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RELACIONES INTERNACIONALES
Introducción (página 1)
1. Introducción
Estas obras recuperan algunos de los planteamientos básicos del Marxismo para la
comprensión del mundo, y eso es algo que levanta ampollas. Sin embargo, esta
recuperación e impulso, se hace desde una perspectiva crítica. Ejemplo de ello es la obra
de Bensaïd, que propone sacudirse las ortodoxias, mostrando lo que el pensamiento de
Marx no es mediante la crítica de la razón histórica, económica y del positivismo, lo cuál
serían las bases para una comprensión reflexiva y actualizada. Hablamos pues, de un
acercamiento crítico a la Teoría Crítica de las relaciones internacionales.
Para lograr esa difícil tarea y ofrecer objetividad, la teoría crítica debía calcular cada paso
dado, reconstruir la totalidad de relaciones sociales que le dan forma, someter al análisis
histórico su objeto de estudio y elevarse sobre condicionamientos morales que establece
la subjetividad del observador. Eso sí, las premisas morales se usarían como base para
futuras denuncias de posibles injusticias sociales detectadas. En resumen, la teoría crítica
recupera la dialéctica en su doble dimensión, forma de pensamiento, y reconocimiento de
carácter contradictorio de la totalidad social.
Negativa frente al positivismo: la teoría crítica señala lo que debe ser, pues esa
aspiración de un mundo sin injusticias, aún siendo improbable, es el gran motor de
la historia, el dinamizador de las energías utópicas en el camino de la abolición de
las diversas formas de dominación.
Habermas señaló que una verdadera ciencia social crítica debía erigirse en una verdadera
crítica de las ideologías. Insistió en la conexión entre teoría y praxis como catalizador de
transformaciones sociales que permitan elevarse sobre las formas de dominación. Su
obra, tiene elementos renovadores tomados de la filosofía del lenguaje y del más
respetable liberalismo político, a costa de alejarse algo del marxismo, y consiguiendo así
para la teoría crítica un horizonte de posibilidad histórica real. Aún así, Habermas previene
frente a los posibles errores de un nuevo idealismo.
Para Habermas, no es que las ciencias sociales deban tomar partido, si no que siempre,
consciente o inconscientemente, toman partido, teniendo que enfrentarse en el camino
reflexivamente a los obstáculos materiales o simbólicos que puede enfrentar la libertad de
pensamiento y la difusión del conocimiento crítico, pero también la pretensión ilusoria de
refugiarse en la teoría pura a la manera de un nuevo idealismo. Por eso, se va a someter
a una revisión crítica a dos planteamientos teóricos bien diferenciados que conviven más
o menos confortablemente dentro de la Teoría Crítica de las Relaciones Internacionales.
El precedente más valioso por formular una teoría crítica de las relaciones
internacionales, son las llamadas teorías de la dependencia, las cuales inspiraron con
muy desigual fortuna la movilización de las energías utópicas que aspiraban a lograr, por
revolución o reforma, una transformación mundial.
Actualmente, sus argumentos se encuentran superados, tanto en la consistencia teórica
como en la praxis. Aún así, hace tan sólo unas décadas, han tenido buena acogida en los
sectores progresistas por la sencillez de sus argumentos y la audacia de sus críticas,
extendiéndose así en lo académico y político al contexto internacional.
La acogida que tuvieron en las relaciones internacionales fue tardía por tener un origen
lejano al anglosajón y por lo poco usual de sus planteamientos teóricos en la disciplina.
Nunca antes se había desarrollado una contestación tan rotunda a la corriente dominante,
y mucho menos desde fuera de las fronteras de Europa y América del Norte.
Sin embargo, el fracaso de las iniciativas reformistas y radicales de los agitados años
sesenta y setenta, hicieron cambiar de opinión a algunos de los representantes de la
dependencia tras ver su fracaso en el paso de lo teórico a lo político, cosa que coincidió
con diversos fenómenos de considerable relieve, como la crisis del petroleo y el posterior
estallido de la crisis de la deuda, el éxito económico de la industrialización acelerada de
algunos países del Sudeste asiático, o la situación anómala que supuso el paso de
algunas dictaduras postcoloniales hacia modelos más o menos democráticos en los
ochenta.
Ante ello, los teóricos de la dependencia, introdujeron nuevos conceptos, o a veces
modificando su postura abiertamente, pero eso no les libró de críticas de ser unas teorías
inconsistentes. Se les tachaba de generalización excesiva, de argumentación circular, de
carácter determinista en sus interpretaciones y de falta de rigor en investigaciones
empíricas.
A pesar de eso, en palabras del autor, el problema real fue el fracaso de la praxis política,
que provocó que, junto con el desmoronamiento del socialismo real y la caída de la Unión
Soviética, se extendiese el escepticismo entre partidarios de la dependencia.
En ese contexto, la Teoría de los Sistemas Mundiales, supuso una reformulación del
análisis de la transformación histórica de la sociedad a partir de los contextos centro y
periferia. Explicándola de manera sencilla, viene a decir que el progreso global no puede
lograrse de un día para otro ni mediante la reforma ni mediante la revolución, si no a
medio y largo plazo, y sólo en la medida en la que las fuerzas progresistas sean capaces
de influir en el devenir histórico del sistema capitalista mundial. Sostiene que los
mecanismos estructurales que favorecieron la expansión mundial del capitalismo, a medio
y largo plazo, socavarían su estabilidad. Tanto la expansión del sistema hacia la periferia
como las políticas de redistribución de la renta, son mecanismos limitados que, si bien
podían controlar temporalmente manifestaciones cíclicas y locales de la crisis, no sirven
para superar la contradicción estructural básica del sistema capitalista mundial, que no es
otra que las tensiones entre la libre determinación de la oferta y la determinación social de
la demanda, reflejada en la creciente brecha centro – periferia.
Según esta teoría, a diferencia de las viejas teorías de la dependencia, sólo teniendo en
cuenta el funcionamiento del sistema mundial es posible desarrollar estrategias
antisistema válidas a medio y largo plazo, y desde este punto de vista analiza a los
nuevos movimientos sociales.
A pesar de que el enfoque de este teórico parta de las relaciones sociales de producción,
su concepción ontológica del orden mundial se puede definir como realmente abierta.
Para empezar, presta atención específica al sistema de Estados, incluyendo a las
instituciones multilaterales como elemento relevante para la comprensión del orden
mundial, pero siempre en relación a otras configuraciones igualmente importantes de
poder. Respecto a la organización de la producción mundial, su nuevo materialismo
histórico destaca el elevado grado de integración funcional entre actividades
aparentemente dispersas en la economía mundial, fenómeno propiciado por el increíble
desarrollo de las TICS, dando como resultado una notable transformación de las
relaciones existentes entre multinacionales y Estados, caracterizada por el alejamiento de
las primeras de sus vínculos nacionales, el carácter cada vez más esquivo al control
público de sus evoluciones y la interpretación cada vez más estrecha de negocios y
políticas públicas.
En el planteamiento de Cox, también destaca la atención a la noción de hegemonía,
entendida ésta como la aceptación social de su ejercicio y el consentimiento de la
autoridad. Dicho planteamiento, teniendo en cuenta las aportaciones de Gramsci, presta
atención especial a las dimensiones propiamente ideológicas de las relaciones
internacionales en la medida en la que éstas contribuyen poderosamente a sostener el
orden mundial, o, por el contrario, a debilitar su legitimación social.
Otro foco central para comprender la problemática internacional, desde la perspectiva
teórica de Cox, es la transición a la hegemonía mundial y los procesos de ajuste
ideológico e institucional que ésta implica, y que requiere un lento consenso básico entre
Estados, con participación jerárquica y compromiso de la clase dirigente a la adaptación
de sus estructuras y disposiciones internas a pesar de la contestación social que pueda
despertar.
Cox subraya la importancia que adquiere en ese proceso el multilateralismo, pero no
obstante, su materialismo histórico se aleja deliberadamente de las concepciones
estrechamente economicistas de antiguos planteamientos marxistas, así como de todo
determinismo que pretenda entender el devenir de la historia como resultado mecánico de
la evolución del modo de producción por impulso de la técnica.
Frente a ello, presta atención muy especial a la sociedad civil y su impulso trasformador,
subrayando la transformación del concepto desde su aparición en el contexto de la
ilustración europea hasta la actualidad. Para Cox, desde la teoría crítica, este concepto es
la fusión de su interpretación hegeliana y la visión moderna, es decir, por un lado el
cimiento sobre el que la burguesía mundial construye la hegemonía, y, por otro, el dominio
en el que las fuerzas sociales de oposición elaboran y despliegan las formas de
contestación contrahegemónicas que puedan contribuir a impulsar la necesaria
transformación social. De este modo, junto con sus dimensiones objetivas, el orden
mundial, se halla también configurado como una realidad intersubjetiva en la que conviven
diferentes visiones del mundo, moldeadas a lo largo de la historia por las condiciones de
vida de los diversos grupos sociales, no como señala el marxismo clásico, si no entendido
de articulación siempre compleja entre las condiciones de posibilidad que establece la
realidad material y la propia autonomía de la conciencia en la esfera del pensamiento y de
la acción. De esa intersubjetividad surge la cuestión controvertida de la construcción de
alternativas viables al orden hegemónico. Cox señaló las bases de un nuevo
universalismo que pudiera ser capaz de impulsar las trasformaciones sociales más
apremiantes, sin ignorar que las percepciones y valores de los grupos sociales toman
forma en las condiciones históricas en las que éstos se desenvuelven, y a las que
difícilmente se pueden sustraer sin un esfuerzo de autoconciencia crítica. Por último, su
planteamiento implica el reconocimiento de la importancia de la biosfera en la medida en
la que compromete el bienestar de generaciones futuras y cualquier expectativa de
trasformación óptima del orden mundial.
Linklater adoptó una perspectiva normativa que se interesó por la dimensión propiamente
moral de la obra de Habermas, así como por la eventual aplicación de esa moral universal
al plano internacional. Su visión identifica tres grandes etapas históricas como base para
toda su elaboración conceptual posterior: la situación previa a la constitución del Estado,
la coincidente con su consolidación en la modernidad, y su superación actual en el marco
de una nueva forma de comunidad política global, en proceso de formación. La transición
a esta tercera etapa supondría la trasformación de la estricta vinculación actual de la
comunidad política a los estrechos contornos que establece cada Estado, en una nueva
comunidad cosmopolita fundada sobre valores universales y con sus correspondientes
desarrollos institucionales. Sólo así se podrá superar la contradicción entre la
proclamación de un programa universalista de bienestar y progreso, y la limitación
simultánea de su pretendida realización práctica a los contornos particulares que
establece cada Estado, contradicción caracterizada por el devenir histórico de la
modernidad, y cuyos efectos, se dejan sentir por ejemplo, en la controvertida distinción
entre derechos de ciudadanía y derechos de los seres humanos, siendo esto replanteado
en el seno de lo que, parafraseando a Habermas, puede llamarse constelación
postnacional.
Así, los portavoces de esta nueva teoría crítica, sugieren que es preciso ir más allá de las
fronteras conceptuales del Estado para profundizar en la compresión histórica de la
sociedad internacional y las expectativas de surgimiento de una democracia global.
Este planteamiento corresponde con las etapas del desarrollo moral del individuo
identificadas por Kohlberg, y retomadas más tarde críticamente por Habermas:
En base a ello, Linklater ve el paso hacia una comunidad cosmopolita global como un
proceso evolutivo de desarrollo moral. Bajo ese planteamiento, cabe cuestionarse cómo
los nuevos cosmopolitas pretenden clarificar las condiciones en las que sus
planteamientos utópico normativos pueden hacerse efectivos en la práctica en el contexto
de la realidad internacional, algo que el propio Habermas se cuestionaba.
Además, Habermas ofrecía su análisis en sociedades occidentales muy desarrolladas y
sistemas democráticos supuestamente fuertes, y ni aún con eso y una esfera pública de
deliberación racional, parecía asegurada la transición. Para lograrla, Habermas propuso
una radicalización de la democracia a través de una ética discursiva entendida como
pragmática universal. Por su atención a lo fáctico, se muestra muy prudente a la hora de
extender su propuesta de ética discursiva a escala internacional. Por el contrario, no deja
de afirmar la importancia del aseguramiento de las condiciones materiales básicas para el
fortalecimiento del respeto de los derechos humanos, la democracia, el aseguramiento de
la paz y la promoción del bienestar. Conviene destacar que Habermas identifica tres
mundos: El Primer Mundo, el Segundo Mundo, y el Tercer mundo, con sus ya consabidas
características.
No hay que minusvalorar las aportaciones de Linklater, pero eso no excluye que su
distanciamiento del materialismo crítico y dialéctico de Cox, supone graves problemas
desde la perspectiva del análisis de la realidad internacional. No en vano, las limitaciones
de la perspectiva de Linklater, revelan la dificultad de adaptar al estudio de las relaciones
internacionales algunas aportaciones de extraordinario valor, por haber sido éstas
elaboradas en el marco de la evolución del Estado moderno occidental, siendo
difícilmente adaptables a la realidad internacional en su totalidad. Aún así, por más que se
pueda lamentar la terrible desigualdad de facto del mundo, acaba desembocando, en
ciertas expresiones del nuevo cosmopolitismo, en la reafirmación de la legitimidad de la
tutela occidental sobre el resto del planeta, con actuaciones que, en última instancia, sólo
puede desplegar quien se sitúa en una posición de presunta superioridad moral.
Surge así la cuestión postcolonial, que es aquella que se interesa por las frustrantes
relaciones de las sociedades colonizadas con la modernidad., entendidas como
enfrentamiento entre Modernidad – lo occidental – y contramodernidad – la resistencia del
colonizado -. La mentalidad colonial se sigue complaciendo de oponer Occidente al resto
del mundo, desde la pretenciosa superioridad moral, proponiéndose como honesto
gendarme, laborioso ingeniero o discreto facilitador, siempre dispuesto a sentar las bases
para un mundo mejor. Esos argumentos, frecuentes en el nuevo cosmopolitismo, se
empeñan en negar las raíces históricas de los grandes problemas y el impacto duradero
de la colonización. Un doloroso proceso que debilita la capacidad de reacción política de
las sociedades postcoloniales. Pretender entender los problemas del mundo actual al
margen de la experiencia histórica crucial que le dio forma, parece simplemente la
adecuación al presente del discurso justificador del imperialismo como misión de
civilización.
5. Conclusión
En primer lugar, quiero decir que la lectura me ha parecido un texto muy interesante, tanto
por lo que me aporta como estudiante de ciencias políticas interesado en las relaciones
internacionales a nivel de concretar conocimientos, como porque considero que es
necesario que la disciplina se encuentre en proceso constante de renovación, y creo que
eso es un imposible si no se hace a través de un debate entre distintas visiones de la
disciplina y la realidad internacional en la que vivimos, y, esto último es algo que aparece
reflejado en el propio texto.
Ésto no quiere decir que comulgue con todo el contenido del texto, empezando por su
esencia. Con ésto, me refiero a la finalidad misma de la llamada Teoría Crítica, que es
cuestionarse el orden mundial existente, denunciar la hegemonía y tratar de movilizar
diferentes fuerzas sociales cuyas diversas formas de contestación vayan dirigidas a hacer
del mundo un lugar, si no óptimo, al menos mejor. O, lo que es lo mismo, haciendo una
abstracción mayor, ¿debe ser normativa la producción teórica de las relaciones
internacionales? Para mi, la respuesta, es no, sea cual sea el tipo de cambio que un
enfoque promueva y en qué principios se base. Soy de la opinión de que una producción
normativa corre serio riesgo de diluir el componente de ciencia social en su concepción
tradicional, y que invade el campo de la política, que es por donde creo que hay que
encauzar el sistema de valores y creencias individuales y el ansia transformadora del
mundo hacia la consecución de un bien común. De hecho, por hilar con este asunto, creo
que una prueba de ello es que, de conseguir los cambios que se promueven desde una
determinado enfoque crítico, puede perfectamente crearse una nueva hegemonía que
sustituya a la anterior ante el surgimiento de nuevos e imprevistos conflictos que es más
que probable que sigan apareciendo en el mundo actual y futuro, y, en ese contexto, los
espadas de la llamada Teoría Crítica de las Relaciones Internacionales, podrían acabar
desplazados en su ámbito por ser considerados en parte responsables de impulsar
cambios que han generado esos nuevos problemas – quedando posiblemente los logros
en un segundo plano -, y surgir nuevas voces que proclamen que tal o cual idea es la
válida para lograr un mundo mejor y que la Teoría Crítica debería seguir x pasos.
Por último, para ir acabando, hay dos cuestiones que me gustaría señalar. No son una
crítica tan directa como las dos anteriores, pero sí que se trata de algo que he echado de
menos en este texto.
El primero de ellos, es el relativo a los autores en los que principalmente se basa, o mejor
dicho, no se basa. A lo que me refiero, es a que, si la teoría crítica cuestiona el orden
existente y lo hegemónico, creo que en mayor o menor medida, por muy buena fe que
tengan, por muy críticos que sean, y por muchas aportaciones que hayan hecho los
autores citados a la disciplina, creo que no están exentos de estar “contaminados” por el
entorno en el que se han desarrollado, y que se echa en falta autores críticos de otros
rincones del mundo.
Para cerrar el comentario, tampoco hubiese estado nada mal que, aunque sea, se
hubiese hecho referencia a un enfoque, el del feminismo (concretamente el llamado “
standpoint feminism ”, ya que el segundo enfoque feminista se adscribe más en el
postmodernismo” ), en cuanto a que cada vez el papel de la mujer en el mundo es, y
debería seguir siendo, más importante, y a que, al fin y al cabo, también se trata de un
enfoque que cuestiona sin tapujos el estatus quo., y cuya propuesta es una interpretación
feminista de la teoría y praxis en las relaciones internacionales, siendo en este caso el
exceso de hombres en el panorama de la política, la diplomacia y las relaciones
internacionales, el elemento hegemónico.