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Cómo pudo tener tan triste final el

sobresaliente Imperio Romano?


Tal y como lo estableció Gibbon, lo que ocurrió es que los ciudadanos romanos y
sus representantes políticos empezaron en un cierto momento a ignorar sus
“virtudes cívicas”.

Muy Historia

Hoy en día estamos acostumbrados a decir que el Imperio Romano experimentó una


“decadencia” que acarreó un triste final a una civilización sobresaliente, pero esta
explicación para los últimos siglos de Roma no existía antes de que Gibbon la sintetizara
en el siglo XVIII. Él tuvo el mérito de ser el primero en analizar la Historia del Imperio
latino de una forma global: examinó varias centurias, multitud de emperadores y todo tipo
de sucesos. Fue él quien acuñó la visión decadentista, hoy instalada en nuestro
imaginario, que nos hace pensar en emperadores indolentes entregados a sus banquetes y
orgías (cuando no locuras), ignorando las obligaciones de gobierno.

Tal y como lo estableció Gibbon, lo que ocurrió es que los ciudadanos romanos y sus


representantes políticos empezaron en un cierto momento a ignorar sus “virtudes
cívicas”, es decir, su elevado sentido del deber y el buen hacer en los asuntos públicos.
Esto los llevó a abjurar de algunas de las obligaciones más pesadas que imponía el
sostenimiento del Imperio; en particular, la de nutrir el ejército de los necesarios efectivos
humanos. Cada vez más, las legiones estuvieron pobladas por extranjeros, bárbaros que, a
la postre, tuvieron en sus manos un aspecto clave: la defensa de las fronteras del Imperio.
Faltos de la formación y también del compromiso necesarios para cumplir esta difícil tarea
con la fortaleza requerida, las costuras del mundo romano acabarían rotas, desbordadas por
otros pueblos necesitados de utilizar la guerra como forma de supervivencia, en especial los
hunos.

La pérdida del interés por las virtudes cívicas y por el progreso del Imperio, ¿a qué se
debía? Gibbon señala al cristianismo como un factor esencial en el incremento de la
defección romana por los asuntos públicos. Aunque la fe cristiana sólo podía practicarse de
forma clandestina en sus primeros tiempos, acabó por prender con gran fuerza entre los
romanos, incluidos sus dirigentes. Y esto tuvo consecuencias.

Remite al artículo Los pecados capitales de Roma, de José Ángel Martos. Más información
sobre el tema en el último número de Muy Historia, dedicado a la Caída del Imperio
Romano.

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