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Hemos hablado con anterioridad de una dimensión del amor que es indispensable
tener en cuenta so pena de caer en una simplificación del amor como realidad
personal e interpersonal. Es el hecho del aprendizaje y la maduración del amor.
Ahora bien, elegir un proyecto comporta ser fiel a él, hasta el punto de que podríamos
decir del ser humano que es una criatura “al que le es posible ser leal con su proyecto
biográfico” (ibid., p. 21). Si el matrimonio es un proyecto de vida, la lealtad y
coherencia de los cónyuges con ese proyecto es parte de su maduración como
personas. En puridad, los cónyuges tendrían que evitar toda conducta que traicionara
su proyecto. Pero esta lealtad no viene por sí sola: exige una gran dosis de esfuerzo,
sacrificio y renuncia personales. Cuando esto no se da, sobreviene con mucha
frecuencia el fracaso matrimonial. Como este fracaso es tan frecuente, hay muchos
que piensan que el matrimonio para siempre es un imposible, cuando lo que
realmente es imposible es dar estabilidad y continuidad a un proyecto conyugal y
familiar por el cual no se está dispuesto a sacrificar nada. Detrás de la mayoría de los
fracasos matrimoniales, que conducen a una ruptura de la unidad familiar y a grandes
sufrimientos de los miembros de una familia, especialmente los hijos, hay
frecuentemente una gran dosis de inmadurez.