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LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Palabras claves:
Ortodoxia, triteísmo, irracional, supraracional, leyes de la lógica, esencia, sustancia,
naturaleza, subistencia, persona, Elohim, plural deliberativo, Shema, unidad, trinidad
ontológica, trinidad económica, analogías

Objetivo:
Establecer de manera intelectualmente convincente, coherente y consistente, más allá
de toda duda razonable, la doctrina exclusiva y distintivamente cristiana de la Trinidad
como uno de los aspectos doctrinales más característicos de la ortodoxia cristiana
revelados en las Escrituras y confirmados en la vivencia de la fe, alcanzando una
comprensión medianamente satisfactoria de ella desde el punto de vista racional que
pueda responder con la debida solvencia a los ataques que se le dirigen desde el
pensamiento secular acusándola de ser ilógica e irracional, así como desde el
monoteísmo rígido y estricto de judíos y musulmanes por igual que la señalan de incurrir
en un triteísmo politeísta no muy diferente de las mitologías paganas.

Resumen:
La doctrina de la Trinidad es fundamental en el cristianismo, constituyéndose en una de
las principales marcas de sana doctrina. Sin embargo, por cuenta de su carácter
misterioso que excede siempre las capacidades de explicación y comprensión de la
menta humana ha estado sujeta a todo tipo de ataques por parte de quienes la quieren
reducir y encajar dentro del espacio de su propia y limitada mente finita, por lo que se
requiere del cristiano un conocimiento metódico y sistemático de las diversas formas en
que esta doctrina se insinúa y anuncia ya en el Antiguo Testamento, así como las
distintas maneras en que se revela plenamente en el Nuevo Testamento, sin incurrir de
ningún modo en irracionalidad, incoherencia lógica o ambigüedad semántica; aunque
sin perder tampoco su carácter misterioso que excede siempre las más excelsas
capacidades de comprensión y explicación por parte de los seres humanos en línea con

1
la declaración de Josh McDowell en el sentido que: “… un Dios que pudiéramos
entender no sería un dios en el que valdría la pena creer”, razón por la cual en último
término hay siempre que aceptarla por fe.

5. La Santísima Trinidad

La doctrina de la Trinidad es una de las doctrinas más fundamentales para definir la


ortodoxia o doctrina correcta de una iglesia cristiana. En la materia Historia del
Cristianismo I, de segundo semestre, se verá como éste fue tal vez el tema doctrinal
más distintivo y debatido en el cristianismo primitivo, una vez surgieron las primeras
herejías que dieron lugar a su vez a las discusiones teológicas que llevaron a los
padres o primeros apologistas y teólogos cristianos de renombre a definir y formular
metódica, sistemática y oficialmente el dogma cristiano esencial, plasmado de
manera sintética en los ya aludidos tres Credos de la Iglesia Primitiva, sobresaliendo
entre todos los temas abordados en ellos la doctrina de la Trinidad y la doctrina de
Cristo, ambas, por supuesto, íntimamente relacionadas e interdependientes.

Ahora bien, existen, de entrada, dos circunstancias formales que obran en perjuicio
del correcto entendimiento de la doctrina de la Trinidad y de donde se surten de
munición los detractores de esta doctrina para tratar de impugnarla

5.1. Irracionalidad e incoherencia lógica

Para muchos la doctrina de la Trinidad es irracional, o dicho de manera más


exacta: ilógica o incoherente y hace ininteligible a Dios, tal como éste se revela
en la Biblia y en Jesucristo. El judaísmo y el islamismo, con su monoteísmo rígido
y supuestamente más puro, son una de las fuentes de estos ataques, aunque las
actitudes cerradamente racionalistas también han contribuido a lo largo y ancho
de la historia a tratar de desvirtuar la doctrina de la Trinidad en este aspecto
particular.

Es así como los ataques combinados contra la doctrina de la Trinidad


procedentes de estos diferentes frentes convergen al afirmar que no puede

2
sostenerse la doctrina de la Trinidad de una manera racional o lógica sin caer en
triteísmo o creencia en tres dioses diferentes coexistentes, lo cual descalificaría
al cristianismo para ubicarse dentro del monoteísmo y lo trasladaría al campo del
politeísmo pagano.

Pero la iglesia ha respondido, como lo dice el Dr. Ropero: “sin complejos ni


disculpas”, que quienes niegan las distinciones personales entre Padre, Hijo y
Espíritu Santo en el seno del único Dios verdadero son los que incurren en
herejías llamadas de muchas maneras a lo largo de la historia (sabelianismo,
monarquianismo, modalismo, “patripasionismo”, arrianismo, adopcionismo,
socinianismo, pneumatomaquianismo y, últimamente, unitarismo). Herejías que
no hacen justicia al auténtico y pleno monoteísmo cristiano revelado en las
Escrituras y en la experiencia del creyente.

Pero no basta con estar individual y personalmente convencido de la doctrina de


la Trinidad para responder los ataques que contra ella se le dirigen en este
frente. Por eso es necesario afirmar y también aclarar las razones por las cuales,
por difícil o imposible que sea su comprensión cabal, la doctrina de la Trinidad no
es ni irracional, ni ilógica o incoherente.

5.1.1. No es irracional

La doctrina de la Trinidad no es irracional porque no está en contra de la


razón, sino por encima o más allá de ella. Es decir que aunque hay que
reconocer y sostener que la doctrina de la Trinidad desborda de lejos las
capacidades de la razón humana finita, de modo que no puede ser
abarcada por completo por ninguna mente humana; eso no significa que
sea irracional sino más bien suprarracional, en el sentido de que siempre
habrá en ella elementos puntuales que escapan de lleno a la
comprensión racional del ser humano, por mucho que nuestra
racionalidad se ensanche de la mano del desarrollo científico y filosófico a
través de la historia.

3
El problema es que algunos creen que la insuperable dificultad para
entender cabalmente la doctrina de la Trinidad es una excusa válida para
terminarla negando al pretender contenerla dentro de nuestra propia
mente finita y necesariamente limitada. Hay que diferenciar, entonces,
entre lo irracional (es decir, lo que está en contra de la razón), y lo que
hemos designado como suprarracional (lo que supera, lo que excede, lo
que va más allá de la razón o del intelecto humano sin contradecirlo
necesariamente).

Repetimos, pues, que la doctrina de la Trinidad no es de ningún modo


irracional, pero sí es ciertamente suprarracional, razón por la cual en
último término debemos aceptarla por fe, debido fundamentalmente a
que, nos guste o no, se encuentra revelada a través de toda la Biblia,
aunque ésta no se tome el trabajo de proveer una explicación metódica,
sistemática y completa acerca de la misma, debido entre otros a que el
Señor sigue dirigiéndose a los suyos con estas palabras: "Muchas cosas
me quedan aún por decirles, que por ahora no podrían soportar" (Jn.
16:12) y a que: "Lo secreto le pertenece al Señor nuestro Dios, pero lo
revelado nos pertenece a nosotros y a nuestros hijos para siempre, para
que obedezcamos todas las palabras de esta ley" (Dt. 29:29).

Después de todo, como lo afirma Salomón, el rey más sabio de la


antigüedad: "... el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios
realiza de principio a fin" (Ecl. 3:11), algo que por lo visto no pueden
aceptar los herejes que niegan la Trinidad en su intento por comprenderla
y abarcarla con su limitada mente humana.

5.1.2. No es ilógica o incoherente

En realidad, la acusación de irracionalidad dirigida contra la doctrina de la


Trinidad por sus opositores se viene al piso si se logra demostrar con
suficiencia que esta doctrina no es ilógica ni incoherente. De hecho, esta
doctrina ha sido formulada de manera sencilla y escueta de una manera

4
que no viola la ley lógica de la no contradicción que establece que una
afirmación no puede ser falsa y cierta al mismo tiempo y en la misma
relación.

A manera de ejemplo (no de la Trinidad, sino de la ley de no


contradicción1), un ser humano cualquiera puede ser al mismo tiempo
padre, hijo y esposo, pero no en la misma relación sino en tres relaciones
diferentes, por lo cual no habría aquí ninguna contradicción o
incoherencia lógica. De igual manera, ese mismo personaje podría
relacionarse formalmente con su hijo (es decir, en la misma relación) de
tres modos diferentes, a saber: como maestro, como condiscípulo y como
alumno, pero no al mismo tiempo, por lo cual no habría aquí tampoco
ninguna contradicción lógica.

Es así como Tertuliano y la tradición teológica occidental definieron la


Trinidad de manera temprana en una fórmula que ha llegado así hasta
nosotros: “Padre, Hijo y Espíritu santo. Tres personas distintas y un solo
Dios verdadero”. Esta frase podrá hacer alusión a una misteriosa
paradoja, pero nunca a una flagrante contradicción lógica. Una
contradicción lógica sería decir: "Tres personas distintas, una sola
persona verdadera" (en esta declaración se afirma y se niega algo al
mismo tiempo y en la misma relación), o "Tres Dioses distintos, un solo
Dios verdadero", pero no es nada de esto lo que afirma la fórmula.

Por lo tanto la Trinidad puede ser definida escuetamente, como lo hizo


Tertuliano y la tradición teológica occidental, sin incurrir en
contradicciones lógicas, así la fórmula misma esté lejos de explicar cabal
y exactamente en qué consiste la Trinidad. Porque como lo dice R. C.

1
Hacemos esta claridad porque el modalismo ‒nombre que recibe una herejía que niega la
Trinidad‒ afirma que Padre, Hijo y Espíritu Santo son únicamente diferentes modos alternos en
que Dios se manifiesta al hombre y para ilustrar su punto de vista utiliza el mismo ejemplo que
utilizamos aquí para ilustrar, en nuestro caso, la ley lógica de no contradicción. Porque este
ejemplo es válido para ilustrar esta ley, pero es equivocado como analogía de la Trinidad, como lo
pretenden los modalistas.

5
Sproul: “La doctrina de la Trinidad no explica completamente el carácter
misterioso de Dios. En realidad lo que hace es fijar los límites que no
debemos trasponer”.

Al fin y al cabo la vida humana está llena de paradojas que no podemos


comprender cabalmente, pero que no negamos por el simple hecho de
que, aunque no las entendamos, de cualquier modo las vivimos como
realidades dadas y sin las cuales la vida humana sería muy pobre y
aburrida. El amor es tal vez la más significativa de esas realidades que,
con todo y lo paradójicas que puedan llegar a ser y lo incomprensibles e
indefinibles que resulten, no podemos ni queremos de cualquier modo
prescindir de ellas en nuestra experiencia vital.

5.2. Ambigüedad y confusión de términos

La segunda circunstancia que obra en contra de una recta comprensión de la


doctrina de la Trinidad es la ambigüedad y confusión en los términos utilizados
para referirse a ella. Basta ver cómo en las discusiones entre los sectores
occidentales2 y orientales3 de la iglesia primitiva alrededor de esta doctrina, se
generaron agrios e innecesarios desacuerdos debido justamente a que no se
tuvo la precaución de definir primero lo que ambas partes deberían entender por
medio de los términos utilizados en la discusión.

Así, palabras técnicas en teología tales como “esencia”, “sustancia”, “persona”,


“subsistencia” y “naturaleza”, centrales en la discusión trinitaria desde el punto
de vista semántico y filosófico, eran entendidas de una manera por los teólogos
occidentales y de otra manera diferente por los teólogos orientales, generando
discusiones que giraban más alrededor de la forma que del fondo, en el cual
ambas partes estaban fundamentalmente de acuerdo.

Por eso es que a la hora de tratar la doctrina de la Trinidad deben conocerse de

2
De mentalidad y cultura romana o latina expresada, justamente, en idioma latín
3
De mentalidad y cultura griega expresada en idioma griego

6
manera medianamente satisfactoria los términos técnicos y las formas de
expresión que la tradición teológica ha acuñado para referirse a esta doctrina.
No basta, pues, el conocimiento bíblico sobre el particular, aunque no sobra
decir que éste es absolutamente necesario, sino que la ignorancia sobre estos
asuntos semánticos y técnicos de la disciplina teológica genera mucha más
confusión y ambigüedad que la que pretende resolverse al abordar la discusión.

Es totalmente pueril, entonces, la acusación de aquellos que quieren negar la


doctrina de la Trinidad simplemente porque éste término no se encuentra en las
Escrituras como tal, puesto que si bien es cierto que el término en sí mismo no
se encuentra en ellas (así como muchos otros que son plenamente aceptados
por todos en la teología y la práctica cristianas, como por ejemplo providencia), el
concepto como tal sí está y la teología lo único que ha hecho es tratar de darle
un nombre adecuado y comúnmente aceptado para referirse a él4.

A los que condenan y descalifican el uso de términos técnicos en teología que no


se encuentren en las Escrituras, se dirigió así el ilustre Juan Calvino en su
Institución de la Religión Cristiana en el capítulo referente a la Trinidad: “… sea lo
que sea respecto a la palabra, lo cierto es que todos querían decir una misma
cosa… ¿no es gran maldad condenar las palabras que no dicen sino lo que la
Escritura afirma y atestigua?... Si ellos llaman palabra extraña a la que sílaba por
sílaba y letra por letra no se encuentra en la Escritura, ciertamente nos ponen en
gran aprieto, pues con ello condenan todas las predicaciones e interpretaciones
que no están tomadas de la Escritura de una manera plenamente textual.

4
Valga decir que el primero en utilizar un nombre para el concepto evocado hoy con la palabra
“Trinidad” fue el obispo Teófilo de Antioquia quien en su obra apologética conocida como “Los Tres
libros a Autólico” utiliza la palabra griega Trias (que se traduciría en algo así como “Triada“) para
referirse a Dios. Pero por ser ésta una palabra de origen griego que al traducirse no es muy clara,
puesto que las “triadas” de divinidades también se encuentran en muchas religiones paganas y la
doctrina cristiana de la Trinidad es tan singular que tiene poco o nada en común con las triadas de
las mitologías antiguas; la tradición occidental latina considera más bien a Tertuliano de Cartago
como el primero en emplear y acuñar en el idioma latín la palabra “Trinidad” en su obra apologética
“Contra Práxeas”, palabra que desde entonces es aceptada como expresión técnica y definitiva en
el campo de la teología cristiana para referirse a esta doctrina fundamental.

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Mas si tienen por palabras extrañas las que se inventan por curiosidad y se
sostienen supersticiosamente, las cuales sirven más de disputa que de
edificación, y se usan sin necesidad ni fruto y con su aspereza ofenden los oídos
de los fieles y pueden apartarnos de la sencillez de la Palabra de Dios, estén
entonces seguros de que yo apruebo con todo el corazón su sobriedad…

Con todo, algún medio hemos de tener, tomando de la Escritura una regla a la
cual se conformen todos nuestros pensamientos y palabras. Pero, ¿qué
inconveniente hay en que expliquemos con palabras más claras las cosas que la
Escritura dice oscuramente, con tal que lo que digamos sirva para declarar
fielmente la verdad de la Escritura, y que se haga sin tomarse excesiva libertad y
cuando la ocasión lo requiera? De esto tenemos muchos ejemplos. ¿Y que
sucederá si probamos que la Iglesia se ha visto ineludiblemente obligada a usar
las palabras “Trinidad” y “Personas”? Si alguno no las aprueba pretextando que
se trata de palabras nuevas que no se hallan en la Escritura, ¿no se podrá decir
de él con razón que no puede tolerar la luz de la verdad?; pues lo que hace es
condenar que se explique con palabras más claras lo mismo que la Escritura
encierra en sí…

Tal novedad de palabras si así se puede llamar hay que usarla principalmente
cuando conviene mantener la verdad contra aquellos que la calumnian y que,
tergiversándola, vuelven lo de dentro afuera… [a] los impíos… cualquier
oscuridad de palabras les sirve de escondrijo donde ocultar sus errores”. Así,
pues, la teología cristiana reconoce unánimemente en Dios la unidad y unicidad
de la esencia o, si se quiere, de la sustancia divina de tal manera que Dios no
sólo es uno sino también único. Pero al mismo tiempo afirma que en este Dios
único y uno hay tres subsistencias o personas diferentes. Damos así, por lo
pronto, escueta respuesta a las dos circunstancias que obran en perjuicio de un
recto entendimiento de la doctrina de la Trinidad, para acometer ahora sí el
tratamiento de esta doctrina tal cómo surge de su gradual revelación en las
Escrituras.

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5.3. La Trinidad en el Antiguo Testamento

La doctrina de la Trinidad es central en las Escrituras y permea todo el conjunto


de los libros que componen el canon. Sin embargo es un hecho que en el Antiguo
Testamento lo que se enfatiza es la unidad de Dios. Con todo, hay en él
sugerencias claras de una diversidad de personas presentes en la unidad divina.
Ahora bien, estas sugerencias habrían pasado tal vez desapercibidas si no fuera
por la luz más plena que la revelación del Nuevo Testamento arroja sobre ellas.
Por eso es que en el cristianismo el Antiguo Testamento sigue siendo muy
valioso, pero leído a la luz del Nuevo. Sea como fuere, las sugerencias trinitarias
del Antiguo Testamento pueden clasificarse del siguiente modo:

5.3.1. Los nombres plurales para Dios

En realidad, el nombre plural por excelencia para Dios en el Antiguo


Testamento es “Elohim” como ya se dijo con anterioridad con mayor
detalle. Sin embargo, algunos comentaristas consideran que aún en el
nombre divino “Adonai” existe una alusión a la pluralidad. Baste para el
efecto citar lo dicho en Wikipedia sobre el particular: “Adonai es un plural
(-i) con posesivo de primera persona singular (-a-), de Adon que
significa "señor", "amo" o "gobernante".Varios gramáticos lo consideran un
plural abstracto o general que expresa la totalidad del poder divino, por lo
que traducen literalmente este nombre como "mi Señor de señores", "mi
Gobernante de todos" o "Gran Señor mío". Otros consideran que se trata
de un plural de majestad, usado cuando alguien se dirige a un superior
para señalar su grandeza: "mi Señores" o "mi Gran Señor"… Sin embargo,
quienes rechazan la interpretación del nombre Adonai como plural de
majestad, anotan que tal forma de plural no ocurre en hebreo y por tanto
debe considerarse como plural general que sí ocurre en hebreo”.

Como quiera que sea y aún descartando a “Adonai” como una alusión
velada a la pluralidad evocada por la doctrina de la Trinidad; el nombre
“Elohim” no se puede descartar como tal por las razones ya mencionadas

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cuando se trató este nombre. Esto es que este nombre, a pesar de ser
plural, cuando se refiere a Dios incluye indefectiblemente en el
complemento de la frase la conjugación del verbo en singular, lo cual
equivale a una premeditada, inspirada, y no propiamente equivocada,
construcción gramatical del siguiente estilo: “Dioses hace”, “Dioses dice”,
construcción verbal que indicaría que, de algún modo, el sujeto es en
realidad uno solo a pesar de que el sustantivo con el que se le identifica
sea plural, o lo que es lo mismo, que a pesar de que el verbo indique que
quien actúa es uno solo, el sustantivo plural da a entender que en la
unidad del sujeto hay sin embargo una pluralidad actuando.

5.3.2. El “plural deliberativo”

Existe en el lenguaje del ser humano a través de la historia una forma de


expresión llamada “plural mayestático”, que consiste en la expresión
hablada o escrita por la cual un hablante o escritor, no obstante lo
evidente de su condición individual y singular, se refiere a sí mismo
usando la primera persona del plural. Este uso ha sido propio de reyes y
papas desde la antigüedad (de ahí el término “mayestático”, es decir
perteneciente o relativo a la majestad), pretendiendo así hablar no en
nombre propio o a título personal, sino en nombre de la institución que
presiden de manera individual o en representación de una colectividad.

Su uso en estos casos puede obedecer a la intención de expresar


excelencia, poder o dignidad por parte de quien habla, aunque
eventualmente puede también denotar modestia en el sentido de que el
hablante busca dar a entender que lo dicho no es algo de su propia
cosecha, sino el mérito de todo un grupo. Estos dos motivos clásicos que
llevan a los seres humanos a utilizar el “plural mayestático” difícilmente
podrían atribuirse a Dios en los enigmáticos casos en que Él hace uso de
esta forma de expresión, como se verá en los ejemplos, que por la forma
en que se presentan, son mejor explicados como referencia velada a la

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Trinidad en lo que algunos estudiosos, superando ya las connotaciones
propias del “plural mayestático” que no dejan de ser inadecuadas para la
Trinidad, llaman mejor y de manera más exacta “plural deliberativo”.

Porque es justamente esta forma de hablar la que encontramos en el


Antiguo Testamento en la boca de Dios en múltiples oportunidades, dos
de ellas asociadas precisamente al nombre “Elohim” atribuido a Dios.
Veamos, pues, estos casos puntuales:

5.3.2.1. “… y Dios [Elohim] consideró [verbo en singular] que esto era


bueno, y dijo [verbo en singular]: «Hagamos [verbo en plural] al
ser humano a nuestra [posesivo plural] imagen y semejanza...”
(Gén 1:26-27).

5.3.2.2. “Dios [Elohim] el SEÑOR [YHWH] hizo ropa de pieles para el


hombre y su mujer, y los vistió. Y dijo [verbo en singular]: «El ser
humano ha llegado a ser como uno de nosotros [pronombre
plural], pues tiene conocimiento del bien y del mal. No vaya a ser
que extienda su mano y también tome del fruto del árbol de la
vida, y lo coma y viva para siempre.»” (Gén. 3:21-22)

5.3.2.3. “Pero el SEÑOR [YHWH] bajó para observar la ciudad y la torre que
los hombres estaban construyendo, y se dijo [verbo en singular
reflexivo]… Será mejor que bajemos [verbo en plural] a confundir
su idioma, para que ya no se entiendan entre ellos mismos.»”
(Gén. 11:5-7)

5.3.2.4. “Entonces oí la voz del Señor [Adonai] que decía [verbo en


singular]: ¿A quien enviaré [verbo en singular]? ¿Quién irá por
nosotros [pronombre plural]?...” (Isa. 6:8)

Esta alternancia entre singulares y plurales no deja de ser inquietante y


no puede ser atribuida de ningún modo a una equivocación en la
construcción gramatical, sino a una intencionalidad expresa en el

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inspirado autor sagrado, cuya mejor explicación procede de la doctrina de
la Trinidad revelada ya sin lugar a dudas en el Nuevo Testamento.

Sin embargo hay que tener en cuenta que, por sí solo, el “plural
deliberativo” no puede esgrimirse como argumento a favor de una
pluralidad constituida exactamente por tres subsistencias diferentes, pero
sí puede esgrimirse a favor de una pluralidad, independiente del número
que ésta asuma. El profesor A. B. Davidson lo expresa así: “Si Dios, que
es quien habla en estas páginas, usa la primera persona del plural al
referirse a sí mismo, esta es una afirmación clara de que la deidad es una
pluralidad, sea dualidad, Trinidad o cualquier otro número. Cuando el
portavoz divino usa la primera persona del plural para referirse a sí
mismo, incluye el concilio celestial”.

5.3.3. El “Shema” judío

En la apertura de estas conferencias ya hemos identificado y ubicado en


Deuteronomio 6:4 el texto central de la fe judía monoteísta en el Antiguo
Testamento, el cual recibe el nombre de Shema en razón de que esta
palabra hebrea es la que da inicio a este versículo: “»Escucha, Israel: El
SEÑOR nuestro Dios es el único SEÑOR”, pasaje que transliterado del
hebreo se escribiría así: “Shema Israel YHWH Elohenú YHWH ejad”.

Pero aún en el pasaje monoteísta por excelencia del Antiguo Testamento


hay una alusión a la pluralidad divina que no se puede pasar por alto5. A
esto se refiere Gino Iafrancesco Villegas de este modo: “Existen en el
hebreo dos palabras diferentes que significan „uno‟: Una es Yahad y la
otra es Ejad. Yahad úsase en el sentido de unidad simple y absoluta; por
ejemplo; es diferente un individuo a un equipo; diferente una unidad a
una docena. La palabra Yahad es una unidad simple, en cambio Ejad

5
Citar el Shema judío para sustentar la doctrina de la Trinidad no deja de ser algo tan audaz como
lo sería que en un juicio el abogado defensor apele al principal testigo del fiscal o del abogado de
la contraparte para ganar el caso.

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significa unidad compuesta o colectiva. La palabra Yahad nunca se utiliza
en el hebreo para designar a Dios, sino que se utiliza la palabra Ejad…
Siempre al referirse a que Dios es “Uno” se usa el término “ejad”… “uno”
en sentido que admite pluralidad; y no se usa el término “Yahad”… que
implica unidad absoluta”.

Así, pues, aún el Shema judío, fundamento indiscutible de la fe


monoteísta, brinda apoyo a la doctrina de la Trinidad al sugerir que la
unidad divina es una unidad que admite o incluso requiere la pluralidad o
colectividad en su seno. Ya volveremos sobre el Shema un poco más
adelante.

5.3.4. El Ángel del Señor

Antes de considerar este punto hay que dejar establecido que la postura a
este respecto no es unánime entre los teólogos cristianos y, por supuesto,
no la suscriben la generalidad de los eruditos judíos, además de que los
que entre estos últimos si lo hacen, matizan de manera significativa esta
postura. Sin embargo, también hay que decir que un mayoritario número
de teólogos a través de la historia, incluyendo entre ellos a los padres de
la iglesia y a los reformadores, han suscrito el punto de vista al que
vamos a referirnos.

En realidad este planteamiento es más cristológico que trinitario, puesto


que tiene que ver más directamente con la Segunda Persona de la
Trinidad que con la Trinidad en sí misma. Pero debido a que las
consideraciones teológicas de carácter cristológico y trinitario se
refuerzan mutuamente en vista de la profunda interrelación entre ellas, es
pertinente entonces traer este punto a colación aquí.

En efecto, consiste este punto en el hecho de que los teólogos cristianos


han sostenido de manera mayoritaria que, por la manera en que el
Antiguo Testamento se refiere al “ángel del SEÑOR” cuando éste se

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manifestaba y por las reacciones que suscitaba entre los testigos de su
manifestación, es evidente que en un representativo número de pasajes
(no en todos), este personaje, más que un ángel, se trata de Dios mismo.

Asimismo, los teólogos que afirman lo anterior van más lejos y declaran
que el “Ángel del SEÑOR” es una manifestación no tan sólo de Dios en un
sentido amplio e indiferenciado, sino una manifestación específica del
Verbo, el Hijo, o lo que es lo mismo, la Segunda Persona de la Trinidad
antes de su encarnación como hombre en la persona de Cristo,
anunciando así de manera anticipada su labor de mediación entre Dios y
los hombres, realizada de manera completa al encarnarse como hombre.

Pero aún al margen de esta interpretación cristológica y ya sea que


estemos o no de acuerdo con ella, lo cierto es que al ser el “ángel del
SEÑOR” el SEÑOR mismo, habría una identificación entre ambos que
apuntaría a su unidad esencial, pero al mismo tiempo al existir una
distinción entre ellos dos (puesto que, de cualquier modo, uno sería el
SEÑOR y otro el ángel del SEÑOR), ésta señalaría también la pluralidad de
personas subsistentes en la divinidad. A continuación citaremos con
propósitos meramente ilustrativos, desprovistos, por tanto, de toda
intención polémica, únicamente las porciones más representativas del
Antiguo Testamento en que se apoya esta postura:

5.3.4.1. “Allí, junto a un manantial que está en el camino a la región del


Sur, la encontró el ángel del SEÑOR… Como el SEÑOR le había
hablado, Agar le puso por nombre «El Dios que me ve», pues se
decía: «Ahora he visto al que me ve»” (Gén. 16:7, 13). Aquí se da
a entender de manera implícita que “el ángel del SEÑOR” que le
habló a Agar es el mismo SEÑOR, a quien de algún modo Agar ha
podido ver.

5.3.4.2. “El ángel del SEÑOR llamó a Abraham por segunda vez desde el

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cielo y le dijo: Como has hecho esto, y no me has negado a tu
único hijo, juro por mismo afirma el SEÑOR…” (Gén. 22:15-16).
En este caso, lo que “el ángel del SEÑOR” le dice a Abraham
parece estarlo afirmando el SEÑOR al mismo tiempo.

5.3.4.3. “En ese mismo sueño, el ángel de Dios me llamó: “¡Jacob!” Y yo le


respondí: “Aquí estoy.” Entonces él me dijo… Yo soy el Dios de
Betel…” (Gén. 31:11-13). El “ángel de Dios” se identifica a sí
mismo aquí ante Jacob como el Dios que se le apareció en Betel
(ver este episodio en Génesis 28:10-19)

5.3.4.4. “Y los bendijo con estas palabras: «Que el Dios en cuya presencia
caminaron mis padres, Abraham e Isaac, el Dios que me ha
guiado desde el día que nací hasta hoy, el ángel que me ha
rescatado de todo mal…” (Gén. 48:15-16). En este paralelismo
reiterativo, Israel (Jacob) da a entender que el Dios que lo ha
guiado y el ángel que lo ha rescatado son uno solo.

5.3.4.5. “Estando allí, el ángel del SEÑOR se le apareció entre las llamas
de una zarza ardiente. Moisés notó que la zarza estaba envuelta
en llamas, pero que no se consumía, así que pensó: «¡Qué
increíble! Voy a ver por qué no se consume la zarza.» Cuando el
SEÑOR vio que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la
zarza: ¡Moisés, Moisés! Aquí me tienes respondió. No te
acerques más le dijo Dios. Quítate las sandalias, porque estás
pisando tierra santa” (Éxo. 3:2-5). La identificación aquí entre “el
ángel del SEÑOR” y Dios el SEÑOR es tan clara que no requiere
comentarios.

5.3.4.6. “Cuando el ángel del SEÑOR se le apareció a Gedeón, le dijo: ¡El


SEÑOR está contigo guerrero valiente!... El SEÑOR lo encaró y le
dijo… El SEÑOR respondió:… Cuando Gedeón se dio cuenta de que

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se trataba del ángel del SEÑOR, exclamó: ¡Ay de mí, SEÑOR y Dios!
¡He visto al ángel del SEÑOR cara a cara! Pero el SEÑOR le dijo:
¡Quédate tranquilo! No temas. No vas a morir” (Jue. 6:12, 14,
16, 22-23). La Biblia da aquí a entender que cuando el ángel del
SEÑOR se dirige a Gedeón, es el SEÑOR mismo quien está
encarando y quien está respondiendo a este juez de Israel.

Asimismo, la reacción de Gedeón cuando se da cuenta de la


identidad de su interlocutor es de un temor aterrorizante que se
explica por el hecho de que ver al ángel del SEÑOR era igual que
ver al mismo Dios, con la consecuente e inminente amenaza para
la vida de la persona que un encuentro de este tipo acarreaba
(Éxo. 33:20, 23). El hecho de sobrevivir a un encuentro de este
tipo era algo por completo inusual (Dt. 5:23-27), debido
exclusivamente a la gracia y misericordia divinas y no a algún
mérito de parte del ser humano que pasaba por esta crítica y
sublime experiencia. En el pasaje que se citará a continuación se
mencionan otras tres situaciones similares a ésta en el Antiguo
Testamento.

5.3.4.7. “Cierto hombre de Zora, llamado Manoa, de la tribu de Dan, tenía


una esposa que no le había dado hijos porque era estéril. Pero el
ángel del SEÑOR se le apareció a ella… La mujer fue adonde
estaba su esposo y le dijo: «Un hombre de Dios vino adonde yo
estaba. Por su aspecto imponente, parecía un ángel de Dios. Ni
yo le pregunté de dónde venía, ni él me dijo cómo se llamaba...
Manoa le dijo al ángel del SEÑOR: Nos gustaría que te quedaras
hasta que te preparemos un cabrito. Pero el ángel del SEÑOR
respondió: Aunque me detengan, no probaré nada de tu
comida. Pero si preparas un holocausto, ofréceselo al SEÑOR.
Manoa no se había dado cuenta de que aquél era el ángel del

16
SEÑOR. Así que le preguntó: ¿Cómo te llamas, para que podamos
honrarte cuando se cumpla tu palabra? ¿Por qué me preguntas
mi nombre? replicó él. Es un misterio maravilloso. Entonces
Manoa tomó un cabrito, junto con la ofrenda de cereales, y lo
sacrificó sobre una roca al SEÑOR. Y mientras Manoa y su esposa
observaban, el SEÑOR hizo algo maravilloso: Mientras la llama
subía desde el altar hacia el cielo, el ángel del SEÑOR ascendía en
la llama. Al ver eso, Manoa y su esposa se postraron en tierra
sobre sus rostros. Y el ángel del SEÑOR no se volvió a aparecer a
Manoa y a su esposa. Entonces Manoa se dio cuenta de que
aquél era el ángel del SEÑOR. ¡Estamos condenados a morir! le
dijo a su esposa. ¡Hemos visto a Dios!” (Jue. 13:2-6, 15-22).

En este episodio de la historia sagrada llaman la atención


algunos significativos y profundos detalles que se añaden a los ya
considerados en los pasajes previos que se han citado.

El primero, a semejanza de Gedeón, la ignorancia de Manoa


sobre la identidad de su interlocutor, que da la impresión de ser
una disculpa del narrador para explicar el inapropiado trato
familiar de Manoa con el ángel del SEÑOR.

Lo segundo, la respuesta del ángel del SEÑOR cuando Manoa


preguntó su nombre, que fue una velada amonestación, como si
la pregunta en sí misma fuera improcedente o innecesaria debido
a que la identidad del ángel del SEÑOR debería ser obvia,
constituyéndose así la pregunta en una atrevida impertinencia de
parte de Manoa, motivada una vez más por su ignorancia sobre la
identidad del ángel del SEÑOR.

En efecto, como ya lo hemos podido vislumbrar, el nombre de


Dios es un “misterio maravilloso”. Es más, en versiones de la

17
Biblia como la Reina Valera Revisada la respuesta del ángel del
SEÑOR es la siguiente: “¿Por qué preguntas por mi nombre, que es
admirable?”, lo cual inevitablemente trae a nuestra mente el
anuncio hecho por el profeta Isaías en relación con el Mesías:
“Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la
soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos
nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno,
Príncipe de paz” (Isa. 9:6), y también el episodio de Jacob
luchando con un hombre misterioso y enigmático durante toda
una noche en Peniel, antes de su crítico reencuentro con su
hermano Esaú.

En aquella oportunidad Jacob también preguntó a este varón por


su nombre, recibiendo de él una contestación similar: “... ¿Por
qué preguntas cómo me llamo?” (Gén. 32:29), sin que diera
luego mayores respuestas o explicaciones. Pero parece que el
conocido cambio de nombre que este hombre misterioso llevó a
cabo en Jacob6, unido a la interpelación recibida de aquel cuando
Jacob inquirió por su nombre, fueron suficientes para abrir de
lleno los ojos de Jacob a la identidad de su oponente, pues
enseguida el relato continúa así: “Jacob llamó a ese lugar Penuel,
porque dijo: «He visto a Dios cara a cara, y todavía sigo con vida»”
(Gén. 32:29).

Por eso, aunque este hombre enigmático no se identifique


expresamente como “el ángel del SEÑOR”, parece ser que de
cualquier modo era Dios mismo, a juzgar por lo declarado por
Jacob/Israel. De hecho, también lo declarado por Manoa cuando
se da cuenta de cual es la identidad de su interlocutor, va en la

6
A partir de este momento Jacob comenzó a llamarse Israel que significa nada más y nada menos
que “él lucha con Dios” (Gén. 32:28), dando así a entender que el oponente de Jacob era, en
realidad, Dios mismo.

18
misma línea trazada por la reacción de Jacob y de Gedeón
después de él: un aterrorizante temor de morir por haber visto a
Dios y un suspiro de alivio por haber sobrevivido al encuentro.

Reacción por demás muy similar a la del profeta Isaías cuando,


en el año de la muerte del rey Uzías, vió al “... Señor excelso y
sublime, sentado en un trono...” (Isa. 6:1), visión que llevó al
profeta a exclamar: “... «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un
hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios
blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al SEÑOR
Todopoderoso!»” (Isa. 6:5).

5.3.4.8. “El SEÑOR Todopoderoso responde: «Yo estoy por enviar a mi


mensajero para que prepare el camino delante de mí. De pronto
vendrá a su templo el Señor a quien ustedes buscan; vendrá el
mensajero del pacto, en quien ustedes se complacen.»” (Mal.
3:1). En cuanto a la primera parte de esta profecía, los teólogos
están unánimemente de acuerdo en que el anunciado mensajero
que prepararía el camino delante del Señor es Juan el Bautista, el
nuevo Elías (Mal. 3:23-24), puesto que así lo declaró el propio
Señor Jesucristo (Mt. 11:10, 14; ver también Mr. 1:2-4; Isa. 40:3
y Lc. 1:17, 76).

Pero el mensajero o “ángel del pacto”7 mencionado en el cierre


del versículo es, por simple paralelismo, el mismo Señor
mencionado un momento antes, que viene a su templo
repentinamente, profecía que apunta inequívocamente a
Jesucristo, a quien Juan Bautista le preparó el camino.

5.3.4.9. Existe adicionalmente un pasaje bíblico del Antiguo Testamento


que, aunque no mencione explícitamente al “ángel del SEÑOR”,

7
La palabra “ángel”, del hebreo mal’ach y el griego angelos, significa de manera primaria y llana
“mensajero”.

19
puede ubicarse dentro de los pasajes que hemos agrupado bajo
esta expresión, porque admite una interpretación similar, aunque
hay que decir que, popularmente, se ha abusado de él para hacer
inferencias forzadas, siempre polémicas y de ningún modo
unánimes ni bien fundamentadas a favor de la doctrina de la
Trinidad.

Se trata del capítulo 18 del Génesis, de donde extractamos


algunas porciones pertinentes, comenzando por ésta: “El Señor
se le apareció a Abraham junto al encinar de Mamré… Abraham
alzó la vista, y vio a tres hombres de pie cerca de él. Al verlos,
corrió desde la entrada de la carpa a saludarlos. Inclinándose
hasta el suelo, dijo: Mi señor…” (Gén. 18:1-3). Dejemos, pues,
establecido que sería muy difícil negar que ésta haya sido, a
semejanza de muchas de las manifestaciones del “ángel del
SEÑOR”, una aparición de Dios mismo al patriarca Abraham, como
se dice inequívocamente en el inicio del capítulo.

Se ha esgrimido como confirmación de lo anterior la manera en


que el padre de la fe se dirige a sus visitantes (o por lo menos, a
uno de ellos) diciéndole “Mi señor”. Pero este argumento no es
necesario para establecer el punto, además de que, por sí solo,
no deja de ser ambiguo y discutible pues las diferentes
traducciones y versiones de la Biblia traducen de manera
diferente este saludo de Abraham, oscilando entre la minúscula
para “señor”, tal como lo vemos en la Nueva Versión
Internacional, que no implicaría por tanto un necesario
reconocimiento de la divinidad de su interlocutor por parte de
Abraham, sino tan sólo un trato respetuoso hacia aquel; y la

20
mayúscula de “Señor” utilizada por la Reina Valera Revisada y la
Biblia de Jerusalén, entre otras8, mayúscula imprescindible para
poder referir este término a Dios como nombre propio.

Por otra parte, los versículos 13 y 14 ratifican que este episodio


se trata, en efecto, de una teofanía9, puesto que allí leemos:
“Pero el SEÑOR le dijo a Abraham: ¿Por qué se ríe Sara? ¿No cree
que podrá tener un hijo en su vejez? ¿Acaso hay algo imposible
para el SEÑOR? El año que viene volveré a visitarte en esta fecha,
y para entonces Sara habrá tenido un hijo” (Gén. 18:14). Es,
pues, el Señor en persona quien hace este anuncio al patriarca.
Pero lo que no puede hacerse es deducir que, por el hecho de
que la aparición de Dios a Abraham en este pasaje se concrete
en una comitiva constituida por tres personajes, entonces esta
sea una manifestación de la Trinidad divina.

De hecho, más adelante se afirma taxativamente que dos de ellos


eran ángeles: “Dos de los visitantes partieron de allí y se
encaminaron a Sodoma, pero Abraham se quedó de pie frente al
SEÑOR” (Gén. 18:22). Evidentemente, solo uno de los tres era
identificado como el Señor, el que venía hablando con Abraham
desde el comienzo y que decide permanecer con él, y los otros
dos eran tan solo ángeles: “Caía la tarde cuando los dos ángeles
llegaron a Sodoma…” (Gén. 19:1, compárese también con los

8
Hay incluso versiones como la Biblia en Lenguaje Actual y la paráfrasis “La Biblia al Día” que se
toman la libertad de traducir el saludo de Abraham en plural: “Señores” para hacer corresponder el
saludo con la pluralidad de visitantes que el texto identifica en número de tres. Libertad que, en
estricto rigor, no deja de ser cuestionable si se trata de salvaguardar la fidelidad e integridad del
texto bíblico al traducirlo a otros idiomas.
9
Término técnico que en teología se utiliza para referirse a una manifestación visible y corpórea de
Dios antes de la encarnación de Cristo.

21
versículos 15 y 17).

5.3.4.10. Por último, existe también en el Antiguo Testamento entre


muchos otros, un pasaje mesiánico en particular10 (ya citado y
comentado brevemente en la nota de pie de página número 47 al
tratar los nombres de Dios), en el cual la distinción de personas
en Dios es clarísima y la atribución de la divinidad a las dos
personas mencionadas es igualmente innegable. Se trata del
salmo 110:1 que dice: “Así dijo el SEÑOR a mi Señor…”. Dado que
David utiliza aquí dos nombres propios y distintos de Dios, a
saber: YHWH (traducido “SEÑOR”, en letras versales) y Adonai
(traducido “Señor” en letras normales), está atribuyendo a Dios
algo así como un diálogo interpersonal consigo mismo.

Esto no puede explicarse de manera diferente a afirmar que en


Dios existen distinciones sustantivas o concretas de tipo
claramente personal11 en permanente, íntima y mutua
interrelación, distinciones que sin embargo no obran en perjuicio
de su unidad esencial ni de su identidad como un único Dios. La
tradición teológica cristiana, ya plenamente encuadrada en el
marco de la doctrina de la Trinidad, no tiene dificultad para
interpretar este pasaje en el cual ve un diálogo divino entre Dios
Padre y Dios Hijo, la primera y segunda personas de la Trinidad
respectivamente.

10
Reciben el nombre de “mesiánicos” los pasajes del Antiguo Testamento que se refieren
proféticamente a Cristo, anunciando de manera anticipada algún aspecto de su persona u obra que
tuvo cumplimiento literal durante su paso histórico por este mundo, rango de tiempo comprendido
entre su encarnación y ascensión.
11
Y no meramente sicológico, como sucede en algunas patologías del ser humano tales como el
llamado “Desorden de múltiple personalidad”. Estas distinciones en el seno de la divinidad también
se aprecian en otros pasajes como Isaías 48:16 en donde, si bien es Dios quien viene hablando
(así lo establece el versículo 12), dice Él sin embargo: “… Y ahora el SEÑOR omnipotente me ha
enviado con su Espíritu”, dando a entender que el Dios que habla, ha sido a su vez enviado por
Dios, junto con el Espíritu de Dios, en evocaciones que apuntan ya de cierto modo a la doctrina de
la Trinidad.

22
Pero para el monoteísmo rígido de la tradición judía este pasaje
no deja de ser problemático, al punto que, no por nada, fue este
justamente el versículo escogido por el Señor Jesucristo para
confundir a los maestros de la ley, eruditos rabínicos de su
tiempo, al plantearles una pregunta que éstos no supieron
responder y que buscaba hacerlos conscientes de la divinidad y
consecuente superioridad del mesías sobre el rey David, en una
cultura que consideraba que el ascendiente tenía por fuerza la
prioridad sobre su descendiente, siendo el mesías descendiente
de David en lo que toca a su condición humana, no obstante lo
cual el mesías se encontraría siempre por encima de su
ascendiente en virtud de su condición divina, como lo reconoce el
mismo rey David al llamar a su descendiente en la carne “mi
Señor” (ver Mt. 22:41-46; Mr. 12:35-37; Lc. 20:41-44).

5.3.5. Los paralelismos triples asociados a Dios

Hemos visto a través de los nombres plurales de Dios, del “plural


deliberativo” como forma de expresión utilizada por Dios, del Shema judío
y de la figura del “ángel del SEÑOR”, que el Antiguo Testamento sugiere
con fuerza la presencia de una pluralidad diferenciada de tipo personal en
el seno del uno y único Dios. Pero hasta ahora no hemos visto que esta
pluralidad se especifique, concrete o delimite en el número tres evocado
por la doctrina de la Trinidad.

Pero aún en esta dirección el Antiguo Testamento provee de indicios que,


si bien no son explícitos, no pueden de todos modos pasarse por alto. Nos
referimos a los pasajes bíblicos convertidos con el tiempo en fórmulas
litúrgicas en que se hace referencia a Dios acudiendo a un paralelismo
reiterativo por el cual se le menciona en tres oportunidades, una

23
inmediatamente después de la otra en el mismo pasaje, anticipando las
doxologías12 del Nuevo Testamento y de la iglesia primitiva.
Curiosamente, son justo tres los que sobresalen por encima de los
demás. Veámoslos, entonces, con algo de detenimiento:

5.3.5.1. El Shema judío. “Escucha, Israel: El SEÑOR nuestro Dios es el


único SEÑOR” (Dt. 6:4). En este pasaje ya varias veces comentado
en estas conferencias y repetido sin fin en las oraciones y
liturgias judías, se menciona a Dios tres veces.

A este respecto la tradición judáica de la Cábala13 hace la


siguiente observación que no deja de ser sorprendente en un
documento de la tradición judía, reacia a ultranza a la doctrina de
la Trinidad: “¿Por qué hay necesidad de mencionar el nombre de
Dios por tres veces en este versículo? La primera vez, YHWH,
porque es el Padre de los cielos; la segunda vez, Dios, porque es
un título del Mesías, la vara del tronco de Isaí que ha de venir por
David, de la familia de Isaí; y la tercera vez, YHWH, porque es el
que nos enseña a caminar aquí en la tierra y estos tres son uno”.

Esta observación no requiere comentarios adicionales para el


propósito que perseguimos aquí, pues basta para dejar
establecido que, al margen de que suscribamos o no la
interpretación que se le está dando aquí, para los judíos no
pasaba desapercibida la triple mención de Dios en este versículo
que la iglesia ha interpretado como un velado anticipo de la
doctrina de la Trinidad en el Antiguo Testamento.

5.3.5.2. La bendición sacerdotal. »"El SEÑOR te bendiga y te guarde; el

12
Fórmulas de alabanza a Dios que sugieren o expresan aspectos de la Trinidad y que se fueron
incorporando formalmente en las liturgias oficiales de la iglesia cristiana.
13
Una de las principales corrientes del esoterismo judío constituida por una tradición oral que
pretende explicar y fijar el sentido de la Sagrada Escritura

24
SEÑOR te mire con agrado y te extienda su amor; el SEÑOR te
muestre su favor y te conceda la paz." (Nm. 6:24-26). Esta
bendición, tan central en la liturgia judía como el Shema, vuelve a
mencionar tres veces el nombre de Dios de una manera que no
puede calificarse menos que inquietante, por no decir más, y que
tampoco ha pasado de ningún modo desapercibida por los judíos,
los cuales han procurado, en el Talmud14, dar sentido y
profundidad interpretativa a esta triple mención de Dios de
formas análogas a la cita de la Cábala traída a colación hace
unos momentos, aunque cuidándose de no apoyar
interpretaciones trinitarias del pasaje, cuidado que la iglesia
considera innecesario, no solamente por lo difícil que resulta no
ver aquí indicios trinitarios, sino porque a la luz de la revelación
del Nuevo Testamento sobre la Trinidad Divina, estos cuidados
resultan ya por completo obsoletos.

5.3.5.3. La visión del Santo de Isaías. “Y se decían el uno al otro: «Santo,


santo, santo es el SEÑOR Todopoderoso; toda la tierra está llena
de su gloria.»” (Isa. 6:3). Hemos dicho ya que la santidad, más
que un atributo divino, es un sinónimo de su divinidad, al punto
que puede decirse que Dios es “el Santo” por excelencia15. Así,
pues, en este pasaje más que en ningún otro no hay la más
mínima duda de que la palabra “santo” se refiere a Dios, pues la
visión de Isaías que enmarca esta escena comienza diciendo: “El
año de la muerte del rey Uzías, vi al Señor excelso y sublime,
sentado en un trono…” (Isa. 6:1).

Por lo tanto, dando por descontado que la palabra “santo”, más

14
Voluminosa colección oficial de las tradiciones y comentarios rabínicos a la Ley y, en general, a
los escritos del Antiguo Testamento.
15
Valga decir que el ángel Gabriel (Lc. 1:35) y aún los demonios reconocían a Cristo como: “el
Santo de Dios” (Mr. 1:24, Lc. 4:34 Ver también Hechos 3:14).

25
que una descripción de cómo es Dios, se trata de una
identificación de quién es Él; la triple mención de esta palabra
en el contexto de la visión de Dios experimentada por el profeta
Isaías es una triple mención de Dios, quien sería entonces tres
veces Santo o, lo que es lo mismo: tres veces Dios.

Dicho de otro modo y parafraseando el Credo de Atanasio: Santo


es el Padre, Santo es el Hijo y Santo es el Espíritu Santo (valga
aquí la redundancia), pero no son tres santos, sino un solo Santo.
Esta fórmula veladamente trinitaria es retomada en el Nuevo
Testamento por el apóstol Juan en el libro del Apocalipsis (Apo.
4:2) y desde entonces ha sido una de las líneas de evidencia
esgrimidas por la iglesia en el Antiguo Testamento como
insinuación inequívoca de la doctrina de la Trinidad revelada
plenamente en el Nuevo Testamento.

5.4. La Trinidad en el Nuevo Testamento

Lo primero que debemos decir es que no existe una declaración explícita e


inequívoca de la Trinidad en el Nuevo Testamento al estilo de la ya citada,
puntual y clásica fórmula acuñada por Tertuliano, que es la que se ha hecho
popular en medios cristianos16. Con todo, esta doctrina esta tan
abundantemente documentada y revelada en el Nuevo Testamento que no se

16
Recordamos aquí, de nuevo, esta fórmula: “Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas
diferentes, un solo Dios verdadero”. La única declaración en este sentido en el Nuevo Testamento
es el versículo conocido como “la coma juanina” que reza así: “Tres son los que dan testimonio en
el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno…” (1 Jn. 5:7), pero ya está
establecido y es cada vez más comúnmente aceptado que este versículo no formaba parte de los
originales, sino que fue una piadosa pero no muy afortunada interpolación añadida por cristianos
de posteriores generaciones que creyeron, de este modo, estarle prestando un buen servicio al
cristianismo, al dejar establecida sin lugar a discusión la doctrina de la Trinidad en el Nuevo
Testamento, pasando por alto la solemne advertencia consignada por el mismo apóstol Juan en el
libro del Apocalipsis: “A todo el que escuche las palabras del mensaje profético de este libro le
advierto esto: Si alguno le añade algo, Dios le añadirá a él las plagas descritas en este libro” (Apo.
22:18). Sea como fuere, este versículo ajeno a los originales no es necesario para dejar
establecida firmemente la doctrina de la Trinidad en el Nuevo Testamento, como esperamos
demostrarlo a continuación.

26
puede poner en duda, pues no consiste ya en veladas insinuaciones únicamente,
como en el Antiguo Testamento, sino en múltiples y muy diversas afirmaciones
extractadas de la propia vida de la iglesia apostólica que conducen
inexorablemente a la Trinidad como conclusión indiscutible.

En otras palabras, para cualquiera que lea desprejuiciadamente el Nuevo


Testamento salta a la vista la doctrina de la Trinidad, percibida casi de manera
intuitiva y sutil aún antes de emprender cualquier esfuerzo sistemático y reflexivo
para dejarla establecida. Debemos suscribir, entonces, lo dicho por Herbert
Lockyer: “No podemos estudiar los grupos de pasajes que manifiestan las
operaciones del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo sin llegar a la conclusión de
que el Nuevo Testamento es Trinitario hasta la médula y que toda su enseñanza
está edificada sobre la suposición de la Trinidad. Sus alusiones a la Trinidad son
frecuentes, casuales, fáciles y confiadas”.

El teólogo B. B. Warfield también hizo referencia a ello con estas palabras: “La
Doctrina de la Trinidad no se escucha sino en una forma muy natural y casual en
las declaraciones de las Escrituras. No aparece en el Nuevo Testamento como
en formación sino como que ya ha sido formulada… Por doquier se supone que
la doctrina era una posesión fija de la comunidad cristiana; y el proceso por el
cual llegó a ser una posesión de la comunidad se halla tras el Nuevo
Testamento… nos mantenemos en continuo contacto con tres personas que
actúan cada una como una persona distinta, pero son en un sentido profundo y
fundamental un solo ser”.

Con todo, al igual que se ha hecho con el Antiguo Testamento, es necesario


sistematizar de manera esquemática las maneras en que la Trinidad se revela en
el Nuevo Testamento y las inferencias doctrinales que deben extractarse de esta
revelación. De eso nos ocuparemos enseguida.

5.4.1. El monoteísmo en el Nuevo Testamento

Primero que todo, hay que llamar la atención al hecho de que el Nuevo

27
Testamento ratifica con suficiencia y sin lugar a equívocos el monoteísmo
ya revelado en el Antiguo Testamento, de donde no se puede afirmar que
la doctrina de la Trinidad sea una forma de triteísmo. Veamos los más
representativos versículos al respecto:

5.4.1.1. “De modo que, en cuanto a comer lo sacrificado a los ídolos,


sabemos que un ídolo no es absolutamente nada, y que hay un
solo Dios. Pues aunque haya los así llamados dioses, ya sea en el
cielo o en la tierra (y por cierto que hay muchos «dioses» y
muchos «señores»), para nosotros no hay más que un solo Dios,
el Padre, de quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay
más que un solo Señor, es decir, Jesucristo, por quien todo existe
y por medio del cual vivimos” (1 Cor. 8:4-6)

5.4.1.2. “Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el


vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como
también fueron llamados a una sola esperanza; un solo Señor,
una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que
está sobre todos y por medio de todos y en todos” (Efe. 4:3-6)

5.4.1.3. “¿Tú crees que hay un solo Dios? ¡Magnífico! También los
demonios lo creen, y tiemblan” (St. 2:19)

5.4.2. La distinción y divinidad de las tres personas de la Trinidad

Con todo, las distinciones entre las tres personas de la Trinidad también
aparecen página tras página en el Nuevo Testamento y la condición divina
de cada una de ellas se afirma de manera explícita más de una vez.

5.4.2.1. El Padre. Sería muy dispendioso y extenso relacionar todos los


pasajes (son muchos) en que el Nuevo Testamento identifica al
Padre de manera individual, aún restringiendo la lista únicamente
a aquellos pasajes en los que se le contrasta y distingue de
manera expresa del Hijo (Jesucristo) y/o del Espíritu Santo. Así

28
mismo, la divinidad del Padre es la más documentada de las tres
y no está de ningún modo en discusión, toda vez que en muchos
pasajes (como por ejemplo los citados y transcritos arriba de 1
Cor. 8:4-6 y Efe. 4:3-6), se sobrentiende que Dios y el Padre son
términos idénticos.

Pero si esto no fuera suficiente, basta con citar algunos de los


versículos en que se utiliza la clarísima e indiscutible expresión:
“Dios el Padre” (Jn. 6:27; 2 Tes. 1:2; 1 Tim. 1:2; 2 Tim. 1:2; Tit.
1:4; 1 P. 1:2; 2 P. 1:17; 2 Jn. 1:3; Judas 1:1).

5.4.2.2. El Hijo. Jesucristo es identificado en el Nuevo Testamento en


multitud de pasajes de los evangelios como el Hijo de Dios (Mt.
16:16; Mr. 3:11; 5:7; Lc. 1:32, 35; 4:41; Jn. 1:34, 49; 6:69;
11:27; 20:31). Si bien en el Nuevo Testamento no existe, a
diferencia de la expresión “Dios el Padre”, una expresión como
“Dios el Hijo”, que dejaría establecida de manera inmediata la
divinidad del Hijo sin requerir nada más, hay otras líneas
argumentales que, por simple lógica, conducen de sobra a la
misma conclusión.

Por ejemplo, la sola atribución de este título a alguien parece que


ya implicaba en sí misma la divinidad, pues debido a ello los
dirigentes judíos acusaron a Jesucristo de blasfemia, por
igualarse con Dios al aceptar el título de Hijo de Dios para sí
mismo, y puesto que ellos se negaban a aceptar este hecho,
consideraban entonces que esto les brindaba razones de sobra
para darle muerte según la ley (Jn. 5:18; 19:7).

Téngase en cuenta además que Jesucristo no era simplemente


un hijo de Dios, como de hecho lo son los ángeles en el Antiguo
Testamento y los creyentes individuales en el Nuevo, debido a
que por la gracia divina y la fe en Jesucristo somos adoptados por

29
Dios como tales; sino que Él es identificado como el Hijo de
Dios. Y aquí el artículo definido y la mayúscula establecen una
diferencia cualitativa insuperable entre los hijos de Dios
(humanos o angélicos) y el Hijo de Dios (divino).

Esto sin mencionar ni los atributos que ostenta, ni los nombres


propios que se le asignan, ni las acciones sobrenaturales
llevadas a cabo en los evangelios por Cristo. Muchas de estas
acciones son unánimemente reconocidas por todos como
prerrogativas de Dios o actos que únicamente Dios tendría, no
solo el poder, sino también el derecho de ejercer, de tal modo
que sería ofensivo y blasfemo siquiera pensar en atribuirlas a ser
humano alguno, por poderoso o excelso que fuera, pues estos
actos (como perdonar pecados, por ejemplo) son de la estricta,
exclusiva y excluyente jurisdicción divina.

Pero fueron, justamente, acciones de este tipo las que Jesucristo


llevó a cabo regularmente durante su ministerio. Ya nos
detendremos en esto con más detalle un poco más adelante. Por
lo pronto hemos de señalar que, dado que Jesucristo es
identificado inequívocamente en los escritos inspirados del
apóstol Juan como el Verbo de Dios encarnado como hombre: “Y
el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos
contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito
del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14) y a que en el
primer versículo se afirma también que: “En el principio ya existía
el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Jn. 1:1),
ésta es una declaración explícita en los evangelios que establece
la divinidad de Jesucristo, el Hijo de Dios, o si se quiere, la
segunda persona de la Trinidad divina.

En los evangelios existe otro nutrido número de versículos que, de

30
manera combinada, brindan un amplio e innegable apoyo a la
divinidad de Cristo, confirmándola y estableciéndola con
abundante solvencia. Pero aún si estos no existieran, las
inspiradas declaraciones del apóstol Pablo en sus epístolas son
tan concluyentes al respecto que no admiten duda sobre la
divinidad de Cristo.

Sólo para la muestra, traemos aquí dos de las más conocidas y


representativas: “Toda la plenitud de la divinidad habita en forma
corporal en Cristo” (Col. 2:9); “La actitud de ustedes debe ser
como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no
consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse” (Fil. 2:5-
6).

Dejemos, pues, hasta aquí lo relativo a la divinidad de Cristo en el


marco de la doctrina de la Trinidad, divinidad que se volverá a
tocar y ampliar con más detalle cuando se exponga de manera
somera la doctrina de Jesucristo un poco más adelante en esta
misma materia, puesto que el tratamiento más amplio, desde un
punto de vista sistemático tanto en sus aspectos teológicos,
filosóficos e históricos, se hará propiamente en la cátedra de
Cristología de octavo semestre.

5.4.2.3. El Espíritu Santo. La divinidad de la tercera persona de la Trinidad


también se afirma en las Escrituras. Por una parte, se puede
observar en que algunas de las profecías o anuncios hechos por
el Señor17 Dios mismo a través de sus profetas en el Antiguo
Testamento, son espontáneamente atribuidas al Espíritu Santo
en el Nuevo: “Entonces oí la voz del Señor que decía: ¿A quién
enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: Aquí estoy.

17
Recordemos lo ya dicho en cuanto a que el nombre “Señor”, del hebreo Adonai, es un nombre
propio exclusivo de Dios.

31
¡Envíame a mí! Él dijo: Ve y dile a este pueblo: »"Oigan bien, pero
no entiendan; miren bien, pero no perciban." Haz insensible el
corazón de este pueblo; embota sus oídos y cierra sus ojos, no
sea que vea con sus ojos, oiga con sus oídos, y entienda con su
corazón, y se convierta y sea sanado” (Isa. 6:8-10)

El apóstol Pablo cita así el pasaje previo: “No pudieron ponerse


de acuerdo entre sí, y comenzaron a irse cuando Pablo añadió
esta última declaración: «Con razón el Espíritu Santo les habló a
sus antepasados por medio del profeta Isaías diciendo: »"Ve a
este pueblo y dile: Por mucho que oigan, no entenderán; por
mucho que vean, no percibirán.‟ Porque el corazón de este
pueblo se ha vuelto insensible; se les han embotado los oídos, y
se les han cerrado los ojos. De lo contrario, verían con los ojos,
oirían con los oídos, entenderían con el corazón y se convertirían,
y yo los sanaría” (Hc. 28:25-27).

Veamos este otro pasaje muy conocido del profeta Jeremías:


“»Vienen días afirma el SEÑOR en que haré un nuevo pacto con
el pueblo de Israel y con la tribu de Judá. No será un pacto como
el que hice con sus antepasados el día en que los tomé de la
mano y los saqué de Egipto, ya que ellos lo quebrantaron a pesar
de que yo era su esposo afirma el SEÑOR. »Éste es el pacto que
después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel afirma el
SEÑOR: Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón.
Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrá nadie que
enseñar a su prójimo, ni dirá nadie a su hermano: "¡Conoce al
SEÑOR!", porque todos, desde el más pequeño hasta el más
grande, me conocerán afirma el SEÑOR. Yo les perdonaré su
iniquidad, y nunca más me acordaré de sus pecados»” (Jer.
31:31-34)

32
Al citarlo, el inspirado autor de la epístola a los Hebreos dice:
“También el Espíritu Santo nos da testimonio de ello. Primero
dice: «Éste es el pacto que haré con ellos después de aquel
tiempo dice el Señor: Pondré mis leyes en su corazón, y las
escribiré en su mente.» Después añade: «Y nunca más me
acordaré de sus pecados y maldades.»” (Heb. 10:15-17).

De hecho, la Biblia declara ser la Palabra de Dios, es decir de


autoría divina, proveniente de Dios o pronunciada directamente
por Él: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para
enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la
justicia” (2 Tim. 3:16). Pero al mismo tiempo que afirma ser
producto de la inspiración o del impulso del Espíritu Santo
actuando en los seres humanos encargados de plasmarla por
escrito: “Porque la profecía no ha tenido su origen en la voluntad
humana, sino que los profetas hablaron de parte de Dios,
impulsados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:21).

En los dos pasajes anteriores salta a la vista la identificación del


Espíritu Santo con Dios que explicaría de paso la libre y
espontánea atribución que hacen los autores del Nuevo
Testamento al Espíritu Santo cuando citan las profecías
atribuidas a Dios en el Antiguo Testamento, como si Él (el Espíritu
Santo) fuera el autor de las mismas, igualándolo, entonces con
Dios. Las declaraciones de divinidad del Espíritu Santo son, pues,
abundantes en el Nuevo Testamento, siendo todas ellas claras al
buen entendedor, pero siempre tácitas o implícitas en el texto, al
estilo de las ya citadas como botón de muestra.

Por eso, tal vez la declaración más inmediata, explícita o expresa


de la divinidad del Espíritu Santo es la que encontramos en el
libro de los Hechos de los Apóstoles, cuando Pedro dice lo

33
siguiente a Ananías: “Ananías le reclamó Pedro, ¿cómo es
posible que Satanás haya llenado tu corazón para que le
mintieras al Espíritu Santo… ¡No has mentido a los hombres sino
a Dios!” (Hc. 5:3-4). Esta afirmación si es del todo concluyente por
sí sola en lo que tiene que ver con la divinidad del Espíritu Santo,
así no existieran todas las demás afirmaciones en esta misma
dirección que ya hemos citado o mencionado.

Y por si no bastara, está también por último la declaración del


apóstol Pablo en el sentido de que: “… el Señor es el Espíritu…” (2
Cor. 3:17), porción que no solo establece una relación de unidad
e identidad esencial entre Cristo (el Señor) y el Espíritu Santo (el
Espíritu, con mayúscula), sino que atribuye la divinidad al Espíritu
Santo, puesto que el nombre “Señor” es en su sentido más
amplio, no nos cansaremos de recordarlo, un nombre exclusivo
de Dios, como ya lo dejamos establecido en su momento.

5.4.3. La unidad de las personas divinas

A estas alturas ya debería ser evidente la unidad de las personas divinas


en el seno del único Dios verdadero. La reafirmación del monoteísmo en
el Nuevo Testamento y la atribución de la divinidad a las tres personas
mencionadas y distinguidas entre sí, ya sea por mutuo contraste o por
mención separada, en diversos versículos del mismo, debería bastar
para ello.

Pero considerando que hay alusiones bíblicas específicas a la íntima e


indisoluble unidad existente entre la primera (el Padre) y la segunda
persona (El Hijo, Jesucristo) de la divinidad, es conveniente considerarlas
también para ratificar lo dicho. Si bien no hay declaraciones en el mismo
sentido que incluyan al Espíritu Santo, esto probablemente se deba a que,
en presencia del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo asume un perfil más

34
bien bajo cediendo su innegable protagonismo en favor de la mayor
concreción y centralidad que para los seres humanos tiene la figura del
Padre y, sobre todo, la del Hijo, en virtud de su encarnación como
hombre18 para, mediante su muerte y resurrección, hacer posible la
redención del género humano, cuyos beneficios son, por cierto, aplicados
por el Espíritu Santo a todas las posteriores generaciones de creyentes.

Así, pues, hay dos declaraciones explícitas a favor de la unidad entre el


Padre y el Hijo: “El Padre y yo somos [plural] uno [singular neutro]” (Jn.
10:30) y también: “Para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en
mí y yo en ti [unidad]… Yo les he dado la gloria que me diste, para que
sean uno, así como nosotros somos [plural] uno [singular neutro]” (Jn.
17:21-22).

En el mismo sentido podríamos traer a colación los pasajes en los cuales


Cristo afirma que quien lo ha visto a Él (El Hijo encarnado como hombre),
ha visto también al Padre: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre
que me envió... al Padre nadie lo ha visto, excepto el que viene de Dios;
sólo él ha visto al Padre” (Jn. 6:44, 46); “«El que cree en mí clamó Jesús
con voz fuerte, cree no solo en mí sino en el que me envió. Y el que me
ve a mí, ve al que me envió” (Jn. 12:44-45); “Señor dijo Felipe,
muéstranos el Padre y con eso nos basta. ¡Pero Felipe! ¿Tanto tiempo

18
No por nada los creyentes recibimos a partir del Nuevo Testamento el nombre de “cristianos”,
indicando así la centralidad que Cristo tiene en nuestra fe como Aquel que, justamente, nos revela
al Padre. El cristiano debe ser, de manera obvia, cristocéntrico. Y aunque el papel del Espíritu
Santo es también fundamental en todo este cuadro, éste no necesita estar en la primera línea
visual cuando el Padre y el Hijo también lo están, sino que puede desempeñar sus, de cualquier
modo, divinas funciones permaneciendo tras bambalinas, permitiendo e incluso fomentando que,
en la economía divina, el crédito mayor sea para el Padre y el Hijo siempre que así sea
conveniente o necesario. Esto explicaría también por que las doxologías asocian frecuentemente al
Padre y a su Hijo Jesucristo, pero no al Espíritu Santo con ellos. Aunque también hay que decir
que, así como Dios Padre y Jesucristo, su Hijo, se encuentran asociados entre sí en plano de
igualdad en un significativo número de versículos; también Jesucristo y el Espíritu Santo lo están
en otro tanto número de versículos. El número se reduce ostensiblemente únicamente cuando se
trata de mencionarlos a los tres en el mismo contexto, pero aún así los pasajes que lo hacen, son
suficientes para reafirmar la doctrina de la Trinidad.

35
llevo ya entre ustedes, y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí,
ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decirme: “Muéstranos el Padre”? ¿Acaso
no crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Las
palabras que yo les comunico, no las hablo como cosa mía, sino que es el
Padre, que está en mí, él que realiza sus obras” (Jn. 14:8-10). La idea que
domina de forma abrumadora en estos pasajes es, indiscutiblemente, la
de una unidad íntima e indisoluble entre el Padre y el Hijo.

5.4.4. Versículos que asocian a las tres personas de la Trinidad

Adicionalmente, es obligado hacer una selección de aquellos pasajes


clásicos del Nuevo Testamento en que se manifiestan o mencionan las
tres personas de la Trinidad de manera simultánea y en plano de
igualdad, sobresaliendo entre ellos los siguientes:

5.4.4.1. “Tan pronto como Jesús fue bautizado, subió del agua. En ese
momento se abrió el cielo, y él vio al Espíritu de Dios bajar como
una paloma y posarse sobre él. Y una voz del cielo [la del Padre]
decía: «Éste es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él.»”
(Mt. 3:16-17).

Este episodio es crucial para refutar la herejía modalista que


afirma que Padre, Hijo y Espíritu Santo son únicamente modos
alternos en los que Dios se manifiesta, a la manera de un actor
que desempeña alternativamente tres papeles diferentes en una
misma obra, pues aquí están actuando las tres personas de la
Trinidad de manera simultánea.

5.4.4.2. “Por tanto, vayan y hagan discípulos a todas las naciones,


bautizándolos en el nombre [singular] del Padre, y del Hijo y del
Espíritu Santo” (Mt. 28:19). En realidad, este versículo no es
únicamente un caso en el cual se mencionan a las tres personas
de la Trinidad en el mismo contexto y en plano de igualdad, sino

36
un versículo muy fuerte a favor de la unidad entre ellas, pues
gramaticalmente hablando la construcción correcta de la frase
que correspondería naturalmente a una pluralidad de personas
sería “en los nombres” (plural) y no “en el nombre” (singular),
como de manera consciente e intencional nos instruye el Señor a
hacerlo cada vez que se lleve a cabo el bautismo en agua.

De hecho fue de esta muy temprana fórmula bautismal de la que


surgió gradualmente la liturgia bautismal de la iglesia primitiva
que dio lugar a su vez al llamado “símbolo de los apóstoles”,
mejor conocido como el “Credo Apostólico”, tal vez el documento
doctrinal oficial de la iglesia más antiguo, de carácter
marcadamente trinitario.

5.4.4.3. “A este Jesús, Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos


testigos. Exaltado por el poder de Dios, y habiendo recibido del
Padre el Espíritu Santo prometido, ha derramado esto que
ustedes ahora ven y oyen” (Hc. 2:32-33) Tenemos aquí uno de los
más claros versículos que asocian en una misma obra
mancomunada y conjunta la acción de las tres personas de la
Trinidad divina operando de manera armónica y concertada.

5.4.4.4. “Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo y
vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios” (Hc.
7:55). El primer mártir del cristianismo muere lapidado pero en
comunión íntima con el Dios trino.

5.4.4.5. “Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de


una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban
bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos. Ustedes
ya son hijos. Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de
su Hijo, que clama:«¡Abba! ¡Padre!»” (Gál. 4:4-6)

37
5.4.4.6. “Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la
comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes” (2 Cor.
13:14). Volvemos a tener aquí otro pasaje que muestra a las tres
personas de la Trinidad actuando simultáneamente en la iglesia.

Valga decir que aunque en algunos de estos versículos no se mencione la


palabra “Padre”, de cualquier modo y teniendo en cuenta la prioridad que
el Padre tiene en el seno de la Trinidad y la fácil y muy natural
identificación que se hace entre el Padre y Dios en el Nuevo Testamento;
en teología se sobrentiende que cuando se menciona el término “Dios”
contrastado en un mismo pasaje con “Jesucristo” y/o el “Espíritu Santo”,
se puede tomar legítimamente como una referencia directa al Padre.

Del mismo modo, como también se ve en el texto citado, el uso de la


palabra “Señor”, como nombre propio exclusivo de Dios, se refiere
particularmente a Jesucristo, el Hijo de Dios, cuando aparece contrastado
con Dios Padre y/o con el Espíritu Santo, puesto que “… Jesucristo es el
Señor” (Fil. 2:11). Por otra parte, cuando no se están contrastando entre
sí a las tres personas de la Trinidad, ambos términos (Dios y Señor) se
pueden referir indistintamente a cualquiera de las tres o a todas al mismo
tiempo.

Esta consideración amplía sustancialmente el número de versículos que


mencionarían a las tres personas de la Trinidad de manera simultánea y
en plano de igualdad, pues no nos limita a buscar aquellos pasajes que
mencionan de manera rigurosa al Padre, a Jesucristo (el Hijo) y al Espíritu
Santo, sino que amplía el criterio de búsqueda a aquellos otros pasajes
en que se menciona a Dios (asimilado al Padre), al Señor (Jesucristo) y al
Espíritu (con mayúscula), diferenciados pero relacionados estrechamente
entre sí en el mismo contexto inmediato, calificándolos también como
pasajes trinitarios de las Escritura. Observemos, pues, enseguida el texto
de estos pasajes para confirmar lo dicho:

38
5.4.4.7. “Les ruego hermanos, por nuestro Señor Jesucristo, y por el amor
del Espíritu, que se unan conmigo en esta lucha y que oren a
Dios por mí” (Rom. 15:30).

5.4.4.8. “Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han
sido santificados, ya han sido justificados en el nombre de
Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor. 6:11).

5.4.4.9. “Ahora bien, hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. Hay
diversas maneras de servir, pero un mismo Señor. Hay diversas
funciones, pero es un mismo Dios el que hace todas las cosas en
todos” (1 Cor. 12:4-6).

5.4.4.10. “Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre glorioso,


les dé el Espíritu de sabiduría y de revelación, para que lo
conozcan mejor” (Efe. 1:17)

5.4.4.11. “Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fueron
llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una sola fe, un
solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está sobre
todos y por medio de todos y en todos” (Efe. 4:4-6).

5.4.4.12. “Nosotros, en cambio, siempre debemos dar gracias a Dios por


ustedes, hermanos amados por el Señor, porque desde el
principio Dios los escogió para ser salvos, mediante la obra
santificadora del Espíritu y la fe que tienen en la verdad” (2 Tes.
2:13)

5.4.4.13. “Pero cuando se manifestaron la bondad y el amor de Dios


nuestro Salvador, él nos salvó, no por nuestras propias obras de
justicia sino por su misericordia. Nos salvó mediante el
lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu
Santo, el cual fue derramado abundantemente sobre nosotros

39
por medio de Jesucristo nuestro Salvador” (Tito 3:4-6)

5.4.4.14. “Ustedes, en cambio, queridos hermanos, manténganse en el


amor de Dios, edificándose sobre la base de su santísima fe y
orando en el Espíritu Santo, mientras esperan que nuestro Señor
Jesucristo, en su misericordia, les conceda vida eterna” (Judas
1:20).

5.5. Inferencias teológicas derivadas de la Biblia en relación con la doctrina de la


Trinidad

La labor de la teología cristiana es ordenar y sistematizar los datos revelados en


las Escrituras y, en lo que concierne a la doctrina de la Trinidad, establecer los
contenidos semánticos (es decir, el significado asignado a las palabras), y los
límites lingüisticos (es decir, la elección y sanción formal de las palabras que
deben utilizarse), dentro de los cuales el discurso trinitario es considerado
ortodoxo y apegado, por tanto, a lo que la Biblia llama la “sana doctrina”. En este
propósito la teología cristiana considera que, al hablar de la Trinidad, hay que
observar precauciones obligadas en dos frentes o aspectos relativos a ella, a
saber:

5.5.1. Trinidad ontológica

La Trinidad ontológica se refiere a las relaciones internas que, en el seno


de la divinidad, se dan entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (ad intra).
En realidad, la Biblia nos deja ver muy poco en cuanto al tipo o naturaleza
de las relaciones internas que tienen lugar entre las personas divinas19.
Sin embargo, los mismos nombres por los cuales estas tres personas se
nos revelan nos permiten ya sacar algunas inferencias lógicas que se
derivan de ellos.

Es así como, al detenernos en el Padre y el Hijo, es apenas obvio que el

19
Aunque hay que decir que, a pesar del silencio bíblico al respecto, la teología no ha dejado nunca
de especular sobre el particular.

40
Padre debe tener la prioridad sobre el Hijo, puesto que por simple
analogía (analogía entis. Ver nota de pie de página 69), extrapolando la
prioridad que los padres siempre han tenido sobre los hijos en la
experiencia humana histórica y universal, se deduce que con todo y las
abismales diferencias y superioridad que existen o puedan existir entre
Dios y los seres humanos, de cualquier modo Dios no se nos revelaría
como Padre e Hijo contraviniendo con estos nombres lo que la
experiencia y el sentido común de la humanidad nos indican en primera
instancia a través de estos nombres.

Recordemos lo ya dicho en cuanto a que la doctrina de la Trinidad no es


irracional sino suprarracional. Es así como, si el Hijo fuera el que tuviera la
prioridad sobre el Padre en el seno de la divinidad habría que sostener
que, más que revelarse con estos nombres a nosotros de una manera
satisfactoriamente inteligible, lo que Dios estaría buscando sería
confundirnos, algo inadmisible y completamente contrario a su carácter.
Además, la forma en que la Biblia se refiere al Padre y al Hijo muestra a
las claras que el Padre tiene la prioridad sobre el Hijo.

Ahora bien, en términos humanos la prioridad de un padre sobre su hijo


abarca tres aspectos diferentes a saber: El aspecto cronológico por el cual
asignamos al padre una anterioridad cronológica en relación con su hijo.
Los padres anteceden, pues, a sus hijos en el tiempo. La experiencia nos
muestra siempre que un padre debe haber comenzado a existir antes que
su hijo para que sea posible la relación padre/hijo entre ambos.

En segundo lugar tenemos el aspecto jerárquico por el cual un padre tiene


habitualmente la autoridad sobre su hijo, por lo menos durante los
primeros años de su vida. Y por último, basado en los dos anteriores, el
aspecto meramente lógico/semántico implícito en el mismo significado de
las palabras “padre” e “hijo” que nos indica siempre, de manera
inmediata e intuitiva, la prioridad que un padre debe tener sobre su hijo

41
para que se justifique siquiera designarlos como padre e hijo.

Una vez establecidos estos tres aspectos de la prioridad de un padre


sobre su hijo, hemos de decir que la prioridad del Padre sobre el Hijo en el
contexto de la Trinidad es únicamente prioridad lógico/semántica, pero no
cronológica ni jerárquica. Cuando hablamos entonces de la prioridad del
Padre sobre el Hijo no estamos dando a entender que el Padre es anterior
al Hijo en el tiempo ni tampoco que es per se jerárquicamente superior a
Él, puesto que al compartir la misma y eterna esencia divina, ambos son
Dios y es absurdo pensar que Dios (Padre) sea anterior en el tiempo a
Dios (Hijo) o que Dios (Padre) sea jerárquicamente superior a Dios (Hijo)20.

Por eso la tradición teológica cristiana se refiere al Hijo como el


engendrado por el Padre desde la eternidad, mientras que el Padre es el
que engendra, también eternamente, al Hijo. Este hecho se designa en
teología como “la generación eterna” del Hijo y tiene incluso algún apoyo
bíblico en la manera en que el Padre se refiere al Hijo en el salmo 2: “Yo
proclamaré el decreto del SEÑOR: «tú eres mi hijo», me ha dicho; «hoy
mismo te he engendrado” (Sal. 2:7), pasaje claramente mesiánico según
lo corroboran los autores del Nuevo Testamento al citarlo (Hc. 13:33; Heb.
1:5; 5:5).

En razón de ello en teología se reserva la condición de engendrado


únicamente a Jesucristo o, dicho de otro modo, el verbo engendrar se
utiliza con exclusividad para hacer referencia a la paternidad del Padre en
relación con el Hijo. Los creyentes, también designados como hijos de
Dios, somos pues nacidos de Dios, adoptados por Dios, hechos hijos de
Dios, pero nunca engendrados, pues el engendrado es uno y solamente
uno: El Unigénito Hijo de Dios, encarnado en su momento como hombre

20
Afirmar la prioridad jerárquica del Padre sobre el Hijo es incurrir en “subordinacionismo”,
entendimiento erróneo de las relaciones trinitarias al que no escaparon algunos de los campeones
en la defensa de la doctrina de la Trinidad, como el mismo Tertuliano de Cartago.

42
en la persona de Jesucristo.

Y el engendramiento del Hijo por parte del Padre es “antes de todos los
siglos”, como reza el Credo, por lo cual ni siquiera es teológicamente
correcto decir que Cristo fue engendrado por el Padre en la virgen María,
pues esto, la concepción y el nacimiento de Cristo, es un hecho
histórico que se puede ubicar en el tiempo. En lo que tiene que ver con la
encarnación y no con su preexistencia eterna, Cristo, en cuanto Hijo de
Dios hecho hombre, no fue entonces engendrado por el Padre, pues
Cristo es un personaje histórico nacido en un periodo de tiempo
determinado y repetimos que el Hijo es engendrado por el Padre desde la
eternidad.

De hecho lo que la tradición teológica afirma es que Cristo como


personaje histórico fue concebido, y no por el Padre, sino “por obra del
Espíritu Santo”: “… «José, hijo de David, no temas recibir a María por
esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo” (Mt.
1:20)21; “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te
cubrirá con su sombra. Así que al santo niño que va a nacer lo llamaran

21
Las diferentes versiones varían en la traducción al español de Mateo 1:20 y algunas, como la
Reina Valera Revisada y la Biblia de Jerusalén, utilizan aquí el participio del verbo engendrar para
referirse a la concepción virginal de Cristo, desconociendo a la tradición teológica plasmada en los
Credos que ha reservado la asignación exclusiva de este participio al Cristo preexistente y no al
Cristo encarnado. La Nueva Versión Internacional que nosotros seguimos (a menos que se indique
lo contrario), lleva a cabo una traducción que, además de estar ceñida a los originales griegos y
ser, por tanto, legítima y fiel, utiliza verbos más apropiados y claros para el lector común que,
adicionalmente, respetan también la tradición teológica recogida en los Credos y que asigna el
participio “engendrado” únicamente al Cristo preexistente. Lo mismo podría decirse de pasajes
como Juan 1:13; 1 de Juan 5:1 y 1 Juan 5:18 en donde la Reina Valera Revisada y la Biblia de
Jerusalén también utilizan el verbo engendrar de manera algo inconveniente al no tener en cuenta
a la tradición teológica de los Credos, pudiendo llegar a generar una innecesaria confusión en lo
que tiene que ver con las convenciones acordadas y utilizadas por la teología cristiana para
referirse a las relaciones trinitarias en el seno de la divinidad.

43
Hijo de Dios” (Lc. 1:35).

Y ya que nos hemos referido al Espíritu Santo, la tercera persona de la


Trinidad22, la teología también ha reservado un verbo para referirse a Él
con exclusividad. Este verbo es “proceder”. El Espíritu Santo es, pues, el
procedente o el que procede. En consecuencia, Él no es ni el engendrado
ni el que engendra, sino el procedente. Toda la tradición cristiana está de
acuerdo en la doctrina de “la procesión del Espíritu Santo”, a secas. Pero
hay diferencias entre la teología católica y protestante de occidente y la
teología ortodoxa oriental en cuanto a identificar de quién procede el
Espíritu Santo.

La tradición occidental afirma que: “procede del Padre y del Hijo”. La


tradición oriental dice que únicamente: “procede del Padre”. Por tanto, el
Credo Niceno varía en este ítem en Oriente y en Occidente y, como se verá
en la materia de Historia del Cristianismo, este añadido al Credo,
llamado técnicamente “el filioque”, por parte de la Iglesia Occidental,
fue el que hizo las veces de pretexto o “Florero de Llorente”23 para la
ruptura definitiva entre la Iglesia de Occidente y la Iglesia de Oriente en el
año 1054 d.C.

Ahora bien, bíblicamente la procedencia del Espíritu Santo está


fundamentada en Juan 15:26: “»Cuando venga el Consolador, que yo les
enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre,
él testificará acerca de mí” (Jn. 15:26). Sin embargo es aquí donde vemos
también que la procedencia puede ser compartida, puesto que no sólo
procede del Padre, sino que Cristo, el Hijo, dice que él también participa

22
Valga decir aquí también que el orden asignado a las tres personas de la Trinidad como Primera
(el Padre), Segunda (el Hijo) y Tercera (el Espíritu Santo), no implica tampoco prioridad cronológica
ni jerárquica de la una sobre la otra, sino tan sólo lógico/semántica.
23
Expresión muy conocida en Colombia para referirse al episodio aparentemente irrelevante de la
historia nacional que, a pesar de su presunta intrascendencia, fue sin embargo el detonante que
dio inicio formal a la gesta de independencia que concluyó con la emancipación del dominio político
de España sobre sus territorios, adquiriendo así la soberanía nacional.

44
en ello al enviarlo.

Llama la atención que mientras aquí se afirma que es Cristo quien lo


envía de parte del Padre, en Juan 14:26 se dice que es el Padre quien lo
envía en el nombre de Cristo. La iniciativa de ambos, Padre e Hijo, en el
envío del Espíritu Santo parece evidente. Cristo es quien pide al Padre que
lo envíe (Jn. 14:16), al tiempo que afirma ser quien lo envía (Jn. 16:7). Así,
pues, aunque en estricto rigor, la procedencia se afirma del Espíritu Santo
únicamente respecto del Padre en las Escrituras, no es, pues, del todo
infundado atribuirla al Hijo también, como se hace en Occidente.

Sin embargo, no es conveniente detenerse en esta discusión algo


bizantina y perder de vista que toda la cristiandad está de cualquier modo
de acuerdo en afirmar la procedencia del Espíritu Santo, independiente si
se la refiere al Padre únicamente o al Padre y al Hijo de una manera
compartida en la unidad que ambos ostentan. En síntesis, en lo que tiene
que ver con la Trinidad ontológica, debemos suscribir lo dicho en el Credo
Atanasiano: “El Padre, por nadie fue hecho ni creado ni engendrado. El
Hijo fue por solo el Padre, no hecho ni creado, sino engendrado. El
Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, no fue hecho ni creado, sino que
procede”.

O como lo expresa con algo más de detalle el teólogo Charles Ryrie: “(1) El
Padre engendra al Hijo y Él es de quien el Espíritu Santo procede, aunque
el Padre ni es engendrado ni tampoco procede de nadie. (2) El Hijo es
engendrado y Él es de quien el Espíritu Santo procede, pero él ni
engendra ni procede. (3) El Espíritu Santo procede de ambos, del Padre y
del Hijo, pero Él ni engendra ni de Él procede alguno.”

5.5.2. Trinidad económica o administrativa

Este aspecto de la Trinidad tiene que ver con la manera en que Dios opera
hacia fuera de sí mismo (ad extra), es decir, la manera en que se

45
relaciona con sus criaturas y su creación en general. En otras palabras,
tiene que ver con su plan de acción y las variadas asignaciones de los
diferentes aspectos de ese plan a una o a otra persona de la Trinidad
indistintamente.

Por ejemplo, en 2 Corintios 13:14 leíamos lo siguiente: “Que la gracia del


Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sea
con todos ustedes”. Aquí se da a entender que la gracia es algo que Dios
administra básicamente por medio del Hijo, el Señor Jesucristo; que el
amor es una administración divina más propia del Padre; y que la
comunión con Dios es algo que concierne al Espíritu Santo.

Sin embargo, aunque la Biblia asigne funciones diferenciadas a cada una


de las tres personas de la Trinidad debemos recordar que, en la medida
en que los tres son Dios, un Dios único, uno e indivisible, dondequiera
que uno de los tres esté actuando en primera línea de visibilidad, los otros
dos también lo hacen, aunque con un más bajo perfil o de manera más
anónima e imperceptible.

Recordemos lo ya dicho en la nota de pie de página No. 67 en cuanto al


bajo perfil que el Espíritu Santo asume en ocasiones, dada la mayor
concreción que el Padre y el Hijo tienen para el creyente. Por lo tanto, la
asignación de funciones en la Trinidad no debe verse como una
consecuencia necesaria de la Trinidad ontológica o, dicho de modo más
claro, como un producto necesario de la identidad de cada una de las
personas que trazaría límites inherentes e infranqueables en el accionar
de cada una de ellas, sino como un acuerdo concertado en el seno de la
divinidad trina.

Es así como, si el Padre es quien crea, el Hijo el que redime y el Espíritu


Santo quien santifica, no significa que ni el Hijo ni el Espíritu Santo
puedan, o incluso deban, participar en el acto de creación, como de hecho
lo hacen, según lo señalan con claridad varios pasajes bíblicos que, no

46
obstante, son mucho menos numerosos comparativamente hablando que
los múltiples pasajes en que se asocia el acto de crear con Dios Padre.

Lo mismo podríamos decir del acto de redimir y del acto de santificar, en


el cual participan también los tres, aunque la prioridad en este campo la
tienen el Hijo y el Espíritu Santo respectivamente. Ya veremos con más
detalle las funciones asignadas en las Escrituras a cada una de las tres
personas de la Trinidad un poco más adelante cuando nos ocupemos una
a una de ellas, dedicándoles a cada una un capítulo aparte tan pronto
hayamos concluido el relativo a la Trinidad.

5.6. Analogías de la Trinidad

En la exposición de la doctrina de la Trinidad la teología ha recurrido a diversas


analogías para ilustrarla, extractadas de lo que el ser humano puede observar en
la creación24. Pero es importante limitar el alcance de estas analogías, pues
ninguna de ellas es capaz de ilustrar cabalmente o hacer completa justicia a esta
doctrina, por lo cual todas muestran en mayor o menor grado su inadecuación
para expresar en qué consiste realmente la Trinidad, pues todas se quedan
cortas en este propósito.

Habría que estar aquí de acuerdo don el Dr. Ropero cuando afirma entonces que:
“La grandeza y la miseria de la teología consiste en querer atrapar en conceptos
el misterio divino”. Sin embargo, su utilidad concreta tiene que ver con el hecho
de dejar establecido que la idea de tres en uno y uno en tres, no es extraña a la
experiencia humana ni mucho menos ilógica o irracional.

24
Durante la escolástica medieval cobró gran importancia la llamada “analogía entis” (analogía del
ser) para tratar de explicar los temas trascendentales de la fe, relegando en buena medida a la
“analogía fidei” (analogía de la fe) en la interpretación y comprensión de los temas revelados en las
Escrituras. La “analogía entis” le da demasiada importancia a la razón, buscando correspondencias
para los temas escriturales en el lenguaje y el mundo natural, en vez de en la Biblia misma. El
catolicismo le ha dado mayor relevancia a la “analogía entis” que el protestantismo, que sin
desecharla necesariamente, suele mirarla con sospecha en el mejor de los casos, privilegiando
entonces a la “analogía fidei” que afirma que para comprender los temas bíblicos no hay que salir
de la Biblia misma, pues ella es su propio intérprete.

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Una vez las consideremos veremos que estas analogías extraídas de la realidad
que nos rodea no pueden explicarse de ningún modo afirmando simplemente
que ellas son sólo la manifestación de una tendencia humana universal que se
inclina a agrupar, sistematizar y sintetizar sus observaciones de la realidad que
le rodea en unidades de tres elementos. Y aún si así fuera, no dejaría de ser
inquietante preguntarse por qué el pensamiento humano tiene esta inclinación,
como si estuviera predispuesto a ello por una realidad que se encontrara más
allá de sí mismo, o como si intuitivamente presintiera que la realidad última del
universo posee este rasgo distintivo que se proyecta en todo lo creado.

Como lo expresa bien el Dr. Ropero para dar fe de ello y justificar, de paso, el
recurso a las analogías de la Trinidad: “Los mitos y las religiones antiguas hablan
constantemente de grupos ternarios, se expresan en esquemas triádicos.
También hay dioses con tres cabezas y tres cuerpos. ¿Pura fabulación pagana
del hombre pecador, ajeno a la revelación? Ni mucho menos. El esquema
trinitario… obedece a un aspecto de la realidad de carácter triforme, por eso, el
teólogo y místico medieval, San Buenaventura, se complacía en hallar la „huella
de la Trinidad‟ en todo el universo. El „tres‟, dicen los estudiosos, es la forma
más simple y al mismo tiempo la más perfecta de la multiplicidad. Representa
un orden en la multiplicidad y, por tanto, la unicidad constitutiva de la
multiplicidad. Aristóteles lo califica como „el número de la totalidad‟. Aunque la
doctrina cristiana de la Trinidad no deriva de estas especulaciones y símbolos,
no hay duda que, a la hora de comunicar la fe trinitaria en círculos ilustrados por
la cultura antigua, la Iglesia recurre a ilustraciones tomadas de la mitología y la
filosofía…”. Una vez hechas estas observaciones previas y necesarias, las
siguientes son analogías que indican que la idea de tres en uno y uno en tres
presente en el misterio de la Trinidad no es extraña a la realidad ni a la razón
humana:

 El átomo es uno solo, pero está conformado por neutrones, protones y


electrones.

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 El agua es una sola, pero se encuentra en la naturaleza en tres estados
diferentes: sólido, líquido y gaseoso.

 La luz es una sola, pero está compuesta de rayos infrarrojos, rayos visibles y
rayos ultravioleta.

 El espacio es uno solo, pero está constituido por la longitud, la latitud y la


altura (o por longitud, altura y profundidad).

 El tiempo es uno solo, pero está constituido por el pasado, el presente y el


futuro.

 El ser humano es uno solo, pero está formado por el espíritu, el alma y el
cuerpo.

 El alma humana es una sola, pero está compuesta por la mente, las
emociones y la voluntad (memoria, inteligencia y voluntad, al decir de San
Agustín).

 En el contexto del pensamiento humano, Hegel propuso su tríada dialéctica


de tesis, antítesis y síntesis, como esquema que regía la evolución de la
historia y el devenir del universo. En el campo de la lógica existe, pues, el
llamado silogismo, forma típica y unitaria de argumentación lógica que está
conformada indefectiblemente por tres premisas: La mayor, la menor y la
conclusión, que en la terminología de Hegel bien podrían ser: la tesis, la
antítesis y la síntesis.

De hecho, esta analogía de la Trinidad divina ha excedido a veces la simple


comparación para llegar a sugerir que el Padre es tesis, el Hijo es antítesis y
el Espíritu Santo es síntesis, lo cual, más allá de la mera comparación propia
de la analogía, no deja de ser más que creativa especulación siempre
abierta a la discusión y el cuestionamiento.

Pero aprovechando la mención que se ha hecho de él, en el mismo marco


del pensamiento de Hegel, este filósofo hizo un intento de definición de la

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Trinidad que merece también mención, a pesar de su grado de abstracción.
Dijo él que: “El Padre es Dios en sí mismo, el Hijo es Dios objetivándose a sí
mismo, el Espíritu Santo es Dios de regreso a sí mismo”.

 Otra útil analogía que tiene el valor agregado de hacer referencia a la


condición personal que en la Biblia ostentan el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, −condición reconocida entonces de manera unánime por toda la
tradición cristiana−; es aquella que nos recuerda que en el lenguaje humano
utilizamos la figura del pronombre para hacer referencia a las personas, pero
que este pronombre se da en tres formas: Primera persona (Yo, nosotros),
segunda persona (Tú, ustedes) y tercera persona (Él, ella, ellos). De este
modo algunos sugieren que Dios sería algo así como un Pronombre singular
y unitario que podría definirse como un gran “Yo-Tú-Él”, en el cual el Padre es
Yo, el Hijo es Tú y el Espíritu Santo es Él.

 Pero tal vez la analogía más cercana a lo que en realidad sería la doctrina de
la Trinidad es la que planteara Agustín desde la antigüedad cristiana en su
clásico Tratado sobre la Santísima Trinidad al afirmar lo siguiente: “La
trinidad ves, si ves el amor. Porque el amor implica tres cosas: el amante, el
amado y el amor”. Sobre todo si tomamos en cuenta la escueta pero
profunda definición de la esencia de Dios revelada por el apóstol Juan en sus
escritos, en el sentido que “Dios es amor”.

A esto también hace alusión el Dr. Ropero con estas palabras: “Por eso
dijimos que la definición de Dios como „amor‟ es una de las consecuencias
lógicas de la visión cristiana del Dios trino. Dios ama al mundo con el mismo
amor que es él mismo desde la eternidad, por eso entrega a su Hijo, que es
la expresión divina de ese amor. El amor no puede ser realizado por un
sujeto solitario. Pero se dice que Dios es amor porque no es un ser solitario,
sino que es el amante, el amado y el amor al mismo tiempo”.

Así, pues, sin perjuicio de la inspiración del Espíritu Santo en la elaboración


de sus escritos revelados, al definir a Dios como “amor” el apóstol Juan no

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estaría más que consignando una consecuencia lógica y hasta obvia de la
experiencia misma de la iglesia primitiva. La experiencia de comunión
amorosa íntima y personal con el Dios uno y trino que sería entonces
anterior a la creencia tal y como ésta es formulada posteriormente, tanto en
los escritos inspirados del Nuevo Testamento, como en las confesiones de fe
y los tratados teológicos elaborados con base en el Nuevo Testamento.

En la iglesia primitiva la experiencia de comunión en amor con el Dios trino


compartida por todos los creyentes precedió y fundamentó la creencia y
formulación de la doctrina de la Trinidad, comenzando por los mismos
apóstoles. Asímismo y en sentido inverso, la doctrina de la Trinidad es hoy
por hoy una consecuencia igualmente lógica y hasta obvia de que Dios sea
inequívocamente definido como amor en las Escrituras, de donde quien
impugna la doctrina de la Trinidad debería, de manera consecuente,
impugnar también la definición que la Biblia hace de Dios como “amor”,
pues ambas afirmaciones: la Trinidad y la definición de Dios como amor, se
sostienen o se caen juntas desde el punto de vista lógico, al punto que al
suscribir una cualquiera de estas afirmaciones tenemos que suscribir la otra
de manera necesaria.

Y al negar una cualquiera de las dos, tenemos también de manera necesaria


que negar la otra, pues ambas se determinan mutuamente. La analogía que
sostiene que El Padre es el Amante, el Hijo es el Amado y el Espíritu Santo es
el amor es, por tanto, una de las más aproximativas a lo que en realidad
consiste el misterio de la Trinidad.

Concluimos así el tratamiento que aquí hemos hecho de esta doctrina fundamental
del cristianismo que, no obstante, ha sido víctima de tanta incomprensión,
menosprecio, indiferencia e incluso ataques por parte de sectores de la misma
cristiandad, tal como lo señala el Dr. Alfonso Ropero de nuevo: “La confesión de un
Dios en tres Personas… lo propio y específico de la religión cristiana… ha sido desde
el principio objeto de incomprensiones, controversias y agrias polémicas… A los ojos

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de muchos la unicidad de Dios sin trinidad es una fe más pura… El protestantismo
liberal sobre todo ha sospechado siempre de la Trinidad”.

Un poco más adelante señala cómo, en el sentimiento de una buena proporción de


los cristianos rasos de la actualidad: “… la doctrina de la Trinidad es un elemento que
si desapareciese de su credo, no tendría ningún efecto práctico”, razón por la cual
terminan entonces eliminándola de plano de su campo de estudio personal, de una
forma peligrosamente pragmática, optando así por el camino fácil pero poco seguro
de no tener que dar cuenta de ella ante terceros, “ya que, de hecho, la confesión de
la Trinidad es siempre un motivo de comprensión problemática que hay que justificar
ante propios y extraños, y que ocupa un segundo o último plano en la experiencia
común de los creyentes, pero que se mantiene a nivel de confesión, de credenciales
y liturgia”.

Parecería entonces que la Trinidad poco o nada tiene que ver con la vida práctica y
cotidiana del creyente, al punto que: “Los críticos… consideran que el cristianismo
podría despachar tranquilamente el dogma de la Trinidad, que tantos problemas
crea en personas poco dadas a la reflexión, sin que afecte para nada la
espiritualidad y la práctica de la fe cristiana. Que Dios sea uno o trino no parece
tener consecuencias en el plano de la fe y la práctica personal. Al parecer, muchos
cristianos se comportan unas veces como monoteístas y otras como triteístas o casi
politeístas, al menos en la religiosidad popular de corte católico. Hay quien considera
que la doctrina de la Trinidad es superflua, está de más. Es suficiente con hablar de
Dios Padre como el Dios único, Jesucristo su Hijo como mediador, y el Espíritu Santo
como santificador, sin detenerse a considerar relaciones e implicaciones de esta
manera de expresarse. Lo que importa es la práctica de la fe. Sin saberlo están
dando la razón al filósofo Immanuel Kant cuando elevó la praxis ética a la categoría
de auténtica norma interpretativa de todas las doctrinas bíblicas y tradiciones
eclesiales…”

Continúa diciendo enseguida: “Pero el problema es, como hace notar Jürgen
Moltmann, que la reducción de la fe a la praxis no ha venido a enriquecer la fe, sino

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que la ha empobrecido”. Por eso, hay que apresurarse a suscribir con el Dr. Ropero
que: “Lo interesante del dogma trinitario no es el alto nivel de especulación que
alcanzó… Lo realmente importante son las implicaciones que tiene para la vida
cristiana”. La dinámica del amor, o lo que es lo mismo, la dinámica, la vida, la
vitalidad, la riqueza, la plenitud de Dios, no pueden entenderse sino en contexto
trinitario o por referencia a la Trinidad, como ya lo decíamos en la última de las
analogías citadas.

Tanto el apóstol Pablo (1 Cor. 13), como el apóstol Juan se detuvieron de manera
expresa en la práctica del amor como señal distintiva y característica de la vida
cristiana. Y en esta línea el último de ellos hizo declaraciones de este tipo: “Queridos
hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el
que ama ha nacido de él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios
es amor. Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito
al mundo para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que
fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados. Queridos
hermanos, ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los
unos a los otros. Nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos los unos a los
otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado
plenamente. ¿Cómo sabemos que permanecemos en él, y que él permanece en
nosotros? Porque nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y declaramos
que el Padre envió a su Hijo para ser el Salvador del mundo. Si alguien reconoce que
Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos
llegado a saber y creer que Dios nos ama. Dios es amor. El que permanece en amor,
permanece en Dios, y Dios en él… Nosotros amamos a Dios porque él nos amó
primero. Si alguien afirma: «Yo amo a Dios», pero odia a su hermano, es un
mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a
Dios, a quien no ha visto. Y él nos ha dado este mandamiento: el que ama a Dios,
ame también a su hermano” (1 Jn. 4:7-17, 19-21).

Así, pues, si el cristiano ama de verdad, está experimentando en carne propia el

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misterio de la Trinidad divina, así no esté aún en condiciones de formular su creencia
trinitaria de manera discursivamente racional. Pero esto no quita que, sea como
fuere, la práctica del amor debe vivirse necesariamente en clave trinitaria. No por
nada el mismo Señor Jesucristo nos dijo que el mandamiento y la práctica del amor
condensa toda la enseñanza de la ley y los profetas: “Maestro, ¿cuál es el
mandamiento más importante de la ley? „Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con todo tu ser y con toda tu mente‟ le respondió Jesús. Éste es el primero y el
más importante de los mandamientos. El segundo se parece a esto: „Ama a tu
prójimo como a ti mismo.‟ De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los
profetas” (Mt. 22:37-39).

En este pasaje el Señor también nos enseña que el amor cubre tres aspectos en la
experiencia humana: el amor a Dios, el amor al prójimo y el amor a sí mismo. La
doctrina de la Trinidad tiene, pues, enorme valor práctico y cotidiano para la fe del
creyente, orientando la práctica del amor a tal grado que, tarde o temprano, todo
creyente que haya experimentado y continúe experimentando de manera creciente la
enriquecedora comunión con Dios en su vida, deberá suscribir de forma necesaria la
doctrina de la Trinidad de manera consciente y voluntaria, o exponerse en su defecto
a que la práctica cotidiana de su fe termine siendo muy pobre, plana, deficiente y
extraviada.

A fin de cuentas, ¿es posible no creer indefinidamente en algo que se está viviendo
de manera personal? ¿Pueden ir la mente y el corazón de una persona por lados
diferentes de manera indefinida? ¿El conocimiento y la experiencia vital de un
individuo pueden estar disociados entre sí de forma permanente? ¿La razón y la
existencia son aspectos independientes el uno del otro en el ser humano? ¿Las
creencias y las vivencias no tienen entre sí ninguna relación de tal modo que pueden
ir en contravía las unas de las otras?

No lo creemos sinceramente. Por fragmentados y escindidos que estemos


internamente debido a nuestra condición caída (St. 4:1-4), no creemos que esto sea
posible. A no ser que la persona tenga trastornos de personalidad. Pero si es una

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persona sana, equilibrada y sobretodo integrada en una unidad armónica en su ser
personal (como deben serlo los creyentes), la creencia debe ser consecuente con la
vivencia, la mente debe seguir al corazón, el conocimiento debe estar acorde con la
experiencia, la razón y la existencia deben ir de la mano de tal modo que si estás
viviendo en comunión con el Dios Trino, debes también terminar creyendo
conscientemente en un Dios Trino.

Por tanto, si hemos creído en Jesucristo como Señor y Salvador, hemos creído
también en la Trinidad de manera implícita, si es que sabemos en quién hemos
creído. Pero esta creencia implícita e intuitiva en un principio debe volverse explícita y
discursiva a medida que el creyente avanza y madura en su fe. Por eso, es
esperanzador al respecto la manera en que el Dr. Ropero concluye sus reflexiones
sobre el tema, así: “… poco a poco, se va abriendo camino el entendimiento
dinámico de la Trinidad, con lo que esto implica en el orden de las relaciones
interpersonales y sociales…”.

Y cierra la conferencia sobre el tema que hemos venido citando así: “Quizá estemos
en el comienzo de un renacer de la Trinidad divina en la vida de la iglesias, que
suponga un soplo de aire nuevo y vital en la espiritualidad y vida de los creyentes, del
mismo modo que lo fue el descubrimiento de la persona del Espíritu Santo en estos
últimos años. Para ello es necesario situar la Trinidad divina en la cabeza de nuestra
comprensión de la fe. No asustarse de sus aparentes dificultades lógicas y bíblicas,
sino sumergirse de lleno en su estudio para despertar a una nueva dimensión de la
comunión con el Dios que es comunión por excelencia”.

Cuestionario de repaso

1. ¿Cuáles son y en qué consisten las dos circunstancias formales que obran en
perjuicio del correcto entendimiento de la doctrina de la Trinidad’

2. ¿Cuál es la argumentación de la iglesia para responder a lo anterior y dejar sin


efecto las acusaciones producto de la primera estas circunstancias?

3. ¿Qué se requiere para no dar pie a la ambigüedad y confusión de términos en el

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tratamiento de la doctrina de la Trinidad?

4. ¿Cómo responde la teología a quienes niegan la Trinidad debido a que la palabra no


se encuentra en la Biblia?

5. ¿Cuáles son las cinco líneas de evidencia en el Antiguo Testamento a favor de la


doctrina de la Trinidad?

6. Relacione y explique brevemente las cuatro maneras en que el Nuevo Testamento


ratifica y revela ya de manera clara la doctrina de la Trinidad insinuada de muchas
formas en el Antiguo Testamento

7. ¿Cuáles son las inferencias teológicas derivadas de la Biblia en relación con la


doctrina de la Trinidad?

8. ¿Cuáles son las convenciones adoptadas por la teología en cuanto a los verbos
autorizados para referirse a las tres personas de la Trinidad en el contexto de la
Trinidad ontológica, distinguiéndolas entre sí?

9. ¿Cuál es la advertencia que debemos tener en cuenta para no desviarnos al tratar


lo concerniente a la Trinidad económica o administrativa?

10. ¿Cuál es la utilidad fundamental de las analogías sobre la Trinidad?

11. Relacione cinco analogías de la Trinidad sacadas de la experiencia humana

12. ¿Cuál es la analogía menos inadecuada para ilustrar la doctrina de la Trinidad?

13. ¿Cuál es la importancia de la doctrina de la Trinidad para la vida práctica y cotidiana


del creyente?

Recursos Adicionales:
Diapositivas La Santísima Trinidad

Bibliografía Básica:

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La Santísima Trinidad.pdf

Bibliografía complementaria:
Lockyer Herbert, Enciclopedia de Doctrinas Bíblicas, Logoi, Miami, 1979

Berkhof Louis, Teología Sistemática, Libros Desafío, Grand Rapids, 1988

Hodge Charles, Teología Sistemática, Clie, Barcelona, 1991

Chafer Lewis Sperry, Teología Sistemática, Publicaciones Españolas, Dousman, WI, 77


1986

Criterios de Evaluación:
Adquisición de una comprensión bíblica y racionalmente satisfactoria de la doctrina de
la Trinidad junto con una convicción sólida y bien fundamentada alrededor de ella que le
permita incorporarla a su práctica de fe, de modo que ésta se vea enriquecida
ostensiblemente a la hora de relacionarse con Dios en los términos correctos y asumir
con ventaja sus responsabilidades para con Él en el mundo.

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