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TRABAJO PRACTICO

DEFINICIO DE IDEALISMO

La noción de idealismo posee dos grandes acepciones. Por un lado,


se emplea para describir la posibilidad de la inteligencia para idealizar.
Por otra parte, el idealismo se presenta como un sistema de carácter
filosófico que concibe las ideas como el principio del ser y del conocer.
El idealismo de perfil filosófico, por lo tanto, sostiene que la realidad
que se halla fuera de la propia mente no es comprensible en sí misma,
ya que el objeto del conocimiento del hombre siempre es construido a
partir de la acción cognoscitiva.
Puede decirse entonces que el idealismo se opone al materialismo,
una doctrina que asegura que la única realidad es la materia.
Los idealistas subjetivos creen que la entidad en sí es incognoscible,
pero la reflexión brinda la posibilidad de acercarse al conocimiento.
Para los idealistas objetivos, en cambio, el único objeto que puede
conocerse es aquel que existe en el pensamiento del individuo.
Es posible distinguir, de acuerdo al idealismo, entre el fenómeno (el
objeto que puede conocerse de acuerdo a la percepción de los
sentidos) y el noúmeno (es decir, los objetos en sí mismos, con sus
propias características naturales). La realidad está conformada por el
contenido de la conciencia del hombre: o sea, por lo que percibimos y
no por lo que realmente es.
Diferencias con el realismo
En general, los términos idealismo y realismo suelen confundirse, pero
existen muchas diferencias entre ambos que resulta necesario
señalar.

En principio, ambos conciben el origen del conocimiento de manera


diversa; el realismo sostiene que se da en las cosas, mientras que el
idealismo lo define como una actividad que realiza el hombre para
elaborar conceptos.
El realismo plantea la existencia de las cosas independientemente de
nuestro razonamiento o de nuestros procesos intelectuales. Por otro
lado, el idealismo defiende la participación de la mente para la
concepción, por ejemplo, de las leyes, las matemáticas o el arte, las
cuales no tendrían lugar sin nuestra intervención.

De esta forma, se entiende que el idealismo se centra en el ser


humano como sujeto necesario para dar lugar a la realidad, mientras
que el realismo parte de ella y va en su búsqueda. Depende del grado
de conocimiento de ambos conceptos, algunos afirman que están muy
cerca de ser opuestos, mientras que otros los conciben como
complementarios.
Otras acepciones

En el lenguaje coloquial, el
idealismo está asociado a la confianza en valores que al día de hoy
cayeron en desuso y al optimismo. Un idealista cree que la moral,
la ética, la bondad y la solidaridad, por ejemplo, logran imponerse
frente a conceptos contrarios. Por ejemplo: “Mi abuelo siempre fue un
idealista que luchó por un mundo mejor”.
Lamentablemente, este sentido de idealismo se acerca
peligrosamente a la negación, que es una de las mayores causas del
fracaso del ser humano como especie. Creer de manera firme e
inquebrantable en algo, ignorando la posibilidad de un cambio,
haciendo oídos sordos a la diversidad de opiniones, es lo mismo que
morir; es poner límites que no permitan que nada avance, estancar el
aire para que con las corrientes no traiga nuevos aromas. Esta actitud
suele estar asociada con personas mayores pero, como otras
actitudes autodestructivas, no repara en edad, género ni raza.

En la pintura, el idealismo es una forma de representar la realidad con


un nivel muy alto de fidelidad, similar al realismo artístico. Sin
embargo, se opone a este último ya que intenta purificarla de cualquier
elemento vulgar o carente de belleza, según la visión propia de cada
artista. Sólo los aspectos de mayor elegancia y refinamiento pasan el
filtro de dicha abstracción, dando como resultado escenas
forzosamente fluidas, sin mucho contraste y equilibradas
artificialmente

DEFINICION DE MATERIALISMO

El materialismo es la doctrina filosófica que postula que la materia es lo primario y


que la conciencia existe como consecuencia de un estado altamente organizado
de esta, lo que produce un cambio cualitativo.
En cuanto a la relación del pensamiento humano y el mundo que nos rodea y la
cognoscibilidad de ese mundo, el materialismo afirma que el mundo es material
y que existe objetivamente, independientemente de la conciencia. Según esta
concepción, la conciencia y el pensamiento se desarrollan a partir de un nivel
superior de organización de la materia, en un proceso de reflejo de la realidad
objetiva.
El materialismo también sostiene que la materia no ha sido creada de la nada,
sino que existe en la eternidad y que el mundo y sus regularidades son
cognoscibles por el humano, ya que es posible demostrar la exactitud de ese
modo de concebir un proceso natural, reproduciéndolo nosotros mismos,
creándolo como resultado de sus mismas condiciones y además poniéndolo al
servicio de nuestros propios fines, dando al traste con la “cosa en sí,
inasequible”.

Las afirmaciones del materialismo entran en oposición con las del idealismo. Al


afirmar que solo hay una "clase de sustancia" (la materia) el materialismo es un
tipo de monismo ontológico

DEFINICION DE FACISMO

El fascismo es una ideología, un movimiento político y una forma de gobierno[1] de


carácter totalitario, antidemocrático y ultranacionalista de extrema derecha.[2][3] El
término «fascismo» proviene del italiano fascio (‘haz, fasces’), y este a su vez
del latín fascēs (plural de fascis), que alude a los signos de la autoridad de
los magistrados romanos. Entre los rasgos del fascismo se encuentra la exaltación
de valores como la patria o la raza para mantener permanentemente movilizadas
a las masas, lo que llevó con frecuencia a la opresión de minorías —
especialmente en el caso alemán debido a su importante componente racista— y
de la oposición política, además de un fuerte militarismo. Sin embargo, el
término «fascismo» es uno de los más difíciles de definir con exactitud en
las ciencias políticas desde los mismos orígenes de este movimiento,
posiblemente porque no existe una ideología ni forma de gobierno «fascista»
sistematizada y uniforme en el sentido que sí tendrían otras ideologías
políticas contemporáneas.[4][5][6] El fascismo surgió en Italia durante la Primera
Guerra Mundial, para luego difundirse por el resto de Europa durante el periodo
de entreguerras. La «Gran Guerra» fue decisiva en la gestación del fascismo, al
provocar cambios masivos en la concepción de la guerra, la sociedad, el Estado
y la tecnología. El advenimiento de la guerra total y la completa movilización de
la sociedad acabaron con la distinción entre civiles y militares. Enemigo
del liberalismo, el anarquismo y toda forma de marxismo —
socialdemocracia, socialismo, comunismo—, una mayoría de especialistas coincide
en colocar al fascismo en la extrema derecha del espectro tradicional izquierda y
derecha.[7][3][8]
Benito Mussolini y Adolf Hitler

El fascismo se presenta como una «tercera vía» o «tercera posición»[9] que se


caracteriza por eliminar el disenso: el funcionamiento social se sustenta en una
rígida disciplina y un apego total a las cadenas de mando, y en llevar adelante
un fuerte aparato militar, cuyo espíritu militarista trascienda a la sociedad en su
conjunto, junto a una educación en los valores castrenses y
un nacionalismo fuertemente identitario con componentes victimistas, que
conduce a la violencia contra los que se definen como enemigos. [10] Los fascistas
creen que la democracia liberal es obsoleta —esta forma de gobierno
representaba para el fascismo a las «decadentes» potencias vencedoras de la
Primera Guerra Mundial— y consideran que la movilización completa de la
sociedad en un Estado de partido único totalitario es necesaria para preparar a
una nación para un conflicto armado y para responder eficazmente a las
dificultades económicas. Tal Estado es liderado por un líder fuerte —como un
dictador y un gobierno marcial compuesto por los miembros del partido fascista
gobernante— para forjar la unidad nacional y mantener una sociedad estable y
ordenada. El fascismo niega que la violencia sea automáticamente negativa en la
naturaleza, y ve la violencia política, la guerra y el imperialismo como medios
para lograr una «regeneración», un rejuvenecimiento nacional. Por otra parte,
los fascistas abogan por una economía mixta, con el objetivo principal de lograr
la autarquía mediante políticas económicas proteccionistas e intervencionistas. Los
regímenes fascistas en la práctica no modificaron en profundidad el sistema
económico capitalista, pues incluso practicaron en algunos casos políticas
de privatización[11][12] y persiguieron de forma sistemática a las ideologías
del movimiento obrero tradicional en ascenso —anarquismo y marxismo—.
El concepto de «régimen fascista» puede aplicarse a algunos regímenes
políticos totalitarios o autoritarios[13] de la Europa de entreguerras y a
prácticamente todos los que impusieron las potencias del Eje durante su
ocupación del continente en la Segunda Guerra Mundial. En primer lugar estaría
la Italia fascista de Benito Mussolini (1922) —que inaugura el modelo y acuña el
término, aun cuando no hay consenso entre los especialistas en que este haya
sido un régimen totalitario—,[14] seguida por la Alemania del Tercer
Reich de Adolf Hitler (1933) —que lo lleva a sus últimas consecuencias—[14] y
cerrando el ciclo, la España de Francisco Franco, cuyo régimen se prolongó
mucho más tiempo —desde 1939 hasta 1975— y evolucionó ideológicamente
desde una «dictadura fascistizada»[15] —prácticamente ningún especialista
considera al régimen de Franco como plenamente fascista, sin embargo, parece
bastante claro que en el primer decenio del régimen de Franco existía un
importante componente de tipo fascista, lo cual indica que el caso español es
complicado—,[16] hasta la ausencia de una ideología bien definida más allá
del nacionalcatolicismo.
Después de su derrota en la Segunda Guerra Mundial, el fascismo dejó de ser
un movimiento político importante a nivel internacional. Debido al masivo
rechazo de la ideología y de los regímenes fascistas por el resto organizaciones
políticas e ideologías, pocos partidos se han descrito abiertamente como
fascistas, y el término es usualmente usado peyorativa y erróneamente por
distintos grupos políticos. Así, los calificativos «neofascistas» o «neonazis» suelen
aplicarse a partidos de extrema derecha con ideologías similares o enraizadas en
los movimientos fascistas del siglo XX; en muchos países existen legislaciones
que prohíben o limitan su existencia, el revisionismo o negación de sus acciones
pasadas —como el Holocausto— y la exhibición de sus símbolos.[17]

DEFINICION DE NAZISMO

El nacionalsocialismo (en alemán, Nationalsozialismus), incorrectamente acortado


a nazismo, es la ideología del gobierno en Alemania de 1933 a 1945 con la
llegada al poder del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán de Adolf
Hitler (NSDAP). Hitler instituyó una dictadura, el autoproclamado Tercer Reich. Al
Reich se unió a Austria a partir del Anschluss, así como la zona de
los Sudetes, Memel y Dánzig. Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis
ocuparon tierras en Francia, Checoslovaquia, Hungría, los Países
Bajos, Dinamarca y Noruega. La Alemania de este periodo se conoce como la
«Alemania nazi».
Adolf Hitler, canciller de Alemania, y Ernst Röhm, cofundador y comandante de las SA, realizando
el saludo fascista (1933).

El nazismo es una forma de fascismo que demostró un rechazo ideológico hacia


el marxismo, la democracia liberal y el sistema parlamentario. También, incorporó un
ferviente antisemitismo, el racismo científico y la eugenesia en su credo. Su
nacionalismo extremo provino del pangermanismo y del
movimiento Völkisch prominente en el nacionalismo alemán de la época, y fue
fuertemente influenciado por los
grupos paramilitares anticomunistas Freikorps que surgieron después de la derrota
de Alemania en la Primera Guerra Mundial, de la cual surgió «el culto a la
violencia» que estaba «en el corazón del movimiento». [1]
Es una ideología gestada en la década de los años 1920, pero que no alcanzará
importancia hasta los años 30, momento en que las duras condiciones de paz
impuestas en el Tratado de Versalles (1919) se juntan con la grave crisis mundial
del Jueves Negro en 1929 (véase Gran Depresión). En Alemania la situación es más
acuciante aún, ya que a los devastadores efectos económicos se sumaba la
obligación de pagar el tributo de la derrota en la Primera Guerra Mundial, y el
descontento popular ante la injusta situación que hacía que las calles se llenaran
de manifestaciones extremistas de toda índole, tanto de izquierda como de
derecha.[2]
Esta situación culmina con el fuerte descrédito de las democracias liberales, ya
que las dictaduras que surgieron demostraron ser capaces de controlar y resolver
las crisis más efectivamente que las democracias. [nota 1] Tanto la Italia de Benito
Mussolini —quien fue elogiado por «hacer que los trenes llegaran a tiempo», es
decir, por poner fin a las huelgas y caos económico que había dominado a ese
país— como el Imperio del Japón, países en los que se impusieron «gobiernos
fuertes», no solo resolvieron la crisis a mediados de los 30 sino que fueron
percibidas como restaurando el orden social aún con anterioridad a esa solución
a problemas económicos.[nota 2]
A esa crisis político-económica hay que agregar una crisis ideológica, aún
anterior, que se extiende desde 1890 a 1930 y que ha sido caracterizada como
una «revolución contra el positivismo».[3] Tanto los valores como las
aproximaciones a la sociedad y la política que formaban la base de la civilización
occidental fueron percibidas como superadas reliquias
del racionalismo proveniente de la Ilustración. Específicamente, tanto
el fascismo como los desarrollos intelectuales que lo antecedieron buscaron
transcender lo que se percibía como la decadencia del Occidente [4] (véase, por
ejemplo, La decadencia de Occidente).
Consecuentemente, el Zeitgeist de esa época puede ser descrito como una
amalgama o mezcla de ideas caracterizado por un rechazo al racionalismo,
proceso que es generalmente percibido como iniciándose con Friedrich
Nietzsche, junto a tentativas de incorporar «explicaciones científicas» a
preconcepciones o incluso prejuicios explicativos del mundo, por ejemplo,
un racismo latente, que dieron origen a propuestas tales como las de
la eugenesia, y en lo político, bajo la influencia de pensadores tales como Georges
Sorel, Vilfredo Pareto,[5][nota 3] Martin Heidegger (supuestamente),[nota 4] Gaetano
Mosca, y, especialmente, Robert Michels; a percepciones político elitistas basadas
en un culto del héroe y la fuerza que culminan en una versión del darwinismo
social.[6] Percepciones que adquieren connotaciones más extremas en su
divulgación y vulgarización.[3]
Como influencia importante en el desarrollo de ese Zeitgeist se puede
mencionar la obra de Arthur de Gobineau, que propuso que en cada nación hay
una diferencia racial entre los comunes y las clases dirigentes. Estos últimos
serían todos miembros de la raza aria, quienes son no solo la raza dominante
sino también la creativa.[7] Posteriormente, Houston Stewart
Chamberlain identifica «los arios» con los teutones; en adición a tratar de
demostrar que todos los grandes personajes de la historia —
incluidos Jesucristo, Julio César o Voltaire, entre otros— fueron realmente arios,
agrega:
Los teutones son el alma de nuestra civilización. La importancia de cualquier nación, en la
medida que es un poder actual, está en relación directa a la genuina sangre teutona presente en
su población
H. S. Chamberlain (1899). Foundations of the Nineteenth Century.

Múltiples autores también resaltan el papel que tuvo la teoría evolucionista, y


el darwinismo social incorporados a la ideología nazi, como factores que
propiciaron la posterior generación de racismo, la creación del nacionalismo, la
propagación de la política neoimperialista y parte diversos pilares ideológicos del
nazismo basados en la aplicación política de la idea de la «supremacía del más
fuerte».[8][9][10][11][12][13][14]
También de importancia fueron percepciones que se pueden ver ejemplificadas
en la obra de, por ejemplo, Benjamin Kidd, quien propuso:
Nuestra civilización ha sido dada a luz como resultado de un proceso de fuerza sin paralelos en
la historia de la raza. Por épocas incontables el combativo macho europeo se ha desbordado a
través de Europa en sucesivas olas de avance y conquista, venciendo, exterminando, aplastando,
dominando, tomando posesión. Los más aptos, que han sobrevivido esas sucesivas olas de
conquista, son los más aptos por el derecho de la fuerza y en virtud de un proceso de selección
militar, probablemente el más largo en la historia, el más duro, probablemente el más elevante
al que la raza ha sido sometida.
Benjamin Kidd (1919). The Science of Power, pp. 4-5.

Para Kidd, el combativo hombre europeo es un pagano que rinde homenaje


pero no entiende ni acepta en su corazón la validez de «una religión que es la
total negación de la fuerza». Ese hombre europeo ha introducido el «espíritu de
la guerra» en «todas las instituciones que ha creado» y «la creencia que la
fuerza es el principio último del mundo». Ese «hombre de la civilización
occidental ha llegado a ser por la fuerza de las circunstancias el supremo animal
de combate de la creación. La Historia y la Selección Natural lo han hecho lo
que es»,[15] «por la fuerza ha conquistado el mundo y por la fuerza lo controla».
[15] Otras visiones de influencia en esa percepción son las de Oswald Spengler,
para quien Mussolini era el parangón del nuevo César, que se levantará del
Occidente en ruinas para reinar en la «era de la civilización avanzada», por
analogía a los césares de la Antigüedad.
En Alemania, específicamente esa rebelión contra el racionalismo dio origen,
entre otras cosas, a una variedad de asociaciones que promovían un retorno a
visiones romantizadas del pasado alemán (véase Völkisch), en lo cual Richard
Wagner tuvo alguna influencia[nota 5] y una sociedad ocultista y semisecreta,
la Sociedad Thule —basada en la ariosofía y primeros en usar la esvástica en el
contexto de la época— que patrocinó el Partido Obrero Alemán (DAP), más tarde
transformado por Hitler en el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. [16]
A lo anterior se ha sugerido que hay que agregar factores específicamente
alemanes. A pesar de que Maurice Duverger considera tales consideraciones
poco convincentes a fin de explicar el desarrollo del nazismo, [17] se ha afirmado
que no se puede explicar el nazismo sin considerar su origen [18] y que entre los
factores que explican ese origen se debe mencionar una tradición
cultural (volkgeist)[19] —que se remonta a personajes tales Lorenz von
Stein y Bismarck (véase Estado social)— en la cual el Estado adquiría poderes
dictatoriales, demandando orden, disciplina y control social estricto a fin de
garantizar crecimiento y el bienestar económico de la población.[20]
Esa tradición se transforma, bajo la influencia de personajes tales como Ernst
Forsthoff, jurista conservador de gran influencia, quien, a partir del periodo de
la República de Weimar, postula que los individuos están subordinados ya sea al
«Estado absoluto» o al Volk, bajo la dirección de un líder o Führer.[21]
El nazismo transforma, sin mucha dificultad, ese culto a la fuerza del más fuerte
que es el ario en un antisemitismo puro y simple, utilizando la preexistente
leyenda de una conspiración judía para hacerse con el control mundial
(véase Nuevo Orden Mundial (conspiración) y Los protocolos de los sabios de Sion)
para explicar la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial: el ejército de ese
país fue traicionado y «apuñalado en la espalda» (véase Leyenda de la puñalada
por la espalda)[22] por los bolcheviques y judíos. Esa «traición» se extiende al
gobierno socialdemócrata de la República de Weimar que permite ahora que
esos mismos judíos y otros financieros se beneficien de la inflación, y otros
problemas que afectan a los alemanes[23] (véase Hiperinflación en la República de
Weimar). Aduciendo además que muchos de los principales
líderes comunistas son también judíos, asimilan ambos conceptos en una gran
«conspiración judeo-marxista».[24]
El nazismo se concreta como una ideología totalitaria de índole fascista en la
medida en que se caracteriza por dar una importancia central y absoluta al
Estado —a partir del cual se debe organizar toda actividad nacional [25]
(véase Gleichschaltung)— representado o encarnado y bajo la dirección o
liderazgo de un caudillo supremo, en este caso Hitler, y por proponer
un racismo, nacionalismo e imperialismo visceral que debe llevar a conquistar los
pueblos que se consideren inferiores (véase Lebensraum). A partir de 1926, Hitler
centralizó incrementalmente la capacidad de decisiones en el partido. Los
dirigentes locales y regionales y otros cargos no eran electos, sino nombrados,
de acuerdo al Führerprinzip (‘principio de autoridad’) directamente por Hitler, y a
él respondían, demandando, a su vez, obediencia absoluta de sus subordinados.
El poder y autoridad emanaba del líder, no de la base.[26][27][28]

DEFINICION DE NACIONALISMO
El nacionalismo es una ideología y movimiento sociopolítico que surgió junto con el
concepto moderno de nación, propio de la Edad Contemporánea, en las circunstancias
históricas de la llamada Era de las Revoluciones (Revolución industrial, Revolución
burguesa, Revolución liberal) y los movimientos de independencia de las colonias
europeas en América, desde finales del siglo XVIII.[1][2] También puede designar
al sentimiento nacionalista y a la época del nacionalismo.[3]

Manuel Belgrano, uno de los líderes de la independencia de las naciones americanas del Imperio
español, creador de la bandera nacional argentina.

Pintura polaca de 1892 exaltando la defensa de la bandera durante la histórica batalla de Chocim.

Según Ernest Gellner, «el nacionalismo es un principio político que sostiene que debe
haber congruencia entre la unidad nacional y la política» o dicho con otras palabras «el
nacionalismo es una teoría de legitimidad política que prescribe que los límites étnicos
no deben contraponerse a los políticos».[4] Por su parte Liah Greenfeld define el término
«nacionalismo» en un sentido general como el «conjunto de ideas y de sentimientos que
conforman el marco conceptual de la identidad nacional», esta última considerada como
la «identidad fundamental» en el mundo moderno frente a otras identidades en cuanto
que «se considera definidora de la esencia misma del individuo».[5] Para Ricardo
Rojas el nacionalismo es la «conciencia... del yo colectivo» de una nación».[6]
En la obra colectiva de Historia, Geografía y Ciencias Sociales del Ministerio de
Educación de Chile, se define el nacionalismo como una "ideología que consiste en la
afirmación de una identidad cultural ligada generalmente a un territorio, una lengua y
una tradición histórica real o inventada, la cual, en la mayor parte de los casos termina
por exacerbar la superioridad de un pueblo o nación por sobre otros."[7]
En el análisis del nacionalismo se han configurado dos paradigmas contrapuestos y
excluyentes, cada uno de los cuales implica una determinada concepción de la
naturaleza y el origen de la nación y una definición de la misma:
el modernista o constructivista, que define la nación como una comunidad humana que
detenta la soberanía sobre un determinado territorio por lo que antes de la aparición de
los nacionalismos en la Edad Contemporánea no habrían existido las naciones —la
nación sería una «invención» de los nacionalismos—; y
el perennialista o primordialista que define la nación sin tener en cuenta la cuestión de
la soberanía y que defiende, por tanto, que las naciones existieron antes que los
nacionalismos, hundiendo sus raíces en tiempos remotos —así sería la nación la que
crea el nacionalismo y no a la inversa—.[8][9][10]
Así también el nacionalismo ha dado lugar a dos grandes corrientes ideológicas: la
primera de ellas busca fortalecer la autodeterminación nacional ante
potencias coloniales, imperialistas o neocoloniales,[11][12][13][14] corriente que ha sido
caracterizada como «nacionalismo liberador» por Rosa de Diego,[15] o
«nacionalismo antimperialista» por Rafael Cuevas Molina,[16] mientras la segunda
busca impulsar la supremacía de una nación sobre otras, denominada por Memmi como
«nacionalismo del colonialista»,[17] y caracterizada por Rosa de Diego como
«nacionalismo excluyente y dominador».[15]

DEFINICION DE LIBERALISMO

Se lo identifica como una doctrina que propone la libertad y la tolerancia en las


relaciones humanas. Promueve las libertades civiles y económicas, oponiéndose
al absolutismo y al conservadurismo. Constituye la corriente en la que se
fundamentan tanto el Estado de derecho como la democracia representativa y
la división de poderes.
Desde sus primeras formulaciones, el pensamiento político liberal se ha
fundamentado sobre tres grandes ideas:[7]
1. Los seres humanos son racionales y poseen derechos individuales inviolables, entre
ellos, el derecho a configurar la propia vida en la esfera privada con plena libertad, y los
derechos a la propiedad y a la búsqueda de la felicidad. Esto se basa en los tres derechos
naturales de John Locke: vida, libertad y propiedad privada.
2. El gobierno y, por tanto, la autoridad política deben resultar del consentimiento de las
personas libres, debiendo regular la vida pública sin interferir en la esfera privada de los
ciudadanos.
3. El Estado de derecho obliga a gobernantes y gobernados a respetar las reglas,
impidiendo el ejercicio arbitrario del poder.

El liberalismo fue un movimiento de amplia proyección (económica, política y


filosófica) que defendía como idea esencial el desarrollo de la libertad personal
individual como forma de conseguir el progreso de la sociedad.

Aboga principalmente por:[cita requerida]


 El desarrollo de los derechos individuales y, a partir de estos, el progreso de
la sociedad.
 El establecimiento de un Estado de derecho, donde todas las personas sean iguales ante
la ley (igualdad formal), sin privilegios ni distinciones, en acatamiento de un mismo
marco mínimo de leyes que resguarden las libertades y el bienestar de las personas.
El liberalismo está inspirado en parte en la organización de un Estado de
derecho con poderes limitados —que idealmente tendría que reducir las funciones
del gobierno a seguridad, justicia y obras públicas— y sometido a
una constitución, lo que permitió el surgimiento de la democracia liberal durante
el siglo XVIII, todavía vigente hoy en muchas naciones actuales, especialmente
en las de Occidente.
El liberalismo europeo del siglo XX ha hecho mucho hincapié en la libertad
económica, abogando por la reducción de las regulaciones económicas públicas
y la no intervención del Estado en la economía. Este aspecto del liberalismo ya
estuvo presente en algunas corrientes liberales del siglo XIX opuestas al
absolutismo y abogó por el fomento de la economía de mercado y el ascenso
progresivo del capitalismo. Durante la segunda mitad del siglo XX, la mayor
parte de las corrientes liberales europeas estuvieron asociadas a la comúnmente
conocida como derecha política.
Debe tenerse en cuenta que el liberalismo es diverso y existen diferentes
corrientes dentro de los movimientos políticos que se autocalifican como
"liberales"

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