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procedimientos aversivos
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Parte III: Técnicas para la reducción y eliminación de conductas
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Castigo positivo y otros procedimientos aversivos
I10 que el hecho en sí sea inconveniente. Es por esta razón por la que Skinner
afirmaba que el castigo positivo podía suprimir temporalmente la conducta, pero
realmente no la hacía desaparecer.
Hoy en día, las investigaciones y estudios de aprendizaje han demostrado con
nitidez que con el castigo se puede aprender a no emitir conductas, pero para ello
deben seguirse unas reglas de forma estricta. Estas reglas son las siguientes:
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Un ejemplo de aplicación adecuada del castigo positivo, que integra todas es-
tas reglas, podría ser el siguiente: una madre de una niña de tres años teme que
esta toque las cacerolas que están en el fuego de la cocina. En primer lugar, |a
madre le advierte de que se quemará como toque la olla que está en el fuego. La
niña, a pesar de la advertencia, extiende la mano para tocarla. Al instante la madre
le retira la mano y se la golpea varias veces (no con fuerza) al tiempo que grita
con energía: “No, no, no”. E, inmediatamente, explica a la niña que se habría
quemado la mano por el calor de la olla, y le acerca un poco los dedos para que
note el calor que despide. En este caso, la niña se beneficia de la interrupción
instantánea que implica el castigo positivo, y dada la intensidad de este segura-
mente se le quedará grabado, por lo que en el futuro se conducirá con mayor cau-
tela y evitará así quemarse.
Otros casos en los que puede optarse por el castigo positivo ante el peligro
que entraña una determinada conducta para el sujeto que la emite, pueden ser:
cuando un niño trepa a sitios altos sin reparar en el riesgo (y, previamente, otros
métodos para controlar esta escalada no han funcionado); cuando cruza impruden-
temente las calles sin esperar a que los coches se detengan; o cuando está a punto
de tocar un enchufe. Cuando se trata de personas adultas, en ocasiones en las que
estén en una situación de mucha tensión y descontrol y el hecho de aferrarías con
fuerza -incluso contra su voluntad en ese instante- pueda ayudar a tranquili-
zarlas.
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Además de las consideraciones éticas señaladas en el caso del castigo positivo, las
técnicas aversivas han contado también con algunas objeciones tanto teóricas
como prácticas. Entre las primeras, se ha cuestionado la falta de transferencia que
puede haber entre los cambios conseguidos en la clínica y su mantenimiento en la
vida real. Y, de hecho, en bastantes ocasiones los resultados obtenidos se han
extinguido en no mucho tiempo al acabar el tratamiento. Por ello, se ha acabado
concluyendo que únicamente con las exposiciones aversivas no se conseguirán
resultados si no se incorpora simultáneamente un cambio actitudinal por parte del
sujeto (lo que implica que el paciente debe querer seguir el tratamiento y estar
convencido de su efectividad) y, también, que recuerde voluntariamente y Heve a
cabo de forma imaginaria el proceso que siguió en la clínica. De faltar estos com-
ponentes, no se producirá la necesaria generalización al ambiente natural.
Como objeciones prácticas, en especial si la aplicación de la técnica no es su
ficientemente rigurosa, se debe mencionar que la terapia aversiva (sobre todo con
castigo positivo) produce algunos efectos colaterales indeseables, como son: 1) la
supresión conductual excesiva; pues el castigo severo y prolongado de la conduc-
ta agresiva puede llegar a eliminar no solo el comportamiento inadecuado, sino
también la conducta asertiva; 2) la rigidez conductual; por ejemplo, el castigo
duro, sistemático, de la conducta sexual desviada puede originar inhibiciones
sexuales de conductas adaptadas; y 3) la excesiva generalización: por ejemplo, en
la persona tratada puede ocasionarse repulsión a beber no solo alcohol sino cual-
quier otra bebida o, incluso, no soportar el ambiente de un bar.
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.meto será "sensibilizado” a los estímulos indeseables a fin de que emita un com-
portamiento de evitación, en lugar del comportamiento de aproximación manifes-
to hasta el momento.
1:1 procedimiento se aplica de la siguiente manera: tras explicar al paciente el
principio de la sensibilización encubierta, el terapeuta le pide que se relaje y que
se imagine que está emitiendo el comportamiento inadecuado. Debe esperar a que
la persona lo evoque clara y vividamente. En la misma secuencia le pide que, con
la misma viveza, se figure ahora la aparición del estímulo aversivo. Por ejemplo,
en el caso de un tratamiento para el alcoholismo se pide al paciente que, con los
ojos cerrados y todos los detalles que sea capaz de concebir, se figure esta escena
que el terapeuta le narra con detenimiento: “Está Vd. entrando en su bar favorito.
Decide pedir una copa de vino. Se dirige a la barra. Cuando se acerca a esta co-
mienza a notar molestias en el estómago. Luego vienen las náuseas. Nota cómo
un liquido ácido le sube a la garganta. A pesar de todo consigue llegar a la barra y
pedir la copa, pero se siente mal. Cuando el camarero se la sirve está a punto de
vomitar. Cierra la boca y trata de impedirlo. Pero cuando toca la copa no puede
aguantar la bocanada por más tiempo. Abre la boca y vomita. Quedan restos de
vómito por todas partes, en la barra, en la copa, en sus manos, en su camisa y en
los pantalones. Se desprende un olor nauseabundo. Todo el mundo le mira. Cuan-
do se separa de la barra, inmediatamente empieza a encontrarse mejor. Sale rápi-
damente del bar. Al aire libre se siente mejor. Vuelve a su casa para lavarse”. La
secuencia se repite varias veces en la sesión (hasta diez) y luego el sujeto debe
también imaginársela en casa al menos dos veces al día, siempre con todo el deta-
lle y con las sensaciones que deben acompañarla.
La sensibilización encubierta se ha usado en problemas de abuso y depen-
dencia alcohólica, obesidad, dependencia nicotínica y otras dependencias; tam-
bién con el robo compulsivo, la tricotilomanía, la onicofagia o las desviaciones
sexuales.
De acuerdo con los trabajos de Cautela y Wisocki, con este procedimiento se
obtienen mejores resultados que con los métodos aversivos que utilizan un estí-
mulo manifiesto (descarga eléctrica, productos químicos). Es flexible y se aplica
fácilmente en diversos ambientes. Los clientes se sienten menos inclinados a
abandonar el tratamiento que con otros procedimientos aversivos y puede ser un
método complementario para facilitar el autocontrol. No obstante, en esta técnica
resulta fundamental una gran motivación por parte del sujeto pues median sobre-
manera los aspectos cognitivos. La sugestión, la motivación y la atención resultan
imprescindibles. El terapeuta debe poseer una gran credibilidad para el paciente.
Además, los efectos beneficiosos de la sensibilización encubierta suelen desvane-
cerse con el tiempo si la repetición de la técnica se interrumpe. Por todo ello, lo
mejor es servirse de este método en unión o como complemento de otros incorpo-
rados en un paquete multitratamiento.
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El padre de Casimiro, de tres años, nos plantea que su hijo lleva un par de sema-
nas tirando del cable de la plancha mientras él está planchando y que no sabe qué
hacer para que abandone esta peligrosa costumbre.
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