita. Me suelta, rodando lejos de mí en la cama. Lo
único que puedo hacer es colocar mis manos sobre mi corazón que late
frenéticamente e intentar aspirar un poco de aire en mis pulmones. Todo
mi cuerpo comienza a temblar, temblando incontrolablemente donde me
dejó acurrucada en la cama. Se arroja al otro lado de la habitación y
presiona la espalda contra la pared, tapándose la cara con las manos por
un momento y respirando con dificultad.
—Joder —repite, casi demasiado silencioso para que lo escuche
esta vez. Me siento en silencio, tratando de descubrir qué demonios acaba
de suceder. Eventualmente, Zeth baja las manos y me mira fijamente—.
Eres lo peor que podría haber pasado —me gruñe.
La afirmación es tan irónica que casi me ahogo. 108
—¡Lo mismo te digo! Jódete, Zeth.
—Sí, que me jodan —está de acuerdo. Se aleja de la pared y avanza,
acercándose a la cama. Retrocedo contra los cobertores arrugados,
tratando de mantener una distancia segura entre nosotros—. No tienes
idea de cómo has complicado las cosas. ¿Por qué mierda viniste?
Me siento ridícula y más que un poco traicionada por mi propio
cuerpo cuando me comienzan a picar los ojos.
—No tenía exactamente muchas opciones. Tus amigos, los
hombres de Charlie, irrumpieron en mi lugar e intentaron
secuestrarme... —Me detengo justo a tiempo. Zeth llegó a la cama ahora,
y se ha subido sobre sus manos y rodillas, acercándose cada vez más.
Frunce las cejas—. Intentaron secuestrar a Lacey —le digo—. Y de
ninguna manera estoy llevando ese tipo de locura a mis amigos o a mi
lugar de trabajo. A un trabajo que significa más que nada para mí. ¡He
puesto en peligro todo por lo que he trabajado tanto para poder sacar de
Seattle a la chica que me dejaste y estás enojado conmigo por eso! —Una
lágrima de frustración baja por mi mejilla, goteando sobre mi rodilla
doblada.
Zeth se sienta sobre sus talones, todavía usando solo sus bóxeres,
los tatuajes cambian mientras sus músculos se flexionan aparentemente
sin ningún esfuerzo consciente de su parte. Está construido como la
estatua de un hombre, no de verdad. Algún tipo de representación de
cómo se vería el físico masculino si se hiciera a la perfección. Lo odio por
verse tan bien ahora que sé que me veo como la mierda y estoy
jodidamente llorando. Se pasa la mano por la mandíbula con el ceño
fruncido. Se veía tan decidido a venir a hacerme Dios sabe qué hace un
segundo, pero ahora parece un poco desgarrado.
—No hagas eso —me dice con voz plana.
—¿Hacer qué? ¿Estar enojada contigo? Por supuesto que estoy...
—Llorar —interrumpe—. No llores. Ese es un truco de mierda y
descuidado.
—¿Truco? —No puedo creerlo. No puedo creerle. Me han detenido
a punta de pistola, amenazado, he conducido a través de tres estados,
me han disparado y amenazado un poco más, y él cree que estoy llorando
para que se sienta mal. ¡Estúpido! Me tiro de espaldas sobre la cama y
me pongo una almohada sobre la cara. Grito, sin siquiera molestarme en
contenerme. Incluso con la almohada debe sonar como si me estuvieran
asesinando. Una mano grande y poderosa se cierra alrededor de mi tobillo
derecho y luego me arrastran a través de las sábanas. Me saca la
almohada de las manos. Me detengo por un momento, lo miro desafiante
y luego sigo gritando. Se deja caer sobre mí, plantando firmemente una
mano ahuecada sobre mi boca. Empuja su rostro contra el mío, serio y
aún deslumbrante.
—Cállate —sisea—. Por el amor de todo lo que es sagrado, cállate,
Sloane. Me vas a partir la cabeza.
109
No me detengo, así que él toma más medidas y me clava los nudillos
firmemente en mis costillas.
—¡Ay! ¡Hijo de puta! —Lo abofeteo con tanta fuerza que el
estruendoso impacto suena como una campana en mi brazo. La cabeza
de Zeth gira hacia un lado. Cuando se vuelve hacia mí, sé que estaba
fuera de mí y lo volví a hacer. Está tan loco que prácticamente vuelan
chispas de sus ojos oscuros.
—Solo negociaré con eso —gruñe—. Y con la resaca que tengo
ahora, eso cuenta por dos.
Mierda. Hago todo lo posible para escabullirme debajo de él, pero
tengo más posibilidades de evitar la gravedad y flotar en el espacio
exterior. Parece que está listo para matarme.
—Zeth. —Intento una voz racional. Como si fuera una persona
razonable y pudiera responder como tal. Aprieta su mandíbula, la línea
suave de su barbilla se vuelve de acero cuando se encorva sobre mí y me
agarra las dos manos.
—Ya deberías saberlo mejor, Sloane. Eres una chica enojada, sí,
pero yo también soy un tipo enojado. Y si planeas repartir castigos, será
mejor que estés preparada para recibir algo a cambio.
Las primeras chispas de verdadero pánico comienzan a encenderse
dentro de mí. Me enfrento a él, aun tratando de liberarme. Una curiosa
sonrisa emerge a través de la expresión severa en el rostro de Zeth. No le
molestan mis frenéticas luchas por escapar. En todo caso, está haciendo
que todo sea más placentero para él. Por la creciente dureza presionando
contra el interior de mi muslo, eso es obvio. Y aun así asiente una vez,
entrecerrándome los ojos y luego me suelta. Se sienta de nuevo sobre sus
talones, elevándose sobre mí. Me congelo. Probablemente debería salir
corriendo, pero sé a qué conducirá: una persecución por la habitación,
muebles rotos y huesos potencialmente rotos para que coincidan.
Además, creo que eso solo empeorará las cosas. Me agarro las manos
sobre mi pecho, tratando de mantener los ojos fijos en los suyos.
Intentando desesperadamente no bajar la mirada hacia la dureza que
está tirando contra sus bóxeres grises.
Me sonríe, inclinándose un poco hacia atrás. Esto empuja su polla
más cerca de mis manos mientras se sienta a horcajadas sobre mí, y yo
realmente pongo los ojos en blanco ante esto, de repente un poco menos
asustada.
—¿Tienes que estar bromeando?
Sacude la cabeza, todavía increíblemente serio.
—No bromeo, Sloane. Acabas de despertar a toda la villa. Y en un
momento en que pasar desapercibido probablemente también
funcionaría a nuestro favor. —Su voz es grava sobre grava, profunda e
insondable, llena de deseos contradictorios. Está enojado conmigo, pero
también quiere joderme el cerebro—. Eres jodidamente imprudente. 110
Apareces aquí sin tener idea de en qué te estás metiendo o a mí. —Se
agacha y me golpea un pecho a través de la ropa, apretando con tanta
fuerza que inhalo rápidamente—. Estuve muy cerca de cumplir ochenta
y seis años ayer, y la probabilidad de que ocurra hoy es aún mayor. Te
arriesgas cuando específicamente te digo que no lo hagas. Y luego gritas
a todo volumen al amanecer, recordando a todos que estamos aquí y que
somos una maldita molestia. Entonces, si vas a gritar, Sloane, te daré
una razón.
Todavía masajeándome el pecho, amasando con una mano, con la
otra rodea su erección, ahora llena a través de sus bóxeres. Trago,
incapaz de dejar de mirar mientras él lentamente mueve la mano hacia
arriba abajo, apretándose tan fuerte como me aprieta. Estoy un poco
preocupada por todo esto. Estaba furioso hace un momento; ¿ahora está
listo para follarme al instante? La posibilidad de que esos dos factores
estén unidos es demasiado fuerte como para ignorarla.
—No tendré sexo contigo —digo en un respiro.
Zeth sonríe, una sonrisa conocedora e insoportablemente
arrogante.
—Claro que sí, chica enojada.
—No lo haré. —Me retuerzo sin sentido, haciendo mi mejor esfuerzo
para liberarme. Sin suerte. Sin embargo, no necesito molestarme. Zeth
hace algo aún más confuso entonces y renuncia a sostenerme en mi
balanceo al apartarse y recostarse contra las almohadas. ¿Me soltó? ¡Me
soltó! Me levanto de la cama y me giro para mirarlo incrédula. La seriedad
no ha dejado su rostro. Y su mano no ha dejado su polla. Solo se detiene
un segundo para levantar las caderas, los músculos abdominales se
flexionan fuertemente, mientras engancha los pulgares en la cintura de
sus calzoncillos y los baja lentamente. Su polla se libera, descansando
pesadamente contra su vientre mientras se deshace de su ropa interior.
Verlo allí tumbado, desnudo y completamente desvergonzado, ¿por qué
demonios estaría avergonzado? Es magnífico y lo sabe: me corta el
aliento. Continúa donde lo dejó, agarrándose a sí mismo con la mano
derecha, llevándola lentamente hacia arriba y hacia abajo sobre la piel
rígida. Todo el tiempo que hace esto, me mira intensamente. Nunca
aparta los ojos de los míos.
—Estás totalmente jodido, ¿lo sabes? —le digo. Cruzo los brazos
sobre mi pecho—. ¿Qué demonios estás haciendo? ¿Esperas que me
deshaga de mi ropa como Bruce Almigthy11 y salte sobre esa cosa, solo
porque la sacaste?
Una pequeña sonrisa rompe la severidad de su expresión. Un tics
en la esquina de su boca.
—No. Espero que te quites la ropa lentamente. Y luego espero que
te subas a esta cama sobre las manos y las rodillas y espero que tomes
esta cosa —aprieta la polla con la mano y se estremece un poco—, y te la
metas en la boca. Y luego espero que la chupes hasta que te diga que
puedes parar.
111
—¡Ja! —Me apresuro al otro lado de la habitación, mirando la silla
atascada con eficacia bajo la manija de la única salida de la habitación.
Empujo rápidamente la parte posterior de madera y se mueve lo
suficiente como para quitarlo—. Probablemente eres el hombre más
delirante que he conocido.
Se encoge de hombros, haciendo un pequeño puchero. Tal vez. Tal
vez no. Como si me importara.
—¿Dónde crees que vas, chica enojada? ¿Olvidaste dónde estás?
Tiene un punto allí. Exasperante. Golpeo la puerta cerrada con la
mano, haciendo una mueca.
—Bien. Bueno. No voy a salir de la habitación, pero no voy a
obedecerte solo porque me lo dices.
—¿Preferirías obedecerme porque tienes miedo por tu vida? —
pregunta casualmente. No puedo deducir si esto es una amenaza. Parece
genuinamente interesado.
—Estoy optando por no obedecer por ningún motivo. —Me acerco
al sillón en el que dormí y me desplomo, haciendo un punto al mirar por

11
Bruce Almighty (titulada Como Dios en España y Todopoderoso en Hispanoamérica)
es una película estadounidense de comedia y fantasía con tema religioso del año 2003
dirigida por Tom Shadyac, escrita por Steve Koren, Mark O'Keefe y Steve Oedekerk.
la ventana. A cualquier lugar menos a él y lo que se está haciendo a sí
mismo.
—Bastante justo. —Ni siquiera parece molesto. Sin embargo, me
está mirando; Puedo sentir su intensa atención en mi piel. La habitación
se queda en silencio, aparte de los sonidos de su palma trabajando su
polla y el sonido cada vez más irregular de su respiración. ¿Cómo puede
un chico simplemente masturbarse descaradamente, desnudo, y ni
siquiera estremecerse cuando la mujer a la que está tratando de excitar
parece más asqueada que interesada? Qué chiflado. Le echo un vistazo
por el rabillo del ojo. Su cuerpo es una maldita obra de arte.
Especialmente tenso como está, bloqueado con fuerza contra cada golpe,
desliza hacia arriba abajo la palma de la mano. Aprieta la mano más
fuerte alrededor de sí mismo y respira hondo. Se ríe un poco cuando me
ve mirándolo. Dirijo mis ojos a la ventana, maldiciéndome. No juegues a
este maldito juego. No juegues con él.
Sin embargo, es solo cuestión de un minuto antes de que esté
mirando de nuevo. Él deja escapar un bajo y vago retumbar desde lo más
profundo de su pecho y es lo más excitante que he escuchado. Me
comienzan a temblar las piernas. Estoy haciendo todo lo posible para
ignorar la cálida sensación de tensión que se está formando entre ellas.
Bastardo. ¿Cómo? ¿Cómo demonios me hace esto? Me muevo
ligeramente, luchando con mi cuerpo, tratando de hacer que me obedezca
a mí y no a él. Pero quiere mirarlo. Dios, quiero mirarlo. No se ríe cuando
me ve observando esta vez. Solo se mira a sí mismo, con ojos 112
encapuchados llenos de sexo e invitación. Y luego los cierra y echa la
cabeza hacia atrás, y me deja sola para tomar mi propia decisión. Su
mano trabaja un poco más rápido, haciendo que su respiración se
acelere.
Me quedo sentada, preguntándome qué demonios quiero hacer. Sin
embargo, he tenido esta conversación conmigo misma antes. Es
increíblemente inteligente. Continuamente me muestra lo que puede
quitarme si quiere, y luego da vuelta la situación, haciéndome dar cuenta
de cuánto quiero que él lo tenga de todos modos. Cuánto quiero dárselo.
Odio eso. Por principio, no quiero sucumbir a la manipulación esta vez.
Para mostrarle al bastardo que no es tan listo como cree. Solo él. Es un
maldito genio malvado.
Me levanto.
Ante el sonido del movimiento, una amplia sonrisa se despliega en
el rostro de Zeth, pero mantiene los ojos cerrados. Probablemente para
salvar lo que queda de mi frágil orgullo. No puedo creer que esté haciendo
esto. Cada vez que hacemos esto, voy a él en sus términos, pero ¿puedo
detenerme? No. Soy patética. Me quito la ropa lentamente, aunque él no
puede ver, dándome tiempo para cambiar de opinión. Pero no. En
cambio, me encuentro arrastrándome por la cama justo como él quiere
que lo haga, y luego me quedo sobre su mano mientras la mueve
suavemente por su polla hacia arriba abajo. Está hinchada,
malditamente enorme y hermosa. Exhalo y mi aliento roza su piel,
haciéndolo temblar dramáticamente.
—Quiero sentir esos labios, Sloane —dice con brusquedad.
—Oh, ¿está bien que estén en tu polla pero no en tu boca? —Se
tensa un poco pero elige no responder. Un completo hijo de puta. Tengo
algo en mente para darle una lección. Doblo mi cuello hacia él, sintiendo
el latido acelerado de mi corazón en mis labios antes de tomarlo con la
boca. Esto es diferente a la otra vez que se lo hice. Esa vez estaba de
espaldas. Se había alzado sobre mí como un gigante, su presencia todavía
se cernía de alguna manera en la oscura habitación del hotel. Había
asegurado firmemente sus manos en mi cabello, guiando mi cabeza.
Aunque ahora no. Zeth ni siquiera me toca. Al primer contacto de mis
labios, clava los dedos en las sábanas de la cama, no agarrándolas con
fuerza, sino presionándolos contra el colchón con todas sus fuerzas. Es
enorme en mi boca, cálida y ya sabe almizclado. Balanceo la cabeza un
poco más abajo, tomando más de él.
—Mierda, Sloane. —Sus palabras gemidas imposiblemente
profundas tienen un efecto bastante gratificante. Le gusta esto. A él le
gusta y técnicamente soy yo quien tiene el control en este momento.
Tiempo para una pequeña venganza. Bajo más la cabeza, tomando más
de él con la boca, hasta que no puedo ir más lejos. Y entonces muerdo.
No muy fuerte. Lo suficiente como para hacerle saber que no ha ganado
por completo esta ronda. 113
La reacción es instantánea.
Me empuja tan rápido que apenas alcanzo a ver el techo antes de
estar de espaldas y luego deslizándome de la cama al suelo.
—Oh, no, no, no, Sloane —gruñe, acechando hacia mí—.
Abofetearme es una cosa. Pero eso, desearás no haberlo hecho. —Su
rostro está desprovisto de toda emoción, lo que me hace pensar que está
mucho más enfadado de lo que lo he visto antes. Desde mi posición de
despatarrada en el piso, con las piernas medio en la cama, la otra mitad
sobre mi cabeza, debería estar asustada, pero no lo estoy. Estoy riendo.
Esa histeria dura diez segundos mientras se levanta y camina
hacia el otro lado de la habitación, abriendo el vestidor más allá. Mi
sonrisa se disuelve al verle la bolsa negra en la mano. Estoy
instantáneamente excitada y aterrorizada. ¿Me dejará cambiar de
opinión ahora? No creo que lo haga. ¡Mierda!
—Súbete en la cama, Sloane —ordena. Tira la bolsa al costado de
la cama y comienza a abrirla.
—No.
Se detiene, me mira, se inclina hacia adelante y dice:
—¿Realmente necesitamos volver a pasar por esto? Cosechas lo que
siembras, Sloane. Es hora de que aprendas a comportarte. —Levanta las
cejas en desafío. Sé que es todo negocios ahora. Me dio una pequeña
cantidad de poder y abusé de él. Y ahora tengo que sufrir las
consecuencias. Y sin embargo, en el fondo, creo que he estado esperando
que esto suceda. Y... queriendo que lo haga. Me recuesto en la cama con
la mayor cautela posible. Zeth asiente una vez y termina de abrir la bolsa.
—Abre las piernas —me dice. Casi estoy deseando la oscuridad de
nuestro primer encuentro mientras hago lo que me dicen. Zeth tiene una
mirada de venganza sobre él mientras trepa por mi cuerpo—. No voy a
atarte esta vez, Sloane. Pero debes saber, mueves una mano, tratas de
pelear conmigo, haces cualquier cosa que implique tus dientes y mi polla,
y vas a pagar por ello. ¿Entiendes?
Asiento, preguntándome qué tiene en mente. Y luego veo el
pequeño y estrecho instrumento con forma de pinza en su mano.
—¿Qué demonios es eso?
Zeth agarra el dispositivo con un nivel de placer que me tiene
retorciéndome sobre mi espalda, lamentando de repente haber obedecido
tan fácilmente.
—Esto es lo que consigues por ser mala —me informa.
Me estremezco mientras me pasa las manos por el interior de las
piernas, inclinándose para lamer la piel sensible justo antes de mi coño.
Roza los labios y la lengua a través de mi piel caliente, lamiendo una y
otra vez, pero todo es una provocación. En ninguna parte cerca de donde
necesito que me lama. Estoy empezando a sentirme frustrada, inclinando
mis caderas hacia él, abriéndome a él, cuando siento el frío metal contra
mi coño. Mi cuerpo tiembla con nervios repentinos, pero Zeth me agarra
114
la cadera con su mano libre, enviando una mirada penetrante de
advertencia a mi cuerpo.
—Recuerda. Lucha y te arrepentirás.
El instrumento de metal en su mano resulta ser una pinza. Lo sé
porque la fija rápidamente en el bulto de nervios hinchado en mi centro,
lo que me hace gritar conmocionada. La mueve con el dedo índice y un
repetidor de intenso placer mezclado con voltios de dolor rodea mi cuerpo.
—¡Zeth! —Mi grito es de sorpresa y súplica—. Oh, Dios mío, no
vuelvas a hacer eso.
Lo vuelve a hacer, con una franca mirada de maliciosa alegría en
su rostro. Contraigo las piernas, queriendo doblarlas hacia arriba para
protegerme, no puedo evitarlo, y él niega con la cabeza en señal de
desaprobación. Está perfectamente claro que sabía que reaccionaría y
que, de hecho, contaba con eso.
—Oh, querida. —Suspira—. Parece que ahora serás castigada. —
Agarra la pinza en su mano y una carga de intensa sensación se estrella
contra mí mientras trato de alejarme de él. Inmediatamente me quedo
quieta, dándome cuenta que si me muevo, la pinza se activará. Zeth me
levanta de la cama con un brazo haciéndome girar y se da vuelta para
sentarse, tirando de mí hacia su regazo. Instintivamente envuelvo mis
brazos alrededor de su cuello para mantener mi equilibrio. Su rostro se
encuentra a un centímetro del mío, la piel caliente de su pecho me quema
y la dureza de su erección me empuja cuando dice:
—¿Quieres el cinturón o mi mano?
—¿Qué?
Me da una mirada que dice que no me moleste con ninguna
teatralidad.
—¿Cinturón o mano, Sloane? Tú eliges. —Me alcanza entre las
piernas y con los dedos encuentra el lugar donde el metal se une a mi
clítoris. Frota suavemente, masajeando la conexión, dándome más placer
que dolor esta vez. Sonríe con malicia cuando levanta los dedos para que
vea que están resbaladizos con la evidencia de que no estoy odiando esto
tanto como pretendo. No por primera vez, se mete los dedos en la boca y
los chupa, su respiración es rápida y laboriosa.
—Decídete o elegiré por ti —aconseja a través de su voz áspera.
—Mano —susurro—. Usa tu mano.
Tal vez si me castiga con eso, entonces será un poco más fácil para
mí, razono. También lo lastimará. En un abrir y cerrar de ojos, me gira
sobre su regazo, así que estoy mirando al piso, doblada sobre sus rodillas,
mi trasero sobresaliendo en el aire. Parece que le gusta mucho eso; acuna
mi mejilla con la mano, apretando y acariciando la piel suave.
—Perfecto —me informa. Agarra los mangos de la pinza entre mis
piernas y le da un suave tirón. Más una sugerencia de lo que puede hacer
115
que otra cosa. El fuego se acumula en mi vientre, provocando que emita
un gemido bajo en mi garganta. Se siente... se siente increíble. Y
aterrador. Y doloroso. Y tantas otras cosas a la vez que no puedo pensar
en las sensaciones que me inundan.
¡Pero luego todo se pone en blanco cuando su mano cae sobre mis
nalgas desnudas con un crujido resonante! Nunca he entendido
realmente la expresión ver estrellas hasta este momento. En este
momento cuando Zeth pone su mano enorme y poderosa sobre la tierna
piel de mi trasero y lo dice en serio. Sí, también debe picarle la mano,
pero eso no lo detiene. Me da cuatro palmadas más dolorosas, cada vez
aguanto la respiración. Estoy demasiado aturdida para moverme, o
incluso reaccionar al principio. Suaviza el hormigueo al deslizar los dedos
entre mis piernas y pasarlas arriba abajo por mi coño, acariciando mi
clítoris y relajándolo más atrás, para que mi humedad también sature mi
trasero. Me amasa lentamente, susurrando aliento.
—Ahí está mi chica valiente. Una chica tan valiente. ¿Serás buena
ahora? ¿Has aprendido tu lección?
Todo el acto es humillante. Estoy al borde de las lágrimas, pero
también estoy tan ferozmente desesperada por él que apenas puedo evitar
darme la vuelta y lanzarme sobre él. Hago un sonido áspero en el fondo
de mi garganta y Zeth me levanta en sus brazos y me pone de nuevo en
la cama.
—Fueron cinco —dice, como si el dolor hubiera confundido mi
capacidad para contar—. La próxima serán diez. ¿Estás lista?
Trago, todavía no estoy segura de cómo demonios reaccionar. Y
luego asiento. Zeth me acaricia el interior de la pierna con un movimiento
suave, casi como disculpándose.
—Buena chica. —Se inclina y se agacha entre mis piernas,
apoyándose sobre un codo mientras agacha la cabeza y finalmente
desliza su lengua cálida, casi insoportablemente caliente entre los labios
de mi coño, haciendo una pausa para provocar la punta sobre mi clítoris
hipersensible. Un escalofrío de placer se eleva desde mis piernas, se
asienta sobre mi pecho y me duelen los pezones.
—¡Ahh!
Zeth tararea su aprobación dentro de mí mientras continúa
trabajando sobre mi centro con la lengua. Jadeo cuando vuelve a apretar
suavemente la pinza, pero esta vez ha cambiado. No hay dolor real ahora,
o lo hay, pero es tan delicioso e intoxicante cuando se combina con su
boca que aumenta la sensación a algo que nunca antes había
experimentado. Me siento borracha por eso.
Levanto las manos de la cama donde he estado agarrando las
sábanas, pero no es para tratar de detenerlo. Es para clavarle los dedos
en la parte posterior del cuello e instarlo a acercarse. Zeth responde
mordisqueando mi clítoris con los dientes.
—Cambio justo —gruñe, y luego vuelve a trabajar. Arqueo la
116
espalda de la cama, jadeando mientras trato de luchar contra la
intensidad del sentimiento. No puedo. Es tan difícil decidir si me inclino
en el placer o en la agonía, ahora se sienten igual. Pero cuando Zeth
desliza sus dedos en mi coño, bombeándolos lentamente, se vuelve muy
claro. Placer. Así se siente el verdadero placer. No es solo la suavidad de
un beso. No es solo el delicado toque de unas manos en los pechos y las
lenguas en la piel. Es la picadura del dolor, la amenaza del peligro, el
riesgo de bailar con el diablo. Me corro con fuerza contra la boca de Zeth.
Se inclina, gruñendo, chupando y lamiendo mientras grito mi liberación,
bloqueando las manos en mis caderas, atrayéndome hacia su cara.
—¡Joder, Zeth! ¡Detente! ¡Por favor detente!
Su espalda se contrae mientras se ríe, todavía burlándome con su
lengua. Arrastró las piernas contra la cama, tratando desesperadamente
de escapar de las intensas ráfagas posteriores al orgasmo. Se levanta
después de eso, elevándome una ceja.
—Te lo voy a quitar y luego te voy a follar. ¿Vas a ser amable?
¿Amable? Estoy medio muerta. Apenas puedo moverme mientras
él suelta la pinza, plantando un solo beso entre mis piernas.
—Y, sí —me dice—. Tus labios solo están permitidos en mi polla.
Pero los míos están permitidos en estos labios, al menos.
Mi cuerpo se siente como un peso de plomo cuando se sienta un
momento para inspeccionar mi estado lánguido. Parece bastante
satisfecho de sí mismo. Con su polla en la mano otra vez, se levanta de
la cama y se roza suavemente contra mis labios. No puedo evitarlo, quiero
probarlo. Sentirlo llenarme de todas las formas posibles, incluso en mi
boca. Dejo que mi lengua juegue sobre su firme dureza, gimiendo un poco
por su sabor limpio. No me toca.
Regresamos a donde empezamos, excepto que esta vez no muerdo.
Lamo, chupo y acaricio, y justo cuando lo siento a punto de venirse, me
detengo.
—Eso no es educado —me informa Zeth sin aliento.
Le doy una media sonrisa.
—¿Pensé que habías dicho que me ibas a follar? —Es un desafío
establecido por mí ahora. Hazme venir de nuevo. Hazme gritar.
Zeth esboza una sonrisa con sus labios carnosos.
—Lo pediste —dice. Me arroja de nuevo a la cama y me abre las
piernas bruscamente, gruñendo de nuevo de la misma manera animal
que la otra vez cuando me llevó de regreso a Seattle. Cumple su promesa
de hacerme gritar. Se entierra en mí una y otra vez, penetrándome tanto
como puede, como si no fuera suficiente estar a la altura de las caderas.
Le clavo las uñas en el trasero mientras empuja, acercándolo, no estoy
segura de cómo puedo conectarme más con él, tampoco, pero aún
frenética por hacerlo de todos modos.
117
Nos corremos juntos. Su cuerpo se traba: músculos tensos, ojos en
llamas, manos clavadas en mis caderas mientras me golpea por última
vez.
—¡Joder! —ruge como si fuera su última palabra y quisiera que el
mundo lo escuche, y luego se desploma sobre mi cuerpo.
Nos acostamos, jadeando, tratando de recuperar el aliento por
unos momentos. Se siente muy extraño; Con él encima de mí, mis brazos
todavía alrededor de su cuerpo, casi parece que lo estoy acunando. Creo
que lo estoy imaginando al principio, pero se me pone la piel de gallina
cuando me doy cuenta de que la caída lenta del dedo índice de Zeth sobre
mi hueso de la cadera no es solo una reacción descuidada e involuntaria.
En realidad me está acariciando la piel, tan suavemente que se siente
como un susurro. Me comienza a latir el corazón dentro del pecho de
nuevo. ¿Qué demonios? ¿Qué demonios es esto? Lentamente, vacilante,
levanto mi brazo de su espalda para trazar suavemente con las yemas de
los dedos sobre su nuca. No se mueve. No hace ningún sonido. Ni siquiera
respira. Su propia mano se queda quieta, pero continúo, viendo cuán
lejos puede llegar esto. Me aventuro hacia arriba, pasando los dedos por
su cabello cortado y luego hacia abajo nuevamente, trazando las líneas
de su musculosa espalda, a través de sus omóplatos.
Su aliento caliente roza mis pechos desnudos.
—Me estás confundiendo —susurra tan suavemente que me
pregunto por un segundo si me lo imaginé. Dudo mucho que se suponga
que debía escuchar esas palabras. ¿Qué fue lo que me dijo el día que dejó
a Lacey? Puedes confiar en mí. Te entregaste a mí en mi departamento;
Nunca lo había hecho antes, pero me entregué a cambio. Puede que no
haya querido, Sloane, pero no tuve una jodida elección en el asunto. Eso
significa que nos pertenecemos el uno al otro ahora. He intentado sin parar
no pensar demasiado en esas palabras, pero ahora…
¿Está tan confundido por lo nuestro como yo?
Se supone que esto es solo sexo. Realmente sexo duro y dominante.
¿Correcto? Eso es todo lo que soy para él. Y sin embargo, con él acostado
aquí en mi pecho...
¡Pum, pum, pum!
La puerta prácticamente inclina sus bisagras con la fuerza
explosiva del martilleo desde el otro lado. Zeth salta de la cama, se pasa
las manos por el cabello y se aclara la garganta. El momento se evapora
instantáneamente, se desvanece en un abrir y cerrar de ojos. No me mira.
—¿Qué? —grita. Se pasea, leonino, desnudo e increíble, todavía
restregándose las manos por la cara y la cabeza, como si tratara de
despertarse frenéticamente.
—Julio te quiere en el frente —anuncia una voz fuertemente
acentuada a través de la madera—. Ahora. 118
—Sí. —Se pasea un momento más y luego asiente, finalmente
mirándome—. Bien entonces. Supongo que es hora de convencer a un
jefe de la mafia mexicana que eres una prostituta, ¿eh?
Y ahí lo tenemos. No está confundido. No está confundido en
absoluto. Nunca me ha mentido. Ni una sola vez. Nunca me ha dado una
línea florida sobre cómo me va a cuidar y a tratarme bien; que seré su
única chica, o que siente algo remotamente, incluso a mitad de camino
al afecto por mí. Y sé por mis tratos pasados con él lo que eso significa.
Si no quiere mentir, simplemente no dirá nada, como cuando le pregunté
acerca de su sórdido historial de empleo. No responde, no dice nada al
respecto y desaparece.
Zeth Mayfair no me ve como alguien de quien enamorarse. Ahora
mismo necesita verme como una prostituta para sacarnos de este apuro,
y necesita que todos los demás también me vean de esa manera.
Bueno, ¿sabes qué, amigo? Me digo, sonriendo sombríamente por
el uso de ese apodo. ¿Quieres una jodida puta? Te daré una jodida puta.
17
Zeth
Traducido por Idk.Zab

Mientras caminamos por los pasillos para encontrarnos con Julio,


en realidad no estoy tan preocupado por el gordo mexicano hijo de puta.
No estoy pensando en lo que nos pasará si Sloane lo estropea. No estoy
pensando en lo que pasará cuando Alexis vea a su hermana aquí, en este
lugar oscuro y espantoso, y nos delate a ambos.
Solo estoy pensando en una cosa:
Ella vino a buscarme.
La atacaron. Se defendió. Salvó a Lacey. Condujo durante dos días,
y luego hizo algo completamente desconcertante: corrió hacia mí. Debió
haber corrido en la dirección opuesta, pero no lo hizo. Corrió directo hacia
mí como si yo fuera su maldito salvador. Como si fuera capaz de 119
arreglarlo todo. Como si fuera capaz de protegerla. Como si yo también
estuviera lo suficientemente entero para ayudarla a rellenar sus partes
rotas y fracturadas. Y entonces fue y me sostuvo en sus brazos de esa
manera. Mierda. Y solo por un aterrador y horrible segundo...
Sacudo la cabeza, tratando de no pensar en ello. Pero es un
pensamiento innegable y peligroso, y no podré ignorarlo.
Por un segundo... se sintió como si fuera capaz de golpearme de
nuevo.
Sobre la autora
Callie Hart es una de las autoras más
vendidas de novelas románticas dark de USA
Today. Es una romántica obsesiva a la que le
encanta dar un giro oscuro a sus historias.
Sus personajes son individuos imperfectos y
defectuosos que dictan cuándo come,
duerme y respira. Le encanta viajar y, a
menudo, escribe sus libros cuando está de
viaje, inspirándose en su entorno, a menudo
único y salvaje.

Si no está escribiendo, sin duda la


encontrarás con la nariz hundida en un libro,
o viendo programas en CW.
120
Próximo Libro

121

Sloane
No estoy a salvo.
No he estado a salvo desde hace un tiempo.
Corrí a Zeth por protección, pero Zeth también está en peligro. Con
Julio de un lado y el líder de los Widow Makers MC por el otro, lo más
inteligente sería correr. Sin embargo, he estado corriendo lo suficiente.
Esto es lo más cerca que he estado de encontrar a mi hermana en dos
años.
No puedo retroceder ahora.
Zeth
Mi mano derecha está siendo torturado en el sótano.
El tipo que intentó comprar la virginidad de Sloane está quemando sus
neumáticos en nuestra dirección.
Mi jefe psicótico se encuentra en una misión para encontrarme, y la
chica que se supone que debo mantener a salvo se ha metido en medio
de todo esto.
Solo otro fin de semana ventoso en el desierto de California.
¿Qué podría salir mal en las próximas 48 horas?

Blood & Roses #3


122
123

También podría gustarte