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EL ÁRBOL MÁGICO

Hace mucho, mucho tiempo, un niño paseaba por un campo en cuyo centro
encontró un árbol con un cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices las
palabras mágicas, lo verás.

El niño trató de acertar el hechizo, y probó con abracadabra, tan-ta-ta-chán, y


muchas otras, pero nada. Rendido, se tiró suplicante, diciendo: "¡¡por favor,
arbolito!!", y entonces, se abrió una gran puerta en el árbol. Todo estaba
oscuro, menos un cartel que decía: "sigue haciendo magia". Entonces el niño
dijo "¡¡Gracias, arbolito!!", y se encendió dentro del árbol una luz que alumbraba
un camino hacia una gran montaña de juguetes y chocolate.

El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del
mundo, y por eso se dice siempre que "por favor" y "gracias", son las palabras
mágicas.
EL CONEJO EN LA LUNA (MITO)

Hace siglos, Quetzalcóatl, el Dios grande y bueno, decidió viajar por todo el


mundo transformado en una persona humana para evitar ser reconocido.
Caminó por montañas, bosques, conoció mares y ríos, y como no había parado
todo un día, a la caída de la tarde decidió descansar ya que se sentía fatigado y
con hambre. Así que se sentó a la orilla del camino, hasta que se hizo de noche
y las estrellas comenzaron a brillar, y una luna anaranjada se asomó a la
ventana de los cielos. 
Estaba allí descansando y observando la belleza de la naturaleza, cuando de
repente vio a un conejito a su lado, mirándole, y masticando algo que llevaba
entre los dientes.
- ¿Qué estás comiendo?, - le preguntó.
- Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?
- Gracias, pero yo no como zacate.
- ¿Qué vas a comer entonces?
- Morirme tal vez de hambre y de sed, si no encuentro nada que llevarme a la
boca.
El conejito, no satisfecho ni de acuerdo con lo que acababa de escuchar, se
acercó a Quetzalcóatl y le dijo:
- Mira, yo no soy más que un conejito pequeño, pero si tienes hambre,
cómeme, estoy aquí.
Entonces el dios, conmovido e impresionado con la bondad del conejo, lo
acarició y le dijo:
- Tus palabras me emocionan tanto, tanto que a partir de hoy tú no serás solo
un conejito más en la tierra, serás muy recordado y reconocido por todo el
mundo y para siempre, porque te lo mereces por lo bueno y generoso que eres.
Entonces el dios tomó al conejito en brazos, lo levantó alto, muy alto, hasta la
luna, hasta que su figura quedó estampada en la superficie de la luna. Luego, el
dios lo bajó a la tierra y le dijo:
- Ahí tienes tu retrato en luz, para que todos los hombres tengan siempre tu
recuerdo.
Y la promesa del dios se cumplió. Cuando miras a la luna llena en una noche
despejada podrás ver la silueta del conejo que hace siglos quiso ayudar al dios
Quetzalcóatl.
LA LEYENDA DEL MAÍZ
Los aztecas veneraban al dios Quetzalcóatl, que significa Serpiente
Emplumada.

Antes de la llegada de ese dios, los aztecas se alimentaban de raíces y


animales que cazaban, pero no podían comer maíz porque estaba escondido
detrás de las montañas.

Los antiguos dioses habían intentado tiempo atrás separar estas altas
montañas utilizando su fuerza, pero no lo consiguieron, así que los aztecas
pidieron ayuda al dios Quetzalcóatl.

Quetzalcóatl no quiso emplear la fuerza, sino la inteligencia y la astucia, y se


transformó en una hormiga negra. Decidió dirigirse a las montañas
acompañado de una hormiga roja, dispuesto a conseguir el maíz para su
pueblo.

Tras mucho esfuerzo y sin perder el ánimo, Quetzalcóatl subió las montañas y
cuando llegó a su destino, cogió entre sus mandíbulas un grano maduro de
maíz e inició el duro regreso. Entregó el grano a los aztecas que plantaron la
semilla, y desde entonces, tuvieron maíz para alimentarse.

Los indios indígenas se convirtieron en un pueblo próspero y feliz para siempre


y desde entonces fueron fieles al dios Quetzalcóatl, al que jamás dejaron de
adorar por haberles ayudado cuando más lo necesitaban.
EL MAÍZ NEGRITO
En un campo de cultivo, un campesino sembró granos de maíz blanco, amarillo,
rojo y negro.

La lluvia mojó la tierra y las semillas germinaron. Pocos meses después, el


campo estaba muy hermoso. Las plantas de maíz lucían sus mejores hojas y
las movían al ritmo del viento. Las abejas y las mariposas se deleitaban entre
ellas, pero algo sucedía, una planta estaba triste porque sus granitos eran
negritos y creía que era el color más triste del campo.

Las otras plantas la invitaban a extender sus hojas y a moverlas como


mariposas, pero ella temía que se burlaran por sus granos de color negro.

Llego el día de recoger la cosecha, las mazorcas estaban listas para irse al
saco, el campesino llevó los cuatro colores del maíz al mercado. ¡Qué sorpresa
se llevó el maíz negrito! La gente los acariciaba diciendo: “Que lindos colores,
que ricas y buenas tortillas haremos si los juntamos”.

El maíz negrito aprendió la lección, para ver feliz no es el color lo que importa,
sino lo útil que podemos ser.

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