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CAPÍTULO 8

EL SIGLO XVI. LA HEGEMONÍA HISPÁNICA

"Como decía el historiador suizo W. Naef, 'todos los grandes problemas de la historia europea estaban
ya planteados al comenzar el siglo XVI, y hasta ahora, añadía, ninguno ha sido resuelto'"1.

Los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II.

La ruptura de la unidad política de la Cristiandad urbana -crisis del Imperio y de la Iglesia—,


estructurada sobre la concepción agustiniana de la Ciudad de Dios y sus consecuentes valores cristianos,
favoreció la lucha entre las monarquías "modernas" por ocupar el vacío de poder. Este enfrentamiento
condujo a la hegemonía española en el siglo XVI, la francesa en el XVII-XVIII y la inglesa en el XIX.

Con referencia a la primera de ellas cabe destacar que fueron Isabel I de Castilla y Fernando V de Aragón
—luego honrados como los Reyes Católicos— quienes ocuparon la ciudad de Granada, el último reducto
musulmán en la península —y en Europa occidental—, como también fomentaron el descubrimiento del
Nuevo Mundo: América. Asimismo, fueron verdaderamente los forjadores del primer estado moderno
—en su verdadera acepción técnica— al lograr la sujeción de la nobleza, el clero y la burguesía
incipiente2, como la consolidación jurídica, a la vez que acentuaban su unidad con la expulsión de judíos
y musulmanes.

Uno de los pilares fundamentales de la hegemonía española radicó en sus poderosas tropas, los célebres
tercios españoles al mando de Gonzalo de Córdoba, el Gran Capitán, que luego recorrieron victoriosos
gran parte de Europa.

"El fin fue logrado, cuando los reinos de Castilla y Aragón, unidos bajo Fernando e Isabel con-quistaron
Granada, último baluarte islámico, en 1492. El mandato misional que el hecho suponía no tomó
inadvertida a la Iglesia de España"3. Durante su reinado, una vez terminada la cruzada contra los moros,
la península unificada inició otra cruzada, a través de los mares, lanzándose al descubrimiento,
colonización y cristianización de un Nuevo Mundo.

En 1520 ascendió al trono de Castilla y Aragón su nieto Carlos I, quien al ser elegido emperador (como
Carlos V), logró regir unos territorios tan extensos que "en sus dominios no se ponía el sol". Durante su
complejo reinado debió enfrentar el surgimiento del luteranismo, la competencia de Francisco I de
Francia y la amenaza de los turcos, mientras acrecentaba y consolidaba la conquista de las tierras
americanas, obteniendo muchas riquezas, en oro y plata, que fueron utilizadas en defensa de esa unidad
política y religiosa.

Carlos V fue el último monarca que defendió la idea neo-agustiniana de un Imperio cristiano (ver
documento 1). Poco antes de morir logró asegurar la Corona hispana para su hijo Felipe II y hacer elegir
emperador -con sede en Viena- a su hermano Fernando, aceptando así la división de los dominios de los
Habsburgo.

Felipe II fue un tenaz defensor de la Iglesia y de la unidad española; encamó los valores hispánicos de su
época: religioso, austero, laborioso; fue considerado el primer burócrata de la historia moderna por su
esmerada dedicación a las tareas de gobierno, ya que fue un incansable e introvertido hombre de
gabinete -el primero que ejerció el oficio de rey-que trabajaba en la soledad física y espiritual, pero que
conquistaba con su sonrisa o atemorizaba con su sola mirada. Durante su reinado se rebelaron siete
provincias de los Países Bajos al mando del estatuder Guillermo de Orange, que -al independizarse-
conformaron Las Provincias Unidas y la actual Holanda, con capital en Ámsterdam. Asimismo, incorporó
el reino de Portugal y, con la victoria en Lepanto en 1571, alejó el peligro turco (ad portas) del
Mediterráneo, como luego lo hará el rey polaco Jan Sobieski en 1683 en las puertas de Viena.

Su intervención en la política inglesa incrementó la continua agresión de los corsarios ingleses (como el
célebre Drake), que alentados por su reina (Isabel 1), atacaban a los opulentos galeones españoles,
impidiendo el monopolio ibérico en las Indias. El monarca intentó contenerlos con la "Armada
invencible", pero al ser destruida ésta, Inglaterra pasó a ser -como veremos- "la reina de los mares". Los
Reyes Católicos habían favorecido un renacimiento cultural -afín con sus ideas político-religiosas- que, a
diferencia del itálico, fue conducido por la Iglesia mediante la enérgica mano del cardenal Jiménez de
Cisneros, preparando el desarrollo literario del llamado "siglo de oro" y paralelamente el filosófico-
teológico de la nueva escolástica. Sus frutos se percibieron con claridad en el Concilio de Trento. A su
vez Cisneros participó activamente en la fundación de la Universidad de Alcalá de Henares y dirigió la
primera traducción de la Biblia al castellano.

En ese siglo -también conocido como Barroco- Nebrija publicó su Gramática en lengua castellana, el
marqués de Santillana escribió las serranillas y Jorge Manrique sus conocidas coplas. Igual-mente se
distinguieron escritores como fray Luis de León (La perfecta casada y De los nombres de Cristo), san Juan
de la Cruz (Subida al monte Carmelo y La noche oscura del alma), Teresa de Cepeda y Ahumada o de
Jesús (Las moradas o el Soneto a Cristo crucificado) (ver documento 2), Garcilaso de la Vega (Sonetos),
Miguel de Cervantes Saavedra (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha), Lope de Vega
(Fuenteovejuna, El mejor alcalde el Rey, Peribañez y el comendador de Ocaña y otras Comedias), Pedro
Calderón de la Barca (El alcalde de Zalamea La dama duende y especialmente sus autos sacramentales),
Francisco de Quevedo (Historia de la vida del Buscón llamado Don Pablos), Tirso de Molina (El burlador
de Sevilla) y pintores de la talla de Diego Rodríguez y Velázquez (Las Meninas, La rendición de Breda); el
Greco (El entierro del conde de Orgaz), Diego Bartolomé Murillo (las diferentes Purísimas), Francisco de
Zurbarán, José de Ribera y en los Países Bajos Harmenszon van Ryn llamado Rembrandt (Autorretratos,
La lección de anatomía, Ronda nocturna) Pieter Rubens, autor de más de mil cuadors donde destacan
voluptuosas ("barrocas") mujeres y Anton Van Dyck, entre los más renombrados.

No podemos dejar de mencionar el desarrollo arquitectónico que acompañó esta renovación y del cual
el monasterio de San Lorenzo de El Escorial fue todo un símbolo. Casi simultáneamente Felipe II
convirtió -en 1561- a la ciudad de Madrid en la capital de su reino.

Paralelamente, en el ámbito universitario tuvo lugar un "renacimiento" de los estudios escolásticos,


motivado por las nuevas problemáticas temporales (ruptura de la Cristiandad, descubrimiento del
Nuevo Mundo). Entre los múltiples maestros sobresalieron los frailes dominicos Francisco de Vitoria y
Domingo de Soto y los jesuitas Francisco Suárez. Pedro de Ribadaneyra y Juan de Mariana. Este
movimiento produjo la edición de una gran cantidad de obras, no sólo de literatura y teología sino,
fundamentalmente, de espiritualidad (ascética y mística), que anticipan la "renovación" producida en el
Barroco y que, en la línea de santa Teresa y San Juan de la Cruz condujeron a la clásica Imitación de
Cristo de Tomás de Kempis (ver documento 4) y a los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, cuya
actualidad se conserva.

El milanés Pedro Mártir de Anglería repetiría más tarde: "No se habla aquí de otra cosa sino de hacer la
guerra a los enemigos de la Fe. de restablecer la justicia, quitar los estorbos a la católica religión,
extirpar los vicios y fomentar las virtudes. Son cosas superiores a lo humano las que aquí se piensan, se
hablan y se emprenden. Todo suena a espíritus celestiales. Yo miro a estos soberanos como un númen
venido de los cielos".

Este "espíritu religioso" ayuda a entender la afirmación que, después del descubrimiento de América,
"toda España fue misionera en el siglo XVI".

La expansión en búsqueda de un mundo nuevo

Hasta la "época de las cruzadas" la Cristiandad vivió prácticamente "encerrada" en los límites del
continente europeo. Para los pensadores medievales "la Tierra era redonda, sin duda; pero conocida en
un solo hemisferio, el de la ecúmene o de la Tierra habitada, y ni siquiera ésta conocida tanto, ni tan
bien, que sus confines no fueran países más o menos fabulosos" a su vez el océano "...a más o menos
distancia de las costas conocidas, ignoto e infranqueable: la línea del Ecuador no podía cruzarse; en el
océano estaba sumergida la Atlántida; había tierras, islas, pobladas de monstruos; había monstruos
marinos... En cuanto a la situación, la Tierra era el centro del mundo natural todo. En tomo de ella,
inmóvil en tal centro, giraban las esferas celestes todas..."8.

Herederos del pensamiento de la Antigüedad sus habitantes pensaban que la ecúmene estaba
conformada por tres continentes: Europa, Asia y África, y "los mapas del mundo no constituían ayudas
para viajar, ni para imaginar la verdadera relación existente entre una masa de tierra y otra, sino
conmemoraciones visuales del designio divino, por lo general con Jerusalén en el centro y el resto de la
creación agrupado a su alrededor".

Esta visión del mundo conocido se fue modificando considerablemente gracias al entusiasmo que
despertaron los viajes, especialmente en las ciudades mediterráneas después de las "Cruzadas", y por la
construcción de nuevos instrumentos técnicos que favorecían la navegación. Uno de los aportes más
importantes fueron los mapas portolani, que describían detalladamente las costas del Mediterráneo y
luego las del Atlántico. Gracias a ellos "en el siglo XIV el continente europeo por primera vez aparece
descrito en una imagen harto parecida a la verdadera y, por primera vez los límites de la Cristiandad se
marcan en un mapa". De no menor importancia fue la construcción de la brújula que ahora permitía
"orientarse", no ya solamente hacia el Oriente, el lugar por donde sale el sol.

Siguiendo el modelo y el apoyo económico y técnico de Génova y Venecia, fueron los portugueses —y
luego los castellanos— quienes se lanzaron a la "conquista del océano Atlántico". Ello se hizo posible
gracias a la construcción —en la segunda mitad del siglo XV— de un nuevo barco de vela cuadrada (el
buque) —popularizado por la cinematografía sobre piratas y corsarios—, que permitió "la travesía" del
Atlántico y dominó los mares por varios siglos.

Los viajes exploratorios adquirieron gran empuje debido a la labor de un príncipe portugués, Enrique "el
navegante", quien fundó en Sagres una escuela de pilotaje, donde reunió a los navegantes más
conocidos de su tiempo y favoreció la enseñanza teórica y práctica del "arte de navegar". Desde allí
partieron múltiples expediciones destinadas a explorar la costa atlántica del África, probablemente para
buscar una nueva ruta de las especies, ya que la tradicional había sido cerrada al dominar los turcos el
Mediterráneo.

El primer paso significativo fue dado por el navegante Gil Emes quien, en 1434, se atrevió a cruzar, por
primera vez, la llamada "zona perusta" (el cabo Bojador o más precisamente el trópico de Cáncer), que
simbolizaba el fin de la ecúmene en el océano. Al sur —según enseñara Aristóteles— la vida era
imposible en la tierra a causa del calor y en el mar hervía el agua. La leyenda (teoría) había sido
derrotada por la práctica. Sucesivas expediciones permitieron que en medio siglo un portugués, Vasco
da Gama, lograse "doblar" por el Cabo de la Buena Esperanza y llegar a Calicut, en la India (1498).

Pero el verdadero "salto al vacío" lo produjo Cristóbal Colón, quien, con la ayuda de Isabel de Castilla,
tras tres meses de difícil navegación, avistó el "Nuevo Mundo" (el continente americano), creyendo
estar en los reinos del Oriente (¿Cipango?). Es importante comprobar el interés que la noticia provocó
en Europa. Como afirma un autor, "Colón, buscando un camino para una parte del Viejo Mundo, se topó
con el Nuevo mundo".

Las dificultades del primer viaje cambiaron notablemente en los siguientes. La "armada" del segundo
"partió de Sevilla y Cádiz en el otoño de 1493, con 17 barcos y 1.500 viajeros; jamás se había visto
semejante convoy saliendo al Océano". El camino hacia América estaba expedito: riquezas y
evangelización fueron la mira. Isabel de Castilla señaló claramente los pasos a seguir.

Colón murió sin calibrar la importancia de su descubrimiento; ni siquiera supo que había llega-do a
tierras desconocidas. Fue el florentino Américo Vespuccio —al servicio de los Médicis— quien informó a
la Cristiandad del nuevo continente descubierto, logrando legarle su nombre. El hallazgo de un Nuevo
Mundo trajo aparejada una serie de problemas: las tierras descubiertas —y sus habitantes— no se
encontraban citadas en la Biblia, la discusión sobre los justos títulos y el trato que debía darse a los
indígenas, la propiedad, poblamiento, gobierno, administración y seguridad de los nuevos reinos, el
futuro de éstos... De no menor importancia fueron las interpretaciones.

A medida que la Cristiandad tomaba conciencia de la importancia del Nuevo Mundo, las restantes
Coronas —Inglaterra, Francia— comenzaron a manifestar su interés por obtener posesiones en el
mismo y los Reyes Católicos —según la tradición de la época— acudieron al Papa para legitimar la
ocupación y delimitar los nuevos territorios. La obtuvieron mediante dos documentos: la bula Inter
Caetera y el tratado de Tordesillas. A su vez los teólogos y juristas de la renacida escolástica definieron
los' justos títulos" y sus límites, mientras preservaban la libertad de los nativos.

Los excesos cometidos por los "conquistadores" fueron denunciados ante la Corona por los frailes
dominicos en América—especialmente fray Bartolomé de las Casas—, la humanidad de los indígenas fue
formalmente declarada por el papa Paulo III y la Corona legalizó esta posición y penalizó los abusos".

En cuanto al gobierno y administración del Nuevo Mundo —luego las Indias— éstas pasaron a de-
pender directamente de la Corona de Castilla y su administración fue dirigida primero por el Consejo del
Reino y con su crecimiento y complejidad por el constituido Consejo de Indias, mientras se encomendó a
la Casa de Contratación, fundada en Sevilla en 1503, la atención de los asuntos comerciales. El sistema
consistió en un comercio monopólico y un prolijo control fiscal y administrativo.

Las Indias proporcionaron grandes riquezas a Carlos V" y fueron empleadas en gran parte en las "guerras
de religión" contra Francisco 1 y los protestantes. Como era obvio, estas nuevas riquezas provocaron la
envidia de las restantes monarquías, que intentaron de diferentes maneras obtener parte de ellas,
generando una "verdadera carrera por la conquista del Nuevo mundo". El intercambio comercial con las
Indias fue fundamental para Castilla y requirió una planificada organización mediante un sistema bi-
anual de convoyes o flotas que unía el sur de la península ibérica con Nueva España —incluso con las
islas Filipinas. Estas expediciones fueron objeto de permanentes asaltos de piratas, implícitamente
apoyados por la Corona inglesa.

Como señaláramos precedentemente, Inglaterra —en plena lucha político-religiosa con España16—
descubrió la importancia del Nuevo Mundo y trasladó su enfrentamiento al nuevo continente. Para ello
se vio favorecida con la derrota de la "Armada Invencible" (1588), que demostró precisamente que los
españoles no eran invencibles. Así como Tomás Moro parece haber sido el primero en afirmar que "el
futuro de Inglaterra estaba en el dominio del mar y debía aprovecharse de ello", algo más tarde, "en
1577, un amigo de Ralegh, John Dee, al que corresponde, al parecer, la paternidad de la expresión 'el
Imperio británico', había propugnado la creación de una potente marina real que mantuviera el orden
en los mares contra los piratas, protegiendo así el comercio y la pesca"I7. "Ralegh había captado ante
todo la importancia comercial de la potencia marítima: 'Aquel que domina el mar domina el comercio',
proclamaba; 'el que domina el comercio del mundo domina las riquezas del mundo y, por consiguiente,
el propio mundo. Inglaterra comenzaba a bosquejar su imperio decimonónico.

Por otra parte, América aportó no sólo dinero, sino también una variada gama de alimentos, que
solucionaron muchas hambrunas en el Viejo Mundo y modificaron lentamente las costumbres
alimenticias de los europeos. "La patata, el tabaco, el cacao, la yuca, el maíz, el azúcar, el cacahuete, los
frutos tropicales, el tomate, el pavo, etc. solventaron múltiples problemas. La patata solucionará las
trágicas hambres medievales; el maíz servirá para alimentar el ganado —sólo en algunas regiones
europeas formó parte de la dieta humana—, el cacao (chocolate) y el cigarro introducirán notables
cambios en las relaciones sociales al dar vida a nuevos establecimientos para el consumo o al aparecer
en las grandes reuniones sociales como un elemento más. El azúcar, ya conocida, claro, pero que ahora
se producirá en mayor cantidad, gracias a los campos e industrias antillanas y brasileñas, pondrá en
marcha notables industrias de licores y confituras que, con la pastelería, estuvieron más al alcance de las
gentes humildes. El mismo bacalao, pescado ya desde antaño por los marinos del Cantábrico, sustituyó
más que nunca el arenque, muy usado en los ayunos. Y en el terreno medicinal, la coca, la quina, el
bálsamo del Perú (de Guatemala), el bálsamo de Tolú, la zarzaparrilla, el guayacán, la chilca, las resinas y
los venenos, revolucionarán la terapéutica del Viejo Mundo".

A su vez, la lucha religiosa del "anglicanismo" y la intervención de Felipe II generaron una campaña de
"mala prensa internacional" que convirtió a la España "papista" en la culpable de todos los males ("la
leyenda negra"); y por ende, era lícito detener su desarrollo comercial —aun por la fuerza— mientras
que, paralelamente, la Corona inglesa alentaba la expansión de sus súbditos (comerciantes) a los
territorios del norte americano, donde, por otra parte, "se podría encontrar un lugar seguro, si en este
reino se produjeran un cambio de religión o guerras civiles". Los pastores purita-nos ingleses tampoco
renegaban del sentido evangelizador de la conquista de las nuevas tierras afirmando que "Dios ha
reservado" las mismas —y sus nativos— "para que la nación inglesa las convierta a la civilización
cristiana".

Por otra parte esta colonización en el norte de América "no sólo eliminaría el excedente demográfico,
sino que además proporcionaría materias primas para las industrias nacionales, sentando la base de una
solución a más largo plazo. El objeto de la política económica debía ser el de convertir a Inglaterra en
productora autosuficiente, en exportadora de bienes manufacturados acabados. Norteamérica
proporcionaría tintes para la industria textil, los pertrechos navales que hasta entonces proveían los
puertos del Báltico y madera para aliviar la escasez de combustibles de Inglaterra. La conversión de los
indios 'a la civilización, tanto en costumbres como en indumentaria' abriría un nuevo mercado". En este
contexto se fueron conformando, lentamente, las Trece Colonias.

Pero la diferencia de los métodos de colonización ha sido reconocida aún por historiadores
anglosajones. "La primera oleada hispano-portuguesa trató de expresar la civilización occidental en su
totalidad, incluso la religión propia que encontró la resistencia de todos los pueblos no occidentales que
estaban en condiciones de oponerse a él. En consecuencia, la segunda oleada de europeos occidentales
(holandeses, franceses e ingleses) (...) exportó sólo una versión expurgada de la civilización de Europa
occidental, de suerte que tanto las autoridades públicas como los comerciantes privados ingleses y
holandeses desaprobaban las actividades misioneras. El principal elemento de esta civilización
occidental expurgada que comenzó a invadir la oeikumené en el siglo XVII no fue la religión, fue la
técnica y principalmente la técnica de hacer la guerra".

Paralelamente con la "conquista" del Atlántico el centro económico del capitalismo floreciente se
trasladó de las ciudades mediterráneas —como Venecia o Florencia— a Sevilla y a Lisboa, para anclar,
finalmente, en Ámsterdam y en Londres".

La tarea de los europeos en América —matizando las diferencias de estilo y fundamento de es-pañoles,
portugueses, franceses e ingleses— fue increíble y sus frutos están a la vista. Baste señalar que en
cuatro siglos se fundaron más de dos mil quinientas ciudades, mientras se trasladaban ideas, creencias,
técnicas y costumbres. El nuevo continente se convirtió en "un pedazo de Europa en América". En una
época en que está de moda defenestrar la tarea europea en nuestra continente resulta importante
subrayar que —más allá de los gustos de moda— "...Europa se desparrama por el mundo, y lleva a él
muchas veces su dominio, pero también su cultura, su religión, sus lenguas, su economía, su sistema
métrico, su alfabeto y su concepto del Estado"26.

Es interesante observar que —como señala un autor— "en el curso de una sola generación —entre 1486
y 1536— el mundo fue repentinamente transformado por una serie de viajes y descubrimientos: la
circunnavegación de África, el descubrimiento de la India y el Cercano Oriente para el comercio
occidental, la circunnavegación del mundo y la conquista de Méjico y Perú" que —al abrir las rutas
atlánticas— ampliaron enormemente la ecúmene. A su vez el Mediterráneo "dejó de ser el único camino
hacia el Este y se convirtió en una ruta secundaria, casi un callejón sin salida". Como escribió Fernán
Pérez de Oliva en 1523: "España, que estaba en un cabo del mundo, ha venido a figurar en el centro de
él", mientras el Atlántico era "en cierto sentido el Mediterráneo de la Edad Moderna...". Había cambiado
el mundo y muy pronto también cambiaría la visión del mismo.

Por su parte el concepto de Cristiandad (Christianitas o más comúnmente república Cristiana» ) dejó de
responder estrictamente a la realidad geopolítica ni religiosa y comenzó a ser reemplazado por los
términos "Europa" y "Occidente", entendido este último como "Europa más América"".

La reforma católica
Los historiadores de la Iglesia coinciden que hacia el siglo XV -antes del surgimiento del protestantismo-
"Roma gozaba de la peor fama por el lujo de los cardenales, por la ociosidad de infinitos clérigos de todo
el mundo que iban a la caza de prebendas..."32, características comunes a toda la península itálica,
donde "las cortes principescas eran muchas, y ya se sabe que la corte suele ser foco de inmoralidad por
la población flotante que a ella acude, por el ocio y adulación de los cortesanos, por la riqueza, por el
lujo, por las fiestas"33. Por todo ello -y otras razones que ya señaláramos- resultaba evidente que la
Iglesia necesitaba una profunda reforma interna, y la difusión del protestantismo aceleró este proceso,
que se había iniciado con bastante anterioridad. Se le conoce como Reforma Católica o
Contrarreforma".

La Cristiandad se agitaba por un "deseo de reforma", un sentimiento; un anhelo, más aún un "verdadero
clamor"; la población, "a pesar de todo, tenía una abundante piedad popular, y pedía a gritos una
orientación renovada de su fe y religiosidad".

El centro de este movimiento reformista, como resultaba obvio, fue Roma -donde se venía in-cubando
desde hacía varios siglos- pero según un prestigioso especialista fue "la catástrofe del saqueo de
Roma36, que casi universalmente fue mirado como castigo de la Roma del Renacimiento, la que inició
una conversión interna"37. Pero casi paralelamente -y con mayor vehemencia- se manifestó en la
península ibérica, donde los humanistas -ante el peligro protestante- pusieron su pluma al servicio de la
Iglesia. Allí tuvo lugar -como vimos- la actividad del cardenal Cisneros y el renacimiento de la escolástica.

La "reforma católica" comenzó desde abajo con la renovación y surgimiento de órdenes religiosas
acostumbradas a vivir "en el mundo" y convivir con él para evangelizarlo, como los teatinos o las
ursulinas. Era a todas luces evidente que se necesitaba una nueva forma de apostolado, para una
religiosidad más popular y sacramental", vivida en la oración y los sacramentos de la penitencia y la
eucaristía. Esta nueva expresión religiosa se conoció como devotio moderna y su ejemplo más acabado
fue el todavía actual libro Imitación de Cristo de Tomás de Kempis.

Estos nuevos religiosos, durante horas, "predicaban la penitencia y la reforma de las costumbres,
tronaban contra el pecado, amenazando con el castigo de Dios y anunciando catástrofes con palabras de
los profetas y del Apocalipsis; condenaban la usura y recomendaban la limosna, exaltaban la caridad y el
amor al prójimo, exhortaban a la reconciliación de los enemigos; peroraban viva-mente sobre las cuatro
postrimerías del hombre, exponían los misterios de la vida de Nuestro Señor y de la Virgen,
enterneciéndose y haciendo llorar al auditorio, cuando trataban de la pasión y muerte del Redentot39. A
su vez todos ellos asumieron como propio el socorro a los pobres y la asistencia a los enfermos, dando
origen a los hospitales modernos.

El agravamiento de la ruptura religiosa y la presión del emperador Carlos V motivó que el papa Paulo III
convocara en 1537 un concilio en Trento, para tratar la reconciliación con los protestantes. Allí
cumplieron un destacado papel los teólogos españoles, como también los defensores de la nueva
devoción itálica.

El concilio (1545/63) sufrió muchísimas vicisitudes pero logró su objetivo al precisar los dogmas que
habían sido cuestionados por los protestantes, fijando el credo católico y, fundamentalmente, ante la
prédica sobre la "justificación por la sola fe" y "la predestinación" rescató la libertad del hombre (libre
albedrío) (ver documento 12) y también adoptó una serie de medidas para reformar las costumbres
corrompidas (ver documento /3); se crearon los seminarios para educar al clero, se reglamentó la vida
eclesiástica y el gobierno de la Iglesia, se fundó la Universidad Gregoriana, se publicó la Vulgata (edición
"oficial" de las Sagradas Escrituras, aprobada por la Iglesia) y se dispuso redactar un catecismo (conocido
como de Pío V) que compendiaba la doctrina católica para uniformar la enseñanza de los párrocos; pero
no se logró la reincorporación de los protestantes. Finalmente, por acción del papa Gregorio XIII fue
modificado el calendario (1582), reemplazando el llamado "juliano" por el "gregoriano", que todavía
rige.

La tarea reformadora más importante fue encarada por la Compañía de Jesús, nueva orden religiosa
fundada por Ignacio de Loyola y apodada los ejércitos del Papa" (ver documento 14). El fundador
también redactó unos Ejercicios espirituales, que aún siguen siendo un "modelo de contemplación y
acción en el mundo". "Los jesuitas se pusieron a adaptar los nuevos métodos de la educación
humanística a los ideales cristianos, y sus colegios, establecidos por todo el mundo católico desde el
Perú a Rusia, fueron los órganos de un tipo común de cultura humanística...Al mismo tiempo, la obra de
los jesuitas como directores de conciencia y consejeros espirituales, llevó la influencia de la restauración
católica a operar en las cortes y en los gabinetes, que eran los puntos clave de influencia social y hasta
entonces habían sido el centro de los movimientos desintegradores que habían minado la unidad del
cristianismo’’. Igualmente expandieron su obra hacia las lejanas tierras "descubiertas"; tal el caso de
Francisco Javier en el Japón y muchos jesuitas en América, que cumplieron una importante labor entre
los nativos. Así lo muestran, por ejemplo, las misiones guaraníes.

De no menor significación fue el papel de los predicadores, tanto jesuitas como pastores protestantes,
quienes desde el púlpito -y en cl caso de los católicos también del confesionario- orientaban la vida
cotidiana de los cristianos. "Lo que acrecía enormemente su importancia era el hecho de ser la única
tribuna desde la que se hablaba realmente en público a los miembros de todos los estratos sociales con
frecuencia suficiente y de manera pormenorizada. Por supuesto, el predicador elaboraba su discurso
según el patrón de la doctrina religiosa y de las exigencias éticas del cristianismo. pero también se
preocupaba de no olvidar en él ninguna cuestión de actualidad, erigiéndose así en principal artífice de la
opinión’’.

Por otra parte la piedad popular fortaleció el culto a la Virgen María, fundamentalmente a través del
rezo del rosario establecido por el papa Pío V con motivo de la victoria sobre los turcos en la batalla
naval de Lepanto (7 de octubre de 1571) y la creencia en la Inmaculada Concepción.

La importancia de Trento se valora cuando comprobamos que "a partir de las prescripciones del
Concilio, favorecidas y combatidas por los gobiernos, el catolicismo renovado progresó y reconquistó
almas... Sociedades enteras se empapan de la atmósfera de la religión y, fundamentalmente, son
religiosas sus estructuras mentales. El clero interviene desde el nacimiento hasta la muerte en todas las
etapas de la existencia. No hay otro estado civil que el de la Iglesia. Bautismos, matrimonios, decesos,
todo es registrado por el cura (...) El trabajo, regulado por la luz del día y, en la campiña, por el juego de
las estaciones, también lo es por las fases del año litúrgico. Los domingos no se trabaja, lo mismo que en
muchas fiestas de santos. Las carnicerías cierran durante la cuaresma. Las diversiones populares
acompañan el júbilo de la Iglesia. Ella es quien da a determinados días su as-pecto festivo, como a otros
su carácter de penitencia. Se celebra la Navidad para recordar el nacimiento del Salvador, Pascua por el
día de la Resurrección, las fiestas de la Virgen para evocar sus favores insignes y anunciar la venida de
Cristo. Cada país, cada ciudad, honra un santo protector, cuyo nombre se repite en las familias de una
generación a otra (...) La Contrarreforma, al multiplicar las imágenes y alentar la apelación a la
intercesión de los santos, orienta hacia la doctrina definida por la Iglesia una inquietud que de otro
modo fácilmente derivaría hacia la magia"«. El "espíritu de Trento" duró hasta avanzado el siglo XX.

El Barroco
Muchos autores sostienen que el siglo XVI produjo un nuevo "estilo", básicamente artístico, al que
denominaron Barroco. Para otros en cambio implicó una manera nueva de entender la vida, una nueva
cosmovisión, identificada con un "espíritu de la Contrarreforma", coincidente con la hegemonía
española y la expansión de la reforma tridentina. Trataremos de rastrear sus manifestaciones más
importantes.

La Corte papal —surgida del "renacimiento"— y modelada al estilo español durante el reinado del
poderoso Felipe II, asumió como propia la reconstrucción magnificente de la ciudad eterna —es-
pecialmente con Sixto V—, a la vez que retomaba un papel "político" en la nueva Europa, actuando de
manera similar a los restantes monarcas. La consecuencia fue la Roma papal, "tal como había de
conservarse hasta nuestro siglo, la muestra más grandiosa de urbanismo que jamás se haya intentado.

La obra del Concilio se extendió sobre la cultura europea —que conocemos como Barroco— influyendo
especialmente sobre las manifestaciones artísticas, encauzando una serie de expresiones que
conllevaban la anarquía disolvente del manierismo. El arte que hoy conocemos como barroco se
caracterizó por un deseo de alcanzar lo superlativo, los espacios donde se mezclan las luces y las
sombras, la espiritualidad y la sensualidad, lo bello y lo feo. "El barroco rompe los frontones, los
superpone, anima las líneas, retuerce las columnas, se complace en el fastuoso orden corintio. Hace
proliferar una vegetación de follajes exuberantes. Suscita alrededor de las cúpulas y de los patios todo
un pueblo de estatuas, de animales fantásticos y de hombres. Hace gesticular a unas figuras grotescas,
cuyas orejas se convienen en cuernos de la abundancia; y en vegetales, sus mejillas y sus mentones. Esta
fantasía, esta imaginación desbordante vuelve a encontrarse en los escritores... se busca todo lo que es
ingenioso, inesperado, excesivo; hasta qué punto se puede triunfar haciendo apreciar los caracteres
exagerados"... En él se "manifiesta el gusto de la libertad, el desdén de las reglas, de la medida, del
recato. Se presenta irracional, contradictorio. El artista no parece saber lo que quiere, o, más
exactamente, quiere el pro y el contra... El artista barroco propende a amar todo lo que es movido,
tumultuoso, artificioso, enfático y, al mismo tiempo, desbordante, lujuriante, proliferante. Pieter Rubens
(1577-1640), admirable maestro del color y del movimiento, fue, sin duda, el más grande de todos los
pintores barrocos".

Una de sus expresiones más importantes tuvo lugar en la música cuando el Papa Pio 1V nombró a
Giovanni Santc "Palestrina" compositor de la Capilla Pontificia, implementando todo un estilo musical
con canto y órgano (las misas del Barroco). "A partir de entonces, la nueva música ilustraría la gloria y la
majestad de la Iglesia"49. Los protestantes, a su vez, influidos en parte por los gustos de Lutero,
desarrollaron una música religiosa más popular, cuyo ejemplo más conocido fue en el siglo siguiente
Juan Sebastián Bach (1685/1750), cuya Pasión según San Mateo sigue siendo considerada por muchos
—con el Mesías de Federico Haendel (1685/1759)— como insuperables en su temática. Casi
paralelamente en la península itálica se creó la ópera, que adquirió rápidamente una gran popularidad,
aunque sus teatros sólo "se pusieron de moda cuando las iglesias dejaron de estarlo..."50. A su vez, la
costumbre de los protestantes de realizar sus ceremonias en simples salones, desalentó las
construcciones de catedrales y favoreció indirectamente que se impusiera un nuevo estilo representado
en la iglesia del Gesú, construida en Roma, en 1568, como sede de los jesuitas. Esta forma fue
continuada por muchos arquitectos, entre los que sobresalió Lorenzo Benini, convocado por el Papa
para acabar la basílica de San Pedro.

Como observa un autor el "nuevo estilo arquitectónico, el Barroco (...) se hizo inmensamente popular y
se propagó desde Roma por toda Italia hasta la Europa central y católica, llegando a Polonia, y, a través
de España y Portugal, hasta el sur y el centro de América. Representó una gran reanimación del arte
religioso popular, y ésta fue, quizá, una de las armas más eficaces de la Reforma católica, ya que
impresionaba, y siguió impresionando, la imaginación de la población católica de Europa de un modo
que ni siquiera podían lograr los sermones de los predicadores de las nuevas órdenes"51.

El Barroco refleja, asimismo, si no un cambio cosmovisional, al menos una modificación considerable de


las costumbres; y quizás el aporte más significativo consistió en la importancia que fue adquiriendo la
"corte" y sus "formas de vida", elocuentemente reflejadas en la literatura y el arte de la época (ver
documento 15). La palabra "cortejar" —vinculada al mundo amoroso— es una clara muestra de esta
influencia en los siglos posteriores, pero los "placeres de la caza, de la mesa y de la cama" tampoco son
ajenos a las costumbres de este periodo.

A su vez, quien observa cuidadosamente la vida en las cortes de los siglos XVI y XVII comprueba
fácilmente "la influencia de la corte barroca sobre la ciudad en casi todos los aspectos de la vida" como
tampoco se le escapa que "frente a la rica vida comunal de la Europa barroca, con su magnificencia
exterior y su pobreza interna, sus palacios y sus monasterios, sus santos y sus mendigos, surgió una
sociedad de piadosos mercaderes y comerciantes y artesanos, que trabajaban duro y parejo y gastaban
poco y se miraban a sí mismos como los elegidos de Dios, y que estaban listos para luchar a muerte
contra cualquier tentativa del rey o el obispo por interferir en su religión o en su negocio". El avance
social del mercader (burgués) —y su concepción de la vida— se imponían lentamente.

Finalmente es importante destacar que el Barroco -especialmente en la península ibérica-, pese a su


origen cortés, supo expandirse -y adaptarse, especialmente en el plano emocional- a los diferentes
estamentos de la sociedad, preferentemente por medio de la música, la pintura y el drama religioso,
que reflejaban la piedad popular y los anhelos esperanzados -aún apocalípticos y temerosos- de la
época. Es interesante observar cómo ante la crisis religiosa -y sus implicancias político-militares y socia-
les- el hombre se manifiesta como un sujeto angustiado, contradictorio e inseguro -y por ello pesimista-,
como los tiempos que le toca vivir, y elaboró una diferente percepción de la vida. Como afirma un
historiador especializado en la época, "...a los escritores barrocos pudiera atribuírseles 'un universo,
grandioso en muchos aspectos, pero casi siempre hostil, dominado por la fatalidad y las fuerzas
ocultas’’.
Esa sociedad "angustiada" que se refugió en los placeres, a su vez "vivió" acrecentando sus miedos. En el
arte y la literatura del Barroco podemos apreciar una exacerbación morbosa del interés por la muerte;
que en algunos casos hoy llamaríamos "macabro".

En síntesis, "el Barroco, la época entre 1610 y 1660, quiso sublimar las tensiones entre el en-sueño y la
realidad natural, entre la cultura nórdica germánica protestante, y la cultura del sur, latina católica".

Podemos señalar que "a fines del Barroco no nos queda más remedio que constatar un agotamiento
muy extendido de las energías eclesiásticas y hasta cristianas en Europa, junto con una posición cada vez
más rígida de los frentes (...) El resultado de todo ello fue el deslizamiento fatigoso hacia el racionalismo
craso y hacia el indiferentismo. Las disputas religiosas condujeron al apartamiento de la religión"'; y toda
Europa asistió al lento y complejo nacimiento de una "mentalidad burguesa".

La guerra de los treinta años


El enfrentamiento bélico -conocido como "guerra de los treinta años" (1618-1648) y que ter-minó
"incendiando toda Europa"- fue la propagación de las guerras de religión locales al ámbito europeo,
agregando a la temática religiosa la lucha por la hegemonía europea. Fue el cardenal francés Richelieu,
excesivamente interesado en terminar con el poder de los Habsburgos, quien la internacionalizó
logrando que Francia obtuviese sus objetivos, ya que la guerra ayudó a destruir eco-nómicamente las
posesiones de los "Austrias", a la vez que terminaba con su poder político.

Como señala el historiador Trevor-Roper, "la guerra de Treinta Años fue una guerra -o más bien un
conjunto de guerras- entre imperialismos rivales: las ambiciones españolas en Europa, las ambiciones
sajonas en Alemania, las ambiciones suecas en el Báltico, y todos los temores y ambiciones secundarias
que éstas excitaban. Fue también, al principio, una guerra de ideologías: la Contrarreforma contra la
Internacional calvinista. Como tal, desbordó las simples fronteras políticas".

La paz -o paces- fue firmada en dos localidades de la Westfalia (1648) y en ellas, fundamental-mente -
además de las cuestiones estatales-, se reconoció la licitud del protestantismo, oficializando las
decisiones de la paz de Augsburgo de 1555 (el lema: cuius regio eius religio). Cabe observar que el Papa
condenó formalmente la citada paz (ver documento 16). Westfalia significó reemplazar la concepción
universal de la Cristiandad por una nueva política (racionalista), basada en el equilibrio de las nuevas
monarquías que implicaba pactos internacionales y alianzas matrimoniales para contener a las
"potencias" hegemónicas. Se estaba construyendo un nuevo derecho de gentes -el derecho
internacional- para reemplazar los epígonos de la "teocracia papal".

El antiguo Imperio Romano de la nación alemana "desapareció" como "idea" y "realidad" -aun-que
siguió habiendo un emperador en Viena"- y "Alemania se fraccionó en centenares de unidades, que
difícilmente podrían llamarse estados", generando un problema geopolítico que no pudo resolverse
hasta el siglo XX. Por otro lado, comenzaron a buscar su lugar nuevas monarquías en el horizonte de
Europa: Suecia, Prusia, Rusia.

De las negociaciones y tratados de Westfalia surgió realmente el sistema político moderno caracterizado
por el nacimiento de los estados de Europa, basado en el nuevo principio de la igualdad fundamental de
los estados soberanos independientes y que significaba el triunfo político de la "cultura nórdica" sobre la
"latina". "Fue decisivo que sustituyese por fin la ratio status, de naturaleza utilitaria, económica, a la
ratio ecclesia, de naturaleza jurídica, como fundamento universal de lo público, a partir de Westfalia, al
obligar Richelieu a los Habsburgo a reconocer universalmente la independencia de la Iglesia protestante
y los derechos de soberanía. Con ello quedó definitivamente debilitado el Imperio y se liquidaron los
restos de la res publica cristiana. Tuvo asimismo la importante consecuencia de consagrar formalmente,
sin perjuicio de la tolerancia, el principio cujas regio ejus religio...".

La guerra "fue una empresa imposible en la que España agotó sus hombres y su erario y sólo ganó las
antipatías de todos los europeos. Singular fue la antipatía de franceses a españoles y, a su vez, de
españoles a franceses. En la paz de Westfalia fracasó definitivamente el proyecto español y triunfó el
proyecto francés'*2 y "destruyó mucho más que la hegemonía española en Europa. Destruyó todo un
sistema, la síntesis de un siglo. El estado de la Contrarreforma, la Internacional calvinista, ambos
decayeron con la lucha, y nunca volvieron a ser los mismos. Lo mismo sucedió con toda una filosofía. La
guerra de Treinta Años contempló el final de una Weltanschauung: de una visión del mundo heredada
de la Edad Media, que los grandes maestros católicos habían elevado a sistema universal, y que, en
realidad ni los luteranos ni los calvinistas, pese a todo su radicalismo ideológico, habían pretendido
refutar"63. Westfalia, en definitiva, al reconocer la libertad de cultos en Europa y establecer la paridad
religiosa entre el catolicismo y los demás credos cristianos, proclamó la ruptura de la Cristiandad. Ello
alteraba el concepto de "armonía" de la Antigüedad llevando a su eclosión las crisis de la conciencia
cristiano-teocrática e imperial, iniciadas dos siglos atrás y modificadas —como veremos— con la
cosmovisión iluminista generada por la maduración de "las nuevas ideas".

Pero "entretanto, la cultura barroca seguía aún viviente y activa en la Europa central. De hecho, las
últimas décadas del siglo XVII y la primera mitad del XVIII fueron la gran época del barroco austríaco.
Ésta fue la época que vio la reconquista de Hungría y Croacia de manos de los turcos, la derrota final de
la expansión musulmana en la Europa oriental y la re-catolización de las tierras danubianas bajo
Leopoldo II y Carlos VI. Fue asimismo la edad de oro del arte barroco alemán, cuando los grandes
monasterios e iglesias de peregrinaje (...) surgían por toda Europa central (...) Sin embargo, esta cultura
fue el producto final de un movimiento europeo que era ya cosa del pasado y no podía sobrevivir a la
pérdida de su trasfondo internacional. En consecuencia, llegó a un abrupto final en la segunda mitad del
siglo XVIII, y Alemania aceptó el Iluminismo de modo tan repentino y completo como dos siglos antes
habían aceptado la Reforma"64; esta vez por "la influencia directa del Iluminismo francés, que obraba a
través de las cortes y los gobernantes, como Federico II de Prusia y José II de Austria".

Pero la Austria barroca de los Habsburgo —tan claramente representada por la emperatriz María
Teresa— pasó a ser gobernada por su hijo José II —"el sacristán mayor del Imperio", como le llamaba el
prusiano Federico II—, más preocupado por "racionalizar la Iglesia" que por gobernar. Las monarquías
absolutas ya han aceptado parte de las "nuevas ideas" que representó el "Despotismo Ilustrado".

La decadencia española
Respecto a la península ibérica, con la muerte de Felipe II subió al trono español Felipe III (1598), con
quien se inició la época de los llamados "Austrias menores". Durante su reinado se acrecentó la
decadencia, tanto económica —producida por la entrada del oro español en la cadena económica
europea- como moral. Los nobles estaban cada vez menos convencidos de los principios que defendían.
Se comenzó a reemplazar el privilegio por el servicio, y la burocracia y el centralismo ayuda-ron a la
aparición de la corrupción y la molicie. Por otra parte, el gobierno quedó en manos de los favoritos del
monarca, denominados validos. Con Felipe IV (1621-65) se acentuó aún más la decadencia, al
enfrentarse España con Holanda, Francia y Portugal. Así el siglo XVIII encontró a España sumida en una
"guerra de sucesión", que tuvo por resultado el ascenso al trono de Felipe V de Anjou-Bourbon (1700),
que inició la dinastía de los Borbones.

"La extinción de la dinastía Habsburgo en España y la guerra de la sucesión española pusieron de pronto
a España y la América española bajo la égida de los Borbones, lo que rompió la conexión entre España y
Austria que había tenido tan importante papel en la historia de la Contrarreforma y la aparición de la
cultura barroca. A primera vista puede parecer sorprendente que un mero cambio de dinastía pudiera
tener efecto tan profundo en una nación tan celosa de su independencia y de cuyo apego a sus
tradiciones nacionales y religiosas era tan orgullosa, como España. Pero aunque el espíritu del pueblo
siguió sin cambiar, el gobierno español estaba, a fines del siglo XVII, en un estado de tan extremo
desorden e impotencia, como para crear un vacío en el centro del organismo político... La corte
española volvióse un satélite de Versalles, como tantas otras cortes del periodo, y quedaba abierto el
camino para la penetración de nuevos hombres, nuevos modales y nuevas ideas, en el centro mismo de
la vida nacional".

Pero aunque "el pueblo español siguió fiel a sus antiguos principios espirituales y tradiciones culturales,
éstos ya no podían influir en el curso de la historia, puesto que había perdido la jefatura intelectual y
politice". Europa ya era francesa.

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