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BATALLA DE CARPINTERÍA - 19 de Setiembre

Hoy 19 de Setiembre se conmemora un nuevo aniversario de la


batalla de Carpintería, librada el año 1836 a orillas del arroyo
homónimo –un afluente del río Negro en el departamento de
Durazno- entre el ejército gubernista al mando de Ignacio
Oribe, hermano del presidente de la república Manuel Oribe, y
el revolucionario a órdenes de Fructuoso Rivera.
Dicho enfrentamiento ha pasado a integrar el nomenclátor
histórico del Uruguay, debido a que en el mismo hicieron su
aparición pública las divisas que identifican, hasta hoy, a
nuestros partidos fundacionales.
La anécdota es muy conocida. Surgió, la divisa blanca, por
decreto gubernamental de 10 de agosto de aquel año. Nació, la
colorada, despuntada de los forros de los ponchos gauchos, en
algún rincón impreciso de la campaña.
Escribía, hace unos años, el profesor Carlos Cigliutti al
respecto: “En rigor, el choque primero, definió los partidos.
Porque la divisa blanca habría tenido el mérito que su autor
buscaba, si su uso hubiera sido espontáneo y desinteresado.
Pero no fue una invitación la de su uso: fue una imposición. No
por solidaridad sino por obligación, la gente usó la divisa
uniformadora y anticipó así la homogeneidad igualitaria del
mandato. En cambio, Rivera usó la divisa colorada porque no
tenía otra a mano. Y la gente sintió el significado del símbolo y
lo usó con orgullo recordando sin duda, el vigor de la sangre
derramada por la libertad nacional”.
Y acertó el profesor Cigliutti al delimitar los campos. Pues en
aquella lucha fraticida, comenzada en Carpintería y culminada
dos años más tarde con la victoria de los revolucionarios y la
renuncia del primer mandatario, el enfrentamiento civil excedió
los límites de lo meramente político para expandirse a lo
profundamente social.
Dos series de argumentos abonan la afirmación precedente.
Primero: del lado del presidente Oribe militó lo más selecto del
patriciado, especialmente el ligado a la gran propiedad rural,
amiga del orden y la “paz social” y contrario, en general, a los
caudillos depredadores de haciendas, sean estos los de la
alborada de 1811, los de 1820 o los de los primeros tiempos de
la independencia. Mientras que junto a Rivera se congregó la
porción más numerosa de los “pequeños hacendados y peones”,
basamento de su prestigio en la campaña, como reconocería el
historiador Alfredo Castellanos. No en vano es que el profesor
Juan Pivel Devoto diría de él, que se trataba de “un hijo
auténtico de la Revolución con las virtudes y los defectos
inherentes a la época y al medio en que había formado su
personalidad”, que “se daba sin tasa sólo a los humildes”. O
que Reyes Abadie y José Claudio Williman le definieran como
“militar guerrillero de legendario prestigio y caudillo de la
plebe campesina”. O que el cónsul inglés Mr. Hood, afirmara
que el poder de Rivera en la ocasión descansaba “en el
elemento popular y el populacho”.
Segundo: resaltar un aspecto atinente a las apoyaturas sociales
de Rivera durante toda la campaña de 1836-1838, tanto en lo
relativo a la composición de sus milicias como al tendido de
redes de lealtad política en la esfera de la “opinión pública”,
cual es el componente indígena guaraní misionero. Está harto
probado que el elemento perteneciente a esta etnia y sus
descendientes constituyó, en el período que va desde la
conquista de las Misiones en 1828 hasta la hecatombe de India
Muerta en 1845 –ya en plena Guerra Grande-, fuente de
fervorosos partidarios para el caudillo. El militar argentino
Tomás de Iriarte insertó en sus memorias que Rivera, cuando
Carpintería, “engrosó su fuerza con los indios misioneros de la
colonia del Cuareim”, acotando además que “estos indios le
eran muy devotos”.
El presidente Oribe escribía a Juan Antonio Lavalleja cuatro
días antes de la batalla: “Estoy persuadido que no debemos
contar con los indios para nada, pues son decididos esclavos de
Rivera, y no conocen derecho, ni justicia que se oponga a
separarlos de dicha servidumbre”.
Una observación final al respecto. La mayoría de los soldados
del primer ejército de la República se integró con tapes.
Asimismo, las peonadas de las antiguas estancias del país. El
general Rivera fundó en 1833, con indígenas procedentes de
Bella Unión, el pueblo de San Borja del Yí en las proximidades
del Durazno. Fernando Tiraparé, cacique guaraní y primer
“Comandante de los Naturales” de San Borja, fue un ferviente
partidario de don Frutos. A su muerte, su cargo sería heredado
por su esposa Luisa Tiraparé, más conocida por el apodo de
“La Capataza”. Muchos borjistas habrían de ceñir, cuando
Carpintería, y en circunstancias posteriores, divisa colorada.

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