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Caso de estudio

Actividades
Lean la viñeta fenomenal “La domesticación de las plantas” y resuelvan las consignas 1 y 2 de
manera individual. Luego, agrúpense con dos o tres compañeros o compañeras y respondan
las preguntas 3 y 4.

1. Algunas plantas, como los arces y los fresnos, tienen frutos con forma de hélice (los llaman
“helicópteros”) que son dispersados por el viento. Estos frutos son poco llamativos y no tienen
carne comestible, mientras que los frutos que consumimos los seres humanos tienen colores
atractivos que contrastan con el fondo del follaje. ¿Cómo se explican estas diferencias?
Foto: CC Echoecoeco

Foto: CC 4028mdk09
Fruto del arce Fruto del duraznero

2. La autopolinización de las plantas de las que nos alimentamos es de suma utilidad para el ser
humano. ¿Cuál es la ventaja de esta característica para las plantas?

3. Con frecuencia se dice que una estructura puede estar perfectamente adaptada a un
ambiente o función, pero ser inútil o desventajosa en otras condiciones. De manera
exagerada, se destaca que las adaptaciones de los peces a la vida acuática serían inútiles
en el desierto. Hagan una lista de las características biológicas mencionadas en el caso de
estudio que sean ventajosas en ciertas circunstancias y confieran desventajas en otras.

4. El ambiente en el que vive una especie está constituido por factores físicos y geográficos,
como el clima, pero, también, por interacciones con otras especies. Encuentren ejemplos
en el caso de estudio en los que un cambio en el comportamiento de las poblaciones
humanas haya conducido a un cambio evolutivo.

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Viñeta fenomenal

La domesticación de las plantas


Hace alrededor de 10 000 años comenzó un proceso que devendría en el cambio más
importante de la historia de la humanidad: los seres humanos empezaron a practicar
la agricultura. Esto permitió el acopio de excedentes y catapultó a nuestra especie al
desarrollo de las ciudades y las civilizaciones como las conocemos hoy.

Es difícil pensar en un cambio más radical y decisivo en la larga saga de los seres
humanos sobre la Tierra. El proceso no fue instantáneo ni se dio en todas partes.
Implicó no solamente aprender a hacer que las plantas crecieran como quisiéramos,
sino también a cambiarlas de manera profunda en muchas características
fundamentales.

¿Cuáles son esas diferencias?, ¿por qué existen y cómo se generaron? Las respuestas
a estas preguntas son esenciales para comprender cómo llegamos aquí como
humanidad. Quizá la mejor manera de entender este proceso sea mirarlo desde la
perspectiva de las plantas.

Las plantas son seres que pueden producir su propio alimento a partir de la luz solar y
que no necesitan desplazarse para subsistir. Pero, al no poder desplazarse, las nuevas
generaciones requieren evitar ocupar el mismo lugar que sus progenitores, de modo
de no competir por los mismos recursos. Las plantas sortean este riesgo de diversas
maneras: el gran desafío de la dispersión. Los frutos, por ejemplo, parecen ingeniosos
mecanismos para obligar a los animales a acarrear las semillas a nuevos territorios. El
sabor dulce y los colores llamativos de muchos frutos (contrastantes con el verde del
follaje) son beneficiosos para las plantas porque atraen a los animales que los comen
y transportan las semillas en sus tractos digestivos y las depositan (literalmente) en
nuevos territorios.

Los frutos de la mayoría de las plantas tienen tamaños adecuados para ser
dispersados por aves o mamíferos pequeños. Pero los seres humanos
cazadores-recolectores primitivos tendieron a buscar y comer los frutos de mayor
tamaño de cada especie. Así, con el tiempo, los seres humanos descubrieron que
cerca de sus letrinas crecían plantas que daban frutos más grandes y racimos
apretados.
Foto: Shutterstock

Malus sieversii, el antepasado silvestre de las


manzanas que comemos en la actualidad.

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Viñeta fenomenal
Sin embargo, nuestra fuente principal de alimentación no son frutos, sino semillas
(los cereales, como el trigo, el maíz y el arroz, y las leguminosas, como los porotos, las
arvejas y las lentejas). Un proceso similar al que describimos con los frutos debe
haber ocurrido con otra serie de características que distingue las semillas de las
plantas domesticadas de las de sus primas salvajes. Así como las plantas parecen
haber desarrollado frutos apetecibles y vistosos, sus semillas son de acceso mucho
más dificultoso. Por lo general, están envueltas en cáscaras duras o carozos (como la
almendra) o tienen sabores amargos (como sabe quien haya mordido alguna vez una
semilla de manzana) o, incluso, sustancias tóxicas (como pequeñas cantidades de
cianuro en las semillas de durazno o de cereza). Sin embargo, las semillas de los
cereales y de las leguminosas de nuestra dieta son fáciles de pelar y deliciosas.

Hay otras características más sutiles y de enorme importancia para el advenimiento


de la agricultura. El trigo salvaje, por ejemplo, tiene lo que se llama “maduración
explosiva”: cuando las semillas están listas, la espiga se rompe y proyecta
violentamente las semillas al suelo, donde germinan. Esto es esencial para la planta
en estado salvaje (para evitar competir con la planta madre), pero resulta muy poco
conveniente para quien las cosecha. El trigo domesticado, en cambio, no tiene una
maduración explosiva: las semillas maduras permanecen en la espiga, lo que las hace
fáciles de cosechar (pero implica una enorme desventaja en la naturaleza, lejos de los
seres humanos).

Veamos otras características. Las plantas salvajes tienden a evitar la autopolinización


mediante diversos artilugios; por ejemplo, las partes masculinas y las femeninas
maduran en diferentes momentos o los gametos de una misma planta son
incompatibles entre sí. Esto es importante para mantener la variabilidad dentro de las
poblaciones de plantas, puesto que la uniformidad puede ser devastadora si cambian
las condiciones ambientales o aparecen plagas. Pero, para el uso humano, una planta
homogénea es mejor. Si encontramos una planta que tiene características que nos
gustan o convienen (por ejemplo, que todas dan frutos en el mismo período o que
sus frutos son dulces y jugosos), no querremos que la generación siguiente se cruce
con otros individuos silvestres del entorno que no tengan esas características, lo que
echaría a perder nuestros hallazgos.
Foto: CC Colin Smith

Malus domestica, la especie de manzano domesticada


que da las frutas sabrosas que conocemos.

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Viñeta fenomenal
Si, por azar, los humanos primitivos encontraron una variedad que puede
autopolinizarse, habrán notado que los descendientes de esa variedad son más
estables y siempre conservan las características deseadas. Con el tiempo, esta
variedad habrá estado más y más presente alrededor de los hogares de aquellos
humanos primitivos. El arroz, por ejemplo, tiene varios rasgos que favorecen la
autopolinización: las flores no son vistosas y están dentro de “valvas” que se abren
solo unas horas; los estambres son cortos, por lo cual el polen no vuela mucho, y,
además, ese polen vive solo unos minutos, por lo que, si llega a otra planta,
generalmente ya está muerto.

En conjunto, las características de las plantas que comemos reciben el nombre de


“síndrome de domesticación” e incluyen la tendencia a la autopolinización y semillas
grandes con cáscaras blandas, que permanecen en la espiga, que maduran y
germinan al mismo tiempo y que no tienen sustancias tóxicas o amargas. Estas
características son del todo extrañas en las plantas no domesticadas y en las
versiones salvajes de las plantas que comemos. Son, con seguridad, el resultado de
un largo proceso mediado por el ser humano, posiblemente de manera inconsciente.
Nuestras civilizaciones le deben su existencia a este proceso evolutivo.
Fuente: Adaptado de Gellon, G; Nogués, G., Curso para la enseñanza N.° 2, “La evolución de los seres
vivos”, INFoD.

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