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- Me dicen que me vas a enviar mañana a la tierra. ¿Pero, cómo vivir? tan
pequeño e indefenso como soy...
- Entre muchos ángeles escogí uno para ti, que te esta esperando en la Tierra y
que te cuidara.
- Pero dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír, eso basta para
ser feliz.
- Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tu sentirás su amor y serás feliz.
- Tu ángel te dirá las palabras mas dulces y más tiernas que puedas escuchar y
con mucha paciencia y con cariño te enseñará a hablar.
En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo pero ya se oían voces terrestres,
y el niño presuroso repetía con lágrimas en sus ojitos sollozando...
Sol, solecito,
caliéntame un poquito
por hoy por mañana
por toda la semana.
Luna, lunera, cascabelera,
cinco pollitos y una ternera.
¡Caracol, caracol,
a la una sale el sol!
Cuenta la leyenda que, antes de la llegada del Dios Quetzalcóatl, los aztecas solo se
alimentaba de raíces y algún que otro animal que podían cazar.
Los antiguos dioses intentaron por todos los modos acceder quitando las montañas
del lugar, pero no pudieron conseguirlo. Entonces, los aztecas recurrieron a
Quetzalcóatl, quien prometió traer maíz. A diferencia de los dioses, este utilizó su
poder para convertirse en una hormiga negra y, acompañado de una hormiga roja,
se marchó por las montañas en busca del cereal.
El proceso no fue nada fácil y las hormigas tuvieron que esquivar toda clase de
obstáculos que lograron superar con valentía. Cuando llegaron a la planta del maíz,
tomaron un grano y regresaron al pueblo. Pronto, los aztecas sembraron el maíz y
obtuvieron grandes cosechas y, con ellas, aumentaron sus riquezas. Con todos los
beneficios, se cuenta, que construyeron grandes ciudades y palacios.
Desde aquel momento, el pueblo azteca adora al Dios Quetzalcóatl, quien les trajo
el maíz y, con ello, la dicha.
El perro y su reflejo
Un perro muy hambriento caminaba de aquí para allá buscando algo para
comer, hasta que un carnicero le tiró un hueso. Llevando el hueso en el hocico,
tuvo que cruzar un río. Al mirar su reflejo en el agua creyó ver a otro perro con un
hueso más grande que el suyo, así que intentó arrebatárselo de un solo mordisco.
Pero cuando abrió el hocico, el hueso que llevaba cayó al río y se lo llevó la
corriente. Muy triste quedó aquel perro al darse cuenta de que había soltado
algo que era real por perseguir lo que solo era un reflejo.
Los dioses decidieron que para convertirse en Sol, Tecuciztécatl tenía que
arrojarse al fuego, pero el dios tuvo miedo y no lo pudo hacer. En su lugar,
Nanahuatzin se tiró al fuego y, por su acto valiente, se transformó en el sol.
Tecuciztécatl se avergonzó por su actitud y decidió tirarse al fuego y, entonces, se
transformó en la luna.