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Dícese que vigilado por sus enemigos nuestro príncipe llegó a Dueñas,
disfrazado de arriero, pudiendo, así, reunirse con su consorte.
A los veintisiete años heredaba la corona de Aragón por muerte de Juan II,
estando ya Isabel al frente de la Castilla, desde 1474. “...correspondió
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Con verdad pudo en su hora afirmar Gracián que, el mayor rey del mundo,
había sido “el rey Católico Don Fernando, nacido en Aragón”. Cuando Felipe II
pasaba frente al retrato de su bisabuelo —cuenta el citado apologista—,
haciéndole una cortés reverencia exclamaba: “a éste le debemos todo”.
El testamento de Isabel
“Cuando nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las Islas y
Tierra Firme del Mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal
intención fue al tiempo que lo suplicamos al Papa Alejandro VI (hace referencia a
la famosa bula pontificia), de buena memoria, que nos hizo la dicha concesión, de
procurar inducir y traer los pueblos de ellas, y los convertir a nuestra Santa Fe
Católica, y enviar a las dichas Islas , y Tierra Firme, prelados y religiosos, clérigos
y otras personas devotas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos y
moradores de ellas a la Fe Católica, y los doctrinar y enseñar buenas costumbres,
según más largamente en las letras de dicha concesión se contiene. Suplico al
Rey, mi Señor, muy afectuosamente, y encargo y mando a la princesa (doña
Juana) mi hija, y al príncipe (Felipe) su marido, que así lo hagan y cumplan, y
que éste sea su principal fin, y que en ello pongan mucha diligencia, y no
consientan ni den lugar a que los indios vecinos y moradores de las dichas Islas y
Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravio algunos en sus personas y
bienes; más manden que sea bien y justamente tratados, y si algún agravio han
recibido, lo remedien, y provean de manera que no exceda cosa alguna, lo que
por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es inyungido y mandado”.
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El Renacimiento
España sufre como toda Europa, en los siglos XVI y XVI, una conmoción
que tiene un nombre en la historia: el Renacimiento. Estas dos centurias son
trascendentales para el destino de occidente.
El Estado de los Reyes Católicos debe tomar posición ante los nuevos
hechos y las nuevas tendencias ideológicas; y lo hace, por supuesto, con esa
rotundidad y esa fidelidad que siempre caracterizó sus desplantes afirmativos.
Las ideas “de moda”, importadas sin tener en cuenta sus efectos —todo es
cuestión de dosis en las revoluciones—, precipitaron la decadencia. Porque la
política borbónica se destaca por su infidelidad a las tradiciones del reino; por
sus tendencias radicalmente renacentistas y modernizantes, sin tino ni
prudencia.
Pero antes es preciso que les hable, muy al pasar, del Renacimiento y su
secuela.
La Contrarreforma
¡Intolerancia a la española!
Austrias y Borbones
Por lo demás, en el siglo XVI toda España era creyente; así los reyes, los
prelados y los soldados —al decir de Maeztu— parecían misioneros trabajando
por la misma causa nacional, y a la vez universal del Catolicismo que había hecho
la substancia del pueblo.
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Tal estado de florecimiento sufrió un descenso con los tres últimos reyes de
la casa de Austria. La virtud y el entusiasmo se aflojaron. Y España fue
perdiendo, poco a poco, su inmenso imperio por culpa de esa ley histórica que
hace hasta necesarias las decadencias. Carlos V había hecho, el 14 de Septiembre
de 1519, este solemne juramento que sintetiza con claridad la política de los de su
casa: “Empeñamos nuestra real palabra, por nosotros mismos y los reyes
nuestros sucesores, de que sus ciudades y establecimientos jamás serán
enajenados ni separados, en todo ni en parte, bajo pretexto alguno, y en favor de
quien quiera que sea. Y en el caso de que nosotros y nuestros sucesores,
hiciésemos algunos dones o enajenaciones en estos lugares, esas disposiciones
serán consideradas como nulas y no celebradas”. Los Borbones, con Felipe V,
harán literalmente lo contrario. Ellos desgarraron a España con entregas y
cesiones territoriales, imponiendo el “despotismo ilustrado” en las leyes y
costumbres, conforme a la consabida frase de Luis XIV: “el Estado soy yo”.
“El rey, para los españoles clásicos, era la fuente del honor y de la autoridad
como encarnación del Estado; pero el primer servidor de la república, el primer
esclavo del deber, como ministro de Dios —ha podido escribir Salvador
Madariaga—. 6 De aquí el matiz que distingue a la monarquía española, en la cual
limitan la libertad real toda suerte de escrúpulos, de la monarquía francesa cuyo
último criterio es “Car tel est nostre bon plaisir”. Cuando llega a España la
dinastía de Borbón, el absolutismo religioso de la monarquía absorbe una fuerte
dosis de despotismo francés. Carlos III, con todas sus excelentes intenciones,
gobernó más despóticamente que Carlos V ó Felipe II. Hay en los reyes
borbónicos más de amo personal, menos de institución simbólica que en los
Austria. Síguese de aquí que el absolutismo de los Borbones estaba en el fondo
menos en armonía que el régimen de los Austria con las tendencias innatas del
pueblo español”. Y en el mismo sentido anota Louis Bertrand: 7 “Bajo la
influencia extranjera, y en particular francesa, perdió el alma española su unidad
moral y aún su unidad intelectual, que en el reino del arte y en el del
pensamiento habían creado obras sin par. Ideas exóticas la combaten, ideas que
serán el fermento de las próximas revoluciones que conmovieron durante todo el
siglo XIX y los tiempos actuales a la Península Ibérica.”
El Río de la Plata
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Hay que leer las páginas de Ulrico Schmidel, a pesar de las exageraciones
que contienen —por lo demás, tan pintorescas—, para ver lo que sufrieron por su
rey y por su Dios aquellos héroes legendarios de carne y hueso. No obstante,
pudieron ellos lograr un punto de avanzada que serviría para comunicar más
tarde el Atlántico con Asunción. Tal fue el fin concreto de Buenos Aires, no bien
desvanecidas las fantásticas leyendas del metal y del oro. “Que abriéramos
puertas a la tierra y no estuviéramos encerrados”, según la muy gráfica y política
expresión de Juan de Garay, su repoblador definitivo desde Santa Fe.
La flamante ciudad del Santo de Tours fue una avanzada, una cabecera de
puente militar. Desolado cuartel, carecía entonces de todo interés comercial.
Solamente quedó, después de la segunda fundación, como punta de lanza en
aquellas fronteras seculares —reforzada por Montevideo, en 1726— donde se
plantearían, a partir de 1640 (fecha de la definitiva segregación portuguesa), los
grandes conflictos por la posesión de territorios que más tarde correspondieron
al Virreinato del Río de la Plata. Y es que: “la ciudad americana nació de la
espada, fue un fortín, un recurso militar —ha escrito Juan B. Terán 8 —. La creó
el decreto de un capitán, no la urdió lentamente el afán prolijo, ni nació de la
pareja humana, ni la germinó el campo cultivado... Pudiera quizá compararse la
ciudad americana con la que fundaron los cruzados en el Oriente en el siglo XI,
fruto también de una empresa bélica”.
Por lo demás, en los virreinatos del Norte, más ricos, España pudo
implantar con mucha mayor facilidad que aquí su civilización casi intacta y
trasladar a las ciudades opulentas sus familias, usos y costumbres europeas. Cosa
que resultó imposible en nuestros desiertos hostiles que quedaron como frontera.
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La misión espiritual
Durante el año 1537 el Papa Pablo III reconoció, a pedido de Fray Julián
Garcés, Obispo de Tlaxcala, la racionalidad del indio. ¡Trascendental declaración
pontificia!
Empero, a veces dichas leyes se cumplían mal por varias razones. Casi
siempre debido a la distancia, sea por falta de medios de transporte o de
vigilancia. Mas los criollos, dándose ya cuenta de su dignidad personal gracias a
la enseñanza de los misioneros —principalmente jesuitas—, reaccionaban
abiertamente. De ahí que frente a los abusos, se levantaron voces de protesta
para rebelarse contra la incuria y el incumplimiento de aquellas órdenes reales.
Entre todas estas voces, destacóse la de un dominico admirable: Fray Bartolomé
de las Casas.
“La ternura de Fray Bartolomé para con los esclavos de América —añade
Terán— no era una fluencia sentimental, una abundancia de amor para con el
hermano indio. Era la aplicación de un concepto teológico, la lealtad con el
dogma cristiano, explicado por los textos sagrados”.
Entre tanto, las Casas conseguía la reforma de las leyes sobre encomiendas
en el año 1542. Aquella preceptuaba lo siguiente: “1) Que por ninguna causa de
guerra, rebelión o rescate, ni por otra de cualquier género, se puede hacer esclavo
a indio alguno, pues todos son vasallos de la Corona Real de Castilla. 2) Que
ninguna persona se sirva de los indios por vía de naboría, ni de otro modo
alguno, contra su voluntad. 3) Que ningún virrey, audiencia o persona alguna
pueda encomendar indios por ninguna vía ni en ninguna manera, sino que en
muriendo la persona que tuviere los indios, éstos sean puestos en la Corona Real.
4) Que hecha relación de los servicios del difunto y de la calidad de los indios,
éstos sean bien tratados y doctrinados mientras se provee a la sustentación de la
mujer e hijos del encomendero, a quienes se dará entretanto una pensión de lo
que tributen los repartimientos excesivos, limitándolos a una honesta y
moderada cantidad. 6) Que todo el que tenga indios sin título, sea desposeído
inmediatamente. 7) Que los indios no sean cargados, y que cuando esto pareciere
inexcusable, la carga sea moderada. 8) Que los virreyes, gobernadores, tenientes
de gobernador, oficiales reales, prelados, monasterios de religiosos, cofradías,
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Los Jesuitas
Los jesuitas, sin embargo, realizaron al margen de toda violencia, una obra
formidable de pacificación y auténtico arraigo del nativo a la cultura en sus
reducciones del Paraguay y Río de la Plata. Nosotros les debemos el ser, si hemos
de hablar el lenguaje ecuménico de la civilización. Y también, el sentido superior
de la nacionalidad y del patriotismo vernáculos.
Los principales ejércitos con que contaba el Rey en Buenos Aires —ya que
no había tropas de ocupación aquí— fueron los ofrecidos por los Padres Jesuitas.
Voy a darles la prueba que está, por otra parte, documentada. Quien la exhibe es
un historiador de la Compañía: el Padre Guillermo Furlong. En un opúsculo suyo
titulado “Los Jesuitas y la Cultura Rioplatense”, anota al referirse a la defensa
militar en estas latitudes: “... la situación de las Doctrinas era tal, que el sólo
defender los Indios sus tierras y moradas, hacían a la Corona de España, y a las
naciones que de sus posesiones se han formado, un servicio positivo y de gran
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Debo aclarar que los Padres ocupaban una vastísima área geográfica,
comprendiendo, en gran parte, las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos,
Corrientes, Córdoba, Santa Fe, el Paraguay propiamente dicho, el Chaco y
Misiones (cuya lonja oriental colonizada por España, hoy día pertenece al Brasil).
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