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La leyenda del maíz

Antes de la llegada del dios Quezalcóatl, los aztecas se alimentaban de raíces y animales
que cazaban, pero no podían comer maíz porque estaba escondido detrás de las
montañas y no podían llegar hasta él.

Los antiguos dioses habían intentado tiempo atrás separar estas altas montañas utilizando
su fuerza, pero no lo consiguieron, así que los aztecas pidieron ayuda al dios Quezalcóatl.

Cuenta la leyenda que Quezalcóatl no quiso emplear la fuerza, sino la inteligencia y la


astucia, y se transformó en una hormiga negra. Decidió dirigirse a las montañas
acompañado de una hormiga roja, dispuesto a conseguir el maíz para su pueblo.

Tras mucho esfuerzo y sin perder el ánimo, Quezalcóatl subió las montañas y cuando llegó
a su destino, cogió entre sus mandíbulas un grano maduro de maíz e inició el duro
regreso. Entregó el grano a los aztecas que plantaron la semilla, y desde entonces,
tuvieron maíz para alimentarse.

Los indios indígenas se convirtieron en un pueblo próspero y feliz para siempre y desde
entonces fueron fieles al dios Quetzalcóatl, al que jamás dejaron de adorar por haberles
ayudado cuando más lo necesitaban.

Preguntas de comprensión

¿Qué habrá querido decirnos esta preciosa leyenda mexicana? Descubre si tu hijo
entendió el mensaje de este cuento con estas preguntas:

1. ¿Por qué querían los aztecas separar las montañas?

2. ¿Qué usaron para intentar separar las montañas?

3. ¿Qué hizo el dios Quezalcóatl para llegar hasta el maíz atravesando las montañas?
Quetzalcóatl.
Quetzalcóatl es considerado por muchos como el dios principal del mundo prehispánico.
También es conocido como “la serpiente emplumada”, cuya imagen representa la
condición humana; la forma de serpiente simboliza el cuerpo físico y las plumas
representan el lado espiritual. Sin duda alguna se trata de un personaje de suma
importancia para las antiguas civilizaciones mesoamericanas.

Cuenta la leyenda que cuando se creó el mundo, los dioses y los seres humanos vivían
felices y en armonía. Sin embargo, el único que no estaba contento era el dios
Quetzalcóatl, quien veía como los dioses se aprovechaban de los seres humanos, se
sentían superiores y los hacían menos.

Molesto con esta situación, Quetzalcóatl decidió transformarse en ser humano para
compartirles a las personas toda la sabiduría y conocimientos que los dioses poseían.

Al llegar al mundo de los humanos viajó por muchas tierras hasta llegar a la ciudad de
Tollan, donde encontró a sus pobladores haciendo un sacrificio dedicado a su hermano
Tezcatlipoca. Al observar este acontecimiento, detuvo el sacrificio y les explicó que él
venía a ofrecerles una ciudad eterna, llena de flores y buena vida.

De pronto el cielo se despejó, las nubes desaparecieron y salió el sol. Quetzalcóatl les
compartió sus conocimientos, y les explicó a las personas cómo era la vida con igualdad y
humildad. Desde aquel día se convirtió en un ejemplo a seguir y todo un símbolo para los
pueblos precolombinos.

La Mujer Dormida y el cerro Popocatepetl.

Tonatiuh, el Dios Sol, vivía con su familia en el cielo allí donde no se conocía la oscuridad,
ni la angustia. El hijo del Dios Sol era el príncipe Izcozauhqui a quien le encantaban los
jardines.

Un día el príncipe oyó hablar de los lindos jardines del señor Tonacatecuhtli así que
curioso fue a conocerlos. Las plantas allí parecían más verdes y los prados frescos y
cubiertos de rocío. Al descubrir una laguna resplandeciente se acercó a verla y allí se
encontró con una mujer que salía de las aguas ataviada con vestidos de plata. Se
enamoraron de inmediato ante el beneplácito de los dioses. Pasaban el tiempo juntos,
recorrían un cielo y otro. Pero los dioses les prohibieron ir más allá del cielo.

Los enamorados conocían el firmamento. La curiosidad por saber qué había bajo el cielo
hizo que descendieran a conocer la tierra. Allí la vida era diferente. El sol no brillaba todo
el tiempo, sino que descansaba por las noches. Había más colores, texturas, sonidos y
animales que en todos los cielos recorridos.
Los príncipes, al descubrir que la tierra era más hermosa que los paraísos celestiales
decidieron quedarse a vivir en ella para siempre. El lugar escogido para su morada estaba
cerca de un lago, al lado de valles y montañas.

Los dioses, furiosos por la desobediencia de la pareja, decidieron un castigo. La princesa


enfermó repentinamente, fueron vanos los esfuerzos de Izcozauhqui por aliviarla. La
mujer supo que esa era la sanción de los dioses.

La princesa, antes de morir, le pidió a Izcozauhqui que la llevara a una montaña con el fin
de estar junto a las nubes, para que, cuando él regresara con su padre, pudiera verla más
cerca desde el cielo. Fueron sus últimas palabras, después se quedó quieta y blanca como
la nieve.

El príncipe caminó días y noches hasta llegar a la cima de la montaña. Encendió una
antorcha cerca de ella, la veló, como si la princesa durmiera. Izcozauhqui se quedó junto a
ella, sin moverse, hasta morir. Ella se convirtió en la mujer dormida (Iztaccíhuatl) y él en
el cerro que humea (Popocatépetl).

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