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TRABAJO SOBRE LA TEORÍA CRÍTICA DE LAS

RELACIONES INTERNACIONALES

Teoría de las Relaciones Internacionales


Endika Tapia López
4 º Ciencias Políticas y de la Admon.
ÍNDICE DE CONTENIDOS

 Resumen de “Materialismo e idealismo en la Teoría Crítica de las


Relaciones Internacionales” de Noé Cornago

 Introducción (página 1)

 La idea de una Teoría Crítica de la sociedad ( páginas. 1 – 2).

 La teoría crítica de las relaciones internacionales como


reconstrucción del materialismo histórico (páginas. 2 – 5).

 La teoría crítica de las relaciones internacionales como nuevo


idealismo liberal (páginas. 5 – 8).

 Conclusión (páginas. 8 – 9).

 Comentario de “Materialismo e idealismo en la Teoría Crítica de las


Relaciones Internacionales” de Noé Cornago (páginas. 9 – 11).
RESUMEN DEL TEXTO “Materialismo e idealismo en la Teoría Crítica de
las Relaciones Internacionales” de Noé Cornago Prieto

1. Introducción

La Teoría Crítica, entendida como la producción de obras afines a la Escuela de Francfort


y de obras a modo de construcción reflexiva del materialismo histórico aplicado al estudio
de las Relaciones Internacionales, a pesar de ser de posición minoritaria, por ser
innovadoras y de pretensiones emancipatorias, juegan un papel importante en la
renovación teórica de la disciplina.

Estas obras recuperan algunos de los planteamientos básicos del Marxismo para la
comprensión del mundo, y eso es algo que levanta ampollas. Sin embargo, esta
recuperación e impulso, se hace desde una perspectiva crítica. Ejemplo de ello es la obra
de Bensaïd, que propone sacudirse las ortodoxias, mostrando lo que el pensamiento de
Marx no es mediante la crítica de la razón histórica, económica y del positivismo, lo cuál
serían las bases para una comprensión reflexiva y actualizada. Hablamos pues, de un
acercamiento crítico a la Teoría Crítica de las relaciones internacionales.

2. La idea de una Teoría Crítica de la sociedad

La idea de teoría crítica, surge durante el período de entreguerras de la mano de


Horkheimer, como oposición a lo que él llamaba teoría tradicional o social burguesa. Dijo
que la teoría tradicional partía de una abstracción en la que la actividad científica parecía
quedar fuera de la vida social y sin condicionamientos externos, de modo que la función
social de la misma quedaba consciente o inconscientemente oculta.
También añadió que, la teoría social, cuando no refleja el carácter histórico del objeto
analizado y la propia historicidad del observador y las formas de subjetividad, quedaba
reducida a ideología, ya que ni hechos ni sujetos pueden ser aislados. Así, Horkheimer
negó que la pretensión de neutralidad valorativa de la ciencia social fuese algo real. Para
él, la teoría social, o bien era cómplice más o menos consciente, o bien aspiraba a
superar esos condicionamientos incorporando una dimensión crítica.

Para lograr esa difícil tarea y ofrecer objetividad, la teoría crítica debía calcular cada paso
dado, reconstruir la totalidad de relaciones sociales que le dan forma, someter al análisis
histórico su objeto de estudio y elevarse sobre condicionamientos morales que establece
la subjetividad del observador. Eso sí, las premisas morales se usarían como base para
futuras denuncias de posibles injusticias sociales detectadas. En resumen, la teoría crítica
recupera la dialéctica en su doble dimensión, forma de pensamiento, y reconocimiento de
carácter contradictorio de la totalidad social.

Horkheimer, tanto en solitario – especialmente en su crítica de la llamada razón


instrumental - , como en colaboración con Adorno, acabaron por completar el
planteamiento y definieron las ambiciones de la teoría crítica.
Entre otras cosas, Adorno, advirtió a los científicos sociales de mantenerse con distancia
crítica de lo que nos presentaban como grandes expresiones de conocimiento de la
ciencia social.
Como señala Muñoz, la teoría crítica, es en última instancia una invitación a la indagación,
haciéndolo desde una serie de rasgos a modo de punto de partida:
 La histórica: aclaración de la existencia humana en su devenir a lo largo de la
historia, inspirada en la revisión marxista del ideal hegeliano de humanización.

 Dialéctica: ya mencionada anteriormente.

 Racional: en la medida que la racionalidad crítica es el fundamento de un proceso


de análisis causal que busca la comprensión profunda de los antagonismos
sociales y del origen histórico de las formas de dominación.

 Negativa frente al positivismo: la teoría crítica señala lo que debe ser, pues esa
aspiración de un mundo sin injusticias, aún siendo improbable, es el gran motor de
la historia, el dinamizador de las energías utópicas en el camino de la abolición de
las diversas formas de dominación.

Estos puntos de partida, se desarrollarían en la primera generación de la escuela de


Francfort, pero también en la segunda, que es más heterogénea, siendo Habermas uno
de sus máximos exponentes.

Habermas señaló que una verdadera ciencia social crítica debía erigirse en una verdadera
crítica de las ideologías. Insistió en la conexión entre teoría y praxis como catalizador de
transformaciones sociales que permitan elevarse sobre las formas de dominación. Su
obra, tiene elementos renovadores tomados de la filosofía del lenguaje y del más
respetable liberalismo político, a costa de alejarse algo del marxismo, y consiguiendo así
para la teoría crítica un horizonte de posibilidad histórica real. Aún así, Habermas previene
frente a los posibles errores de un nuevo idealismo.
Para Habermas, no es que las ciencias sociales deban tomar partido, si no que siempre,
consciente o inconscientemente, toman partido, teniendo que enfrentarse en el camino
reflexivamente a los obstáculos materiales o simbólicos que puede enfrentar la libertad de
pensamiento y la difusión del conocimiento crítico, pero también la pretensión ilusoria de
refugiarse en la teoría pura a la manera de un nuevo idealismo. Por eso, se va a someter
a una revisión crítica a dos planteamientos teóricos bien diferenciados que conviven más
o menos confortablemente dentro de la Teoría Crítica de las Relaciones Internacionales.

3. La teoría crítica de las relaciones internacionales como reconstrucción del


materialismo histórico

El precedente más valioso por formular una teoría crítica de las relaciones
internacionales, son las llamadas teorías de la dependencia, las cuales inspiraron con
muy desigual fortuna la movilización de las energías utópicas que aspiraban a lograr, por
revolución o reforma, una transformación mundial.
Actualmente, sus argumentos se encuentran superados, tanto en la consistencia teórica
como en la praxis. Aún así, hace tan sólo unas décadas, han tenido buena acogida en los
sectores progresistas por la sencillez de sus argumentos y la audacia de sus críticas,
extendiéndose así en lo académico y político al contexto internacional.

La acogida que tuvieron en las relaciones internacionales fue tardía por tener un origen
lejano al anglosajón y por lo poco usual de sus planteamientos teóricos en la disciplina.
Nunca antes se había desarrollado una contestación tan rotunda a la corriente dominante,
y mucho menos desde fuera de las fronteras de Europa y América del Norte.
Sin embargo, el fracaso de las iniciativas reformistas y radicales de los agitados años
sesenta y setenta, hicieron cambiar de opinión a algunos de los representantes de la
dependencia tras ver su fracaso en el paso de lo teórico a lo político, cosa que coincidió
con diversos fenómenos de considerable relieve, como la crisis del petroleo y el posterior
estallido de la crisis de la deuda, el éxito económico de la industrialización acelerada de
algunos países del Sudeste asiático, o la situación anómala que supuso el paso de
algunas dictaduras postcoloniales hacia modelos más o menos democráticos en los
ochenta.
Ante ello, los teóricos de la dependencia, introdujeron nuevos conceptos, o a veces
modificando su postura abiertamente, pero eso no les libró de críticas de ser unas teorías
inconsistentes. Se les tachaba de generalización excesiva, de argumentación circular, de
carácter determinista en sus interpretaciones y de falta de rigor en investigaciones
empíricas.
A pesar de eso, en palabras del autor, el problema real fue el fracaso de la praxis política,
que provocó que, junto con el desmoronamiento del socialismo real y la caída de la Unión
Soviética, se extendiese el escepticismo entre partidarios de la dependencia.

En ese contexto, la Teoría de los Sistemas Mundiales, supuso una reformulación del
análisis de la transformación histórica de la sociedad a partir de los contextos centro y
periferia. Explicándola de manera sencilla, viene a decir que el progreso global no puede
lograrse de un día para otro ni mediante la reforma ni mediante la revolución, si no a
medio y largo plazo, y sólo en la medida en la que las fuerzas progresistas sean capaces
de influir en el devenir histórico del sistema capitalista mundial. Sostiene que los
mecanismos estructurales que favorecieron la expansión mundial del capitalismo, a medio
y largo plazo, socavarían su estabilidad. Tanto la expansión del sistema hacia la periferia
como las políticas de redistribución de la renta, son mecanismos limitados que, si bien
podían controlar temporalmente manifestaciones cíclicas y locales de la crisis, no sirven
para superar la contradicción estructural básica del sistema capitalista mundial, que no es
otra que las tensiones entre la libre determinación de la oferta y la determinación social de
la demanda, reflejada en la creciente brecha centro – periferia.
Según esta teoría, a diferencia de las viejas teorías de la dependencia, sólo teniendo en
cuenta el funcionamiento del sistema mundial es posible desarrollar estrategias
antisistema válidas a medio y largo plazo, y desde este punto de vista analiza a los
nuevos movimientos sociales.

El análisis de sistemas mundiales se ha impuesto como una de las referencias centrales


del debate sobre la globalización, pero también ha recibido críticas, como su énfasis en la
producción y el comercio internacional por encima de relaciones financieras y monetarias,
su relativo desprecio de las relaciones sociales de producción, su visión del Estado como
estructura subordinada a la economía y sin mayor relevancia internacional, así como su
negligencia de la dinámica política de las relaciones internacionales, o la importancia de
las instituciones multilaterales en el sistema mundial.
Sin embargo, más importante que todas ellas es la crítica al carácter determinista de los
sistemas mundiales, y a su escasa consideración a las opciones políticas que un
planteamiento crítico puede ofrecer de la situación internacional.

Frente a las limitaciones citadas y a su contexto, Cox planteó su propuesta de un nuevo


enfoque crítico basado en una concepción flexible y abierta del materialismo histórico.
Su enfoque puede entenderse como una sociología crítica del conocimiento, que
reconoce los condicionamientos sociales de las diversas elaboraciones de la disciplina,
especialmente el neorrealismo y el neoliberalismo como teorías dominantes.
Cox reconoce en este problema la existencia de dos concepciones básicas muy diferentes
del trabajo científico. Frente a una teoría orientada a soluciones parciales que no se
cuestiona nada, él propone una teoría crítica que se cuestione el orden existente y que
preste atención a su historicidad del mismo. Para él, la teoría crítica debía interrogarse
sobre los distintos intereses a los que podía servir, reflexionar sobre la historicidad de
instituciones, prácticas y discursos del orden mundial, prestar atención a la dialéctica
histórica de las fuerzas sociales y las condiciones materiales que lo llegaron a configurar,
y explorar los procesos ideológicos que contribuyen a la dominación hegemónica, para
favorecer de este modo la movilización de fuerzas sociales que puedan promover la
emancipación social a través de distintas formas de contestación. En definitiva, la
propuesta de Cox es explícitamente normativa.

A pesar de que el enfoque de este teórico parta de las relaciones sociales de producción,
su concepción ontológica del orden mundial se puede definir como realmente abierta.
Para empezar, presta atención específica al sistema de Estados, incluyendo a las
instituciones multilaterales como elemento relevante para la comprensión del orden
mundial, pero siempre en relación a otras configuraciones igualmente importantes de
poder. Respecto a la organización de la producción mundial, su nuevo materialismo
histórico destaca el elevado grado de integración funcional entre actividades
aparentemente dispersas en la economía mundial, fenómeno propiciado por el increíble
desarrollo de las TICS, dando como resultado una notable transformación de las
relaciones existentes entre multinacionales y Estados, caracterizada por el alejamiento de
las primeras de sus vínculos nacionales, el carácter cada vez más esquivo al control
público de sus evoluciones y la interpretación cada vez más estrecha de negocios y
políticas públicas.
En el planteamiento de Cox, también destaca la atención a la noción de hegemonía,
entendida ésta como la aceptación social de su ejercicio y el consentimiento de la
autoridad. Dicho planteamiento, teniendo en cuenta las aportaciones de Gramsci, presta
atención especial a las dimensiones propiamente ideológicas de las relaciones
internacionales en la medida en la que éstas contribuyen poderosamente a sostener el
orden mundial, o, por el contrario, a debilitar su legitimación social.
Otro foco central para comprender la problemática internacional, desde la perspectiva
teórica de Cox, es la transición a la hegemonía mundial y los procesos de ajuste
ideológico e institucional que ésta implica, y que requiere un lento consenso básico entre
Estados, con participación jerárquica y compromiso de la clase dirigente a la adaptación
de sus estructuras y disposiciones internas a pesar de la contestación social que pueda
despertar.
Cox subraya la importancia que adquiere en ese proceso el multilateralismo, pero no
obstante, su materialismo histórico se aleja deliberadamente de las concepciones
estrechamente economicistas de antiguos planteamientos marxistas, así como de todo
determinismo que pretenda entender el devenir de la historia como resultado mecánico de
la evolución del modo de producción por impulso de la técnica.
Frente a ello, presta atención muy especial a la sociedad civil y su impulso trasformador,
subrayando la transformación del concepto desde su aparición en el contexto de la
ilustración europea hasta la actualidad. Para Cox, desde la teoría crítica, este concepto es
la fusión de su interpretación hegeliana y la visión moderna, es decir, por un lado el
cimiento sobre el que la burguesía mundial construye la hegemonía, y, por otro, el dominio
en el que las fuerzas sociales de oposición elaboran y despliegan las formas de
contestación contrahegemónicas que puedan contribuir a impulsar la necesaria
transformación social. De este modo, junto con sus dimensiones objetivas, el orden
mundial, se halla también configurado como una realidad intersubjetiva en la que conviven
diferentes visiones del mundo, moldeadas a lo largo de la historia por las condiciones de
vida de los diversos grupos sociales, no como señala el marxismo clásico, si no entendido
de articulación siempre compleja entre las condiciones de posibilidad que establece la
realidad material y la propia autonomía de la conciencia en la esfera del pensamiento y de
la acción. De esa intersubjetividad surge la cuestión controvertida de la construcción de
alternativas viables al orden hegemónico. Cox señaló las bases de un nuevo
universalismo que pudiera ser capaz de impulsar las trasformaciones sociales más
apremiantes, sin ignorar que las percepciones y valores de los grupos sociales toman
forma en las condiciones históricas en las que éstos se desenvuelven, y a las que
difícilmente se pueden sustraer sin un esfuerzo de autoconciencia crítica. Por último, su
planteamiento implica el reconocimiento de la importancia de la biosfera en la medida en
la que compromete el bienestar de generaciones futuras y cualquier expectativa de
trasformación óptima del orden mundial.

4. La teoría crítica de las relaciones internacionales como nuevo idealismo liberal

El nuevo idealismo liberal sería, dentro de la teoría crítica de las relaciones


internacionales, la formulación más influyente. Uno de sus rasgos más sobresalientes es
incorporar algunas de las aportaciones teóricas de la segunda escuela de Frankfurt, en
especial de Habermas.
Se proponen, a imitación de Habermas, desplazar el núcleo de la atención del análisis
marxista de la sociedad, hacia el estudio de los procesos comunicativos, y las condiciones
para el surgimiento de una ética del discurso de validez universal.
El más destacado autor de este nuevo idealismo liberal, justifica ésto por las importantes
limitaciones que impone una concepción estrecha del materialismo histórico. Entiende que
una teoría crítica debe interrogarse sobre las condiciones que pueden asegurar el
surgimiento de una verdadera comunidad mundial, capaz de dialogar racionalmente sobre
los grandes problemas internacionales sobre las bases de una ética discursiva entendida
como pragmática universal. Esta segunda versión de la teoría crítica internacional, de este
modo, más allá de abundar en la crítica del positivismo, y de denunciar los intereses que
han ido configurando la corriente dominante de la teoría internacional, se distancia, por
impulso de un nuevo idealismo normativo, de la propuesta de Cox de inspiración
materialista.

Linklater adoptó una perspectiva normativa que se interesó por la dimensión propiamente
moral de la obra de Habermas, así como por la eventual aplicación de esa moral universal
al plano internacional. Su visión identifica tres grandes etapas históricas como base para
toda su elaboración conceptual posterior: la situación previa a la constitución del Estado,
la coincidente con su consolidación en la modernidad, y su superación actual en el marco
de una nueva forma de comunidad política global, en proceso de formación. La transición
a esta tercera etapa supondría la trasformación de la estricta vinculación actual de la
comunidad política a los estrechos contornos que establece cada Estado, en una nueva
comunidad cosmopolita fundada sobre valores universales y con sus correspondientes
desarrollos institucionales. Sólo así se podrá superar la contradicción entre la
proclamación de un programa universalista de bienestar y progreso, y la limitación
simultánea de su pretendida realización práctica a los contornos particulares que
establece cada Estado, contradicción caracterizada por el devenir histórico de la
modernidad, y cuyos efectos, se dejan sentir por ejemplo, en la controvertida distinción
entre derechos de ciudadanía y derechos de los seres humanos, siendo esto replanteado
en el seno de lo que, parafraseando a Habermas, puede llamarse constelación
postnacional.
Así, los portavoces de esta nueva teoría crítica, sugieren que es preciso ir más allá de las
fronteras conceptuales del Estado para profundizar en la compresión histórica de la
sociedad internacional y las expectativas de surgimiento de una democracia global.
Este planteamiento corresponde con las etapas del desarrollo moral del individuo
identificadas por Kohlberg, y retomadas más tarde críticamente por Habermas:

 Etapa preconvencional, en la que el sujeto no reconoce otro horizonte moral que


aquel que resulta de sus consecuencias positivas o negativas de su acción. Es una
perspectiva moral utilitarista. Aplicada a las relaciones internacionales podría
ponerse de ejemplo la posición de los Estados miembro de la Unión, en el contexto
de negociación de nuevas perspectivas financieras, defendiendo cada uno sus
propios intereses nacionales.

 Etapa convencional, en la que el sujeto desarrolla una conciencia moral en la que


por encima de la satisfacción inmediata de sus expectativas individuales, se
produce una aceptación del orden social. El sujeto se identifica con ese orden y
espera obtener del grupo al que pertenece por actuar en conformidad al mismo o
por contribuir a su mantenimiento. En el ejemplo usado antes, ahora los Estados
primarían la cohesión social y territorial y no sólo intereses nacionales.

 Etapa postconvencional, en la que el sujeto adquiere conciencia moral del


relativismo de sus propios valores y los de su comunidad, y se esfuerza por definir
valores y orientaciones normativas con pretensión de validez universal, que,
sometidos a debate, puedan ser admitidos por todos a manera de un contrato
social. Se basa en principios y en aspectos de carácter procedimental. En el
ejemplo, se traduciría en una revisión a fondo del presupuesto comunitario, sobre
todo de las partidas de protección a la producción agrícola.

En base a ello, Linklater ve el paso hacia una comunidad cosmopolita global como un
proceso evolutivo de desarrollo moral. Bajo ese planteamiento, cabe cuestionarse cómo
los nuevos cosmopolitas pretenden clarificar las condiciones en las que sus
planteamientos utópico normativos pueden hacerse efectivos en la práctica en el contexto
de la realidad internacional, algo que el propio Habermas se cuestionaba.
Además, Habermas ofrecía su análisis en sociedades occidentales muy desarrolladas y
sistemas democráticos supuestamente fuertes, y ni aún con eso y una esfera pública de
deliberación racional, parecía asegurada la transición. Para lograrla, Habermas propuso
una radicalización de la democracia a través de una ética discursiva entendida como
pragmática universal. Por su atención a lo fáctico, se muestra muy prudente a la hora de
extender su propuesta de ética discursiva a escala internacional. Por el contrario, no deja
de afirmar la importancia del aseguramiento de las condiciones materiales básicas para el
fortalecimiento del respeto de los derechos humanos, la democracia, el aseguramiento de
la paz y la promoción del bienestar. Conviene destacar que Habermas identifica tres
mundos: El Primer Mundo, el Segundo Mundo, y el Tercer mundo, con sus ya consabidas
características.

Hay que destacar que la constatación empírica de la desigualdad en el mundo que


Habermas realizó, quedó transfigurada por obra de Linklater en juicio de valor en cuanto a
grado de desarrollo moral, dándose una forma de jerarquía internacional nueva basada en
una moralidad occidental en apariencia cosmopolita, que se siente con fuerzas para
degradar la moral de los demás.
Otra diferenciación que Linklater tiene con la obra de Habermas es que, el primero, frente
a las críticas del idealismo moral señaladas, se apoyó en la obra de Elias para señalar
que la medida del progreso civilizatorio descansaría en la manera en que una sociedad
las personas pueden plantearse la satisfacción de sus necesidades sin ocasionarse daño
o despreciarse unas a otras.
Partiendo de ahí, Linklater sugirió que las comunidades políticas modernas se
comprometen con dos principios morales que compiten entre sí: que la ciudadanía tiene
derechos especiales que requieren una consideración primordial, y que todos los seres
humanos merecen igual respeto. Por ello, las comunidades políticas tienen que reconciliar
sus deberes de promover los intereses de sus ciudadanos, con sus obligaciones para el
resto de la humanidad. Para abordar este dilema moral, Linklater sugiere establecer un
deber de no infligir daño a los foráneos, y no beneficiarse del daño que otros puedan
sufrir, a modo de ética global de la hospitalidad.
Esta posición idealista para la que se basó en Elias, más que cosmopolita, es cínicamente
comunitarista, ya que deja fuera del proceso civilizatorio a los situados fuera de una
sociedad determinada. Esta perversa cuestión, asume la necesidad lógica de que algunos
asuman los costes civilizatorios de otros a menos que puedan resistir mediante formas de
contestación. Frente a esto, Linklater prefiere fijar su atención en la prometedora pero
lenta realidad de institucionalización de diversos regímenes internacionales de protección
en materias tales como derechos humanos, medio ambiente o salud, que vendrían a
demostrar que estaríamos en los albores de una nueva comunidad global.
A diferencia de Linklater, Habermas apeló al recuerdo de catástrofes pasadas de las que
debemos aprender, y al modo en que la percepción de nuevos peligros globales, pueda
impulsar, desde dentro de cada Estado, una acción coordinada a nivel mundial, alejado
así del idealismo de Linklater, se basa en el concepto de comunidad de riesgo como
elemento catalizador de una acción concertada a nivel internacional. Para Habermas, sin
despreciar a la sociedad civil, es precisamente el peso de lo fáctico lo que impulsa el
cambio de conciencia moral colectiva necesario para impulsar el cambio político.

Se impone rescatar a la teoría crítica de la deriva idealista apelando de nuevo a lo real. En


esa dirección, la obra de Beck resulta de gran interés. Una de las contribuciones de Beck
es que el nuevo cosmopolitismo es tanto una promesa de emancipación como la
anunciación de la llegada de un nuevo despotismo a escala mundial, dispuesto a pagar la
búsqueda de seguridad con la libertad.

No hay que minusvalorar las aportaciones de Linklater, pero eso no excluye que su
distanciamiento del materialismo crítico y dialéctico de Cox, supone graves problemas
desde la perspectiva del análisis de la realidad internacional. No en vano, las limitaciones
de la perspectiva de Linklater, revelan la dificultad de adaptar al estudio de las relaciones
internacionales algunas aportaciones de extraordinario valor, por haber sido éstas
elaboradas en el marco de la evolución del Estado moderno occidental, siendo
difícilmente adaptables a la realidad internacional en su totalidad. Aún así, por más que se
pueda lamentar la terrible desigualdad de facto del mundo, acaba desembocando, en
ciertas expresiones del nuevo cosmopolitismo, en la reafirmación de la legitimidad de la
tutela occidental sobre el resto del planeta, con actuaciones que, en última instancia, sólo
puede desplegar quien se sitúa en una posición de presunta superioridad moral.

Merece la pena reflexionar sobre la deriva que ha llevado a desplegar en toda su


vulgaridad la mezcla de soberbia y nostalgia colonial en diferentes esferas. Para justificar
el nuevo intervencionismo occidental y preparar el camino hacia una postdiplomacia del
garrote y el espectáculo de la urgencia humanitaria, los autoproponentes del llamado
nuevo imperialismo liberal se han desembarazado del universalismo moral, que quieren
sustituir por una reformulación del viejo discurso imperialista de la superioridad occidental.
Para ello, sugieren dejar atrás el sistema de seguridad colectiva de las Naciones Unidas,
abandonar el principio de igualdad soberana de los Estados y experimentar unos nuevos
criterios ordenadores del orden internacional. Así, no puede sorprender que algunos
ofrezcan directamente una nueva cartografía moral del mundo actual en términos de
coexistencia ahistórica de formas de premodernidad salvaje, modernidad imperfecta y
semibarbarizada, y posmodernidad civilizada que representaría la UE, logro indudable de
la razón occidental. Hacen su propuesta abierta de un nuevo imperialismo liberal que
considera que la debilidad de los Estados postcoloniales se debe a sus propias
condiciones internas. Se sugiere así que este tipo de Estados, en el mejor de los casos,
son una ficción jurídica sostenida por el derecho internacional y la cooperación para el
desarrollo cuya existencia misma habría que reconsiderar. En el peor, serían canallas,
avisperos de terroristas, criminales y fanáticos, productores de inseguridad y, por lo tanto
habría que quitarles la soberanía a esos Estados fallidos, rehabilitando así, las viejas
formas coloniales de la tutela occidental.

Surge así la cuestión postcolonial, que es aquella que se interesa por las frustrantes
relaciones de las sociedades colonizadas con la modernidad., entendidas como
enfrentamiento entre Modernidad – lo occidental – y contramodernidad – la resistencia del
colonizado -. La mentalidad colonial se sigue complaciendo de oponer Occidente al resto
del mundo, desde la pretenciosa superioridad moral, proponiéndose como honesto
gendarme, laborioso ingeniero o discreto facilitador, siempre dispuesto a sentar las bases
para un mundo mejor. Esos argumentos, frecuentes en el nuevo cosmopolitismo, se
empeñan en negar las raíces históricas de los grandes problemas y el impacto duradero
de la colonización. Un doloroso proceso que debilita la capacidad de reacción política de
las sociedades postcoloniales. Pretender entender los problemas del mundo actual al
margen de la experiencia histórica crucial que le dio forma, parece simplemente la
adecuación al presente del discurso justificador del imperialismo como misión de
civilización.

5. Conclusión

Como recuerda Habermas, en las ciencias sociales compiten diversos planteamientos


teóricos que no sólo se distinguen por los problemas que abordan, o por qué estrategias
de investigación usan, si no por cuestiones de principio. Es decir, diferencias en la
elección del marco categorial y modo de concebir el objeto de estudio. Según Habermas,
en tales diferencias de estrategia, se expresan conflictos profundos, distintas
concepciones de la ciencia e intereses cognoscitivos diversos. Todo lo expuesto hasta
ahora, se inspira en esa consideración, y pretende contribuir a una reconsideración sobre
la mayor o menor de las diversas perspectivas que compiten por consolidar una Teoría
Crítica de las Relaciones Internacionales, y hacer explícito lo que creemos que debe
entenderse como tal. Es decir, una crítica de cierta teoría crítica importante para entender
el estado actual, y expectativas de desarrollo de una aproximación que sitúe en el centro
de sus preocupaciones los ideales de justicia social, paz y libertad, que para mantenerse
necesitan la adopción de una posición radicalmente no idealista.

Esta Teoría Crítica no idealista, supone una vuelta necesaria a la dialéctica en su ya


citada doble dimensión, abierta por Cox en su momento, y quien defendió una teoría
crítica que cuestionase el orden existente y focalizase la atención en la historicidad de la
sociedad internacional, e identificó de algunos requisitos básicos – preguntarse sobre a
qué intereses sirve la teoría, la reflexión sobre la citada historicidad, y el prestar atención
a las condiciones materiales que establece el modo de producción y la dialéctica histórica
que explica su constante trasformación. Por último, recordar que recalcó la necesidad de
aclarar los mecanismos ideológicos que contribuyen a la dominación hegemónica ,
mezclando teoría y praxis para favorecer el despliegue de las fuerzas sociales que con su
contestación puedan impulsar la transformación histórica del orden mundial.
Adoptar esa perspectiva obliga a alejarse de la otra forma de entender la teoría crítica
vinculada a Linklater y a otros a partir de una discutible lectura de Habermas, que basan
su obra en un estudio idealista de los procesos comunicativos y las improbables
condiciones para el surgimiento de una ética del discurso entendida como pragmática
universal.
Para evitar que el debate sea monólogo, los interesados en la cuestión, deberían
escuchar a todos aquellos que, con su testimonio, puedan acreditar que la contestación al
orden mundial existente constituye una necesidad ineludible, a la que la teoría social, al
menos la que se dice crítica, nunca se debería sustraer.

COMENTARIO SOBRE EL TEXTO “Materialismo e idealismo en la Teoría


Crítica de las Relaciones Internacionales” de Noé Cornago Prieto

En primer lugar, quiero decir que la lectura me ha parecido un texto muy interesante, tanto
por lo que me aporta como estudiante de ciencias políticas interesado en las relaciones
internacionales a nivel de concretar conocimientos, como porque considero que es
necesario que la disciplina se encuentre en proceso constante de renovación, y creo que
eso es un imposible si no se hace a través de un debate entre distintas visiones de la
disciplina y la realidad internacional en la que vivimos, y, esto último es algo que aparece
reflejado en el propio texto.

Ésto no quiere decir que comulgue con todo el contenido del texto, empezando por su
esencia. Con ésto, me refiero a la finalidad misma de la llamada Teoría Crítica, que es
cuestionarse el orden mundial existente, denunciar la hegemonía y tratar de movilizar
diferentes fuerzas sociales cuyas diversas formas de contestación vayan dirigidas a hacer
del mundo un lugar, si no óptimo, al menos mejor. O, lo que es lo mismo, haciendo una
abstracción mayor, ¿debe ser normativa la producción teórica de las relaciones
internacionales? Para mi, la respuesta, es no, sea cual sea el tipo de cambio que un
enfoque promueva y en qué principios se base. Soy de la opinión de que una producción
normativa corre serio riesgo de diluir el componente de ciencia social en su concepción
tradicional, y que invade el campo de la política, que es por donde creo que hay que
encauzar el sistema de valores y creencias individuales y el ansia transformadora del
mundo hacia la consecución de un bien común. De hecho, por hilar con este asunto, creo
que una prueba de ello es que, de conseguir los cambios que se promueven desde una
determinado enfoque crítico, puede perfectamente crearse una nueva hegemonía que
sustituya a la anterior ante el surgimiento de nuevos e imprevistos conflictos que es más
que probable que sigan apareciendo en el mundo actual y futuro, y, en ese contexto, los
espadas de la llamada Teoría Crítica de las Relaciones Internacionales, podrían acabar
desplazados en su ámbito por ser considerados en parte responsables de impulsar
cambios que han generado esos nuevos problemas – quedando posiblemente los logros
en un segundo plano -, y surgir nuevas voces que proclamen que tal o cual idea es la
válida para lograr un mundo mejor y que la Teoría Crítica debería seguir x pasos.

Dejando ya de lado la cuestión de la esencia de si la disciplina debería ser o no


normativa, he de decir que, si bien, al igual que el autor de este texto, comulgo con lo
expuesto por Cox, y creo que es el enfoque más acertado entre los dos que se ofrecen en
el texto – a partir de ahora doy por válido el carácter normativo de la Teoría Crítica, pero
realmente si comparto esos postulados es a nivel individual y político -, porque me parece
que la revisión crítica de algunos postulados marxistas tienen mucho que aportar al
debate. Ahora bien, no puedo dejar de decir que me parece muy discutible que se sugiera
que es necesario alejarse de la obra de Linklater y otros afines. Evidentemente, no se
puede negar el enfoque idealista, quizás en exceso, de su enfoque, pero, creo que el
cambio, no se consigue sin idealismo como elemento movilizador de fuerzas. Además, la
ética y la moral, son algo que creo indispensables y, precisamente, creo que la crisis que
vivimos en la actualidad, es, en gran medida, una crisis provocada por la degradación de
estos dos conceptos y, dado que vivimos en un mundo cada vez más globalizado, esa
moral del discurso universal, podría ser, por muy utópico que sea pretender lograrla, la
quintaesencia del progreso del mundo. En resumen, creo que la postura del autor está
muy escorada en cuanto a esto se refiere, y, personalmente, creo que un camino
intermedio, es lo más adecuado, es decir, quedarse con el primer enfoque y aderezarlo
con la necesidad de cierto consenso de mínimos universal, sin olvidar que es una tarea
muy compleja y sin frustrarse ante obstáculos y fracasos y, por qué no decirlo,
defendiendo también la utilidad de tener en cuenta los procesos comunicativos del
segundo enfoque.

Por último, para ir acabando, hay dos cuestiones que me gustaría señalar. No son una
crítica tan directa como las dos anteriores, pero sí que se trata de algo que he echado de
menos en este texto.
El primero de ellos, es el relativo a los autores en los que principalmente se basa, o mejor
dicho, no se basa. A lo que me refiero, es a que, si la teoría crítica cuestiona el orden
existente y lo hegemónico, creo que en mayor o menor medida, por muy buena fe que
tengan, por muy críticos que sean, y por muchas aportaciones que hayan hecho los
autores citados a la disciplina, creo que no están exentos de estar “contaminados” por el
entorno en el que se han desarrollado, y que se echa en falta autores críticos de otros
rincones del mundo.
Para cerrar el comentario, tampoco hubiese estado nada mal que, aunque sea, se
hubiese hecho referencia a un enfoque, el del feminismo (concretamente el llamado “
standpoint feminism ”, ya que el segundo enfoque feminista se adscribe más en el
postmodernismo” ), en cuanto a que cada vez el papel de la mujer en el mundo es, y
debería seguir siendo, más importante, y a que, al fin y al cabo, también se trata de un
enfoque que cuestiona sin tapujos el estatus quo., y cuya propuesta es una interpretación
feminista de la teoría y praxis en las relaciones internacionales, siendo en este caso el
exceso de hombres en el panorama de la política, la diplomacia y las relaciones
internacionales, el elemento hegemónico.

En definitiva, mi punto de vista es el de simpatía política por mucho de lo expuesto, pero


sin comulgar con la necesidad de que la disciplina sea normativa y criticando algunas de
las posturas defendidas y la ausencia de otras una vez dejada al margen mi apreciación
mencionada sobre la misma.

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