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Castigo positivo y otros

procedimientos aversivos

La forma más aversiva para el control de las conductas inadaptadas se denomina


castigo positivo. Se trata de una técnica que hay que elegir solo en casos excep-
cionales, en los que ha quedado claro que otros métodos no van a tener el resulta-
do esperado y en los que, además, existe un claro riesgo para la persona que está
emitiendo la conducta, por lo que se precisa una intervención con efectos inme-
diatos o lo más rápidos posible.
En este capítulo se describirá la aplicación correcta del castigo positivo, aña-
diendo algunos ejemplos que evidencian su utilidad y pertinencia en varios casos.
Pero, junto a este procedimiento fundamentado en el condicionamiento operante,
se aludirá a otras técnicas para la eliminación de conductas inadaptadas que se
basan en el condicionamiento clásico y que tienen igualmente un carácter aversi-
vo. De hecho, este conjunto de procedimientos se denominan técnicas aversivas,
por tener en común ese carácter desagradable o doloroso empleado en pos de la
mejoría de las personas. El castigo positivo es, en realidad, una técnica aversiva,
que se integra dentro de las planteadas por el condicionamiento operante, y que se
ha usado, por ejemplo, en el tratamiento de determinadas adicciones, como el
alcoholismo. En una de las modalidades de su aplicación como técnica aversiva
suele combinarse con un castigo en el que cabe la posibilidad de escape o evita-
ción. Por último, se incluirá en este capítulo otra técnica de carácter desagradable
que se aplica únicamente en la imaginación: la sensibilización encubierta. Esta
alternativa terapéutica, que, según sus autores, también se apoya en el condicio-
namiento operante -aunque se trabaje en un nivel exclusivamente cognitivo-,
forma parte de las denominadas técnicas encubiertas.

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Parte III: Técnicas para la reducción y eliminación de conductas

18.1. Qué es el castigo positivo

El concepto “castigo positivo” no se refiere a castigo “bueno” o “adecuado”; p()r


positivo se alude a la aparición de una estimulación aversiva contingente a la emi-
sión de determinadas respuestas. Un ejemplo típico es la bofetada que un padre le
propina a su hijo por estar saltando en la cama. La respuesta (saltar en la cama) se
sucede de una estimulación aversiva (la bofetada) con el objetivo de interrumpir
la acción de forma inmediata. No obstante, respecto al caso de este ejemplo cabe
dudar de su eficacia para un aprendizaje permanente, fundamentalmente por su
inapropiada puesta en práctica, los efectos secundarios indeseables asociados y el
objetivo real del castigador que, probablemente, más que enseñar al niño (casti-
gado) lo inconveniente de saltar en la cama trataba de quedarse él tranquilo por el
cese instantáneo de la respuesta del niño (refuerzo al padre).
Aunque el castigo positivo suele asociarse con dolor o daño físico, también
hay otras modalidades posibles, que representan otras formas de recibir estimula-
ción aversiva. Así, por ejemplo, el daño psicológico (por ejemplo, por medio de la
intimidación, la vergüenza o la humillación) o la incomodidad física (por ejem-
plo, obligar a alguien a estar en cuclillas durante mucho tiempo) son también
formas en que se aplica el castigo positivo.
Otro detalle importante estriba en definir el castigo positivo desde el que lo
recibe y no desde el que lo aplica. Como se expuso en el capítulo 3, solo puede
hablarse de castigo si la conducta disminuye y solo de reforzamiento si la conduc-
ta aumenta. Por tanto, si un profesor reprende a un alumno en la clase por no
cumplir una norma y las siguientes veces el alumno sigue sin cumplirla (o lo hace
aún menos) no puede afirmarse que el profesor esté castigando positivamente al
alumno; antes al contrario, aunque su objetivo y la apariencia de la conducta sea
la de un castigo.
Se suele recurrir al castigo positivo -en su aplicación “popular” o no sistemá-
tica- por su arraigo en los ámbitos educativos (familiares y escolares), la fe en su
eficacia, el desconocimiento de otros procedimientos para cambiar conductas y,
sobre todo, por su efecto inmediato en las respuestas, aspecto este último que lo
convierte en un método muy reforzante para los que lo aplican.

18.2. Regias para la aplicación del castigo positivo

Cuando el castigo positivo se aplica de forma inadecuada no se consiguen resul-


tados a medio y largo plazo, y, además, con frecuencia origina un aprendizaje
nocivo. Por ejemplo, en el caso del niño que recibe una bofetada por saltar encima
de la cama, si no se sigue una buena sistemática, puede que aprenda a no saltar
encima de la cama cuando su padre esté delante (y, posiblemente, irritado), pero

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Castigo positivo y otros procedimientos aversivos

I10 que el hecho en sí sea inconveniente. Es por esta razón por la que Skinner
afirmaba que el castigo positivo podía suprimir temporalmente la conducta, pero
realmente no la hacía desaparecer.
Hoy en día, las investigaciones y estudios de aprendizaje han demostrado con
nitidez que con el castigo se puede aprender a no emitir conductas, pero para ello
deben seguirse unas reglas de forma estricta. Estas reglas son las siguientes:

1. La aparición de la estimulación aversiva debe ser lo más inmediata posi-


ble a la emisión de la respuesta. De forma más coloquial: el castigo ha de
aplicarse enseguida.
2. Debe existir una contingencia entre la emisión de la respuesta y la recep-
ción de la estimulación aversiva. Esto es: todas y cada una de las veces
que se emita la respuesta indeseable debe aparecer la estimulación aversi-
va; no debe haber posibilidad de error (recibir el castigo sin haber emitido
la conducta indeseable; o emitir la conducta indeseable y, en algún caso,
escapar del castigo).
3. La estimulación aversiva debe ser lo bastante intensa como para cambiar
la conducta. En particular, debe evitarse a toda costa la estimulación de
nivel bajo o intermedio, sobre todo si es muy continuada, pues acabaría
produciendo habituación. Además, la estimulación aversiva no debe ser
gradual: debe introducirse en la máxima intensidad con que vaya a darse
desde la primera aplicación.
4. El castigo positivo debe administrarse sin que influya el estado anímico.
No es una consecuencia de estar enfadado, sino de las contingencias pre-
viamente establecidas y explicadas (antes y tras la aplicación de la estimu-
lación aversiva).
5. El castigo positivo no puede estar asociado a ningún otro reforzador del
medio. Por ejemplo, si un niño consigue que sus compañeros de clase le
admiren por las reprimendas de su profesor, estas carecerán de eficacia.
6. Como en todos los procedimientos de eliminación de conductas, al tiempo
que se aplique debe reforzarse cualquier mínimo acercamiento a la con-
ducta deseada alternativa. El sujeto debe tener la oportunidad de recibir
reforzamiento por conductas alternativas. Así, por ejemplo, un niño que
solo capta la atención de sus padres gritando o rompiendo cosas seguirá
actuando de esa manera, aunque sea castigado, si no obtiene atención por
otros medios más adaptativos.
7. La técnica de castigo positivo debe ser útil para el castigado, no para el
castigador. Esto es, debe emplearse para su salvaguarda personal o su be-
neficio.
8. El castigo positivo debe sustituirse progresivamente por procedimientos
menos aversivos y con menos inconvenientes, como por ejemplo los re-

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Parte III: Técnicas para la reducción y eliminación de conductas

forzamientos diferenciales. A la larga, debido al reforzamiento alternativo


la conducta deseada se generalizará.

Un ejemplo de aplicación adecuada del castigo positivo, que integra todas es-
tas reglas, podría ser el siguiente: una madre de una niña de tres años teme que
esta toque las cacerolas que están en el fuego de la cocina. En primer lugar, |a
madre le advierte de que se quemará como toque la olla que está en el fuego. La
niña, a pesar de la advertencia, extiende la mano para tocarla. Al instante la madre
le retira la mano y se la golpea varias veces (no con fuerza) al tiempo que grita
con energía: “No, no, no”. E, inmediatamente, explica a la niña que se habría
quemado la mano por el calor de la olla, y le acerca un poco los dedos para que
note el calor que despide. En este caso, la niña se beneficia de la interrupción
instantánea que implica el castigo positivo, y dada la intensidad de este segura-
mente se le quedará grabado, por lo que en el futuro se conducirá con mayor cau-
tela y evitará así quemarse.
Otros casos en los que puede optarse por el castigo positivo ante el peligro
que entraña una determinada conducta para el sujeto que la emite, pueden ser:
cuando un niño trepa a sitios altos sin reparar en el riesgo (y, previamente, otros
métodos para controlar esta escalada no han funcionado); cuando cruza impruden-
temente las calles sin esperar a que los coches se detengan; o cuando está a punto
de tocar un enchufe. Cuando se trata de personas adultas, en ocasiones en las que
estén en una situación de mucha tensión y descontrol y el hecho de aferrarías con
fuerza -incluso contra su voluntad en ese instante- pueda ayudar a tranquili-
zarlas.

18.3. Inconvenientes del castigo positivo y prevenciones en su uso

A pesar de que se sigan las reglas y se aplique correctamente el castigo positivo,


este debe ser empleado en contadas ocasiones como método de control. Es habi-
tual que las personas castigadas -sobre todo si la aplicación falla en algún aspec-
to- desarrollen sentimientos de frustración, malestar e ira, que imiten las conduc-
tas de castigo recibidas y las practiquen con otras personas, que engañen, oculten
o mientan para evitar el castigo, que su relación con las personas que les adminis-
tran el castigo se deteriore sensiblemente y que se convierta (si se es castigado
con frecuencia) él mismo en un estímulo aversivo para sus compañeros o perso-
nas del entorno.
En el ejemplo de la niña en la cocina con que se ha ilustrado la aplicación de es-
ta técnica, la pertinencia del castigo positivo queda patente, pero no es tan evidente
en todos los casos. Además, aunque las reglas garantizan en general una aplicación
útil y eficaz, puede que a veces (por variables como la fuerza de la respuesta casti-

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oada, la duración de los estímulos aversivos, el grado de motivación para realizar la


conducta castigada, el nivel de discriminación de la aparición del castigo, etc.) cues-
te ver los cambios pretendidos. Por todas estas razones, antes de servirse del castigo
positivo, y también otras técnicas aversivas como las que se exponen en los siguien-
tes puntos, habrá que tener en consideración todos estos elementos: 1) consenti-
miento, comprensión y total aprobación del paciente (o de los padres o tutores) del
procedimiento; 2) efectividad demostrada de la terapia: solo se aplicará cuando
existe la seguridad en que modificará la conducta problema en la forma deseada; 3)
ausencia de efectos residuales: se extremarán las precauciones para que no surja
ningún problema, ni durante el tratamiento ni después; 4) último recurso: dado lo
desagradable de la técnica, hay que plantearse previamente si no se puede recurrir a
otra técnica igualmente efectiva; 5) problemas específicos: esto es, usarla con con-
ductas intolerables para el paciente, muy difíciles de modificar, que requieren un
control urgente; 6) paquetes de amplio espectro: las técnicas aversivas deben formar
parte de tratamientos más globales, en los que, además, se persiga la instauración de
comportamientos adaptados alternativos.

18.4. Técnicas aversivas desde el condicionamiento clásico

Para el tratamiento de conductas muy desadaptativas que se mantienen por sus


efectos reforzantes inmediatos, pero que a la larga provocan daños físicos (por
ejemplo, el consumo abusivo de alcohol) o la condena social y penal (por ejem-
plo, el exhibicionismo o la pedofília), desde la modificación de conducta se plan-
teó el uso de técnicas aversivas, aunque siempre en conjunción con otros proce-
dimientos menos ingratos, menos dolorosos y generadores de nuevos repertorios
comportamentales.
Cuando las técnicas aversivas se planifican desde el paradigma del condicio-
namiento pavloviano, lo que se consigue es revestir de una sensación molesta los
estímulos desencadenantes (que antes eran neutros o apetitivos) o la propia res-
puesta. La repetición del procedimiento -la asociación de estímulos previamente
neutros con otros aversivos- es la responsable de este resultado. Por ejemplo, para
el tratamiento del alcoholismo se seguiría esta secuencia: en un principio, los
estímulos vinculados a la bebida alcohólica (su olor, sabor, color, el lugar donde
se ingiere, etc.) son neutros (o moderadamente apetitivos). Al inicio del procedi-
miento, el sujeto se concentra en estos estímulos (EC) huele, mira la bebida,
prueba un poco... Poco antes se le habrá inyectado una droga emética (que fun-
cionará como El) que al cabo de unos breves minutos le hará sentir náuseas (Rl).
Tras varios ensayos (seis o siete, normalmente), los estímulos neutros (EC) acaba-
rán generando por sí solos las náuseas (RC) y el olor del alcohol o beber un poco
provocará fácilmente el vómito.

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Parte III: Técnicas para la reducción y eliminación de conductas

Además de en el tratamiento del alcoholismo, esta modalidad de técnica aver


si va se ha empleado para el control de parafilias fetichistas o el consumo de al¡.
mentos inadecuados por parte de determinados sujetos por los riesgos que aca-
rreaban para su salud.

18.5. Algunas objeciones teóricas y prácticas de las técnicas aversivas

Además de las consideraciones éticas señaladas en el caso del castigo positivo, las
técnicas aversivas han contado también con algunas objeciones tanto teóricas
como prácticas. Entre las primeras, se ha cuestionado la falta de transferencia que
puede haber entre los cambios conseguidos en la clínica y su mantenimiento en la
vida real. Y, de hecho, en bastantes ocasiones los resultados obtenidos se han
extinguido en no mucho tiempo al acabar el tratamiento. Por ello, se ha acabado
concluyendo que únicamente con las exposiciones aversivas no se conseguirán
resultados si no se incorpora simultáneamente un cambio actitudinal por parte del
sujeto (lo que implica que el paciente debe querer seguir el tratamiento y estar
convencido de su efectividad) y, también, que recuerde voluntariamente y Heve a
cabo de forma imaginaria el proceso que siguió en la clínica. De faltar estos com-
ponentes, no se producirá la necesaria generalización al ambiente natural.
Como objeciones prácticas, en especial si la aplicación de la técnica no es su­
ficientemente rigurosa, se debe mencionar que la terapia aversiva (sobre todo con
castigo positivo) produce algunos efectos colaterales indeseables, como son: 1) la
supresión conductual excesiva; pues el castigo severo y prolongado de la conduc-
ta agresiva puede llegar a eliminar no solo el comportamiento inadecuado, sino
también la conducta asertiva; 2) la rigidez conductual; por ejemplo, el castigo
duro, sistemático, de la conducta sexual desviada puede originar inhibiciones
sexuales de conductas adaptadas; y 3) la excesiva generalización: por ejemplo, en
la persona tratada puede ocasionarse repulsión a beber no solo alcohol sino cual-
quier otra bebida o, incluso, no soportar el ambiente de un bar.

18.6. La sensibilización encubierta

La sensibilización encubierta es un procedimiento aversivo y que utiliza el castigo


pero que se lleva a cabo imaginariamente. Tanto la situación estimular indeseable
como los consecuentes desagradables que siguen a esa situación son internos; esto
es: el sujeto debe representárselos mentalmente. Con el procedimiento se busca
“sensibilizar” al paciente creando una conducta de evitación mediante la asocia-
ción de un estímulo especialmente aversivo (aquella imagen que más tema o le
repugne) con los estímulos evocadores de la conducta que se desea eliminar. El

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.meto será "sensibilizado” a los estímulos indeseables a fin de que emita un com-
portamiento de evitación, en lugar del comportamiento de aproximación manifes-
to hasta el momento.
1:1 procedimiento se aplica de la siguiente manera: tras explicar al paciente el
principio de la sensibilización encubierta, el terapeuta le pide que se relaje y que
se imagine que está emitiendo el comportamiento inadecuado. Debe esperar a que
la persona lo evoque clara y vividamente. En la misma secuencia le pide que, con
la misma viveza, se figure ahora la aparición del estímulo aversivo. Por ejemplo,
en el caso de un tratamiento para el alcoholismo se pide al paciente que, con los
ojos cerrados y todos los detalles que sea capaz de concebir, se figure esta escena
que el terapeuta le narra con detenimiento: “Está Vd. entrando en su bar favorito.
Decide pedir una copa de vino. Se dirige a la barra. Cuando se acerca a esta co-
mienza a notar molestias en el estómago. Luego vienen las náuseas. Nota cómo
un liquido ácido le sube a la garganta. A pesar de todo consigue llegar a la barra y
pedir la copa, pero se siente mal. Cuando el camarero se la sirve está a punto de
vomitar. Cierra la boca y trata de impedirlo. Pero cuando toca la copa no puede
aguantar la bocanada por más tiempo. Abre la boca y vomita. Quedan restos de
vómito por todas partes, en la barra, en la copa, en sus manos, en su camisa y en
los pantalones. Se desprende un olor nauseabundo. Todo el mundo le mira. Cuan-
do se separa de la barra, inmediatamente empieza a encontrarse mejor. Sale rápi-
damente del bar. Al aire libre se siente mejor. Vuelve a su casa para lavarse”. La
secuencia se repite varias veces en la sesión (hasta diez) y luego el sujeto debe
también imaginársela en casa al menos dos veces al día, siempre con todo el deta-
lle y con las sensaciones que deben acompañarla.
La sensibilización encubierta se ha usado en problemas de abuso y depen-
dencia alcohólica, obesidad, dependencia nicotínica y otras dependencias; tam-
bién con el robo compulsivo, la tricotilomanía, la onicofagia o las desviaciones
sexuales.
De acuerdo con los trabajos de Cautela y Wisocki, con este procedimiento se
obtienen mejores resultados que con los métodos aversivos que utilizan un estí-
mulo manifiesto (descarga eléctrica, productos químicos). Es flexible y se aplica
fácilmente en diversos ambientes. Los clientes se sienten menos inclinados a
abandonar el tratamiento que con otros procedimientos aversivos y puede ser un
método complementario para facilitar el autocontrol. No obstante, en esta técnica
resulta fundamental una gran motivación por parte del sujeto pues median sobre-
manera los aspectos cognitivos. La sugestión, la motivación y la atención resultan
imprescindibles. El terapeuta debe poseer una gran credibilidad para el paciente.
Además, los efectos beneficiosos de la sensibilización encubierta suelen desvane-
cerse con el tiempo si la repetición de la técnica se interrumpe. Por todo ello, lo
mejor es servirse de este método en unión o como complemento de otros incorpo-
rados en un paquete multitratamiento.

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Parte III: Técnicas para la reducción y eliminación de conductas

18.7. Ejemplo aplicado: el caso de Casimiro

El padre de Casimiro, de tres años, nos plantea que su hijo lleva un par de sema-
nas tirando del cable de la plancha mientras él está planchando y que no sabe qué
hacer para que abandone esta peligrosa costumbre.

PC (Padre de Casimiro): Quería comentarte algo: últimamente, cuando estoy


planchando, mi hijo Casimiro tira del cable de la plancha y me da miedo que se le
caiga encima. De hecho, un par de veces ha estado a punto de ocurrir una desgracia.
¿Qué puedo hacer? El prácticamente no habla, aunque entiende cosas. Yo cada vez
que se acerca le pido que se vaya, pero nada.
M (Modificador): Tu hijo tiene tres años, ¿no?
PC: Sí.
M: ¿Y qué dices que has intentado?
PC: Hablarle. ¡Ah! y también después de la tercera vez que pasó, me lo llevé al
salón para que viera la tele o jugara, pero no sirve de nada, a los cinco minutos esta
otra vez de vuelta en la cocina y le veo con intención de tirar del cable.
M: Vale, lo que puedes hacer es lo siguiente: quiero que cuando vaya a tirar del
cable digas con voz muy fuerte, aunque no gritando, “¡NO!” y le des unos pequeños
golpes en la mano, pero sin hacerle nada, claro.
PC: Es un poco fuerte, ¿no?
M: Lo que se consigue con el “¡NO!” es que el niño se asuste y deje de hacer lo
que estaba haciendo al instante.
PC: Vale, pero ¿pegarle?
M: No, no. No te estoy diciendo que le des con fuerza, lo que te digo es que le
des unos toques en la mano. Se tiene que impresionar.
PC: Vale.
M: Pero eso no es todo: luego le coges de la mano y se la acercas un poco a la
plancha para que sienta el calor que desprende, mientras se la acercas tienes que de-
cirle con voz calmada y firme “no puedes hacer eso porque mira, la plancha está muy
muy caliente y te puedes quemar y hacer daño en la cabeza si se cae”. ¿Entendido?
PC: Sí, yo creo que sí.
M: Y otra cosa, para que esto funcione tienes que actuar muy rápido. Poner en
práctica todo lo que te he dicho cada vez que extienda su mano al cable. Y. por su-
puesto, si lo hace varias veces, todas y cada una de ellas tienes que actuar igual. No
obstante, casi seguro que después de la primera vez la cosa se acabará.
[Pasa una semana.]
M: Hola. ¿Qué tal la semana con Casimiro?
PC: Bastante bien.
M: ¿Probaste lo que te indiqué con tu hijo cuando plancharas?
PC: Mano de santo, la verdad, no ha vuelto a acercarse.
M: Me alegro. Era una cosa peligrosa y en estos casos es un procedimiento acon-
sejable.

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