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Tema 3. El reformismo borbó nico.

La Españ a del siglo XVIII


Esquema
1. La llegada de una nueva dinastía: los Borbones
1.1. La cuestión sucesoria. Los bandos en conflicto
1.2. La Guerra de Sucesión
1.3. La paz de Utrecht. El fin de la guerra
2. El modelo absolutista de los Borbones
2.1. El proceso de centralización
2.2. El fortalecimiento del poder real
2.3. La reforma de la Hacienda y el ejército
3. La Ilustración en España
3.1. La difusión de la Ilustración en España
3.2. Los ilustrados españoles
4. El despotismo ilustrado
4.1. La llegada al trono de Carlos III
4.2. Las reformas de Carlos III
5. Evolución demográfica y económica durante el siglo XVIII
6. La política exterior en el siglo XVIII
7. Las reformas en la América española

1. La llegada de una nueva dinastía: los Borbones


1.1. La cuestión sucesoria. Los bandos en conflicto
En 1700, el ú ltimo monarca de la casa de Austria, Carlos II, murió sin descendencia.
Los candidatos a ocupar el trono, por sus vínculos familiares, eran
fundamentalmente Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV y de la princesa españ ola
Margarita de Austria, y el archiduque Carlos de Habsburgo, hijo del emperador
de Austria. El testamento de Carlos II designaba como su sucesor al candidato
Borbó n, que fue proclamado rey bajo el título de Felipe V. El nombramiento del
nuevo monarca provocó un conflicto grave para el equilibrio entre las diferentes
potencias europeas. Su acceso al trono españ ol fortalecía el poder de los
Borbones en Europa. Por ello, en septiembre de 1701 se formó en La Haya
(Holanda) la Gran Alianza, compuesta por Inglaterra, el Sacro Imperio Romano
Germá nico y Holanda, al que posteriormente se unirían Saboya, Prusia y Portugal.
De esta manera, la sucesió n al trono españ ol pasó de ser un conflicto interno a un
grave problema de política internacional.
En el interior, la cuestión sucesoria española, también dividió a los
territorios peninsulares. Castilla se mostró fiel a Felipe V, con la excepció n de
parte de la gran nobleza, temerosa de perder influencia ante el absolutismo
borbó nico. En cambio, en la Corona de Aragó n, especialmente en Valencia y
Cataluñ a, existía un sentimiento de mayor oposició n al candidato borbó nico,
motivado por el mal recuerdo dejado por las tropas francesas en Cataluñ a durante
el levantamiento de 1640 y, sobre todo, por el temor a las tendencias
centralizadoras y uniformadoras de la nueva monarquía.

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1.2. La Guerra de Sucesión
La guerra empezó en 1701 y tuvo diversos escenarios: la península Ibérica,
América, Flandes y el norte de Italia. En general, la iniciativa fue llevada por las
tropas de la coalició n antifrancesa. Los britá nicos se hicieron con Gibraltar en
1704, y en 1705 las tropas austriacas desembarcaron en Barcelona; las tropas
austriacas avanzaron e incluso llegaron a Madrid, aunque el archiduque Carlos
abandonó pronto la capital, sin el apoyo de la nobleza ni el pueblo. En 1707, sin
embargo, las tropas de Felipe V vencieron de forma incontestable en la batalla de
Almansa; este triunfo permitió a Felipe V recuperar Aragó n, Valencia y parte de
Cataluñ a, aunque no Barcelona. Pese a ello, en el escenario internacional la ventaja
parecía aú n en manos de la Gran Alianza.
El escenario cambió totalmente en 1711, cuando murió el emperador de
Austria, José I, siendo nombrado nuevo emperador su hermano el archiduque
Carlos. Ahora, el nuevo peligro para el equilibrio europeo lo constituía un
Habsburgo en el trono de ambos reinos.

1.3. La paz de Utrecht. El fin de la guerra


En este nuevo contexto, los ingleses no tenían ningú n interés en seguir apoyando
las aspiraciones del archiduque Carlos (ahora emperador) al trono españ ol. Por
ello, propiciaron negociaciones de paz y manifestaron su interés en reconocer a
Felipe V como rey de Españ a a cambio, eso sí, de algunas compensaciones.
La paz entre los contendientes se firmó en el Tratado de Utrecht (1713) y
en el Tratado de Rastatt (1714), agrupados ambos en lo que se conoce como paz de
Utrecht. Todas las disposiciones de la paz entre los diversos contendientes
quedaron fijadas en el Tratado de Utrecht, excepto las que acordaron entre sí
Francia y Austria en Rastatt.
Por el Tratado de Utrecht, España perdió todas sus posesiones europeas:
Cerdeñ a pasó a la casa de Saboya, mientras que Sicilia, el reino de Ná poles, el
Milanesado y Flandes pasaron a la casa de Austria. Por su parte, Inglaterra obtuvo
de los españ oles Menorca, Gibraltar y dos rentables privilegios comerciales: el
asiento de negros, por el que monopolizaba el mercado de trá fico de esclavos; y el
navío de permiso, por el que se le permití enviar un barco una vez al añ o a la
América españ ola con productos ingleses. Ademá s, los britá nicos lograron que
Felipe V renunciase a los derechos a la Corona francesa y que Francia les cediera
extensos territorios en la zona este de la futura Canadá (Terranova, Nueva
Escocia…).
Pese a la firma de este tratado, en la península la guerra no había
terminado, pues Barcelona y algunas ciudades catalanas, ademá s de Baleares, aú n
resistían a Felipe V. Abandonados por las tropas austriacas, decidieron en
cualquier caso seguir luchando contra las tropas borbó nicas, que durante meses
sitiaron Barcelona. Finalmente, el 11 de septiembre de 1714, las tropas de
Felipe V tomaron Barcelona, y en 1715 ocuparon Mallorca.

2. El modelo absolutista de los Borbones


El definitivo ascenso al trono españ ol de Felipe V no significó ú nicamente un
cambio diná stico sino que implicó profundas reformas en la organizació n política y
territorial de Españ a. Estas reformas tendrá n dos objetivos fundamentales:
 Reforzamiento del poder real.
 Centralización y uniformidad administrativa.

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La finalidad general era imponer en Españ a un absolutismo moná rquico
siguiendo el modelo de la Francia de Luis XIV. Uno de sus resultados fue que por
primera vez se puede hablar con propiedad de un “Estado españ ol”; hasta la
llegada de los Borbones, Españ a era má s una entidad territorial o incluso cultural
que política: la monarquía españ ola de los Austrias había sido una aglomeració n de
Estados, cada uno con sus propias leyes e instituciones. Con el nuevo enfoque
absolutista y centralizador de los Borbones, todas las medidas de gobierno debían
proceder del rey y de sus ministros y dichas medidas debían aplicarse a todos los
sú bditos por igual. Para lograr estos objetivos los primeros Borbones,
especialmente Felipe V, llevaron a cabo una serie de reformas políticas y
administrativas que explicamos a continuació n con mayor detalle.

2.1. El proceso de centralización


La primera y má s trascendental reforma que llevó a cabo Felipe V fue la
promulgació n de los Decretos de Nueva Planta. Estos decretos se fueron
aplicando de forma sucesiva a aquellos zonas que no apoyaron a Felipe V durante
la Guerra de Sucesió n: en 1707 se aprobaron los de Valencia y Aragón; en
Mallorca en 1715; y en 1716 los de Cataluña. Por medio de los Decretos de Nueva
Planta se suprimieron los fueros de estos territorios y se imponían en ellos las
leyes e instituciones de Castilla. Aunque estas medidas de uniformidad política
iban en consonancia con el proyecto centralizador de los Borbones, parece que la
promulgació n de estos decretos no obedeció a un plan preestablecido sino má s
bien a un á nimo revanchista y de castigo por parte de Felipe V hacia aquellos
territorios que habían apoyado al Archiduque Carlos. Esto explicaría que, en
cambio, el rey sí que mantuviera el régimen foral de vascos y navarros, que lo
habían apoyado durante la guerra.
El desarrollo del absolutismo moná rquico implicaba eliminar cualquier tipo
de poder que pudiera contrarrestar el del rey. Ademá s de acabar con la autonomía
que los fueros reservaban a cada territorio, Felipe V procedió también a
eliminar las Cortes de esas zonas, dejando únicamente las de Castilla, vá lidas
ahora para todo el territorio. Pero incluso estas quedaron vacías de todo contenido
político y se convocaban muy pocas veces y só lo para asuntos menores. Por otro
lado, se produjo una importació n de una costumbre francesa que iba a tener
importantes consecuencias en el siglo XIX para la monarquía españ ola: en 1713,
Felipe V, aprobaba la Ley Sá lica, que impedía el acceso al trono a las mujeres.
Junto a los Decretos de Nueva Planta se tomará n otra serie de medidas
encaminadas a centralizar la organizació n de la administració n:
 Españ a se divide en demarcaciones provinciales, al frente de las cuales
situaron a un capitá n general. É ste también estaba al frente de las reales
audiencias, con competencias judiciales. De este modo, los capitanes
generales representaban el poder absoluto del rey en el territorio en el que
actuaban.
 Introdujeron la figura del intendente: eran funcionarios dependientes del
rey que tenían como misió n principal recaudar impuestos.
 El poder municipal recayó en los Corregidores, una institució n castellana
que se extiende a toda Españ a. Estos Corregidores eran nombrados por el
rey.

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2.2. El fortalecimiento del poder real
Este proceso de centralizació n administrativa estuvo acompañ ado de un proceso
de creciente concentració n del poder en manos del rey. EN el siglo XVII, los
Habsburgo ya había intentado reducir el papel y la influencia de las instituciones
del reino, pero fue Felipe V, gracias a su victoria en la guerra de Sucesió n, quien
pudo implantar un absolutismo inspirado en el modelo francés.
Las Cortes, por ejemplo, solo se reunirían por petició n del rey, mientras que
el Consejo de Castilla se convirtió en un ó rgano meramente consultivo. De hecho, el
sistema de Consejos propio de la época de los Austrias, fue sustituido por
las Secretarías de Despacho, antecedente lejano de los actuales ministerios.
Ademá s, el reforzamiento del poder real también se tradujo en la revisió n
de las relaciones Iglesia-Estado. Felipe V llegó a cabo una política regalista, es
decir, la preeminencia de las prerrogativas y poderes reales sobre la Iglesia. Su
sucesor, Fernando VI firmó en 1753 un nuevo concordato con la Santa Sede por el
que se reconocía el patronato universal: el poder de la monarquía sobre los
intereses de la Iglesia en su reino (nombrando, por ejemplo, cargos eclesiá sticos).

2.3. La reforma de la Hacienda y el ejército


Otro á mbito en el que se produjeron importantes reformas fue en el de
la Hacienda. El objetivo esencial era incrementar y mejorar la estructura de los
ingresos, para lo que debía lograr dos cosas:
 Que todos los territorios de la Corona contribuyesen a los gastos de la
Monarquía.
 Que los ciudadanos soportasen de forma má s equitativa las cargas del
Estado. Para ello había que vencer la resistencia de los estamentos
privilegiados, hasta entonces exentos de pagar impuestos.

El personaje que va a protagonizar la principal etapa de la reforma


hacendística, ya en tiempos de Fernando VI, fue Zenó n de Somodevilla, má s tarde
ennoblecido como Marqués de la Ensenada. Logró casi duplicar los ingresos de la
Corona en só lo seis añ os y fue el autor del proyecto de Única Contribución
(gracias al cual disponemos del catastro de Ensenada), publicado en 1749. Sin
embargo, las resistencias de los sectores privilegiados lograron paralizar las
reformas.
También jugó un papel destacado el Marqués de la Ensenada en
las reformas militares llevadas a cabo en estos primeros reinados de los
Borbones. A él le debemos, por ejemplo, la espectacular reorganizació n de los
astilleros y la construcció n de potentes navíos de guerra, continuando la labor
iniciada por José de Patiñ o. Este fortalecimiento de la Armada era fundamental
para los intereses españ oles ante el acoso cada vez mayor de los britá nicos a las
posesiones españ olas en América. Ademá s de la construcció n naval se produjo
durante el siglo XVIII una política militar encaminada a mejorar la formació n de
oficiales y soldados: se crearon Escuelas Militares y Academias Militares, así como
Academias de Guardias Marinas.

3. La Ilustració n en Españ a
En Europa, el siglo XVIII fue el Siglo de las Luces, llamado así en referencia a la
Ilustració n. Este movimiento cultural desarrolló un nuevo espíritu fundamentado
en el empirismo y el racionalismo: los nuevos planteamientos serían referentes

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para el desarrollo de una nueva moral basada en la bondad natural del ser humano
y en su derecho a la felicidad a través de la educació n y el progreso econó mico.

3.1. La difusión de la Ilustración en España


La Ilustració n llegó a España con dificultades, debido sobre todo al control de las
autoridades eclesiá sticas, personificadas en la Inquisició n, para evitar que las ideas
ilustradas penetraran en el país y amenazaran el orden establecido. La
introducció n de la Ilustració n se produjo, sobre todo, a través de ciudades
portuarias como Cá diz, Barcelona, Bilbao o Valencia. Su prosperidad econó mica y
su actividad comercial fueron esenciales para la llegada de las obras ilustradas,
recibidas en primer término por miembros críticos de la Iglesias, profesionales
liberales o militares.
Uno de los principales canales para la difusió n de las ideas ilustradas fueron
las sociedades económicas de amigos del país. Se trataba de instituciones en las
que se discutía sobre las ideas de los principales ilustrados, se asistía a
representaciones, se proponían iniciativas para mejorar el desarrollo econó mico o
educativo del país… Otro elemento clave para la divulgació n de las nuevas ideas
fue la prensa, que en este siglo alcanzó un importante desarrollo con perió dicos
como Diario de Madrid o El Censor; también aparecieron numerosos medios
especializados o de temá tico muy concreta, como La Pensadora Gaditana, de
temá tica feminista.

3.2. Los ilustrados españoles


Los ilustrados españ oles criticaron los privilegios nobiliarios, resaltando los
perjuicios de mantener el predominio social aristocrá tico. Afirmaron el derecho a
la igualdad de todos los seres humanos y reclamaron el fin de la superstició n, de
las tradiciones y de los prejuicios que impedían el progreso. Uno de los objetivos
prioritarios de la ilustración española fue la educación. Los ilustrados, e
insignes ilustradas como Josefina Amar y Borbó n, estaban convencidos de que solo
la mejora del nivel cultural podría sacar al país de su atraso y permitir que amplias
capas de la població n aceptaran las reformas de la estructura econó mica y social.
Por ello, defendieron la necesidad de imponer una enseñ anza ú til y prá ctica,
obligatoria para todos en los primeros niveles, comú n a los dos sexos e
impregnada de los nuevos conocimientos.
Entre la primera generació n de ilustrados podemos destacar la figura de
fray Benito de Feijoo, firme defensor de la libertad de pensamiento, crítico con la
sociedad de su tiempo. Sería en la segunda generació n, a partir de 1750 cuando
aparecen los grandes nombres de la Ilustració n españ ola: Campomanes,
Floridablanca, Jovellanos, Cabarrú s u Olavide, casi todos ellos con
responsabilidades en los gobiernos de Carlos III.
Una vertiente muy valiosa de la Ilustració n españ ola fue la científica, donde
destacaron personalidades como Antonio de Ulloa o Jorge Juan, que participaron
en la famosa expedició n científica liderada por La Condomine y que contribuyeron
a la creació n del Museo de Ciencias de Madrid o el Real Observatorio Astronó mico
de San Fernando; Celestino Mutis, bió logo de talla mundial; o exploradores como el
italiano Alejandro Malaspina, que lideró una expedició n científico-política por
América y el Pacífico.

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4. El despotismo ilustrado
El reinado de Carlos III (1759-1788) constituye el ejemplo españ ol de despotismo
ilustrados. Como otros monarcas absolutos europeos, se mostró partidario de
seguir algunas de las ideas de progreso y racionalizació n de la Ilustració n siempre
que no atentaran contra el poder de la monarquía absoluta.

4.1. La llegada al trono de Carlos III


Carlos III accedió al trono españ ol al morir su hermano Fernando VI sin
descendencia directa. El monarca ya había reinado en Ná poles, donde había
entrado en contacto con las ideas ilustradas. Llegó a Españ a para hacerse cargo de
la Corona, rodeado de sus consejeros italianos, e intentó aplicar un programa de
reformas para modernizar el país siguiendo los principios del despotismo
ilustrado. Pero el rey tuvo que hacer frente a una fuerte oposició n, iniciada por una
parte de la aristocracia pero que derivó en revueltas y motines populares contra su
acció n de gobierno. Todo ello estalló en el llamado motín de Esquilache. Las causas
de la revuelta fueron complejas, pero al rechazo provocado por los ministros
italianos y la desconfianza de la nobleza y la iglesia ante las reformas habría que
unir la escasez y el alto precio de los alimentos, con el consiguiente descontento
social. El detonante de la revuelta fue un conjunto de medidas tomadas por
Esquilache para mejorar el saneamiento y el orden pú blico (limpieza, alumbrado,
prohibició n de juegos de azar, armas y restricció n del uso de capas y sombreros…).
Ante la extensió n de la revuelta, Carlos III destituyó al ministro, frenó
algunas reformas y bajó el precio de los productos de primera necesidad. Los
motines cesaron rá pidamente y, pasado un tiempo, Carlos III continuó , ahora con
ministros españ oles y con má s cautela, su programa de reformas.

4.2. Las reformas de Carlos III


Tras las revueltas, Carlos III se rodeó de ilustra3. La Ilustració n en Españ a
En Europa, el siglo XVIII fue el Siglo de las Luces, llamado así en referencia a la
Ilustració n. Este movimiento cultural desarrolló un dos españ oles, tanto ministros
(Campomanes, Flordiblanca, Aranda) como altos funcionarios (Olavide,
Jovellanos). Su programa de reformas afectó a diversos á mbitos:
dos españ oles, tanto ministros (Campomanes, Flordiblanca, Aranda) como altos
funcionarios (Olavide, Jovellanos). Su programa de reformas afectó a diversos
á mbitos:
 Educación. Se inició la reforma de los estudios universitarios y de las
enseñ anzas medias, se fundaron las escuelas de artes y oficios, se impulsó la
obligatoriedad de la educació n primaria y se promovió la fundació n de
academias dedicadas a las letras y las ciencias.
 Defensa del poder del Estado frente a la Iglesia (regalismo). Carlos III
reclamó el derecho a nombrar los cargos eclesiá sticos, a controlar la
Inquisició n y a fundar monasterios, buscando combatir el intento de la
Iglesia de constituir un poder dentro del Estado. En este contexto hay que
entender la expulsió n de los jesuitas, una orden de enorme en poder con
obediencia directa al Papado, en 1767; su posible participació n como
instigadores del motín de Esquilache dio a Carlos III una excusa perfecta.
 Reformas económicas. En general, se buscó una mayor liberalizació n y
desarrollo de los diferentes sectores econó micos. En agricultura se
liberalizó el precio del grano, se redujeron los privilegios y se estudiaron

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proyectos de reforma de la propiedad agraria. En la industria, se recortaron
los privilegios de los gremios y se fundaron muchas fá bricas reales. En
cuanto al comercio, se fomentó la libre circulació n tanto a nivel interno
como con las colonias con América.

Ademá s de estas reformas, en Andalucía se llevó a cabo un ambicioso programa


de repoblació n de algunas zonas prá cticamente despobladas. Fue el proyecto de las
Nuevas Poblaciones puesto en marcha por Pablo de Olavide en algunas zonas del
camino entre Madrid y Sevilla (en concreto, cerca de Despeñ aperros y entre
Có rdoba y Sevilla). Se puso en marcha una política de colonizació n con pobladores
extranjeros que, entre otras cosas, permitió aumentar las tierras cultivadas.

5. La evolució n demográ fica y econó mica durante el siglo XVIII


La ausencia de grandes guerras, las reformas introducidas por los Borbones y la
recuperació n del comercio colonial dieron lugar a un cierto crecimiento de la
economía, aunque siempre limitado paro la pervivencia del modelo social y
econó mico del Antiguo Régimen.
Durante el siglo XVIII, al igual que en el resto de Europa, la población
española creció de forma significativa (pasó de 7 a 10 millones de habitantes);
aunque la mortalidad se mantuvo alta, el aumento de la natalidad y la ausencia de
grandes hambrunas permitió este crecimiento.
El sector agrícola aumentó su producción en el siglo XVIII, pero esa
expansió n se vio lastrada por la mala calidad de las tierras, las adversas
condiciones climá ticas y, muy especialmente, por la abundancia de tierras en
situació n de manos muertas. El aumento de la superficie cultivada no era posible
en gran parte de Españ a, pues casi el 80% de la tierra existente no podía venderse
o comprarse libremente, pues estaba amortizada o vinculada. En Andalucía,
ademá s, esta tierra estaba concentrada en muy pocas manos. En cualquier caso,
esta situació n fue compatible con la transformació n productiva en algunas zonas,
como la cornisa cantá brica (difusió n del maíz y generalizació n de la patata) como
en el litoral valenciano y catalá n, con zonas de regadío con elevados rendimientos.
En cuanto al comercio, los gobiernos españ oles se preocuparon de
revitalizar el comercio entre la Península y sus territorios americanos. En un
principio se mantuvo el monopolio de un solo puerto, en este caso Cá diz, que
sustituyó a Sevilla. El comercio se articuló a través de las compañías comerciales,
que gozaban del monopolio de determinadas rutas y productos. Sin embargo, la
competencia extranjera y la piratería lastraron su viabilidad por lo que Carlos III
decidió liberalizar el comercio con América. En 1765 autorizó a una serie de
puertos peninsulares, y en 1778 se decretó la libertad absoluta, lo que supuso un
enorme beneficio para algunas ciudades. Fue el caso de Barcelona, convertida en
punto de exportació n de las manufacturas catalanas.
El interés de reyes y ministros del siglo XVIII por el desarrollo econó mico
impulsó la creació n de manufacturas, un sistema de producció n en el cual
numerosos trabajadores fabricaban, todavía manualmente, en grandes talleres un
producto determinado. El Estado creó numerosas manufacturas reales: tapices y
cristales en La Granja (Segovia), tabacos en Sevilla, porcelana en Madrid... En
Andalucía, amparó algunos proyectos pero casi todas las iniciativas pú blicas o
privadas concluyeron en fracaso, a excepció n de la Real Fá brica de Tabacos de
Sevilla, amparada en su monopolio.

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En general, estas manufacturas reales, que producían casi en exclusiva para
palacios reales y edificios oficiales, resultaron poco rentables. Ello, junto con la
reducció n de los privilegios gremiales, incentivó la aparició n de talleres de
manufacturas privados, que en zonas como Valencia, País Vasco y, sobre todo,
Cataluña, alcanzaron un importante desarrollo. En Cataluñ a, las mejoras
agrícolas y el incremento del comercio con América generaron los excedentes de
capital precisos para poner en marcha un potente sector algodonero, en concreto
el dedicado a las indianas (telas ligeras de algodó n estampadas). El desarrollo de
este sector algodonero catalá n se vio favorecido por la abolició n de las aduanas
interiores, la liberalizació n del comercio americano y la existencia de un mercado
interior algo má s desarrollado, pues la situació n del campesinado catalá n era
mejor que en otras zonas.

6. La política exterior en el siglo XVIII


Las repercusiones de la Guerra de Sucesió n y del Tratado de Utrecht no se
limitaron ú nicamente al á mbito de la política interna de Españ a; la política exterior
también quedó marcada por estos dos acontecimientos. Segú n lo dispuesto en
Utrecht, Españ a había quedado sin posesiones en Europa, por lo que la
prioridad se centró en la conservació n y ampliació n de las posesiones en
América. No iba a ser ésta una tarea fá cil, porque las potencias europeas, sobre
todo Gran Bretañ a, mostraban cada vez mayor interés por las colonias del Nuevo
Mundo. Para tratar de hacer frente a esta amenaza británica Españ a trató de
reforzar su escuadra y buscó la alianza con Francia. Parecía ló gico que reinando
Borbones tanto en Francia como en Españ a ambos países se unieran contra un
enemigo comú n. En cualquier caso, se trataba de una alianza desigual: las
necesidades españ olas quedaron supeditadas en muchos casos a los intereses de
una potencia mundial como Francia.
En cualquier caso, la política exterior españ ola no só lo fue una cuestió n de
alta política y elevados intereses nacionales; la ambició n personal jugó durante el
reinado de Felipe V un papel muy destacado. Su segundo esposa, Isabel de
Farnesio, consciente de que ya había un heredero al trono (Fernando VI tras la
muerte de Luis I) del primer matrimonio del rey, intentó buscar buenos puestos
para los hijos que ella tuvo con el monarca. Fue ella la que impuso las decisiones
esenciales de la política exterior española, embarcá ndose en una serie de
guerras que muy poco tenían que ver con los intereses del Estado españ ol. Así, en
el reinado de Felipe V se firmaron los dos primeros de los llamado Pactos de
Familia. Se trataba de alianzas militares con Francia para participar en
determinados conflictos bélicos que en poco beneficiaban Españ a pero sí bastante
a nuestros vecinos y a Isabel de Farnesio. Por el Primer Pacto de Familia (1733)
Españ a participó en la guerra de sucesió n de Polonia y se consiguió que Carlos
(primogénito de Felipe V e Isabel de Farnesio y futuro Carlos III) subiera al trono
del Reino de Ná poles y Sicilia. El Segundo Pacto de Familia (1743) implicó la
entrada de Españ a en la guerra de sucesió n austriaca y permitió a Farnesio colocar
a su segundo hijo como duque de Parma. Ya en el reinado de Carlos III se firmó el
Tercer Pacto de Familia, por el que Españ a intervino en la guerra de los Siete Añ os
(1756-1763): Españ a perdería Florida a manos de Inglaterra y recibió Luisiana por
parte de los franceses. La rivalidad con Inglaterra llevó a Españ a y Francia a
participar en la guerra de Independencia de Estados Unidos (1776-1783), que
permitiría a Españ a recuperar Florida y Menorca.

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7. Las reformas en la América españ ola
La conquista y colonizació n de América por parte de los españ oles nunca se
detuvo. Desde los tiempos de Coló n, la Corona españ ola no dejó de ampliar sus
posesiones: en el siglo XVII el á rea má s o menos controlada casi duplicó la del XVI,
y en el XVIII volvió a duplicarse. Decimos má s o menos controlada porque la
ocupació n de estos territorios era muchas veces puramente testimonial, en
ocasiones formada ú nicamente por misiones o algú n presidio. La gran dificultad de
la colonizació n españ ola estuvo precisamente en la insuficiencia de colonos para
poblar territorios tan extensos. Esto se debía a la escasez de població n en
Españ a, lo que provocó que las emigraciones desde la metró poli a las colonias
estuvieran muy limitadas por el propio Estado.
Como señ alamos, fue en el siglo XVIII cuando la ocupación española en
América alcanzó su mayor extensión. En las zonas de las actuales Colombia,
Venezuela y Ecuador se ampliaron las posesiones hacia la parte de la selva
amazó nica. Por el sur, se fundaron poblaciones por toda la zona del Río de la Plata
y al sur de Buenos Aires, adentrá ndose en la zona de la Patagonia (a final de siglo
se funda Puerto Deseado, enclave a apenas 500 kiló metros de Tierra del Fuego).
Pero sobre todo, el siglo XVIII vivió una notabilísima expansió n por Norteamérica,
ocupá ndose gran parte de lo que hoy es Estados Unidos.
Conforme aumentaban las posesiones de la Corona española, también
aumentaban sus problemas. La població n era, como hemos dicho, insuficiente
para abarcar tanta superficie y las posesiones españ olas no formaban un continuo:
entre una població n y otra existían vastísimas zonas inhabitadas. En una época en
que las comunicaciones eran muy limitadas, esto constituía una grave dificultad. A
ello había que unir la ambició n cada vez mayor de otras potencias como Gran
Bretañ a, Francia o Rusia por distintas zonas de América.
Para tratar de solucionar estas dificultades, la Corona españ ola se vio
obligada a crear numerosos presidios e incrementar las dotaciones de los ya
existentes. Ademá s, la constante expansió n españ ola había provocado que los
Virreinatos de Nueva Españ a y del Perú (creados en el siglo XVI) fueran demasiado
extensos para ser defendidos y administrados con efectividad. Esta situació n
empujó a los Borbones a realizar una reforma administrativa en América,
encaminada sobre todo a controlar los ataques extranjeros y el constante
contrabando comercial. Para ello se crearon dos nuevos virreinatos durante el
siglo XVIII:
 Virreinato de Nueva Granada (1717), cuya capital quedó instalada en
Bogotá .
 Virreinato del Río de la Plata (1776), cuya capital correspondió a Buenos
Aires.

Ademá s, a algunas zonas consideradas militarmente estratégicas como


Cuba, Venezuela, Guatemala y Chile se les dio el rango de Capitanías Generales:
dependían de los virreinatos, pero gozaban de mayor autonomía que una provincia
comú n.
El crecimiento económico en América durante el siglo XVIII fue
generalizado, lo que hizo posible la consolidación de una incipiente burguesía
criolla, aunque a su vez provocó el aumento de desigualdades sociales. Algunas
ciudades americanas, como Buenos Aires, Lima o Caracas, presentaban el aspecto

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de ciudades europeas, con todo tipo de actividades econó micas, jurídicas y
culturales. En estas zonas se fueron configurando sociedades maduras preparadas
para asumir la independencia. Junto a ello, las desigualdades sociales provocaron
frecuentes conflictos entre comunidades indígenas y mestizas con las autoridades
españ olas. La má s importante de estas revueltas tuvo lugar en Perú en 1780,
cuando miles de indios encabezados por Tupac Amaru intentaron tomar la ciudad
de Cuzco.

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