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ROCA por Jorge Abelardo Ramos - 1974

¿Fue Roca
"un
hombre de
orden" en
el sentido
usual y

reaccionario de la palabra? Los historiadores se sienten algo incómodos con el tucumano y prefieren
sustituir el significado social de su política con el abundante anecdotario y los idiotismos retóricos
habituales acerca de la generación del 80.
Las ideas usuales sobre Roca son las siguientes:
1° Fue el jefe de la oligarquía.

2° Eliminó a los indios en lugar de civilizarlos.


3° Fue un liberal, enemigo de la Iglesia.
4° Su época fue la del ingreso del gran capital extranjero.
5° Su generación y Roca con ella, fueron "escépticos".
6° Manejó al país con una "liga de gobernadores".
7° No había elecciones libres.
8° Fue un hombre de orden (en esto coinciden los conservadores y los izquierdistas verborrágicos).
Así como no se puede entender a Perón sin comprender a Irigoyen (importante caudal de
irigoyenistas ingresó en 1945 al peronismo que veían reivindicada ese año una lucha amarga
sostenida contra el alvearismo) tampoco puede inteligirse realmente a Don Hipólito sin rastrear los
orígenes del radicalismo en las huestes del roquismo moribundo. Pues si Roca cubrió treinta años de
vida nacional, no se debió a sus "mañas" o astucias políticas (políticos astutos de tamaño menor
hemos tenido muchos y aún tallan algunos muy a la vista) sino a la evidencia de que grandes
fuerzas de la vieja sociedad argentina se encontraron representadas en él, incluso algunas que el
soldado había combatido y que el político recogió luego en sus filas. Nos referimos en primer lugar
al antiguo partido federal de provincia, con sus múltiples denominaciones, sin olvidar al célebre
partido "ruso" de Córdoba.
El historiador cordobés Alfredo Terzaga, en un libro notable sobre la vida de Roca próximo a
aparecer y acerca del cual he tenido el privilegio de curiosear algunos capítulos, ha investigado la
filiación y orígenes políticos de los diputados nacionales en el Congreso Nacional de 1880. El
Congreso del joven presidente electo Julio A. Roca. Terzaga verificó que gran número de ellos
habían militado anteriormente en el partido federal de provincias.
La esencia del dilema consistió en que desaparecido Rosas y los caudillos del interior asesinados
después de Pavón todos cuantos habían intentado rebelarse contra el poder de los saladeristas y
comerciantes del puerto de Buenos Aires, las provincias se encontraron sin una representación
política válida. Hasta 1870 Urquiza encarnó esas aspiraciones, y fue, paradójicamente, el caudillo
más popular de la Argentina del siglo XIX, menos en la provincia de Buenos Aires, donde continuó
largo tiempo vigente la reputación de Rosas quien, a su vez, nunca tuvo en el interior más
predicamento que el proveniente del temor a su fuerza militar y su poder económico. Es sabido el
desdén con que Urquiza declinó el apoyo que estaban dispuestas a brindarle las provincias
mediterráneas. Cuando después de Pavón dio vuelta su poncho y abandonó a Mitre el resto del
territorio nacional, encerrándose a contar sus vacas en San José, las provincias advirtieron con
amargura que se disipaba con el entrerriano su última esperanza de nacionalizar las aduanas y de
federalizar Buenos Aires, reclamos básicos del interior que debían poner fin a la supremacía porteña
y a la miseria de los que Tejedor llamaría "los trece ranchos".
Mitre firmó la Triple Alianza con el imperio del Brasil y con el Uruguay para arrasar al Paraguay de
los López. Para hacerlo debió reconstruir el Ejército Nacional, adonde fueron a parar los
provincianos sin destino en un país anarquizado. De ese ejército salió Roca y sus antiguos
condiscípulos del colegio de Concepción del Uruguay, que luego lo acompañaron en el gobierno.
El ejército que se desangró en esa guerra, consolidó en su seno una poderosa corriente antimitrista
que levantó primero a travéz de Mansilla la candidatura del "loco" Sarmiento contra Elizalde y
luego la del tucumano Avellaneda contra Adolfo Alsina y Mitre, para terminar sosteniendo,
mediante la constitución del Partido Autonomista Nacional, el nombre de Roca. Los provincianos
por un lado y los sectotes populares del viejo rosismo por el otro se agruparon primero alrededor de
Alsina y luego de Roca.
El vencedor del desierto había conquistado 20.000 leguas en el sur argentino; el tema de los indios
se vincula al tráfico ilegal de haciendas con el comercio chileno de la cordillera, que adquiría las
tropillas saqueadas por las tribus; éstas eran con frecuencia "agentes proveedoras". En una época y
un país que había degollado gauchos durante setenta años, no debiera sorprender que a los indios
del sur no les fuera otorgada una chacra a cada uno.
La oligarquía terrateniente que se apoderó de las tierras de indios y gauchos, condenó a ambas
corrientes del pueblo nativo a sufrir un destino aciago; pero es justo consignar que la conquista del
Desierto realizada por Roca y el ejército de su tiempo no solo establece un principio de soberanía,
en ese momento harto dudoso, sino que libera al gaucho retratado por Hernández del martirio
inacabable del fortín en la "frontera".
La oligarquía bonaerense luchó sin sosiego contra Roca. El propio Avellaneda, cuando se proclamó
su candidatura en Córdoba, sólo tenía en la ciudad de Buenos Aires 11 partidarios de acuerdo al
relato de Carlos Pellegrini, que era uno de ellos. Mitre aparece en la política argentina en primer
plano al caer Rosas; pero queda eclipsado como factor decisivo a partir del momento en que Roca
se inicia en la vida pública como Presidente, en 1880. Como muchos segundones que acarician
ambiciones desmedidas, Mitre debe conformarse con resistir a restringir las iniciativas de Roca,
desde su invariable situación de "opositor". Naturalmente Roca fue un liberal, pero en aquella época
el vocablo poseía una significaión distinta a la de nuestros días. Era un "liberal nacional", en otras
palabras, encarnó el progreso histórico y llevó el presupuesto nacional hsta el último rincón de
provincias. Porque antes de Roca los ingresos nacionales se gastaban en beneficio de Buenos Aires,
situación que no habían alterado ni Rivadavia, ni Rosas, ni Mitre.
La del 80 fue la más "nacional" de las generaciones gobernantes junto a la de los soldados
revolucionarios de la Independencia. Por la firme mano de Roca creó toda la estructura del Estado
moderno, restableció los aranceles proteccionistas derogados por Vélez Sársfield al caer Rosas e
impulsó las grandes obras con que el país cuenta todavía. El poder del imperialismo, sin embargo,
esterilizó sus mejores proyectos, enriqueció a parte del roquismo, permitió fusionar a ese sector con
el agónico mitrismo y, del gran Partido Autonomista Nacional que sostuvo la primera presidencia de
Roca se abrieron dos alas: la más vacuna y reaccionaria, se constituyó a principio de siglo en el
partido Conservador. La más popular y plebeya, en el Radicalismo de Irigoyen.
El propio Roca, al abandonar la vida pública en 1904, aconsejó a sus partidarios, entre ellos al
general Ricchieri, que siguieran a Hirigoyen. Había sido tanto un triunfador como un vencido; pero
el soldado que había ganado batallas y que leía a Tácito en el vivac, también fue un jefe de partido y
nada más lejos de Roca que asumir el papel de un autócrata. La liga de los Gobernadores era un
sistema de acuerdos políticos para resistir la siempre amenazante presencia de los intereses
porteños. En aquella época, las elecciones se decidían entre la sociedad criolla, toda ella armada y
que contaba los votos con la punta del cuchillo en los atrios de las viejas iglesias coloniales.
Hacia el declinar del roquismo la mayoría de la población era extranjera y todavía indiferente a la
cosa pública. Las elecciones libres eran una pura utopía. Recién con el diputado roquista Hipólito
Yrigoyen, que se distanciaba lentamente del autonomismo, empezarán los hijos de inmigrantes a
sentirse argentinos y a pretender ocupar un lugar en la política del país. Criollos viejos y argentinos
nuevos se fusionarán bajo el dogma constitucionalista de Don Hipólito. Roca y sus zorrerías, que lo
habían hecho un caudillo entre jefes, ya era una sombra. Y la clase obrera, con otro coronel en el
lejano horizonte, aún era una promesa.

Jorge Abelardo Ramos

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