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Colaboración

 
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Off Balance Series
Balance
Execution
Release
Twist
Dismount
 
 
Introducción

Estimado lector:
 
La serie Off Balance es una serie de continuación. Las
novelas deben ser leídas para seguir la historia.
Esta historia es puramente ficticia y no refleja
acontecimientos de la vida real.
Cada novela de esta serie de cinco partes sigue un
intenso romance de mayo a diciembre entre una gimnasta y
un entrenador. Si considera que este tema y cualquier
contenido relacionado con él es perturbador, la serie Off
Balance no es para ti.
La gimnasia es un deporte práctico que implica horas de
contacto estrecho con un entrenador. Mi objetivo era
centrarme en la belleza del deporte en detalle, mostrar el
aspecto emocional de la dedicación que hace un atleta y
mostrar cómo dos personas son capaces de cruzar límites
prohibidos y evolucionar juntos.
Esta historia te empujará, te cuestionará y te llevará
fuera de tu zona de confort.
La serie Off Balance está dirigida únicamente a lectores
mayores de 18 años. Se recomienda la discreción del lector.
 
Lucia
 
 
Índice

COLABORACIÓN

NOTA

MA S TÍTULOS DE LUCIA FRAN CO

INTRODUCCIÓN

ÍNDICE

GLOSARIO

SINOPSIS

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 01

CAPÍTULO 02

CAPÍTULO 03

CAPÍTULO 04

CAPÍTULO 05

CAPÍTULO 06

CAPÍTULO 07

CAPÍTULO 08

CAPÍTULO 09

CAPÍTULO 10

Í
CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 16

CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 18

CAPÍTULO 19

CAPÍTULO 20

CAPÍTULO 21

CAPÍTULO 22

CAPÍTULO 23

CAPÍTULO 24

CAPÍTULO 25

CAPÍTULO 26

CAPÍTULO 27

CAPÍTULO 28

CAPÍTULO 29

CAPÍTULO 30

CAPÍTULO 31

Í
CAPÍTULO 32

CAPÍTULO 33

CAPÍTULO 34

CAPÍTULO 35

CAPÍTULO 36

CAPÍTULO 37

CAPÍTULO 38

CAPÍTULO 39

CAPÍTULO 40

CAPÍTULO 41

CAPÍTULO 42

CAPÍTULO 43

CAPÍTULO 44

CAPÍTULO 45

CAPÍTULO 46

CAPÍTULO 47

CAPÍTULO 48

CAPÍTULO 49

CAPÍTULO 50

CAPÍTULO 51

CAPÍTULO 52

Í
CAPÍTULO 53

CAPÍTULO 54

CAPÍTULO 55

CAPÍTULO 56

CAPÍTULO 57

CAPÍTULO 58

CAPÍTULO 59

CAPÍTULO 60

CAPÍTULO 61

CAPÍTULO 62

CAPÍTULO 63

CAPÍTULO 64

CAPÍTULO 65

CAPÍTULO 66

CAPÍTULO 67

CAPÍTULO 68

CAPÍTULO 69

ACER CA DE LUCIA FRAN CO

 
 
 
 
 
 
 
 
“Cualquier entrenador que lleve diez años entrenando y
diga que nunca se ha enamorado de un atleta o viceversa,
miente”.
 
Anónimo
 
 
 
Glosario

All-Around: Categoría de gimnasia que incluye todas las


pruebas. El campeón de All-Around es el que obtiene la
mayor puntuación total de todas las pruebas combinadas.
Amanar: Un salto al estilo de Yurchenko, lo que significa
que el gimnasta realiza un giro sobre la tabla, un salto de
manos hacia atrás sobre la barra con un giro de dos y
medio hacia atrás.
Cast: Un empuje de la barra con las caderas y eleva el
cuerpo para enderezar los hombros y terminar en parada
de manos.

Deduction: Se restan puntos de la calificación de una


gimnasta por errores. La mayoría de las deducciones están
predeterminadas, como una deducción de 0,5 por una caída
de un aparato o una deducción de 0,1 por salirse de los
límites en el ejercicio de suelo.

Dismount: Es la última habilidad de una rutina de


gimnasia. En la mayoría de las pruebas, es el método
utilizado para bajar del aparato de la prueba.

Elite: Élite internacional, el nivel más alto de la


gimnasia.

Execución: La realización de una rutina. La forma, el


estilo y la técnica utilizados para completar las habilidades
constituyen el nivel de ejecución de un ejercicio. Las
rodillas dobladas, una mala punta de los pies y una posición
del cuerpo arqueada o poco firme son ejemplos de una
mala ejecución.
Giant: Realizado en barras, un balanceo en el que el
cuerpo está completamente extendido y se mueve a través
de una rotación de 360 grados alrededor de la barra.

Full-In: Un doble giro de espalda completo, en el que el


giro se produce en la primera vuelta de espalda. Se puede
realizar en posición replegada, con puntas o en disposición
y se utiliza tanto en la gimnasia masculina como en la
femenina.

Free Hip Circle: Realizado en las barras asimétricas o


en la barra alta, el cuerpo da vueltas alrededor de la barra
sin que el cuerpo toque la barra. Existen círculos de cadera
delanteros y círculos de cadera traseros.
Handspring: Salto de las manos apoyando el peso en los
brazos y utilizando un fuerte impulso desde los hombros.
Puede realizarse hacia adelante o hacia atrás, normalmente
es un movimiento de conexión. Esta habilidad puede
realizarse en suelo, bóveda y viga.
Heel Drive: Un término utilizado por los entrenadores
para informar a las gimnastas que quieren que impulsen
sus talones más fuerte hacia arriba y sobre el lado frontal
de un salto de manos o un handspring frontal en suelo. Un
impulso de talón más fuerte crea más rotación y potencial
para el bloqueo y la potencia.

Hecht Mount: Un montaje en el que el gimnasta salta


desde un trampolín mientras mantiene los brazos rectos, se
empuja desde la barra baja y atrapa la barra alta.

Inverted Cross: Realizada por los hombres en los


anillos, es una cruz al revés.

Iron Cross: Movimiento de fuerza realizado por los


hombres en los anillos. El gimnasta sostiene los anillos
rectos a ambos lados de su cuerpo mientras se sostiene.
Los brazos están perpendiculares al cuerpo.

Jaeger: Realizado en barras, un gimnasta pasa de un


Giant frontal y suelta la barra, a una voltereta frontal y
vuelve a agarrar la barra. El Jaeger se puede realizar en la
posición de straddle, pike y layout, y ocasionalmente se
realiza en una posición replegada.

Kip: El montaje más comúnmente utilizado para las


barras, el gimnasta se desliza hacia adelante, tira de sus
pies a la barra, luego empuja hasta el apoyo frontal,
apoyando sus caderas en la barra.

Layout: Una posición de cuerpo estirado.


Layout Timers: Un ejercicio que simula la sensación de
una habilidad, o el set para una habilidad sin el riesgo de
completar la habilidad.

Lines: Recta, líneas perfectas del cuerpo.


Overshoot: También conocido como Bail. Una transición
desde la barra alta hacia la barra baja. El gimnasta se
balancea hacia arriba y sobre la barra baja con un medio
giro para agarrar la barra baja terminando en una parada
de manos.

Pike: El cuerpo doblado hacia adelante en la cintura con


las piernas mantenidas rectas, una posición en L.

Pirouette: Se utiliza tanto en gimnasia como en danza


para referirse a un giro alrededor del eje longitudinal del
cuerpo. Se utiliza para referirse a los movimientos de giro
de una parada de manos en las barras.

Rips: En la gimnasia, un rip ocurre cuando un gimnasta


trabaja tan duro en las barras o anillos que arranca un
trozo de piel de su mano. La lesión es como una ampolla
que se abre.

Release: Dejar la barra para realizar una habilidad antes


de volver a agarrarla.
Relevé: Es un término de danza que se utiliza a menudo
en la gimnasia. En un relevé, el gimnasta está de puntillas y
tiene las piernas rectas.
Reverse Grip: Un giro alrededor de la barra de espaldas
con los brazos girados hacia adentro y las manos hacia
arriba.

Round-off: Un movimiento de giro, con un empuje en


una pierna, mientras se balancean las piernas hacia arriba
en un movimiento rápido de voltereta en un giro de
noventa grados donde las piernas se juntan antes de
aterrizar en ambos pies. Es el inicio de una serie de
habilidades que se utilizan en el salto, la viga y el suelo.

Salto Flip o salto mortal: Con los pies subiendo por


encima de la cabeza y el cuerpo girando alrededor del eje
de la cintura.

Sequence: Dos o más habilidades realizadas juntas,


creando una habilidad o actividad diferente.

Stick: Aterrizar y permanecer de pie sin necesidad de


dar un paso. Una posición correcta del stick es con las
piernas flexionadas, los hombros por encima de las caderas
y los brazos hacia delante.

Straddle Back: Una transición de barra desigual


realizada desde un balanceo hacia atrás en la barra alta
sobre la barra baja, mientras se atrapa la barra baja en una
parada de manos.
Tap Swing: Realizado en las barras, un toque agresivo
hacia el techo en un movimiento de balanceo. Esto le da al
gimnasta el impulso necesario para balancearse alrededor
de la barra para realizar un Giant o pasar a un movimiento
de liberación.

Toe On: Girar alrededor de la barra con el cuerpo en


punta de manera que los pies estén sobre la barra.

Tsavdaridou: Se realiza en la barra, un salto hacia atrás


con giro completo para bajar.

Tuck: Las rodillas y las caderas se doblan y se meten en


el pecho, el cuerpo se dobla en la cintura.

Twist: La gimnasta gira alrededor del eje longitudinal del


cuerpo, definido por la columna vertebral. Se realiza en
todos los aparatos.

Yurchenko: Un Round-off sobre la tabla, salto de manos


hacia atrás sobre la tabla de salto y salto sobre la misma
tabla. El gimnasta puede girar en la salida.
 

 
Sinopsis

Adrianna Rossi no es ajena a las rigurosas demandas


exigidas a su cuerpo. Años de dolor y determinación la han
convertido en una de las mejores. La meta final es la
victoria olímpica, y está dispuesta a hacer cualquier cosa
para conseguirla. Incluso si eso significa dejar su casa para
asistir a la Academia de Gimnasia de la World Cup, un
centro de entrenamiento que tiene un solo propósito:
producir campeones.
La perfección, la precisión y la dedicación se exigen a sus
atletas. Cuando Konstantin Kournakova, dos veces
campeón olímpico, es convencido para que entrene a la
joven promesa, se arrepiente inmediatamente. Ella no se
acerca a sus elevados estándares. Mientras la persecución
incesante de ella por su sueño hace que se esfuerse, una
pasión se enciende dentro de él.
 

El poder y la dominación de Kova, junto con la feroz


tenacidad de Adrianna, revelan que hay más cosas que su
cuerpo debe aprender. Cada interacción puede ser
malinterpretada, pero no hay que confundir el
oscurecimiento de su mirada, la persistencia de su tacto, o
la imagen ilícita de su piel desnuda presionada contra la de
ella. La integridad está en juego. Un dedo del pie fuera de
la viga y sus deseos prohibidos podrían arruinar todo por lo
que han trabajado, desequilibrando todo.

 
 

Introducción

Estimado lector,
La serie Off Balance es una serie de continuación. Las
novelas tienen que ser leídas en orden para seguir la
historia.

Esta historia es puramente ficticia y no refleja


acontecimientos de la vida real.

Cada novela de esta serie de cinco partes sigue un


intenso romance de mayo a diciembre entre una gimnasta y
un entrenador. Si considera que este tema y cualquier
contenido relacionado con él es perturbador, entonces la
serie Off Balance no es para usted.
La gimnasia es un deporte práctico que implica horas de
contacto estrecho con un entrenador. Mi objetivo era
centrarme en la belleza del deporte en detalle, mostrar el
aspecto emocional de la dedicación que hace un atleta y
mostrar cómo dos personas son capaces de cruzar límites
prohibidos y evolucionar juntos.

Esta historia te empujará, te cuestionará y te llevará


fuera de tu zona de confort.

La serie Off Balance está dirigida solo a lectores mayores


de 18 años. Se recomienda la discreción del lector.

-Lucia

 
 

"Cualquier entrenador que lleve diez años


entrenando y diga que nunca se ha enamorado de un
atleta o viceversa, miente".
-Anónimo
 
Capítulo 01

—¡Absolutamente no!

La voz áspera de mi padre retumbó en el estudio de la


casa.

—Ni siquiera has escuchado lo que tengo que decir —


argumenté mi punto de vista, sin conformarme con nada
menos que su total atención.

—No me importa lo que tengas que decir. Puedes hablar


hasta que se te ponga la cara azul. No te vas a mudar a
New Hampshire. Fin de la discusión.
—Papá, solo escucha. La gimnasia...

—He tomado mi decisión y no va a cambiar. —Tomó su


bolígrafo y se concentró en los papeles que tenía delante—.
Ahora, por favor, tengo trabajo que hacer.
La devastación me golpeó en las tripas. Me sorprendió lo
poco razonable que estaba siendo al no dejarme hablar.
New Hampshire albergaba una de las mejores instalaciones
de gimnasia del país y se lo demostraría. Mis semanas de
investigación no serían en vano. No me rendiría, solo tenía
que esforzarme más.

—Es famosa por sus entrenadores y atletas —insistí.

—No. —Me dirigió su infame mirada, la que es capaz de


hacer que un hombre adulto se estremezca.

Mi futuro estaba en juego y tenía que luchar por él. Por


mucho que echara de menos mi actual gimnasio, ya no me
era útil. No había muchas horas extra de
acondicionamiento y clases particulares que pudiera tomar.
Avanzar en este deporte requería el entrenamiento
adecuado, y no podía conseguirlo en mi antiguo gimnasio.

—El traslado a otro gimnasio no es algo inaudito. Muchas


familias envían a sus gimnastas a entrenar en mejores
instalaciones. —Me mantuve firme.

—¡Adrianna Francesca Rossi! —Su tono y su enfado se


mezclaron con mi frustración, pero no me detuvieron.

—¡Solo escúchame! Por favor —supliqué, al borde de las


lágrimas. Mi madre, sin duda, las olería en el aire y estaría
sobre mí como un sabueso en cuestión de segundos. Las
lágrimas mostraban debilidad, y un Rossi nunca era débil,
al menos según ella.

Papá no respondió. En cambio, me miró fijamente.

Exhalando un fuerte y agravado aliento, me levanté y


miré a través del gran ventanal de su despacho, que daba
al extenso y frondoso césped de nuestro patio trasero. Mi
mirada se desvió hacia la derecha, captando los hermosos
colores del sol de la tarde que se reflejaban en la piscina.
Vivíamos en uno de los barrios más selectos de la
prestigiosa Amelia Island. Teníamos todo lo que el dinero
podía comprar. Todo, excepto un gran entrenador de
gimnasia excepcional que podría ayudar a acercarme a la
consecución de mi sueño.

Volviéndome hacia mi padre, observé la dilatación de sus


fosas nasales y la rigidez de su mandíbula. Se había
quedado inquietantemente quieto. La habitación se enfrió y
se me puso la piel de gallina. Conocía este lado de él, y no
era bonito. Era un lado que nadie se atrevía a probar.

Había ido demasiado lejos.


—Vete —dijo—. Ahora. —Su voz era tranquila y calmada,
despidiéndome para volver a su trabajo.

Hui de su estudio y me retiré a mi dormitorio, dando un


portazo justo cuando las lágrimas empezaron a caer.

La gimnasia lo era todo para mí... era mi corazón y mi


alma, el aire que respiraba. Era lo único que me permitía
ser yo. Expresarme de forma creativa de la manera que yo
elegía, no como alguien más decidiera por mí. Desde que
tengo uso de razón, he alternado entre comer, dormir y
hacer volteretas. La competitividad, el reto de dominar una
nueva habilidad. La forma en que desafiaba la gravedad, el
corazón disparado, el sonido de los aplausos, el jadeo del
público, hacían que el sacrificio valiera la pena por todo el
dolor y la manipulación que sufría mi cuerpo. Nada podía
quitarme esa sensación.

Era el único lugar en el que podía liberarme de las


ataduras que me imponía el nombre de mi familia.

Me llamo Adrianna Rossi. Tengo dieciséis años y soy


gimnasta de competición. Gimnasta de élite, para ser
exactos. O lo sería, en cuanto tuviera el entrenador
adecuado.
Había completado todos los niveles requeridos según la
gimnasia de EE.UU. para avanzar y hacer la prueba de
élite. Era solo cuestión de tiempo que tuviera el codiciado
rango. Me entrenaba día tras día para eso. Mis días
consistían en sesiones de entrenamiento de cuatro horas en
el gimnasio, un tutor que me educaba en casa y un chef
privado que me preparaba mis calculadas comidas
calóricas.

Al caer en mi cama, la devastación me golpeó con fuerza.


El rechazo me destrozó el corazón y sentí como si me
arrancaran poco a poco mis sueños.
Como la mayoría de los gimnastas hambrientos, mi
objetivo final eran los Juegos Olímpicos.

Si calculaba el entrenamiento junto con mi edad,


posiblemente podría competir en mis primeros Juegos
Olímpicos a los veinte años. La palabra clave es
posiblemente. Aunque los veinte años todavía se
consideraban jóvenes para los estándares normales, eran
viejos en el mundo de la gimnasia. Sin embargo, no era
inaudito competir en los Juegos a esa edad. Una de mis
favoritas, Svetlana Khorkina, compitió en tres Olimpiadas a
los veinticinco años, la primera a los diecisiete. Oksana
Chusovitina, que compitió en seis Juegos Olímpicos,
también empezó a los diecisiete años. Así que mi objetivo
no era del todo descabellado, solo necesitaba el
entrenamiento adecuado. Era buena, pero quería ser
grande. Y la única manera de ser grande era entrenar con
los mejores.

Aunque era joven, no era ingenua. Sabía el tipo de abuso


mental y físico al que se sometería mi cuerpo para alcanzar
el nivel profesional. Necesitaba un instructor sargento con
una mirada aguda.

Lo necesitaba y lo quería.

No entendía del todo por qué mi padre se oponía a que


me fuera. Sabía que consideraba la gimnasia como un
hobby, pero siempre había hecho cualquier cosa para
aplacarme. Nunca me decía que no y solía invertir dinero
en lo que mi corazón deseaba. No era como si pasara
mucho tiempo en casa de todos modos. Frank Rossi estaba
demasiado ocupado con la expansión y el mantenimiento de
su imperio inmobiliario. Rossi Enterprises era uno de los
principales promotores, con propiedades en todo el mundo.
Dejó a mi madre a cargo de la crianza de mi hermano y
mía, lo cual era una broma.
Cuando empecé a hacer gimnasia a los tres años, mi
madre solía sentarse en mis entrenamientos y asistir a mis
encuentros. Por aquel entonces, todo era cuestión de
apariencias, pero yo era joven, así que ella no tenía muchas
opciones. Sin embargo, cuanto más crecía, menos se
esforzaba. Creo que la última vez que vino a verme tenía
doce años. Mamá solía estar demasiado ocupada con sus
obras de caridad o tratando de mantener a mi hermano
mayor, Xavier, fuera de los medios de comunicación.

Al principio su falta de interés me molestaba. Deseaba


que quisieran estar allí, que me vieran dar volteretas y
hacer equilibrios en la barra. Para verme pasar a otro nivel
o realizar un stick sin tambalearme. Ansiaba la atención de
mis padres como todos los niños, pero tras años de rogar,
acabé por rendirme y aprender a adaptarme a su
indiferencia. En la actualidad, mamá rara vez viene a los
entrenamientos y ninguno de mis padres asistía a muchas
competiciones.

Sus acciones me obligaron a ser independiente, algo que


rápidamente aprendí a valorar. Dicho esto, me negaba a
rendirme. No dejaría que nada, ni nadie, me arrebatara mi
objetivo final.

NO ESTABA SEGURA DE CUÁNTO TIEMPO HABÍA


PASADO CUANDO ESCUCHÉ UN DÉBIL GOLPE EN MI
PUERTA. Abrí los ojos y me sorprendió la oscuridad que me
rodeaba. Sonó otro golpe más fuerte y recé para que no
fuera mi madre.

—¿Sí?

—¿Ana? —El alivio me recorrió al oír la voz de mi padre


—. ¿Puedo entrar?

Un suspiro de fatiga salió de mis labios, mientras me


sentaba en el borde de mi cama.

—Pasa.

Papá abrió la puerta y encendió el interruptor de la luz al


entrar. Un rápido vistazo a mi reflejo en el espejo de la
pared adyacente me hizo retroceder en shock. Mi rostro
estaba manchado e hinchado de tanto llorar. El cabello
estaba pegado y enmarañado a mi rostro. Estaba hecha un
desastre.
Entrecerré los ojos para ver a mi padre, intentando
adaptarme a la luz. Se notaba la tristeza en sus pesados
ojos. Era evidente que estaba arrepentido de su decisión y
de la forma en que había reaccionado. La última vez que lo
había visto, estaba vestido con una camisa y una corbata
impecables. Ahora la corbata había desaparecido, tenía
algunos botones desabrochados y las mangas remangadas.
Estaba desaliñado y agotado, y sabía que yo era la razón.
Me había comportado como una mocosa malcriada y había
discutido con él, algo que siempre intentaba evitar. Por lo
general, era mi hermano mayor el que causaba tanta
confusión a mis padres, no yo.

—¿Sí, papá? —Intenté aligerar la tensión. Una suave


sonrisa le encantó el rostro. Yo era una chica de papá hasta
la médula, y él lo sabía.

—¿Puedo sentarme contigo?


Asentí y se sentó a mi lado, con el colchón un poco
inclinado. Me apartó el cabello enmarañado de las mejillas
y me miró con atención.

—Parece que has estado llorando, lo que solo puede


significar que tengo la culpa.

Apreté los labios y bajé la mirada.

—Puede que lo haya hecho.

—Te pido disculpas, cariño. —Se pasó una mano cansada


por el rostro—. Sobre la gimnasia...

—¿Sí?
—Escucha, no es que no quiera que lo hagas, es que no
quiero que te vayas tan lejos sola. Todavía eres joven y el
mundo es un lugar peligroso. ¿Y si te pasara algo? No
podría llegar a ti lo suficientemente rápido.

Mi voz se suavizó ante su preocupación:


—Papá, siempre estás viajando por trabajo. —Mis
palabras le hicieron hacer una mueca de dolor, y al instante
me sentí fatal por haberlo dicho. Pero era la verdad, y tenía
que dejar claro mi punto de vista—. ¿Cuál sería la
diferencia?

Se pasó una mano por el cabello salpicado de canas.


—Tienes razón. Viajo mucho por trabajo, y siento no estar
lo suficientemente cerca, pero la diferencia es que soy un
adulto con experiencia y tú no.
Me encorvé en señal de derrota.

—Lo sé. Solo esperaba que lo pensaras un poco. No es


que vaya a estar completamente sola. Viviría en un piso
compartido con una mamá de la academia y otras
gimnastas.
—Pero no con tu madre. Ni siquiera conozco a esas
mujeres, Adrianna. Tú eres mi hija. No puedo confiar en
ellas sobre ti.
Le dirigí una mirada seria.

—Papá, ambos sabemos que mamá no es el tipo de madre


que haría algo así por mí. —La clase de madre que da y
hace cualquier cosa por sus hijos para verlos prosperar. Joy
Rossi tenía cosas más importantes en su agenda.
Mi padre suspiró.

—Has dado un buen argumento y he pensado en eso. —


Me animé—. Puede que tenga un acuerdo. Tengo un socio
en Cape Coral que resulta que es entrenador de gimnasia.
Déjame llamarlo y ver qué dice.
Mis ojos se abrieron de par en par.
—¿Dónde está eso?

—Al sur. A unas dos horas más o menos de aquí. Está a


las afueras de Florida, cerca del agua.

Hice una pausa, frunciendo los labios.


—¿Tienes un amigo que es entrenador? ¿Cómo no lo
sabía?

—Lo conociste cuando eras más joven, aunque


probablemente no lo recuerdes. Me compró unos
inmuebles hace muchos años y hemos seguido en contacto.
De vez en cuando compramos una casa juntos, o me pide
consejo sobre una propiedad. Se llama Konstantin.

El nombre no me sonaba de nada.


—¿A qué nivel entrena?
—Eso no lo sé. Solo sé que es un ex olímpico ruso y que
es bueno en lo que hace.
La esperanza brotó en mi interior hasta el punto de no
poder contener la sonrisa. Los rusos estaban locos, y sus
entrenamientos de gimnasia aún más, lo que hizo que mi
estómago se revolviera de ansiedad. No me quejaría,
tomaría lo que pudiera.

Los mendigos no podían elegir.


—No puedo creer que no me hayas dicho esto antes.

—Su pasado no aparece en nuestras transacciones


inmobiliarias. No sabía que no eras feliz en tu actual
gimnasio —contraatacó—. Si me hubieras dicho que tus
entrenadores no daban la talla, Konstantin podría haber
intervenido antes.
Touché.

—¿Cuándo vas a llamarlo? ¿Puedes llamarlo ahora? Por


favor. —Con entusiasmo, le agité el brazo y salté,
balanceándome sobre mis rodillas—. ¡Papá!

Se rio ante mi impaciencia, y la luz de sus ojos volvió a


brillar. Mi padre y yo teníamos el mismo tono de ojos
verdes. Era la que más se parecía a él. Por mi cabello
oscuro, mi nariz fina y recta y mi tono de piel, éramos muy
parecidos. Y al igual que mi padre, cuando me emocionaba
por algo, mis ojos se volvían de un brillante color jade.
Aunque no estaba segura de dónde provenían los tonos
carmesí profundos de mi cabello o mis pecas.
Fingió un suspiro, conteniendo una sonrisa.

—Ven a mi estudio y lo llamaré.


—¿De verdad? —chillé. Cuando asintió, le eché los brazos
por los hombros y lo abracé con fuerza—. ¡Oh, gracias,
papá! ¡Gracias! ¡Gracias! Gracias.
Me acarició la espalda con cariño. Salté de la cama y lo
seguí de cerca. Cuando volvimos a su oficina, me senté en
una silla de cuero frente a su escritorio. Puse las manos
debajo de los muslos para no inquietarme mientras mi
padre se situaba.

Y por situarse, me refiero a servirse un trago de bourbon.


—Muy bien, recuérdame otra vez qué nivel tienes. ¿Cuál
es la meta que quieres alcanzar?

La tristeza se deslizó dentro de mí. Me gustaría que lo


supiera sin que tuviera que recordárselo. El hombre podía
recitar veinte transacciones comerciales diferentes de la
cabeza, pero no podía retener unos pocos datos sobre su
hija.

—Soy de nivel diez, pero quiero hacer una prueba de


élite. Averigua primero si entrena a ese nivel y si tiene un
programa de élite.

Asintió y marcó un número, activando el altavoz. El


teléfono sonó unas cuantas veces hasta que una voz grave
respondió:

—¿Allo?
Mis cejas se arrugaron. ¿A-low?

—Konstantin, mi amigo, Frank Rossi aquí. ¿Cómo estás?


—Frank, es bueno escuchar tu voz. Eres justo el hombre
con el que quería hablar en realidad. —Papá mencionó que
era ruso, y su fuerte acento lo confirmó.
—¿Es así? Entonces, es el momento perfecto. ¿Recibiste
por casualidad mi regalo de Navidad? Te envié una botella
de mi vodka favorito para ti y esa bonita novia tuya.
Konstantin hizo una pausa y se rio ligeramente.

—Tendré que preguntarle a Katja cuando llegue a casa.


Su afición por el vodka es tan voraz como la mía. Espero
que no se lo haya bebido todo sin mí. —Se rio, al igual que
mi padre—. Gracias por adelantado. Ha sido muy amable.
—¿Cómo está Katja? ¿Ya han decidido sentar cabeza? —
preguntó papá, dando vueltas a su vaso de bourbon. Por
mucho que me gustara oírle ponerse al día con su amigo,
estaba ansiosa por que fuera al grano.
—Ah, todavía no —respondió con un profundo suspiro—.
No es por su falta de intento. Todo a su tiempo.
Papá se rio y mi corazón empezó a latir más rápido por
sus siguientes palabras:

—Tengo una pregunta para ti. ¿Sigues siendo entrenador


de gimnasia?

—Es curioso que lo preguntes. Lo soy, y casualmente


compré World Cup a los anteriores propietarios hace un
año. Estaba pensando en ampliarlo, pero quería saber
según tu experiencia sobre si merece la pena o no.
—Ah... —Las cejas de papá se levantaron, un brillo en sus
ojos. Conocía esa mirada. Era su oportunidad de
incursionar en algo—. Qué perfecto es el momento,
entonces. ¿Recuerdas que me dijiste que cuando mi
preciosa hija estuviera lista para cambiar te llamara?

Hizo una pausa. El silencio llenó el aire. Mi corazón se


detuvo.
—Sí, lo recuerdo.
—Ella vino antes a pedirme que la transfiriera a algún
gimnasio en New Hampshire. ¿Conoces algún gimnasio de
allí?
—Ninguno que merezca la pena recordar.
Los ojos de papá se clavaron en los míos. Levantó una
ceja.
—Bueno, dijo que es uno de los mejores gimnasios de la
Costa Este. —Dejó escapar un resoplido—. No me imagino
a nadie mejor que tú.
Konstantin se rio.

—Me halagas. No tenía ni idea que tu hija siguiera


entrenando. Dime, ¿en qué nivel está?

Levanté las dos manos para recordárselo.


—Es un nivel diez, pero dijo que su gimnasio no tiene
un...

—Entrenador de élite —susurré.


—Entrenador de élite, que es lo que ella me dice que
necesita —dijo papá—. ¿Eres de élite? —Me estremecí ante
la pregunta de mi padre. No sería si él era élite, sino
entrenador de élite.

—Sí, tengo un programa de élite y un equipo de chicas de


élite. ¿Qué edad tiene ella?
—Dieciséis.

—Hmm. Ella no puede ser solo un nivel diez a los


dieciséis años. Es bastante mayor para una élite. ¿Está
entrenando para la universidad ahora?
—Para ser honesto, no estoy seguro de lo que planea
hacer, o puede hacer. Solo sé que quiere entrenar en un
gimnasio exclusivo.

Eso me dolió en el corazón, como un cuchillo en el pecho.


Acababa de decirle unas horas antes cuáles eran mis
planes para el futuro.

—Muy bien. —Se aclaró la garganta—. Tengo una reunión


para cenar a la que tengo que llegar, así que ¿puedo
llamarte por la mañana y podemos repasar esto?

—Perfecto, parece un plan. Estoy deseando saber de ti. Ya


que hablamos, también podemos discutir tu idea de
expansión en tu nuevo gimnasio.

—Mejor aún.
Cuando papá colgó el teléfono, no me sentí mejor. Fruncí
el ceño. No parecía algo seguro una vez que escuchó mi
edad. Casi deseé que no hubiera estado en el altavoz.
—No te preocupes, cariño. No hay nada que no pueda
hacer ahora.
 
Capítulo 02

Mirando por la ventanilla, sin poder ver más allá de mi


reflejo transparente mientras pasábamos otro marcador de
kilómetros.

Mi corazón se agitó y una pequeña sonrisa curvó mis


labios al pensar en el tiempo que había esperado este
momento. De hecho, no recordaba ningún momento en el
que hubiera estado tan feliz... o impaciente, nerviosa e
inquieta. Era una rueda de emociones. Los nudos de mi
estómago se tensaban mientras la ansiedad se
arremolinaba en mí a una velocidad vertiginosa.

Respiré profundamente y me apoyé en el frío asiento de


cuero, rezando para que no fuera mucho más lejos.

Hacía dos meses, papá había conseguido que me


inscribiera en la Academia de Gimnasia de World Cup, que
resultaba ser uno de los centros de entrenamiento
gimnástico mejor valorados de Georgia. Con mi corazón
puesto en encontrar el mejor gimnasio, tuve una visión de
túnel después que un compañero de equipo me mencionara
el de New Hampshire. Nunca se me ocurrió buscar en otro
sitio. Por lo que deduje, papá hizo una generosa donación a
World Cup, lo que me permitió la oportunidad de entrenar
en las instalaciones. Siendo una atleta con dificultades,
estaba desesperada por alcanzar el siguiente nivel. No
quería depender de mi padre y de sus relaciones
comerciales, pero si eso ayudaba a acercarme a mi sueño,
que así fuera.

Como mi padre siempre había dicho: "Usa tus contactos".


Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario. Esta era la
primera -y única- vez que me sentía realmente feliz por
venir de una familia acomodada.
Había investigado un poco y descubrí que World Cup no
era un gimnasio cualquiera. Propiedad de antiguos
entrenadores de alto nivel de todo el mundo, era famoso
por su entrenamiento y su capacidad para llevar a los
atletas a un nuevo nivel. Los entrenadores eran muy
particulares, los gimnastas de élite eran elegidos a dedo, y
se requería un talento innato y dedicación para ser uno de
sus miembros. Algunos de los mejores gimnastas habían
salido de este gimnasio, adiestrado por un grupo de
entrenadores intensos que empujaban sus límites con su
nivel de entrenamiento.

Parecía que habían pasado horas cuando giramos a la


derecha, saliendo por fin de la autopista. Al dar la vuelta y
seguir la curva en forma de serpiente por la calle, nos
detuvimos ante un edificio gris con ventanas tintadas
oscuras un par de minutos después.

—¿Así que esto es lo que quieres? —preguntó mi padre,


mientras rodeaba el Escalade. Metió las manos en los
bolsillos de sus caros pantalones a medida y observó el
lugar mientras el viento soplaba contra él.

—Más que nada —respondí, sin poder ocultar la sonrisa


en mi rostro. Me había quedado sin palabras mientras
miraba la gran estructura que tenía ante mí. Esto era lo
que había deseado durante el último año, y ahora era mío.
La felicidad me invadió rápidamente y mi sonrisa se hizo
más grande.
Mi madre salió con unos tacones rojos brillantes y un
vestido rojo a juego. Joy Rossi se vestía como la Primera
Dama. Se ceñía la chaqueta blanca a la cintura, con los ojos
brillando, sin un cabello rubio fuera de lugar a pesar del
esfuerzo del viento. A juzgar por el ceño fruncido de su
rostro, se diría que estábamos en el lugar más sucio del
mundo.
—Aquí es probablemente donde los asaltantes se
esconden por la noche y los vagabundos vienen a dormir.
De todos los gimnasios, no puedo creer que Konstantin
haya elegido este lugar. Parece... asqueroso.

No pude saber si su escalofrío se debía a la brisa o al


hecho que pensaba que yo había elegido a propósito un
remoto pueblo de asesinos en serie sin agua corriente ni
electricidad.

—Joy —advirtió mi padre.

Negué con la cabeza, sin estar de acuerdo con su actitud


sentenciosa. No entiendo cómo ha llegado a esa conclusión
en dos minutos. En el fondo, sabía que papá nunca habría
accedido a esto si no hubiera investigado por su cuenta y
pensado que no era seguro.

Mirando a mi alrededor, todo lo que podía ver eran


edificios comerciales cercanos y contenedores verdes de
basura colocados esporádicamente en el exterior.
Evidentemente, se trataba de una zona de la ciudad en la
que había negocios industriales -una zona comercial- y no
de restaurantes de lujo de cinco estrellas, donde mi madre
estaba acostumbrada a cenar, o de boutiques lujosas en las
que no se vendía nada que no fuera de alta costura o de
temporada. Por desgracia, ella no veía las cosas como yo.
Lo que vio fueron colores tenues sin vida y, sobre todo, un
lugar donde no ganaría nada.

Yo vi mi futuro. Vi mi sueño mirándome fijamente desde


atrás de las paredes de concreto, retándome a que moviera
mi trasero.

Papá extendió su brazo, haciéndome un gesto para que


guiara el camino, y me dirigí hacia la entrada. Agarrando el
frío pomo de la puerta, tiré de ella y entré en World Cup
con mis padres siguiéndome de cerca.
El olor a tiza impregnó el aire y mi estómago se
estremeció al sentir el primer aroma en mis pulmones. Era
un olor distinto, y un sabor, para un gimnasta,
prácticamente parte de nuestros grupos de alimentos,
difícil de explicar a cualquiera que no esté involucrado en
el deporte. Similar al talco para bebés, pero con un olor
más fuerte. La música apagada que sonaba en los
altavoces, el rebote de un trampolín y el sonido de las
barras asimétricas que rebotaban al soltarse, captaron mi
atención. Era música para mis oídos. El tipo de sonido que
hace que mi adrenalina se mueva y mi pulso se acelere,
invitándome a dejarlo todo y a rodear las barras con las
manos o a sentir el suelo de madera bajo mis pies
descalzos.

Volví a respirar profundamente y exhalé, sin poder


ocultar mi sonrisa de oreja a oreja. Mi corazón estaba a
punto de explotar. Por fin estaba donde debía estar.

Mirando el vestíbulo vacío, no estaba segura de a dónde


ir, pero la ventana a mi derecha mostraba una vista de las
enormes instalaciones. Desde el exterior era
completamente engañoso... y la ansiedad se apoderó de mí.
La intimidación definitivamente golpeó fuerte en ese
momento.

Los gimnastas, tanto masculinos como femeninos,


estaban dispersos, con tiza blanca espolvoreando su piel.
Pude ver no solo uno, sino dos pisos, tres juegos de barras
asimétricas y siete vigas de equilibrio, junto con dos saltos.
También había una pista de volteretas, varios equipos para
hombres y una barra alta con un foso de espuma y una
ResiMat1, una enorme colchoneta sobre un foso de espuma
utilizada para practicar aterrizajes más suaves. Más atrás
había un montón de puertas. No tenía ni idea de para qué
servían, pero tenía curiosidad por saber a qué conducían.
Incluso mis padres parecían estar asombrados por el
gimnasio, si sus ojos abiertos eran una indicación. Un
escalofrío me recorrió la columna vertebral y la piel de
gallina cubrió mis brazos de entusiasmo, mientras un
torrente de adrenalina comenzaba a latir por mis venas
ante el espectáculo que tenía frente a mí.

El sonido de un portazo detrás de mí me sacó del trance,


obligándome a mirar por encima del hombro. Mis padres
siguieron el sonido y vi a un hombre alto y en forma. Con
las manos en la cadera, sus ojos recorrieron el vestíbulo y
se conectaron con los de mis padres antes de seguir y
fijarse en los míos, su mirada estrecha me retuvo. Todo el
aire abandonó mis pulmones. Su poderosa presencia exigía
atención y, sin duda, tenía toda la mía.

Nunca en mi vida había visto a alguien tan


increíblemente guapo. No había otra palabra que pudiera
utilizar para describirlo. Sus ojos imponentes me hicieron
pensar que era posible que fuera un entrenador, pero
ningún entrenador que hubiera visto había sido tan
atractivo. Ahora que lo pienso, ninguno de ellos había
tenido menos de cuarenta años sin barriga y entradas. Este
hombre era de constitución sólida y estaba lleno de
músculos.

Se me escapó un suspiro silencioso cuando se acercó a


nosotros con fuerza y aplomo. El corazón casi se me subió a
la garganta mientras lo miraba como si fuera una especie
de Adonis. Una incipiente barba oscura cubría su
mandíbula cuadrada, unos labios carnosos que pedían
atención y una nariz recta como una flecha. Combinado con
su cabello negro y su piel aceitunada con matices dorados,
el hombre era perfecto.

Cruzando la habitación, extendió una mano.


—Frank, me alegro de volver a verte. —Su antebrazo se
flexionó, las venas indicando la fuerza muscular que
ejercía. Fue increíblemente difícil apartar la mirada cuando
le dio a mi padre un firme apretón de manos. Era
absolutamente, increíblemente hermoso. Avery lo llamaría
“jodidamente sexy”. A mi mejor amiga le encantaba añadir
“jodido” al principio de todo.

—Kova.

Este era el amigo de mi padre, y era el dueño de este


lugar. Interesante. Parecía recién salido de la universidad,
no más de veinticinco años como máximo. Papá no tenía
muchos amigos jóvenes que yo supiera; podía contar con
una mano los amigos que había conocido que eran más
jóvenes que él. Normalmente tenían el cabello encanecido,
patas de gallo y una piel envejecida y sobrecargada. Todo
lo contrario de lo que tenía delante de mí.
Así que Kova era Konstantin. El origen del apodo se me
escapaba, pero cuanto más hablaban y más me gustaba la
camaradería, más me daba cuenta que se trataba del
hombre del que me había hablado mi padre.

Recordaba haber oído el nombre de Konstantin hace años


en el círculo de la gimnasia. Era uno de los gimnastas más
condecorados hasta la fecha, y había traído a casa más
medallas para Rusia que cualquier otro atleta masculino.
Había competido en dos Juegos Olímpicos y dominado cada
uno de ellos. Se suponía que iba a intentar participar en
una tercera Olimpiada, pero se retiró en el último momento
debido a circunstancias imprevistas. Circularon rumores,
algunos incluso dijeron que el uso de esteroides era la
razón por la que no compitió, pero que yo recuerde nunca
dio públicamente una razón para su ausencia.

—Bienvenidos a la Academia de Gimnasia World Cup.


Ese acento era definitivamente ruso. Para ser un
gimnasta, Kova era alto. Por lo menos 1,80 metros. Junto
con sus hombros profundamente musculosos y su pecho
firme, evidenciado por lo ajustado de su camiseta, parecía
el paquete perfecto, si es que alguna vez lo hubo.

Mis ojos bajaron y mis mejillas se calentaron. Oh, Dios


mío. Ahora, ¡estaba comprobando su paquete!
—Recuerdas a mi esposa, Joy, y a nuestra hija, Adrianna.
O Ana, como la llamamos.
Puse los ojos en blanco. Mi nombre era Adrianna, no Ana.
Siempre odié el apodo. Me hacía sentir como una niña a la
que regañan, pero seguían usándolo, sabiendo lo mucho
que lo detestaba. Sonríe y sopórtalo, me dije a mí misma.
Sonríe... y aguanta.
Cuando Konstantin estrechó la mano de mi madre, me reí
por dentro. La mano de ella estaba envuelta en la de él y
apuesto a que le preocupaba que le rompiera el esmalte de
uñas. Era un maldito apretón de manos, por el amor de
Dios, y sin embargo, ella actuaba como si fuera tan frágil.
No había nada más molesto que cuando mi madre actuaba
como si fuera de porcelana. Le garantizo que sus delicados
y fríos dedos descansaban en su mano como si estuvieran
muertos, lo que solo parecía coincidir con su gélida
conducta.
—Hola de nuevo, Kova. Tienes unas bonitas...
instalaciones. —Intentó decirlo con sofisticación, pero pude
ver a través de sus dientes blanqueados y su personalidad
pretenciosa. Un aire de dinero la rodeaba y lo llevaba como
una segunda piel. Mi madre y yo no podríamos ser más
opuestas.
Konstantin se volvió hacia mí y casi perdí todo el sentido
común. Sus ojos esmeralda estaban rodeados por un grueso
anillo negro con tenues líneas como de telaraña en el iris.
Hipnotizante. Me recordaban a una selva tropical... un
territorio bellamente seductor e inexplorado, sin saber
realmente lo que acecha. Enmarcada entre gruesas
pestañas, su mirada era penetrante, como si pudiera leer
mis más profundos y oscuros secretos.
—Ana, es un placer volver a verte. La última vez que te
vi, apenas me llegabas a las rodillas y corrías con coletas.
Has crecido mucho —dijo.

¿Coletas? Creo que dejé de tener coletas a los cinco años.


Si ese era el caso, estaba claro que tenía más de
veinticinco.

—Adrianna. —Acentué mi nombre completo. Las puntas


de sus labios se curvaron hacia arriba solo un poco y mi
estómago se tensó. Me acomodé un mechón de cabello
detrás de la oreja con recato y le devolví la sonrisa.

—¿Estás segura que estás preparada para esto? El


programa de élite es completamente diferente al nivel diez.
Es mucho más intenso. Ya se lo he explicado a tu padre,
pero quiero asegurarte que esto no se va a parecer en nada
a tu antiguo gimnasio. Vas a estar agotada, y
probablemente magullada y dolorida hasta que tu cuerpo
se adapte al entrenamiento. Solo porque tu padre y yo nos
conocemos desde hace tiempo, no pienses ni por un minuto
que será fácil. Espero que estés preparada para ese tipo de
condicionamiento.

Las ganas de repetir su marcado acento me golpearon


con fuerza. Quería levantar las manos y hablar en voz alta
como una italiana bulliciosa y repetir cada palabra que
Konstantin acababa de decir. Su forma de hablar era muy
sexy, y todo ese comportamiento intenso que tenía jugaba a
su favor.
—Lo estoy —respondí con seguridad.
Mirando a mis padres, Kova dijo:

—¿Qué tal si vamos a mi oficina y repasamos el papeleo


antes de dar una vuelta por el gimnasio, sí?

 
Capítulo 03

Los siguientes treinta minutos los pasé revisando toda la


letra pequeña y firmando formularios de autorización
médica.

Mi madre parecía sufrir de estreñimiento por mucho que


se esforzara en parecer serena. La gimnasia, junto con los
documentos legales, estaba tan fuera de su elemento.
Fingir ser una madre preocupada no estaba en su zona de
confort. Los actos benéficos para recaudar fondos eran más
bien lo suyo, donde podía disfrazarse, poner una sonrisa
falsa y actuar como si le importara algo. Era difícil culparla,
ya que mis propios pensamientos vagaban por la sala,
observando las distintas medallas y trofeos, y perdiendo
rápidamente el interés por el tema.
El papeleo no me interesaba. Todo lo que quería hacer
era ponerme en el suelo y sentir la alfombra bajo mis pies.
El suelo era mi prueba favorita, aunque destacaba en el
salto. Era donde me sentía libre y podía dejarme llevar,
volando por el aire a mi antojo. Me encantaban las
volteretas, me encantaba desafiar la gravedad y rezaba en
secreto a Dios para no caer de culo cada vez.

Despreciaba la barra con odio puro. Pero esa era otra


historia.
Miré a mi padre en una profunda conversación con
Konstantin. Le interesaba saber más sobre mi
entrenamiento, pero también le gustaba leer la letra
pequeña y saber exactamente lo que estaba pagando. Por
eso le había ido tan bien con su propia empresa. Nadie
podía engañarlo. Le encantaba el dinero y se aseguraba de
saber a dónde iba cada céntimo que ganaba. Y no
importaba que se tratara de un amigo en el que
probablemente pudiera confiar, seguiría cubriendo sus
bases. Sin embargo, no era estúpida. Sabía que se trataba
más del lado comercial de las cosas para él que de darme
algo que amaba y me apasionaba. Esto era solo otro trato
para que analizara y negociara, en lugar de mi futuro.

En medio de la explicación de los formularios y el repaso


de mi estricto régimen de entrenamiento, oí las palabras
"clase de baile" y mi atención volvió a la conversación.

—¿Clase de baile? —intervine.

Konstantin levantó una ceja perfectamente arqueada, sus


ojos se entrecerraron como si acabara de darse cuenta que
yo estaba en la habitación.

—Le estaba mencionando a Frank que vas a tomar clases


de ballet, además de jazz.

Me quedé con la boca abierta.

—¿Ballet? —pregunté, con un tono molesto. Por favor,


dime que es una broma. De ninguna manera tomaría clases
de ballet. Odiaba el ballet.

—Sí, Adrianna. Ballet. Ayuda con la postura y la gracia en


el suelo. Sin mencionar, la flexibilidad y el fortalecimiento
del núcleo.

—Ya tengo gracia y fluidez en el suelo. No necesito clases


de baile adicionales.

Nunca tuve que tomar clases de ballet en mi antiguo


gimnasio, así que estaba segura que no necesitaba
tomarlas aquí. Todas esas clases extras me quitarían lo
único que había venido a hacer aquí, y me negaba a que
eso sucediera.
Konstantin dejó lentamente su bolígrafo brillante y de
aspecto caro. Era desconcertante cómo me miraba
fijamente y yo quería apartar la mirada, pero me mantuve
firme. Mantuve la mirada fija en él, concentrándome en los
destellos negros que brillaban en sus ojos, demostrándole
que no era débil.

—Te lo voy a poner fácil. Vas a jugar con mis reglas. O


tomas las clases o no entrenarás en el World Cup.

Fácil. Como si yo fuera una imbécil que no comprendiera


palabras complejas. Mis padres no habían gastado miles de
dólares al año en un tutor privado para nada. Había sacado
sobresalientes desde el quinto grado. Ya estaba tomando
cursos de Pre-Cal y de nivel universitario, y él me trataba
como si no supiera deletrear P-O-L-L-A.

Con una sonrisa falsa, dije con voz azucarada:

—El ballet no es necesario. Sería una completa pérdida


de tiempo. Nunca lo he necesitado antes y no lo necesito
ahora. —Terminé con un parpadeo rápido y esperé su
respuesta. Esto era lo que me gustaba llamar mi "cara de
evento social", una habilidad que me enseñó mi madre.
Dulce, inocente y llena de mierda, y si vivías en Palm Bay,
se consideraba un accesorio de moda estándar.

Konstantin hizo una pausa y se quedó mirándome durante


unos cuantos latidos. Justo cuando pensé que había
ganado, retiró los papeles que mi padre tenía en sus
manos. Mirando a mi padre, dijo:

—Veo que Ana no está preparada para este tipo de


compromiso, Frank. Se necesita dedicación, trabajo duro y,
sobre todo, saber escuchar. Y hasta que ella no entienda
que es mi manera...
Mi pecho se agitó, la sangre bombeó rápidamente por mi
corazón. Me estaba rechazando, diciendo que no podía
entrenar aquí, pero me negaba a que eso fuera una opción.
Así que interrumpí antes que pudiera decir otra palabra
con ese estúpido acento ruso que me encantaba hace unos
momentos.

—¿Cuántas de esas clases tengo que tomar?

Me miró de nuevo.

—Todas las que necesites.

Apreté los dientes y bajé la cabeza lentamente en señal


de rendición. A pesar de su buen aspecto, se comportaba
como un completo imbécil, y eso era algo a lo que no
estaba acostumbrada.

Konstantin le devolvió los papeles a papá, pero su mirada


no se apartó de la mía.

—He hablado con tu antiguo entrenador y le he


preguntado por tu entrenamiento actual, dónde podrías
mejorar. Me dijo que te faltaba flexibilidad, que es donde
entra en juego el ballet... ayuda a abrir las caderas, a
estirar las piernas y da líneas de cuerpo largas y delgadas
que la gimnasia suele endurecer. Al contrario de lo que
crees, también mencionó que podrías usar más gracia. La
danza es un elemento importante para la viga de equilibrio
y el suelo. Queremos que fluyas, no que parezcas un robot.
Dicho esto, una evaluación determinará cuáles son tus
necesidades específicas.

Me subió la tensión y tuve que hacer todo lo posible para


no refutar su afirmación. Justo cuando pensaba que estaba
avanzando, en realidad di diez pasos atrás. No era un robot
rígido en el suelo como él insinuaba. Sabía cómo moverme,
por el amor de Dios.
—¿Y todas esas clases extras de baile... ballet y jazz...
están incluidas en su nuevo horario de gimnasio? —Mi
padre intervino, y menos mal que lo hizo. Estaba a punto de
estallar un fusible—. ¿Hará dos al día, además de entrenar
un total de cuarenta horas a la semana?

Konstantin se volvió hacia mi padre.

—Sí, tendrá dos días libres. Lo que decida hacer con esos
días depende de ella, pero cuando esté aquí, estará bajo mi
supervisión y el control de World Cup, junto con los demás
entrenadores. Por mucho que quiera dar prioridad a la
gimnasia, la escuela es más importante, así que trabajamos
en torno a un horario para todas las gimnastas. Una vez
establecido, ella tendrá que asumir la responsabilidad y
equilibrarlo. Por lo general, habrá un entrenamiento por la
mañana en el que nos centraremos en la fuerza y el
acondicionamiento, un descanso para la escuela y luego la
gimnasia por la tarde. La danza será rotativa. —Tomó aire y
continuó—: La mayoría de las gimnastas aquí están en la
escuela pública, por lo que sus horas son siempre
consistentes. Algunas chicas comparten un apartamento
para ayudar a mantener sus gastos bajos. Tengo entendido
que has alquilado un apartamento para ella.

Papá se aclaró la garganta.

—Me he adelantado y he conseguido una de las unidades


del último piso en Cape Harbor para ella. Es un condominio
de dos dormitorios al otro lado de la ciudad en una de mis
comunidades cerradas. También he comprado una
camioneta para cuando esté preparada para conducir. Mi
esposa y yo tenemos la regla de que los chicos no tienen su
licencia hasta los diecisiete años. Ana tendrá el suyo dentro
de unos meses.
«Como sabes, ser un Rossi conlleva mucha publicidad, y
tengo que asegurarme que Ana esté segura. Parece mucho
mayor de lo que es y tiene una cabeza fuerte sobre los
hombros, a diferencia de la mayoría de las chicas de su
edad. Sé que estarás cerca si ocurre algo, pero me sigue
preocupando que esté tan lejos. Tomé las precauciones
necesarias antes de permitir que se mudara aquí. A Ana no
le falta nada, y todo lo que necesite lo tendrá para poder
concentrarse en la gimnasia. Mi esposa incluso ha hecho lo
necesario para que le lleven la comida a su piso y le pongan
un tutor.

Sofocando un gemido de vergüenza, me mordí el interior


del labio.

Papá siempre encontraba la manera de mencionar el


dinero y la cantidad que tenía. Era humillante y detestaba
la manera pomposa en que hablaba de ello, fuera o no
amigo. Era mortificante, sobre todo si compartía el hecho
de que él pedía las comidas para mí. Sabía que yo era lo
suficientemente responsable como para tomar decisiones
acertadas, a diferencia de mi hermano, que se deleitaba
con el apellido Rossi y el dinero.

Miré fijamente a Konstantin, tratando de calibrar su


reacción ante la mierda innecesaria que mi padre explicó,
pero su rostro no reveló nada. Su fría mirada... la cara de
polla en reposo... podía rivalizar con la de mi madre.
Reprimí una risa. La forma en que su presencia exigía
atención hizo que mi corazón martilleara contra mis
costillas. Mientras no abriera la boca para soltar más
ridículas sugerencias de ballet, no podía evitar sentirme
atraída por él.

—Muy bien, Adrianna, no solo tienen que firmar tus


padres, sino también tú. —¿Otro formulario? Ya no era
suficiente. Mándame a China, allí tienen buenos
entrenadores de gimnasia. Y qué si mienten sobre sus
edades.

Konstantin me entregó un montón de papeles.

—El primero es tu compromiso con el gimnasio, tu


juramento de entrenar duro y dar el ciento cincuenta por
ciento, y de no abandonar, aunque no espero que lo hagas.
Sin embargo, si decides poner fin a tu estancia aquí en
World Cup antes que acabe el año, se le cobrará una fuerte
cuota a tus padres, al igual que hago con todos los
compañeros de equipo. Estoy seguro que sabes que este no
es un gimnasio fácil de ingresar, de ahí la necesidad de esta
obligación. Este acuerdo se renueva cada año.
Justo cuando estaba a punto de apretar el bolígrafo para
firmar con mi nombre, naturalmente mamá tuvo que
aportar su granito de arena.
—Ana, esto es un esfuerzo muy caro. Seguro que más de
lo que la mayoría de los padres estarían dispuestos a
gastar. Sabemos que eres responsable y confiamos en que
harás lo correcto, pero a tu padre y a mí nos disgustaría
mucho que tuviéramos que pagar una cuota innecesaria
por encima de todo —advirtió con ojos fulminantes—.
¿Segura que estás comprometida con esto?

—Más que nada en el mundo —murmuré en voz baja. Si


quería poner a prueba mi determinación a última hora,
podía tirar cualquier duda por la ventana. Estaba mirando
mi sueño directamente a la cara, y unos cuantos
documentos más para firmar no se interpondrían entre mis
objetivos y yo.
—¿Segura? —Su voz acentuó su pregunta. No tenía ni
idea de lo que significaba para mí, ni de lo dedicada que
estaba a la gimnasia.
—Ella lo entiende, Joy —dijo papá, y luego me dio una
sonrisa de satisfacción.
Por alguna razón, mi madre me presionaba mucho en casi
todo. Era desconcertante y deseaba que se apartara y me
animara en su lugar.
Papá entendía mi dedicación porque a él le pasaba lo
mismo. Una vez que encontrábamos algo en lo que
vertíamos todo nuestro sudor y sangre, no había vuelta
atrás. Nuestra devoción nos impulsaba.

—Muy bien, el siguiente documento establece que no


saldrás con nadie mientras estés bajo mi autoridad y
entrenamiento —dice Konstantin, mirándome mientras lo
deslizaba por su escritorio. No podía hablar en serio.
Nunca había oído que un entrenador hiciera esto.
—Sé que suena infantil, pero en realidad es un papel muy
importante que tendrás que firmar. No necesito que
pierdas la concentración. Acabarás saltándote los
entrenamientos y enfadándome. Podría arruinar tu carrera
y solo me hará perder el tiempo. Mi tiempo es precioso.
Espero, y merezco, tu concentración y determinación, no la
de nadie más.

—Lo entiendo.
Garabateé mi nombre sin leer y lo empujé hacia atrás.
Konstantin me sostuvo la mirada.

—Deberías leer siempre la letra pequeña antes de firmar


—dijo en voz baja, sonando decepcionado.
Miró mi firma, moviendo los ojos mientras leía.

—Aquí dice —dijo señalando—. Estarás bajo mi


supervisión durante el tiempo de gimnasio. —Konstantin
entregó un papel a mi padre y dijo—: Este es básicamente
el mismo acuerdo que le di a su hija. Como tiene dieciséis
años y no tiene una verdadera orientación paterna, estará
bajo la supervisión de World Cup mientras se entrena aquí.
Cualquier cosa que haga después de salir del gimnasio no
es mi responsabilidad; por lo tanto, ni yo ni World Cup
seremos responsables de sus acciones. Todas las gimnastas
que viven solas mientras entrenan aquí deben firmarlo.
Papá lo leyó por encima en silencio y luego me miró y
dijo, con voz inflexible:

—Espero que te des cuenta de la fe y la confianza que


estamos depositando en ti para que seas responsable,
jovencita. Esto no es una broma.

Con los ojos muy abiertos, asentí.


—Lo entiendo perfectamente, papá.

Papá firmó el acuerdo y Konstantin apiló los papeles, los


unió con un clip y los dejó a un lado. Kova cruzó los brazos
con firmeza sobre el pecho, se recostó en su silla de cuero y
me miró directamente.
—Mi entrenamiento no es convencional, es duro y brutal.
Habrá días en los que no podrás soportar mi mirada. Es
intenso y agotador. No estoy aquí para ser tu amigo, no
estoy aquí para darte palmaditas en la espalda cuando los
tiempos se ponen difíciles, no estoy aquí para mimarte.
Estoy aquí para ser tu entrenador y ayudarte a alcanzar el
siguiente nivel. Vengo de Rusia, donde existe uno de los
entrenamientos más estrictos. He aprendido de los
mejores, y el hecho que seas la hija de tu padre no significa
que vaya a ser fácil para ti. Olvidarás todo lo que te
enseñaron en el pasado y volverás a aprender a través de
mí. Te daré todos los medios posibles que necesites, pero
depende de ti profundizar y ser la atleta que quieres llegar
a ser. Debes tener el empuje y la pasión para llegar a lo
más alto. Yo solo estoy aquí para guiarte por ese camino y
mostrarte tu capacidad. —Hizo una pausa—. Esta,
Adrianna, es tu oportunidad de irte. Puedo romper estos
papeles y puedes irte a casa.
Miré a Konstantin y me di cuenta de dos cosas: Que
estaba a punto de recibir una paliza, y que él no aceptaba
expresiones de protesta.
 
Capítulo 04

De acuerdo, todavía estaba un poco obsesionada con lo


que salía de su boca.
No podía evitarlo. Ese acento era muy sexy.

Miré fijamente a Konstantin con confianza. Él


respondió a mi mirada. Con toda la pasión y el empuje que
respiraba por mis venas por mi amor a la gimnasia, lo
volqué en mi siguiente frase:
—No me voy.
La sonrisa perversa que se deslizó por su rostro casi
me deja sin aliento.

—Bueno, con esto se acaban las formalidades


necesarias. Si quieres, ahora puedo enseñarte el gimnasio.

Konstantin abrió la puerta que conducía al


impresionante gimnasio.

Lo seguimos de cerca, observando cada centímetro


cuadrado que nos rodeaba. No pude evitar los saltos de
adrenalina en mi estómago.

Me recordaba a cuando entraba en el aula el primer


día de clase. Hacía tiempo que no tenía esa sensación, ya
que el año anterior había sido educada en casa, pero lo
recordaba como si fuera ayer. Todo el mundo odiaba el
primer día.

Las gimnastas de los aparatos cercanos miraban hacia


nosotros, observándonos de pies a cabeza. Mamá no perdía
el ritmo con sus tacones Christian Louboutin de cinco
centímetros mientras mi padre se pavoneaba como si fuera
el dueño del lugar. Y aquí estaba yo, con unos pantalones
de jeans oscuros cortos, una camiseta y unas sandalias,
sintiéndome tan relajada como estaba.

Konstantin nos enseñó todas las partes del gimnasio,


incluidas las salas de la parte de atrás por las que sentía
curiosidad. Supuse que eran para el entrenamiento de
fuerza, pero en realidad se utilizaban para varias clases de
baile y técnicas de estiramiento.

—Holly, ten cuidado con ese dismount. Recuerda que


hasta el paso más pequeño es una décima de deduction.
Chicas, me gustaría que conocieran a Adrianna. Ella es de
nivel diez, pero planea hacer una prueba de élite. Será su
nueva compañera de equipo.

Se dirigió a las barras asimétricas y presentó a las


chicas.

—Esta es Reagan. —La señaló con la cabeza, con los


brazos cruzados contra el pecho—. Es una gimnasta de
último año y ha estado entrenando en el programa de élite
durante un par de años. Si tienes alguna pregunta sobre lo
que ocurre aquí, estoy seguro que estará más que feliz de
ayudarte. —Señalando a otra chica, dijo—: Esta es Holly.
Ha estado en World Cup desde que era una niña, y su
hermano gemelo también entrena aquí.

—¿Ella va a entrenar con nosotros? —Reagan se burló.

—Eso es lo que he dicho —dijo con severidad.

La fea mirada en el rostro demacrado de Reagan avivó


el fuego dentro de mí. Era difícil no mirarla. Sus rasgos se
agruparon, dándole una expresión excesivamente
dramática. El hecho que aún no estuviera en el programa
de élite no significaba que no pudiera entrenar con ellos.
Los gimnasios de todo el mundo tenían clases mixtas, y la
mayoría de los gimnastas se beneficiaban de observar la
técnica de sus compañeros mientras estaban en un aparato.

Podía ver que definitivamente era un problema. Vivir


entre los ricos me había enseñado a ver los verdaderos
colores de la gente rápidamente, nadie podía hacer de
perra mejor que los de sangre azul, y yo había sido
condicionada por algunos de los mejores.

—Entrenador, ¿por qué no está entrenando con su


nivel entonces?

¿Entrenador? ¡Entrenador!

—¡Tú eres el entrenador! ¿Mi entrenador?

—¡Adrianna! —jadeó mi madre, mortificada por mi


arrebato.

—Hasta la última vez que lo comprobé. ¿Quién creías


que era?

Las chicas del equipo se rieron. El calor subió por mi


pecho y golpeó mis mejillas y orejas por mi arrebato.

—Quieres decir que no lo sabías, Adrianna —dijo


mamá, echando más leña al fuego. Qué conveniente es que
ahora preste atención.

Levantando un hombro, dije con franqueza:

—Está vestido para una reunión de negocios, no está


preparado para estar cubierto de tiza durante las próximas
ocho horas. ¿Cómo iba a identificarlo con esa ropa y
zapatos de vestir? Supuse que... —Me interrumpí,
mordiéndome el labio inferior. Mis hombros cayeron—. No
sé lo que supuse, sinceramente. Solo pensé que era el
dueño del gimnasio y que no entrenaba. Muchos
propietarios no entrenan.
Mis mejillas se calentaron cuando miré a mi nuevo
entrenador. La sonrisa velada que lucía hacía juego con el
brillo de sus ojos. Nunca había tenido un entrenador joven,
y mucho menos alguien tan atractivo como Kova.
Intimidante era un eufemismo. ¿Cómo diablos iba a
concentrarme si él era el entrenador, por el amor de Dios?

—En cuanto al resto de ustedes, yo decido con quién


entrenan, y desde ahora, ella está con nosotros. —Kova se
giró hacia mí y me dirigió una mirada mordaz—. ¿Esto va a
ser un problema para ti?

—En absoluto —mentí.

Sí... Esto definitivamente iba a ser un gran problema.


Como cuando tu ginecólogo está caliente, ese tipo de
problema.

—Bien, continuemos y terminemos el recorrido para


que tus padres puedan instalarte. Te espero aquí el lunes
temprano.

Asentí y nos dirigimos al equipo masculino, donde


estaban afinando sus habilidades a la perfección. Justo
cuando pensaba que la gimnasia no podía ser más dura,
observé la fuerza bruta que necesitaba un gimnasta
masculino para equilibrarse en los anillos y mantenerlos
firmes con muy poco movimiento. Era bastante
impresionante ver cómo sus brazos se extendían
lentamente hacia los lados, perpendiculares a su cuerpo,
mientras sus piernas estaban rectas y juntas para realizar
un Iron Cross. El control junto con la musculatura de la
parte superior del cuerpo que requería era totalmente
asombroso y probablemente por eso las mujeres eran
incapaces de hacerlo.

—Caballeros, esta es Adrianna Rossi. Ella es de nivel


diez pero se unirá a las chicas mayores para entrenar.
Había tres gimnastas senior que el entrenador
presentó. Cuerpos sólidos con brazos impecablemente
esculpidos y vasculares. Sus hombros estaban cincelados y
contorneados, la piel suave como la seda se curvaba
alrededor del tejido y abrazaba el músculo por debajo de un
modo hermoso. Y lo mejor de todo era que se trataba de
músculo natural, fruto de años de entrenamiento, y no de
esa mierda inducida por los esteroides.

Había algo en el cuerpo de un gimnasta masculino que


lo hacía por mí. Ofrecían tanta potencia y control. Era una
belleza que se escondía a la vista.

Saludé con la mano.

—Hola —dije tímidamente, y me dedicaron unas


sonrisas amables.

Llevaban pantalones cortos de baloncesto y camisetas


ajustadas que se les pegaban al cuerpo por el esfuerzo. Uno
de ellos, creo que se llamaba Hayden, no llevaba camiseta y
tenía ese encanto de chico de al lado escrito por todas
partes. Abdominales, hoyuelos en ambas mejillas y dientes
blancos y perfectamente rectos. Lo tenía todo. Este tipo
podía cortar acero en sus abdominales, que estaban
cubiertos de tiza blanca. Y la V por la que todas las chicas
se vuelven locas... afilada como un cuchillo y apuntando
hasta la ingle. No pude evitar admirarlo. Pero lo mejor de
él, con diferencia, eran sus brazos. Desde sus anchos
hombros hasta sus muñecas, su piel color miel brillaba con
vitalidad.

Sabía que mi objetivo principal era entrenar con los


mejores, pero ellos iban a dificultar la concentración.
Definitivamente no se criaban así en casa. Al menos no en
mi antiguo gimnasio, eso era seguro. Eso de no tener novio
ya no sonaba tan fácil como había pensado en un principio.
—Suelo hacer que los equipos senior masculino y
femenino entrenen a la misma hora a primera hora de la
mañana —dijo el entrenador.

Mi entrenador. Todavía no podía superar el hecho que


fuera el entrenador. O que mi boca me metiera en
problemas una vez más. Nunca sabía cuándo mantenerla
cerrada.

—Se tomarán un descanso para comer o ir a la escuela


y luego los más jóvenes vienen a media tarde para
practicar. Después, los mayores vuelven y entrenan otro
par de horas.

Konstantin nos condujo por el pasillo hasta el


vestíbulo. Sus hombros eran enormemente anchos, la
camisa de vestir que llevaba se extendía sobre su espalda.
Estaba muy apretado, y ahora era evidente que había sido
gimnasta. A primera vista, parecía un tipo normal con ropa
de negocios casual.

Bromeo. Eso era una mentira. Definitivamente, no se


parecía a ningún otro tipo… los demás tipos no tenían la
misma constitución. Ningún cuerpo de gimnasta podría
considerarse normal.

Al darse la vuelta, la barbilla de Konstantin se inclinó


lentamente, mirándonos fijamente.

—Ahora que lo hemos aclarado todo, los dejaré irse.


Mis gimnastas me necesitan —dijo a mis padres antes de
volverse hacia mí—. Adrianna, ha sido un placer. Estoy
deseando que llegue nuestro primer entrenamiento en el
que te evaluaremos para ver para qué eres apta.

Se me cayó la mandíbula por milésima vez desde que


entré en World Cup. Esperaba que esto no fuera un
precursor de lo que estaba por venir. El corazón me latía
con fuerza, un calor espinoso me cubría los brazos y estaba
segura de que mi presión sanguínea no dejaba de
aumentar. Esto tenía que ser una puta broma.

—¿Qué quieres decir con evaluarme? Soy apta para la


élite. Solo con mi edad, tienes que entrenarme para la élite
senior. No puedo estar en ningún otro nivel. Se supone que
tengo que empezar el programa para poder hacer una
prueba esta temporada. Por eso estoy aquí. —Tenía que
estar en la élite por las reglas establecidas por USA
Gymnastics2. No es lo que él quería.

Levantó una ceja, sus ojos verdes me regañaron una


vez más. Con la cantidad de miradas que había hecho
desde que entré por la puerta, sentí que tenía que descifrar
sus pensamientos a través de sus ojos, como si fuera
demasiado perezoso para abrir la boca y decir lo que
pensaba.
—Soy muy consciente de cuáles son las directrices. Sin
embargo, ahora soy tu entrenador, así que tomaré la
decisión de ver para qué nivel creo que eres apta, qué
habilidades aprenderás y dominarás —afirmó—. Por ahora
entrenarás con los mayores y harás tus rutinas anteriores
hasta que haga mi evaluación, junto con los otros
entrenadores. Decidiremos si, y cuándo, puedes practicar
para la élite senior.
—Ana —dijo mi padre, reclamando mi atención. Papá
leyó la expresión de mi rostro y supo que estaba dispuesta
a rebatir su comentario.

Frunciendo los labios, rechiné los dientes. No estaba


segura de lo que creía que podía hacer. No era como si
pudiera cambiar las reglas que todos los que entrenaban en
Estados Unidos tenían que seguir solo para adaptarse a él.
La única razón por la que había venido a World Cup era
para estar en el programa de élite, y me aseguraría de
hacerlo.
Ni siquiera había empezado a entrenar oficialmente y
ya estaba frustrada con mi nuevo entrenador.
 
Capítulo 05

Como la mayoría de las noches, la cena era rígida e


incómoda.
Mamá miraba mi plato mientras removía su comida,
tratando de aparentar que estaba comiendo, cosa que
apenas hacía. Tenía una imagen que mantener, lo que
significaba que yo también lo hacía. Tenía que tener
cuidado con el consumo cuando ella estaba cerca. Era
cautelosa en general debido a la gimnasia, pero ella lo
hacía mucho más estresante.
—¿Así que tienes todo lo que necesitas, Ana? —Papá
afirmó más que hacer la pregunta. Acompañó su filete con
un vaso de bourbon. Se estaban preparando para volver a
casa.
Mis padres habían ido mejorando con el hecho de soltar
un poco de la cuerda en los últimos años, cada vez con
menos restricciones. Tenía tres reglas que debía cumplir:
no ser arrestada, no consumir drogas y estar en casa antes
del toque de queda. Todavía era una adolescente, pero vivir
el estilo de vida de Palm Bay era como crecer en
Hollywood... madurabas mucho más rápido y te valías por ti
misma. Así que esas reglas no siempre eran fáciles de
cumplir para mi hermano. Tenías trece años, y pasabas a
tener dieciocho. Los padres apenas estaban presentes y el
dinero se tiraba a diestra y siniestra para cualquier cosa
que quisieran sus hijos. Dinero viejo, dinero nuevo. La alta
burguesía con los chicos de la cuadrilla de Gucci. Para los
jóvenes de afuera, era lo que todo adolescente soñaba
tener... dinero, fama y fortuna. Pero todo tenía un precio.

—Sí, lo tengo.
—Usa tu tarjeta Centurion para lo que necesites.
Confundida, pregunté:

—¿Mi qué?

—La tarjeta negra de American Express. Te la di la


semana pasada.

Oh. No sabía que tenía un nombre especial.

—Lo haré.

—Vamos, Frank, nuestro conductor está esperando. —Los


ojos distantes de mamá miraban alrededor a lo
desconocido.

Inclinándose, mi padre me besó la parte superior de la


cabeza y dijo:

—Mantenme al tanto de todo, ¿de acuerdo?

Asentí, apretándolo en un abrazo tan fuerte como pude.


—Gracias, papá.

—Por supuesto, cariño.

—Compórtate, Ana. Concéntrate —añadió mamá.

Apreté la mandíbula. Quise replicar, siempre me he


concentrado y me he comportado. Pero no lo hice.

—Lo haré, mamá.

—¿Nos avisarás cuando sea tu primer encuentro?

El desconcierto con retazos de esperanza se apoderó de


mí.

—¿Quieres saberlo?
Joy sacó la cadera y apoyó la mano.

—Por supuesto que sí.

Esto era nuevo para mí. Mamá no había ido a uno de mis
encuentros en años, y no por falta de intentos por mi parte,
tampoco.

—Ana, estamos pagando mucho dinero por esta ridícula


afición tuya. No hagas que nos arrepintamos.

Mis hombros cayeron. Debí haberlo sabido.

—Te lo haré saber en cuanto me entere.

Su tono condescendiente sobre mi “ridícula afición” era


desgarrador. Por una fracción de segundo, pensé que
realmente quería verme hacer lo que me gusta. Qué tonta
fui al pensar lo contrario.

Entonces hizo algo sorprendente.

—Por favor, ten cuidado. Sé que eres autosuficiente, pero


todavía me preocupo. —Se inclinó y me besó la mejilla. No
sabía cómo reaccionar. Forcé una sonrisa suave y me alegré
de eso.

Mamá se apartó y vi el amor en sus ojos que tan


raramente mostraba. Todavía no había entendido por qué
se mostraba de esa manera. Lo odiaba, pero aceptaba las
pequeñas muestras de afecto que podía recibir de ella.
Después de todo, seguía siendo mi madre y la amaba.
CUANDO LLEGÓ EL DOMINGO, INTENTÉ INSTALARME
LO MÁS rápido posible. No tenía muchas cosas que
desempaquetar, ya que mi piso estaba completamente
amueblado antes de llegar, pero quería que todo estuviera
bien. No quería lidiar con el caos de las cajas
desempacadas y revolverlas para encontrar las cosas.
Estaba acostumbrada a la estructura y la necesitaba en
todos los aspectos de mi vida. El lunes era el primer día de
mi nuevo horario de actividades y sabía que no tendría
mucho tiempo para nada una vez que empezara. Me
levanté temprano y empecé a vaciar cajas, a buscar lugares
para las fotos enmarcadas que tenía con Avery, de mi
familia y de los buenos momentos en casa. Incluso colgué
algunas de mis medallas más preciadas.

Mis nervios aumentaban a medida que avanzaba el día,


ansiosa por que llegara el día de mañana. Estaba ansiosa
por pasar las manos por el cuenco de tiza, por sentir el
trampolín bajo mis pies mientras daba vueltas hacia atrás
en la rampa. Me moría de ganas de conocer mejor a mis
compañeros de equipo y de estrechar lazos con ellos.

Por la tarde, me tomé un descanso y elegí una comida de


la empresa de reparto de comida casera favorita de mi
madre. Mi teléfono móvil sonó y sonreí al ver el nombre en
la pantalla.

—¡Hola, chica!
—¡Hola! —respondió Avery—. ¿Qué tal va todo? Ya te
echo de menos.

—Ave... no he estado ni siquiera una semana afuera.

—Lo sé —se quejó ella—. ¡Pero eres mi mejor amiga y te


has mudado a miles de kilómetros!

Me reí de su exageración.

—Actúas como si me hubiera mudado a China. No está a


miles de kilómetros. No me mudé al otro lado del mundo,
estoy literalmente a tres horas de distancia... como
máximo.

—Cierto, pero ¿con quién voy a mirar a la gente y


cotillear ahora en Ocean Boulevard? Necesito a mi chica.

Una sonrisa se extendió por mi cara, recordando los


tiempos divertidos con Avery. Ocean Boulevard era el
equivalente a la 5ª Avenida de Nueva York, tenía todas las
tiendas de diseño y los restaurantes más importantes. Altas
palmeras bordeaban las calles, arbustos de flores con los
colores más vibrantes que jamás había visto florecían bajo
el alto sol trepando por los edificios. Ocean Boulevard era
un lugar pintoresco.

Avery y yo éramos las mejores amigas desde que éramos


niñas. Nuestros padres estaban muy unidos... su padre era
socio de Rossi Enterprises, así que éramos prácticamente
inseparables. Dejarla fue más difícil de lo que esperaba.
Sabía que no sería nada para nosotras ir en auto a vernos
para una visita rápida, nuestros padres no pestañearían,
pero ese no era el punto. Dejé atrás a mi única y verdadera
mejor amiga. Era lo más parecido a una hermana, mi
confidente y mi línea de vida.
—Deja de ser tan dramática. Todavía podemos hacerlo
por teléfono. Además, estaré en casa para las vacaciones y
eso.

—Lo que sea, ¿entonces qué vas a hacer ahora?

—Sacando todas las comidas que mi encantadora madre


ha “encargado para mí”, —dije sarcásticamente. Después
de todos estos años, Avery sabía cómo le gustaba a mi
madre microgestionar ciertos aspectos de mi vida. Ni
siquiera sé qué es la mitad de estas cosas.

—Tienes que estar bromeando. ¿Todavía te controla


desde tres horas de distancia?

—Seguro que sí. Ella tenía ese servicio de entrega de


comida dietética para mí, el mismo que usa tu madre. Todo
son comidas preparadas de forma natural. Aunque, nunca
me he tomado el tiempo de ver la comida, ¿y tú?

—No, tampoco he comido nunca esa porquería.

—Ugh. Qué suerte. —Tomé una bandeja y la inspeccioné


—. Esta parece... —me interrumpí, mirando el nombre,
incapaz de distinguir lo que era—. Tienes que estar
bromeando. ¿Tofu? ¿Me está haciendo comer tofu? ¿Con
crotones sin gluten? —Me revolví para mirar el resto de las
comidas en la bolsa de malla verde vibrante—. ¡Dios mío,
todas son comidas sin gluten! ¿Por qué demonios me pide
comida sin gluten? No soy alérgica a nada. —Se me
revolvió el estómago mientras revisaba el resto del
contenido. Estas cosas tendrían un sabor horrible.

Riéndose, Avery dijo:

—El gluten provoca grasa en la barriga y ella quiere que


estés en forma, idiota.
—Gracias, Capitán Obvio. Lo sé, pero no me queda grasa
en la barriga para perderla. Ella actúa como si tuviera un
maldito sobrepeso.

—Solo puedo imaginar lo que ella piensa de mí.

—No voy a comer esta mierda —dije, tirando una de las


bandejas a la basura.

—La última vez que lo comprobé, hay un montón de sal y


azúcar en las dietas sin gluten. El azúcar se convierte en
grasa y la sal te va a hinchar. ¿Qué más hay ahí?

—Déjame ver... Hay toda una semana de comidas y


aperitivos de aspecto terrible. —Hice una mueca ante las
espantosas opciones de comida—. ¿Albóndigas de cordero?
¿Cómo puede la gente comer estas cosas? Esto parece
carne misteriosa unida con palillos. No puedo creer que
espere que me coma esta mierda. No se ve para nada
apetitoso, se ve asqueroso.

—Toma una foto y envíamela ahora mismo. Tengo que ver


esto.

Saqué otra bandeja y murmuré para mis adentros:


—¿Qué demonios me ha pedido? —La giré hacia un lado
para examinarla—. Bueno, esto no tiene tan mala pinta. Es
pavo y judías verdes en un envoltorio sin gluten. —Abrí el
envase de plástico y probé un bocado—. El envoltorio sabe
a cartón, pero lo tomaré antes que el tofu —dije con la boca
llena. Antes de darme cuenta, el pequeño envoltorio del
tamaño de un bocadillo se había acabado y yo seguía
teniendo hambre.

Avery pasó a otro tema y empezó a charlar sobre el


deporte que le gustaba, hablando a cien kilómetros por
minuto sobre sus pruebas.
—Seguro que entras en el equipo de animadoras. Me
sorprendería que no lo hicieras.
—¡Eso espero! Quiero entrar en el equipo de competición
All-Star. Debería ser capaz después de todas las clases
particulares que he tenido.
—No tengo ninguna duda que lo harás. He visto a esas
chicas y tú eres mucho mejor. Oh, mierda, nunca vas a
creer esto. He conocido a mi entrenador.
—¿Sí? —dijo ella, sin impresionarse—. ¿Y?

Le di un sorbo a mi agua y le conté cómo había hecho el


ridículo.

—Es muy joven, un ex olímpico, pero no me lo imagino


entrenándonos. Es raro.
—¿Cómo de joven?

—No tengo ni idea, no he preguntado, pero diría que


alrededor de los veinticinco años... ¿Treinta? No tengo ni
idea. —Fruncí mi ceño, mis labios se juntaron—. Me parece
un poco joven para ser amigo de mi padre.
—No sabía que había que tener cierta edad para ser
amigo de alguien.
—No es así, obviamente. Es que no me lo esperaba.
—¿Está bueno?

Mis mejillas se sonrojaron.


—¡Avery! ¡Es mi entrenador!

—¿Y?
—¿Y qué?
—¿Está caliente?
Caliente era un eufemismo. Su cabello negro azabache
complementaba perfectamente sus impresionantes ojos
verdes. Una mandíbula cuadrada con las mejillas hundidas
pero con pómulos profundos. Me encantaba que fuera alto
y tuviera los hombros anchos. Todos mis otros
entrenadores habían sido bajos y rechonchos.
—Bueno... Quiero decir, sí, está bueno, pero no puedo
pensar en él así. Vamos a trabajar estrechamente como
cuarenta horas a la semana.
—Mándame una foto.

Me eché a reír.
—¡Avery! ¿Y cómo demonios se supone que voy a hacer
eso? No puedo llevar mi teléfono y decir: “Oye, entrenador,
déjame hacerte una foto”.
—Bien. Lo buscaré en Google. Es un atleta olímpico, así
que seguro que hay una foto suya por ahí. Espera, ¿cómo se
llama?
Me detuve un momento, con las cejas fruncidas.

—Bueno, se dirigió a sí mismo como Konstantin, pero


busca Konstantin Kournakov. Es decir, Kournakova. O Kova.
Mi padre lo llamaba Kova. Aunque creo que se cambió el
apellido.
—De acuerdo. Hagamos un nombre a la vez porque
acabas de lanzarme como treinta. Core... ne...

—Konstantin Kournakova —dije con un acento ruso


terriblemente falso.

—¿Cómo se escribe eso? Tiene demasiadas vocales.


Poniendo los ojos en blanco, me reí en voz baja por su
exageración y luego lo deletreé. Hubo un silencio absoluto
durante diez segundos, y luego...
—Joderrrrrrrrr, Adrianna, en serio.

Me reí en el teléfono.
—¿Qué? —dije con suavidad. Sabía a qué se refería.

—Con labios de pez y todo, ¡está buenísimo!


—¿Labios de pez? No acabas de decir eso.
Definitivamente no tiene labios de pez.

—Así que admites haberle echado el ojo —respondió


rápidamente.

—¡No!
—¡Admítelo!
—¿Y qué? Ya he dicho que está bueno.

Avery volvió a reírse.


—De acuerdo... no los llamaré labios de pez, pero son
bonitos y llenos. Se pueden besar. —Hizo una pausa y luego
gritó—: ¡Dios mío! Entrenador besable.
Gemí con fuerza. Lo último en lo que quería pensar era
en los labios llenos y besables de mi entrenador.
—Y parece que tiene... en realidad treinta y dos años.

—Vaya. Si lo vieras en persona, nunca lo adivinarías.


—En serio. Sin embargo, es jodidamente guapo.
Diviértete con eso. No me importaría tener un entrenador
de animadoras que se pareciera a él. Mierda, no me
importaría tener un maldito equipo mixto en general.
¿Todos esos tipos fuertes para levantarme y luego
acunarme contra su pecho con sus enormes brazos? ¿Y te
has dado cuenta de lo buenos que están los chicos? ¿Qué
demonios están comiendo para aumentar de volumen de la
forma en que lo hacen?

—Estás loca, Ave —reí, cortándola. Avery codiciaba a


todos los chicos que se cruzaban en su camino. Llevaba la
locura por los chicos a un nuevo nivel.

Suspirando, miré a mi alrededor las cajas que aún debían


ser desempacadas.

—Tengo que terminar de desempaquetar y acostarme


pronto. Tengo práctica a las 6:30 a.m., lo que significa que
necesito estar despierta a las 5:30 para estar lista y llegar a
tiempo.
—Uy. ¿Por qué tan temprano?
—Práctica, comida, escuela, práctica de nuevo. No
termino hasta cerca de las seis, creo. No estoy muy segura.
—Vaya. Bueno, intenta llamarme mañana si puedes.

—Lo haré.
—¡Diviértete! Y recuerda... saca una foto para mí.

—Haré lo que pueda.


—Hasta luego, chica.

La sonrisa que escuché en su voz me hizo extrañar mucho


a mi mejor amiga. Mudarme a la costa sur de Georgia fue
mi elección y algo que deseaba desesperadamente. Me
había preparado para eso y estaba preparada para el día en
que finalmente llegara, pero no había previsto extrañar
tanto a mi amiga tan pronto.
Tenía que concentrarme en mi objetivo, todos estos
sacrificios valdrían la pena al final.
 
Capítulo 06

El sol ni siquiera había empezado a asomar por el


horizonte, mientras las nubes grises se deslizaban por el
cielo de color carbón cuando llegamos a World Cup.

Thomas, mi chófer, sabía exactamente a dónde ir.


Tenía los ojos hinchados e inflamados por la agitada
noche de sueño que había tenido. Estaba tan ansiosa por la
mañana siguiente que di vueltas en la cama toda la noche,
pensando en cómo sería mi primer día. Por fin iba a
comenzar la siguiente fase de mi carrera como gimnasta, y
era lo único en lo que podía pensar. Justo cuando estaba a
punto de volver a dormirme, sonó el despertador y me
levanté de golpe. Si tuviera que adivinar, diría que había
dormido unas tres horas en total.
Al salir a la calle con mi bolsa de viaje, la humedad del
aire me golpeó el rostro.
—Adiós, Alfred. No estoy segura de cuántas horas estaré
aquí, así que te enviaré un mensaje cuando salga. —Alfred
era un apodo personal que usaba para Thomas. No le
gustaba mucho, a juzgar por su expresión cada vez que
salía de mi boca. De hecho, creo que lo detestaba, pero lo
aceptaba para apaciguarme.

—Estaré a la espera, señorita Rossi.


Un suspiro exasperado escapó de mi garganta.

—Alfred. ¿Cuántas veces tengo que decirte que me llames


Adrianna? —Últimamente se lo recordaba más. Odiaba el
rollo ese de señorita.
—¿Cuántas veces te he dicho que me llamo Thomas? —
replicó.

Mis ojos se entrecerraron, tratando de parecer mezquina,


pero sabía que era un trabajo muy pobre.

—Viejos hábitos.

—Me esforzaré más —dijo con un guiño.


Al cerrar la puerta, el sonido de las hojas caídas agitadas
por el viento llamó mi atención. Miré por encima del
hombro, pero no pude ver nada en la oscuridad y seguí
adelante.

Subiendo a la acera, me puse delante de la camioneta.


Gracias a los faros que brillaban a través de la ventanilla,
pude ver el interior de World Cup. Cuando llegamos el
primer día, no había podido ver a través de los cristales
tintados, pero las primeras horas de la mañana junto con
las luces brillantes iluminaban una gran parte del gimnasio.

Mis ojos se fijaron en una gimnasta que lanzaba una


voltereta. Debía de estar calentando, ya que lo único que
hizo fue una voltereta, una voltereta hacia atrás, un giro y
medio, y luego se alejó como si nada. Realmente no era
mucho en nuestro nivel, pero ella lo hizo parecer sin
esfuerzo. Como una cinta flotando en el viento. Realmente,
hermoso. Solo podía rezar para tener ese tipo de gracia. El
entrenador Kova aplaudió, moviendo los labios y asintiendo
en señal de aprobación. Me fijé en su atuendo y me di
cuenta que no llevaba pantalones de vestir.

Revolví mi bolsa de lona y abrí la puerta. Mientras lo


hacía, otra mano llegó por encima de mí y empujó hacia
atrás el marco metálico. Miré por encima de mi hombro y
me encontré cara a cara con unos brazos musculosos. Al
entrar, me encontré con la sonrisa más bonita del chico de
al lado que jamás había visto. Apenas llevaba ropa...
pantalones cortos, chanclas y una camiseta de tirantes
suelta con enormes agujeros en los brazos. El típico
atuendo playero del sur.

—Yo me encargo.

Agarré mi correa con más fuerza.

—Gracias.

—Soy Hayden —dijo, caminando de cerca alrededor.

—Adrianna.

Sonrió, y un hoyuelo apareció en el centro de su barbilla.


—Lo sé, nos conocimos el otro día. Soy el gemelo de
Holly.
—Huh. —Lo miré fijamente—. No lo habría adivinado.

Su sonrisa se hizo más grande.

—Es bueno saberlo. Lo último que quiero es oír que


parezco una chica.

Me reí de su comentario y lo seguí por el pasillo hasta


una pequeña habitación que tenía dos paredes de
casilleros, una para el equipo de chicos y otra para el de
chicas. Metió su bolsa en una jaula de metal. Sus
movimientos eran cómodos y naturales, como si llevara
mucho tiempo haciendo esto, y tal vez fuera así.

Hayden me miró por encima del hombro.

—¿Estás nerviosa por lo de hoy?

Me mordí el labio y arrastré los pies.

—Sí, ¿es obvio?


—La verdad es que no, pero recuerdo mi primer día de
poder entrenar a un nuevo nivel. Es emocionante, pero más
bien me puso de los nervios.

Hayden se llevó la mano a la espalda y se quitó la


camiseta. La enrolló en una bola y la metió con el resto de
sus cosas. Tuve que hacer todo lo posible para evitar que se
me cayera la mandíbula al suelo, pero eso no significó que
no le diera un buen repaso, mirando abiertamente su
cuerpo.

—Seré sincera... estoy petrificada.

—Eso es totalmente normal. Se te pasará en un par de


semanas cuando te sientas cómoda. —Cerró la puerta de un
manotazo—. ¿Quieres una sugerencia?

—Por supuesto.

—No contestes. Haz lo que te digan tus entrenadores. No


les muestres que tienes miedo. No dudes. No quieren
escuchar excusas. Demuéstrales que tienes confianza y que
quieres estar aquí, que puedes manejar lo que te dan y que
tienes lo que se necesita. Básicamente, acepta y asiente y
eso te llevará lejos. Saben de lo que hablan. He pasado por
un puñado de entrenadores en este gimnasio, y estos son
los mejores con gran diferencia. —Hizo una pausa y luego
dijo algo que necesitaba recordar—: Y lo más importante,
habrá días en los que querrás abandonar porque no podrás
aguantar más. Esos días llegarán y lo harán a menudo. Pero
no te rindas, porque la recompensa merecerá la pena al
final.

Asumí las palabras de Hayden con un asentimiento serio.


Me tocó el hombro con compasión y dijo:
—Buena suerte. —Luego abrió la puerta del gimnasio y
entró.
Mirando a través de la ventana, solo había una chica, y
pensé que era Reagan, pero no estaba segura, ya que el
otro día solo la conocí durante una fracción de segundo. La
vi aterrizar con una doble torsión frontal en un punch front
tuck, con los brazos extendidos en forma de T para
equilibrarse, pero tiró hacia la derecha y dio un gran paso.

—¿Qué esperas?

Una voz profunda y baritonal me sorprendió desde atrás.


Di un salto y miré por encima del hombro mientras mi
corazón se aceleraba. Mi mano voló a mi cuello. ¿De dónde
había salido?

—¿Qué? —tartamudeé.

Konstantin inclinó la cabeza hacia un lado, con el rostro


inexpresivo.

—Pensé que eras una gimnasta, no una espectadora. Mi


tiempo es valioso. Entra en el gimnasio ahora o vete.

Me eché hacia atrás, mi mente se tambaleó por su


inesperado tono desagradable. Mi mandíbula quedó
abierta, moviéndose silenciosamente de arriba abajo. Luché
con las palabras, tratando de encontrar la respuesta
adecuada. La forma en que sus ojos se clavaban en los míos
lo hacían inabordable... e intimidante.

—¿Dónde... dónde pongo mis cosas?

Me miró de forma que me decía que debía saber dónde


iban mis cosas. No me había asignado un casillero, pero
tenía la sensación que mencionar eso no sería bueno, así
que no saqué el tema.

—De acuerdo —respondí en voz baja—. ¿Adónde vamos


después?
—Esto es como cualquier otro gimnasio, Adrianna —dijo
con un gesto de mordacidad, haciendo rodar la R de mi
nombre—. Que esto sea una lección aprendida después de
hoy. Después de entrar, colocas tus cosas en un casillero, y
metes tu culo en el gimnasio rápidamente. No me importa
por dónde empieces, mientras tus pies estén en el suelo
azul cada mañana a las seis y media y vengas a mí. ¿Sí?

Con los ojos muy abiertos y los labios entreabiertos,


asentí ante su actitud de imbécil. El entrenador marchó y
yo hice rápidamente lo que me dijo mientras me temblaban
las rodillas. Jesús. Actuó como si llegara tarde, lo cual no
era así, simplemente no me había explicado qué hacer una
vez que llegara.

Me despojé de mi conjunto de dos piezas con cremallera


y pantalón de color rosa intenso de Juicy Couture y lo
enrollé, metiéndolo en un casillero metálico. Lo metería en
el bolso más tarde, lo último que quería era hacerle esperar
más. Me recogí el cabello largo de color burdeos en una
coleta desordenada y me dirigí al gimnasio.

Tragándome el nudo en la garganta, eché los hombros


hacia atrás, entré en el gimnasio y me dirigí hacia donde
estaba el equipo femenino. El entrenador me miró
fijamente, siguiendo cada uno de mis pasos. Su mirada me
hizo sentir cinco centímetros más alta e insegura.

Me mordí el interior del labio mientras nuestros ojos se


fijaban. Su camiseta negra de manga corta abrazaba sus
musculosos bíceps. Tenía los brazos cruzados delante del
pecho, con los músculos perfectamente redondeados, y su
postura hablaba de autoridad. Me siguió por todo el
gimnasio. Las cabezas se volvieron hacia mí en medio de
sus estiramientos, así que me puse rápidamente de
puntillas en el suelo. Tendría que avisar a Alfred que
teníamos que llegar un poco antes mañana para evitar esas
incómodas miradas, por si acaso. A nadie le gustaba ser el
centro de atención, así que tenía que asegurarme de entrar
sin hacer ruido y sin ser vista.

Con las piernas extendidas, me incliné hacia delante y me


tumbé en el suelo, con los brazos y las piernas en paralelo.
Expulsé una bocanada de aire y cerré los ojos, alegrándome
de lo que hacía mi cuerpo. Me encantaba la forma en que
mis músculos se tensaban y luego se aflojaban como si
acabaran de despertarse. Me dolía y me sentía bien al
mismo tiempo. Las flexiones y las puntas me ayudaron a las
espinillas, y abrí las piernas todo lo que pude,
levantándolas para estirar la ingle.
Me perdí en la sensación cuando sentí que el suelo
primavera se hundía mientras alguien se acercaba a mí y
me agarraba el tobillo, levantando la pierna.
—¿Qué...? —murmuré en voz baja. Me senté y miré por
encima del hombro. Estuve a punto de decir “joder”, pero
me contuve. El entrenador se arrodilló tan cerca de mi
rostro que noté lo increíble que eran sus ojos. Un verde
brillante, el color de la albahaca fresca y la lima
entrelazadas entre sí me atrajo. Hipnotizantemente
hermosos, y cuando su mano se dirigió al pliegue de mi
cadera y mi muslo, respiré.

Sus dedos se clavaron en la piel donde el maillot se unía


a la línea del bikini y me hizo girar la pierna con cuidado
para que la rodilla quedara hacia arriba.

—Vuelve al suelo —ordenó el entrenador. No tenía ni idea


de lo que planeaba, así que hice caso y apoyé el pecho en el
suelo, lo que acabó siendo una buena cosa. No quería que
me sorprendiera mirándole a los ojos.
O pensar en dónde estaba su mano en este momento.
Lentamente, levantó mi pierna y presionó mi espalda
para que no pudiera moverme. Un pequeño gruñido salió
de mis labios mientras él estiraba mis caderas.

—Dedos de los pies en punta, rodillas arriba, Adrianna —


dijo, como si yo fuera una idiota. Tal vez la arrogancia en su
tono era una cosa rusa.

El entrenador me subió lentamente el pie para que


estuviera ligeramente más alto que mi espalda. Sentí el
ardiente estiramiento en mi ingle crecer mientras lo
levantaba. Sin quererlo, mi cuerpo trató de sentarse en
esta posición tensa para aliviar la tensión, pero el
entrenador solo presionó más fuerte sobre mi espalda, sin
permitirme moverme. Contuve la respiración, mis dedos se
extendieron sobre la alfombra y mi estómago se flexionó.
Su antebrazo se clavó en mi espalda mientras se inclinaba
y me presionaba hacia abajo. Esta mierda dolía. Creí que
mi ingle estaba a punto de ser desgarrada, e incluso mi
trasero sentía como si los músculos estuvieran siendo
tirados al máximo.

—Respira —susurró.
Gemí en el fondo de mi garganta mientras él bajaba mi
pie al suelo, donde comencé a derretirme y a liberar la
tensión de mis músculos. Me sentí muy bien, pero no por
mucho tiempo porque cambió a mi otro lado y aplicó la
misma cantidad de fuerza. Esto llevó el estiramiento y la
flexibilidad a un nivel completamente nuevo para mí.

—Chicas, siéntense frente a la viga baja, pongan los


dedos de los pies sobre ella y espérenme.

Al abrir los ojos, me encontré con dos grandes rodillas a


escasos centímetros de mi nariz. Puede que llevara
pantalones cortos de entrenamiento, pero pude ver la
anchura de sus muslos y los músculos que rodeaban sus
rodillas. Eran enormes y sus piernas no tenían vello.

Por no mencionar que olía muy bien. Demasiado bien.


Veinte años después, Konstantin me bajó la pierna, pero
yo estaba atascada y rígida. Lentamente, me senté llevando
mis manos hacia mí.
—Pónganse en pareja y tomen turnos para estirar las
rodillas. Reboten ligeramente, chicas. No necesitamos
ninguna rótula rota.
Ese acento... rápidamente me estaba dando cuenta que
me gustaba mucho su acento. Exigía atención cada vez que
abría la boca. Tal vez era una cosa americana el gustar la
enunciación de otra persona, pero entonces me pregunté si
a los extranjeros también les gustaban los acentos
americanos. Probablemente no. No había nada exótico en
un dialecto americano. No pronunciamos las erres como los
rusos. En todo caso, parecería un impedimento para hablar.

Moviéndose detrás de mí, los dedos del entrenador


rozaron delicadamente mi antebrazo. Me agarró la muñeca
y luego buscó la otra. Extendió con cuidado ambas
muñecas hacia atrás, estirando mis brazos.

—No bajes el pecho. Hombros atrás, espalda recta.


 
Capítulo 07

—¿Qué están haciendo? —me pregunté mientras mis ojos


se dirigían a las chicas que estaban en la barra de
equilibrio baja, a un par de metros de distancia.

—Es una técnica de estiramiento que extiende demasiado


las rodillas. Ayuda en los saltos para que tus piernas se
inclinen. ¿Nunca los has hecho antes?

—No. —Observé a las chicas rebotar ligeramente sobre


las rótulas de sus compañeras. Esto tenía que ser algo que
había aprendido en Rusia. Pude ver cómo sus rodillas se
doblaban hacia atrás mientras se sentaban como soldados
tomándolo. Nunca en mi vida había visto esto y empecé a
preocuparme que se me salieran las rodillas.

—¿Qué pasó con lo de usar dos colchonetas y poner los


pies sobre ellas en forma de splits?

—También hacemos eso, pero yo cambio las cosas y me


gusta usar mi base. Son cosas que muchos otros
entrenadores no hacen. Es un poco intenso, pero hace el
trabajo.

Me soltó los brazos y dijo:

—Mueve las piernas. —Las reboté ligeramente hasta una


posición cerrada para poder ponerme de pie. Tenía las
piernas agarrotadas y ahora tenía que estirar aún más las
rodillas...

Una mano apareció en mi visión y la alcancé. El


entrenador me ayudó a levantarme y automáticamente me
arreglé el leotardo por la ligera reposición.
Las gimnastas sacaban cuñas a diestra y siniestra sin
pensarlo dos veces y seguían caminando, yo incluida. Hey,
es algo que viene con el territorio. A veces se atascaba ahí
arriba, así que era o arreglarlo o dejar el culo al aire.

—Reagan, por favor, trabaja con Adrianna, ¿sí?

Reagan me miró por alguna extraña razón mientras me


ponía en la misma posición que las otras chicas, con los
dedos de los pies elevados en la viga baja. La ignoré.
Cuando se sentó, no se contuvo y rebotó sobre mis rótulas
como si estuviera rebotando en una pelota de yoga gigante.

Me costó mucho no gritarle y llamarla perra. No vi a las


otras chicas saltar tan fuerte, pero sabía que no podía
quejarme. Así que rodé mis dos labios entre los dientes y
acepté el nuevo dolor que me estaba dando mi cuerpo.

Cambiamos de lugar, pero yo no fui tan fuerte como ella.


Sinceramente, no quería herirla.

—Más fuerte —exigió Reagan—. No me harás daño.

Me detuve y la miré, porque realmente me preocupaba


que lo hiciera.

—¿Estás segura?

—Sí. Solo hazlo. —Seguí su orden, mientras sonreía


internamente y me deleitaba demasiado en infligir una
fracción del dolor que ella acababa de entregarme.

Después de los estiramientos en grupo, nos dividimos


entre los diferentes aparatos: salto, viga de equilibrio,
suelo y barras asimétricas. El entrenador se dirigió a las
barras.

—Haz unos cuantos calentamientos y cuando estés lista,


avísame para que pueda ver tu rutina.
—De acuerdo —dije, apretando mis agarres. Luego se
dirigió a otra parte del gimnasio.

Respirando hondo, observé cómo una de las chicas


calentaba en las barras, haciendo movimientos ligeros de
liberación en los que fluía libremente de barra a barra,
giant tras giant, un sobre salto que implicaba un medio giro
en el aire hacia la barra baja, círculos de cadera claros, en
los que la gimnasta hace círculos hacia atrás sin tocar la
barra con sus caderas, y luego un dismount fácil, como un
back tuck. Las otras dos chicas fueron y luego me tocó a
mí. Todas hicimos más o menos los mismos calentamientos,
algunas añadiendo piruetas y otros elementos, pero la
verdadera diversión estaba a punto de comenzar.

El straddle back era una de mis habilidades favoritas en


las barras. No se utilizaba tan a menudo porque la mayoría
hacía el medio giro en el aire hacia la barra baja, pero me
encantaba. Había algo poderoso en soltar la barra alta para
hacer la barra baja en medio del aire en una parada de
manos. Me llevó un tiempo dominar este movimiento. Mis
tobillos no dejaban de golpear la barra, por no mencionar
que al principio me daba mucho miedo. Hasta que me di
cuenta que el truco para abordar esta habilidad era
conseguir que tus caderas se elevaran lo más alto que
pudieras, moviéndolas hacia arriba y hacia atrás, no tus
pies. Levantar los pies en un straddle back era un hábito
difícil de romper, pero en realidad no te tiraba en el aire
como lo hacían las caderas como uno pensaría.
Básicamente, levantaba el trasero, lo levantaba y lo sacaba,
y era oro.

Mi rutina de barras no fue tan intensa como la de las


otras tres chicas que me precedieron. Supongo que no se
suponía que lo fuera ya que yo tenía un nivel inferior, sin
embargo, me di cuenta que estaba atrasada. No tuve un
comienzo temprano en el deporte como la mayoría de los
que eran de élite. Aunque era joven cuando empecé con la
gimnasia recreativa, tenía casi diez años cuando me uní al
equipo de chicas y empecé oficialmente a entrenar de
forma rigurosa.

Había una diferencia entre las clases recreativas y las del


equipo. En ambas se enseñaban las mismas habilidades,
pero el equipo entrenaba más horas a la semana y se
centraba en los detalles más pequeños. Al final, esos
detalles podían hacerte ganar o perder. También había
compromiso y motivación. No solo de las gimnastas, sino
también de los padres. La financiación, los viajes y la
actitud eran brutales. El equipo era mucho más agotador,
pero también muy gratificante.
Realicé mi rutina un puñado de veces más antes de
armarme de valor y pedirle al entrenador que la viera. No
fue mi mejor entrenamiento; me di cuenta que mis
movimientos nerviosos y mi corazón acelerado no tenían
nada que ver con mi rutina real y sí con la intimidación
rusa y las tres horas de sueño. Me sentía como si estuviera
compitiendo por un puesto en el equipo mundial de Estados
Unidos y todo dependía en gran medida de este momento.

Era mi oportunidad de demostrar que estaba preparada


para la élite.

Konstantin estaba de pie al lado de las barras, con sus


ojos fijos en mí y sin mostrar ninguna emoción. Creí que
estaba a punto de vomitar. Era una mirada vacía y,
sinceramente, no estaba segura de sí prefería eso o ver
cómo se le caía el rostro. Mi corazón estaba en mi garganta
y todo el ruido se desvaneció.

Mierda. Estaba muy nerviosa.

Una rutina de barras puede durar entre treinta y


cuarenta y cinco segundos, la mía fue de treinta y seis, y
eso era simplemente por mi nivel y lo que era capaz de
hacer. Una rutina de barras requiere una gran cantidad de
entrenamiento y acondicionamiento. La mayoría de la gente
nunca se da cuenta de lo cortas que son en realidad.
Después de ser cautivado por las asombrosas habilidades
de lanzamiento y las impresionantes secuencias de
combinaciones, era fácil olvidar que no duraban ni siquiera
un minuto.

Mientras realizaba mi rutina, me pareció una eternidad


de deseos y rezos para poder agarrar la barra, hacer mis
paradas de manos, con las piernas juntas, y no
tambalearme ni doblar los brazos. Me canté mentalmente,
lo tengo, repetidamente con cada pequeño elemento antes
que ocurriera el dismount.

—Una vez más —ordenó antes que pudiera recuperar el


aliento. Después que me agarrara y volviera a hacer mi
rutina, bajó la barbilla y dijo—: Cuando llegues al salto,
sigue las mismas instrucciones. —Y se marchó. No tenía ni
idea de si lo había hecho bien o no, y tampoco podía
calibrar sus pensamientos. Era como una losa de hormigón.

—No te estreses, él siempre es así. —Miré la voz a mi


lado—. Nunca sabrás lo que está pensando por mucho que
lo intentes. Te juro que su objetivo es hacerte sentir que
apestas en la vida. —Respiré aliviada al saber que no era
solo yo—. Soy Holly, por cierto.

Sonreí amablemente a la gemela de Hayden.


—Adrianna. Y gracias por el aviso. No ayuda que esté
nerviosa de por sí, pero su forma de actuar me pone de los
nervios.

—Oh, así es como es normalmente. Ya te acostumbrarás.


Todos lo hemos hecho.
Nota para mí: Su personalidad predeterminada es de
imbécil. Lo tengo.
—Espero que no tarde mucho. Me hizo sentir que era la
rutina más descuidada.

Holly reía.

—Todos lo revisamos y tuvimos los mismos sentimientos.


Kova tiene un ojo agudo, así que aunque probablemente
hubo cosas en las que te equivocaste, él puede detectar el
talento a través de eso.

—¿Por qué le llamas Kova? Creía que se llamaba


Konstantin.

Se encogió de hombros.

—Es solo el nombre que usa. Ninguno de nosotros lo


llama por su verdadero nombre.

Interesante.
—¿Eres de aquí? —pregunté con curiosidad.

Asintió.

—Llevo años en World Cup. Mi familia vivía aquí, pero a


mi padre le ofrecieron un trabajo en Ohio que no pudo
rechazar. Se mudó allí mientras mi madre, Hayden y yo nos
quedamos aquí para poder entrenar con Kova. Sin
embargo, mi madre se fue una vez que cumplimos los
dieciséis años, porque lo echaba mucho de menos. Estaba
nerviosa por dejarnos, pero por suerte tenemos amigos y
familia cerca si necesitamos algo.

Sabía que para el público en general era absurdo que los


padres permitieran a sus hijos entrenar solos a una edad
tan temprana. No era raro que nos fuéramos a un
campamento de entrenamiento de verano en Texas durante
tres meses solos, o que entrenáramos largas horas en el
gimnasio sin ninguna supervisión de los padres. El
gimnasio se convertía en nuestro segundo hogar. Los
entrenadores eran muy cercanos a los padres, lo que los
tranquilizaba a la hora de dejar a sus hijos. Además, nunca
estábamos completamente solos, siempre había un adulto
cerca, un amigo o una madre para ayudar. Aunque no
pensábamos en ello, para el mundo exterior, estaba seguro
que parecía una negligencia.

—¿Cuántos años tienes?

Se apretó la muñequera, sus ojos se concentraron en el


movimiento de sus dedos.

—Casi diecisiete.
—Oh... —Mi voz se elevó—. Vaya. ¿Así que has estado
aquí durante casi un año por tu cuenta?

Una sonrisa inocente se extendió por su rostro de niña


mientras miraba hacia mí.

—Sé que es una locura estar lejos de la familia, y duro a


veces, pero te acostumbras. Por suerte, entienden nuestro
amor por el deporte y nos han permitido quedarnos. Pero
no es fácil. Mis padres pidieron una segunda hipoteca para
que podamos seguir entrenando y compitiendo aquí.
»El año pasado tuvimos una chica aquí, Sage. Era
increíble, mejor que todas nosotras y tenía escrito que iba a
ser olímpica. Su forma era impecable y solo tenía nueve
años. La veíamos con asombro, pero, por desgracia, sus
padres ya no podían permitirse vivir en dos lugares
distintos. Tiene un hermano mayor y no era justo para él,
así que hicieron las maletas y se fueron a su casa en
Washington. Ella lloró, todos lo hicimos. Ver eso me hizo
darme cuenta de lo afortunada que soy por estar aquí.
Aunque no sé si sigue entrenando... espero que sí. Era
demasiado buena para no hacerlo.

—Holly. Te toca —anunció el entrenador.


Holly sonrió alegremente.

—Hasta luego... y buena suerte.


Mientras Holly se preparaba, me despojé de los agarres
de mis muñecas y me dirigí a la rampa donde un par de
ojos marrones me observaban.
—Hola, Reagan —dije, siendo amable. Tenía ganas de
hacer amigas del equipo.

Ella se volvió hacia mí, hizo una pausa y luego dijo:


—Hola.

No estaba segura de por qué, pero tenía la impresión que


no le gustaba que estuviera aquí, lo cual me molestaba. Las
chicas del equipo eran eso... un equipo unido.
Trabajábamos juntas, éramos como hermanas y
normalmente teníamos un vínculo inquebrantable. En casa
tenía un buen equipo de chicas que se apoyaban
mutuamente hasta el final, así que esperaba tener lo mismo
aquí.
—¿Cuánto tiempo llevas en el equipo?

—He estado en World Cup desde que pude caminar —


respondió apresuradamente sin levantar la cabeza del
tazón de tiza—. Mi familia es en realidad de Cape Coral. No
soy un traslado.
 
Capítulo 08

Me dio la espalda y se preparó para realizar su salto.

Observé cómo Reagan realizaba un Amanar, aterrizando


casi perfectamente sin el más mínimo movimiento, ni
siquiera una comprobación de equilibrio. Mis cejas llegaron
a la línea de mi cabello por su salto casi perfecto. Sabiendo
que era la siguiente, busqué a Kova para ver dónde estaba
y me di cuenta de que sus ojos estaban fijos en ella. Santo
cielo... había una sonrisa en su cara. Es decir, debería
haberla tenido con esa bóveda, pero no parecía el tipo de
persona que jamás esboza una sonrisa. Reagan le sonrió y
se dirigió al final de la pista de salto con confianza en su
paso.

Había estado practicando un Yurchenko de doble giro.


Por desgracia, casi siempre daba un paso al aterrizar, lo
que me valía deductions. La mayoría de las gimnastas
daban un paso o un salto. Era difícil no hacerlo con toda la
fuerza y el impulso que salía de nosotros.
Lo mejor que podía hacer era trabajar en mi salto
alternativo, pero no me entusiasmaba nada que requiriera
un salto frontal, así que lo evitaba en la medida de lo
posible. No era una gimnasta perezosa, simplemente me
incomodaban los giros en el aire en esa dirección. Por no
hablar que un aterrizaje a ciegas era arriesgado porque no
quería hiperextender las rodillas.

Pero con ese extraño acondicionamiento de rebotar sobre


las rodillas que el entrenador nos hizo hacer antes, estaba
casi segura que estaba entrenando mis rodillas para la
hiperextensión de todos modos.
—¡Eso fue increíble! —le dije emocionada. Aunque se
estaba volviendo más popular, un Amanar era uno de los
saltos más difíciles de realizar para las mujeres. Requería
bloquearse con mucha fuerza empujando la mesa de salto
con los hombros y manteniendo los brazos rectos.

—Lo sé.
Mi madre me habría abofeteado el rostro si esa hubiera
sido mi respuesta.
—¿Cuánto tiempo llevas practicándolo? —Incluso con su
actitud desagradable, tenía verdadera curiosidad.
Se encogió de hombros, sin hacer contacto visual.

—No mucho tiempo. La verdad es que me resultó fácil.


Ninguna de las otras chicas puede saltar como yo —dijo
con suficiencia—. Kova dijo que mi salto ayudará a mi
ronda y aumentará mi puntuación.

Vaya. No quería saber si era capaz de volverse más


pretenciosa.
—Bueno, eso es fabuloso para el equipo. Seguro que las
chicas agradecen tu capacidad, ya que crees que les falta.
—No pude evitarlo, tuve que soltar una pequeña pulla. Al
haber crecido en una isla con algunas de las personas más
ricas del mundo, me desagradaban mucho las chicas
mocosas, y me di cuenta que Reagan era precisamente eso.
Así que sabía cómo entrar y salir con una sonrisa de
plástico.

Me dirigí a la pasarela y realicé un Yurchenko de uno y


medio, en lugar de uno doble. Quería impresionar y fui con
un aterrizaje limpio, así que fui a lo seguro. La clave era
empezar con una valla alta con el pecho levantado, luego
redondear y llevar los brazos hacia atrás en la bóveda para
ejecutar un bloqueo grande y potente. A continuación,
junté las piernas y levanté los dedos de los pies, apretando
el culo y utilizando los abdominales para tomar impulso y
seguir con un giro cerrado. Al ver mi aterrizaje, clavé los
talones en el suelo.

Una vez que aterricé con un salto, Kova hizo girar su


dedo para que lo hiciera de nuevo. Esta vez, aterricé con un
enorme salto de demasiada potencia e hice una mueca,
apretando los ojos. Sabía que había metido la pata y que él
la había detectado.

Abriendo los ojos, miré a Kova que me miraba fijamente


sin ninguna emoción en su rostro. No dijo nada, así que
opté por hablar.

—¿Lo hago de nuevo?

—¿Puedes hacer algún otro salto?

Me mordí el interior del labio.


—Puedo hacer un doble Yurchenko. Necesita un poco de
trabajo, pero puedo intentarlo.

—¿Vas a lesionarte intentándolo?


—No. —Podía hacer un doble, pero estaba demasiado
nerviosa para hacerlo, así que hice el uno y medio.
—¿Es algo que has hecho antes?

—Sí.

—Entonces hazlo. ¡Reagan! —gritó—. Deja que Adrianna


vaya de nuevo, rápido.

Reagan hizo un gruñido audible, así que me disculpé con


ella. La forma más rápida de hacer amigos era que el
entrenador no me ordenara que cortara en la rotación.
Apunté los pies y luego respiré profundamente,
sacudiendo las manos.

Podía hacerlo... Podía hacerlo...


Eché una rápida mirada a Kova, que estaba de pie con los
brazos cruzados frente a su amplio pecho al otro lado de la
bóveda. Me levanté de puntillas, me incliné y salí
corriendo, bombeando las piernas tan rápido y tan fuerte
como pude para ganar velocidad.

Justo antes de llegar a la bóveda, hice un giro sobre el


trampolín, volteando hacia atrás para que mis manos
aterrizaran en la bóveda de cuero para completar mi
Yurchenko. Bloqueando tan fuerte como pude empujando
con los hombros, di la vuelta y divisé el suelo. Lo aterricé
perfectamente... con una sonrisa... y sin salto. Sin
demasiada potencia ni rotación.

Al terminar, busqué la misma sonrisa que Kova le dedicó


a Reagan. Se me cayó el estómago cuando vi el desdén en
sus ojos.
Ladeó la cabeza y dijo más que preguntó:

—¿Puedes hacer un doble? ¿Sí?

Tragué con fuerza.

—Sí.

—¿Y un dos y medio?

—Sí, bueno, en realidad no. Estoy trabajando en eso.

—Entonces, ¿por qué no lo hiciste?

—¿Hacer qué? ¿El dos y medio? No es muy bueno. —Me


encogí de hombros sin poder evitarlo. No era la mejor
manera de empezar, pero estaba nerviosa.
Podía sentir otro par de ojos pegados a mí, pero no podía
romper su mirada para ver a quién pertenecían. Y la
verdad, me daba vergüenza y no quería ver las miradas.
Por suerte, tenía un poco de calor, así que el rubor de mis
mejillas se disimularía como si no fuera más que un
esfuerzo.

Una ceja se arqueó en un punto. La furia irradiaba de él.

—¿De verdad creíste que no lo sabría? Ese aterrizaje fue


demasiado perfecto, toda la bóveda fue demasiado buena
para que fuera tu alternativa. Si quieres tener éxito, tienes
que probar elementos más duros. Arriésgate, confía en tu
cuerpo, deja de lado el miedo.

»Ahora ve allí y hazlo con el dos y medio para que pueda


ver dónde necesitas trabajar. No tengo tiempo para juegos.
Necesito saber de qué eres capaz ahora mismo, hoy, no el
mes que viene. ¿De qué servirá eso si te estoy entrenando
para un dos y medio y ya has estado trabajando en eso?

Quise corregir su rígida pronunciación, pero me abstuve.


A veces sonaba como un robot hablando. Así que, en lugar
de eso, asentí con vehemencia y me coloqué detrás de la
fila. Reagan lucía una sonrisa de satisfacción que merecía
ser borrada de su rostro.

Un gemido bajo escapó de mi garganta, irritada por los


rostros de Kova y Reagan. Pero, sobre todo, estaba
enfadada conmigo misma por no haber dado lo mejor de mí
en el momento en que realmente lo necesitaba.

No perdí tiempo antes de colocarme detrás de la línea y


empezar a correr hacia el objeto inmóvil. Los gimnastas
tenían que estar un poco locos de la cabeza para que se les
ocurriera hacer volteretas sobre objetos como éste.
Una vez que llegué a la bóveda, bloqueé con fuerza,
levantando el vuelo, y realicé un doble giro, añadiendo una
media vuelta. Me esforcé todo lo que pude en mi rotación,
pero sabía que no era suficiente. Era arriesgado y estaba
descuidado en el aire. Los gimnastas conocen
instintivamente su cuerpo, pero me arriesgué y lo lancé de
todos modos.

Al aterrizar, tropecé hacia un lado, pero me detuve antes


que mis rodillas se hundieran, lo cual fue enorme. Las
rodillas nunca debían tocar el suelo en un aterrizaje.

De pie, terminé y miré a Kova.

—Lo mismo con el suelo y la viga. No te contengas —


afirmó, antes de darme la espalda y continuar.

Iba a ser un día largo.

Era casi de noche y estaba agotada. Sin mirarme al


espejo, sabía que era un desastre. La tiza cubría mi cuerpo
y mi maillot, los mechones de cabello caían de mi cola de
caballo y rodeaban mi cara, y mis ojos estaban hinchados y
congestionados por el cansancio. Me senté con las piernas
abiertas con mis pequeñas calzas en medio del vestíbulo de
la sala de gimnasia mientras miraba mi teléfono. Era poco
femenino y mi madre me habría matado por ello, pero me
importaba una mierda. Hoy me han dado una paliza y
estaba muy cansada.
Todo lo que quería hacer era ir a casa, tomar una ducha,
tomar un poco de Motrin, e ir a la cama. Motrin, el
verdadero desayuno, almuerzo y cena de los campeones.
Que se joda la comida recién cocinada.

Por desgracia, no podía hacer eso todavía. Tenía que


esperar a que el entrenador terminara antes de poder irme.
A juzgar por la primera sesión de entrenamiento real que
tuve hoy, podía decir que las próximas dos semanas iban a
ser duras en más de un sentido.

Después de hacer las otras dos pruebas antes, como me


había pedido el entrenador, fui a reunirme con mis tutores
privados. Repasaron mi programa de estudios para cada
clase y lo que se esperaría de mí, junto con mis horas de
gimnasio. El señor Landry enseñaría Química e Historia
Americana, y la señora Taylor enseñaría Pre-Cal e Inglés.
Intenté concentrarme en todo lo que decían, pero mi mente
no dejaba de pensar en las rutinas que había realizado y en
cómo lo había hecho. Si mi giro tambaleante en la viga
afectaba a mi destreza, si el paso fuera de los límites en el
suelo me perjudicaba, o el hecho que me contuviera en el
salto al principio marcaba la diferencia.

Suspiré con fuerza. No sabía a quién estaba engañando.


Después de las clases, Alfred me llevó a casa para el
almuerzo, que terminó siendo pequeño y corto ya que mi
estómago estaba hecho un nudo. No podía comer, tenía los
nervios alterados. Además, odiaba entrenar con el
estómago lleno. Una vez que volví al gimnasio, Kova me
hizo repetir lo mismo que esta mañana para que los demás
entrenadores pudieran juzgar mis rutinas, que a esas
alturas estaba segura que eran una mierda.

Tal vez estaba siendo dura conmigo misma.


La puerta se cerró de golpe, alejando mi atención de las
divertidas actualizaciones de mis amigos en las redes
sociales. Kova chasqueó los dedos mientras pasaba
bruscamente junto a mí.

—Vamos.
Modo-Imbécil activado.
Lo seguí hasta su despacho, esperó a que entrara y cerró
la puerta. Tomó asiento detrás de su escritorio y yo me
senté adelante. Me apreté la coleta y me preparé.

Me miró directamente a los ojos y fue al grano:


—Hoy ha sido una prueba, una evaluación para ver dónde
estás actualmente. —Suspiró cansado—. Voy a ser franco.
No te acercas a mis estándares, Adrianna, y eso me
preocupa. No estás preparada para el equipo senior. Ni
siquiera cerca. Definitivamente, ni de lejos estás preparada
para la prueba de esta temporada. Te estás preparando
para el fracaso si lo haces.

Me quedé con la boca abierta y se me formaron lágrimas


en el fondo de los ojos. No lloraría, no lo permitiría.
Mierda, me habían educado para no llorar. Pero joder, eso
dolía.

Que me digan que no soy lo suficientemente buena en la


gimnasia era como si te dieran una patada mientras estás
en el suelo. Era desgarradoramente devastador. Aparte de
sufrir una lesión que te obliga a guardar reposo, es
probablemente lo peor que podrías escuchar. Ya eres dura
contigo misma al tratar de ser la mejor. Lo das todo,
aguantas en silencio el dolor y las molestias, el hambre que
te corroe, el cansancio, cuando sabes que siempre habrá
alguien que llegue a ser mejor que tú. Es un arma de doble
filo. Y esta mierda pasa por tu cabeza en repetición.
—Hablé con Madeline, la otra entrenadora de élite que te
evaluó, y estuvo de acuerdo conmigo, necesitas trabajar.
Tienes un montón de malos hábitos que tenemos que
romper, lo que va a ser una tarea tediosa. Los pequeños
detalles importan en este deporte. Si te hubiera evaluado
antes de venir, sin duda, te habría apartado del programa
de élite. Pero tu padre hizo una generosa donación para
que se financiara nuestra cafetería, lo que te permite estar
aquí. —Cruzó las manos delante de él, con aspecto irritado
—. Así que aquí estás.

—No soy ni siquiera un nivel diez a tus ojos, ¿verdad?


Sacudió la cabeza, sus labios una fina línea plana. Aquí
no hay entrenador besable.
—Mis estándares son altos, pero eso es lo que gana.
Hacer una gimnasia segura y mediocre no te va a llevar al
podio. Creo que estarás de acuerdo conmigo. Hoy has
tenido miedo y te has contenido. Eso me preocupa.
Me esforcé por no llorar, pero no pude evitar que las
lágrimas se posaran en mis párpados. Miré al techo,
deseando que desaparecieran para que no cayeran por mis
mejillas. Estaba enfadada conmigo misma por dejar que
mis emociones me afectaran. Quería parecer fuerte, pero
esto era tan frustrante como hiriente. La garra dentro de
mis entrañas que me obligaba a ser mejor estaba siendo
abordada por una bestia mayor.

—Lo peor es —continuó— que acepté entrenarte. Una vez


que hagas la prueba y te clasifiques, deberás entrenar en el
nivel senior debido a tu edad. Eres demasiado mayor para
cualquier otro nivel.
Konstantin Kournakova era un hombre frío. Me pregunté
si tenía hijos y recé para que, si no los tenía, fuera estéril.
Sabía que no iba a ser fácil para mí, pero por Dios. Sus
palabras eran tan molestas como una lesión que acabara
con mi carrera.
 
Capítulo 09

—Viendo que estamos en marzo y que has llegado en


plena temporada de élite, ¿pensabas competir el resto de la
temporada regular como práctica y luego hacer una prueba
la próxima temporada?
—Como tenemos hasta junio, pensé que podría hacer
una prueba de élite ya que muchas de las habilidades son
las mismas.
Su mirada era escéptica.

—No creo que sea una decisión acertada. No estás


preparada.

Lo último que deseaba mi corazón era no participar en


una temporada, pero si eso favorecía mi carrera, que así
fuera. Bajé la voz y dije:
—Prefiero aplazar la competición y utilizar este tiempo
como práctica para estar preparada la próxima temporada
para las pruebas.

Kova se sentó de nuevo en su sillón de cuero. Su


cabeza se inclinó hacia un lado y sus ojos se entrecerraron
hasta convertirse en finas rendijas. Se tocó la mandíbula y
se pasó una mano por la boca.
—¿Quieres esto, Adrianna? ¿Realmente lo quieres en el
fondo? Porque van a ser necesarias muchas más horas de
gimnasio para que estés donde te necesito. Estoy hablando
de clases particulares después de los entrenamientos y
posiblemente de más horas. Empujando tu cuerpo más allá
del borde de la cordura para no solo dominar las
habilidades de nivel de élite, sino dominarlas
perfectamente. E incluso con eso, no sé si llegarás a donde
necesitas estar en el momento que quieres. Esto va a ser
complejo de gestionar. Un reto. No estoy seguro de ser
capaz de mover montañas.

Mi mandíbula se movió, pero me quedé totalmente sin


palabras, intentando desesperadamente formarlas, pero no
me salía nada. Los ojos verdes de Kova me miraron más
fijamente, esperando que respondiera.

—No me estoy haciendo más joven, Adrianna.


Conteniendo mis estúpidas emociones, necesitaba ser
positiva, porque a pesar de sus hirientes palabras, yo era
una persona fuerte y segura de mí misma.

—Lo quiero más que nada. La gimnasia es mi vida. Mi


sueño. Déjame demostrarlo, por favor. Deme una
oportunidad para demostrárlo. No me rendiré y trabajaré
más duro que todos los demás en el gimnasio, y nunca me
oirás quejarme.

Se quedó callado, evaluando mi respuesta y dijo:

—Tráeme tu horario mañana, veré dónde puedo hacer


hueco para ti. Puede que tengas que venir en tu día libre,
tal vez medio día solo para el acondicionamiento. Lo
repasaré con Madeline y luego llamaré a tu padre para
darle la feliz noticia.

Ignorando su golpe, respondí con entusiasmo:

—Haré lo que sea necesario.

Rápidamente aprendí que Kova era un hombre difícil


de leer con su prolongado silencio, pero aceptar cualquier
cosa que dijera me daba la aprobación que buscaba en sus
ojos.

—¿Qué es lo que pretendes?


Confundida, pregunté:

—¿Qué quieres decir?

—¿Piensas competir en la universidad? Retirarte antes


o después de la universidad... Necesito saber con qué estoy
trabajando.

Tenía un objetivo, y ese era mi único enfoque.

—Quiero ir a los Juegos Olímpicos.


Kova estaba como un ciervo bajo los faros. Era la única
referencia que me vino a la mente mientras me miraba
fijamente, sin pestañear. No creía que yo pudiera hacerlo.
Era evidente.

Moviendo bruscamente la cabeza hacia un lado, Kova


se tronó el cuello. El sonido resonó en toda la habitación y
me estremecí.

—Te das cuenta de cuántas chicas jóvenes tienen la


misma ambición, ¿verdad? ¿De lo difícil que es conseguirlo?

—Sí, me doy cuenta.

—¿Y eres consciente que solo cinco chicas en todo el


país entran en el equipo femenino? ¿Qué las suplentes casi
nunca son convocadas?

—Por supuesto.

—¿Y que normalmente entran en el equipo de Estados


Unidos en torno a los quince años?

Sabía a dónde quería llegar Kova con esto, y la verdad


es que no quería oírlo. Ya había tenido suficientes patadas
en las tripas por esta noche.
—Soy muy consciente que soy mayor de lo normal para
iniciar el camino de élite y que mis posibilidades son
escasas debido a mi edad, pero tengo la lucha y el empuje
necesarios para lograrlo. Tengo pasión y determinación. No
me importa lo que piensen los demás. Si no me esfuerzo,
me arrepentiré. Todo lo que necesito está al alcance de mi
mano. Puedo hacerlo... Sé que puedo. Practicaré hasta que
no pueda equivocarme, hasta que mis manos sangren y mis
pies estén en carne viva. Iré a las Olimpiadas y nada me
detendrá. Y menos mi edad.

Aparentemente impresionado, Kova asintió


lentamente, asimilando mis palabras.

—Vete a casa. Te veré mañana, Adrianna.

En cuanto salí de la ducha y me puse el pijama, llamé a


Avery para desahogarme.

Toda la reunión con el entrenador Kova se repitió en


mi cabeza, haciéndome sentir mal al estómago. Aunque
debería haberme ido a la cama para el entrenamiento
temprano de mañana, sabía que mi mejor amiga seguiría
despierta. Le conté mi día y los resultados de mi evaluación
de mierda, sintiéndome mal por mí misma todo el tiempo.

—Ríndete, eso es básicamente lo que me dijo —me


quejé—. Soy una mierda, Avery. Un chiste. No puedo
creerlo. Y yo que pensaba que era lo suficientemente buena
como para estar en un equipo senior. Está claro que no
quiere que haga las pruebas para élite, no cree que sea lo
suficientemente buena, y sin embargo, no tiene más opción
que hacerlo.

—¿Qué quieres decir con que no tiene elección? ¿Así


que te dio toda esa mierda para nada, pero al final del día,
tiene que entrenarte?

—Sí. Hay gimnastas de élite junior y de élite senior.


Todo se basa en la edad y tienes que calificarte haciendo
pruebas de élite a través de competiciones nacionales con
una puntuación mínima. Como voy a cumplir diecisiete
años en un par de meses, necesito un entrenador de élite
que sepa cómo entrenar a gimnastas de nivel senior y crear
rutinas que funcionen con el sistema de puntuación de
élite. Hay un cierto nivel de dificultad, arte y ejecución en
el que, al combinar las habilidades, me da un mayor valor
de salida. Seguí entrenando como lo hacía en mi ciudad
porque muchas de las habilidades de la élite senior y junior
son similares, pero no pude avanzar, así que técnicamente
no se me puede considerar élite todavía.

—Cállate y deja de dar lástima. Si no tiene otra opción,


como parece que no la tiene, es obvio que está diciendo esa
mierda a propósito para motivarte. Sabes que no apestas.

—¿Motivarme? ¿Decirle a tu nuevo atleta que no está a


la altura de tus ridículos estándares y que tal vez nunca lo
esté es una motivación para ti? Y en serio, Avery, si
hubieras visto a estas chicas y lo que son capaces de hacer,
tú también te sentirías inútil.

—Está jugando con tu cabeza a propósito y tú lo


permites. Borra esa mierda, ve mañana y actúa como si
nunca hubiera dicho nada de eso. Mantén la cabeza alta y
muéstrale de qué estás hecha. Apuesto a que Labios de Pez
les dice eso a todas las chicas nuevas.

Solté una risita ante el comentario de Labios de Pez.

—¿Por qué le sigues llamando Labios de Pez?

—Disculpe, entrenador besable. —Se rio entre dientes


—. Me recuerda a Tom Hardy, y Tommy tiene Labios de Pez.

Oh, Dios mío.

—Sabes, cuando lo pones de esa manera es un poco


caliente. Ahora no voy a pensar en un pez inflado cada vez
que digas labios de pez, voy a pensar en Tom.

—¿Ves? —Ella se rio—. Te lo dije.

Suspiré, devolviéndome al momento.

—Realmente espero poder demostrar que está


equivocado.

—Puedes y lo harás. Es como cuando tu madre te


habla con desprecio.

Hice una pausa, pensando en lo que acababa de decir.

—Tienes razón, pero realmente no quiero odiar a mi


entrenador. No es que odie a mi madre, pero ya sabes lo
que quiero decir.

—¿Cómo puedes odiar una cara así? Me recuerda a un


tipo melancólico y misterioso con un lado oscuro. Apuesto a
que su cuerpo es aún mejor.

Puse los ojos en blanco, sonriendo ante su comentario.


Me pregunté de dónde demonios había sacado esas cosas.
—Puedo decir con toda honestidad que ni siquiera he
pensado en su cuerpo. Estaba demasiado estresada por la
actuación de hoy como para mirar. —Mentí. Por supuesto
que lo había hecho.

—Sí, de acuerdo —respondió con sarcasmo—. Lo que


tú digas, pero quizá deberías tomarte un Xanax antes de ir
mañana, está claro que lo necesitas.
—De ninguna manera. Eso solo me cansará y no puedo
permitirlo. Necesito estar en mi juego A, ¿recuerdas?
Hablando de pastillas, necesito tomar un poco de Motrin
antes que se me olvide. Mañana voy a estar muy dolorida.
—Metí la mano bajo el lavabo y agarré el frasco blanco que
contenía mis pastillitas naranjas favoritas.

—Solo estaba bromeando contigo.


—Ja. —Agité dos pastillas naranjas en mi mano y llené
de agua el vaso que tenía junto al lavabo. Tragándome las
pastillas, dije—: Gracias, Avery, por hablar conmigo. No era
como esperaba que fuera el día de hoy, en absoluto. Ni de
lejos. Me siento como una tonta por pensar que iría de otra
manera.
—¿Te refieres a escucharte como una perra? Cuando
quieras. —Su sonrisa se filtró en sus palabras, haciéndome
sonreír a su vez. No estaba segura de lo que haría sin esta
chica.
Sacudiendo la cabeza, dije:

—Te voy a dejar. Tengo que levantarme a las 5:30.


—Ugh. Buena suerte con eso. Hasta luego, nena.

—Hasta luego.
Cinco minutos. Estaba bastante segura que ese era el
tiempo que había dormido antes que sonara mi odioso
despertador. Tuve que hacer una doble toma para
asegurarme que había leído bien el reloj.
Dios mío, sálvame.
Sentada, mis piernas colgaban sobre la cama mientras
me frotaba los ojos borrosos. Tenía la espalda tensa, al
igual que los hombros y los muslos. Sin embargo, no estaba
tan mal, pero tal vez eso se debía al Motrin que había
tomado antes de acostarme. Solo el tiempo lo diría.
Alfred llegaría en cuarenta y cinco minutos a
recogerme, así que me preparé rápidamente una taza de
café de mi cafetera Keurig y comencé a prepararme.
Hace aproximadamente un año, mi madre empezó a
darme café para sustituir las comidas. Para hacerla callar,
le dije que me ayudaba a reducir el apetito, pero en
realidad nunca lo hizo. Tal vez una hora como mucho. Hacía
mucho ejercicio y tenía hambre a menudo.
Al final, solo desarrollé el gusto por el Starbucks.

Preparé mi bolsa rápidamente, asegurándome de tener


dos de esas comidas insípidas que tanto le gustaban a mi
madre, junto con algunas barritas de proteínas y botellas
de agua. Y por si acaso, tomé la botella de Motrin. Hoy
sería otro día largo y no estaba segura de cómo me iría.
Como un reloj, Alfred me envió un mensaje diciendo
que estaba afuera. Ese hombre era siempre puntual, algo
que apreciaba. Cerré el apartamento, bajé en el ascensor y
me subí a la camioneta.
—Señorita...

Le dirigí una mirada.


—Thomas. —Solo usaba Thomas cuando hablaba en
serio.

Sonrió.
—¿Cómo estás esta mañana?

—Eh. Un poco dolorida, pero no tan mal como pensaba


que estaría —dije, abrochando mi cinturón de seguridad.

Inclinó la barbilla.
—Me alegro de oírlo. ¿Sabes a qué hora terminarás
hoy?

—En realidad no, y después de lo que me enteré ayer,


quién sabe. No tengo escuela hoy, así que supongo que
cuando el entrenador diga que he terminado. Te enviaré un
mensaje cuando salga y esperaré a que llegues.
—¿Qué tal si me envías un mensaje durante el
almuerzo y me das una idea aproximada?

—Puedo hacerlo.
Cambiando de tema, dijo:

—Espero que estés prestando atención a dónde vamos.


Sabes que cuando cumplas diecisiete años estarás sola,
jovencita.
—¿De verdad crees que mis padres van a dejarme sola
en esta ciudad? Una cosa es estar sola en Island y otra en
una ciudad que no conocen. No veo que vaya a ocurrir
pronto, sobre todo cuando los medios de comunicación se
enteren que ya no estoy allí.

Rossi Enterprises era un conocido promotor


inmobiliario. Eran responsables de muchos edificios
residenciales y comerciales en Atlanta. La empresa llevaba
muchos años en la familia, empezando por mi abuelo
Angelo, que la fundó. Empezó en pequeño con el dinero que
le dio su padre, que había sido un exitoso agente
inmobiliario en aquella época. Angelo se arriesgó en contra
del consejo de su padre y construyó un hotel con el dinero,
luego compró terrenos con esos ingresos y construyó más
inmuebles comerciales y, finalmente, residenciales. Le fue
muy bien, pero fue mi padre quien se asoció con el padre
de Avery, Michael Heron, años antes que ninguno de
nosotras naciera, y creó un imperio, construyendo
propiedades de alto nivel en las principales ciudades del
mundo. El nombre creció rápidamente, al igual que la fama
y la fortuna, y con ello llegó la prensa no deseada. Rossi
Enterprises era ahora responsable de más de veinticinco
propiedades en todo el mundo, llegando a ser uno de los
principales promotores del mundo.
Pero dejemos que mi hermano y sus alocados amigos
atrajeran la mala publicidad de sus cruzadas de borrachos
en los clubes nocturnos y fiestas privadas, por no hablar de
las detenciones públicas. No ayudaba que Avery tuviera
hermanos gemelos de la misma edad que Xavier. Era una
broma constante entre ambas familias que los dos
embarazos eran planificados. Mi hermano y los de Avery
eran muy unidos y no hacían más que alimentar a la
prensa. Perdí la cuenta de la cantidad de veces que papá
tuvo que sacarlos de la cárcel por cosas como drogas,
fiestas locas y conducción temeraria. La banda de
hermanos, como los llamaban los medios de comunicación,
eran una fuerza que no se podía detener. Hacían alarde de
todo lo que podían y se aprovechaban de todo lo que tenían
a su disposición. Si los de afuera supieran lo que ocurría a
puerta cerrada.
El nombre de Rossi pronto estuvo en boca de todos.
Todo lo que hacíamos nosotros o los Heron se extendía
como un reguero de pólvora, lo que convertía a los chicos
en un imán para los paparazzi. Mis padres pagaban mucho
dinero para mantener las cosas fuera de los medios de
comunicación, pero algunas seguían apareciendo en
primera plana.
Frunciendo los labios, Alfred me echó una mirada.

—Cariño, cuando se trata de tus padres, no tengo ni


idea de lo que harán. Solo quiero que estés preparada.
Personalmente, me gustaría que te acostumbraras a tu
entorno y a los nombres de las calles antes que me vaya.
Asentí, dándole la razón mientras nos adentrábamos
en World Cup. Se me hizo un nudo en el estómago de
inmediato, ansiosa por lo que iba a ocurrir. Estaba
funcionando con cinco minutos de sueño, Starbucks y una
oración.

—Tienes razón... Prestaré atención a partir de mañana.


—Que tengas una buena sesh de entrenamiento —dijo
Alfred cuando salí del Escalade, lo que me hizo hacer una
pausa y mirar por encima del hombro.
—¿Acabas de decir sesh? Dime que no acabas de decir
eso. —Sesh era la jerga que todo el mundo usaba para
referirse a la sesión en casa.
—¿Qué? ¿No es eso lo que todo el mundo dice hoy en
día? Solo intento estar al día.
—Alfred —dije, sacudiendo la cabeza con una gran
sonrisa—. Hasta luego.
 
Capítulo 10

Con mi bolsa de viaje al hombro, entré en el gimnasio,


sintiéndome un poco más cómoda que ayer.
Aunque el día anterior había sido puntual, esta mañana
llegué mucho antes y tuve tiempo de guardar mis
pertenencias, lo que evitó cualquier mirada incómoda de
mis compañeros de equipo... o las amonestaciones del
entrenador Kova. Después de la noche anterior, planeaba
demostrar que era digna de estar aquí. Me callaría y haría
todo lo que él dijera que tenía que hacer. Quería esto, y me
negaba a dejar que unos cuantos comentarios poco
constructivos me derrumbaran.

Me desnudé hasta el leo y estaba en medio de un sorbo


de agua cuando Kova surgió a mi lado, dándome un susto
de muerte. Era como un puto ninja, siempre aparecía de la
nada sin hacer ruido.
Escupí y el agua goteó por mi barbilla. Me la limpié con
el dorso de la mano y lo miré, tapando el recipiente.
Kova me miró con cualquier cosa menos con
preocupación.

—¿Estás bien?

—Bien. —Tosí.
—Bien. Vamos a mi oficina.

Me recogí el cabello en un moño desordenado,


preocupada por lo que quería hablar. Cerró la puerta detrás
de mí y tomé asiento, esperando a que matara mis
esperanzas y sueños una vez más. Parecía ser su principal
objetivo cada vez que ponía un pie en su oficina. El
estómago se me revolvió cuando nuestras miradas se
cruzaron, el nerviosismo recorrió mis venas mientras él me
miraba fijamente durante un largo y duro momento. Esto
no puede ser bueno.

—He hablado con Madeline y hemos diseñado un nuevo


horario para ti. Hasta que alcances el nivel que
necesitamos, estarás aquí seis días a la semana, con
comida y tutoría entre ambos. De esos seis días, dos de
ellos estarán dedicados a tu clase favorita de ballet por la
mañana. —Una media sonrisa burlona asomó a sus labios.
Se me revolvió la barriga al ver cómo parpadeaban sus ojos
al decir eso—. Como no haces clases particulares todos los
días, estarás aquí. Serán jornadas de unas diez horas, es
decir, unas cincuenta horas a la semana. Por ahora solo
tendrás un día para ti para hacer lo que necesites.

Tenía que estar fuera de sus cabales. Pero sabiendo que


no podía discutir, respondí secamente:

—De acuerdo.
Mirando sus notas, sus ojos recorrieron algunas frases
antes de volver a mirarme.

—También vas a tomar algunas clases de fortalecimiento.


Necesitamos que mejores tu flexibilidad, y creo que un par
de sesiones privadas conmigo antes de los entrenamientos
serán suficientes. Siempre y cuando sigas con los
ejercicios.

Mi último entrenador solía decir que tenía las caderas


tensas, pero yo no entendía bien lo que eso significaba.
Supongo que lo averiguaría cuando empezara la sesión
privada.

—Habrá mucho acondicionamiento en el medio, y cada


día antes de empezar y cuando termines, correrás dos
millas en la pista de afuera.

—¿Hay una pista afuera? —No había visto ninguna.

—Sí, a un par de cuadras hay una escuela secundaria.


Usarás su pista. Cuatro vueltas equivalen a una milla, así
que correrás ocho por la mañana y ocho por la tarde.

Joder, odiaba correr.

—Lo que digas.


—Este horario es extremo y no es algo que hacemos para
todos. Si no puedes soportarlo, o incluso piensas por un
minuto que no eres capaz de hacerlo, debes decírnoslo. Mi
tiempo, así como el de todos los entrenadores de este
gimnasio, es precioso. No quiero que lo desperdicies.

Eso me enfadó. Como no tenía a nadie que hablara por


mí, tuve que defenderme.

—Ni siquiera me has dado una oportunidad. No han


pasado ni veinticuatro horas. ¿Qué te hace pensar que no
puedo hacerlo? Ayer cometí errores, sé que lo hice y lo
reconozco, pero estaba nerviosa. Dame otra oportunidad.

—En la gimnasia no hay segundas oportunidades.


Deberías saberlo.

—Soy muy consciente.

—Entonces no hay excusas.

—No voy a poner ninguna. —Permaneció en silencio, así


que continué—: World Cup produce campeones. He venido
aquí para que me entrenen los mejores y así poder ser la
mejor. No me voy a ir.

—No se trata de ser la mejor, se trata de cuánto trabajas


y cuánto das sin esperar nada a cambio. De lo mucho que
entrenas, de lo mucho que te esfuerzas cuando nadie te
mira. Se trata de lo profundo que uno se siente, sabiendo
que ha hecho todo lo que podía hacer y que no se
arrepiente de nada. Aun así, existe la posibilidad que no
sea suficiente. —Kova exhaló un fuerte suspiro—. No puedo
hacer que seas la mejor, solo tú puedes hacerlo. Tu cuerpo
puede soportar casi todo, es tu mente la que tienes que
convencer.

Decidida, lo miré directamente a los ojos.

—Demostraré que puedo soportarlo.

Kova asintió lentamente, con una sonrisa tortuosa en su


bello rostro. Tragué con fuerza.

—Lo que no te mata solo te hace más fuerte. ¿Verdad,


entrenador?

—En tu caso, solo el tiempo lo dirá.

—Vamos a empezar.

Siguiendo a Kova, me dirigió por el pasillo a una de las


habitaciones del fondo. Caminaba como si tuviera una
misión. Tenía los hombros rígidos y la forma en que
caminaba me parecía intimidante. Era como si tuviera una
sola mente, una misión que debía ser abordada y resuelta.
Supongo que no debería quejarme, ya que se había tomado
tiempo para ayudarme personalmente, pero me recordaba
a un sargento instructor. Era todo escuchar, mirar y no
hablar.

La parte de “no hablar” era mi mayor debilidad.

World Cup era mucho más grande de lo que había


imaginado cuando nos presentamos por primera vez.
Aparte del notable gimnasio y las salas de baile, había una
sala de terapia muscular, duchas… que nunca utilizaría… y
una cafetería equipada con una cocina y mesas repartidas
por todo el recinto. Gracias a mi padre, la cafetería se
construyó como parte del acuerdo para que yo entrenara
aquí.

Empujando la puerta, Kova encendió las luces. No perdió


el tiempo para empezar las sesiones privadas. Habían
pasado tres semanas desde que tuvimos nuestra pequeña
charla y puso en marcha el nuevo horario.

En la sala había dos mesas de examen con tableros


acolchados de color azul marino. Había un armario alto al
otro lado de la pared y varios equipos de ejercicio. De las
paredes colgaban colchonetas negras plegadas, grandes
pelotas de yoga en las que era divertido rebotar y cuerdas
elásticas utilizadas para el entrenamiento de sujeción.
Sabía que le preocupaba mi falta de flexibilidad… o eso
decía… pero estaba bastante segura que estaba delirando.

—Desvístete.

Mi leo ya estaba puesto, así que me quité los zapatos, los


pantalones y la camisa, y los metí en mi bolsa. Siempre
llevaba pantalones cómodos y sueltos, y una camiseta
normal para entrenar. Fácil de poner y fácil de quitar.
Saqué un par de minishorts negros de spandex, me los puse
y esperé.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —pregunté con
curiosidad.

—Nosotros no vamos a hacer nada, tú sí. —Luché contra


el impulso de poner los ojos en blanco.

Seguí a Kova mientras se movía por la habitación.

—Vas a estirar sin esforzarte. Muchos atletas creen que


cuanto más se haga ayudará a la flexibilidad. No siempre es
así. A veces estirar de forma agresiva es contraproducente.
Dura poco y puede provocar lesiones. —Hizo una pausa—.
Cada atleta es diferente, así que lo que funciona para uno
puede no funcionar para otro. Todo es prueba y error, pero
he descubierto que esto es lo que mejor ayuda a la
flexibilidad.

Asentí, escuchándolo. Nunca había oído esto, pero


tampoco había visto a nadie rebotar sobre las rótulas.

—A tu antiguo entrenador le preocupaba tu rango de


movimiento. —Kova palmeó una de las mesas, indicándome
que me acercara. Acorté la distancia y me levanté de un
salto—. Te he estado observando las últimas semanas, tus
hombros y caderas están tensos. Me he dado cuenta que no
puedes entrar directamente en un split, que tus caderas
tardan en aflojarse hasta que llegas al suelo. Tus saltos
podrían ser trabajados y también tus ángulos. Eres
cuidadosa y eso se nota. Ser precavido no es malo, pero te
frena. Es casi como si tu cerebro te protegiera
inconscientemente para que no te excedas, lo que
dificultará tu avance en este deporte.

Me tranquilicé en la conversación.

—Sí, me cuesta un poco soltarme, pero creía que eso era


normal antes de un entrenamiento para cualquiera.
Sacudió la cabeza.

—Recuéstate. Desplázate hacia delante para que tus


piernas cuelguen de la mesa. —Hice lo que me indicó—.
Bien. Ahora levanta la rodilla y llévala al pecho. Debe
quedar plana contra el pecho sin que la otra pierna suba.

No estaba plana, y mi rodilla se levantó. Kova me miró


con complicidad.

—¿Ves?

—¿No crees que es porque acabo de entrar y no he


estirado nada?
—No, esto es algo sencillo que deberías poder hacer.
Hazlo de nuevo.

Esta vez, cuando lo hice, Kova puso una mano en lo alto


de mi muslo para sujetar mi pierna. Cuando no pude llevar
la rodilla al pecho, se acercó más y me ayudó a ampliar el
rango de movimiento presionando la rodilla contra el
pecho, empujando la espinilla y sujetando la otra pierna.
Sus manos eran grandes y capaces de cubrir una gran
cantidad de mi piel. Hice una mueca interior para que no
me oyera quejarme de la tensión de mis músculos.
—¿Lo sientes, verdad? —preguntó mirándome a los ojos.

No quería darle la satisfacción, pero también tenía la


sensación que se daría cuenta que estaba mintiendo.

—Sí —gruñí cuando apretó más fuerte—. Pero también


creo que es porque aún no he calentado.
Kova me soltó y dio un paso atrás.

—Ahora, súbete, dobla las rodillas y pon los dos pies en el


extremo de la mesa. Coloca las manos a los lados y luego
levanta las caderas.
No estaba segura de a dónde quería llegar con esto, pero
hice lo que me pidió.

—¿Cómo se siente?
Me encogí de hombros.

—No lo sé. ¿Bien?


Los ojos de Kova recorrieron lentamente la longitud de mi
torso hasta mis muslos y un escalofrío me recorrió.
—¿No sientes que tus caderas no están elevadas del
todo? —Mis cejas se fruncieron y él se acercó de nuevo—.
Levanta más —me ordenó, colocando su mano en mi
trasero y manteniéndola allí. Su tacto abrasador me hizo
entrar en calor. Por fin lo sentí y no pude ocultar el
apretado tirón de mis caderas cuando me levantó más alto.

—Sigo pensando que esto se debe a que todavía no he


hecho ningún calentamiento esta mañana, entrenador —
refunfuñé. Al parecer, también tenía que recordarle que el
sol seguía saliendo.
Ignorándome, dijo:

—Vamos a hacer varias técnicas de estiramiento y


ejercicios de respiración para ayudarte. En realidad todo es
algo mental, así que entrenaremos tu cerebro para que lo
acepte.
—¿Entrenar mi cerebro para que lo acepte? —Hice una
pausa, tratando de encontrar las palabras adecuadas
porque esto era lo más ridículo que había escuchado—. Lo
siento, entrenador, pero no entiendo cómo, básicamente,
manipularme va a ayudar con las caderas y los hombros
tensos.
Me miró fijamente durante un largo momento antes de
decir:

—Es como volver a aprender una habilidad que ya sabes


hacer y aprenderla correctamente. Como romper un mal
hábito. Pero para romper un mal hábito, tienes que pensar
de forma diferente. En tu mente, si sigues estirando y sobre
estirando, te ayudará, ¿no? ¿Te dará el rango de
movimiento que necesitas?
—Bueno, sí.

—Así que lo estás haciendo de más, y empujando y


esforzándote más porque crees que marcará la diferencia
cuando claramente no lo ha hecho. El estiramiento excesivo
no tiene por qué funcionar. Es malo para tus músculos. Las
técnicas de estiramiento que te voy a enseñar te ayudarán.
No habrá ninguna tensión en tu cuerpo y son más seguras
para ti. A tu nivel, deberías tener un amplio rango de
movimiento, pero no lo tienes. Podemos corregirlo. No es
infrecuente, y no es la primera vez que lo veo, pero
normalmente viene con una lesión.
Esto era, de lejos, la cosa más idiota que había
escuchado. De alguna manera, mentirme a mí misma
arreglaría mi tensión. ¿Qué tal si me miento a mí misma y
pienso que puedo hacer una triple flexión frontal en el
suelo cuando, en realidad, no puedo? Entrenarme a mí
misma para pensar que podía hacerlo solo me daría un
cuello roto y una silla de ruedas para el resto de mi vida, no
la habilidad real.
 
Capítulo 11

Kova apoyó las manos en las caderas.

—Eres escéptica.
A veces, solo a veces, deseaba que usara reducciones.

—Lo soy —dije con sinceridad.

—Así que haremos una pequeña prueba. Hoy


calentaremos a mi manera y luego empezarás a entrenar.
Mañana, y las próximas dos semanas, lo haces a tu manera
y ves cómo va.

Sonreí.
—Me gusta cómo suena eso.

Kova me hizo levantar y me llevó al suelo, donde hice un


split que no llegaba al suelo, y una sentadilla en la que mis
caderas estaban paralelas a mis rodillas, pero no podía ir
más lejos. De hecho, me dolía ponerme en cuclillas tan bajo
sin estirarme como lo hacía normalmente.
—Ahora, recuerda dónde empezaste esta mañana, ¿sí?

Asentí y me llevó de nuevo a la mesa. Decidí no


cuestionarlo. Independientemente de sus inusuales hábitos
de entrenamiento, sabía que mi alcance era limitado.
Kova hizo tumbarme, boca arriba, y colocar el pie sobre
el muslo. Mi espalda se inclinó un poco y mi rodilla no cayó
a un lado, lo que significaba que mis caderas no estaban
abiertas todavía. Hice esto con ambas piernas. Luego volví
a llevar la rodilla al pecho, y esta vez él se acercó a mi lado
para ayudarme, tomándome desprevenida. Kova puso su
mano en la parte posterior de mi muslo desnudo y mi
corazón dio un pequeño salto mortal en respuesta. Me
apretó la rodilla contra el pecho y utilizó la otra mano para
sujetar el muslo opuesto.

El silencio era extraño. Muy, muy extraño. Kova fijó su


mirada en la pared blanca detrás de mi cabeza. Tenía
curiosidad por saber qué pasaba por su mente, ya que sus
ojos apenas se movían. Estaba concentrado y en la zona. Su
cuerpo estaba tan cerca que podía ver una pizca de su vello
facial, pero olía increíblemente bien. Tan bien que inhalé
un poco más fuerte para poder olerlo mejor.
Miró hacia abajo y me indicó:

—No. Respira con el estómago, no con el pecho y los


hombros. Tu estómago debe salir cuando inhales y tus
costillas se expandirán. También trabajaremos la
respiración, pero no hoy.

Con los ojos clavados en los de Kova, respiré con calma.


Los latidos de mi corazón aumentaron en el silencio y tomé
nota del lugar en el que colocó su mano, muy arriba en mi
pierna, cerca de mis minishorts. De acuerdo, tal vez no
estaba muy, muy arriba. No era que yo tuviera unas piernas
largas de supermodelo ni nada por el estilo, simplemente
tenía unas manos grandes que ocupaban mucho espacio en
mi muslo.

Exhalé tranquilamente y él hizo un leve gesto de


aprobación. Kova me soltó y se dirigió al otro lado de la
mesa donde aplicó la misma técnica a mi pierna contraria.
Me observó, mientras yo lo hacía a él, y no supe qué pensar
del denso silencio que había entre nosotros. No pude saber
si su atención se centraba en asegurarse que respiraba
correctamente o en contar las pecas del puente de mi nariz.
Su mano se dirigió a la parte posterior de mi muslo y
presionó hacia adentro, masajeando profundamente mi
tendón con sus dedos. Se me apretó el estómago, la
sensación se disparó directamente a mi núcleo, provocando
un estallido de calor que me atravesó. Tenía la idea que no
debía sentirse tan bien.

—Tus isquiotibiales están demasiado tensos. Incluso con


los músculos, deberías sentirlos suaves, no duros como una
roca. Sueltos y flexibles —dijo, con la voz baja, y siguió
palpando—. Esto se debe probablemente a un exceso de
estiramiento y de uso. Los músculos rígidos no son
saludables y pueden causar falta de flexibilidad tanto en las
caderas como en las piernas, lo que podría resultar en una
lesión. Estirar las caderas de forma constante es clave y
debe hacerse a diario.

El tirón en el interior de mi pierna estaba tenso y el


impulso de doblar la rodilla era fuerte. Kova percibió la
elevación de mi pierna y dijo con firmeza:

—No.

Su mano callosa bajó tranquilamente por mi pierna y me


agarró la rodilla.

—Respira. Siente lo que hace tu cuerpo, en qué posición


estás, qué te ayudará a conseguir. Concéntrate en el
movimiento y en lo que hará por ti. —Su mano continuó
hacia mi pantorrilla y chasqueó la lengua en señal de
desaprobación cuando tocó el tonificado músculo.

Cerré los ojos y seguí sus instrucciones. Mi cuerpo


empezó a relajarse mientras imaginaba la posición en la
que estaba, la nueva forma de estirar que me ayudaría en
el futuro. Abriendo las caderas, conté hasta diez y volví a
abrir los ojos, para encontrar a Kova inmerso en mí.

Estaba cerca, tan cerca que su aliento golpeaba mi


mejilla. Sabía que sus ojos eran de un bonito tono verde,
similar a los míos, pero donde yo tenía los ojos anchos y de
gata, los de Kova eran más prominentes y frontales.
Exigentes. El verde lima encerrado en el círculo negro era
notable.

—Tus ojos... —susurré—. Son hermosos.

Las comisuras de su boca se curvaron, sus labios


carnosos se torcieron en una sonrisa. Mis mejillas
resplandecieron de calor y fui consciente de mi entorno, de
la proximidad de Kova, de dónde estaban sus manos y de
cómo sus dedos presionaban mi piel. Me invadió un calor
intenso y me pregunté si él podría sentir cómo se calentaba
mi piel. Se inclinó un poco más para presionar mi pierna.
La tensión era más aguda y luché contra una mueca.

Justo antes de retroceder, la boca de Kova se abrió como


si fuera a decir algo. Solo que sus ojos se endurecieron y se
formó una arruga entre sus amplias cejas. No salió nada.

Yo y mi estúpida boca.

El pesado silencio era demasiado para mí.

—Debería conseguir una radio —sugerí, cualquier cosa


para salvar la rareza entre nosotros. Kova pareció perplejo,
sin saber qué decir de mi idea. Como si una radio fuera una
sugerencia tan espantosa.
—No necesitamos una radio en esta sala, solo en el
gimnasio para las rutinas de suelo y la sala de baile.
Perderás la concentración con la música. Haz ocho cuentas
en tu cabeza.

Esta tenía que ser su idea de una broma. Un chiste muy


malo. Quería que hiciera ocho cuentas, contando hasta
ocho una y otra vez para mí... ¡Un millón de veces!

Mis ojos recorrieron la habitación.


—No veo cómo es posible con usted casi acostado sobre
mi pierna.

Joder. Avery tendría un día de campo conmigo una vez


que le dijera las estupideces que salieron de mi boca.

—No voy a reconocer ese pequeño comentario sarcástico


tuyo. —Kova dio un paso atrás y tomó mi tobillo en su mano
—. Baja la pierna —dijo. Lo hice, y él colocó mi tobillo sobre
mi muslo para que quedara plano, en posición de media
mariposa. De pie frente a mí, con una mano en la rodilla y
la otra en el tobillo, aplicó presión.

Dios mío, ahora sentía la tensión en mis caderas. Este era


un tirón diferente comparado con las veces que me
estiraba, y empezaba a ver a qué se refería antes. Mi pecho
se abrió y mi cabeza se inclinó hacia atrás. Apreté los ojos
para lidiar con el ardor.

—Uh-uh. —Me dio una ligera palmada en el muslo,


atrayendo mi atención hacia él.

—Túmbate y respira correctamente. Voy a aflojar un


poco.

Concentrándome en sus ojos, hice lo que me indicó.


Cumplió su palabra y aflojó, pero no tanto como me hubiera
gustado.

—Inhala, exhala, Adrianna. Deja de respirar como si


estuvieras corriendo por primera vez en tu vida. No eres un
pez fuera del agua. No es tan malo.

Un estallido de risa salió de mí. Mis ojos se abrieron


enormemente y aplasté los labios entre los dientes para no
volver a reír, ni a sonreír, lo que solo lo empeoró. Entre sus
extraños comentarios y su marcado acento ruso, no pude
evitar querer imitarlo. No para ser mala, sino porque
sonaba divertido.

—Siento haberme reído —dije, tapándome la boca—. No


sé por qué me ha hecho gracia.

Justo cuando pensé que me iba a regañar por mi


arrebato, el rostro de Kova se relajó y un destello de humor
se instaló en sus ojos. Sacudiendo la cabeza, se dibujó una
leve sonrisa en su rostro.

—Si sigues con ese tipo de respiración, solo se volverá en


tu contra en el futuro. ¿Cómo te sientes ahora?
Poniéndome de pie, levanté la rodilla y subí la pierna en
medio círculo delante de mis caderas.

—No sé, creo que puedo decir que mi rango es más


amplio. Mis caderas se sienten más abiertas, si eso tiene
sentido. —Y se sentían un poco más sueltas, lo cual era
agradable.

Asintió.

—Bien. Eso es lo que quiero que sientas. Ahora ve a


prepararte para el entrenamiento, te veré allí.

Kova me dio una palmadita en el hombro y se fue. Recogí


rápidamente mis cosas y me dirigí al vestuario, donde
encontré a Hayden.

—¿Cómo ha ido? —preguntó desde el otro lado de la


habitación.

—Tan bien como podría ir, supongo. Sus métodos son un


poco extraños.

—¿Qué quieres decir?


—Con sus ejercicios y estiramientos. Hace cosas que no
he visto ni oído en mi vida.

Hayden sonrió, mostrando sus hoyuelos mientras buscaba


en su bolsa de lona.

—Pero sabe lo que hace. —Cerrando su casillero, se


acercó a mi lado—. ¿Quieres ir a Starbucks después del
entrenamiento? ¿Tomar un café?

Apreté los labios.

—Vaya, Hayden Moore, apenas te conozco. ¿Me estás


pidiendo una cita? —dije con una voz exagerada, sarcástica
y de belleza sureña—. Porque sabes que el mismísimo
Señor World Cup dice que eso no está permitido.

Hayden crujió los nudillos mientras una sonrisa se


deslizaba por su cara. Era bastante lindo.
—¿Qué tal si compras tu propio café? Así no parecerá una
cita, porque créeme, no lo es.
Cerré la puerta de mi casillero y me giré hacia él.

—Me parece un plan.

—¿Es World Cup todo lo que pensabas que sería? —


preguntó Hayden. Era temprano, solo las cinco de la tarde,
y habíamos terminado el entrenamiento.
Compramos nuestros cafés, además de un sándwich para
él, y salimos a una de las mesas. Había llamado a Alfred
para decirle que iba a tomar un café con mi nuevo amigo y
que me llevaría a casa.

Me reí, sin saber cómo responder a su pregunta.


—Es difícil de decir, solo han pasado unas semanas.
Vuelve a preguntarme dentro de seis meses.
Se sentó, desenvolvió su comida y pude oler su delicioso
aroma. Mi estómago gruñó. Me moría de hambre, pero
también tenía que vigilar mi peso.
—¿Quieres la mitad? —preguntó.

Le dirigí una mirada divertida.


—Sabes que no puedo tener eso.

—Es una mierda ser tú —dijo juguetonamente, llevándose


un trozo a la boca.
Tomé un sorbo del café venti que tanto me gustaba. Con
un chorrito de leche de coco, estaba perfecto.
—Tengo curiosidad —dijo tragando—. ¿Cómo te has
enterado de lo del World Cup?

Mis ojos se dispararon hacia la mesa.


—Mi padre es amigo del entrenador y lo llamó. A veces
hacen negocios juntos.
—Ah, eso tiene sentido. Entonces, honestamente, ¿qué te
pareció Kova?

Me alegré que no insistiera con ese tema.


—Es... interesante. Y diferente a cualquier otro
entrenador que haya tenido. Estoy abierta a cualquier cosa
que me ayude, pero al mismo tiempo, no sé qué pensar.
¿Sabes lo que me dijo esta mañana? Que básicamente
tengo que manipularme. No dijo manipular, dijo entrenar
mi cerebro, pero estoy noventa y nueve por ciento segura
que es lo que quiso decir. ¿Entrenar mi cerebro para hacer
qué exactamente? ¿Cosas para las que sé que no estoy
preparada y así poder romperme un hueso y estar fuera de
combate durante la temporada? ¿Quién fomenta eso?

Hayden reía y yo sentía que me liberaba.


—No creo que lo diga en ese sentido. Creo que solo
quiere que cambies tu forma de pensar por una ruta más
segura que tenga un efecto duradero. Que pienses fuera de
la caja. Le dijo cosas similares a Reagan por lo que me han
dicho. Y solo lo sé porque mi hermana me lo dijo una
noche. He visto de lo que es capaz, y son cosas grandes.
Asentí, asimilando lo que decía. Es interesante que haya
trabajado con Reagan. Una ligera brisa me pasó por el
rostro los rebeldes mechones de cabello que se habían
soltado de mi cola de caballo y los aparté.

Hayden se puso serio.


—No tengas miedo de cuestionar las cosas, pero también
confía en que tu entrenador nunca haría nada que te
pusiera en peligro. Puede ser el Capitán Imbécil cuando
quiere, pero ten un poco de fe en lo que es capaz de hacer.
No estarías aquí si él no creyera que puedes hacerlo.

Suspiré y tomé otro sorbo de mi café. Sus palabras


alentadoras me ayudaron. Había tantas cosas en el aire que
no sabía qué pensar. Quería tanto en tan poco tiempo.

—Tienes razón.
Comió el último bocado de su sándwich y se frotó las
manos.

—¿Cuándo vuelves a trabajar con él?


Me encogí de hombros, mirando a mi alrededor.

—No tengo ni idea. Supongo que cuando tenga tiempo.


Pero Dios, Hayden. El silencio era tan extraño. Estaba
cerca y me estiraba y todo eso. —Hayden sonrió, sus ojos
azules parpadeando, y me encontré sonriendo a cambio.
Extrañamente, su presencia no me hizo sentir mal—. No
sabía qué hacer, qué decir. ¿Digo algo? ¿Qué hizo Holly
cuando hizo eso?

—Holly no tuvo que hacer ningún acondicionamiento


extra. —Mis hombros cayeron, junto con mi autoestima.
Hayden se sentó más erguido—. Ella no tuvo que hacer lo
que tú estás haciendo porque hemos estado en este
gimnasio durante muchos años, desde que éramos niños,
así que ella ya está acostumbrada a sus formas.

Apreté los labios. Tenía razón.


—¿Por qué no le preguntas a Reagan cómo fueron sus
sesiones? Trabajó con él durante un tiempo.
—Tengo la sospecha que no le gusto, así que no.

Hayden miró hacia el cielo como si estuviera perdido en


sus pensamientos.
—Escucha —dijo, inclinándose hacia adelante y
mirándome fijamente a los ojos—. No te estreses por las
cosas pequeñas. Al final no significará nada. Concéntrate
en lo que es importante, el panorama general. Tu amor por
la gimnasia. Solo dedícate a ti y estarás bien.

Respirando profundamente, lo expulsé y sonreí.


—Creo que eso es exactamente lo que tengo que hacer.

 
Capítulo 12

Kova suspiró, arrastrando una mano cansada por el


rostro.
Doblar mis horas y adaptarme a un nuevo entrenador
resultó ser mucho más desalentador de lo que esperaba.
Había estado en el infierno desde que empecé esta nueva
trayectoria.

Y seguía allí.
Por mucho que lo intentara, por mucho esfuerzo que
pusiera en el entrenamiento, nunca era suficiente para
Kova. Al menos podía darme un poco de crédito y así saber
que veía mi esfuerzo.
—Adrianna —dijo, rizando la R de nuevo—. ¿Por qué
sostienes la barra así? ¿Qué demonios te han enseñado en
ese maldito gimnasio? —murmuró para sí mismo en lo que
sonó casi como con asco. Mis cejas se fruncen. Todos los
días tenía algo negativo que decir. Al principio traté de
ignorar sus comentarios, pero cuanto más los decía, más
me enfadaba. Mi antiguo gimnasio no era una mierda. Era
bueno, simplemente lo superé.

Kova saltó de la caja de manchas azules y me agarró de la


muñeca, tirando de mí hacia la barra inferior.

—Agárrate aquí.

Confundida, lo miré.
—No lo entiendo.

Una ceja se arqueó perfectamente. Odiaba cuando hacía


eso.
—¿Qué es lo que no entiendes? Agárrate a la barra y
levanta los pies. Ahora.

Sacudiendo la cabeza, obedecí, como siempre, y miré más


allá de mi brazo hacia él. Mis rodillas estaban dobladas,
rozando la colchoneta, mientras esperaba que hablara. El
entrenador negó con la cabeza, mirando estupefacto mis
manos.

Estaba más que desconcertada.


—¿No estás agarrando la barra correctamente? —me
preguntó.
—¿Qué?

Kova me tocó los dedos para responder a mi pregunta.

—Estás apoyando los dedos en los agarres, no agarrando


la barra correctamente. Es increíble que incluso puedas
aguantar. ¿Te duelen las muñecas?
Me levanté y solté la barra, frotándome las muñecas.
Hace tiempo que aprendí a bloquear el dolor.

—Todo el tiempo. —De hecho, me vendría bien un poco


de Motrin ahora mismo.

—Apenas estás sujetando la barra.

Desconcertado, tomó mi muñeca en sus manos y comenzó


a quitarme el agarre de la barra desenrollando el velcro.
Los agarres ayudaban a ejecutar las maniobras de alta
velocidad durante los balanceos que eran seguidos por la
liberación y la captura de la barra.

Kova sostuvo la empuñadura ligeramente hecha jirones


frente a su rostro.
—Esto es peligroso. Necesitas nuevos agarres. Confío en
que tengas más.

—Sí. —Por supuesto que tenía más agarraderas. Solo me


gustaba este par porque estaban desgastados.

—Bien. Deberías saber que no debes usar esto. —Lo dejó


caer al suelo, junto con las muñequeras desgastadas antes
de pasar a la cinta.

—No hay necesidad de tanta cinta —dijo, más para sí


mismo que para mí—. Ya nadie hace esto. Por otra parte, si
lo hicieras bien, no necesitarías esto.

Por mucho que me gustara quitar la cinta después de un


largo y riguroso entrenamiento en barra, no me hacía
mucha gracia que se quitara, ya que aún me quedaba
tiempo de práctica en este aparato. Me llevó tiempo cortar
los agujeros y colocar mis dedos a través de ellos
correctamente. Había capas y capas de cinta atlética para
proteger mis manos de rasgaduras y desgarros. Me quitó
cada hebra hasta que mi mano quedó desnuda.

Al girar mi muñeca para inspeccionarla, Kova siseó ante


el espectáculo que tenía delante. Sus dedos recorrieron
suavemente mi tierna carne, como si fueran plumas
bailando eróticamente sobre mí. A pesar que usaba el
precinto para evitar que el adhesivo se me pegara, mi piel
seguía brillante como un tomate con hendiduras y
contornos. Lo envolví bien cada vez, y una vez que mis
muñequeras estaban puestas, envolví más alrededor de
ellas. Utilicé una cantidad insana, pero hizo el trabajo. Me
ayudó a mantener las muñecas rectas y bloqueadas para
darme apoyo. Es lo que siempre había hecho en el pasado y
nadie había dicho nada.

Kova me sujetó la muñeca con la mano mientras con la


otra enlazaba sus largos dedos con los míos. Su palma besó
la mía, y sus largos dedos se posaron sobre mis nudillos.
Nuestras manos se entrelazaron por un momento antes que
él tirara tiernamente de mis nudillos, apretándolos al
hacerlo. Repitió el gesto y mi corazón dio un vuelco ante su
hábil contacto. Dios, se sentía bien. Increíblemente bien.
Mis manos estaban sobrecargadas y resecas, me dolían a
diario, pero la sensación que me masajease los dedos era
celestial y casi suspiré en voz alta. Todo mi cuerpo se relajó
y casi recé para que no parara.

No había una parte de mi cuerpo que no me doliera


continuamente desde que empecé en World Cup. Me dolía
en lugares que ni siquiera sabía que eran posibles. Un
masaje corporal completo era algo que tenía que
considerar después de esto.

Al levantar la vista de nuestros dedos entrelazados,


encontré a Kova observándome. No pude descifrar lo que
estaba pensando mientras me miraba a través de las
gruesas pestañas, con sus ojos inamovibles. Me centré en
sus labios, en la plenitud que me suplicaba preguntarme lo
suaves que se sentirían al apretarlos contra los míos. El
calor subió a mis mejillas y me sonrojé ante él. Su mano era
mucho más grande que la mía, sus dedos mostraban
destreza. Sabía exactamente cómo manipular mi muñeca y
cómo estirar mi mano con suavidad, pero con fuerza,
tirando de mis dedos y luego rotando mi muñeca, haciendo
que me sintiera condenadamente eufórica.

Con cuidado, me dobló la palma de la mano hacia atrás,


trabajándola en círculos, flexionándola. Me acerqué a él y
mis dedos se enroscaron en los nudillos de su puño,
aferrándome ligeramente. Su presencia dominaba el aire
que nos rodeaba. No sabía por qué eso hacía que mi
corazón se acelerara. Arriesgándome, naturalmente, añadí
un poco más de peso a mis dedos para sentir cómo se
movía bajo mi contacto.
Hubo un ligero chasquido y tragué saliva, ocultando la
punzada de dolor.

—¿Te ha dolido? —preguntó.

—Un poco, pero no es nada a lo que no esté


acostumbrada.

—Aguantar el dolor es una forma segura de sufrir una


lesión.

Kova movió mi mano hacia un lado, pero esta vez me


sujetó el codo para que no pudiera doblar el brazo. Sus
dedos presionaron mi piel. Me incliné para aliviar un poco
la presión, pero él negó con la cabeza.

—Estás forzando las muñecas colgando de la forma en


que lo haces. Como no estás agarrando bien la barra, todo
tu peso se equilibra aquí. —Me sacudió la muñeca con el
pulgar y el índice—. Ahora tiene todo el sentido por qué
usas tanta cinta, estás tratando de evitar el exceso de
movimiento. Si no te enseñamos la forma correcta de
sujetar la barra, te retirarás mucho antes de lo que quieres.
Otro mal hábito del que tengo que librarte.

—Por supuesto que agarro la barra correctamente. ¿De


qué otra forma me sujetaría?

Sacudió la cabeza.

—No lo entiendes. Te agarras, pero no del todo. Es como


un agarre perezoso, estás apoyando los dedos en la espiga
en lugar de agarrarla. Cuando te balanceas y giras
alrededor de la barra, tiras de los ligamentos del interior
de las muñecas y los huesos están sometidos a mucha más
tensión de la necesaria. Tenemos que rectificar esto
rápidamente.
El entrenador me quitó el otro agarre y la cinta, y trabajó
mi muñeca izquierda igual que lo hizo con la derecha. Fue
suave conmigo, su rostro se suavizó hasta convertirse en
preocupación mientras trabajaba.

Después de unos minutos más de atender mis músculos


doloridos, el entrenador dijo:

—Vuelve a subir.

Me agaché para agarrar mis agarres, pero él los pisó.

—Necesito mis agarres.

—Lo harás sin ellos.

Me quedé con la boca abierta por la sorpresa.

—Pero, me voy a desgarrar.

Se encogió de hombros como si nada.

—Entonces aprenderás muy rápido a agarrar la barra


correctamente. Créeme, a la larga rendirás más.

—Tienes que estar bromeando.

Nunca, jamás, había oído hablar de un entrenador que


entrenara así. Nadie le quitaba el equipo de protección a
una gimnasta.

Nadie excepto el entrenador Kova.

Sus ojos hipnotizantes se clavaron en los míos, sus rasgos


se volvieron duros, mostrándome lo poco que bromeaba.
Tuve la impresión que iba a disfrutar del dolor que sabía
que iba a soportar. Lo único que podía imaginar era que lo
había aprendido de sus anteriores entrenadores en Rusia.
Empezaba a comprender lo poco convencional que podía
ser el entrenamiento ruso.

—Mira mi rostro, Adrianna. ¿Te parece que estoy


bromeando? No me importa si te cuesta horas y te sangran
las manos. Agarrarás esa barra de la forma correcta —
enfatizó la palabra con sorna.

En ese momento, había llegado a la conclusión que el


entrenador Kova era un lunático de armario. Era la única
explicación plausible para sus ridículas técnicas de
entrenamiento. Mis manos estaban a punto de recibir una
buena paliza.
Sacudí la cabeza con total incredulidad y me dirigí a la
taza de tiza.

—¿Se me permite usar tiza, entrenador? —pregunté con


voz exaltada. Se estaba comportando como un imbécil.

Cuando bajó la barbilla, tomé un frasco de miel que


estaba a mis pies y exprimí un montón en la palma de la
mano, luego aplasté las manos para ayudar a extender la
sustancia pegajosa. La miel crearía fricción y un agarre
áspero en las barras. Como Kova ya estaba bajo mi piel y yo
estaba sudando, apliqué una buena cantidad de tiza en
polvo. Una barra sudada podría hacerme resbalar y, dado
que no se me permitía usar los agarres, no quería correr el
riesgo. Incluso utilicé un trozo de tiza rota y me lo pasé por
la parte posterior de los nudillos, donde la miel se
aglutinaba, y luego recé una pequeña oración.

Apretando la mandíbula, me puse delante de la barra y


miré a Kova. Lo miré fijamente, dejándole ver mi irritación,
sin importarme una mierda si le gustaba o no.

Me señaló.
—¿Esa mirada en tus ojos? Eso es lo que quiero ver. Ese
es el tipo de excavación profunda y de extracción del
interior del que hablaba cuando viniste por primera vez —
añadió, encendiendo el fuego dentro de mí—. ¡Eso es lo que
quiero ver! —Por mucho que lo odiara en ese momento,
sabía que tenía razón. Solo intentaba mostrarme el camino
correcto.

Me balanceé en un kip y luego usé mis pies para pararme


en la barra baja, saltando a la barra alta. El polvo de tiza
flotaba en el aire, y cerré los ojos durante un breve
segundo y contuve la respiración. La cantidad de tiza que
inhalaba a diario no podía ser buena para mi salud.
—¡Piernas juntas! —gritó mientras yo hacía un pike kip y
pasaba a una parada de manos. ¡Estaban jodidamente
juntas!
Por supuesto, no dije eso.

Un círculo de cadera libre en una parada de manos,


respiré profundamente y me balanceé hacia abajo para
hacer un Gienger, una liberación con una media torsión
volando sobre la barra en una ligera posición de pike, mis
piernas dobladas en las caderas por lo que estaba en una
posición de L. Volviendo a la parada de manos, me
columpié de nuevo, esta vez en un cambio ciego a la
derecha antes de pasar a una posición de espalda a
horcajadas. Agarré la barra con más fuerza de lo que
normalmente lo hacía por miedo a caerme, el ardor
comenzó a resonar a través de mi piel con toda la torsión y
liberación que ya había hecho. Algo así como cuando te
pones un par de tacones por primera vez y la parte
posterior de tus pies no está acostumbrada a la fricción.
Era ese tipo de quemadura.
Las puntas de mis dedos no estaban acostumbradas a
sujetar y deslizarse contra la barra de esta manera. Seguro
que al final de esta ridícula forma de entrenamiento tendría
ampollas.
Un salto a la barra alta, a una pirueta de mano. De un
Giant a otra pirueta e invertí mi agarre. Mi Jaeger era el
siguiente, y por el rabillo del ojo, vi que el entrenador se
movía para verme. Aunque era normal que los
entrenadores intervinieran, el miedo se apoderó de mi
vientre durante una fracción de segundo porque siempre
había una posibilidad que pasara algo. El corazón se me
subió a la garganta mientras me preparaba mentalmente
para el rápido lanzamiento de la barra. Era ahora o nunca.
Y por mucho que me gustara hacerlo, me aterraba cada
vez.
Al soltar la barra, ésta rebotó fuertemente mientras me
volteaba hacia arriba y hacia delante en posición de pike,
los músculos de mis isquiotibiales se tensaron mientras
alcanzaba la barra alta. Este movimiento habría sido más
fácil si lo hubiera hecho en posición de straddle, pero me
gustaba el reto de la pike.
Ya sabes, para hacerme la vida más difícil de lo que ya
era.
Por lo menos, obtendría un punto extra por la dificultad
añadida.

Al bajar, agarré la barra con toda la fuerza posible, las


palmas de las manos empezaron a arder de verdad. La
agarré con tanta fuerza que la tiza se había desgastado y
deseé mis agarres, maldiciendo al mismo tiempo a Kova. Mi
piel desnuda rodaba y tiraba contra la barra, pero aún no
se había rasgado. Primero se formaría una ampolla antes
que se desgarrara. El dolor era como el sarpullido de la
carretera, con las manos rozando el asfalto mientras te
deslizabas por el suelo. Todo lo que me quedaba era un par
de sueltas más y luego el dismount. Estaba lista para salir.
Una vez que aterricé, miré al entrenador, sin poder evitar
la sonrisa de satisfacción en mi rostro. En las barras se
trataba de hacer paradas de manos y líneas perfectas, y
parecía que las mías estaban en su punto.
Sorprendentemente, la rutina fue realmente buena. Tuve
más control que de costumbre. Hice bien mis movimientos
de liberación y aterricé mi dismount completo, una doble
voltereta completa.

Mi sonrisa se borró cuando el entrenador me miró. Se


quedó con la cara de piedra y sin expresión.
—Creo que funciono mejor sin mis agarres —dije con
seguridad, y me froté las manos para tratar de aliviar el
dolor.
Se encogió de hombros, sin impresionarse.

—Veremos cómo te sientes después de hacerlo diez o


quince veces más.

Me quedé atónita en silencio.


Señaló con la cabeza.

—Retrocede. ¿Y Adrianna?
Levanté la vista en medio de cubrir mis manos con más
tiza.

—¿Sí?
—Endereza tus rodillas en tu Jaeger. Estaban ligeramente
dobladas cuando alcanzaste la barra. Eso es una deduction.
Tienes que extenderte, alargar el torso y no doblar los
brazos. —Se acercó a mí y presionó mis hombros hacia
atrás, y utilizó su mano como ejemplo para alargar mi torso
—. Todo lo que necesitas ya está aquí dentro. —Se dio un
golpecito en la sien—. Demuéstrame que lo quieres.

Con los labios apretados, asentí. Me había esforzado, y


realmente lo había intentado. Me había dejado la piel para
demostrar que era digna.

—Y apunta los dedos de los pies. Los pies flexionados son


feos.
Tengo pies feos. Lo entiendo.

—Tus codos estaban doblados en numerosos lugares, se


veía descuidado. Apriétalos.

Ahí se fue mi confianza. Y yo que pensaba que lo había


hecho bien. Sin embargo, me aguanté y no dije nada. No es
que pudiera hacer o decir mucho más de todos modos.

—¿Te has dado cuenta?


Por supuesto que sí.

—Haz tus paradas de manos con tu molde.


Me tragué las lágrimas que crecían.

—Tienes que mantener esa parada de manos


perfectamente recta antes de balancearte hacia abajo en el
overshoot. Tengo algunos ejercicios que puedes hacer para
conseguir esas líneas. Quieres probar la élite... —murmuró
para sí mismo antes de cambiar al ruso.
Odiaba seriamente la visión del entrenador Kova en este
momento.

 
Capítulo 13

Con la tiza cubriendo mis muslos y mis manos, realicé mi


rutina más de una docena de veces antes de practicar las
habilidades individualmente.

Pedí mis agarres, pero Kova me los negó. Mis ojos se


abrieron enormemente y se me cayó la mandíbula cuando
dijo que no. No podía creer que no me dejara usarlos.
Estaba más que delirante. Seguro que se daba cuenta que
infligir este tipo de tortura a mis manos las dejaría
inservibles mañana.
A no ser que simplemente no le importara y esperara que
yo entrenara igual.
Dios mío, recé para que no lo hiciera.

Me moví hacia mi desmontaje con Kova como punto de


apoyo para darme un poco más de altura.

—Aprieta.
—¡Incorrecto!

—Hazlo de nuevo.

—No, no, no, deja de hacer eso.

—¡Solo hazlo! ¿Qué esperas?


Y cuando estaba realmente excitado, escupía en ruso.

Siempre había algo de lo que quejarse. Kova apenas


estaba satisfecho, pero hoy actuaba como si fuera él quien
golpeaba sus espinillas contra las barras. Estaba bastante
segura que por la mañana habría un puñado de negros y
azules floreciendo bajo mi piel. Toda su atención se había
centrado en mí en un momento dado, perfeccionando cada
uno de mis movimientos. Me había mostrado numerosas
formas de corregir mis posiciones, sus manos se detenían
un poco más cada vez, lo que no podía evitar notar. Hizo
que el resto del equipo hiciera el acondicionamiento
necesario con Madeline. Aunque apreciaba su aguda
mirada y no cambiaría nada porque me hacía mejorar, en
ese momento lo despreciaba.
Me dolían las manos al cerrar el puño. La piel me ardía y
estaba tensa, y sabía que si seguía practicando era muy
probable que lo siguiente sería sangrar.

Cuando te aferrabas a una barra para salvar la vida,


como hice yo, la piel de las palmas de las manos se
agrupaba y creaba una ampolla o una bolsa de sangre. Por
supuesto que no tuve suerte con solo una ampolla. Y ahora
pequeñas burbujas rojas de sangre estaban listas para
estallar en cualquier momento.

Las barras con sangre eran simplemente desagradables.


—Tómate un descanso de cinco minutos y toma un poco
de agua. Vamos a empezar de nuevo.

El entrenador se dio la vuelta para alejarse antes que


pudiera decir algo.

—Realmente está haciendo un numerito contigo. —


Hayden apareció a mi lado.
—Dímelo a mí. Se niega a dejarme usar agarres ya que
aparentemente sostengo la barra de forma incorrecta.
Giré mis manos y Hayden inhaló un fuerte suspiro.

—¿Es todo lo de hoy?


—No, mis muñecas suelen estar bastante golpeadas, pero
las ampollas son nuevas. —Nunca hubo un momento en que
un gimnasta no tuviera algún tipo de palmas ásperas o
maltratadas.

—¿Tienes algún Prep. H contigo?

La miré confundida.

—¿Prep. H? ¿Como la cosa para las hemorroides?

—Sí, se supone que ayuda con los desgarros. Ayudará a


reducir la hinchazón y a adormecer el desgarro.

Sonreí tímidamente.

—Nunca he oído hablar de eso.

—Apuesto a que tampoco has oído hablar de usar el Bag


Balm.

—No puedo decir que lo haya hecho.


—Se utiliza en las ubres de las vacas, ya que tienden a
agrietarse y partirse a menudo.

Me quedé con la boca abierta. Me imaginé a las pobres


vacas con las abrazaderas metálicas, drogadas con
esteroides y hormonas de crecimiento, obligadas a producir
más leche que la natural. Hayden se rio ante mi expresión.

—Eso es asqueroso.

Conocía todo tipo de tratamientos, como usar gel de


vitamina E, o una tirita. Algunos creían en usar bolsas de té
calientes en las rasgaduras con un calcetín para
mantenerlo en su lugar durante la noche. Un gimnasta
haría cualquier cosa para curar un desgarro lo más rápido
posible para no desgarrarse más la piel. Algunos llegaban
incluso a utilizar una piedra pómez para frotar alrededor
del desgarro y eliminar los callos y la piel muerta. Solo
pensarlo me daba escalofríos. Esperaba no llegar a ese
punto. Pero la crema para las hemorroides y el bálsamo de
vaca eran nuevos para mí.

—A mi mamá se le ocurrió un truco secreto... No lo


comparto con nadie, pero puedo pasarme por tu casa algún
día con él y enseñártelo si te parece bien. Tengo la
sensación que lo vas a necesitar. Pero tienes que
prometerme que no te vas a reír. Ni decírselo a nadie.

Me encontré con su mirada. No nos conocíamos desde


hacía mucho tiempo, pero estaba dispuesta a correr el
riesgo.

—Gracias, Hayden. Prometo no decir nada.

—Se acabó la hora social, chicos. —El tono sarcástico de


Kova no pasó desapercibido. Dio una palmada y dijo—:
Vuelvan al trabajo.

Hayden asintió, con los labios aplanados en una fina


línea.

—Asegúrate de darme tu número antes de irte.

Volví a los barrotes y mis manos estaban en carne viva,


nunca había sentido tanto dolor en mi vida. Estaban
ardiendo, como llamas ardientes de calor rodando por mis
palmas.

El entrenador se volvió implacable, obligándome a seguir


moviéndome sin un segundo para recuperar el aliento o dar
un respiro a mis manos. Siguió gritando órdenes hasta que
se le puso el rostro azul y yo las dominé hasta su nivel
imaginario de perfección. Me dolían los brazos, los
músculos estaban tensos y estaba agotada. Pero al menos
había conquistado las habilidades del día. Estaba pensando
seriamente en decir que estaba enferma mañana.

Pero no podía. No había excusa para faltar a un


entrenamiento. Nunca.

Con otros dos movimientos de liberación y dismount


antes que terminara por la noche, Kova se acercó para
vigilarme. Era capaz de hacerlos sola, pero tener un
observador siempre era reconfortante. Era una confianza
incorporada que venía con el territorio, una que sabía que
él nunca rompería. Me atraparía antes de dejarme caer.

Después que aterrizara con mi doble salto hacia atrás,


Kova me dio una palmadita en el trasero como hacen los
entrenadores con los jugadores de fútbol. Levanté la vista y
él me hizo una profunda inclinación de cabeza. Nos
quedamos a centímetros de distancia con la mirada puesta
en el otro, pero no pude captar sus pensamientos. Diría que
estaba satisfecho conmigo, pero no estaba segura.

El equipo se separó y se preparó para irse. Me despedí de


las chicas y recogí mis cosas del vestuario. La comida era lo
único que tenía en mente y tampoco era una de esas
comidas preparadas de plástico. Estaba hambrienta. Tal vez
Alfred me lleve a un autoservicio de camino a casa por una
vez.

Cuando salí del vestuario, cerré la puerta tras de mí y me


moví al estrecho pasillo mientras Kova salía de su oficina.
Caminó por el pasillo con los ojos puestos en mí.

Se me erizó la piel y recorrí su cuerpo con la mirada. Los


pantalones cortos de baloncesto azul marino mostraban la
potencia y la musculatura de sus piernas, y una camiseta
gris brezo aparentemente ajustada se ceñía a su pecho,
mostrando sus pectorales. Era un hombre que se hacía
cargo y con el que no se podía discutir. Cómo alguien podía
ser tan increíblemente guapo y un completo imbécil al
mismo tiempo me resultaba imposible. Apuesto a que él
también lo sabía.

Inclinando la cabeza hacia un lado, noté una mirada en su


rostro que no había visto desde que llegué aquí.
Satisfacción.

Se detuvo frente a mí y miró hacia abajo.

—Lo has hecho bien hoy, Adrianna. Muy bien. Estás


avanzando muy bien, sorprendentemente. —Dio un trago a
su agua embotellada.
Era casi demasiado bueno para ser verdad. Lo miré a los
ojos, cada vez más oscuros y rodeados de gruesas pestañas,
y vi que hablaba en serio. No estaba segura de cómo
manejar su valoración sin sonreír como una tonta. Me
atrapó por sorpresa. Todos los días deseaba que dijera algo
positivo, y ni una sola vez lo había hecho hasta ahora.

—Gracias, entrenador.

—Nos vemos mañana —dijo antes de continuar su camino


por el pasillo.

—¿Ah, entrenador?

Kova se detuvo, mirando por encima del hombro.

—¿Podré usar mis agarres en el próximo entrenamiento?

—Ni hablar. Sé que no hay manera que hayas aprendido


después de un día cómo sostener la barra correctamente.

Mi mandíbula cayó en incredulidad. Tú. Como si yo fuera


un idiota.

—Pero tengo las manos en carne viva, me duele hasta


lavarlas con jabón. Mañana sangraré y seré completamente
inútil.

Kova se giró para mirarme, con sus anchos hombros


erguidos y una mano apretada alrededor de su botella de
agua.

—¿Crees que eres la primer gimnasta que muestra


desgaste en sus manos por las barras? Malysh3.

Kova se tensó visiblemente, deteniéndose en seco ante su


última palabra. Como no hablaba ni una palabra en ruso,
no tenía ni idea de lo que había dicho. Pero a juzgar por la
mirada alarmada de su rostro y el aire espeso que había
entre nosotros, lo que fuera que dijera no podía ser bueno.

Moviendo la cabeza hacia un lado, se tronó el cuello.


—No voy a ir a la ligera contigo. Acostúmbrate. Nadie
dijo que iba a ser fácil, solo se hace más difícil de aquí en
adelante. Tienes que aprender a endurecerte y aguantar.
¿Recuerdas lo que dije antes? Demuéstramelo. Cada vez
que pongas un pie en el gimnasio, haz que cuente. No me
importa si te duelen las manos o la espalda o si estás
funcionando con una hora de sueño. Demuéstralo. Los
campeones no se hacen quejándose. Se hacen persiguiendo
sin cesar su sueño a pesar de los obstáculos a los que se
enfrentan. Supera los obstáculos y hazlo.
Me tomé un minuto para dejar que el peso de sus
palabras se asentara. Aunque una persona de afuera podría
pensar que estaban impregnadas de malicia, yo sabía que
no lo estaban. Eso era lo más alejado de la verdad. Sabía
que me estaba empujando a ser mejor. No solo para
demostrárselo a él, sino también a mí misma. Sin duda,
Konstantin Kournakova tenía razón al cien por cien.
Asintiendo lentamente, lo miré a los ojos y le dije:
—Tienes toda la razón, pero nunca esperé que fueras
ligero conmigo. No era eso lo que quería. No es por eso por
lo que he venido aquí. Quiero el reto. Quiero ser mejor. Es
por lo que vierto cada onza de sangre y sudor en un
deporte que me da tan poco a cambio. La verdad es que
nunca he sido desafiada por un entrenador como lo he sido
por ti, así que estoy aprendiendo a adaptarme a eso. —
Levanté las manos y le mostré las ampollas ensangrentadas
que amenazaban con saltar bajo mis palmas—. No volverás
a oír una queja de mí.

Los hombros de Kova se aflojaron y soltó un suspiro. Su


mirada recorrió abiertamente la longitud de mi cuerpo,
observando cada centímetro. La forma en que sus ojos se
clavaron en los míos, como si le complaciera mi respuesta,
hizo que mi corazón se acelerara contra mi pecho con
satisfacción.

Recibía más golpes verbales que cualquiera de las chicas


del equipo. La crítica constructiva en su máxima expresión.
La única explicación que se me ocurrió era que estaba
frustrado por tener que quitarle a una atleta
experimentada sus viejos hábitos. Siempre estaba encima
de mí por algo que hacía... me reprendía, me gritaba.
—Bien. Eso es lo que quiero oír. —Me dirigió una larga
mirada. Acercándose, me pasó suavemente el pulgar por la
mejilla—. Tiza —dijo en un tono más suave, y se alejó.
No podía explicar por qué, pero mi instinto me decía que
había algo más de lo que parecía con él, siempre confiaba
en mi instinto. Y el hecho que me llamara lo que fuera en
ruso, y el discurso que siguió, lo cimentaron.

Dicho esto, estaba loco si creía que iba a pasar otro día
sin usar mis agarres.

 
Capítulo 14

Al entrar en World Cup esta mañana, me sentía fresca y


preparada para el entrenamiento.
Al dejar caer mi bolsa de lona al suelo, la tela de la correa
rozó mis palmas doloridas y aspiré un suspiro de dolor.
Mirando hacia abajo, mis manos estaban hechas añicos, la
piel tirante, dolorida por el trabajo en las barras. Al
presionar una de las ampollas de sangre con el pulgar,
observé cómo el líquido se desplazaba bajo la piel con una
fascinación morbosa.

Haciendo una mueca, sacudí la cabeza y me quité los


pantalones y el top, metiéndolos en la bolsa junto con los
zapatos deportivos. Hoy me puse un sujetador deportivo
azul claro desteñido y unos minishorts negros en lugar del
leotardo. No era lo que solía llevar, pero había visto a las
otras chicas hacerlo y decidí usarlo. Me recogí el cabello en
un moño desordenado, coloqué mis cosas en mi casillero y
me dirigí a la sala de terapia.
Por supuesto, Kova ya estaba allí. Estaba de espaldas a
mí y me tomé el tiempo de estudiarlo durante un largo
momento antes de darme a conocer. Había muchas cosas
que tenía curiosidad por saber sobre él. Por ejemplo, cómo
se inició en la gimnasia, qué lo impulsó a practicar este
deporte. Cuánto tiempo había sido gimnasta, cómo acabó
en Estados Unidos. Cómo se hicieron amigos él y mi padre.
Estaba extrañamente intrigada por él. Intenté imaginarme
cómo sería compitiendo en las Olimpiadas. Brazos grandes
y musculosos. Hombros anchos y una cintura ajustada.
Manos sobrecargadas y nalgas apretadas. La concentración
saliendo de sus ojos. Para los gimnastas masculinos, su
entrenamiento consistía sobre todo en ejercicios de
musculación, a diferencia del nuestro. No podían hacerse
demasiado grandes y corpulentos, la fuerza y el equilibrio
iban de la mano para ellos. Los anillos se utilizaban
comúnmente para el trabajo de brazos rectos. Mantenían la
posición Iron Cross con pesas clavadas en los pies o en la
cintura. Esto construía una mitad superior increíblemente
grande y ajustada. Por no hablar de los altos niveles de
fuerza. Estoy segura que no podría mantener la posición de
la T, incluso sin las pesas colgando de mí.
Kova ya no estaba tan musculoso como antes, pero seguía
siendo bastante corpulento. Sinuoso era la forma perfecta
de describir su cuerpo. Definitivamente era fácil de ver. Los
músculos de sus antebrazos ondulaban con fuerza, y si se
observaba con atención, como yo estaba haciendo en este
momento, se veía su espalda flexionada bajo la camisa
blanca, junto con dos montículos redondos de acero que se
movían con cada paso que daba. Podría mirarlo todo el día.

—Ah, Adrianna, estás aquí —dijo agradablemente,


sacándome de mi aturdimiento. Entré en la habitación, el
frío de las baldosas atravesó mis pies descalzos y me
estremecí.

—Estoy aquí. —Me acerqué—. ¿Qué hay en el programa


de hoy?

Kova se volvió hacia mí.

—Trabajaremos la respiración adecuada y más de los


mismos estiramientos que hicimos la última vez. —Hizo un
gesto hacia la gran colchoneta azul cuadrada que había en
el suelo—. Acuéstate de espaldas, con las piernas estiradas
y juntas.

Me acerqué y me puse en posición mientras Kova me


seguía de cerca. Se arrodilló a mi lado izquierdo y me miró.
Extendió la mano y la colocó sobre mi estómago, justo
debajo de las costillas.
—Junto con la manipulación del cerebro, como la llamaste
con tanto cariño durante nuestra última sesión, tienes que
respirar correctamente, o todo este trabajo extra será un
completo desperdicio. Funciona como un rompecabezas.
Una pieza incorrecta y nada se conectará como debería.
Una respiración adecuada te permite controlar la espalda y
el tronco. Tendrás más resistencia y no te cansarás tan
rápido. —Se dio unos golpecitos en la sien—. Todo es un
juego mental de tira y afloja. Necesitas más respiración
abdominal, más uso del diafragma. Eso también reducirá
tus posibilidades de sufrir una lesión en la columna
vertebral. Recuerda, nada de jadear como la última vez.
Ahora, respira profundamente.

Asentí e inhalé. Me apretó los costados.

—No, incorrecto. ¿Ves cómo se te ha ido el estómago


hacia la cabeza y se te ha levantado el pecho? No queremos
eso. Queremos que tus costillas se expandan y tus hombros
se relajen, no en tu cuello. Hazlo de nuevo.
Lo hice de nuevo.

—No, mantén tus caderas abajo —ordenó, y colocó su


otra mano plana en mi pelvis—. Otra vez.
Me concentré en sus palabras mientras Kova se
concentraba en mi estómago. Sus cejas se fruncieron.
Respirar no debería ser tan complicado.

Sus manos se mantuvieron en su sitio y me presionaron.


—Bien. Perfecto —dijo—. Hagamos una serie de diez.

Quise preguntarle a Kova cómo sabía respirar así, quién


le había enseñado, pero lo pensé mejor y decidí esperar
hasta que el estiramiento llegara. De todos modos, no creí
que le gustara que hablara mientras aprendía a respirar
correctamente. Así que, en lugar de eso, me concentré en
su mano apoyada en mi bajo vientre. Me maravilló el calor
que me producía la sensación de las puntas de los dedos en
mi piel.

—Hermoso —dijo suavemente—. Sí, justo así. —Me miró a


los ojos, casi como si intentara hacerme creer sus palabras
—. Se trata de entrenarse y recordarlo. Hacerlo mil veces
hasta que se te quede grabado. Como la memoria muscular.
Piénsalo así... cuando flexionas los abdominales y respiras
al mismo tiempo, estás utilizando el diafragma. Es lo que te
da un núcleo fuerte, que es clave en muchos aspectos de la
gimnasia. Lo último que quieres es esforzarte demasiado.

Pasaron unos veinte minutos de instrucción sobre la


respiración, cuando dije:

—No sabía lo importante que era esto. Cómo puede


perjudicarme en este deporte. Es muy interesante.

Chasqueó la lengua en un lado de la mejilla y guiñó un


ojo.
—Quédate conmigo.

Kova se levantó y extendió la mano. La tomé y me ayudó


a levantarme. Mi vientre se agitó en respuesta y desvié la
mirada. Señaló la mesa de exploración y dijo:
—Túmbate de espaldas.

Hice lo que me ordenó, me llevé la rodilla al pecho y me


estremecí, sintiendo al principio una ligera tirantez en las
caderas.

—Ahora, cuando hagas estas técnicas de estiramiento,


recuerda respirar bien. Todo va de la mano, Adrianna.
Kova me puso una mano en la pierna y la otra en la
cadera para estabilizarme, presionando la rodilla más hacia
el pecho. Gruñí.

—Todo lo que tienes que hacer es mantener esta posición,


junto con las otras, durante veinte o treinta segundos cada
vez que te estires. Te prometo que marcará la diferencia.

—¿Kova? ¿Cómo has aprendido todo esto? —pregunté.

Me miró como si fuera de sentido común.

—La mayor parte lo aprendí de mi entrenador en Rusia.


Era un hombre extraordinario y me enseñó bien. También
tomé clases sobre el tema para ampliar mis conocimientos.
Quería tener ventaja en lo que respecta al entrenamiento, y
al aplicar ambos métodos, siento que tengo ese plus que la
mayoría de los entrenadores no tienen.

Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios. Era


arrogante y eso me gustaba. Me gustaba que quisiera estar
un paso por encima de los demás entrenadores. Era lo que
los diferenciaba. Nos cambiamos a mi otra pierna en la
habitación silenciosa. El calor de la mano de Kova danzó
por mi pelvis y mi vientre se hundió en respuesta cuando se
aferró a mi pierna.

—¿Siempre quisiste ir a las Olimpiadas? —pregunté con


curiosidad.

Se encogió de hombros con indiferencia.


—Esa es una pregunta difícil. La gimnasia fue para mí un
escape de la vida en la que nací. —Una sombra se formó en
sus ojos, pero desapareció rápidamente antes que pudiera
preguntar a qué se refería—. Esperaba con impaciencia los
entrenamientos cada día, pero nunca lo vi como algo más
que un pasatiempo que pronto llegaría a su fin. Mi amor
por este deporte era más profundo que el de mis
compañeros de equipo, eso es seguro. Siempre intentaba
hacer más cosas y nunca dejaba de lado la preparación
física. Me presentaba temprano y no jugaba. Tenía una
gran dedicación. Mi entrenador vio algo en mí y habló con
mi madre. Diseñó un plan, muy parecido al que Madeline y
yo hicimos para ti, y nos ceñimos a él. —Respiró hondo y
me inclinó la pierna hacia el otro lado—. No fue hasta que
cambiamos mi entrenamiento y tuve un nuevo objetivo,
cuando me di cuenta de lo mucho que significaba la
gimnasia para mí, de la seguridad que me aportaba cada
agotador día. Por eso me metí directamente a entrenador.
Algo se movió dentro de mí y mi corazón se contrajo. Sus
dedos se clavaron en mi piel mientras se concentraba en lo
que estaba haciendo. Sentí sus palabras, sentí que su amor
por el deporte filtraba el aire que nos rodeaba. Hablaba
con el corazón. Era abrumadoramente obvio y lo disfruté.
No tenía amigos que sintieran lo mismo por el deporte
como yo, para ellos era solo diversión y juegos. Pero ver el
cambio de color de los ojos de Kova y escuchar sus sinceras
palabras me tocó realmente una fibra sensible. La gimnasia
no era solo un trabajo para él, era su salvación. Su
salvación. Y lo respetaba mucho por eso. Quería saber más,
cómo le aportaba seguridad. De repente me interesé mucho
por mi entrenador.

—En cierto modo, suenas como yo.

Sus cejas se fruncieron mientras me colocaba en otra


posición. Me estremecí cuando sentí el tirón de mis caderas
y el calor de mis isquiotibiales al estirarse.

—¿Qué quieres decir? —preguntó.

—Al igual que tú, yo utilizaba la gimnasia como un escape


de mi vida, de mi familia. No tengo una vida dura, y soy
consciente de lo afortunada que soy, pero la gente no ve lo
que pasa detrás de las puertas cerradas que nos forman.
Puede parecer terrible que diga esto, pero no admiro a mi
mamá como modelo a seguir. A mi papá, un poco por su
empuje, pero a mi mamá no. Quiere que me parezca mucho
a ella, pero es todo lo que no aspiro a ser. No quiero ser
otra cosa que yo. Soy una gimnasta con ganas de pasar al
siguiente nivel. Así que decidí que la única manera de
conseguirlo era dedicar cada minuto que pudiera a este
deporte. Cuando pienso en la gimnasia, tengo tranquilidad.
Me veo a mí misma, y creo que eso es lo más importante
como persona. Ser quien quieres, no como los demás
quieren que seas. Así fue como decidí que quería llegar
hasta el final. —Hice una pausa ante la mirada tensa de sus
ojos—. Siento haber divagado.

Los ojos de Kova se tensaron en las esquinas y su frente


se arrugó. Disminuyó la presión sobre mis piernas, pero sus
manos permanecieron en su sitio. Exhalé ligeramente. Su
voz bajó de tono, pero la sinceridad de sus ojos se
manifestó con fuerza cuando dijo:
—Incluso a una edad temprana, tomar el camino que me
ofrecieron fue finalmente una elección que mi mamá dejó
en mis manos. No me presionó, pero viniendo de alguien
que ha recorrido ese camino, escúchame cuando digo que
no es nada fácil. Es extremadamente duro. Fue mucho más
de lo que esperaba. Adrianna, creo que no tienes ni idea de
lo que supone entrenar para los Juegos Olímpicos, ni de lo
que tienes que renunciar. Me perdí los bailes del colegio,
las fiestas, salir con los amigos, todo lo que se supone que
hace un joven y del que guarda un recuerdo. Me perdí mis
años de adolescencia. Quizá tu madre no quiera que te
pierdas eso. Sí, fue mi elección, y no cambiaría nada, pero
realmente tienes que decidir si es algo que quieres.
No dudé.
—Lo quiero más que nada.
—¿Pero por qué? —preguntó con curiosidad—. ¿Cuál es la
fuerza motriz?

—¿No es obvio? Acabo de decirte que amo la gimnasia y


lo que significa para mí.

Se burló y me molestó.
—A mucha gente le encanta este deporte, lo que no
significa que lo deje todo y haga una carrera de ello. Son
muy pocos los que llegan tan lejos. Se puede competir en la
universidad y seguir teniendo una vida. Los gimnastas
universitarios solo pueden practicar la mitad de horas que
tú.

Mis cejas se fruncieron y mi corazón comenzó a


acelerarse. No me gustaba la dirección que estaba tomando
esta conversación.
—Siento que estás en mi contra.
Kova se echó hacia atrás, con la nariz dilatada.

—No estoy en tu contra, solo quiero que seas consciente


de lo que se requiere de ti. Lo que puedes perder. Te estoy
diciendo cuáles son tus otras opciones.
—No voy a perder nada, Kova, voy a ganar. No necesito
bailes ni fiestas, necesito estar en el gimnasio. Si no me
lanzo por mi sueño, viviré con remordimientos, con
preguntas del tipo “qué pasaría si” que me atormentarán el
resto de mi vida. Tengo que intentarlo y ver si puedo
hacerlo. Tengo todos los medios para triunfar a mi alcance
para lograr lo que quiero. —Mi voz se elevó y me acaloré.
Me senté y eché los hombros hacia atrás, su palma se
apoyó en lo alto de mi muslo—. No sé en qué clase de vida
has nacido, pero otros matarían por la mía. Voy a utilizarlo
en mi beneficio —dije con firmeza—. Quiero esto. Quiero
ser de élite. Quiero llegar a la selección nacional y, algún
día, ir a los Juegos Olímpicos. Pensé que al venir aquí y
contarte mis aspiraciones lo entenderías.
La postura de Kova se puso rígida, sus dedos se clavaron
en mi piel.

Estaba presionando sus botones.


 
Capítulo 15

—Lo entiendo más que cualquier entrenador de aquí —


replicó.
—Entonces, ¿cuál es el problema? ¿No es esto lo que todo
entrenador quiere oír?
Nos enfrentamos en una batalla de voluntades, ambos
decididos a hacer entender al otro. La cosa era que yo era
terca y testaruda. No había forma que me echara atrás. Por
otra parte, no creo que él lo haga tampoco.

Puse mi mano en su antebrazo, esperando que entendiera


lo fuerte que me sentía al respecto. Se flexionó bajo mi
contacto y su agarre se tensó, pero sus ojos no vacilaron y
no se apartó. Su palma me calentó la piel y mis mejillas se
sonrojaron por la reacción.
—O estás conmigo o estás en mi contra, Kova —casi
supliqué, a escasos centímetros de su rostro.
El silencio se hizo más denso entre nosotros. La
mandíbula de Kova se flexionó y me miró directamente.

—Voy a ser completamente sincero, ninguna otra


gimnasta a la que haya entrenado lo ha deseado tanto como
tú. Es raro. No tienes idea de lo refrescante que es
escuchar esto. —Suspiró con fuerza, sus ojos verdes ardían
con un nuevo deseo, y me gustó. Estar tan cerca de él y
tener esta conversación hizo que mi corazón palpitara
contra mis costillas—. Si esto es lo que quieres, lo que
realmente deseas, haré todo lo posible para ayudarte a
conseguirlo. Pero tienes que tener claro que existe la
posibilidad que no llegues hasta el final. Habrá muchos
obstáculos en tu camino que podrían llegar a detenerte en
lugar de encontrar la manera de superarlos. ¿Estás
preparada para eso?

Absorbí sus palabras en lo más profundo de mi alma y


asimilé la compasión de sus ojos. Mi pulso se aceleró. Una
pequeña sonrisa inclinó mis labios, una que tuve que
abstenerme de abrir en mi rostro.
—¿Lo dices en serio?

Asintió lentamente. El lado de su boca se levantó en señal


de desafío.

—Si eso es lo que quieres, pero no hay vuelta atrás una


vez que lo decidas. No es justo para mí, ni para ti.

—Este es mi sueño, y te lo voy a probar. Te lo demostraré.


Las acciones hablan más fuerte que las palabras.
Se quedó en silencio por un momento, luego vi un
destello de hambre entrar en sus ojos. Me encantó.
—Voy a hacer que lo cumplas.

—Espero que lo hagas. —Levanté una ceja—. No estaría


en tu naturaleza no hacerlo.

La habitación se calmó cuando Kova inclinó la cabeza


hacia un lado. Unos ojos pensativos me miraron fijamente,
y me sentí caer en un pozo sin fondo. Tenía toda mi
atención, no podía apartar la mirada. Me estaba
absorbiendo, alimentándose de mi emoción. Y la verdad es
que no quería mirar hacia otro lado que no fuera el suyo.
Quería que viera que no estaba bromeando sobre mi futuro.

—No eres lo que esperaba que fueras.

Eso me hizo sonreír y me volví a recostar en la mesa.


—Bien... Exactamente lo que quería. —Me quedé callada
y luego pregunté—: ¿Qué esperabas?

—No a alguien tan decidida como tú, eso es seguro. Eres


de mente fuerte.

Una pequeña risa salió de mis labios.

—Lo tomaré como un cumplido.

Kova se pasó la lengua por el labio inferior y yo seguí el


movimiento. Algo hizo clic entre nosotros, un
entendimiento con el que solo alguien tan ambicioso como
nosotros podría identificarse. Estaba ahí. Lo sentí, y la
mirada con la que me penetraron sus ojos esmeralda me
dijo que él también lo sentía. No me había dado cuenta, y
creo que él tampoco, pero en algún momento de nuestra
conversación, Kova había dejado de estirarme. Una mano
estaba ahora medio en mi cintura, medio en la mesa. Su
otra mano se posaba en la parte posterior de mi pierna,
casi agarrando el borde de mi culo. No recordaba que las
moviera, pero me gustaba. Las puntas de sus dedos
presionaron la parte interior de mi muslo y provocaron una
oleada de calor que me abrasó. Estaban peligrosamente
cerca de mi sexo y tragué saliva mientras un latido
resonaba en mi interior.

Inspiré profundamente, como me enseñó Kova. Un


pequeño movimiento y me tocaría donde nadie me había
tocado antes. No sabía qué era peor, si el deseo de sentir
sus dedos allí o el hecho que la acción no me resultara
repulsiva.

Separé ligeramente la pierna y miré en dirección a su


mano. Kova siguió mi mirada y se apartó rápidamente,
cerrando los ojos.

Se aclaró la garganta.
—Muy bien. ¿Dónde estábamos? —se dijo más a sí mismo
que a mí. Me guio hasta el estómago y me puso en posición.
Me puso una mano plana en el tendón de la corva,
pinchando el músculo para ver si estaba tenso y me agarró
la rodilla, tirando de ella hacia atrás.

—Ah, no tan fuerte como la última vez, por lo que veo —


dijo—. Esto es bueno.

Observé sus movimientos desde un lado, con la mejilla


derecha pegada a la colchoneta. Se produjo una tensión en
mi pelvis y un pequeño gruñido se me escapó de la
garganta. Me agarré al borde de la mesa. Kova me miró
cuando hice una mueca de dolor y lanzó una mirada
comprensiva para que respirara. Me dio dos golpecitos en
un lado del culo con el dorso de los nudillos, y yo exhalé
lentamente, luego tomé aire con el estómago. Asintió en
señal de aprobación.

—Sabes, yo era una cosa escuálida cuando empecé a


hacer gimnasia. Apenas podía sostener la barra durante
más de un par de segundos.

Mis ojos se abrieron juguetonamente y me mordí el labio.


Miré sus fuertes brazos.

—Me estás tomando el pelo.

Negó con la cabeza.

—Ojalá lo hiciera. —Luego pasó a contar una historia


sobre cuando empezó a hacer gimnasia y eso aligeró la
sesión privada, dejándome con una leve sonrisa y un
corazón floreciente, queriendo saber todo lo que pudiera
sobre mi entrenador.
Después de un día completo de entrenamiento, estaba
agotada, y las ampollas en las palmas de las manos estaban
empeorando progresivamente.

Kova no fue más fácil para mí hoy, si acaso, desde que


aceptó ayudarme con mi objetivo, su factor imbécil
aumentó. Las ampollas estaban sensibles al tacto y llenas
de líquido que necesitaba drenar. Intenté no hurgar en ellas
para poder tratarlas adecuadamente en casa, pero algo
tenía que ceder. Me ardían las manos y me palpitaban por
la irritación.

Por mucho que quisiera que Hayden me ayudara a curar


mis inminentes desgarros, no quería que se desviara y que
se quedara despierto más tarde de lo habitual. Eran casi las
diez de la noche, e imaginé que estaba tan cansado como
yo.

Antes que pudiera darle más vueltas, sonó el timbre de


mi puerta. Me levanté rápidamente del sofá y me asomé
por la mirilla.

Tras abrir la cerradura, abrí la puerta y vi a Hayden de


pie al otro lado, con pantalones de chándal grises y
sudadera con capucha, y una bolsa de farmacia colgando
de su mano.

—Hola, pasa.
Con unos dientes perfectamente blancos y rectos, Hayden
sonrió y entró.

—¿Seguro que no es demasiado tarde para ti? Me siento


un poco mal.

Decidí que la iluminación de mi cocina sería lo mejor para


que me examinara las manos. Con el diseño de planta
abierta del condominio, estaba en paralelo a la sala de
estar, y el camino a los dos dormitorios estaba a la vista. La
nariz de Hayden se arrugó al contemplar la vista, con una
sonrisa en la cara.

—Son como las 9.

Eché un vistazo al reloj.

—Son las 10:15... y sé que tienes que levantarte


temprano.
Dejó caer la bolsa de plástico sobre la encimera.

—Soy un chico grande, creo que puedo manejarlo. Pero


ya que estás tan preocupada por mi hora de dormir —se rio
juguetonamente— veamos qué tienes aquí para que pueda
llegar a casa para mi sueño reparador. Enséñame las
manos.

Me levanté de un salto y planté el culo en la fría encimera


de granito, haciendo que se me pusiera la piel de gallina
por el contacto. Llevaba una camiseta blanca holgada y
unos pantalones cortos de jeans recortados. Extendí las
manos para que las viera, las coloqué boca arriba sobre mis
muslos y esperé mientras Hayden se bajaba la cremallera
de la sudadera con capucha, sin dejar ver nada debajo,
excepto unos pantalones de chándal extremadamente bajo.

Mi mandíbula se aflojó y mis ojos se abrieron


ampliamente. Hayden colgó su sudadera sobre el respaldo
de una de las sillas alta que utilizaba para desayunar y
empezó a rebuscar en su bolsa. Tragué saliva al verle tan
cerca, queriendo alargar la mano y recorrer su sólido
pecho con los dedos. Cada centímetro de su cuerpo estaba
afilado a la perfección, cada músculo rasgado, curvado y
hundido.

No era la primera vez que veía a Hayden sin camiseta,


pero tampoco era algo a lo que prestara atención en el
gimnasio muy a menudo. Era solo un tipo que hacía el
mismo deporte que yo amaba. De hecho, rara vez me fijaba
en él. Tenía la tendencia a tener una visión de túnel, y
últimamente, no había sido más que Kova y la gimnasia,
dejando de lado todo lo demás a mi alrededor.
Pero tal vez debería haberme fijado, porque su cuerpo
era una obra de arte.
—Ah, ¿siempre sales vestido así? —pregunté con voz
ronca.

Hayden hizo una pausa y bajó la vista a su cuerpo antes


de encontrarse con mi mirada. Se aclaró la garganta y dijo:

—No me había dado cuenta. Venía del entrenamiento y no


me apetecía ponerme una camiseta porque tenía calor y
estaba pegajoso. Puedo ponerme la sudadera...

—¡No! —grité, parpadeando rápidamente—. Está bien,


solo que no me lo esperaba...

Una media sonrisa tiró de un lado de su boca.


—Me ves así todos los días.
Me encogí de hombros, tratando de evitar su mirada
pícara.
—Supongo que nunca me había dado cuenta. —Tenía
razón. Lo veía así todo el tiempo, solo que nunca aislado
como estábamos en mi condominio. O tan cerca...

—Supongo que nunca te habías dado cuenta —dijo con


tono inexpresivo.
Intenté no sonreír aplanando los labios, pero mis mejillas
me delataron. Estaban ardiendo.
—¡Qué! ¿Qué quieres que te diga?

Sonrió y mi mirada se desvió hacia su cabello. Era


calcáreo y desordenado, y tuve el repentino deseo de saber
cómo se sentía contra mi piel. Sentir su suavidad.

Sacudí la cabeza, borrando los pensamientos.


—Está bien —dijo, deteniéndose para mirarme a los ojos
—. ¿Prometes no reírte?

—Lo prometo.
—Mi mamá es enfermera de parto. Cuando mis desgarros
se estaban poniendo mal y nada funcionaba —dijo,
revolviendo en la bolsa y sacando una caja púrpura pero
manteniéndola fuera de la vista— vino a casa con estas
cosas.
—¿Qué es?
Hayden abrió la palma de su mano y me mostró lo que
había en ella.
—Es, ah, ungüento —dijo tímidamente.

—Déjame ver —dije, tomando la caja púrpura. Al darle la


vuelta, lo leí en voz alta—: Lanolina. Alivia y protege las
grietas... —Me quedé sin palabras—. ¿Pezones? —Los
pezones sonaron con fuerza y lo miré, desconcertada.
Un tono rosado llenó sus mejillas y no pude evitar una
sonrisa.

—Sí, es crema para pezones. Mi mamá dice que las


madres que amamantan lo usan en sus tetas para, ah —
Evitó mi mirada— ayudar con las grietas y el sangrado.

—¿Sangrado? —Un ceño fruncido se formó en mi rostro


—. ¿Sangrado en los pezones? ¿Y agrietados? —Me dolían
los pezones al pensarlo.

—Sí, bueno, funciona. Hazme caso. Al menos no he traído


crema para pezones para las vacas.
—¿Quieres decir que usas crema para pezones? Hayden
Moore usa crema para pezones en sus manos.
Me esforcé por contenerme, pero se me escapó un ataque
de risa histérica por la situación.

—¡Dios mío! ¿Llevas esto a los entrenamientos? ¿Lo


compartes con tus compañeros de equipo? ¿Lo compras tú
o lo compra tu mamá?
Hayden no parecía impresionado por mis preguntas, ni
por el hecho que no pudiera dejar de reír. Se inclinó,
acercándose a mi rostro, y colocó sus manos en el
mostrador a cada lado de mis piernas, poniendo su cuerpo
directamente entre mis muslos. Levantó una ceja y esperó
a que me calmara. Intenté dejar de humillarlo juntando los
labios, pero volví a estallar en cuanto lo miré a la cara.
—¡Lo siento! No sé por qué me hace tanta gracia, ¡solo lo
hace! —Mi cabeza rodó hacia atrás, las lágrimas cubrieron
mis ojos al imaginar a Hayden comprando crema para
pezones y tratando de ocultarlo. Apretó una mano contra
mi muslo desnudo en un esfuerzo por ganar mi atención.
—Ríete. Al final de la semana me estarás besando los pies
y dándome las gracias.

Hice una mueca. Odiaba los pies. De ninguna manera


ocurriría eso, por muy agradecida que estuviera.

—¿Hecho? —preguntó, tratando de ocultar su sonrisa de


satisfacción. Apreté los labios y asentí apresuradamente.
Era la única manera de no reír.

El pulgar de Hayden rozó mi piel en círculos y fue


entonces cuando me di cuenta que no había movido su
mano de mi muslo.

Nuestras miradas se hicieron más profundas.


Mi respiración se ralentizó cuando su cabeza se inclinó
ligeramente hacia un lado para mirarme. No me había dado
cuenta antes, pero de cerca Hayden tenía los ojos azul
cobalto más impresionantes.
Oscuros y escurridizos, con sombras de color gris pizarra
escondidas entre ellos, me estaba atrayendo hacia él y ni
siquiera lo sabía.
 
Capítulo 16

Mi respiración se hizo más profunda.

Hayden se incorporó a su altura, acercándose a mis


piernas para que su cintura quedara pegada a la encimera.
Separé los labios y se me escapó un suspiro cuando me
miró fijamente a los ojos. Su mano me acarició la mejilla
con cuidado y sus dedos mantuvieron mi mandíbula firme.
Tragué saliva cuando sus ojos se dirigieron a mi boca y su
cabeza bajó a escasos centímetros de acortar la distancia.

—Eres tan bonita cuando te ríes, Aid —susurró, con su


nariz rozando la mía. Se me puso la piel de gallina—. Se te
ilumina toda la cara —añadió, esta vez contra mis labios,
mientras su mano se deslizaba por la parte posterior de mi
cabello, acariciando mi cabeza—. Puedes burlarte de mí
todo lo que quieras si te hace reír como acabas de hacerlo.

Acortó la corta distancia y apretó sus labios contra los


míos, suaves y delicados. Mi corazón latía con fuerza, sin
saber qué pensar de este momento.
Con ternura, atrajo mi labio inferior hacia su boca y lo
mordisqueó. Cedí con solo una ligera vacilación. Me invadió
un calor latente cuando su cálida lengua se deslizó dentro y
se encontró con la mía.

Gemí, disfrutando del beso de Hayden. Era


completamente inesperado y no estaba segura qué pensar.
No es que pudiera o quisiera hacerlo. Inclinándome hacia
él, apreté mi pecho contra el suyo, mi espalda se arqueó y
mis manos subieron a sus firmes hombros antes de
deslizarse por su cabello blanquecino. Incluso con la tela de
mi camisa entre nosotros, el calor de su piel desnuda
contra la mía era celestial.
Hayden profundizó el beso mientras yo tiraba de su
cabello y mis muslos apretaban sus caderas, sintiendo
cómo el placer recorría mi cuerpo. Nuestras bocas se
imitaron, nuestras lenguas bailaron perfectamente
mientras un dulce éxtasis nos golpeaba a ambos.

Hayden besaba muy bien.


Y tenía una buena idea que lo sabía cuando me acercó.
Tomó el control y marcó el ritmo, y yo se lo permití. No
había espacio entre nosotros, mis piernas rodeaban su
espalda y mis talones se apretaban contra él, queriendo
sentirlo más cerca de mí.

La boca de Hayden se volvió agresiva. El placer fluyó por


mi cuerpo, desde la cabeza hasta la punta de los pies. Un
fuego de calidez crecía constantemente entre nosotros y
ambos lo aprovechábamos. Había besado a un par de
chicos antes, pero el beso de Hayden pertenecía a otra liga.

Mis manos pasaron del cabello a su cuello y a sus firmes


pectorales, rozando su piel color miel. Exudaba fuerza bajo
mi contacto, y quería sentir cada centímetro de su cuerpo.
Al llegar a sus caderas, la parte posterior de mis nudillos
bailó sobre la V que se hundía en su chándal. Su estómago
se movió y me apretó un poco más. Me desplacé hasta su
espalda y le toqué el culo redondo. Esta vez le tocó a él
gemir en mi boca, y me gustó el sonido. Le di un pequeño
apretón en el culo y se tensó.

—Hayden —susurré contra sus labios, pero no procesó


mis palabras. Sus manos no dejaron de acariciar y amasar
mi cintura, mi espalda o mis muslos. Estaba en todas
partes.

—Ayuda —murmuró en mis labios, palmeando mis


mejillas.
—¿Hmm?

—Quiero sentirte en todo mi cuerpo. —Entonces pegó su


boca a la mía. Sus manos recorrieron mi cuerpo, como si no
pudiera tocarme lo suficientemente rápido. Mis bragas se
humedecieron ante su contacto. Hayden llevó mi mano a la
parte delantera de su pantalón para que se posara sobre su
dureza. Contuve una mueca, las palmas de las manos
palpitaban por mis desgarros, pero me aguanté porque la
curiosidad me superaba. El deseo de meter la mano en sus
pantalones era fuerte. No era una mojigata, pero tampoco
tenía mucha experiencia. Había tenido un novio en casa
con el que había tonteado, pero nada serio. Cuando se dio
cuenta que la gimnasia era más importante para mí que
tener sexo con él, me dejó como un mal hábito. A mí me
pareció bien.

Mi pecho subía y bajaba, mi respiración se hacía más


profunda al contemplar mi mano explorándolo.

El calor de su aliento me hacía cosquillas en la mejilla.

—¿En qué estás pensando? —preguntó bruscamente.

Tuve la sensación que su mirada imitaba la mía. Pesados


y brillantes, ahogados en el intenso aire que nos envolvía.

Incapaz de encontrar las palabras adecuadas, se lo


mostré. Mis uñas rozaron el borde de su pantalón de
chándal bajo, muy lentamente. Hayden respiró
entrecortadamente y sus manos se apretaron en mi nuca,
con la cabeza inclinada hacia atrás. Su mandíbula se
flexionó cuando las puntas de mis dedos se metieron y
rozaron su vello púbico. Tragué con fuerza.

—Creo que deberíamos parar —dijo guturalmente.

Hice una pausa, la inseguridad me consumía.


—Oh, bien. ¿Estoy haciendo algo mal? —Quizá ésta era
otra de las razones por las que mi ex novio me dejó.

—No —murmuró—. No estás haciendo nada malo, se


siente bien, pero si sigues tocándome como...
Se interrumpió, agarrando mi muñeca con fuerza. Mis
dedos estaban a punto de deslizarse más profundamente
cuando los detuvo.
—Adrianna. ¿Sabes lo bien que se siente esto?

—No —respondí en voz baja cuando soltó mi muñeca.

Levantó una ceja y colocó su mano en mi cadera.

—¿Has tenido alguna vez un novio?

—Sí.

Su otra mano se quedó en mi cabello.

—¿Y?

—No hicimos mucho, solo jugamos.

—Eres virgen —afirmó más que preguntó. Asentí,


inhalando—. No creo que esto sea una buena idea —dijo.

Justo cuando pensé que estaba a punto de alejarse,


Hayden se lanzó por otro beso, reclamando mi boca. Para
mí, esa fue la luz verde para sumergirme en él.

Hayden sostuvo mi rostro entre sus manos mientras


devoraba mi beso, mis manos se deslizaron alrededor de
sus caderas. Sus manos se desplazaron rápidamente a mi
pecho y solté un pequeño suspiro. Se me apretó el
estómago y el corazón se me subió a la garganta al pensar
en lo que él... nosotros... haríamos a continuación. Sus
dedos recorrieron mis pechos, y las puntas de mis dedos se
hundieron en la cintura de sus pantalones y los bajaron un
poco para que pudiera sentir lo bajo que era la V.

Rompió el beso y dio un paso atrás.

—No, no más —jadeó. Tenía los labios hinchados y la


respiración agitada cuando se apartó—. No sé en qué
estaba pensando. Esto es un gran no para nuestro
gimnasio. Si algún entrenador se enterara, podríamos
meternos en un montón de problemas. No necesitamos eso.
Abrumada por la lujuria, no me tomé un momento para
detenerme a pensar en cómo esto podría afectarnos más
adelante. Mirando al suelo, me disculpé.

—Oye, no hay nada que disculpar, ¿está bien? Me gustó


besarte y, en otras circunstancias, quizá nos habríamos
besado más tiempo, pero tenemos cosas más importantes
en las que centrarnos. —Se pasó una mano por el cabello y
exhaló una bocanada de aire—. Vamos a arreglarte esas
manos.

Al girar las manos, me reí con remordimiento por las


ampollas.

—Sabes, olvidé que me dolían las manos. Me quitaste el


dolor por un rato.

Los hoyuelos de sus mejillas aparecieron y sus ojos


brillaron. Mi estómago se llenó de mariposas y mi corazón
palpitó con fuerza en mi pecho.
Hayden era tan condenadamente guapo.

Abriendo el paquete, sacó la pomada y la destapó. Apretó


una pequeña cantidad en sus dedos.

—Voy a aplicarte esto en las muñecas ahora mismo. Antes


de acostarte, tendrás que aplicarte una cantidad generosa
en las palmas de las manos y ponerte calcetines. De lo
contrario, acabará en todas partes.

Hayden me agarró la muñeca y me dio la vuelta a la


mano.

—Por suerte no tienes desgarros en las muñecas debido a


los agarres y la cinta adhesiva, así que esto te ayudará a
curarlas bien.

Comenzó a aplicar el bálsamo, frotándolo en mi piel y


asegurándose que se absorbiera.

—Sabes que vamos a tener que quitarlas, ¿verdad?

Gemí.

—¿Tenemos que hacerlo?

—Creo que sabes la respuesta a eso.

Lo sabía.

Sus hábiles dedos hicieron maravillas en mis doloridos


músculos y casi gemí por el puro placer del masaje. Tal vez
tenía que contratar a un masajista.

—No tienes ni idea de lo bien que sienta esto. Siempre


me duelen las muñecas.

—Escuché lo que dijo Kova, cómo te cuelgas de la barra y


todo eso. Para ser sincero, es increíble que hayas durado
tanto. Entre el agarre de las barras y la forma extraña en
que envuelves tus muñecas, me sorprende que no hayas
renunciado.

Nunca. No había ninguna posibilidad que dejara la


gimnasia.

Me agarró la otra muñeca y cambió el tono:


—Voy a ser sincero. Me gustas, Adrianna. Desde el
momento en que te conocí. —Sacudió la cabeza y luego me
miró a los ojos—. Hay una luz en tus ojos, una voluntad que
no veo a menudo en las otras chicas del World Cup. Veo la
forma en que el entrenador te rechaza, te empuja hacia
abajo, se mete con cada pequeña cosa, pero tú nunca te
rindes. A veces me pregunto si te tiene manía. No lloras, no
quieres empatía, no andas por ahí con un chip en el
hombro...

—Como Reagan.

Sonrió suavemente, y mi corazón se derritió.


—Como Reagan. Eres decidida.

Me mordí el interior del labio.


—Siento que así son todas las chicas.
—Sí, pero no sé. —Se encogió de hombros—.
Simplemente eres diferente.
Buscando en su bolso, Hayden sacó un paquete de agujas
y un mechero.
—No —me quejé, sabiendo para qué se usaban.
Hizo una pausa.

—Tienes que hacerlo, Aid. Ya lo sabes.


Lo sabía. Eso no significaba que quisiera hacerlo.

—Esto no puede ser peor que estar a horcajadas en la


viga.

Apreté los labios.


—Puede que tengas razón, pero esto va a hacer que
mañana sea aún más doloroso y lo sabes.
—No, no reventarlos lo hará peor. Tienes que drenarlos.
Al menos conseguir que el líquido se libere un poco. No te
haré lo mismo que a mis manos, solo reventaré las
esquinas.

Curiosa, pregunté:
—¿Qué haces con tus manos?

—Reviento las ampollas y luego quito la piel de un solo


golpe. No espero a que la piel se desgarre y muera.
Hice una mueca. No iba a ir tan lejos esta noche. Hayden
empezó a ponerle fuego a la aguja para esterilizarla y
evitar una infección, y luego pensaba usarla para reventar
mis ampollas. Ya había tenido desgarros y ampollas antes,
pero nunca hasta este punto. Siempre me daban tiempo
para curar mis manos, así que nunca había tenido que
tratar mi piel hasta este punto.

—¿Tienes algún otro ungüento en tu bolsa de trucos?


¿Algún tipo de antibacterial? Puedo usarlo. —Mi corazón
comenzó a latir con fuerza. Realmente no quería hacer
esto.

—Sí, pero sabes que nada de eso ayudará.


Hayden dio un paso atrás y yo bajé de un salto del
mostrador y alcancé la bolsa de plástico y empecé a
rebuscar en ella. Chap Stick, cinta adhesiva, tijeras,
calcetines, miel, una piedra pómez, ungüento antibacterial,
todas las cosas que se usan para los desgarros.

No...
Saqué la piedra de la bolsa, pero Hayden me la arrancó
de la mano y la sostuvo sobre su cabeza.

—Devuélvemela.
—No.

Salté, tratando de alcanzarla, pero fue inútil. Era


demasiado baja.
—Hayden, una cosa es reventar mis ampollas y cortar la
piel muerta. Otra cosa es fregarme la mano. Por favor,
dame eso. No lo vas a hacer. —Sabía lo que pasaría
después.

La temida piedra pómez. Al diablo con eso. Nunca había


tenido que llegar tan lejos con la piedra, principalmente
porque nunca había tenido un entrenador psicótico como
Kova, ni horas de gimnasio como ahora, pero había oído
historias de guerra, y no era algo que quisiera probar.
Además, no se veían terriblemente mal. Puede que haya
exagerado con su aspecto.
—Sabes que volveré aquí mañana, ¿verdad?
—Por favor —rogué, con el ceño fruncido—. Por favor,
Hayden, me arriesgaré. Puedes drenar las ampollas, pero
no la piedra.
Los ojos de Hayden se suavizaron, compadeciéndose de
mí.
—¿Estás segura que eso es lo que quieres hacer?
Obviamente no voy a restregar las ampollas, solo alrededor
de ellas para quitar los callos, pero tienes que empezar a
usarla cada noche en la ducha para endurecer la piel.

Me encogí de hombros con impotencia, suspirando.


—Lo sé, y lo haré después que estas se curen.

—Bien. —Ladeó la cabeza con una mirada de sabelotodo


—. ¿Eres una persona religiosa? —preguntó de repente.
Desconcertada, le dije:

—Quiero decir, vamos a la iglesia en los días festivos,


pero no somos católicos devotos ni nada por el estilo. ¿Por
qué?

—Porque vas a necesitar la gracia de Dios de tu lado


mañana. Estaré rezando por la misericordia y para que
Kova sea leve contigo. Ahora dame la mano y trabajemos en
esos desgarros.
Capítulo 17

Ayer por la mañana, cuando sonó mi alarma, lo primero


que hice fue quitarme los calcetines.
La hinchazón de mis manos había bajado enormemente, y
el enrojecimiento de mis muñecas parecía casi curado. La
crema para los pezones era como una poción mágica.
Después del entrenamiento, hice que Alfred me llevara a la
farmacia más cercana para comprar todos los tubos que
pudieran conseguir con mis maltratadas manos.

Para mi sorpresa, Kova se apiadó de mí y me dio un día


libre de barras. Sin embargo, no lo hizo al día siguiente,
porque cuando entré en el gimnasio esta mañana, insistió
en que volviéramos a trabajar en las barras a primera hora.
No estaba segura que hubiera aprendido la lección.
—Deberías haberlas reventado —dijo arrogantemente con
un marcado acento ruso, mirando mis manos llenas de
ampollas. Juro que, como no las había reventado del todo,
haría todo lo posible para hacerme sufrir.
Estaba segura que Kova era un sádico.

Buscando en mi bolso, saqué un cordón de cinta adhesiva


que Hayden había preparado para mí. Cortó algunos trozos
y me mostró cómo debía aplicarlos para cubrir mis
ampollas, ya que no se me permitiría usar mis agarres.
—¿Puedo usar esto al menos?

Kova pasó por encima de los cables y miró hacia abajo.

—Adelante, aunque no servirá de nada.


Ignoré su tono frívolo. A estas alturas, cualquier cosa
sería útil. Miré al resto de las chicas del equipo, envidiando
los agarres que tenían cubriendo sus manos. Colocando la
tira sobre las ampollas, arranqué un trozo de cinta del rollo
con los dientes y la puse en capas. Estuve tentada de
ponerme cinta adhesiva en toda la mano, pero no era tan
valiente como para arriesgarme a que me gritara y me
obligara a quitarla toda y a ir con la piel descubierta.
Repetí el mismo método en la otra mano y luego apliqué
tiza. Mucha, mucha tiza.

—¿Te has estirado esta mañana?

Asentí.
—¿A mi manera o a la tuya?

—A mi manera.

Me miró de manera mordaz.

—No te he visto estirar.


—Uh, cuando... cuando estabas en la parte de atrás —
tartamudeé—. Calenté con las chicas.

—¿Corriste?

Mierda.

—No, no lo hice.

Me fulminó con la mirada.

—Antes de la pausa para el almuerzo, correrás, y harás


tres millas. —A la mierda mi vida. Odiaba el cardio—. ¿Has
usado alguno de los ejercicios que te mostré?

Dios mío. Esto se parecía mucho a un interrogatorio.


Como si estuviera en el punto de mira. Las ganas de mentir
eran más fuertes que nunca, pero por alguna razón, no
podía. Llámalo intuición, pero tenía la sensación que él
sabría que estaba siendo deshonesta.

—No, no lo he hecho. Quiero decir que sí, solo que no


todas las veces.

—No me estás demostrando nada esta mañana, Ria.


Cuando no estoy cerca, debes seguir utilizando estos
ejercicios por tu cuenta. A la larga solo te haces daño. —
Chasqueó la lengua en señal de decepción—. Esta noche,
después del entrenamiento, volveremos a trabajar juntos
antes que te vayas.

¿Ria? La forma en que lo dijo me produjo mariposas. Esa


era una nueva, y me gustaba un millón de veces más que
Ana.

—Muy bien, vámonos. —Aplaudió con entusiasmo y se


colocó cerca de la barra baja, observándome atentamente.
Eso fue todo. ¿No me gritó, frunció el ceño o me fulminó
con la mirada? Su ánimo alegre me tomó desprevenida, y
no estaba segura de qué pensar al respecto.

Me columpié en un kip, me lancé a una parada de manos,


me lancé en círculo de cadera libre a otra parada de
manos, luego me lancé hacia abajo y usé mi núcleo y mis
caderas para soltarme y volar a la barra alta. El entrenador
observaba mi postura atentamente, probablemente
analizando cada pequeña cosa que hacía mal para poder
reñirme después. Todo lo que quería era complacerlo y
demostrar que lo estaba intentando, pero nunca lo
conseguía.

Kova era duro y honesto hasta la saciedad, que es lo que


yo quería cuando llegué a World Cup. Era algo que todo
entrenador debería ser, independientemente de nuestros
sentimientos, pero algunos días necesitábamos un
descanso. Algunos días era demasiado. Algunos días podía
romper nuestro espíritu.

Me di cuenta que cometía más errores de lo normal


cuando sus ojos me miraban tan de cerca, o cuando sus
manos me tocaban cuando observaba. No se le escapaba
nada y si me equivocaba, lo captaba y me corregía
inmediatamente. Tenía ojos de águila, y eso era tanto una
bendición como una maldición para un gimnasta.

Cuando mis manos se agarraron a la barra alta, el polvo


de tiza me salpicó los ojos y me estremecí. Sentí un ligero
ardor, pero lo ignoré y continué. Utilicé la lógica de la
mente sobre la materia y superé el dolor.

Podía hacerlo. Sabía que podía hacerlo.

Una simple inclinación hacia atrás para desmontar y me


sentí más segura con los pies en la suave alfombra azul de
aterrizaje. El dolor en las manos no era tan fuerte como
esperaba, pero sentí un tirón en la parte posterior de la
pantorrilla al que no estaba acostumbrada. Agachada, me
froté la punzada de dolor y me alejé moviendo la pierna a
cada paso.

Al levantar la cabeza, Kova movió el trampolín hacia la


parte delantera de la barra baja.

—Vamos a empezar con tu montura —dijo, con sus ojos


recorriendo mi cuerpo de pies a cabeza—. Vamos a
cambiarla.

—¿Qué? ¿Por qué?

Expulsó un suspiro molesto.

—Adrianna, es demasiado pronto para tus preguntas esta


mañana. Haz lo que te pido y no cuestiones todo lo que
digo. Es agotador. ¿Crees que puedes soportarlo y quedarte
callada? —Como no me moví, me dijo—: Te ayudará con tu
puntuación. Ahora, por favor, haz lo que te digo.

Bueno, discúlpame de una puta vez.

—Seguro.

—Vas a hacer un montaje hecht. Voy a ajustar la barra


baja para que te acostumbres. Vamos a hacer esto hasta
que lo logremos. La clave de este montaje es saltar con los
hombros sin doblar los codos. Arquea la espalda un poco
cuando sueltes la barra baja y mantén las piernas juntas y
apretadas.

Con los labios apretados, asentí. En realidad sabía cómo


hacerlo, pero no se lo iba a decir. Después de todo, me dijo
que me callara. Sonreí para mis adentros cuando me di la
vuelta y caminé hasta el final de la colchoneta,
preparándome.

—La barra es lo suficientemente baja como para que no


tengas problemas para superarla. Lo vigilaré por si acaso
—dijo, y asentí.

Llámenme loca, pero quería joderle la cabeza. Parecía


que tenía poca fe en mí, así que ¿por qué no?

Me limpié el exceso de tiza de las manos en las piernas y


me sacudí las manos. Corriendo hacia el aparato, salté del
trampolín, me empujé de la barra baja y alcancé la barra
alta. Al hacerlo, el entrenador no estaba preparado para
que llegara a la barra en la primera vez, así que cuando se
acercó para verme y atraparme, me abalancé sobre él.
Tropezó con sus pies y cayó al suelo, con los ojos muy
abiertos. No alcancé la barra y aterricé parcialmente sobre
su duro cuerpo, tratando de no reír. Me ardían las mejillas
y apreté los labios cuando nos cruzamos la mirada.
El entrenador me apartó de él y se puso de pie
lentamente, imponiéndose sobre mí.

—Me alegro que encuentres humor en esto. ¿Por qué no


me dijiste que sabías hacer el montaje de hecht? —dijo con
gravedad.

—Me dijiste que me callara. —Reprimí una carcajada,


devolviéndole sus palabras una vez que me puse de pie.

Frotando una mano por su rostro, su mandíbula se


flexionó. Parecía que se debatía entre los pros y los contras
de estrangularme.
—Nunca, en todos mis años de entrenamiento, he tenido
una sabelotodo como tú. Crees que todo esto es diversión y
juegos. —Bajando la voz, dijo con firmeza—: Vuelve allí y
hazlo de nuevo.

—¡Sí, señor! —bromeé, tratando de aligerar el ambiente.


Holly se rio desde un lado, mientras que Reagan me miró
fijamente.

No estaba segura de por qué, pero estaba de un humor


juguetón esta mañana. Sin embargo, cuando me volví hacia
el entrenador justo antes de ir de nuevo, definitivamente no
lo estaba.

Otro ejemplo que mi boca me mete en problemas, incluso


cuando está cerrada.
Era el final del día y estaba agotada. Después de una
larga sesión en las barras, trabajé en la viga, lo que fue una
bendición teniendo en cuenta lo mucho que la odiaba.
Apenas se me maltrataron las manos. Fue un pequeño y
agradable descanso hasta que llegué al salto. El dolor había
disminuido desde la mañana, pero no era estúpida. Tendría
que ocuparme de los desgarros como es debido.

Todo el mundo se había ido a casa por la tarde y aquí


estaba yo, atrapada en el gimnasio después de las clases,
esperando al entrenador para uno de sus ejercicios de “no
estirar, pero sí estirar”. Puse los ojos en blanco al escuchar
su voz dentro de mi cabeza diciéndolo.
—Espero que ese giro de ojos no fuera para mí —afirmó
Kova, pasando rápidamente por delante de mí. No tenía ni
idea de dónde demonios había salido. Al hombre le
encantaba aparecer de la nada.
Al seguir su larga zancada, casi tuve que trotar para
seguirle el ritmo.
—Uh, no. Solo tengo algo de tiza en el ojo.

—Claro —respondió, alargando la palabra. Sabía que


estaba mintiendo.
Cuando llegamos a la sala de terapia, encendió las luces y
se puso manos a la obra.
—Creo que una hora aquí será suficiente, pero Adrianna,
no te enseño estos ejercicios por diversión. Espero ver y oír
que los has hecho. Tienes que confiar en que te ayudarán
en el futuro.

La voz de Hayden pasó por mi mente sobre la confianza


en mi entrenador. Asentí y decidí seguir con la verdad.
—Para serte sincera, no siento que consiga el mismo
efecto haciéndolo yo misma. Has ejercido mucha presión y
me has mantenido en la posición. No puedo hacerlo yo
misma de la forma en que tú lo haces.

Cruzando los brazos sobre el pecho, el entrenador me


estudió. Esperaba que viera la convicción en mis ojos.
Aunque podía hacer los ejercicios, lo que le confesé era la
verdad. No conseguía el mismo resultado haciéndolos yo
misma.

Kova se acercó a donde yo estaba. Captó mi mirada y se


situó a escasos centímetros de mí, colocando sus manos
sobre mis bíceps.

—Si me necesitas, solo tienes que decir algo. Para eso


estoy aquí, Ria.
El calor subió a mis mejillas cuando la intensidad de su
mirada aumentó. La verdad era que lo necesitaba, y lo
sabía claramente.
Sus manos bajaron lentamente por mis brazos hasta justo
por encima de los codos. Los latidos de mi corazón se
aceleraron e inhalé por la nariz para estabilizar mi
respiración. Me dio un suave apretón antes de soltarme y
me llevó a la mesa de terapia.
Incluso después de horas de entrenar a gimnastas,
todavía podía oler el leve aroma de su colonia picante.

—Solo retrocederás si no utilizas lo que está a tu alcance.


A mí.
¿Él?
—Para eso estoy aquí. —Se aclaró la garganta—. Para lo
que Madeline está aquí. Utilizarnos, hacer preguntas.
Me mordí el interior del labio. Tenía razón.
—Solo trato de no hacer demasiadas preguntas, ¿sabes?
Me gusta demostrar que puedo hacer las cosas por mi
cuenta.
Levantó una ceja y me replicó.

—¿Tú? —Una sonrisa sexy apareció lentamente en su


rostro y mis mejillas se calentaron—. Te encanta replicar.
¿No es casi lo mismo que hacer preguntas?

Bajé mi rostro, tratando de ocultar mi creciente sonrisa.


Moví la cabeza, dándole la razón. Kova deslizó dos dedos
bajo mi barbilla y levantó mi cabeza para que nuestros ojos
se encontraran de nuevo. Su contacto fue emocionante y
provocó una oleada de calor que recorrió mi cuerpo. Los
latidos de mi corazón se aceleraron y la energía de la
habitación se hizo más intensa.
Mis labios se separaron mientras nos mirábamos a los
ojos, sin saber qué pensar. Este hombre era más que
confuso, y su contacto me dejaba con preguntas. Preguntas
que tenía sobre mí misma y mi reacción ante él. La cosa era
que empezaba a gustarme la atención que me mostraba,
me gustaba el tacto de sus manos y la forma en que
parecían detenerse en mí.
—Recuerda utilizar tus recursos, Ria. Estoy seguro que tu
papá estaría de acuerdo conmigo en eso.

Sí, estaba bastante segura que él no quería que usara mis


recursos de la forma en que mi cuerpo quería en este
momento. Especialmente no con la forma en que miraba la
boca de mi entrenador.
—¿Por qué me llamas Ria y no Ana como mis padres?

Hizo una pausa.


—Te queda mejor. Ana suena como un nombre de niña,
Ria. —Su pulgar acarició un lado de mi rostro—. Y tú no
eres una niña, al menos para mí.
Kova retiró su mano y se dirigió a un lado de la mesa,
murmurando en ruso en voz baja. Tenía el corazón casi en
la garganta y los ojos enormes. Nunca antes Kova me había
tocado tan... tan... ni siquiera estaba segura de cómo
llamarlo. Con adoración. Con cariño.

—Bien, vamos a hacer los mismos ejercicios que la última


vez, pero añadiendo algunos más que te serán útiles. Ponte
de espaldas y lleva una pierna al pecho. Sujétala para mí.

—¡Sí, señor! —respondí sarcásticamente, lo que me valió


una sonrisa de su parte—. Lo siento, a veces no puedo
evitarlo.

Kova sacudió la cabeza y se rio ligeramente.


—Nunca había tenido un gimnasta como tú —dijo—.
Nunca hay un momento aburrido.
Mi rostro se iluminó.
—¡Vaya, gracias! —Mi respuesta fue más bien un gruñido
cuando se inclinó con su cuerpo. Kova utilizó una mano
para presionar mi rodilla contra el pecho y la otra en mi
muslo para sujetarme. Aunque había estado bromeando
solo unos segundos antes, la diversión había terminado y
tenía que concentrarme. Solo que era difícil concentrarse
cuando todo lo que podía pensar era cómo sus dedos
habían estado sobre mí y la razón por la que me llamaba
Ria. Por no hablar de dónde estaban sus manos en este
momento. Bueno, una mano.

En el contorno de mi cadera y cubriendo la mayor parte


de los minishorts que llevaba puestos. Su gran mano se
clavó en mi piel, sus dedos presionando. No estaba segura
de por qué, pero me gustaba su agarre sobre mí más de lo
que debería.
Su tacto era caliente y mi cuerpo respondía a él.

Mis caderas comenzaron a abrirse lentamente cuando


Kova se acercó a mi rostro.

—¿Sientes eso? ¿Cómo tu cuerpo se relaja y se libera?


Creo que quiso decir abrirse, pero no corregí su inglés.
En su lugar, asentí con los labios apretados.

—Realmente lo siento esta vez.


—Bien. —Empujó un poco más—. Esto es lo que
queremos. —Kova mantuvo la posición unos segundos más
y luego se movió hacia mi lado derecho. Cambié las piernas
y me puse en posición.

—Mi lado izquierdo es más flexible que el derecho. —Casi


todos los gimnastas tenían un lado más flexible que el otro.
Lo descartó.

—No es un problema para mí.


Cuando presionó mi pierna derecha, incluso después de
horas de entrenamiento, mi cadera seguía tan tensa que
gruñí.
—Déjame adivinar, te has olvidado de respirar como te he
enseñado —afirmó más que preguntar, a escasos
centímetros de mi rostro.
Fruncí los labios.

—Quizá...
Kova negó con la cabeza, cerrando los ojos.
—¿Qué voy a hacer contigo? —preguntó bromeando.
Me gustaba esta faceta suya. Era juguetón y fácil de
tratar. No estaba nervioso y tenso como por las mañanas.
Tal vez deberíamos limitar nuestro tiempo a la noche, pero
dudaba que pudiera hacerlo.

Justo cuando pensaba que íbamos a pasar a otra posición,


Kova aplicó una fuerte presión que hizo que mi espalda se
inclinara y mi rodilla se levantara en respuesta. Mi rodilla
ya casi pasaba por encima de mi hombro.
Se me escapó un gruñido y me agarré a Kova para
apoyarme. Mi pequeña mano no pudo rodear su muñeca y
se contrajo bajo mi contacto.
—Adrianna, concéntrate en respirar. —Cuando no
respondí, dijo—: Mírame a los ojos y concéntrate. No te
duele, no te estoy haciendo daño. Tus músculos solo están
tensos. —Su acento ruso era fuerte.
Asentí rápidamente, clavando los ojos en él.

—Inspira por la nariz y suéltala lentamente —me guió.


El pulgar de Kova dibujó pequeños círculos en el interior
de mi muslo, haciendo que mi estómago se agitara. El tacto
era ligero, pero lo suficiente para que lo notara. No hablé a
pesar de saber que probablemente no debería estar
haciendo esto, especialmente teniendo en cuenta lo cerca
que estaba de mi sexo. Estaba a centímetros, literalmente a
centímetros, y me parecía bien.

Me gustaba.
Quería acercarme para que me tocara.
Creó una tormenta perfecta de tensión y calor a nuestro
alrededor. Contuve la respiración cuando su mano subió
por mi muslo, lentamente, casi de forma seductora, y la
mantuvo allí. Mi estómago se agitó y no sabía qué hacer
más que permitirlo.
No podía imaginarme a mi antiguo entrenador tan cerca
y tocándome. La idea me repugnaba, pero con Kova era
todo lo contrario.
La pequeña sala de terapia comenzó a sentirse como un
horno, y comprendí que tenía que cambiar el foco de
atención a otra cosa o, de lo contrario, iba a hacer algo que
ambos queríamos.
 
Capítulo 18

—¿Kova?

—¿Hmmm?
—¿Cómo es que ahora hay una A en tu nombre? ¿Por qué
no Kov? —No estaba segura de por qué había preguntado
de repente.

Kova se puso rígido y tardó un momento en responder:

—Mi madre siempre me llamó Kova desde que era


pequeño, aunque no era mi nombre de pila. Nunca me
pregunté por qué lo hacía, pero ahora desearía haberlo
hecho. Lo decía como si fuera un cariño y a mí me
encantaba. En Rusia, los apellidos femeninos terminan en...
—Ova.

Inclinó la cabeza hacia un lado, interesado.


—¿Sabes ruso?

—No, pero conozco el idioma por unos amigos de mi


familia.

Asintió.

—Entonces sabes que los hombres terminan en Ov.

—Lo sé.
Kova se inclinó hacia atrás, su mano se deslizo hasta mi
rodilla y me dio un apretón muy tierno.
—Ponte boca abajo y desplázate.
Sin cuestionarlo, hice lo que me pidió. Llevó mis manos a
un lado de la cabeza y las aplanó, luego se subió a la mesa.

Agarrando mi tobillo, cerró el puño y lo empujó hacia mi


glúteo. Cuando me levantó el tobillo y presionó hacia abajo,
gruñí. Mis dedos se clavaron en la mesa y mis uñas se
volvieron blancas por la tensión en mi cadera. Me asomé
por encima del hombro, intentando ver su rostro.

—Así que mi madre me tuvo fuera del matrimonio. Tomé


su apellido, pero me dieron la versión masculina. Por eso
en mis premios y títulos aparece Kournakov en lugar de
Kournakova. Añadí una A en honor a ella en la primera
oportunidad que tuve.
—¿Fuera del matrimonio? Kova, nadie dice eso. —Me reí
ligeramente, tratando de aligerar el ambiente—. ¿Dónde
está tu padre?

El desconcierto nubló sus ojos.

—No lo sé. Nunca lo he conocido. —La vergüenza se


reflejó en su tono tranquilo y me sentí mal por preguntar.

—Oh —fue todo lo que pude decir. No estaba segura de


cómo responder a su confesión, pero ahora tenía curiosidad
por saber más sobre la historia. Quería saber si era el
resultado de una aventura de una noche o de un novio que
se largó después de nacer, sin querer ser papá. O tal vez
falleció cuando Kova era más joven. Fruncí el ceño y mi
mente se puso a pensar en todas las alternativas que podía
tener esta historia, pero no me esperaba sus siguientes
palabras.

—La violaron —confesó en voz baja, evitando por


completo el contacto visual.
—¿Qué? —Jadeé, intentando incorporarme, pero él me
apretó más y levantó mi pierna.

—Fue violada —repitió, y mi corazón se rompió ante su


voz desolada. Ojalá pudiera ver su rostro. No podía
imaginar que ningún niño quisiera saber que había nacido
de un crimen tan cruel, pero él lo sabía.

—¿Tu mamá te dijo que fue violada? —pregunté,


asombrada.

—Al principio no. Solo cuando la presioné lo suficiente


sobre mi padre, se abrió. Cuando crecí, finalmente me dijo
la verdad.

Nunca había conocido a nadie que hubiera sido violado, o


que hubiera sido producto de una violación.

—¿Qué pensaste cuando te lo contó?

Gruñó, bajando de un salto y moviéndose al otro lado de


la mesa.

—Que quería matarlo. Verás, mi madre era mi heroína. A


diferencia de ti, mi mamá era mi modelo a seguir. Hizo todo
lo que pudo por mí, para darme lo que necesitaba para
triunfar porque ella no tuvo el apoyo que necesitaba
cuando crecía. Estaba sola. No fue su culpa quedarse
embarazada de mí, y no tenía por qué quedarse conmigo.
Fue una elección valiente la que hizo. Así que cuando me
enteré de la violación, el odio puro me recorrió.

Aplicó el mismo método a mi otra pierna.

—Entonces no tienes ni idea de quién es. —No podía


imaginar lo que se sentiría. Aunque mi papá no estaba
mucho por aquí debido a sus negocios, seguía estando ahí.

—Oh, tengo una idea de quién es.


—¿Qué? ¿Cómo? No entiendo.

—Es mi primo.
Que. Mierda. De. Amor.

—¿Cómo puede ser eso? Eso es... pero eso es incesto... —


Intenté darme la vuelta de nuevo, pero él lo impidió. Ahora
desearía haber esperado a cambiar de posición para poder
leer sus expresiones faciales.

—Ella dijo que al crecer, él siempre la había tocado en


lugares que nadie había tocado. Pero tenía miedo de ir a
sus padres porque no estaba segura de sí estaba realmente
mal. Era su familia.
—¿Cómo es que tu mamá no fue a la policía después de lo
ocurrido? ¿Decírselo a sus padres? ¿Qué piensan ellos
ahora?

Kova me dio un golpecito en la parte posterior del muslo


y me di la vuelta. Me guió hasta la esterilla de yoga que
había en el suelo, cerca de la pared.

—Arrodíllate de espaldas a la pared, a medio metro de


distancia. Brazos arriba. —Hice lo que me pidió y lo miré
expectante para que respondiera a mis preguntas.

Se puso de rodillas a mi izquierda y me miró con tristeza,


negando con la cabeza.

—Lo hizo, pero nadie le creyó. Poco después de enterarse


del embarazo, la echaron sin tener dónde ir. Se fue a una
iglesia que albergaba a adolescentes embarazadas, pero se
mudó después que yo naciera. Poco después de irse, se dio
cuenta que no podía permitirse vivir sola y se encontró con
una vieja amiga de la iglesia que había conocido. Trabajaba
en un club de caballeros y le ofreció a mi mamá dinero
rápido y una niñera a mano. Así que lo aceptó. Era la única
forma en que podía mantenernos.

Miré los ojos torturados de Kova y mi corazón sangró por


él, pero mis oídos estaban ávidos de más. Colocó una mano
plana en mi omóplato y me inclinó hacia atrás para que mis
brazos estuvieran rectos y mis manos apoyadas en la pared.
Gruñí ante esta extraña posición de media espalda doblada.

—¿Por qué no se fue una vez que tuvo suficiente dinero


ahorrado?

—Porque nunca podría ganar el dinero que ganaba


trabajando detrás del mostrador como cajera. Cuando le
pregunté, me dijo que no quería luchar y que quería que yo
tuviera todo lo que ella no tenía.

Se acercó a la parte delantera de mi cuerpo y colocó


ambas manos en mis caderas. Suavemente y con cuidado,
tiró de ellas hacia delante con un apretón. Sus pulgares
presionaron atrevidamente los huesos de mi cadera y un
disparo de calor me recorrió. Me ardió el pecho y se me
aceleró el corazón. Incluso después de todas las horas de
práctica de hoy, sentí el ardor del estiramiento, pero lo que
es más escandaloso, pude sentir el calor que irradiaba de
él. La tela de sus pantalones cortos bailaba contra mis
piernas desnudas. Respiré profundamente y exhalé. Él
relajó su agarre, permitiéndome respirar. Mis caderas se
movieron hacia atrás por un momento, pero él no retiró sus
manos.
—Una vez que empecé a hacer gimnasia a nivel
competitivo, estoy seguro que puedes entender lo costoso
que era para ella, no había forma que dejara de hacerlo.
Dijo que veía potencial en mí —resopló con tristeza
mientras atraía mis caderas hacia él de nuevo. Respira, me
dije. Respira. Pero era más difícil de lo que creía posible
con mis caderas pegadas a las suyas. Me pregunté si se
había dado cuenta de nuestra posición. Mi cuerpo se tensó
y casi me caí, pero mantuve la compostura mientras él
continuaba.

—Se aseguró de estar en todos los entrenamientos, en


todas las competiciones, y lo pagó todo ella sola.

Su madre sacrificaba cualquier cosa y todo para darle al


hijo, producto de una violación, una vida que nunca tuvo, y
Joy, mi mamá, la socialité que arrojaba dinero a sus
problemas, era la extraordinaria reina de hielo y se
preocupaba más por lo que yo comía que por lo que
realmente sucedía conmigo.

Los ojos de Kova se volvieron distantes, llenándose de


anhelo y pena, su boca una línea firme y sombría.

—No necesitaba nada. Sin embargo, lo dejaría todo, lo


devolvería todo, para tenerla aquí. —El calor de sus manos
me calentó las caderas. Exhaló su dolor en mí a través de
su tacto. Su tono de voz estaba lleno de dolor y yo le creí
cada palabra que salía de su boca.

Me dolía el corazón, sintiéndome increíblemente vacía


por Kova y la vida que le tocó a su madre. La vida no es
justa a veces.

—Así que después de su muerte, añadí una A a mi


apellido por ella. No quería olvidarla nunca, ni lo que dio
por mí.

No pude aguantar más, tanto de sus palabras como de


esta nueva destreza. Las lágrimas se agolparon en el fondo
de mis ojos mientras lo escuchaba hablar de su madre y de
sus luchas. Puse mis manos sobre sus brazos para
consolarlo, sus manos seguían agarrando mis caderas,
ahora con ternura. El calor se extendió por todo mi cuerpo
al estar cara a cara y a escasos centímetros de distancia.
Kova me miró con los ojos entrecerrados mientras yo decía
en un susurro entrecortado:

—Es lo más increíble que he oído nunca.

Continuó en voz baja:

—Acudió conmigo a mis dos primeras olimpiadas. Estaba


muy contenta, creo que más que yo. Significó mucho para
mí que ella también estuviera allí. Sin embargo, cuando
llegó mi tercera Olimpiada, ella estaba demasiado enferma
para viajar. De hecho, sus médicos estaban muy en contra,
así que renuncié a eso para estar con ella. Le molestó que
lo hiciera, pero no tuve otra opción. Siempre estaba ahí
para mí. ¿Cómo podría no estar ahí para ella? El gimnasta
suplente del equipo intervino y acabó llevándose a casa
algunas medallas, y luego compitió en los Juegos cuatro
años después. —Se quedó callado, aparentemente perdido
en sus pensamientos—. No me arrepiento en absoluto.
Pude estar con mi mamá y cuidarla como ella lo hizo por
mí, y alguien más tuvo su oportunidad en los Juegos
Olímpicos. ¿No es una locura cómo suceden las cosas?

Sabía a qué se refería. Ser suplente en el equipo olímpico


significaba más o menos que eras un calentador de
banquillo, eso era todo.

Quise apartar la vista de su mirada llena de angustia,


pero no pude. Se exponía de una manera que yo no
esperaba. La emoción cruda salía de él en oleadas, y se
sentía en lo más profundo de mis entrañas. No sabía qué
hacer ni qué decir a continuación. Tenía dieciséis años y
apenas había experimentado la vida como lo había hecho
Kova, y mucho menos la muerte. Había crecido con una
cuchara de plata en la boca y tenía todo lo que podía
desear. Kova no.
Así que todo lo que dije estúpidamente fue:
—Sí, lo es.

Kova se inclinó y apretó su mano. Una de sus manos se


deslizó hasta la parte baja de mi espalda, mientras mis
manos se movían para apoyarse en su firme pecho. Sus
dedos se extendieron peligrosamente por mi culo, con un
dedo presionado entre el centro. Contuve la respiración. El
calor de sus manos atravesó mi leotardo y luché contra un
temblor. Estaba a unos centímetros de mis labios cuando
sus ojos viajaron hasta mi boca.
—Gracias por escucharme, Ria.
Ria. Sonreí, pues me gustaba mucho el apodo.
Lentamente, se acercó, y mi corazón latió rápidamente
contra mi pecho ante su cercanía. No tenía ni idea de lo
que iba a hacer, y me pregunté brevemente si me besaría.
Era mi entrenador. De ninguna manera haría eso.
La inquietud me invadió sin saber cómo proceder. No
importaba que supiera lo que debía hacer, debería haberme
alejado, no desear en silencio que apretara sus labios
contra los míos.

La quietud entre nosotros era más densa que la


humedad, y me costó mucho no inclinarme para besarlo.
Sabía que debería haberme repugnado, pero, por extraño
que parezca, no lo hice. En todo caso, estaba intrigada.
Cada fibra de mi cuerpo me decía que me inclinara, no que
corriera en otra dirección.
—Hace un par de semanas dijiste algo en ruso... que
empezaba con una M. ¿May-lash-a? ¿Qué significaba?
Una sonrisa curvó sus carnosos labios.
—Maa-lish. Malysh. —Mi vista se fijó en su boca, su
lengua golpeó sus dientes superiores mientras decía de
nuevo—: Malysh. —La palabra me invadió en una ola de
éxtasis.
—¿Cómo se deletrea?

—M-A-L-Y-S-H. —Su acento era más fuerte que nunca.


Nuestras respiraciones se mezclaron, y una de las manos
de Kova se deslizó cuidadosamente por mi cintura y se
apoyó en mis costillas. Su pulgar corría en círculos, su
cuerpo creaba calor entre nosotros mientras me acariciaba.
Deslizó su mano hacia mi espalda y subió hasta mi nuca,
donde me acarició el cuello. Mi respiración se hizo más
profunda y pensé que iba a hiperventilar si no calmaba mi
acelerado corazón. Sus cejas oscuras formaron una V
profunda y sus ojos sagaces no vacilaron.

—¿Qué significa? —pregunté en voz baja, con la espalda


arqueada y el pecho casi pegado al suyo.

Sacudió la cabeza como si no quisiera decirlo.


—Fue un accidente. No era mi intención decirlo.

Lo miré con el ceño fruncido.


—¿Por favor? Quiero saberlo.
Su profunda mirada hizo que se me revolviera el
estómago. Una mano subió descaradamente para posarse
en su firme pectoral. Mis dedos se extendieron y se flexionó
bajo mi contacto, sus dedos presionando más
profundamente en mí en respuesta.
—Niña —dijo guturalmente—. Significa mi niña.
Mi niña. Hace unas semanas me había llamado bebé sin
querer. Tuve que preguntarme por qué la palabra habría
estado en su mente para empezar si era un accidente como
declaró.
Mi mirada recorrió su nariz recta hasta su boca, donde se
quedó. Mi cabeza se inclinó hacia un lado mientras mis ojos
recorrían sus labios carnosos y besables, preguntándome
cómo se sentirían presionados contra los míos. Su nuez de
Adán se movía lentamente, como si tragara con fuerza.
No era yo. Yo no besaba a mi entrenador, ni a mi profesor,
ni a nadie mayor de la edad legal, ni a nadie que estuviera
fuera de los límites. No es que haya tenido nunca el deseo
como ahora. Había escuchado innumerables historias a lo
largo de los años de relaciones entre gimnastas y
entrenadores, algunas consentidas, otras no. Aunque no
tantas como las de las mamás casadas que tienen aventuras
con los entrenadores.
Dicho esto, en este momento, podía entender
perfectamente por qué algunas de esas relaciones
prohibidas se llevaban a cabo. Esto fue completa y
absolutamente cautivador. Nada era forzado. Era un anhelo
entretejido con la lujuria, un hambre recién descubierta
que arañaba el interior.
—Has terminado por hoy —dijo bruscamente en un
susurro entrecortado. Cuando Kova se puso de pie, algo
duro se arrastró por el interior de mi muslo. Extendió una
mano para ayudarme a levantarme y siseé cuando mi piel
entró en contacto con la suya. Había olvidado que tenía
desgarros durante todo el tiempo que estuve con él. Me dio
la vuelta a la mano y los inspeccionó, con su pulgar
recorriendo delicadamente la palma de mi mano.
—Lo siento por esto. —Luego me dio la espalda y se fue,
dejándome sin palabras.
Fue entonces cuando me di cuenta que Kova tenía una
gruesa y dura erección.
 
Capítulo 19

Había dos cosas de las que estaba segura.

Uno: Hayden tenía razón sobre el tratamiento adecuado


de mis manos.

Dos: había algo mentalmente mal en mi entrenador.

Me paseé por mi condominio, desgastando mi alfombra


mientras esperaba que Hayden apareciera de nuevo.
Llegaría en cualquier momento para ayudarme.
Hoy había sido horrible, el dolor, insoportable en un
momento dado. Tan agobiante que casi me hizo llorar, pero
me aguanté y me negué a hacerlo. Supongo que Kova
pensó que yo tenía una gran necesidad de entrenamiento
porque pasamos horas juntos. Sus gritos por las pequeñas
cosas que hacía mal me daban ganas de tirarle un bloque
de tiza a la cabeza. Las tutorías entre las sesiones de
gimnasia le daban a mis manos un pequeño descanso, pero
no era suficiente. Necesitaban días para curarse.

Después de cambiar algunas cosas en mi rutina, Kova me


hizo repetirla hasta que no pudiera equivocarme. Para cada
destreza, tenía una técnica de acondicionamiento. No me
malinterpreten, era algo bueno, pero también puede llegar
a ser tedioso y, francamente, a veces jodidamente molesto.
Estaba encima de todo lo que hacía, respirando en mi
cuello, listo para atacar. Más que de costumbre. Me
recordaba a un mosquito que no se iba. Siempre en mi
oído, siempre haciendo ruidos. Me había golpeado las
espinillas, me había atascado los dedos de los pies en los
barrotes, e incluso había perdido el agarre por el cansancio
y había caído sobre las caderas. La barra me había
atrapado, no el suelo. No se puede aguantar mucho
después de horas de entrenamiento incesante.

No pasó mucho tiempo después del cambio en mi rutina,


que mis desgarros se engancharon y la piel se volvió a
desgarrar. A veces, cuando el dolor es tan intenso, no se
siente la lesión, y eso es exactamente lo que me ocurrió.
Estaba tan concentrada, demasiado centrada en que el
entrenador me explicara algo, cuando hizo una pausa y me
lo señaló. Miré mis manos ensangrentadas cubiertas de tiza
y me encogí de hombros. No había mucho más que pudiera
hacer en ese momento. No podía suplicar clemencia y pedir
que me trasladaran a la viga donde mis manos pudieran
descansar un poco. Aunque estoy segura que eso le habría
encantado.

Y por mucho que odiara admitirlo, el resultado había sido


gratificante. Sabía que había dominado mi rutina cerca del
final, y la leve sonrisa en su rostro lo confirmaba. Estaba
orgulloso de mí, aunque le costaba decir las palabras.
Como todos los hombres del mundo.

Mis manos habían pasado por las etapas del infierno,


desde sentirlas como si las hubiera sumergido en un
montón de hormigas rojas, hasta estar completamente
entumecidas. Me las había arreglado para bloquear el dolor
y para no quejarme, y creo que eso me hizo ganar algunos
puntos en su libro. Al menos esperaba que así fuera.

Estaba segura que el entrenador Kova se alimentaba de


las lágrimas de los jóvenes aspirantes, era lo único que se
me ocurría en ese momento. Era un lunático furioso cuando
quería.

Pero sorprendentemente, también podía ser bastante


tierno...
Todavía podía sentir sus manos sobre mí, el susurro del
aliento que rodaba por mi mejilla, la forma en que su
erección se deslizaba por mi muslo. No podía quitarme la
imagen de la cabeza. Había estado pensando en él desde
nuestra sesión privada y, sorprendentemente, por primera
vez, estaba deseando que llegara otra. Kova se abrió y me
mostró un lado diferente de él, uno del que tenía curiosidad
por saber más. Un lado que lo hacía humano, uno que tenía
corazón.

Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos y


corrí hacia ella. Hayden estaba en el umbral con otra bolsa
de farmacia.

—Sabes, voy a tener que empezar a cobrar una tarifa de


médico interno.

Me reí, dándole la bienvenida.

—Mándame la factura.

—¿Te arrepientes de no haberme escuchado?

—¿Crees que al final habría servido de algo? —Le levanté


las palmas de las manos. Hayden hizo una mueca, negando
con la cabeza.

—Sinceramente, no estoy tan seguro.

Colocó la bolsa de plástico en el mostrador y se acercó a


mí. Tomó una de mis manos entre las suyas y utilizó su
pulgar para palpar mis palmas. Aparte de las ampollas, la
piel se había enrollado y pelado en varios lugares. No
estaban tan mal, eran manejables. Me dolía detrás de los
nudillos, así que eso era lo primero que se desgarraba y lo
que más me dolía.

—Probablemente deberíamos hacer esto en el baño, o


sobre el fregadero de la cocina. Se va a ensuciar.
Mi corazón se desplomó, el miedo explotó a través de mí
de lo que pronto iba a tener lugar. Antes de empezar,
Hayden sacó un pequeño recipiente de acero de su bolsa de
lona.

—Pero primero, vas a necesitar esto.

—¿Qué es?

—Un frasco de vodka.

Fruncí el ceño.

—No puedo beber todo eso. Me pondré enferma.

Le hizo gracia.

—No todo, por supuesto que te pondrás enferma. Solo un


trago o dos para ayudar a quitarte los nervios. ¿Alguna vez
has tomado vodka?

Un temblor me recorrió al recordarlo.

—Sí, una vez con mi mejor amiga, Avery. Digamos que no


me fue bien.

Hayden pasó por mi cocina y miró entre mis armarios


como si fuera algo completamente natural para él.

—Te ves bien —admití, cerrando la boca de golpe.

Hayden miró por encima de su hombro con una sonrisa


cariñosa que me gustaba mucho ver. Llevaba un par de
jeans oscuros y desgastados, amoldados a su trasero y
muslos, y una camisa blanca que acentuaba sus bíceps.
Estaba fornido y tenía mejor aspecto que cualquier otro
chico de su edad.
—Tú tampoco estás mal. —Miré mis pantalones cortos
arremangados y mi camisa de franela con botones. Mi largo
cabello castaño estaba trenzado a un lado con pequeños
mechones que sobresalían y no estaba maquillada. Parecía
preparada para un paseo en heno.

Me acerqué a Hayden y observé cómo servía dos tragos


pequeños.

—Esto no debería pegarte mucho, pero debería ayudarte.

—¿De dónde lo has sacado?

—Lo tomé antes que mi mamá empacara. Ella ni siquiera


se dio cuenta que faltaba.

—¿Por qué lo tomas tú también?

—Para ayudar con lo que te voy a hacer.

—Oh... —Fruncí el ceño.

Me entregó un vaso y preguntó:

—¿Lista?

Respiré profundamente.
—Más lista que nunca. —Entonces chocamos los vasos y
los inclinamos rápidamente. No me gustaba el vodka, ni
ningún otro licor, así que tragué rápido y me encogí,
temblando con fuerza.

—Qué asco. —Puse cara de asco y Hayden se reía—.


¿Bebes a menudo?

Me miró como si fuera tonta.

—No, Aid, ¿cómo podría hacerlo con el entrenamiento?

Me encogí de hombros.
—¡Pues no lo sé! Solo pregunto.
—No, casi nunca. Solo cuando el momento lo requiere.
Adelante, lávate las manos para que podamos empezar. —
Hice lo que Hayden me pidió mientras él rebuscaba entre
sus cosas.

—¿Crees que el entrenador va a ser suave contigo


mañana?

Giré mis maltrechas manos y dije:

—No creo que tenga opción, ¿sabes? Trabajamos en las


barras todo el día...

—Lo sé. Normalmente no hace eso. Uno pensaría que te


está torturando a propósito.

Hice una pausa.

—¿Qué quieres decir?

Hayden se dio la vuelta y se apoyó en la encimera, justo


al lado del fregadero, mientras yo me enjuagaba las manos.
Cruzó los brazos frente a su pecho.

—Llevo años entrenando allí y nunca lo he visto trabajar


un día entero en una prueba, ni presionar a alguien como lo
hace contigo. No me malinterpretes, es un entrenador muy
duro y puede ser un auténtico imbécil cuando quiere, pero
te irrita. Uno pensaría que, ya que tu papá es amigo de él,
sería un poco más suave, ¿sabes?

Pensé en lo que dijo Hayden y pregunté:

—¿Crees que es porque necesito mucho trabajo, más de


lo que él está acostumbrado a entrenar?

Negó con la cabeza, inseguro.

—Realmente no estás tan mal, así que no estoy seguro de


cuál es su problema. Kova quiere la perfección, ser el
mejor, mejor que nadie. Todos podemos apreciarlo porque
es lo que queremos nosotros mismos, pero a veces creo que
presiona demasiado... No sé. Puede hacer que la gente lo
odie fácilmente, eso es seguro. Solo entrena en los rings de
mi equipo, así que solo analizo desde ahí, no paso tanto
tiempo con él como tú.

Me quedé allí, aturdida. Lo único que se me ocurrió fue:


—Debe odiarme de verdad.

Hayden se rio.

—No te odia. ¿Ya te ha puesto una dieta especial?


Lo miré con cansancio.

—¿No? ¿Necesito estar en una?


—No, pero sus dietas son ridículas y todos juramos que
cuando llega al nivel de dieta, significa que te desprecia en
secreto. O eso creemos todos. No llegues a ese nivel. Solo
ha sido así con algunas y déjame decirte que no fue bonito.
Hayden me estaba dando ansiedad.

—¿Qué quieres decir?


—Él sigue esta dieta loca relacionada con el estilo paleo
que solo te permite consumir menos de mil calorías al día.
Con nuestros entrenamientos y las calorías y la grasa que
quemamos, sabes que necesitamos más que eso, si no, no
es saludable.
No, no lo es.
—Bueno, no puede ser mucho peor que la dieta que me
ha impuesto mi mamá, así que seguro que estaría bien. —
Hice una pausa—. ¿Con quién ha estado así?
—Con Reagan y algunos otros que ya no están aquí.
Se me cayó la mandíbula.

—Estás bromeando.
Negó con la cabeza.
—Ojalá lo hiciera.

—Pero Reagan es tan buena.


—Ahora es su gimnasta de oro. Solo tuvo que construirla
hasta su nivel de perfección. —Me miró con las cejas
levantadas—. Y así fueron las demás. Algunas pasaron a
competir en universidades de primera división, algunas
incluso fueron al campo de entrenamiento de los nacionales
en Texas. Te digo que es un cabrón malvado, pero consigue
resultados. No te rindas ni te lo tomes a pecho.

Exhalé, soltando un suspiro de envidia por esta noticia de


Reagan. Él sabía que mi mamá me tenía en una dieta en la
que me entregaban las comidas, así que tal vez ya estaba
en ese nivel ya que no le quedaba nada por hacer.

Sintiendo que el vodka corría un poco por mis venas, dije:


—Acabemos con esto.

Hayden y yo nos dirigimos a mi baño. Encendió las luces


y colocó todo en la encimera, sacando la piedra pómez, las
agujas, un mechero y el agua oxigenada. Gemí cuando
esterilizó la aguja y quise llorar al ver la botella marrón.
Llenó el fregadero con agua caliente y puse las manos en
remojo durante unos minutos para ablandarlas. Además de
los desgarros, también tenía callos en el dorso de los dedos
y en el centro de las palmas, que ahora estaban levantados
y blancos, fáciles de encontrar debido al remojo.
Hayden tomó una de mis manos entre las suyas y me
miró a los ojos antes de recortar la piel muerta. Luego tomó
un cuchillo de mantequilla sin filo, lo colocó en un ángulo
de noventa grados y raspó muy suavemente los callos.
Pequeñas escamas blancas se acumularon en mis palmas.
Esta parte no me había dolido, pero mi corazón empezó a
palpitar y el pánico me golpeó. No quería dar el siguiente
paso. Me temblaban las rodillas y pensé que me pondría
enferma. Con tanto miedo, tal vez otro trago de vodka
hubiera ayudado.

—No quiero hacerte daño, Adrianna.


Asentí y me acerqué a él. Con la piedra pómez en una
mano, la sostuvo por encima de mi palma y me agarró la
muñeca con fuerza para que no pudiera apartarme.
—Solo voy a limar los callos y a frotar alrededor de los
desgarros. —Con los labios apretados, asentí—. Cierra los
ojos.
En el momento en que la piedra golpeó mi mano, mis
dedos se retrajeron y se curvaron. Hayden me abrió la
mano con fuerza. Frotó cada dedo, limando las callosidades
y luego palpando la suavidad. No me dolió, pero tampoco
me sentí bien. Pasó a la palma de la mano y utilizó la piedra
para la piel áspera que rodea mis desgarros.
Accidentalmente, me cortó una esquina y se disculpó
profusamente. Agarré el brazo de Hayden con la otra mano,
mis uñas se clavaron en él mientras jadeaba con fuerza, y
mis ojos se cerraron cuando empezó a frotar.
El dolor.

El dolor palpitante, pulsante.


El calor me abrasó la palma de la mano y atravesó mi
piel, golpeando los músculos y los nervios mientras se
irradiaba por el dorso de la mano, para repetirse,
continuando en un bucle interminable. Tenía cuidado de no
golpear un desgarro abierto, lo sabía bien, pero lo hizo
unas cuantas veces.
Hayden restregaba de un lado a otro, presionando tan
bruscamente que pensé que me daría en los huesos. Al
instante me entraron náuseas y me preocupó vomitar.
Intenté concentrarme en el aroma de la colonia de Hayden.
La playa. En Avery. Nada ayudó. Me dolía mucho.
—¡Oh, Dios mío! ¡Por favor, detente un minuto! —grité y
saltó. Al abrir los ojos, el lavabo de mi cuarto de baño, de
un blanco impoluto, tenía agua carmesí corriendo hacia el
desagüe y salpicaduras de sangre que moteaban los lados.
Con Hayden presionando hacia abajo, la sangre empujó
automáticamente a través de mis rasgaduras. No podía ver
mi palma, la sangre cubría completamente mi mano.
—Lo siento, no quise gritar en tu oído —jadeé.

—No pasa nada. Solo siento tener que hacerte esto.


Tragué con fuerza, temblando por un dolor tan
insoportable que no podía encontrar palabras. Esto era una
agonía. Las lágrimas se posaron en mis párpados, pero me
negué a dejarlas caer. Después de esto, me aseguraría de
no volver a agarrar mal la barra.

—Aquí —dijo Hayden, viendo mis ojos—. Prueba esto.


Ponte detrás de mí, rodea mi cintura con el otro brazo y
apriétame cuando se ponga mal.

Asentí e hice lo que me sugirió. Si no estuviera tan


consumida por el dolor, me habría dado cuenta de lo
agradable que era estar apretada contra su trasero, o de lo
bien que encajaban nuestros cuerpos.
Mi brazo rodeó su estómago y lo abracé ligeramente,
apoyando mi cabeza en su espalda. Respiré profundamente
y exhalé. Tal vez si me concentraba en su cuerpo, no sería
tan malo.

¿A quién quería engañar? Cuando se incorporó, apreté a


Hayden con tanta fuerza que sentí que sus pies se movían
por mi peso. Apreté, sujetándolo hacia mí mientras hundía
mi cabeza entre sus omóplatos. Utilicé cada gramo de
fuerza que tenía y me aferré a su vida. No me importó que
mis tetas se estrellaran contra su espalda, ni que mis
caderas rodaran contra su culo y se amoldaran a él de
forma un tanto sexual. Los disparos de dolor eran tan
horribles que lo mordí. Me levanté en puntas de pie y hundí
mis dientes en su bíceps. De alguna extraña manera, eso
ayudó.

—Ya casi he terminado con esta mano —dijo por encima


del agua corriendo, ignorando mi mordisco. Me incliné
hacia él cuando colocó mi mano bajo el agua caliente,
retirando la sangre y palpando la piel muerta.
Inconscientemente, lo apreté más fuerte, haciendo girar su
camisa en mi puño, usándolo como fuerza porque sabía lo
que venía después.
Peróxido de hidrógeno.

Cuando oí que el tapón se abría, agarré el estómago de


Hayden con tanta fuerza que sentí que se estremecía
debajo de mí. No quería hacerle daño, pero no creía que
pudiera aguantar mucho más antes de desmayarme.

—¿Cómo van tus sesiones privadas con Kova?


—¿Qué?

Más restregones.
—Piensa en la pregunta, Aid, no en el dolor.
—La pregunta... ¿Cuál era la pregunta?
Su espalda vibró con una risa.

—¿Cómo van tus sesiones privadas?


—Ah, van bien, supongo... —Me costó respirar—. No tan
mal ni tan raro como esperaba.
—¿Supongo que has encontrado algo de lo que hablar?

Agarré su camisa con más fuerza mientras me enjuagaba


la mano.
—Lo hicimos... —No quería entrar en detalles sobre la
conversación que había tenido con Kova. Era privada y
tenía la idea que él no se lo contaba a mucha gente, así que
dije—: Por mucho que aprecie lo que intentas hacer,
Hayden, ahora mismo no puedo pensar con claridad.
—Respira profundamente.
El líquido frío se derramó sobre mi mano e inhalé con
fuerza, echando la cabeza hacia atrás. El dolor al rojo vivo
me atravesó y casi me desmayé. Las lágrimas cubrieron mis
pestañas pero no corrieron por mis mejillas, y apreté los
dientes con tanta fuerza que estaba segura de estar a
segundos de astillar uno.
—Hayden, por favor —le supliqué. Mi mano temblaba
violentamente bajo su agarre. Mis dedos trataron de
enroscarse de nuevo, pero Hayden los mantuvo abiertos
mientras frotaba alrededor de los desgarros.

—Shhh... Está bien. Ya casi hemos terminado —dijo


disculpándose. Hayden volvió a enjuagarme la mano y me
quitó la piel muerta que se le había escapado con el
cortaúñas.
—Creo que necesito otra inyección... O una botella
entera. Que sean dos botellas antes de hacer la otra mano.
Se reía, su espalda vibraba contra mi mejilla.

—Estoy bastante seguro que morirías si te bebes dos


botellas de vodka.
—Me arriesgaré. No puede ser peor que esto.

Cerrando el agua, Hayden se dio la vuelta y yo me alejé


de él. Se me cayó la mandíbula cuando miré mi mano
temblorosa. Parecía carne cruda.
—Tenemos que dejar que se seque al aire antes de
ponerle algo encima durante la noche —me indicó Hayden.

—¿Crees que es una buena idea? ¿Poner cosas encima?


¿No debería cubrirlo durante el día y dejarlo respirar por la
noche? —Me miró como si yo debiera saber la respuesta—.
Nunca he hecho esto antes, Hayden, así que no tengo ni
idea de qué hacer.
Los ojos de Hayden se suavizaron. Con la punta del
pulgar, se limpió una única lágrima.

—No llores —dijo con simpatía. El gesto fue dulce y, por


alguna razón, me hizo llorar aún más. Me tembló la
mandíbula y se me hundió la barbilla en el pecho. Odiaba
esto, este dolor, estas emociones, este deporte. Lo odiaba
todo y deseaba que desapareciera. No había manera que
pudiera volver a pasar por algo así. Si Kova me obligaba a
hacer cualquier tipo de trabajo de barra mañana o en los
próximos días, lo mataría directamente.
Hayden me abrazó. Apoyando mi mano en el pecho, me
incliné hacia él y dejé caer las lágrimas. Al diablo con la
lucha. Este tipo de tortura pondría de rodillas a un hombre
adulto.

El agotamiento me consumió de repente y dejé escapar


un fuerte suspiro.
—Siento haber llorado.
Me frotó la espalda en círculos y sus caderas cayeron
sobre el mostrador para apoyarse.

—¿Quieres saber un secreto?


—Parece que tienes muchos secretos, Hayden.
Se rio.
—La primera vez que tuve desgarros tan graves, mi
mamá tuvo que cuidarlos como yo acabo de hacerlo por ti.
Lloré. Como un puto bebé, lloré y sollocé contra ella con
fuerza y ella tuvo que abrazarme después. Fue vergonzoso
y nunca lo olvidé. Desde entonces, me he asegurado de
hacer todo lo humanamente posible para evitar desgarros a
esta intensidad nunca más. Sé que es inevitable, pero lo
intento y sé que tú también lo harás de aquí en adelante. Te
ayudaré y te enseñaré qué hacer para endurecer un poco
más tu piel. Una vez que tus palmas se curen y te crezca
piel nueva, tendrás que picarlas todos los días. Siento tu
dolor, Adrianna. Lo hago, nena. Y siento haberte causado
más.
Dejé que sus palabras calaran y me relajé un poco en su
cuerpo. Para alguien tan musculoso como él, Hayden era
inesperadamente suave.
Dejó caer un beso amistoso en la parte superior de mi
cabeza y luego dijo:
—Vamos a ocuparnos de tu otra mano. Por suerte para ti,
no está tan mal, así que no debería ser tan doloroso.
La palabra clave es “no debería”.
 
Capítulo 20

Cuando me mudé por primera vez a Cape Coral en marzo,


me preocupaba sentirme un poco sola, aunque estaba
preparada para tener más libertad.

Pero con el entrenamiento, las largas horas y


acostumbrándome a mi nueva vida, no había tenido tiempo
de sentirme realmente sola. Supongo que era algo bueno.
Las semanas pasaron volando y, antes de darme cuenta,
llegó el entrenamiento de verano. Al no haber más clases,
todo era entrenar, entrenar, entrenar cada minuto de cada
día.

Por lo que había oído, los miembros de World Cup y los


entrenadores se reunían cada año y hacían una barbacoa el
4 de julio. Era su forma de reunir al equipo y a los
entrenadores y desahogarse un poco. Este año se celebró
en la impresionante casa de dos plantas de Kova, con vistas
a la costa. Teniendo en cuenta que era de Rusia, me
pareció divertido que fuera el anfitrión de una fiesta que
celebraba la independencia de Estados Unidos.

Con la ayuda del GPS, Alfred me llevó a su casa. Reagan


llegó al mismo tiempo que yo y entramos juntas, sin decir
una palabra salvo para intercambiar saludos antes de
seguir nuestros caminos. Se dirigió hacia los grandes
ventanales que daban al río para ver a otras personas en el
exterior, pero yo sabía que lo primero que tenía que hacer
era saludar al anfitrión. Los modales eran muy importantes
y mi mamá siempre se aseguraba que fuéramos corteses.

La casa de Kova era mucho más grande de lo que había


previsto. Tenía una planta grande y abierta y no estaba
segura de qué camino tomar primero. Por la cantidad de
fiestas que hacíamos en casa, era un hecho que el anfitrión
estaría en la cocina preparando algo, así que hacia allí me
dirigí. Seguí el sonido de voces y agua corriendo y encontré
la cocina. Al acercarme, un sartén cayó al suelo de baldosas
y me sobresalté. Unas voces débiles y silenciosas filtraron
el aire y fruncí el ceño tratando de averiguar a quién
pertenecían. Al doblar la esquina, supe con certeza que una
era la de Kova; la otra, no. Se me apretó el pecho cuando
me di cuenta que había encontrado a Kova y a una
impresionante morena discutiendo. La mandíbula de Kova
se desencajó y luego se recompuso, con los brazos
flexionados a los lados. El rostro de la mujer vaciló cuando
se intercambiaron las amargas palabras bajas de Kova. La
tensión era tan densa entre ellos que resultaba asfixiante.
No pude entender lo que se dijo, ya que estaba en ruso,
pero lo que fuera no podía ser bueno porque ella parecía al
borde de las lágrimas. Kova se giró y tiró con fuerza algo al
fregadero, que rebotó en el acero inoxidable. Apoyó las
manos en la repisa y se inclinó, con los ojos cerrados. La
mujer le puso una mano reconfortante en el hombro solo
para que él se encogiera de hombros. Bajó el rostro y
levantó las manos, murmuró en voz baja y se alejó.
Me alejé rápidamente antes que me vieran, pero me
quedé cerca de la pared preguntándome qué había pasado
entre ellos. Nunca había visto a Kova tan alterado. Claro
que era un imbécil en los entrenamientos, pero verlo fuera
del gimnasio no era algo que esperara. Me imaginé que era
así porque estaba tratando de sacar el vencedor en
nosotros. Tal vez solo era su personalidad.

Necesitaba encontrar algunos amigos con los que hablar


rápidamente solo para darme cuenta que no tenía muchos
aquí.

Suspiré. Todavía me sentía un poco marginada entre el


resto del equipo. Eran agradables, pero en su mayoría eran
reservados y se mantenían al margen. Muy cerrados.
Probablemente debería haber hecho un mayor esfuerzo
para ser amiga de alguien que no fuera Hayden y Holly,
pero no era algo por lo que estuviera presionando. Vine
aquí para entrenar, para ser lo mejor que pudiera ser y
ganar el título de élite. No para ganar Miss Simpatía.

Tratar de ser amiga de Reagan había sido un reto. Yo no


era ninguna competencia para ella, era una atleta increíble
y mucho mejor que yo. Ella lo sabía, y yo también. Así que
no estaba segura de cuál era el problema. Simplemente no
había amistad con ella, estaba sola. A veces me gustaba,
pero la mayor parte del tiempo era frustrante cuando
querías tener una amiga con la que desahogarte y que
entendiera por lo que estabas pasando. Tal vez si hubiera
presionado, no habría estado de pie sola, mirando... no
tenía ni idea de qué demonios estaba mirando. ¿Un
santuario?
Ante mí colgaban medallas y más medallas, fotos
enmarcadas, trofeos, artículos en abundancia. Lo que sea,
estaba aquí. Y todo era sobre Kova. Esto era algo que solo
haría una madre orgullosa, así que me pareció extraño que
un hombre de su talla tuviera su propio salón de la fama en
su casa.

Por otra parte, yo no había logrado lo que Kova, ni


siquiera remotamente, así que supongo que no debería
decir nada. Solo podía esperar. Probablemente yo tendría lo
mismo en mi casa. Diablos, ahora mismo tenía medallas de
competiciones expuestas en mi piso.
Acercándome, mis dedos rozaron una de las medallas de
oro, mi corazón anhelaba una. Solo una. Dios, lo que haría
por tener un día una belleza como ésta. Probablemente
nunca me la quitaría. Bueno, tal vez para dormir y
ducharme, pero eso era todo.
Kova tenía tres medallas de oro y un puñado de plata en
dos olimpiadas, siendo las argollas su mejor especialidad.
Me reí para mis adentros. Probablemente odiaba las de
plata.

—¿Qué es tan gracioso?

Me sobresalté y me llevé la mano al corazón. Miré detrás


de mí y vi a Kova sosteniendo un vaso de cerveza.
—¡Jesús!

Una sonrisa sensual tiró de sus labios carnosos hacia un


lado. Sus ojos se suavizaron y tragué saliva. Una faceta
totalmente diferente de la que había visto antes, cuando
entré en la riña que estaba teniendo. Ahora parecía
relajado, no tenso. La belleza de este hombre estaba en una
liga propia. Era carismático cuando sonreía, y podía sentir
su bondad. Algo raro, y era en momentos como éste cuando
me olvidaba que era mi entrenador.

Kova tenía un aspecto increíble con sus pantalones de


vestir azul marino y su impecable camisa blanca
abotonada. Llevaba las mangas remangadas hasta los
codos y un reloj de plata como una gran esfera adornaba su
muñeca. Su cabello, aunque desordenado, parecía como si
se hubiera pasado los dedos por él para que hiciera juego
con la barba incipiente que cubría su mandíbula. Era la
primera vez que veía a Kova con algo distinto a unos
pantalones cortos en mucho tiempo. La piel de color ámbar,
la nariz perfectamente recta y los ojos de color esmeralda
lo complementaban. Podría haber pasado por un modelo de
Armani con creces.

—No quise asustarte.


—Está bien. Pero voy a necesitar que te pongas un
cascabel en el cuello tanto como que te acerques
sigilosamente a mí.

Kova miró su vaso y agitó el líquido ámbar. Se acercó a


mí y miró a su pared. Olía a canela y tabaco con un toque
de cítricos. Sabía que no era fumador, pero el aroma que
desprendía era seductor y sofisticado. Respiré en silencio
con mis pulmones y lo sentí hasta el fondo.

—¿Qué te pareció tan divertido?

—Ah... —Me volví hacia la pared, con el calor subiendo a


mis mejillas. Parecía que me sonrojaba mucho cuando Kova
estaba cerca. Le eché una mirada furtiva y él asintió,
esperándome—. Estaba admirando tus medallas y me
preguntaba qué pensabas de las de plata.

Entrecerró los ojos con discernimiento y miró su pared,


frunciendo los labios en señal de reflexión. Me fijé en él y
me di cuenta que tenía un profundo arco de cupido,
mientras que yo tenía unos labios carnosos y amplios.

Tal vez Avery tenía razón. Era el entrenador besable.

—Creo que soy muy afortunado por tenerlas, pero


también que he trabajado muy duro y que me las merezco.
Ir a los Juegos Olímpicos es un logro que muy pocos
pueden alcanzar. Ni siquiera la suerte puede llevarte allí.
Es pura determinación, un compromiso inquebrantable con
el deporte y un amor tan profundo por él que dejarías
cualquier cosa para conseguirlo. A veces incluso tu vida y
tu infancia. —Kova dio un sorbo a su cerveza—. Sin
embargo, los verdaderamente entregados dirían que la
gimnasia es su vida, es el aire que respiran, así que en
realidad no estás renunciando a tu vida en absoluto si la
vives a través de la gimnasia, ¿verdad?

Leí el significado subrayado en sus ojos y sentí el tono de


su voz. Renunció a todo en su infancia para alcanzar su
sueño. Su devoción era contagiosa. Mi corazón se disparó y
una sonrisa perezosa se dibujó en mi rostro.

Volví a mirar su muro de medallas y estuve de acuerdo.


Tenía razón en todos los sentidos. La suerte tuvo muy poco
que ver, pero se olvidó de algo más.

—Te olvidaste de la sincronización —dije, mirándolo


directamente a los ojos—. El tiempo lo es todo,
especialmente en la gimnasia.

—¿Sabes qué más no he mencionado? El egoísmo.

Mis cejas se juntaron, sin estar totalmente de acuerdo.

—¿Egoísmo? No diría necesariamente eso.

—Claro que lo es —replicó, acercándose a mí.

—No hay nada malo en ser egoísta —continuó—: La


gimnasia, una vez que alcanzas cierto nivel, se convierte en
toda tu vida y todo el mundo gira a tu alrededor. Todo gira
en torno a que cumplas tus objetivos, a que tú compitas, a
que tú pases horas y horas en un gimnasio luchando por
ser el mejor. Es escalar una cuerda y todo el mundo está
sentado observándote. Hay que dar el ciento por ciento en
este deporte. La gimnasia, en cierto sentido, gira en torno a
ti.

La cuerda. Sonreí ante su analogía con la gimnasia. La


mayoría de la gente decía escalar montañas, pero él
utilizaba la cuerda, ya que parte del acondicionamiento
para muchos atletas era trepar por la cuerda.

—Realmente no lo había pensado así antes. Quiero decir


que, en cierto sentido, tienes razón, pero entonces, ¿no
somos todos egoístas de alguna manera? ¿Por qué un
gimnasta más que otros?
Sacudió la cabeza, en desacuerdo.

—No es lo mismo.

Sabía lo que quería decir, y tenía razón. No era lo mismo.


La mayoría de la gente era egoísta hasta cierto punto. Se
trataba de un impulso personal atrapado en el interior con
el que nadie podía ayudar, excepto una cosa. Un
entrenador que entendiera. La gimnasia era como una
droga. No importaba cuántas veces nos derribaran, cuántas
lesiones sufriéramos, cuántas veces nos dijeran que no
éramos lo suficientemente buenos, que no éramos los
mejores, siempre volvíamos por más. Era una necesidad
que ignoraba a todos los que nos rodeaban hasta que la
llenábamos, sin importar el tiempo que nos llevara. El
impulso de un gimnasta superaba al de todos los demás y
nunca moría.
—Sabes, casi preferiría tener una medalla de bronce que
una de plata —dijo, cambiando de tema.

—¿Y eso por qué?


Kova se encogió de hombros, como si la respuesta fuera
obvia.
—La plata es el primer puesto de los perdedores.

Mis ojos se abrieron de par en par. Nunca me lo había


planteado así cuando había ganado la plata en los
encuentros.

—Quedar en segundo lugar es la peor sensación después


de haberlo dado todo. Hay ganadores y hay perdedores. El
deporte se practica para ganar, eso es todo. Nada más.
Tienes una oportunidad para demostrar tu valía. Una. —
Sacudió la cabeza, sus ojos distantes mientras recordaba el
pasado—. Recuerdo que me sentí totalmente desolado,
como si me hubieran dado un premio de consolación por
todo mi esfuerzo. Estaba en el podio, pensando en lo que
podría haber hecho de otra manera. ¿Me tambaleé? ¿He
dado un paso al desmontar? ¿Doblé las piernas? ¿No tuve
suficiente control en el vuelo? ¿No entrené lo suficiente?
Sabía que debía alegrarme de haber conseguido la plata,
pero no fue suficiente para ganar el oro, y eso me destrozó
el corazón. —Me miró como si intentara recordar qué había
hecho mal—. Puedes perderlo todo por una décima de
deducción. Tan pequeña, pero tan poderosa que puede
hacerte caer de rodillas en un solo segundo. Todo sucede
tan rápido, ¿sabes? Una vez que la llama se enciende, los
Juegos comienzan. Estás ahí, en el momento, viviéndolo,
respirándolo, luchando por tu sueño. Estás en cada evento
durante un periodo tan corto de tiempo hasta que rotas al
siguiente. Una vez que llegas a casa y tienes por fin la
oportunidad de pensar en tu experiencia, tienes que
preguntarte si fue real porque no lo parece. Es como una
película borrosa que quieres afinar y enfocar, pero no
puedes...
Las palabras de Kova se interrumpieron. Me dirigió una
mirada interrogante, como si quisiera una respuesta que yo
no tenía. Sus palabras me hicieron sentir una punzada en el
pecho. Podía oír la vulnerabilidad en su voz, sentir cada
palabra mientras revivía su pasado y trataba de enfrentarse
a él. La sinceridad que se reflejaba en su rostro estaba
llena de significado y emoción, y lo que decía tenía mucho
peso.

Hablaba con el corazón, y yo sentía cada una de sus


palabras.

 
Capítulo 21

Este fue un momento crucial entre nosotros.

Estaba tan cerca que sus palabras recorrieron mi piel,


encendiendo una llama debajo de mí. Volvió a exponer
partes muy personales de su vida y, sin saberlo, abrió una
conexión entre nosotros. Lo sentí, lo vi. Sus ojos se
clavaron en los míos y sus labios se separaron ligeramente,
con una pequeña separación en el centro. El silencio en el
aire provocó una conmoción. Sin decir nada más y con sus
ojos clavados en los míos, levantó una mano y me quitó un
mechón de cabello del hombro, colocándolo detrás de la
oreja. Un escalofrío recorrió mis brazos cuando el dorso de
su mano se demoró, su dedo acarició mi mandíbula con el
toque más ligero posible. Se acercó más a mí y contuve la
respiración cuando sus ojos se fijaron en cada centímetro
de mí. Sus nudillos bailaron por mi cuello hasta mi
clavícula, su calloso dedo índice se deslizó sobre mí como
una suave brisa.
—Apuesto a que tu mamá estaba orgullosa de tus
medallas de plata —dije suavemente.

El rostro de Kova se desplomó y su sonrisa desapareció


junto con su mano. Sus ojos se quedaron en blanco y de
repente me arrepentí de mi comentario.
—Lo estaba. Estaba orgullosa de todo lo que hacía. Era
mi mayor apoyo.

Tragué con fuerza.

—¿Hace cuánto tiempo que falleció?

Kova respiró profundamente y exhaló.


—Hace ocho años —dijo con delicadeza.
Mi corazón se hundió aún más ante la tristeza de su tono.
Instintivamente, mi mano se extendió para consolarlo.
—Lo siento mucho.

Le froté el brazo, con el pulgar haciendo círculos. No fue


una decisión acertada, pero creo que lo hice sobre todo
porque sentía su pérdida con tanta fuerza que quería
calmarlo. Se flexionó bajo mi contacto y sus ojos se
dirigieron a los míos. Dejé caer la mano y me aclaré la
garganta torpemente.
Kova se sacudió.

—¿Fue cáncer? —pregunté con curiosidad.

—Ojalá hubiera sido eso.

¿Desearía que hubiera sido eso?


—¿Qué quieres decir?

Que fuera impreciso no me funcionaba, pero así era Kova.


Siempre tan esquivo. No estaba segura de aprovechar la
oportunidad para hacer más preguntas, así que me quedé
callada y esperé a que ordenara sus ideas.

—Ya que hemos sido sinceros el uno con el otro... Ella era
VIH positivo —susurró en voz baja.

Se me cayó la mandíbula, junto con las tripas. VIH. Me


alegré que aún no hubiéramos comido, de lo contrario, con
todo este revuelo entre mi corazón y mi estómago,
probablemente vomitaría ahora mismo. Aquello era
extremadamente personal y no era para nada lo que
esperaba. Ni un poco.
Espera un momento. Si era VIH positivo, eso
significaría...

Mis ojos se abrieron de golpe, mi cabeza se giró para


mirarlo.

—No tengo el VIH —respondió a mi mirada interrogante


—. Lo contrajo muchos años después que yo naciera. —
Kova suspiró con tristeza, mirando su vaso de cerveza—.
No estaría en esta profesión si fuera así.

Estaba a punto de preguntar cómo había contraído el VIH


cuando entró una mujer, con un aspecto tan radiante y un
perfecto balanceo de sus caderas.

—Te estaba buscando.

Miré hacia la voz cantarina. Era la mujer de antes. Fuera


quien fuera, era la definición de impecable. Un brillo
perfecto en su cabello castaño liso. La piel marfil, los ojos
avellana brillantes y una sonrisa de megavatio
complementaban su cuerpo de supermodelo. No había nada
malo en ella por fuera. Realmente perfecta, desde los dedos
de los pies con manicura francesa hasta la parte superior
de su cabeza castaña.

Kova se aclaró la garganta.

—Me disculpo, malysh, solo estaba explicando mis


medallas a Adrianna y cómo no se tienen por la suerte. —
Kova me miró, tenso—. Adrianna, esta es mi novia, Katja.

Malysh. La llamó malysh como una vez me había llamado


a mí. La sangre se me escurrió del rostro, se me formó un
nudo en la boca del estómago ante el apelativo que usó con
ambas. Sabía que decía que era por error cuando me lo dijo
a mí, pero me molestaba, y no estaba segura de por qué.
Tal vez porque ella era la perfección y yo no. Tal vez era
porque secretamente me gustaba que lo usara conmigo
más de lo que quería admitir, y ahora saber que lo usaba
con ella me daba una ligera envidia. Mis inseguridades que
tanto me costaron superar, gracias a mi mamá, estaban
haciendo acto de presencia y no me gustaba nada.

Ella sonrió y extendió la mano.

Katja miró de nuevo a Kova con una ceja alzada. La


tensión volvía a ser densa entre ellos.

—La parrilla está casi lista. ¿Quieres que te traiga otra


bebida?

—No, gracias.
—¿Qué es eso? —preguntó ella, con las cejas juntas.

—Cerveza.

Ella se apartó como si él hablara otro idioma.

—¿Cerveza? ¿No hay vodka para ti?

Sus ojos avergonzados se dirigieron a mí.

—Estaba pensando que no sería una buena idea poner mi


mitad rusa en exhibición esta noche. —Se rio y alargó la
mano para acariciar la mejilla de Katja, con el pulgar
rodeando su piel inmaculada. Su rostro se inclinó hacia un
lado, con una sonrisa de miel en los labios. Tuve la
sensación que estaban montando un espectáculo después
de lo que había visto.

—Ah, ya veo. Bueno, te necesitamos pronto en la parrilla


y acaban de aparecer más invitados. —Katja depositó un
beso en sus labios, se dio la vuelta y salió.

En silencio, admití con una pizca de celos:


—Katja es muy bonita.

Apretó los labios, su rostro titubeó y sentí curiosidad por


saber por qué.

—Sí, es una mujer muy hermosa.

Mujer. Mientras que yo era un adolescente.


Queriendo cambiar el enfoque, pregunté:

—¿De qué otra nacionalidad eres?

—Creo que ya he soltado bastante por hoy... otra vez. Ya


has oído a Katja, tengo que irme. —Y ahí estaba el Kova con
cara de piedra que yo conocía.

El entrenador Kova estaba de vuelta, ignorando mi


pregunta. Todo lo que hice fue preguntar sobre su herencia
y se cerró. Era, como mucho, lo menos intrusivo de todo lo
que exponía.

Kova se marchó y volvió a caminar en dirección al


comedor y lo seguí, pero los vibrantes colores de una
puesta de sol de Georgia llamaron mi atención y me
arrastraron a una sala justo al lado de donde estaban los
premios.

Al mirar por la ventana, rosas profundos y una gama de


azules cubrían el cielo que se oscurecía detrás de una masa
de agua. Sonreí para mis adentros ante la calidez que
llenaba mi corazón. Me encantaba vivir en Georgia.

Al mirar a mi alrededor, me di cuenta que había entrado


en una oficina. Era similar a la de mi papá, pero más
pequeña. El escritorio estaba colocado frente a la ventana y
una estantería adornaba una pared. Mis ojos se fijaron en
una foto de Katja enmarcada en una estantería.
Me acerqué y la tomé. Llevaba una camisa blanca
abotonada de hombre. Las mangas estaban remangadas,
pero la parte delantera estaba abierta para mostrar el
contorno de sus pechos y su tonificado estómago. Parecía
recién levantada. Llevaba el cabello desordenado hacia un
lado y esbozaba una amplia y juguetona sonrisa mientras
estaba sentada en una cama sin hacer. Parecía la mujer
más feliz del planeta, y no tenía ninguna duda que no lo
era. Solo podía esperar ser tan naturalmente impresionante
como ella algún día.

Al dejarla en su sitio, miré a mi alrededor y me fijé en


otra foto enmarcada, esta vez sobre su escritorio. Curiosa,
me acerqué descaradamente y la tomé. Katja se deslizaba
sensualmente sobre una sábana arrugada, con unos
tacones de aguja negros y unas medias negras de encaje
hasta el muslo, con un conjunto de sujetador y bragas a
juego. Sus delicados dedos apenas rozaban su hermoso
escote mientras su cabello se enroscaba libremente a su
alrededor. Era la fantasía de todo hombre en esta foto. Su
espalda estaba parcialmente apoyada en el lateral de la
cama, y sus pechos, perfectamente redondeados y
regordetes, se levantaban. Y la mirada que dirigió a la
cámara gritaba sexo mientras hacía girar un mechón de
cabello alrededor de su dedo.

La foto era impresionante, impactante.

Apuesto a que Kova le hizo estas fotos. No tenía ni idea


de por qué me escocía eso. No debería haberlo hecho.
Después de todo, era mi entrenador, pero algo en mi
vientre se tensó al pensar que Kova enmarcaba imágenes
provocativas de ella en su oficina. En ese momento, envidié
a Katja. Ella rezumaba confianza y poder. Esto era de buen
gusto, artístico... y me hizo dar cuenta que era algo que
querría que hiciera mi futuro esposo algún día.
—¿Adrianna?

Sorprendida, jadeé, casi dejando caer el marco.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —Kova escupió


cada palabra, con una mano apoyada en las caderas.

—Yo, ah —me quedé sin palabras. Completamente sin


palabras. Mi mandíbula se movía y mis ojos eran enormes
mientras trataba de encontrar palabras.

Mátame ahora.
Kova se acercó lentamente a mí, mirando mis dedos que
se aferraban al marco.
—He visto la puesta de sol mientras volvía y me he
parado a mirarla.
Levantó una ceja y esperó más.

—¿Y?
—Y... vi una foto de Katja. —Joder. Estaba asustada.

—¿Sigue? —Su voz era baja—. ¿Estabas husmeando en mi


oficina? Esta es una foto muy privada, solo para mis ojos.
¿Quién dijo que podías entrar aquí sin permiso?

Me estaba incitando, pero con todo el derecho. Estaba en


su espacio personal.
—No estaba fisgoneando, lo juro. Solo vi la foto en la
estantería. Luego vi ésta en tu escritorio y quise verla.
Miré el marco pegado a mi pecho y lo retiré. Se lo
entregué y me disculpé.

—No quería ser entrometida. Es que nunca había visto


fotos como éstas.
—Fueron un regalo.
Confundida, pregunté:

—¿Qué cosa?
—Las fotos, son fotos de boudoir tomadas por un
fotógrafo local. Katja me las regaló en nuestro segundo
aniversario. Al principio me molestó que dejara que alguien
la fotografiara con casi nada puesto, pero una vez que me
calmé, las fotos me parecieron atractivas.

Esto se estaba volviendo extraño, y no estaba segura de


cómo responder. Una cosa era hablar de su vida y de su
mamá, pero no de Katja y de lo seductoras que eran sus
fotos. Kova miraba con cariño el marco mientras yo
permanecía incómoda a su lado. Sentí que estaba
invadiendo su momento.

—Es realmente hermosa —fue lo único que se me ocurrió


decir.
Unos ojos duros se dirigieron a los míos. Kova se cernió
sobre mí y me miró fijamente. Sus ojos recorrieron mi
rostro y se detuvieron en mis labios. Su mandíbula se
flexionó al exhalar. Llamó mi atención la vena palpitante de
su cuello, que latía tan rápido como mi corazón.

La tensión se arremolinó y el aire se espesó cuando su


mirada se posó en mi pecho. Solo que la tensión no era
como con él y Katja. La sensualidad se tejía a nuestro
alrededor y cambiaba toda la dinámica. Llevaba una
camiseta blanca de cuello redondo con un sujetador push-
up que me dejaba un amplio y flexible escote. No solía
llevar otra ropa que no fuera un leotardo, así que me tomé
un tiempo extra para vestirme, eligiendo cuidadosamente
mi atuendo. Quería estar mejor que todas las demás chicas
juntas.
La habitación se calentó al sentir el peso de su mirada en
cada centímetro de mi piel. No era la primera vez que un
hombre mayor me miraba fijamente, había conocido
algunos hombres que eran colegas de mi papá, pero esto
era diferente.
Todo lo que una mujer podía desear en un hombre, Kova
lo tenía a raudales. El cuerpo perfecto, el rostro perfecto,
un negocio exitoso, impulsado por objetivos. Y no
importaba lo que hiciera, no podía sacarlo de mi mente.
Era alto, moreno y guapo. Y cuanto más me miraba, más
me gustaba... queriendo más de su atención.
Kova dio un pequeño paso hacia mí y mis labios se
separaron. Podía oír cómo mi corazón latía con fuerza en
mis oídos mientras mi pecho se elevaba más rápido con
cada respiración.

—Kova —susurré—. ¿En qué estás pensando?


Tragó saliva y dijo con voz ronca:

—En cosas que no debería.


Se me apretó el estómago, mis bragas se mojaron de
repente por el sonido áspero de su voz, que retumbaba en
un barítono profundo. Haciendo rodar el labio entre los
dientes, me acomodé un mechón de cabello detrás de la
oreja.

—¿Qué quieres decir?


Gimió en voz baja.

—No hagas eso.


—¿Hacer qué?

—Mirarme de la misma manera que yo te estoy mirando.


Mi corazón latía tan fuerte que me preguntaba si él podía
oírlo.

—Te estás sonrojando.


—Sabes, eso solo hace que me sonroje más —susurré.

Un paso más y casi nos tocamos.


—Me gusta cómo tiñe tu piel. —El dorso de su mano rozó
mi mejilla sonrojada—. Sabes, eres igual de hermosa. Si no,
más. Preciosa.
Se me escapó un pequeño jadeo. Mi corazón se aceleró a
mil por hora, mis dedos temblaron. Kova me llamó
preciosa.
Dejando caer su mano, miró el marco de la foto y luego
volvió a mirarme con remordimiento en los ojos.
—Siento haberte hecho desgarrar tanto en las barras
aquel día... Me he sentido fatal desde entonces. —Y luego
se dio la vuelta y salió de su oficina, dejándome sin
palabras.
¿Qué demonios acababa de pasar?

 
Capítulo 22

Una vez que recuperé el aliento, salí de la oficina de Kova


y me dirigí al comedor formal.
La cabeza me daba vueltas y necesitaba un poco de aire
fresco.
Las largas y elegantes cortinas de color carmesí sujetas
por un fajín dorado ofrecían una vista espectacular de la
costa. Me detuve para contemplar la impresionante vista
antes de reunirme con todos afuera. Después de lo que
acababa de ocurrir, necesitaba recuperar la calma y la vista
me ayudó. Había algo en el agua que eliminaba el estrés y
me ayudaba a concentrarme. Cuando crecí, tenía una
impresionante vista del océano Atlántico desde mi
habitación. Cada vez que necesitaba evadirme, que
necesitaba pensar, iba al océano. Nada podía compararse,
pero esto era igual de espectacular. El sol se ponía sobre el
sinuoso canal que estaba envuelto entre pesados árboles.
Una cálida cascada de colores iluminaba el cielo, la más
evanescente puesta de sol digna de ser enmarcada. Era
todo tan grandioso, y para nada lo que esperaba del
hombre que veía todos los días en el gimnasio.

El maldito entrenador Kova. Confuso. Contradictorio.


Agotador... Y quizá un poco pecaminoso. Expulsé una
respiración pesada y decidí que me ocuparía de ese
momento más tarde.

Al salir al exterior, la gente estaba reunida charlando con


los demás. Era el final de la tarde, y con todo el follaje del
patio trasero, afortunadamente no hacía demasiado calor. A
pesar de hacer el esfuerzo de evitarlo, miré a mi alrededor
y mis ojos traidores encontraron automáticamente a Kova.
Estaba de espaldas a mí mientras lo observaba con ojos
intrigados. Mi cabeza se inclinó hacia un lado. Podía oír el
tono de su voz en el aire. Parecía estar inmerso en una
conversación y sus manos se movían con fluidez mientras
hablaba.

Con los hombros ergidos, respiré hondo y me dirigí con


confianza hacia un grupo de chicas para aparentar que
quería participar en su conversación. Aunque, si era
sincera, no tenía ganas de hablar con nadie. Mi mente
estaba en todas partes en este momento y necesitaba a
Avery para hablar. Sonreí amablemente, pero no pude
apartar los ojos de Kova cuando se giró y empezó a
ocuparse de la parrilla. Su novia estaba a su lado,
ayudándole obedientemente. Dio una rápida vuelta a la
carne y cerró la tapa de la parrilla. Dejó los utensilios de
cocina a un lado y rodeó con un brazo cariñoso la parte
baja de la espalda de Katja. Kova tiró de ella, sus caderas
se encontraron y dejó caer un beso en su mejilla. Con todo
el tiempo que pasé trabajando a solas con él, me resultó
obvio que tenía la mandíbula tensa, pero ella sonrió
tímidamente en respuesta y mi corazón dio una pequeña
punzada. Después de lo que presencié al llegar antes, unido
a lo que ocurrió en su oficina, me quedé más desconcertada
que nunca. Empecé a preguntarme si esto significaba que
tenía sentimientos más profundos por mi entrenador. Sabía
que no estaba bien, pero ese sentimiento interior, esa
sensación de inseguridad, la forma en que se me apretaba
el estómago y mi corazón se agitaba, el anhelo decía más
de lo que quería reconocer.

Kova debió sentir mi mirada confusa. Miró por encima de


su hombro y sus ojos esmeralda viajaron hasta los míos.
Algo en mis entrañas me dijo que le sostuviera la mirada.
Su mano apretó la cadera de Katja y la acercó a él. Tragué
con fuerza al verlo y me di cuenta de lo mucho que deseaba
estúpidamente que fuera yo. Con un pequeño movimiento
de cabeza, Kova me dedicó una sonrisa de labios tensos,
claramente destinada solo a mí, y se dio la vuelta.

Afortunadamente, treinta minutos después la comida


estaba colocada en la mesa y las sillas se llenaron
rápidamente. Miré a mi alrededor y vi un asiento vacío
junto a Reagan. Preferiría consumir las comidas
preenvasadas con sabor a corteza de árbol de mi mamá que
sentarme junto a ella.

A mi izquierda, Holly tomó asiento junto a alguien que no


conocía. Me dirigí hacia ella cuando Hayden me llamó por
mi nombre:

—¡Adrianna! Ven a sentarte aquí. —Gemí a través de una


sonrisa falsa. Había sillas abiertas a ambos lados de la de
Kova. Una de ellas obviamente reservada para Katja. Por el
rabillo del ojo, vislumbré el ceño fruncido de Reagan. La
ignoré y me dirigí a Hayden. Me acercó una silla y me
susurró al oído—: Sé lo mucho que prefieres sentarte junto
a Reagan, pero siéntate conmigo.

—Me conoces muy bien —me reí. Hayden, por suerte, se


sentó en el asiento contiguo al de Kova. Era imposible que
me sentara tan cerca de él. Era suficiente así—. La vista es
impresionante. —Siguió mi mirada.

—Al crecer aquí, la vista ya no me produce tanto efecto.


—Se encogió de hombros despreocupadamente—. De este
lado solo hay un montón de canales y ríos, pero la gente los
ama y paga buen dinero por vivir cerca del agua. Apuesto a
que te sientes igual en casa.

Pensé en lo que había dicho.

—Sí, supongo que sí. A nuestras playas viene gente de


todas partes, pero para mí tampoco es ya gran cosa. Ahora
que estoy aquí, sí que echo de menos despertarme con el
sonido del océano, el olor del agua salada, la arena entre
los dedos de los pies. Nunca pensé que lo haría.

Me quedé pensando en Palm Bay y en que extrañaba un


poco mi casa y no me había dado cuenta hasta ahora. Con
la gimnasia constantemente en mi mente, no tenía tiempo
para pensar en nada más. No había hablado con Avery en
más de una semana, excepto por algunos mensajes de texto
aquí y allá.

—Así que, aparte de esta fabulosa vista, la gente viene


aquí principalmente por el Apple Bob.

Miré a Hayden con una ceja arqueada.

—¿Apple bob?

—Sí, ¿no has ido hacer apple bob? Somos famosos por
eso. Todos los años se celebra un festival de otoño y una
gran competición de “apple bobbing”. Viene gente de todas
partes a ver y a participar en los festejos. Somos una
ciudad muy hogareña.

Me quedé mirando el rostro firme de Hayden,


boquiabierta.

—Dime que estás bromeando. —Seguramente nadie


viajaría para hacer un apple bobbing. Finalmente, estalló
en carcajadas, una sonrisa contagiosa se extendió por su
rostro. Me encontré también sonriendo y le di un golpe
juguetón en el brazo. Las sillas vacías crujieron junto a
Hayden. Levanté la vista cuando Kova y Katja sacaron sus
sillas y tomaron asiento. Katja era todo sonrisa, sin ninguna
preocupación en su rostro sereno, mientras que Kova me
miraba intensamente. Sus ojos se oscurecieron y se
desviaron hacia Hayden. Mi sonrisa vaciló al ver cómo lo
miraba.
—Estoy bromeando contigo —dijo Hayden, llamando mi
atención. Miré a Kova una vez más antes de prestar todo mi
interés a Hayden, pero él ya no miraba hacia mí—.
¡Deberías ver tu rostro ahora mismo! No tiene precio.

—Imbécil. Creí que hablabas en serio. —Le di un


puñetazo en el brazo pero sentí el peso de la mirada de
alguien sobre mí. Se me erizó la piel al darme cuenta, pero
me negué a levantar la vista. Sabía quién era. Y llámenme
loca, pero tenía la sospecha que no le gustaba la idea que
Hayden estuviera a mi lado.

—Sé que lo hiciste. —Hizo una pausa—. Sin embargo, en


serio, nadie viene aquí a Apple Bob. Ni siquiera sé si eso
existe aquí. Cape Coral es un gran lugar para un entusiasta
de las actividades al aire libre. Se puede navegar, pescar,
hay muchos lugares para visitar en el agua. Muy parecido a
lo que estás acostumbrada, estoy seguro. No hay
competición de manzanas. No que yo sepa, al menos, —
terminó con una sonrisa.

Antes que pudiera responder, Katja exclamó:

—¡Comamos!

La cena estaba servida y era probablemente la mejor que


había probado en mucho tiempo. Me sentí bien al no
contenerme por una vez y comer lo que quería. Ahora
podía, ya que estaba sola, pero estaba tan acostumbrada a
que mi madre me vigilara o se asegurara que mis comidas
fueran proporcionadas que era un hábito inconsciente en
mí tener cuidado.

Además, no quería ser una de esas chicas “extra cardio”.

Estaban sacando el postre cuando Katja preguntó:


—Adrianna, ¿tus padres te permiten estar aquí sola? Kova
me mencionó que estás sola aquí.

La miré antes de contestar.

—Sí.

—Debo ser honesta, no puedo imaginarme permitir que


mi hija de dieciséis años viva sola, aunque sé que otros lo
hacen y cohabitan entre ellos. ¿Cómo te desenvuelves ya
que no vives con las otras chicas? —Nos había hecho unas
cuantas preguntas a cada una de nosotras, así que sabía
que iba a llegar mi momento.
Le di un sorbo a mi agua y luego respondí:

—Bueno, mis padres han contratado un chófer para


cuando necesite desplazarme. De donde vengo, no es raro
que los adolescentes estén solos a mi edad, o con un
acompañante que no sean los padres. Además, ayuda que el
entrenador sea amigo de mi papá.

—¿El entrenador es amigo de tu papá? —repitió Reagan,


con una mirada de disgusto.

—¿Tienes un chófer? ¿Como uno personal? ¿Cómo no lo


sabía? —preguntó Holly.

—Lo tengo. Ha estado con mi familia desde que era una


niña.

—¿Tu familia? —preguntó Reagan.

Tragué saliva, tratando de averiguar cómo responder a su


afirmación sin revelar demasiado. Por suerte, Kova
intervino.

—Su familia... es acomodada —fue todo lo que dijo. Usó


las manos cuando dijo “acomodada”, como si describiera la
palabra. Las cabezas de todos se volvieron hacia mí. El
calor subió por mi pecho hasta mis mejillas. Me ardían los
oídos por las miradas.

—Mi papá es promotor inmobiliario. Piensa en los Hilton,


pero más pequeño —fue mi explicación.

—Eso está muy bien. ¿Así que puede construirme una


casa algún día? —preguntó Hayden.

Sonreí, agradeciéndole en silencio.

—Posiblemente.

—¿Y cómo se llama tu chófer? —preguntó Holly.


—Se llama Thomas, pero yo lo llamo Alfred.

Sonrió.
—Como Batman.

—Sí —sonreí. Eso aligeró el tema—. Una vez que empiece


a conducir, él no estará aquí. Así que no estoy realmente
sola en sí, ya que él siempre está por aquí... en alguna
parte.
—Debe ser muy solitario no tener a nadie —dijo Reagan,
fingiendo simpatía—. Esa es la única ventaja de vivir en un
piso compartido, nada como tener una mamá cerca en la
que apoyarse. Es realmente la mejor sensación.
Asentí lentamente, fingiendo asimilar sus palabras como
si significaran algo. Si supiera lo feliz que me hacía no
tener a mi mamá cerca.
—Mi papá es un poco fanático del control. No me
permitiría quedarme en un apartamento con alguien que no
conoce, así que vivo en el ático de uno de sus condominios.
Es muy seguro y privado. Me encanta. La vista es increíble
y tengo mucho espacio. Si necesito algo, Thomas me lo
consigue o me lleva. Y como mi papá y Kova son amigos, si
hay algún tipo de emergencia, él siempre está aquí para mí
también. Soy muy afortunada por tener lo que tengo y la
gente que me rodea.
Mis ojos se fijaron en los de Kova. Profundizó la mirada
antes de estar de acuerdo con mi afirmación. Eso la hizo
callar.
 
Capítulo 23

El miedo era una mierda, y en este deporte, podía


paralizarte.
Literalmente.

El miedo desafiaba el valor. Desafiaba a la mente. Una


vez que encontramos el coraje, significaba no mirar atrás.
Perseveraba y desafiaba. Daba fuerza para conquistar los
obstáculos que lo hacían a uno débil.
Las personas con éxito luchaban por lo que querían, por
lo que deseaban en la vida sin importar lo que tuvieran que
enfrentar. La fuerza de voluntad era la clave, y tal vez si
convertía mi miedo en deseo, anularía mi ansiedad. Era la
única manera de escapar de la emoción.

Sabía que tenía que practicar lo que predicaba, pero era


más fácil decirlo que hacerlo. Como lo era todo. Prefería
entrenar una nueva secuencia de volteretas con volteos
frontales, o movimientos de liberación de nivel E y cambios
de barra antes que saltar la barra.
Odiaba la barra. Le temía. Era la prueba en la que más
tenía que trabajar. Temía el trozo de madera de diez
centímetros como si tuviera la capacidad de incapacitarme.
Pero solo yo podía hacerlo.

Un año, cuando era niña, mi papá me sorprendió con una


viga de equilibrio pequeña y baja para Navidad. Mi miedo a
la viga empezó pronto y apenas la usé. Este miedo que creé
en la parte delantera de mi mente fue difícil de romper.
Mantenerse en equilibrio sobre un trozo de madera que
estaba a cuatro pies del suelo no parecía gran cosa, pero
cuando se tienen en cuenta los saltos o los giros mientras
se mantiene el equilibrio sobre las puntas de los dedos de
los pies... no olvidemos las volteretas hacia atrás y los giros
completos con aterrizajes a ciegas en una anchura de diez
centímetros... sí, buena suerte.

Entonces, trata de hacerlo sin sentarte a horcajadas en la


viga y golpearte en la entrepierna y sufrir quemaduras por
la viga. Así es como lo llamé, “quemadura de viga”. Era
como la quemadura de la alfombra, pero de la barra de
equilibrio. Se veía y se sentía igual. Duele como una perra
desde el interior de mis muslos hasta mi entrepierna. Me
había caído tan fuerte en el pasado que realmente sangré.

Fue literalmente como recibir un golpe con un trozo de


madera entre las piernas. Hablando de dolor insoportable.

—Vamos, Adrianna —gimió Kova, mientras me


tambaleaba en la viga después de aterrizar un doble salto
de switch.

Casi sonaba derrotado. De nuevo, salté con un pie, separé


las piernas lo máximo posible y luego las cambié
rápidamente para que la pierna que estaba delante acabara
en la parte de atrás. Una vez que aterricé, di un paso y lo
volví a hacer. Después de aterrizar rápidamente... sin
tambalearme... requería un giro completo.

—¡Tus caderas están inclinadas hacia adelante y por eso


das el paso extra al final! Hazlo de nuevo pero sin el giro —
ordenó Kova, y mi corazón empezó a acelerarse—. ¡Releva
el pie para que estés de puntillas y lleva los hombros hacia
atrás ante de saltar! —Golpeó el dorso de la mano contra la
palma para darle más énfasis a su punto.

Era mi estúpido miedo a caerme, incluso después de años


de práctica.

Entrando en el salto, Kova gritó:


—¡Cuadra tus caderas para que estén centradas sobre la
viga! —Bajé los brazos y lo miré. Estaba lívido, más allá del
punto de enfado y listo para pasar a bullir de furia. Las
chicas del equipo me miraron fijamente y me sentí
avergonzada. Me mordí el labio inferior al ver que su
expresión se volvía más oscura mientras el fuego de sus
ojos me abrasaba la piel.
—¡Te he dicho que te releves primero! Puede que mi
acento sea fuerte, pero sé que entiendes lo que digo. ¿O es
que ya lo has olvidado en el baile? Levanta lentamente el
talón del pie trasero antes de dar el salto. Hazlo de nuevo.
Y con un poco de gracia. Parece que estás saltando en un
trampolín.

Puede que esté buenísimo, y puede que haya querido


lamerlo y abofetearlo al mismo tiempo, pero podía ser un
completo imbécil. Kova murmuró algo en ruso. Hoy estaba
en un estado raro. No tenía ni idea de cuál era su
problema. Ojalá tuviera algún conocimiento del idioma para
saber lo que estaba diciendo.

Volví a saltar, pero me tembló el pulso al aterrizar. Creo


que también doblé las piernas. Estaba dudando de mí
misma y notaba lo desubicada que estaba. Kova me ponía
nerviosa, y sus constantes gritos estaban afectando a mi
rendimiento. Odié el día de hoy. Odiaba la viga. Y maldita
sea, este era uno de esos momentos en los que quería
abandonar por completo.

Si no controlaba mis nervios, podría lesionarme


gravemente.

—Mete las caderas y aprieta el estómago. Tu pecho se


mantendrá arriba y, por lo tanto, tu división será más
amplia. ¿Qué parte de eso no entiendes?

—Lo intento, entrenador.


Se tronó el cuello, girándolo bruscamente de lado a lado.
El sonido me hizo estremecer.

—Si lo estuvieras intentando, lo harías de la manera


correcta. No te esfuerzas lo suficiente.
Apretando los dientes, dije:

—Sí. Lo hago —enunciando cada palabra—. ¿Crees que


me gusta equivocarme y que me grites? —dije en voz alta.
Lo estaba intentando, pero lo estaba haciendo fatal.

Otra gimnasta se detuvo en la viga junto a mí, sus brazos


cayeron lentamente a los lados mientras Kova se quedaba
inmóvil. Sus ojos estaban desorbitados, enormes, y la vena
de su cuello palpitaba notablemente. El miedo me invadió,
que se multiplicó por diez porque podía sentir también el
de mis compañeras. Estaba realmente asustada por mi
entrenador.

Y estaba bastante segura que estaba a punto de


estrangularme.

—Voy a fingir que no he oído eso —dijo, con la voz baja y


controlada.

La flexibilidad nunca ha sido mi fuerte, ni mantener la


boca cerrada aparentemente, por lo que a veces tenía
dificultades con los saltos. Mis piernas no se abrían como
debían. Muchos gimnastas sufrían de inflexibilidad; no era
algo que viniera con la naturaleza del deporte. La gimnasia
construye músculo, lo que a su vez dificulta la flexibilidad.
Era un círculo vicioso para encontrar el equilibrio.
Normalmente, las gimnastas que son buenas en salto y
suelo, a menudo se dan cuenta que la viga no es su punto
fuerte.
La gente asume automáticamente que ser gimnasta
significa ser capaz de girar en un pretzel en cualquier
momento. Es todo lo contrario. Se trata de largas horas de
manipulación del cuerpo en ángulos extraños. Podía
doblarme, voltearme y retorcerme. Pero mis piernas y mi
espalda no se curvaban como lo hacían algunas de estas
chicas. Era antinatural, pero aun así, me esforzaba por
conseguirlo.

—Salta hacia abajo —suspiró, pasando una mano por su


cabello rebelde—. Adrianna, tienes que levantar más esa
pierna. Y deja de sacudirte ahí arriba, pareces una hoja
soplando en un árbol —escupió enfadado—. Toma, hazlo en
la viga baja primero.

Una hoja soplando en un árbol... Lo dejé pasar. Después


de todo, es ruso.
Volví a saltar, abriendo más las piernas, pero esta vez,
cuando volví a mirarlo, parecía desconcertado.

—No creo que estés cuadrando las caderas. —Colocó su


mandíbula en su mano—. No, eso no puede estar bien...
Esto tenía que ser una especie de broma. Yo sabía cómo
cuadrar mis caderas.

—Es eso, o te falta más flexibilidad de la que pensaba, lo


que explicaría por qué tus saltos parecen una mierda —
murmuró para sí mismo. Pasó de gritar con las venas en el
cuello a quedarse callado y reflexionando—. Pero sigues sin
llegar a ese split de ciento ochenta grados. —Me miró
fijamente, con las cejas profundamente inclinadas la una
hacia la otra mientras se frotaba la mandíbula—. Ve a la
sala de baile y haz saltos en split frente al espejo. Estaré
allí en breve.
Me tragué el nudo en la garganta y asentí, dirigiéndome
a la sala de baile. Había un trozo de cinta blanca largo en
perpendicular al espejo. Me coloqué sobre ella y empecé a
dar saltos en diagonal, asegurándome de aterrizar en la
viga de equilibrio modificada. Observé mi cuerpo con
atención. Mis caderas parecían cuadradas, pero Kova tenía
razón. No parecía que estuviera haciendo el split hasta el
final.

No estaba segura de cuánto tiempo había estado en la


sala de baile ni de cuántos saltos split había completado
cuando entró Kova. Estudió mis saltos con ojos críticos. No
hice preguntas y no paré hasta que sentí las piernas como
si fueran de goma. Kova se pavoneó hacia mí. Puso sus
manos sobre mis hombros y me miró a los ojos, irradiando
confianza en mí.

—Concéntrate. Respira profundamente y exhala. —Hizo


una pausa— Una respiración tranquila y controlada, Ria.
Como te he enseñado. —Sus palmas calentaron mis
hombros mientras los masajeaba para aflojarme.

—Hombros atrás. —Empujó mis hombros hacia atrás, lo


que hizo que mi pecho se adelantara—. Pecho fuera. —Bajó
la barbilla en señal de aprobación—. Así. —Me agarró por
los lados de la mandíbula y dijo—: Barbilla arriba.

Asentí. Antes que pudiera volver a mirarme al espejo, sus


nudillos se deslizaron por debajo de mi mandíbula y
bailaron por mi garganta de forma seductora. Un escalofrío
me recorrió los brazos y sus ojos se oscurecieron.
—Perfecto. —Dejó caer sus manos y me di la vuelta para
prepararme para otro salto. Kova se acercó por detrás de
mí y repitió los movimientos, sin apartar sus ojos de los
míos. Estaba tan cerca que su ropa me rozaba la piel tibia.
Una vez que estuve de pie como él quería, colocó sus
manos en mis caderas, las puntas de sus dedos abrasando
la línea de mi braga mientras presionaba más
profundamente para asegurarse que mis caderas estaban
cuadradas. Su cercanía hizo que mi corazón golpeara con
fuerza contra mi pecho. Nunca había sido tan atrevido, ni
tan frontal, y la verdad es que lo agradecí.

—¿Ves cómo estás de pie? Así es como te preparas antes


de saltar. —Su respiración se aceleró. Las puntas de sus
dedos se curvaron hacia abajo y rozaron mi trasero,
peligrosamente bajo. Se me puso la piel de gallina de
inmediato y estaba segura que él la sentía mientras sus
manos permanecían evocadoras, provocando una oleada de
humedad en mí. Un gemido grave y profundo resonó en su
garganta, pero lo oí antes que se apartara. Kova me hizo
una leve inclinación de cabeza y me obligué a controlar mi
acelerado corazón. Ejecuté un salto dividido, que acabó
pareciendo mucho mejor esta vez.

—Precioso —dijo en voz baja, mirándome a los ojos a


través del espejo. Me resultó muy difícil no sonreír por su
aprobación—. Otra vez. —Con un movimiento de cabeza,
me ordenó que realizara la destreza varias veces. Mis
piernas se separaron más alto, con más gracia, pero lo más
importante, correctamente.
A estas alturas, me quedé sin aliento por haberlas hecho
repetidamente. Esperé su siguiente orden con los muslos
ardiendo mientras me balanceaba sobre las puntas de los
pies. Su cara de póker, increíblemente atractiva, era difícil
de leer.
—Vuelve a la viga.

Una vez de vuelta, me puse de pie y me dirigí a la viga.


La agarré entre las manos y salté, sintiendo el roce de mis
muslos contra el ante antes de ponerme en pie. Realicé
alrededor de una docena de saltos divididos a la perfección
antes de seguir adelante. Kova parecía satisfecho conmigo.
Golpeé la viga con la punta del pie y luego di un paso hacia
el salto. Aterricé, ligeramente tembloroso y lo salvé, pero
sabía que el entrenador lo había visto. No perdió el tiempo.
Sus ojos se estrecharon hasta convertirse en ranuras y
sentí que subían por mi cuerpo hasta encontrarse con mis
ojos. Exhalé una respiración baja y constante y esperé lo
que tenía que decir.
—Adrianna, deberías ser capaz de aterrizar tu salto en la
viga si puedes hacerlo en la cinta blanca. Hazlo bien.
Parpadeé, sintiéndome repentinamente mareada. Hacía
horas que no comía. Mi almuerzo había sido ligero, no
quería hacer ejercicio con la barriga llena. Y como estaba
en el gimnasio durante horas, la mitad del tiempo me moría
de hambre. Sin embargo, después de terminar la barra,
pensaba comer mi barra de proteínas para aguantar hasta
que terminara el entrenamiento.
Quería impresionar a mi entrenador y demostrarle que
era digna de estar aquí, pero con él montado en mi espalda
por un estúpido salto, junto con mi hambre carcomida, me
estaba estresando mucho.

—Mientras sea joven, Adrianna. —Aplaudió dos veces.


Volvimos a Adrianna—. Muévete. Diez más.
Tragué saliva y completé el salto once veces más en lugar
de diez. Mis piernas eran de goma y empecé a sentir
náuseas. Estaba entrenando con el estómago vacío y con un
entrenador ladrando en mi oído.

En uno de los saltos, bajé con las piernas temblorosas.


Mis brazos y piernas salieron un poco hacia los lados para
equilibrarme. Intenté hacer una pose para disimularlo, pero
cualquier entrenador con ojo clínico lo detectaría
enseguida.

No estaba segura de por qué intentaba ocultarlo ante


Kova.
—Bloquea la pierna, Adrianna —gritó, sus ojos me
perforaban la cabeza.
El entrenador bajó la cabeza. Se pasó una mano por el
cabello y se tiró del cuero cabelludo. Levantando la cabeza,
se volvió hacia los barrotes y gritó:
—¡Reagan! Ven aquí. Ahora.

Genial. Mi mayor fanática venía a darme una lección.


—Sí, entrenador —dijo con voz melodiosa. Me dieron
ganas de vomitar.

—Sube ahí y enséñale a Adrianna cómo se hace un salto


de switch.

Sonrió y dijo:
—No hay problema, entrenador.

Esperaba que se cayera.


Sobre su rostro.
 
Capítulo 24

Volviéndose hacia mí, de espaldas a Kova, una pequeña


sonrisa de complicidad se dibujó en su cara. No pude evitar
las ganas de abofetearla por eso. No era una persona
agresiva, pero ella sabía cómo meterse en mi piel como
nadie.

Reagan saltó a la viga y, naturalmente, dio un salto


perfecto. Por supuesto que lo hizo. La barra de equilibrio
era su prueba favorita, en la que destacaba. Aunque a
veces no podía soportar mirarla, realmente tenía habilidad.
Kova bajó la barbilla en señal de aprobación antes de
decir:
—Hazlo de nuevo, pero esta vez asegúrate que estás
mirando, Adrianna.
Reagan dio un hermoso salto, como si hubiera nacido
para hacerlo.
—Gracias, Reagan. Puedes volver a las barras.

—Sí, señor. —Bajó de un salto y me miró por encima del


hombro, sonriendo.

Mi paciencia se estaba agotando. Estaba hambrienta,


cansada y tenía en mi equipo a una zorra que ni siquiera
debería importarme y a la que le encantaría verme
fracasar.

—No te caigas, Ana —susurró mientras pasaba


deslizándose, dándome una palmadita en el hombro.

El impulso de sacar el pie y hacerla tropezar, luego


patearle la cara apretada era más fuerte que nunca.
El entrenador me miró expectante. Salté a la viga y me
concentré en el extremo de la misma, pero podía sentir la
mirada ardiente de alguien sobre mí. Me negué a levantar
la vista. Me mordí el interior del labio. No podía estropear
esto, simplemente no podía.

Lo tengo, lo tengo, lo tengo, me canté a mí misma. Lo


tenía.
Sacudiendo mis dedos, exhalé en el salto. Justo cuando
estaba a punto de aterrizar, me di cuenta que mi cuerpo
estaba desequilibrado. Sabía que estaba desequilibrada,
como un instinto visceral, un sexto sentido.

Al mirar hacia abajo para ver la viga, me congelé en el


aire, lo peor que podría hacer una gimnasta. No debería
haber mirado hacia abajo. Debería haber creído más en mí,
haber confiado en mí misma. Al aterrizar, mi pie rozó el
borde de la viga de equilibrio. Intenté desesperadamente
doblar los dedos de los pies alrededor del borde, pero
resbalé y caí rápidamente.
Mi estómago se hundió con mi cuerpo y contuve la
respiración mientras caía en picado sobre la barra de
equilibrio.
Rápidamente dejé caer los brazos en un intento de
agarrarme a la viga para aminorar el impacto de mi
entrepierna contra la madera, pero fue inútil. Mi cuerpo se
tensó, inclinándose hacia un lado; y mi pierna rozó la tela
de gamuza, sintiendo de inmediato la ardiente quemadura.
Mis costillas se estrellaron contra la losa de madera y un
chorro de aire abandonó mis pulmones.

El sonido de una gimnasta a horcajadas sobre la viga


siempre era perceptible. El impacto fue fuerte y, en mi
visión periférica, pude ver cómo se giraban las cabezas,
pero no miré. No podía. Se me cerraron los ojos y estaba
bastante segura que se me había roto un hueso dentro de la
entrepierna por el sonido de la caída. Me agarré a ciegas a
la viga con la otra mano, pero mi cuerpo giró y me
desplomé, cayendo sobre la colchoneta acolchada y en
posición fetal.

La octogésima séptima vez que me subo a la barra. Y


momentos como este me hicieron odiar la gimnasia con
cada fibra de mi cuerpo.

Joder, quería llorar.


Oh, Dios, me dolía tanto. Estaba hecha un ovillo en el
suelo, con los pies acolchados bajo el culo y los brazos
rodeando la cintura. Mi frente se apoyaba en la alfombra
mientras respiraba profundamente preparándome para
levantarme. Se me formaron lágrimas en el fondo de los
ojos, pero me negué a llorar y a aumentar mi vergüenza.

Mientras me arrodillaba intentando reunir fuerzas para


levantarme, una gran mano se posó en mi espalda. El peso
de su cuerpo creó una ligera hendidura en la alfombra.
Kova. Como si no tuviera ya suficiente dolor.

Por supuesto.

—¿Estás bien, Adrianna?

Asentí en silencio.

—Deja que te ayude a levantarte —ofreció mientras su


mano ahuecaba mi bíceps y me levantaba.

—Estoy bien. —Me atraganté tras una falsa bravuconería.

Pero no lo estaba. Tenía los muslos en carne viva, la


entrepierna me dolía y ardía. Me sentía extraña, como si
algo se hubiera movido dentro y se hubiera roto. Sabía que
eso no era posible, pero algo no se sentía bien.
—Muévete —dijo el entrenador—. ¿Necesitas un
descanso?

—No —respondí, y luego alcancé la viga. Me subí,


sintiendo el calor desde el interior de la zona de la
entrepierna hacia afuera y hacia abajo a través de mis
muslos. Me mordí el labio con tanta fuerza que sentí el
sabor de la sangre. Lo conseguí. Sabía que podía hacerlo.
Solo tenía que volver a concentrarme en el movimiento y no
en lo que la gente pensaba y miraba.

Con los hombros hacia atrás y los brazos colocados, me


temblaban las rodillas. El dolor de la caída me tenía los
nervios a flor de piel. Tal vez esto no era una buena idea,
pensé mientras mi corazón latía frenéticamente en mi
pecho. Me sentía mal y sabía que estaba pálida. Estaba
realmente asustada.

La profunda voz de Kova se relajó en la siguiente frase,


casi como si estuviera preocupado por mí.

—Cierra las piernas, Adrianna.


Exhalé y di un paso hacia el salto, pero el miedo se
apoderó de mi corazón antes que pudiera completar la
secuencia.

Resbalé y me caí. Otra vez.


—Jesucristo —murmuró Kova, su voz acercándose a mí.

Solo que esta vez no fue tan grave porque mis costillas no
golpearon la viga. Sin embargo, mi entrepierna se resintió
gravemente del impacto y tuve que comprobarlo en el baño
inmediatamente.

Me temblaba la mandíbula y las lágrimas brotaban de mis


ojos. Me cubrí el rostro y lloré en silencio sobre la alfombra
azul que olía a pies. No podía seguir haciendo esto. Había
terminado, quería ir a casa. Me dolía demasiado.

—Déjame ver —dijo el entrenador, poniéndose en cuclillas


frente a mí mientras me sentaba sosteniendo mi estómago.
Las chicas me miraron fijamente. Las lágrimas frescas
goteaban de mis ojos y él usó su pulgar para limpiarlas.

Los ojos de Kova se encontraron con los míos. Me abrió la


rodilla para ver mejor. Desde la parte superior de mis
rodillas hasta la parte interior de mis muslos, ambas eran
de un rojo intenso y tenían marcas de raspaduras. Kova
siseó.

—Ve a buscar hielo y siéntate encima.

Mantuve la mirada fija en el suelo mientras me dirigía a


la salida, preocupada por si veía sus rostros embobados por
mi mala actuación. Suspiré para mis adentros. Hoy era el
peor día de mi vida y quería acabar con él.

Parecía una aficionada. Nadie se cayó como yo lo hice


hoy. Dos veces.

Antes de ir a la cafetería por hielo, me paré en el baño y


me arranqué el leo. La maldita cosa se me pegó. El dolor
punzante dentro de mi coño era como un cuchillo que me
cortaba lentamente y tuve que comprobarlo. Algo no estaba
bien.

Mirando hacia abajo, había pequeñas gotas rojas de


sangre. Mierda. Y llevaba un leotardo violeta, así que
tendría que ponerme otro antes de volver a salir. O
simplemente ponerme unos pantalones cortos.

Con dos dedos, me moví suavemente y me estremecí de


dolor. Ya tenía el color de una cereza y estaba hinchada, y
sabía, con solo mirar, que iba a tardar una buena semana
en curarse. Y probablemente me dolería orinar.

Me lavé las manos y me dirigí a la cocina. Por suerte, no


había nadie cerca para hablar o preguntarme. Recogí dos
bolsas de hielo y las envolví sin apretar en una toalla de
papel. Coloqué las bolsas en una silla y me senté con
cuidado para que una de ellas me diera en el centro y la
otra en la parte interior de los muslos. Aunque el frío me
quemaba, al mismo tiempo me sentía bien. Me incliné para
encontrar una posición cómoda en la mesa y sostuve mi
peso con los codos y dejé caer la cabeza entre los brazos.
Temblaba por dentro y me enfadaba por lo mal que me
había portado esta tarde.

Mientras me sentaba a solas poniéndome el hielo,


visualicé el salto switch una y otra vez, aterrizando
perfectamente cada vez con elegancia. No tenía sentido
que pudiera estropear algo tan simple como un salto, pero
que aterrizara perfectamente una secuencia de doble salto
de manos hacia atrás. Me imaginé a Kova asintiendo en
señal de aprobación, con su llamativo rostro mirándome
con orgullo. Incluso cuando estaba lívido era precioso.
Cualquiera con ojos estaría de acuerdo conmigo.

Kova era atractivamente molesto. Me presionaba más que


nadie y no podía decidir si eso era bueno o no. Me
preguntaba si había algún motivo para presionarme de la
forma en que lo hacía, aparte de ayudarme a cumplir mi
sueño de ir a las Olimpiadas algún día. No estaba tan mal,
tenía que haber algo más. ¿No podía ver que me esforzaba
por demostrarle que quería estar aquí? Se me hizo un nudo
en el estómago y apreté los ojos, luchando contra las
lágrimas que subían. No se me ocurría nada más para
demostrarle nada de esto.
Tal vez odiaba el suelo que pisaba. Tal vez vio potencial.
Tal vez me metí bajo su piel. Tal vez, de alguna manera
oscura, yo le gustaba. Tal vez no... Pensé en su
despampanante novia y supe que estaba inventando cosas
en mi cabeza. Katja era todo lo contrario a mí. Sus ojos
eran un caleidoscopio de ámbar y peridoto. Tenía una tez
de marfil impecable. Por no hablar de un cuerpo de super
modelo por el que las chicas matarían. No había nada malo
en ella. Era hermosa e inteligente y, para colmo, era
realmente agradable. El paquete perfecto. Cualquier
hombre moriría por estar con ella.

Desde la barbacoa del 4 de julio, Katja había ido al


gimnasio unas cuantas veces. Verlo abrazarla hizo que mi
corazón palpitara. Él enredaba sus dedos entre sus ondas
perfectamente peinadas, la miraba profundamente a los
ojos y acercaba su boca a la suya con pasión. Como si la
necesitara para pasar el resto del día. Cuando se
separaban, la boca de ella estaba hinchada y enrojecida, y
sus ojos brillaban de felicidad. Pero no era solo yo la que
miraba, todo el equipo de chicas también lo hacía con
asombro. Eran la pareja perfecta y todas deseábamos ser
ella.
Entonces recordé que Kova había dicho que yo era igual
de bonita. Preciosa, incluso.

Las vívidas imágenes de sus manos recorriendo mi


cuerpo y no el de Katja me golpearon con fuerza. Desear
ser ella era un error perverso. Gemí, tanto por el dolor de
la caída como por la frustración de mis pensamientos
desviados. Tenía que haber algo malo en mí para pensar en
mi entrenador de esta manera, pero no podía parar. Quería
que me mirara con la misma intensidad que a ella.

Sus labios rozando los míos, sus dedos clavándose en mi


culo, aplastándome contra él. Su polla presionando contra
mi estómago, dura y caliente, sin dejarme mover. Su lengua
deslizándose en mi boca y tomando el control, pero con
pasión y calor como en las películas. Era mucho más
grande que yo. Fuerza bruta y ojos irresistibles.
Me arrancaría la ropa, tiraría de su camisa y sus botones
saldrían volando. No podría apartar sus ojos salvajes de mí.
—¿Cómo estás, Ria?
Mi cabeza se levantó sorprendida y mis labios se
separaron. El entrenador se puso a mi lado y me miró con
ojos inquisitivos mientras esperaba una respuesta. Mierda,
mi respiración se hizo más profunda mientras mis mejillas
se sonrojaban por los pensamientos turbios que tenía.
Empezaba a notar que solo usaba ese apodo cuando
estábamos solos.
Sus ojos se volvieron pesados, las pupilas se dilataron.
Como si supiera lo que había estado pensando. Volví a
sonrojarme, recordando que había dicho que le gustaba el
color rosado de mis mejillas.

Tragué saliva y no dije nada, desviando la mirada hacia


su entrepierna por alguna razón. Con los ojos abiertos
ampliamente, volví a mirar su rostro melancólico.

Dios, ¿qué me pasaba por imaginarme como Katja?


 
Capítulo 25

Sabía dos cosas.

Iba a ir directamente al infierno. Y que estaba tan roja


como una boca de incendios.

—Adrianna.

—Yo, ah... estoy bien —respondí, encontrando mi voz.


Metió las manos en los bolsillos.

—¿Qué tan grave es?


Tragué saliva, preguntándome cuánto debía decirle. Fui
por la verdad:
—Bastante mal. Estaba sangrando un poco por la caída.
Pero ya no. —Después de veinte minutos de ponerle hielo,
el dolor estaba adormecido.

La mandíbula del entrenador se flexionó.


—Sangrando, eh. Y tus muslos —su voz era cargada.

Insegura en este punto, empujé la silla y quité las dos


bolsas de hielo. Mirando hacia abajo, dije:
—Están bastante rojos. Raspados. Tendré una buena
quemadura durante unos días.
En cuclillas, Kova se puso a mi nivel. Puso una mano en el
respaldo de mi silla para estabilizarse, y la otra en mi
muslo. Me estremecí, mis piernas intentaron cerrarse
automáticamente, pero él me detuvo.

—Déjame ver.
Tragué saliva. Aunque no estaba segura de lo que quería
ver, estaba completamente segura que la mancha se vería.
Qué vergüenza.

Mis cejas se arrugaron mientras una sombra se


proyectaba en sus ojos. Su pulgar comenzó a frotar
pequeños y lentos círculos en el interior de mi rodilla. Su
tacto era estimulante y relajante, y no pude evitar
preguntarme si era su forma de disculparse por cómo me
había tratado antes.

—Tus muslos, donde golpeas la viga... déjame ver. —Con


eso, colocó su otra mano en mi rodilla opuesta y empujó
lentamente mis piernas para abrirlas.
El ascenso y descenso de su pecho coincidía con el mío.
Nuestra respiración se hizo más pesada a medida que el
aire se espesaba. Las grandes manos de Kova se movieron
lentamente hacia mis caderas, empujando contra mí y
abriendo más las piernas. Mis caderas se movieron hacia
arriba y mi espalda se arqueó, sacando el pecho.
Se detuvo antes de llegar al vértice de mis muslos, y
quiero decir justo antes. Contuve la respiración y mi
corazón se congeló. La habitación se hizo
significativamente más pequeña. No se atrevería a ir más
lejos, ¿verdad? El deseo recorrió mi cuerpo y no se me
ocurrió ni una sola vez la idea de detenerlo. De hecho,
quería que me tocara donde nunca debería llegar. La faceta
prohibida era posiblemente la ecuación determinante. Sus
palmas y dedos se clavaron en mi carne, acercándome a él.

Empecé a temblar bajo su abrazo y él se lamió


lentamente el labio inferior. Sus ojos no se apartaron de los
míos mientras le hacía saber que estaba bien. Arqueé la
espalda, dejando solo los hombros apoyados en la silla.
Atrás quedaba el frío choque de las bolsas de hielo sobre
las que había estado sentada momentos antes, y en su
lugar había un calor abrasador. Necesidad. Deseo. Algo,
solo que no estaba segura de qué. Kova hizo una pausa y
luego reanudó su recorrido por mis muslos.

—Es una quemadura bastante fuerte. —Sus párpados


bajaron y gimió en el fondo de su garganta—. Te va a doler
durante días, asegúrate de ponerte un bálsamo... —se
interrumpió, concentrándose en el centro de mis piernas.
Su pulgar alivió el ardor que marcaba mi tierna piel. Estaba
tan cerca de mi sexo que empecé a palpitar por su
contacto.

Asentí instintivamente y, sin pensarlo, extendí la mano.


Mis uñas se clavaron en la curva de su bíceps cuando su
pulgar se detuvo. Creó un dolor que necesitaba ser
liberado, una acumulación estaba fluyendo dentro de mí.

Sabía lo que estaba haciendo. Lo que estaba creando


dentro de mí.

Si respiraba, me tocaría en un lugar donde nadie me


había tocado antes.

Y tal vez yo quería eso.

Mis caderas se ondularon cuando el dorso de sus nudillos


recorrió mi muslo, las puntas de sus dedos rozaron un lado
de mi sexo, cerca de la línea de mis pliegues. Un pequeño
jadeo se me escapó de la boca, el pecho me ardía por
contener la respiración. El contacto era tan ligero, tan
tenue, pero lo sentí, y creo que él también lo sabía.

Kova se mantuvo inmóvil, congelado en su sitio, mientras


un pulso palpitante resonaba desde lo más profundo de mi
ser.
Oh, Dios, sentía que estaba a punto de desmoronarme y
quería que lo hiciera de nuevo. Imagínate mi sorpresa
cuando bajó los ojos y su pulgar se acercó cautelosamente
y acarició deliberadamente un lado de mi coño.

No le dije que se detuviera. O que no me tocara. Siempre


me habían enseñado a decir que no a las caricias indebidas,
pero esto no era malo, se sentía bien. Me hizo sentir bien.
No era como si fuera un extraño. Era mi entrenador, un
amigo de mi papá.

Y en el fondo, lo quería.

—Kova. —Su mandíbula se flexionó al oír mi voz


quebrada. Luchó por levantar la cabeza, con los ojos fijos
en un punto. Mis piernas se ensancharon aún más,
señalando que quería que lo hiciera de nuevo, dispuesta a
sentir lo que fuera que se estaba gestando en su interior.
Estaba tan cerca que podía sentirlo. Pasaron los segundos y
el placer disminuyó.

Y entonces, justo cuando pensé que iba a retirarse, su


pulgar se movió una fracción y se deslizó entre mis
pliegues, sobre mi leo, de abajo a arriba en un movimiento
giratorio sobre mi coño.

¡Dulce Jesús!
Instintivamente, mis uñas se clavaron en su piel dorada
mientras sacaba el pecho. Mis pezones se tensaron,
endureciéndose hasta convertirse en pequeñas puntas. Le
di a Kova acceso completo mientras mis caderas se
desenvolvían en la silla, deleitándome con su tacto. Gruñó
por lo bajo cuando me moví contra su mano. Necesitaba
más, lo deseaba. Un millón de pequeñas explosiones
estaban subiendo dentro de mí, aumentando cada vez más.
Quería alcanzar la cima de la felicidad.
Kova presionó con fuerza su pulgar contra mi clítoris y
empujó en círculos, con las puntas de los dedos buscando
la entrada, pero mi leo estaba demasiado apretado. Un
torrente de humedad atravesó la tela, justo debajo de su
pulgar. Kova retumbó en el fondo de su garganta mientras
frotaba la mancha húmeda. Me temblaron las piernas y me
costó todo lo que pude para no gritar por la intensidad del
placer.

—Oh —respiré en voz baja—. Oh... Dios. Se siente tan


bien. —Estaba justo ahí. Todo mi cuerpo se desmoronó,
cosquilleando con el gozo eufórico que me provocó
mientras estallaba. Su pulgar circuló más rápido, mis
caderas rodaron en una ola mientras explotaba frente a él.
Me agarré al lateral de la silla y solté una fuerte
respiración. Mis hombros se relajaron hacia atrás.

Kova respiraba bajo y pesado cuando finalmente encontré


mi voz:

—¿Qué... qué fue eso?

Su mirada sorprendida se dirigió a la mía y se quedó


quieto. Como no dijo nada, volví a preguntar:

—¿Qué ha sido eso?

Quitando su mano de mi sexo, me apretó la rodilla con


fuerza dolorosa. Su mano tembló y la piel de sus nudillos se
tensó. La vena de su brazo bajó en espiral mientras miraba
al suelo, perdido en sus pensamientos.

—Un orgasmo, supongo —se atragantó.

Sacudí la cabeza con vehemencia.

—De ninguna manera. He tenido orgasmos antes y nunca


me han parecido tan increíbles.
Las rodillas de Kova crujieron al ponerse de pie, con su
pelvis directamente frente a mi rostro... junto con una
evidente erección. Tragué saliva y miré hacia él, sus ojos
embriagadores ya estaban fijos en mí. Se acarició a sí
mismo, acariciando su dura longitud. Miré hacia abajo,
hipnotizada al ver cómo rodeaba su grosor con la mano,
moviéndola casi como si intentara empujarla hacia abajo.

Me lamí los labios secos y miré hacia arriba. Kova no


había dejado de mirarme. Se pasó una mano por el cabello
y expulsó un fuerte suspiro. Sus ojos abandonaron por fin
los míos y se dispersaron por la cafetería.

—¿Crees que podrás volver a salir a entrenar? —


preguntó.

Espera... ¿Qué? Quería que entrenara después de ese


orgasmo alucinante que acababa de tener... estaba
locamente loco.

Me aclaré la garganta:

—Sí, primero tengo que cambiarme el leo.

Eso llamó su atención.

—En realidad, vete a casa, Ria. —Su rostro estaba vacío


de cualquier emoción y mi estómago se apretó—. Ya tuviste
suficiente por hoy. —Tosió—. Esa, ah, caída fue mala.

Fruncí el ceño. No quería que me enviara a casa.

—Pero aún me queda medio día de entrenamiento.

—Te doy el resto del día libre.

Me puse de pie para dejar claro mi punto de vista.

—Pero necesito estas horas extra, sabes que necesito


toda la ayuda posible. No quiero ir a casa.
—Adrianna, en este momento no me importa lo que
quieras. He dicho que te vayas a casa, así que vete. Por una
vez, ¿podrías no jodidamente discutir conmigo y
simplemente irte?

Me estremecí y me obligué a contener las lágrimas.


Nunca había utilizado un tono tan amenazante conmigo
desde que empecé a entrenar, ni había maldecido. Al
menos, no que yo recuerde. Su repentina e hiriente mirada
me afectó.

—No, no lo haré.

Murmurando en ruso, me miró fijamente.


—Me aguantaré y me las arreglaré. Es mi problema, no el
tuyo. De todos modos, solo fue una pequeña caída.
Lentamente, miró en mi dirección, como si estuviera
dispuesto a golpearme contra el suelo. Mi corazón latía
dolorosamente contra mis costillas. No estaba segura de
qué había hecho tan mal.
—No quiero ver tu rostro hasta mañana. ¿Me he
explicado bien?
Respirando más profundamente y tirando desde adentro,
empujé hacia atrás. Estaba a punto de estallar, y no en el
buen sentido. El siciliano que hay en mí estaba saliendo.
—No puedes hacer que me vaya a casa por esto. Fue una
caída estúpida, ¡Y a nadie más lo han mandado a casa por
caerse!
Sus ojos se suavizaron.

—Lo has entendido mal. Si no te vas a casa y te


recuperas, mañana va a ser doloroso para ti.
Este hombre me confundía. En un momento estaba
gruñendo y listo para estrangularme, y al siguiente, como
en este mismo momento, estaba preocupado y atento.

Asentí. En realidad, tenía razón.


—No te entiendo.

—No se supone que lo hagas.


Entonces se alejó y salió de la habitación como si no
hubiera pasado nada.

 
Capítulo 26

A veces, cuando terminaba el día y todo el mundo se iba a


casa, me gustaba entrar en el gimnasio a última hora de la
noche para tumbarme en el suelo y mirar al techo,
visualizando mis rutinas una y otra vez.
Mi cuerpo se estremecía y se sacudía mientras me
imaginaba dominando cada destreza y dismount,
complaciendo a mis entrenadores.
Todos los gimnastas tenían acceso al gimnasio con solo
pasar su tarjeta, pero nunca había visto a ninguno aquí las
pocas veces que vine.

En el silencio de la noche, estar rodeada de los aparatos


era liberador y me daba una sensación de seguridad que
me llenaba el alma. Nadie que me gritara o mirara
fijamente y me dijera lo equivocada que estaba. Sin
hombros fríos de mis compañeros de equipo. No hay
miradas de reojo ni sonrisas que hagan tambalear mi
confianza. Solo estaba yo y el gimnasio mientras respiraba
el aire calcáreo.

Al encender una luz, se iluminó sobre las barras


paralelas, dejando el resto del gimnasio en la oscuridad,
que era justo lo que quería. Me gustaba la oscuridad. Era
serena y reconfortante.

Se me había formado un bonito moretón en el pubis. Ya


había tenido caídas en la barra, pero ésta fue
probablemente una de las peores, ya que me había caído de
forma consecutiva. Me puse hielo religiosamente tres
veces, me remojé en un baño y tomé cuatro Motrin para
aliviar la hinchazón. Y casi una semana después, ya estaba
bien.
Caminando hacia el suelo de moqueta azul primavera, me
subí la cremallera del jersey. El frío me llegó a los huesos y
un temblor me recorrió. Sin los cuerpos calefactados que
llenan el gimnasio, en realidad hacía bastante frío aquí
dentro. Una vez en el punto muerto, me tumbé y un
escalofrío me recorrió la columna vertebral.

Pronto llegaría la temporada de competiciones y tenía


que prepararme mentalmente. No estaba segura de en qué
encuentros me pondría Kova, pero como este año era
olímpico, las fechas de la temporada de élite cambiaban.
Me quedaban más o menos cuatro meses, y de diciembre a
junio sería un no parar. Las competiciones eran mucho más
grandes de lo que estaba acostumbrada, compitiendo fuera
del estado, y en contra de nuevos atletas, en su mayoría
más jóvenes que yo y con habilidades más difíciles. La
parte más joven era la que más me preocupaba, aunque ni
en un millón de años lo admitiría ante nadie. Los últimos
meses habían sido un infierno, tanto emocional como
físicamente, y divulgarlo me haría parecer la débil que
sentía que era a veces. Así que lo reprimí y mantuve la
boca cerrada.

Al igual que hice en casa.

Expulsando un profundo suspiro, tuve que encontrar la


confianza y la creencia desde adentro para ganar la
seguridad que necesitaba. Tenía experiencia y madurez
debido a mi edad y educación. Esperaba que eso jugara a
mi favor.

Me puse los auriculares y empecé a escuchar The End de


Kings of Leon. Su profunda voz de barítono junto con el
ritmo, ahogaron las voces negativas de mi cabeza y me
permitieron pensar libremente. Pude olvidar el peso de mi
vida durante un rato sin la presión añadida de nadie. La
música me hablaba y yo la escuchaba.
No sabía cuánto tiempo llevaba allí cuando algo llamó mi
atención. Al girar el cuello hacia un lado, miré hacia la luz
de la puerta y se me cayó el estómago.

El entrenador Kova.
No tenía ni idea de lo que estaba haciendo aquí.
Seguramente, ya tenía suficiente con estar en el gimnasio
todo el día.

Parecía estar en una misión mientras caminaba hacia los


anillos ahora iluminados, decidido y completamente ajeno a
mi presencia.

Gracias a Dios. Probablemente pensó que si reprendía a


los gimnastas lo suficiente no estarían aquí después de las
horas.

Espera, me retracto. Solo me regañó hasta ese punto. Yo


era su saco de boxeo en un mal día.

Se llevó la mano a la nuca, apretó la camiseta gris y se la


sacó por encima de la cabeza. Se deslizó por su espalda
suavemente, como un trozo de seda, y la dejó caer al suelo.
Aspiré mientras se desnudaba bajo la luz apagada. Nunca
lo había visto sin camiseta. Aparte de alguna que otra
voltereta en la que se le levantaba la camiseta y dejaba ver
un poco de su vientre, era toda la piel que había visto de él.

Se quitó los zapatos de deporte, dejándose solo un par de


pantalones cortos de baloncesto negros, y luego se tronó el
cuello, haciéndolo girar en círculos. Extendió los brazos
hacia los lados, balanceándolos salvajemente para
estirarlos. Desde atrás, su espalda dorada era delgada,
afinada a la perfección, los músculos se flexionaban
mientras estiraba su mitad superior. No pude evitar
quedarme quieta y mirarlo con asombro. Su espalda era
una obra de arte. Como él.
Era jodidamente magnífico.

Gemí internamente. Solo yo vería como una maldición


tener un entrenador caliente.

Kova dio un salto y se agarró a los aros. Los músculos


acordonados de sus hombros se tensaron y vi cómo
empezaba a mover las puntas de los pies hacia delante y
hacia atrás mientras se mantenía firme. Arqueando la
espalda y ahuecando el pecho, tenía una gran forma.

Pasó directamente a los giros completos, a las paradas de


manos y a las volteretas, calentando su cuerpo. Se me
desencajó la mandíbula. Manipuló los aros con precisión,
como un campeón. Nunca lo había visto utilizar ningún
aparato en los entrenamientos. Estaba concentrado,
completamente inconsciente que alguien lo estaba
mirando. Y me alegré que no se diera cuenta. Estaba
hipnotizada por el espectáculo que tenía ante mí. Tenía
tanta gracia y belleza envueltas en su cuerpo tonificado
que creo que si supiera que alguien lo estaba mirando se
detendría. Su control era notable a su edad. Treinta y dos
años no era viejo ni mucho menos, pero para un gimnasta si
lo era. Cristo, dieciocho años era más de la colina.

La mayoría de los gimnastas se retiraban alrededor de los


dieciocho años, muy pocos llegaban a los veinte. No por
elección, sino porque sus cuerpos ya no podían soportar el
esfuerzo físico y la exigencia del deporte. Casi siempre,
había una lesión que padecíamos.

Desafiábamos la gravedad en el suelo con pases de


volteretas que te dejaban boquiabierto, corríamos hacia
objetos inmóviles para darles la vuelta, y hacíamos
equilibrios sobre un trozo de madera de 10 centímetros con
giros, pliegues y saltos. Todo eso mientras nos matábamos
la espalda y los pies al aterrizar y desmontar. El impacto
nos sacudía los tobillos y nos subía por la columna
vertebral, haciéndonos estremecer de dolor. Pero
sonreímos y nos enfrentamos a eso y hacemos lo que hemos
nacido para hacer, porque no podríamos imaginar la vida
sin eso. Al igual que Kova estaba haciendo ahora. No podía
dejar de hacerlo.

Kova se puso de pie y extendió lentamente los brazos


hacia los lados, de modo que ahora estaba en una T
invertida, con la espalda mirando hacia mí. Su cuerpo
estaba tenso y firme. Los músculos de los hombros
sobresalían y se afilaban cuando empezó a bajar
lentamente el cuerpo hasta la posición de tabla. Contuve la
respiración mientras lo observaba. La destreza no era fácil
de dominar. Había visto a compañeros de equipo temblar
por la fuerza bruta que se necesitaba para mantener esa
forma. Pero Kova no se movía, no temblaba. Sus brazos
estaban tan firmes como el resto de su cuerpo. No soplaba
como una hoja, como dijo una vez que hacía en la viga. Era
más que notable que mi entrenador todavía pudiera hacer
una destreza de esta capacidad.

Con una precisión y un control increíbles, giraba los


brazos solo una fracción para que quedaran orientados
hacia afuera. Desde sus hombros esculpidos hasta las venas
que serpenteaban alrededor de sus brazos, no vacilaba en
su agarre. Era absolutamente fascinante. Su cuerpo
exudaba fuerza y poder en bruto, y era maravillosamente
cautivador. Extraordinario. Me he esforzado mucho por no
asociar a Kova con otra cosa que no sea mi entrenador de
gimnasia. Pero ver su determinación y su lucha por
convertirme en una mejor gimnasta a diario me obligó a
pensar en él de más formas de las que debería. Y ahora,
con la forma en que transmitía el control sin nadie
alrededor, era difícil verlo solo como mi entrenador.
Una vez en una T de frente, levantó las piernas en
posición de pike. Mi mirada recorrió su sólido pecho,
contemplando su delgado abdomen.

Y me quedé con la boca abierta, con un chorro de aire


caliente rodando por mis labios.

Madre de todos los infiernos.


Había un tatuaje de un aro olímpico bastante grande en
el lado izquierdo de sus costillas. A diferencia de los
coloridos aros por los que era conocido el símbolo, el
tatuaje de cinco anillos de Kova era de color negro sólido. Y
con cada respiración que hacía, el tatuaje se movía como si
flotara sobre su piel.

Dulce Jesús, María y José. Me quedé embobada mirando


su cuerpo, y fue difícil apartar la mirada. El tatuaje y su
colocación eran increíblemente sexys. Aumentaba su factor
de atracción por diez millones, aunque no lo necesitaba.

De repente, comenzó a balancearse con fuerza en


círculos y luego aterrizó con un dismount de espalda. Sus
pies golpearon el suelo, la tiza se levantó en el aire por el
impacto. Se elevó a su altura completa, con los ojos
cerrados y los hombros girados hacia atrás mientras su
pecho se expandía por las profundas respiraciones. El
tatuaje crecía y se encogía con cada respiración. Era casi
imposible apartar los ojos de sus costillas. Mi mirada bajó
por su cintura hasta llegar a sus pantalones cortos, que
eran extremadamente bajos. Tenía esas hendiduras en las
caderas que formaban una V, y Dios mío, se me hizo la boca
agua.

Por un instante, olvidé que era mi entrenador. Me


imaginé a mí misma recorriendo lentamente su estómago,
acariciando sus desgastados músculos, antes de trazar su
tatuaje y explorar su cuerpo. Mis dedos se deslizaban por
sus brazos, recorriendo sus hombros en la oscuridad,
donde nadie podía vernos.

Pasaron diez minutos más mientras observaba en secreto


a Kova como si fuera solo él, un hombre en los aros, y nada
más. No moví ni un músculo, solo observé con asombro...
hasta que mi teléfono empezó a sonar.

Joder. Joder. Joder.


Agarrando mi móvil, silencié a mi mamá y luego volví a
mirar hacia los aros para verlo mirándome fijamente desde
debajo del aparato. Al levantarme, no tuve más remedio
que acercarme.
Kova soltó los aros, movió las manos de un lado a otro y
cruzó los brazos con firmeza frente a su pecho desnudo,
con una postura intimidante mientras se encontraba bajo
los aros. Sus bíceps captaron mi atención y pude sentir su
mirada abrasadora y enojada enfocada en mi rostro.

—Adrianna —dijo recalcando mi nombre.


—Entrenador.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, bajando los


brazos para frotarse las muñecas y luego cruzó las manos
detrás de él, sus pectorales se flexionaron. Recorrí
abiertamente con la mirada la longitud de su magnífico
cuerpo. No había forma de no hacerlo y, sinceramente, no
me importaba que me viera hacerlo.

Me encogí de hombros, acortando la distancia entre


nosotros.
—Necesitaba pensar. A veces me gusta venir aquí cuando
está vacío.
—¿Así que vienes al gimnasio para tumbarte en el suelo?
Se mostró escéptico. Era obvio, pero le dije la verdad. Él
podía decidir qué hacer con eso.
—Lo hago... Me siento libre en la oscuridad, sin nadie
aquí que me juzgué —dije, mirándolo con ojos sinceros.
—¿Pero estás tumbada en el suelo?

Lo solté todo.
—Exactamente. Nadie puede decir que estoy haciendo
algo mal, que mi forma es incorrecta, o que mis piernas no
están cerradas. Cosas estúpidas que ya sé. No tengo miedo
de resbalar en la viga, o de no bloquear lo suficiente en el
salto. No hay nadie que me haga sentir que no soy lo
suficientemente buena, que no soy lo suficientemente
elegante. No hay nadie que odie el suelo que piso aquí
adentro cuando estoy sola. Nadie puede verme en la
oscuridad para señalar mis imperfecciones. Solo estamos el
gimnasio y yo sola, para hacer lo que quiera.
Casi parecía arrepentido por mi admisión.

—¿Y no puedes hacer esto en casa?


Aparté la mirada para ocultar mis emociones.

—No, allí es demasiado tranquilo. Normalmente la


soledad no me molesta y la abrazo. Algunas noches llega a
ser demasiado, así que me escapo y vengo aquí —terminé
en voz baja—. Lo extraño de todo esto es que me siento
más en casa aquí que en cualquier otro lugar. Esta noche,
el silencio en mi condominio era ensordecedor y necesitaba
salir. El gimnasio me habla.

Dio un paso hacia mí para estar a solo unos centímetros.


—No pasa nada. Entiendo por qué estás aquí sola.
Sus ojos se fijaron en los míos y, a través de las luces
apagadas, una sombra cubrió la mitad de su rostro cuando
algo se agitó entre nosotros. Mi corazón tartamudeó,
sintiéndolo, y sabía que él también lo sentía por la mirada
de sus pupilas dilatadas que ocupaban la mayor parte de
sus brillantes ojos. Su mandíbula se tensó, moviéndose de
un lado a otro.
Kova continuó, como si hablara consigo mismo:
—¿Por qué crees que estoy aquí?
 

 
Capítulo 27

El tiempo se detuvo.

—¿Cómo lo haces? —susurré. Dio un pequeño paso hacia


mí y contuve la respiración. Vi cómo sus ojos patinaban por
mi rostro, mis ojos, mi nariz, hasta mis mejillas... donde se
fijaron en mi boca. Estábamos en equilibrio sobre una fina
línea y ambos lo sabíamos.

Mi corazón se aceleró, la sangre en mis venas se calentó


cuando su mirada me golpeó hasta el fondo. Mis labios se
separaron, expulsando un suave aliento. No sabía qué
hacer, qué decir. Kova estaba tan cerca cuando nos
encontramos solos en el gimnasio a oscuras. Pensé en cómo
me tocó el otro día en la cafetería y en la forma en que me
miró. No era nada comparado con la forma en que sus ojos
se clavaban en los míos en este momento en que nadie
podía vernos. Me dejó sin palabras. Ahora podía pasar
cualquier cosa, y eso me intrigaba.

La tensión crepitaba y sabía que él la sentía. No podía


negar la atracción invisible ni la mirada brillante de sus
ojos. Al levantar la mano, el dorso de sus nudillos cubiertos
de tiza rozó el borde de mi mandíbula. Sabía que no debía
hacerlo, y él también sabía que no debía hacerlo, pero
incliné la cabeza hacia su mano, pidiendo más.
Inclinándose, susurró:

—¿Hacer qué?

—¿Cómo te mantienes firme en los aros de la forma en


que lo haces? Me quedé asombrada al verte. Te mueves con
tanta tranquilidad que no pude apartar la vista.

—Control.
El calor de su cuerpo se irradió sobre el mío y sentí su
respuesta en mis labios. Mi corazón latía dolorosamente
contra mis costillas. Kova era tan estimulante como su
tacto. Tenía tantas ganas de alcanzarlo y agarrarlo.

—Control. Poder. Memoria muscular —respondió con voz


ronca, la mirada de sus ojos me penetró—. Tienes que
conocer tu cuerpo por dentro y por fuera. Cuando soltarlo.
Cuando aguantar. Tienes que sentirlo, visualizarlo...
desearlo.

—¿Cómo se sabe cuándo hay que dejarse llevar?

—Tu cuerpo te lo dirá. Escucha a tu cuerpo, Ria. Confía


en él. ¿Qué te está diciendo? —preguntó con una voz
cargada, haciendo que se me pusiera la piel de gallina en
los brazos. Me encantaba que me llamara Ria cuando no
había nadie más cerca.

Mordiéndome el labio inferior, mis ojos se encontraron


lentamente con los suyos mientras agarraba su gruesa
muñeca que ahuecaba mi rostro. Mi otra mano buscó su
cintura y se aferró a ella. No podía contenerme, quería
sentirlo... lo necesitaba. Si él me tocaba a mí, yo podía
tocarlo. Era justo. Al menos ahora tenía una excusa, una
justificación. Pero lo que realmente quería hacer era trazar
el tatuaje de sus costillas.

Mis dedos acariciaron sus tensas caderas, el dorso de mis


nudillos arrastró la cintura de sus pantalones cortos con
mucha delicadeza. Los ojos de Kova se abrieron
ampliamente y respiró agitadamente mientras su estómago
se flexionaba. No se lo esperaba y, la verdad, no sabía de
dónde había sacado el valor para hacerlo. Me acerqué para
continuar mi exploración.
No podía mantener mis manos para mí, no quería
hacerlo. Quería saber cómo era estar presionada contra él,
mi corazón contra el suyo, latiendo al mismo tiempo.

Nuestros pechos casi cerraban la distancia, nuestras


miradas se fijaban, y podía sentir el calor de su piel bajo mi
mano. Un millón de pensamientos pasaban por mi mente.
Cada segundo que pasaba era como una tortura. Su cuerpo
era sólido como la piedra pero suave al tacto. Deslicé mi
mano por sus costillas, mi pulgar finalmente rodeó el
tatuaje.

—Me gusta tu tatuaje —admití—. Me gusta mucho. —Un


lento aliento salió de sus labios y llegó a mi rostro. Un leve
aroma a arándano y vodka.

—Quiero aprender a controlar como tú —susurré.


—Todo a su tiempo.

—Enséñame.

—¿Control?

Asentí, tomando cada centímetro de su pecho.

—Pides demasiado.

Miré a través de mis pestañas, tratando de ocultar mis


emociones. Tenía razón. Pedía algo más que gimnasia y él
lo sabía, pero al mismo tiempo no sabía exactamente lo que
pedía. No tenía ni idea de lo que quería y, lo que es más
importante, no tenía ni idea de qué demonios estábamos
haciendo.
Llevábamos semanas bailando el uno alrededor del otro.
Los toques persistentes, las miradas fijas. La situación se
estaba gestando, se estaba cocinando a fuego lento entre
nosotros.
Con las dos manos temblorosas apoyadas en su pecho
firme, uno de sus pezones endurecidos rozó la base de mi
palma y se contrajo. Su cabeza se inclinó hacia abajo y sus
ojos se clavaron en los míos. Si tan solo fuera un poco más
alta.

—¿Esto es control? —Mi mirada se dirigió a su boca


mientras inclinaba ligeramente la cabeza y me levantaba
hasta las puntas de los pies. Quería besarlo
desesperadamente, sentir sus labios apretados contra los
míos—. ¿Querer probar una nueva destreza sin prepararse
antes? ¿Qué podría estar arriesgando todo?

Estaba puramente encaprichada con él.

Kova alargó la mano y me agarró del brazo por mis


palabras llenas de tentación. Sus dedos se clavaron en mi
bíceps. Vi su control vacilar, y por un momento egoísta,
esperé que se rompiera.

—Eso es exactamente lo que es —dijo en voz baja—.


Querer probar algo con tantas ganas, pero saber que no es
el paso correcto. Al menos no todavía. Saber cuándo dar el
salto y cuándo no. Uno perfecciona su oficio lo mejor que
puede cuando está preparado. También se trata de control
y confianza. Confía más que nada en ti mismo.

—¿Cuándo lo sabré? —susurré.

—Práctica. Práctica. Práctica. Se trata de ser capaz de


ejecutar una rutina impecable. Una sensación que recorra
tu cuerpo. Sabrás cuando sea el momento adecuado.

—¿Y si no lo hago?

Hizo una pausa, su aliento frío golpeó mi rostro.

—La gimnasia es muy parecida a la vida cotidiana. Se


trata de ensayo y error, Ria. Se trata de arriesgarse, ¿no es
así? Se trata de poder. Una guerra mental. Se trata de no
tener miedo de probar algo nuevo aunque te asuste. Si no
saltas, nunca sabrás lo alto que puedes llegar. Se trata de
controlar tu salto una vez que te sueltas, pero sin tener
miedo de cambiar de dirección. Es un riesgo que estás
dispuesto a correr.

—¿Y qué pasa si doy el salto y me resbalo?

Mi corazón se aceleró. Sus manos me sujetaron la


mandíbula, inclinando mi cabeza hacia atrás.

—Entonces te levantas y lo vuelves a intentar.

Por un momento, el tiempo se detuvo. Todo se olvidó,


excepto nosotros dos de pie en el gimnasio vacío.
Estábamos a centímetros de distancia, a una bocanada de
aire de hacer algo que iría en contra de las reglas, y de la
ley. El código de ética. La moral.

Y por alguna razón, nada de eso me importaba.

El pulgar de Kova me recorrió la mandíbula con tanta


suavidad que necesité todo lo que tenía para no
estremecerme. Era como si me estuviera tocando por
debajo de mi carne, calentando mi cuerpo a propósito y
tirando de cada fibra. Su caricia era poderosa.

La mirada de sus hermosos y profundos iris verdes me


dejó al descubierto. No podía apartar mi atención de la
suya. Y la verdad es que no quería hacerlo. Sus ojos eran
hipnóticos. Hechizantes. Seductoramente tentador, y lo
sentí hasta los huesos.

Mi agarre se hizo más fuerte en su piel desnuda. La


palma de su mano me rozó la mejilla y se deslizó hasta la
mandíbula, dejando un rastro de calor a su paso por donde
su cálida mano ahuecaba mi nuca. El corazón me latía con
fuerza y mi respiración se volvía superficial. Quería que se
inclinara y me besara, que apretara sus labios contra los
míos y me besara con fuerza. Solo quería sentir su carne
sobre mí.

Me dolía el cuerpo por ponerme de puntillas, pero no me


atreví a echarme atrás. En cambio, incliné la cabeza,
dándole acceso a mi boca, de la misma manera que le di
acceso a mis caderas. Su mirada se dirigió a mis labios
separados... y luego a mi pecho.

Esperé a ver si lo aceptaba o no.

Kova inhaló profundamente y me acurruqué contra él


como si fuera el aire que respiraba. Sus dedos encontraron
la cremallera de mi chaqueta. Con cuidado, la bajó. Su
mirada volvió a encontrarse con la mía al llegar al final. Los
dedos callosos de Kova se deslizaron por debajo de la tela y
la empujaron por mis hombros hasta que cayó
silenciosamente al suelo. Siseó, con los ojos entrecerrados.
Mirando hacia abajo, llevaba una camiseta blanca, sin
sujetador. Y no se podía confundir el contorno de mis
pechos ni el endurecimiento de mis pezones. Atentamente,
su mano subió y sus nudillos rozaron la parte exterior de
mis pechos, muy lentamente. Nuestras respiraciones se
mezclaron y mi cuerpo buscó su contacto.

Su brazo rodeó la parte baja de mi espalda y me atrajo


tiernamente hacia él. Sí. Era tan grande, tan fuerte y
dominante en su forma de sujetarme. Su larga y dura
longitud se apoyó en mi pelvis y mi cuerpo se fundió con él.
Su erección golpeó mi coño y mis ojos se pusieron en
blanco. Puse la mano en la curva de su cuello y sentí cómo
su fuerza se contraía bajo mis dedos. El hombre era un
pecado andante. Me decía a mí misma que no podía
evitarlo, que necesitaba sentir más de él, hacer que pasara
algo. A veces un poco de autoconvencimiento ayudaba.
Su incipiente barba me rozó la mejilla y su aliento me
hizo sentir un cosquilleo en el cuello. Jadeé y se me apretó
el estómago.

Él hizo su movimiento y yo lo imité.

Algo se movió en mi interior, el despertar de una emoción


me calentó la sangre. Un oscuro deseo dentro de mi vientre
ansiaba salir. Incliné mi mandíbula buscando su boca. No
hacían falta palabras, un simple roce y un suspiro bastarían
para conseguir lo que yo... nosotros... queríamos.
Estábamos tan cerca de cerrar la brecha por completo,
nuestros labios presionados el uno al otro, pero ninguno de
los dos se movió. Probablemente porque quien daba el
primer paso sabía que no debía hacerlo.

Yo quería besar a mi entrenador... Y estaba


completamente segura que él quería besarme a mí.
Era así de sencillo. Solo que en realidad no lo era. A los
dieciséis con treinta y dos años, era cualquier cosa menos
simple.
Lo que sí era, era moralmente incorrecto.

¿Pero quién preguntaba?


—¿Qué estás haciendo, Malysh? —Su aliento me hizo
cosquillas en el cuello. Malysh. Me llamó malysh de nuevo y
casi me derrito.
—Tal vez estoy... —Hice una pausa para lamerme los
labios—. Creo que... no lo sé.
No tenía ni idea de qué demonios estaba haciendo. Lo
único que sabía era que estaba en mi cabeza y no había
vuelta atrás. Nada iba a impedirme avanzar. Quería su boca
en la mía. Quería probar sus labios y sentir su lengua
enredada con la mía. Pero estaba demasiado nerviosa para
dar el paso.
—Deberías practicar el control —susurró, acercándose a
solo un suspiro de mis labios. Su acento ruso era más
fuerte de lo habitual, y me gustó mucho. Su erección se
hizo más dura y me encantaba, que yo la provocará me
encantaba. La tensión era asfixiante y mi pecho ardía por
los rápidos latidos de mi corazón. Deseaba que me besara
de una vez.

—Pero no estás practicando en absoluto.


—Te he pedido que me guíes. Muéstrame el control y lo
practicaré.

—Deberías alejarte.
—¿Debería? O necesito hacerlo.

—Ambas cosas.
—¿Y si no lo hago? Me dijiste que te usara, ¿recuerdas?
Así que aquí estoy, preguntando.

Hizo una pausa, sus labios se curvaron con satisfacción.


—Después de un entrenamiento, mi cuerpo es débil, y mi
control apesta, Ria. Ahora no tengo control. —Y entonces
pegó su boca a la mía.
 

 
Capítulo 28

¡Maldito hombre!
Gemí dentro de él. Sus labios eran firmes y contundentes,
como su personalidad. Mis manos se deslizaron por su
pecho y apreté sus hombros, mis uñas marcando su piel.
Un torrente de calor recorrió mi cuerpo y mis caderas
rodaron hacia las suyas, sintiendo la dureza entre ellas. Por
fin nos estábamos tocando de la forma que ambos
habíamos imaginado en secreto.

Al menos, como yo.


El apretado agarre de mi brazo se desplazó hasta mi
cintura, atrayéndome contra él. Sus dedos enhebraron mi
cabello, sujetando mi cola de caballo floja en su mano. No
dejamos de mover nuestras bocas de un lado a otro. Sus
labios gruesos eran suaves y flexibles, y me obligaban a
someterme a su voluntad. Eran exactamente como me
imaginaba que se sentirían.

Quería más. Mi cuerpo ansiaba más, ver hasta dónde


podíamos llegar.

Con un movimiento de la barbilla, lo agarré por detrás de


la cabeza y lo apreté más hacia mí. Su cabello estaba
húmedo de sudor por el trabajo en los aros. Gimió, mordió
mi labio inferior y presionó su dureza contra mi estómago.
Era muy sexy oírle gemir y me desesperaba volver a
escuchar ese dulce sonido.

Dulce Jesús. Sí... A la mierda la vergüenza por los sonidos


que estaba conteniendo. Gemí en el fondo de mi garganta,
haciendo saber a Kova lo mucho que me gustaba esto.
Estaba caliente, adolorida, y busqué a ciegas algo de lo que
no estaba segura.

Con una inclinación de la cabeza, abrí la boca y tiré


suavemente de su labio inferior con mis dientes. Me aferró
a él con fuerza, sus dedos se clavaron en mí y exhaló en mi
boca. Vacilante, rastreando la línea de sus labios, introduje
mi lengua en el interior. Un suave gemido se me escapó. Su
sabor era tan dulce como un caramelo, y fresco con el
toque de vodka que había olido antes.

Justo cuando me sentía cómoda con él, Kova se puso


rígido. Sorprendentemente, me apartó y se tapó la boca,
pronunciando una retahíla de palabrotas rusas ocultas tras
el dorso de la mano.

El dolor en mis ojos no pudo contenerse por el repentino


dolor que acababa de causar en mi corazón. Mirando hacia
abajo, observé la alfombra.

—Mierda —murmuró, seguido de algo en ruso de nuevo


—. Adrianna, lo siento.

Estaba confundida.

—No pasa nada.

—No, no está bien. No debería haber dejado que esto


ocurriera, que nada ocurriera en realidad. Como el otro día
después que te sentases a horcajadas en la viga. Fue un
error por mi parte. —Su estómago se endurecía hasta
convertirse en granito con cada respiración fuerte que
hacía—. ¿Sabes lo incorrecto que es esto?
Mi cabeza se dirigió a la suya.

—¿Incorrecto? ¿Cómo puede estar mal? No lo entiendo.


Solo fue un beso.
Consternado, me miró con dureza y me estremecí.

—No me mires así.

—¿Así cómo?
—Como si estuvieras dolida, molesta. Me afecta más de lo
que me gustaría admitir.
Haciendo rodar mi labio entre los dientes y soltándolo,
dije:
—Estoy molesta. No es que me hagas daño, ni que me
obligues a hacer algo que no quiero. No veo cómo esto
puede estar tan mal cuando se siente tan bien. —Suspiré
abatida—. No quería parar.

—No estás haciendo esto más fácil. —Entonces se acercó


a mí y aplastó sus labios contra los míos.

Kova me rodeó la espalda con un brazo y me atrajo hacia


él, sus dedos temblaban bajo mi contacto. Era obvio que
luchaba contra lo que no debía hacer. Pero no se podía
negar la forma en que me abrazaba, la forma en que su
pasión y emoción rezumaban en mí. Me deseaba. La dura
longitud que presionaba contra mi estómago era una
prueba.

Nuestras lenguas chocaron, el calor se disparó entre


nosotros. Se envolvieron una a la otra, agarrándose y
luchando, retorciéndose de deseo. Dios mío, el hombre era
un hábil besador y sabía exactamente cómo enredar su
lengua con la mía y tirar de ella, acariciándola
simultáneamente. Mi cuerpo se estremecía en su abrazo.
Este beso era diferente a cualquier otro que hubiera
experimentado en el pasado. Era indómito y salvaje, y me
hacía desear sentir cada centímetro de él.
—Adrianna... —gruñó, contra mi boca antes de volver a
besarme.

—Shhh, estoy practicando el control.

—¿Esto es control? —Se rio entre besos y me di cuenta de


lo mucho que me gustaba su risa.

Respondí buscando de nuevo su lengua y la chupé. Los


dedos de Kova se clavaron en mi espalda antes de rozar mi
culo. Acariciándome, me levantó y mis piernas se cerraron
automáticamente en su espalda.

—Eres tan ligera —dijo cuando casi me estrellé contra él.


Me agarré a sus hombros para apoyarme. Su cuerpo
temblaba mientras me sostenía, luchando por contenerse, y
me encantaba. Me encantaba lo fuerte que era, cómo podía
hacerme cualquier cosa y yo se lo permitía.

Lentamente, Kova se dio la vuelta conmigo en brazos.


Caminó un par de metros y me apretó contra un alto bloque
de observación que nos protegía de la ventana frontal del
gimnasio. La oscuridad nos rodeó y dio paso al acto ilícito.
Se apoyó en mí y la suavidad del bloque me presionó la
espalda. Su erección se tensó entre nosotros, larga y dura,
y su parte posterior se frotó contra mi clítoris. Suspiré, y
sus ojos bajaron al escuchar el débil sonido que se me
escapó.

—Adrianna... —dijo, con una voz gruesa y ronca. Colocó


sus manos en mis caderas y me agarró con fuerza. Hubo
una verdadera lucha por resistir alrededor de sus ojos que
me hizo casi romper el contacto con él. Tenía muchas ganas
de preguntarle en qué estaba pensando mientras buscaba
en mi rostro, con una respiración cada vez más profunda.
Pero el miedo a ser rechazada era grande, así que no lo
hice.
En su lugar, lo acerqué.

—Está bien, nadie puede vernos.

Mi cuerpo hervía de arrebato, y él empezó a mover mis


caderas ridículamente despacio, arriba y abajo. Me salté
las bragas, por lo que las únicas barreras entre nosotros
eran mis capris de yoga finos como el papel y los habituales
pantalones cortos de baloncesto de Kova. Se me pasó por la
cabeza la idea de tener demasiada ropa, pero la fricción era
perfecta mientras él acariciaba su polla contra mí. Giré mis
caderas hacia arriba para sentir la presión contra mi sexo.
Cuando se deslizó aún más sobre mí, se me escapó un
gemido sin aliento:

—Kova... —susurré cuando sus labios tocaron mi cuello,


la sombra de su barba rozó mi piel. Sus caderas se
movieron contra las mías.

—No estás entendiendo nada. Soy tu entrenador, y un


hombre adulto. Debería darte asco. —El dolor de su voz me
dolió en el pecho—. Las chicas de tu edad no miran a los
hombres como yo. Se supone que les gustan los chicos de
las bandas de música o algo así.

Una sonrisa acarició mis labios. Me encogí de hombros.

—En realidad, todo lo contrario.

Colocando mis manos en su nuca, mis dedos enhebraron


su cabello y un estruendo sonó en el fondo de su garganta.
Me estaba poniendo más caliente por momentos. Kova no
rompió su postura y siguió haciendo rodar sus caderas
hacia mí. Mi orgasmo iba en aumento y me pregunté si él
también estaría a punto de tener uno.

—Dios, esto es increíble —grité. Incluso con la escasa


iluminación, podía ver cada músculo rígido desde este
ángulo. Mis dedos recorrieron tímidamente su pecho,
patinando por sus brazos. Mi espalda se inclinó y Kova
siseó.

—Adrianna. —Su tono estaba en desacuerdo consigo


mismo y su cuerpo contradecía sus palabras.

Me di cuenta que le pesaba la conciencia cuando sus


uñas se clavaron en mi piel y su respiración se volvió
agitada. Por muy egoísta que fuera, no me importaba ni le
daba importancia a cómo se sentía. Ni siquiera intenté
ponerle fin. En cambio, abrí las puertas y le di libre acceso
para que hiciera lo que quisiera.

Kova inclinó la cabeza hacia abajo y acercó su boca a la


mía. Me besó con fuerza e inhaló como si tratara de
inspirarme. Mis brazos rodearon su espalda y mis manos lo
acariciaron con fuerza. Continuó como si fuera un hombre
hambriento y necesitado de vitalidad. Mi corazón floreció
dentro de mi pecho y lo amé. Me encantaba que me
deseara.

Rompí el beso.

—Quiero tocarte.

Tragó tan fuerte que su mandíbula se flexionó.

—Supongo que esta noche los dos estamos aprendiendo a


controlarnos —bromeó, sacudiendo la cabeza. Su lengua se
deslizó para lamerse los labios. Quería mirar y sentir cada
centímetro de él, ver cómo respondía a mis dedos, ver el
ascenso y descenso de sus músculos.

—No puedo dejar de besarte —admitió. Kova se inclinó y


tomó mi boca con un gruñido, mordiendo y chupando. Esta
vez, sin embargo, mucho más despacio. Como si me
estuviera saboreando.
Nunca soñé que un beso pudiera ser tan sensual.

La lengua de Kova era peligrosa. No, él era peligroso. Me


sorprendió lo lento que podía besar. Era preciso y seductor.
Y era una tortura erótica. Él sabía cómo poner a una chica
de rodillas con solo el toque de sus labios.

Con un beso así, podía tener todo lo que quisiera.

Gimió en mi boca, mucho más fuerte esta vez, una


vibración que retumbó en mi pecho y le arañé la espalda.
Me hizo sentirme más mujer al saber que podía arrancarle
ese sonido. Su longitud golpeó el punto entre mis muslos y
me derretí, frotándome en él. Que el cielo me ayude ahora.
Un millón de chispas saltaron dentro de mí, la piel se me
puso de gallina cuando el orgasmo recorrió mi cuerpo.

Desbloqueando mis piernas, se deslizaron por sus


caderas para que pudiera ponerme de puntillas. Me mordió
el labio y se lo metió en la boca cuando di un paso para
cerrar las piernas, atrapando su polla firmemente entre mis
muslos. La cintura de sus pantalones cortos se bajó y mis
ojos lucharon por ver mejor. No se podía negar que Kova
estaba duro y era realmente grande. Sus manos subieron
hasta mi nuca, y mi estómago se apretó al ver cómo me
retorcía el cabello y me echaba la cabeza hacia atrás. Gemí
lo suficientemente fuerte como para que me oyera,
haciéndole saber lo increíble que era la sensación. El fuerte
agarre que tenía sobre mí, junto con su grosor, era
increíble. Me estaba haciendo cosas en la cabeza. Mis
caderas rodaron hacia las suyas, necesitando más.
Estábamos a la altura adecuada cuando empezó a frotar mi
carne hinchada con la suya. Jadeé, aferrándome a él,
suplicándole que no se detuviera.

—Oh, joder. Eso te gusta. Dime que no te gusta —suplicó


contra mi boca.
—Sí, justo así. —Y así era. Me encantaba.
Se estaba gestando otro orgasmo, que se disparaba por la
creciente fricción. Mis manos estaban en todas partes
sobre él, ahogándose en las sensaciones que nos rodeaban.
Una mezcla ardiente de calor y deseo me invadió. Seguía
tocando ese punto tan sensible, y si arqueaba mi pelvis
hacia la suya, conseguiría un mejor ángulo.

Dulce Jesús, estaba a punto de arder.


Inhalando su sensual mezcla de canela y cítricos, la mano
de Kova me tomó por la nuca y me guio hacia su pecho.
Noté cómo sus manos permanecían por encima de mis
hombros todo el tiempo, como si tuviera miedo de tocarme
en otro lugar. Dejé caer pequeños besos sobre su carne
caliente, tentada de pasar la lengua por su pezón.
Al mirar su estómago, la cintura de su pantalón corto se
bajó aún más y pude echar un vistazo a sus vellos negros.
No pude resistirme. Con el dedo corazón, tracé
delicadamente su tatuaje, rodeando los aros. Él inhaló y
observó mis dedos. Apoyé las manos en sus abdominales,
palpando cada músculo del abdomen rígido hasta llegar a
sus caderas. Kova se quedó quieto mientras me permitía
explorar su cuerpo. Mis uñas rozaron la hendidura hacia su
ingle, bajando hasta que una suavidad tocó mis nudillos. Su
estómago se flexionó en respuesta.

Kova me agarró rápidamente de la muñeca y me apartó la


mano.
—No, Ria.
 

 
Capítulo 29

Apreté los labios, descontenta con su decisión.

—Adrianna, tenemos que parar. —Lo ignoré, ya que no


estaba de acuerdo, pero él insistió—: Es difícil para mí
controlarme cuando tus manos están en mi cuerpo de esta
manera... —Sus ojos se oscurecieron y se lamió los labios.

—No pares todavía. Quiero... quiero... —Me quedé sin


palabras.
—¿Qué quieres?
Mis dientes se clavaron en el labio inferior y lo miré con
timidez.

—Tener un orgasmo parecido al anterior.


Se le escapó un gruñido bajo:

—Lo que daría por sentirlo de verdad, por sentirte en mi


polla.

¡DULCE JESÚS! ¡MADRE DE TODOS LOS DIOSES!


Acaba de decir eso.

A mí.

Y yo no sabía cómo responder.


El corazón me golpeaba contra las costillas y, a pesar del
calor que tenía, me estremecí por el calor abrasador que
me recorrió la columna vertebral cuando me miró
profundamente a los ojos.

Kova susurró en ruso y cerró los ojos. Me encantaba


cuando hacía eso. Era tan sexy.
—Imagina la presión que se genera entre tus caderas, la
tensión —gimió—. Tu pequeño y húmedo coñito envuelto en
mi polla. Tan apretado...

—Kova —respiré, casi jadeando. Estaba a punto de


estallar. Quién iba a saber que hablar sucio podía ser tan
excitante. Nunca, jamás, nadie me había hablado así.
—Yo... quiero... sí... —No pude encontrar las palabras, así
que dejé que mis acciones hablaran. Volví a clavarle las
uñas, marcando su piel mientras luchaba contra la
tentación. El pobre iba a tener marcas de uñas por todas
partes.

Estaba tan cerca, y creo que él lo sabía. Kova comenzó a


acariciarme, llevándome cada vez más alto. Sus manos se
aferraron a mis caderas, tirando de mí hacia adelante y
luego hacia atrás. Me vino a la cabeza la imagen de tirarlo
al suelo y saltar sobre él. Agarré la parte posterior de sus
bíceps y me estremecí de necesidad. Mi cabeza cayó sobre
su pecho y solté un aliento acalorado contra él.
—Mírame —exigió—. Dime cómo te sientes, necesito
saber que quieres esto.

Levanté la vista y me encontré con su mirada.

—Bien. Demasiado bien —jadeé.

—¿Quieres esto? ¿Te gusta cómo te sientes?

Asentí rápidamente.

—¿Me deseas? —preguntó, presionando contra mi centro


con tanta fuerza que gemí.

Volví a asentir, buscando su boca con la mía.


—Bien. Me gusta que me desees —dijo con una sonrisa
perversa que hacía juego con sus ojos.

Una vez más, mis manos se dirigieron a todas partes


cuando nuestras bocas se unieron. Se dirigieron a su parte
trasera, donde las puntas de los dedos se hundieron en la
cintura de sus bóxer, sintiendo su carne caliente. Quería
empujar más, pero estaba nerviosa. Otro gemido salió de su
boca, y mi pulgar volvió a rozar su pelvis cerca de la ingle.

—Hazlo —me ordenó.

Hacer qué, no estaba segura. Y creo que pudo leer mi


mente cuando me agarró una de las muñecas y la llevó a la
parte delantera de sus pantalones cortos.
—Hazlo —ordenó de nuevo, con la voz ronca—. Tócame.

No había forma de resistirse a su orden. Estaba drogada


con Kova. No podía pensar con claridad, solo que haría
cualquier cosa que me dijera en este momento. Tragando
con fuerza, tracé burlonamente mis uñas a lo largo de sus
pantalones cortos.

—Adentro. Mete la mano dentro de mis pantalones,


malysh, y tócame la polla. Siente lo que me haces. —
Terminó la última frase con orgullo en su voz.

Deslicé mi mano dentro y sentí unos finos y pequeños


vellos rozando en mis dedos mientras me acercaba
tímidamente a él.

—Eso es, sigue —dijo con voz gutural—. Un poco más


lejos. ¿Quieres correrte?

Asentí con entusiasmo, porque, hola, no había otra


respuesta posible.
—Entonces pon tus deditos alrededor de mi polla.
Acaríciala con fuerza. Sabes que quieres hacerlo.

La verdad es que tenía un poco de miedo de seguir. No


por miedo a Kova, sino por el simple hecho que no tenía ni
idea de qué hacer al llegar a su polla. Es decir, mis amigos
hablaban de eso, lo sabía, pero nunca había hecho nada por
mí misma.

—Adelante —me animó.

El deseo de complacer a Kova se apoderó de mí. No


quería mostrar mi inexperiencia, así que hice lo que me
ordenó y rodeé su erección con mi mano. Su piel era suave
como la seda, pero su polla estaba dura como el granito, no
es en absoluto lo que esperaba. Me gustó la suavidad
aterciopelada. Mis dedos se curvaron alrededor de su
punta carnosa y una humedad pegajosa se deslizó por mis
dedos.

—Así... así. Sigue así. —Su voz se quebró, moviendo las


caderas. Sus manos se extendieron por encima de mi
cabeza y agarraron el borde del bloque—. Estoy a punto de
correrme en los pantalones —admitió abiertamente.
Curiosamente, yo también—. Justo ahí —susurró. Se
inclinó, me agarró el culo y enganchó mi rodilla alrededor
de su cadera.

Imaginé lo que creía que le haría sentir bien; lo acaricié


desde la punta hasta la base, girando mi muñeca. De él
salían sonidos inaudibles mezclados con placer. Era...
grueso. Pesado. Grande. Kova devoró mi boca, besándome
con tanta fuerza que estaba segura que sabía a sangre. Su
cuerpo era una ola que se estrellaba contra mí y no pude
evitar preguntarme si era así como tenía sexo. Porque si
era así, bueno, apúntame, joder. Podría tener mi virginidad
cualquier día.
—Usa tu otra mano —su aliento caliente me hizo
cosquillas en el cuello—. Toma mis bolas y juega con ellas.

Deseando complacerlo, metí la mano y el elástico de sus


bóxer se estiró. Sus bolas eran pesadas y firmes, como su
polla. No podía dejar de mirar su cuerpo desde este ángulo,
las líneas definidas de sus músculos y el movimiento de mi
mano. La fuerza bruta que cedía. La sensualidad me
sorprendió, un arrebato de éxtasis me golpeó con fuerza.
Mis manos hicieron que sus bóxer se bajaran y me sentí
necesitada. Quise echar un vistazo rápido a su polla, pero
el deseo abrumador de tener un orgasmo me golpeó con
fuerza. Me moví para inclinarme y poder frotar su longitud,
pero su mano aterrizó en mi coño, golpeando el pequeño
manojo de nervios.

—Oh, Dios mío —grité cuando empezó a frotarme


vigorosamente, mi mano se detuvo un segundo—. Sí... —
ronroneé, con la cabeza inclinada hacia atrás.

Él gruñó.

—Dios. Estás empapada. Fóllame la mano —me frotó en


círculos bruscos. La pierna que me sostenía se debilitó a
medida que mi orgasmo aumentaba. Me esforcé sobre los
dedos de los pies, empujando mis caderas hacia adelante y
hacia atrás mientras lo masturbaba.

—Qué buena chica —dijo cuando usé la humedad que se


filtraba de su cabeza para cubrir su polla. Se movió entre
mis dedos. Me había dado muchos orgasmos en el pasado,
así que supuse que esto le gustaría—. Córrete en mi mano.

No creía que nadie pudiera correrse a petición, pero


estaba segura que iba a intentarlo. Frotó más rápido, más
fuerte, golpeando mi clítoris. Mi respiración se agitó y sentí
que una llama se encendía en mi interior.
Justo cuando estaba a punto de alcanzar la cúspide del
éxtasis y la combustión, un sonido resonó en la distancia y
me congelé. Era delicado y lejano, pero lo había oído.

—¿Kova? —gritó una voz melosa.

Oh, Dios mío. Ambos nos detuvimos instantáneamente. El


corazón se me cayó al estómago y se me cerró la garganta.
Kova se había vuelto fantasmagóricamente blanco.

—Katja —susurró, con los ojos muy abiertos mirándome.


Los tacones repiquetearon contra las baldosas mientras
Kova miraba a su alrededor, posando sus ojos en el pozo de
espuma que había junto a nosotros.

—Salta ahí y escóndete. Espera un poco y luego escápate.


—Asentí frenéticamente. Kova parecía desorientado. Me
besó la frente y luego empujó su polla hacia abajo de sus
bóxer y recuperó rápidamente el control. Me empujó hacia
el pozo donde salté y me escondí. Me agaché para ocultar
cada parte de mi cuerpo. Odiaba el foso. Era genial para
practicar nuevas habilidades de lanzamiento o aterrizajes
en una barra alta, pero olía fatal, probablemente debido a
todos los cuerpos sudorosos que caían aquí a diario.
Además, no era tan fácil salir de tres metros de cuadrados
de espuma azul.

Acomodándome, me entró el pánico cuando escuché la


voz de Kova:

—¿Katja?

—¿Qué haces aquí tan tarde?

—Es mi trabajo estar aquí, Kat —espetó con rabia,


recogiendo su camisa del suelo. Miró a la izquierda y
nuestras miradas se conectaron. Me agaché más—. ¿Aún no
te has dado cuenta? ¿Después de todos estos años, que
necesito estar aquí?

Me estremecí al oír su voz insensible.

—Ya nunca pasas tiempo conmigo —se quejó—. Te echo


de menos.

Kova suspiró y comenzó a alejarse de mí.

—¿Qué quieres de mí? Hago lo mejor que puedo.

—Quiero que pases tiempo conmigo, pero siempre estás


aquí. Sabes que no tengo familia. Me siento sola. —Hizo
una pausa y dijo—: Pensé que íbamos a hablar de nuestro
futuro esta noche. Dijiste que lo haríamos. Preparé la cena
y te esperé, pero nunca apareciste. Ni siquiera llamaste.

Su voz se volvió más distante y se burló:


—Me gustaría que entendieras que habrá días en los que
necesite trabajar hasta tarde, días en los que necesito
hacer ejercicio para aliviar el estrés y la presión de la vida
cotidiana. Yo trabajo para que tú no tengas que hacerlo,
por lo tanto, no hay estrés para ti —dijo con furia—. No te
he oído quejarte de los días que pasas holgazaneando en la
piscina o yendo de compras cuando te apetece.

El corazón me martilleó en el pecho. Pensé en la


discusión que habían tenido en su casa. Jamás habría
imaginado que aún había tensión entre ellos, y ahora tenía
más curiosidad que nunca por saber por qué.

—¿Por qué estoy aquí? He venido a este país por ti, pero
lo único que quieres es pasar cada segundo en el gimnasio.
Esto no es lo que acordamos —gritó—. Mi tiempo se está
acabando.
Kova comenzó a hablar en ruso, con la voz acalorada y
apagada a medida que se alejaban. No pude distinguir el
bajo estruendo entre ellos antes que una puerta se cerrara
de golpe y me estremeciera. Probablemente fue Kova.
Resonó en todo el gimnasio y me quedé sola.
Una vez más dejó mi mente confundida, y ahora mi
cuerpo me dolía por el orgasmo que no me había dado.
Esperé unos buenos cinco minutos antes de salir, buscar mi
sudadera con capucha y marcharme.
 

 
Capítulo 30

Casi una hora después de mi primer beso con Kova,


estaba en casa.
Y todavía estaba dolorida, hinchada y excitada.

Entre el material de mis pantalones y mis pliegues


húmedos y palpitantes, estaba aumentando a cada
segundo. Las ganas de hacerme correr por mi misma eran
fuertes. Había estado tan cerca de la liberación hasta que
Katja apareció, y a juzgar por la pesada respiración de
Kova, diría que él también había estado cerca.
Una vez dentro de mi condominio, no pude llegar a mi
dormitorio lo suficientemente rápido, despojándome de lo
poco que llevaba en el camino. Me subí al centro de la
cama, levanté las rodillas y abrí las piernas. Mi mano se
dirigió inmediatamente a mi sexo. Suspiré mientras
rodeaba lentamente mi clítoris. No recordaba ningún
momento en el que hubiera estado tan desesperada por
correrme. Cuando las visiones de Kova entraron en mi
mente, supe que no tardaría en llegar.

Mi mano se deslizó contra mi coño desnudo, la misma


mano con la que lo toqué a él. Había sido la primera vez
para mí. Pensé en su suave piel bajo mi tacto. Su polla
dura. Sus sucias palabras. “Lo que daría por sentirlo de
verdad, por sentirte en mi polla”. Pequeños gemidos
vibraron en mi garganta mientras la fricción de mis dedos
me llevaba más arriba. Dios, necesitaba correrme. Me
estremecí al recordar la sensación de su boca devorando la
mía. Nuestras lenguas enredándose y los dientes
mordiendo los labios. Me brotaron gotas de sudor en la piel
mientras mi orgasmo aumentaba, alcanzando ese punto de
no retorno.
Rodando sobre mí, presioné mi estómago contra la cama
y comencé a cabalgar sobre mi mano. Pensé en cómo me
había dicho que me follara su mano como yo me estaba
follando la mía ahora mismo. Mis caderas se elevaron en el
aire y me froté más rápido, recordando la forma en que su
polla me acariciaba a través de la ropa. El edredón se
sentía fresco contra mis pezones endurecidos. El peso y la
presión, divinos en mi clítoris, y gemí entre las sábanas.
Deslizando un pequeño dedo dentro de mi coño, entré lo
justo y me balanceé hacia adelante y hacia atrás, creando
una tormenta de placer que estaba a pocos segundos de
estallar de mí. “Tu pequeño y húmedo coñito envuelto en
mi polla. Tan apretado...” Dulce Jesús, quería correrme
toda la noche, todas las veces que pudiera, al ritmo de la
mano y las palabras eróticas de Kova. Haría cualquier cosa
para que ocurriera con él.

Mierda. Esto estaba mal en muchos niveles. No debería


estar pensando en él de esta manera. Pero no podía parar.
Un orgasmo me desgarró tan violentamente que me
estremecí por la gratificación que recorría mi cuerpo. Mis
ojos se cerraron y sentí el toque de Kova en lugar del mío y
fingí que montaba su mano en su lugar, corriéndome más
duro que nunca. Una fuerte descarga de euforia se me
escapó y grité, suspirando sin aliento mientras el orgasmo
continuaba.

Me di la vuelta, me aparté el cabello del rostro y


recuperé el aliento. Mi respiración se estabilizó. Estaba
completamente saciada y no quería moverme. No podía
creer que algo que se sentía tan deliciosamente bien
pudiera ser tan moralmente incorrecto.

Claramente, ambos no estábamos pensando bien para


dejar que algo así sucediera. Era más que tonto y
descuidado, por no mencionar que podrían habernos
atrapado. Mi corazón casi se detuvo cuando escuché la voz
de Katja. No podía ni siquiera empezar a imaginar las
repercusiones que tendría.

Me debatí en llamar a Avery. Quería contarle todo lo


sucedido, pero dudaba, dada la naturaleza de la situación.
Probablemente no era la idea más sabia, aunque fuera mi
mejor amiga y nos contáramos todo. Este era un escenario
totalmente diferente. Totalmente diferente. Sin embargo,
necesitaba hablar con alguien, y ella estaba saliendo con un
chico mayor en este momento, del que sus padres no tenían
ni idea, así que era realmente perfecta. Necesitaba ordenar
mis pensamientos primero y las mentiras que tendría que
decirle. Porque seamos realistas, no había manera de
admitir que era mi entrenador.

Después de darme una ducha rápida y vestirme, tomé mi


celular y marqué el número de Avery, pero después de un
timbre fue directo a su correo de voz.

Santo infierno, acaba de pulsar el botón de “jódete”


conmigo.

La llamé de nuevo. Eran casi las once de la noche, así que


sabía que estaba en casa. Me acerqué el teléfono a la oreja,
sonó dos veces y luego saltó el buzón de voz. Volvió a
hacerlo, y entonces decidí enviarle un mensaje de texto:

Contesta al teléfono, B. Necesito hablar contigo. Sé


que no acabas de pulsar el botón de “jódete” a mí.
El botón “jódete” era solo el botón de declinación de
llamada. Cuando el año pasado descubrí a mi novio
engañándome con una amiga común, lo dejé
inmediatamente. Estaba destrozado y arrepentido, o eso
dijo, y no dejaba de llamarme. Un día, Avery agarró mi
teléfono y me gritó:
—¡JÓDETE! —y pulsó el botón de “declinar”. Nos reímos
mucho y eso nos acompañó desde entonces.

BFF4: ¡Estoy w/bf5! Shhh... dame 5


Su novio mayor, del que no sabía nada. Finalmente,
cuarenta minutos más tarde, mi teléfono mostró una foto
de Avery y yo.

—Te odio. —Me salté las bromas.

—Jódete, no lo haces. Me amas.

Hice una mueca. Avery tenía razón. Nunca podría odiarla


de verdad.

—¿Y ahora qué pasa que has tenido que reventar mi


teléfono mientras se la chupaba a mi hombre?

—¡Uf, Ave! ¡No necesitaba escuchar eso! —Empezó a


reírse—. Espera, ¿te has parado a mandarme un mensaje
en medio de eso?

—No captaste la indirecta cuando te envié al buzón de


voz, ¡Dos veces!
—Ah, sí. No puedes pulsar el botón de “jódete” conmigo,
igual que yo nunca lo haría contigo. La próxima vez que no
me contestes, sabré por qué.

Se rio entre dientes.


—Muy bien, ¿qué pasa que me obligas a llamarte a
medianoche?

Tuve que ser cuidadosa con mis palabras.

—Déjame preguntarte algo, ese chico misterioso tuyo del


que te niegas a hablarme, y que por cierto te odio en
secreto, tiene diecinueve años y tú dieciséis. ¿No es eso,
como, ilegal ya que él tiene más de dieciocho años?

Avery suspiró en el teléfono como si no pudiera creer que


le preguntara eso.

—Tienes tanto que aprender, amiga...

Ahora me tocó a mí reír.

—¿En serio?

—Por supuesto que lo he buscado. Google es mi segundo


mejor amigo y mi padre me asesinaría si se enterara. Hice
mis deberes y en realidad no es ilegal. La ley es diferente
en cada estado. En cualquier caso, mi mamá es la que nos
presentó, así que solo puede culparse a sí misma. Además,
solo nos estamos divirtiendo.
—¡Ella no los presentó con el único propósito de tener
sexo! —me reí.

—Bueno... —se interrumpió—. No nos presentó


deliberadamente. Nos conocimos en un evento que
organizó mi familia. Nuestra familia conoció a la suya... ya
sabes cómo son las cosas.

—Sí, lo sé. ¿Así que vive en la isla? —La isla era bastante
pequeña. Al final descubriría quién era.

—Su familia lo hace. Va a la universidad pero estaba en la


ciudad para verme. Suficiente sobre mi increíblemente
maravillosa vida amorosa. Entonces, ¿por qué quieres
saber sobre las edades y lo que es legal?

Me reí ante su respuesta sarcástica. Avery casi nunca


hablaba en serio.
—Entonceeeeees, tengo algo que contarte. Y antes de
hacerlo, tienes que jurar por nuestra amistad que no se lo
dirás a nadie. A nadie, Avery. Ni porque tu vida dependiera
de eso.

—¡Oh, esto tiene que ser jugoso! Déjame agarrar mi taza


para que la llenes enseguida.

Puse los ojos en blanco y reprimí una carcajada.

—Lo digo en serio, Ave. No puedes decírselo a nadie.

Avery se burló:

—No puedo creer que me pidas esto. Sabes que nunca te


traicionaría —dijo abatida—. Puedes confiar en mí.

—Lo sé, pero esto es algo importante. Sabes que lo


decimos para estar seguras.

—Es cierto. Ahora, escúpelo.

Tragué con fuerza.

—¿Cómo voy a saber si he tenido un orgasmo? Creo que


lo tuve... pero no lo sé.

—Vaya. Espera. Un. Momento. No me esperaba eso. ¿Con


quién?

Tuve la sensación que se animó.

—Solo responde a mi pregunta.

—Contesta tú a mi pregunta —replicó ella en un tono alto.

—Ave, no puedo decirlo —dije con pesar—. No puedo.

—¿De verdad? ¿No se lo vas a decir a tu mejor amiga? —


Avery se sintió herida, y yo me sentí inmediatamente mal.
Nos lo contábamos todo, nunca nos conteníamos. El hecho
que fuera por primera vez no me sentó bien. Pero esto era
diferente.

Así que mentí. Otra vez.

—No quería decirlo, pero ¿te he hablado de mi amigo de


la biblioteca?

Chasqueó la lengua.

—Parece que me estás ocultando algo.

—No te estoy ocultando nada. Es que es mayor y no


quiero meterme en problemas.
—¿Cuántos años?

Me mordí el labio con nerviosismo.


—No lo sé, no he preguntado.
—¿Puedes al menos calcularlo? ¿Diez, quince, veinte?

Hice una mueca.


—¿Años? ¿Más de veinte? Ave, eso es asqueroso.

—Por eso he dicho que me des una idea.


—Bien... ¿entonces tiene unos veinte años más o menos?

—Continúa.
—Así que el tipo de la biblioteca... estamos más o menos
enganchados.
—Define más o menos.

—Solo necesito saber si es legal.


—Define más o menos —repitió tercamente.
Le di a Avery todos los detalles, pero en lugar de Kova,
utilicé el nombre de Ethan, y en lugar del gimnasio, dije la
biblioteca. Le conté cómo había estado allí cuando yo
estaba estudiando, cómo nuestros ojos se fijaron y no
podíamos dejar de mirarnos. Una mierda muy melosa.
—Pero ¿cómo sucedió? —preguntó, perpleja.

—Necesitaba ayuda para alcanzar un libro. No había


nadie en el escritorio y cuando me di la vuelta, él estaba
detrás de mí. Vio mi rostro molesto y me preguntó qué me
pasaba. Le dije que estaba estudiando y que no podía hacer
mi trabajo sin ese libro. Dijo que me ayudaría.
—¿Puedes acelerar y llegar al orgasmo? Esta parte me
está aburriendo mucho.
Me reí.

—No, no puedo. Tienes que escuchar. Cuando llegamos al


pasillo, se apretó en mi contra y alcanzó el libro. Miré por
encima de mi hombro y su rostro estaba justo ahí.

Ella gimió, sin impresionarse.


—Sigue...

Mis ojos se dispersaron por mi habitación mientras


pensaba en cómo podía continuar con esta mentira.
—Se inclinó y me besó. Una cosa llevó a la otra, y sus
manos estaban sobre mí y sucedió rápidamente. Fue
completamente inesperado. Me tocó, lo toqué... me dijo
cosas muy calientes y sucias... alguien casi nos sorprende...

—¡No lo hizo! ¿Quién? ¿Dónde? Tienes que contármelo


todo. —Ahora Avery estaba demasiado ansiosa para su
propio bien.
—Todo eso es realmente irrelevante. Te he dicho lo que
necesitabas saber.

—¡Adrianna Francesca Rossi! ¡Soy tu mejor amiga,


prácticamente tu hermana! ¡Tienes que decírmelo! Exijo
que lo hagas. ¿Con qué frecuencia lo ves?

—Eres un dolor de cabeza. —Rápidamente, conjuré una


mentira y mantuve mi voz firme—. Es solo de vez en
cuando que nos vemos, supongo que un poco después que
empecé con las clases particulares.

—Así que esto lleva un par de meses y apenas sé algo —


afirmó.

—He estado ocupada intentando ser una gimnasta de


élite, ya sabes.
—Un mensaje rápido habría sido suficiente.

—Podría decir lo mismo de ese misterioso galán tuyo.


Apenas me cuentas algo.

Se quedó callada.
—Es que todavía no estoy preparada... por favor, no te
enfades conmigo. Quiero saber más sobre lo que pasó entre
ustedes.
Mi voz se suavizó:

—Me llama Ria. Nunca nadie me ha llamado de otra


manera que no sea Adrianna o Ana. Sabes lo mucho que
odio a Ana, así que esto me encanta.

—Vaya, eso es nauseabundamente dulce. Déjame agarrar


mi gorra de detective mientras mi ordenador se pone en
marcha. Necesito su edad real, Ria —se burló—. Y no
adivines. Sé que lo sabes. —Reí y decidí que tenía que
anotar todas mis mentiras para poder llevar la cuenta.

—Tiene más de veinte años. Se tomó un largo tiempo


antes de ir a la escuela de leyes.

—Qué edad, Ria —insistió—. Estás ocultando algo, lo sé.


—Ave, ¿nunca has oído a alguien decir que cuanto menos
sabes, mejor?

—Psh. Eso no se aplica a tu mejor amiga. Jamás.


Solté un fuerte suspiro ante su respuesta. Tenía razón.

—Treinta y dos.
—Eso no es tener más de veinte años. Eso no son diez,
quince o veinte. Eso es viejo. Eres una cosa astuta, tú.
Vuelvo enseguida, tengo que avisar a Fox News sobre esta
noticia de última hora antes de poder comprender nada
más.

—Avery, por favor, no se lo digas a nadie, te lo ruego. —


Mi corazón estaba en mi garganta ante mi propia admisión,
el arrepentimiento se disparó a través de mí. Empezaba a
sudar. Tal vez esto fue un error.
—Solo estoy jugando contigo. Juro por mi fondo fiduciario
que no diré ni una palabra.

Avery amaba el dinero, así que le creí.


—¿Lo prometes?

—No puedes verlo, pero lo juro sobre mi corazón.


Sonreí para mis adentros. Sabía que ella nunca abriría la
boca, pero aun así tenía que pedírselo. Era una cosa de
chicas. Ella haría lo mismo conmigo.
—Bien, volviendo a tu pregunta original —dijo—. No estoy
segura de cómo describirlo, aparte que lo sabrás cuando
ocurra. Lo sabrás. Un orgasmo es una sensación
indescriptible, una sensación que sacude todo tu ser, y una
vez que comienza, solo aumenta más y más hasta que una
explosión estalla dentro de ti, y ves las estrellas. Es la
mejor sensación que existe. —Hizo una pausa—. Espera.
¿Fue la primera vez que tuviste uno?

—No, pero nunca me había sentido tan bien. Fue


increíble.

—¿Cuándo fueron las otras veces que sucedió?


—Con mi estúpido ex... y conmigo misma.
No quise decirle que solo usé mi mano, y por suerte no
indagó.
—Algunos orgasmos simplemente se sienten diferentes.
Eso es todo. Tu mano no se va a sentir tan bien como la del
tipo que te gusta. Es simplemente como es.
Me sentí mal por haber mentido y como una total idiota
por no darme cuenta de la diferencia. Era mucho más
intenso. Si era sincera conmigo misma, quería que volviera
a suceder.

Podía oír a Avery tecleando en su ordenador.


—Muy bien... Parece que la edad legal de consentimiento
en Georgia es de dieciséis años, siempre y cuando no sea
con un hombre viejo y con las bolas caídas...
Ella estaba de vuelta a esto.

—Ave... él no es viejo y sus bolas no están caídas. Sé seria


por un segundo. No sé por qué... —Hice una pausa. La línea
se quedó en silencio—. ¿Avery?
—Espera. Espera. Espera. Retrocede de una puta vez.
¿Dijiste que sus bolas no están caídas? ¿Cómo lo sabes?
Gemí interiormente y cerré los ojos con fuerza.

—Joder.
 
Capítulo 31

—¡Oh, Dios mío! —gritó, y tuve que apartar el teléfono de


mi oído—. ¡Has visto sus bolas! ¿Las tocaste? ¿Qué más
pasó, saco de mierda mentirosa?

Me reí ante su extraño entusiasmo y dije:


—No vi ni toqué nada. Solo digo que no están caídas
porque no es viejo. Están firmes, supongo.

—¡Mentira, todo mentira!


No pude dejar de reír ante su tono juguetón.

—No estoy mintiendo. Vuelve a lo que decías.


—Sí, de acuerdo. Lo que sea. Si descubro que me has
mentido, habrá un infierno que pagar. —Avery se aclaró la
garganta—: Lo que hiciste no es ilegal, y como él está en la
escuela de derecho, estoy bastante segura que sabía que
estaba esquivando la línea. Simplemente no te acuestes con
él. Oh, espera...
—¿Qué es?

—Espera. Todavía estoy leyendo.

Me quedé sentada, mordiéndome el labio hasta que


finalmente habló.
—Oh, no importa. Menos mal que no estamos en Florida.
Tienen unas leyes muy jodidas, probablemente porque la
gente está metida en el flakka6 allí y hace algunas locuras.
Yo en tu lugar tendría mucho cuidado.

Fruncí el ceño.
—¿Y eso por qué? Si no he hecho nada malo, ¿qué
importa?

Sentí que tenía que anotar lo que estaba diciendo junto a


mi lista de mentiras.

—Llámame loca, pero creo que no debería haber ninguna


penetración con el viejo. Quiero decir, si consientes, estás
bien. El consentimiento es consentimiento. Pero eso no
significa que no traiga un nuevo espectáculo de mierda si
te lo follas. —Hizo una pausa y luego subió la voz—.
Aunque podría ser divertido.

—¿Acabas de decir penetración? —No pude evitar reírme.


Sonaba tan cómico viniendo de ella.

—Sí, porque eso es lo que dicen los viejos cuando tienen


relaciones sexuales, Ria. —El sarcasmo se extendió por su
tono y me hizo sonreír. Avery estaba históricamente
divertida esta noche. No juzgaba, solo se burlaba de mí—.
Ellos no dicen follar.

—No sabía que fueras una experta.

—Espera, no crees que tu tutor esté bueno, ¿verdad? ¿Y


Alfred? Porque eso sería infringir la ley ya que tiene como
ochenta años. Por no mencionar que es jodidamente
asqueroso, Ria. Tendría que reconsiderar esta amistad
basándome en tu horrible gusto.

—Eso sí que serían unas bolas flácidas —me reí al


teléfono—. No, no me atrae ninguno.

—Oh, bien. Y sí, la penetración es sexo y no está


permitido el sexo —afirmó.

Estaba bastante segura que nunca iba a tener sexo con


mi entrenador, así que estaba bien.
—Hablando de penetración, deberíamos ponerle un
nombre a la viga de equilibrio —sugirió Avery con ligereza.

Cerrando los ojos, negué con la cabeza.

—¿Qué quieres decir con un nombre, Ave?

—Bueno, ¿sabes que mi mamá llamó a su auto Bradley


Cooper?

Me reí, recordando el día en que la mamá de Avery entró


bailando por la puerta principal, diciendo que se había
enamorado perdidamente de Bradley Cooper porque la
había llevado como nadie. Su mamá era un encanto.

—¿Y sabes cómo llamó a su Kindle?

—Sí, lo sé. ¿No es como Mikko o algo así?

—¿Mikko? ¿Qué mierda de nombre es ese? Ni siquiera se


acerca. Se llama Cole, y Cole le da más placer que
cualquier otro hombre. Está despierto toda la noche con
ella y nunca le contesta. Puede llorar lágrimas feas y él
nunca se burla de ella.

Gemí.

—Avery, tu mamá está loca. No puedo creer que te diga


esas cosas. La mía nunca me diría algo así.

Ella reía.

—Así que estoy pensando que deberíamos ponerle un


nombre a tu viga, para que cada vez que te caigas podamos
decir... —Se interrumpió—. ¡Johnny! ¡Johnny Depp!
Podemos decir que Johnny Depp te ha vuelto a follar hoy.

Sabía que Avery estaba contenta consigo misma por el


tono alto de su voz. Ella y su perverso sentido del humor.
—Porque cada vez que te caes es como si te follaran.

Esta vez los dos nos reímos a carcajadas. Tenía razón.


—¡No puede ser! Estás loca.

—Oh, vamos —dijo Avery—. Si no te gusta el nombre


Johnny, podemos elegir otro. ¿Cómo se llaman los otros
chicos del equipo?

—Bueno, Johnny está bastante sexy, pero hay un Hayden


en el equipo masculino del que me he hecho amiga. Pero
Ave, no puedo llamar a la viga, Johnny. Me moriría si
alguien me oyera decir que Johnny me ha vuelto a follar
bien hoy. No, simplemente no —me reí.
—Usemos a Hayden. Sería más divertido así.

—Estás enferma, ¿lo sabías? Tienes un sentido del humor


malvado.

—Lo tomaré como un cumplido, muchas gracias.

Hice una pausa, pensando en lo que había sugerido.

—Las chicas de mi equipo pensarían que estoy hablando


de Hayden. No puedo hacerlo. Ya me odian.

—Dios mío. ¡Tenemos que usar a Hayden! Porque al


diablo con ellas.

Sacudí la cabeza desde el otro lado del teléfono. Avery.


Era mi polo opuesto, y sin embargo la amaba tanto. Sabía
cómo hacerme reír cuando más lo necesitaba.

—Dilo.

—Ave... me siento rara diciéndolo.

—No seas un poco perra.


Volví a reír, sacudiendo la cabeza.

—¡Bien! Johnny me ha follado muy fuerte hoy... Estoy


toda roja y dolorida. Incluso me duele al caminar. —Me
mordí el labio, esperando su respuesta.

—¡DIOS MÍO! —gritó Avery, volviendo a reírse—. ¡Mírate!


¡Y no estaba considerando usarlo!

—Bueno, es lo que pasa cuando te pones a horcajadas. —


Mirando entre mis muslos, pensé en el día en que me puse
a horcajadas sobre la viga y lo que ocurrió después. Se lo
conté todo a Avery, menos la parte de Kova tocándome.

—Mis muslos también estaban muy marcados. Dios,


Avery. Incluso sangré por ello.

—¿Tan mal?
—Sí. Y parecía que se estaba formando una contusión.
Tuve que ponerme hielo tres veces al día.

—¿Una contusión? ¿Te refieres a una contusión? ¿No


puedes decir simplemente moretón?
Me reí y ella soltó un suspiro exagerado.

—Piensa que para cuando estés realmente preparada


para tener sexo, el impacto no será tan grave.

Hice una pausa.

—¿De dónde sacas estas cosas? —Sacudiendo la cabeza,


reprimí otra carcajada—. Contigo no hay filtro.

—No —dijo ella con orgullo.

—¿Puedo romper un hueso ahí? Porque eso es lo que


sentí cuando me caí. Juro que algo se movió.
—Bueno, no soy médico, pero no creo que haya un hueso
en tu coño.

Sonreí.

—Tuviste un hueso en el tuyo esta noche.

—¡Oh! Ella tiene respuestas —gritó Avery


sarcásticamente—. Seguro que sí. Pero en serio, ¿por qué
no vas a un obstetra y lo averiguas? O tal vez ir a Planned
Parenthood para que te den un anticonceptivo mientras
estás en eso. Mejor prevenir que lamentar.

—¿Para qué necesito anticonceptivos?

—¿Piensas seguir siendo virgen para siempre?

—Bueno, no, pero ahora mismo solo tengo tiempo para un


trozo de madera en mi vida, y se llama Johnny.

Avery se echó a reír. Estaba bastante orgullosa de sí


misma por eso.

—Dicho esto, no sería tan mala idea si planeara tener


sexo pronto, no es que lo haga. Tendría que retirar el
dinero antes de ir. No me imagino que a mi papá le haga
gracia ver una visita a Planned Parenthood en el extracto
de su tarjeta de crédito.

—Dudo que siquiera mire.

Avery tenía razón.

—Aun así, no puedo correr el riesgo.

—¿Cómo va la práctica de todos modos?

Resoplé en el teléfono.

—¿Tan mal? —respondió a mi enfado.


—Algunos días son más difíciles que otros, pero me niego
a rendirme. No estoy donde debería estar, así que tomé un
entrenamiento extra, pero siento que estoy progresando.
Estoy llevando mi cuerpo al borde del agotamiento. Las
chicas del equipo tienen como un club tipo Mean Girls, así
que los únicos amigos que realmente tengo son Hayden y
Holly. Algunos días me pregunto si estaría aquí si no fuera
por el dinero de mi papá. Y para colmo, mi mamá quiere
que le envíe fotos de la balanza mientras estoy en ella.

—Realmente odio a tu mamá.

Fruncí los labios. Algunos días yo también la odiaba.


—Aun así, no lo dejaré. Amo demasiado la gimnasia como
para hacerlo. Es mi vida, y con este deporte, solo me queda
un tiempo. Tengo que ponerme las pilas. Se acerca la
temporada de competiciones y tengo que estar en plena
forma.

—¿Sabes qué más se acerca?


Hice una pausa, frunciendo las cejas.

—¿Qué?
—¡Tu cumpleaños!

—Ave. No puedo planear nada, tengo que entrenar.


Su emoción se desvaneció.

—¿No puedes tomarte una noche libre?


—¿Para hacer qué? ¿Sentarme sola? —Me reí
amargamente, pensando en cómo mi mamá se olvidó de mi
cumpleaños unas cuantas veces en el pasado. Qué broma—.
A menos que esté en mi lecho de muerte, no hay que
tomarse un día libre más. Realmente no es un gran
problema saltarse mi cumpleaños, tendré más.
—Dios. Eres tan aburrida. Siempre puedo ir para tu
cumpleaños, para que no estés sola —dijo Avery,
sacándome de mis pensamientos—. Y si mis padres no
quieren que conduzca por alguna razón, tal vez pueda
convencer a nuestros hermanos para que me acompañen.
—Hice una pausa, sin palabras, mientras ella continuaba—:
Ya sabes, son mayores, y nuestros padres confían en ellos
por alguna extraña razón. Además, si saben que hay chicas
guapas, estoy segura que no tardarían en ir.
Sus padres eran bastante indulgentes. No podía
imaginarlos diciendo que no a que ella condujera dos horas
de distancia.
—Supongo. Mientras pasamos el rato, ellos pueden irse,
pero tú te aburrirás durante el día, ya que no puedo
librarme de los entrenamientos.
—Eso no es un problema. Iré un fin de semana a mirar.

Eso se puede arreglar.


Bostecé y miré el reloj.

—Tengo que cortar. Estoy muy cansada y por suerte


mañana no tengo gimnasio. Pienso dormir hasta tarde y
ponerme al día con los deberes.

—Avísame si necesitas que investigue más por ti. Si


necesitas hablar de eso, estoy aquí para ti, Ria.
Sonreí al teléfono.

—Gracias, chica. Eres la mejor. ¿Vas a llamarme Ria a


partir de ahora?
—Cada minuto que pueda —replicó—. Y recuerda que no
hay penetración, Ria. —Luego colgó.

Después de tomar una botella de agua, me metí en la


cama, agradeciendo a mis estrellas de la suerte que no
tuviera que enfrentarme a Kova mañana. Tenía el día
siguiente libre para aterrorizarme por lo que había pasado.
Iba a ser incómodo cuando volviera a los entrenamientos,
pero sabía cómo entrenar mis emociones y ocultar mis
pensamientos. Lo único que tenía que hacer era no dejar
que fuera obvio e ignorar al entrenador tanto como fuera
posible. Eso no sería una hazaña difícil. De todos modos,
solía ser un imbécil en el gimnasio. Un imbécil ruso
enfadado.

Justo antes que estuviera a punto de quedarme dormida,


mi teléfono sonó.

Entrenador: ¿Llegaste bien a casa?


Mi corazón se desplomó. Respondí con un rápido sí,
agarrando mi teléfono para ver si decía algo más. Pero tras
diez minutos de silencio, acabé desmayándome.
 
Capítulo 32

Ignorar al entrenador era un problema que esperaba


superar después de lo que había sucedido entre nosotros,
pero afortunadamente no tuve que trabajar en eso al día
siguiente.
O al siguiente.

Llevaba tres días ausente del gimnasio y no estaba


segura de si me alegraba o no. Madeline tomó el relevo y
trabajé estrechamente con ella. Mientras que ella era mi
entrenadora de salto, Kova era mi entrenador principal y
supervisaba mi programa... qué destrezas aprendería y
cuándo. Era un tipo de entrenamiento completamente
diferente con ella. No estaba estresada al máximo, no
cometía errores y me sentía un poco más segura. También
pude comer algo. No sentía la necesidad de impresionarla
como lo hacía con Kova. No ridiculizaba cada pequeño
respiro que daba, sino que me animaba y me daba
esperanza. La esperanza era lo que les gustaba a los
gimnastas, y la mía se había ido al garete. Había momentos
del día en que deseaba que ella fuera mi entrenadora. Era
una gran instructora, pero la atención de Kova a los
detalles era excepcional, y eso importaba en el mundo de la
gimnasia.

La ausencia de Kova no hizo más que aumentar la


inminente incomodidad de tener que verlo cuando volviera,
que al parecer era hoy. Ningún entrenador o gimnasta
faltaba nunca al gimnasio a no ser que fuera algo que
alterara su vida. Nadie sabía por qué estaba fuera, solo que
tenía asuntos que atender.

Pero yo tenía la sensación de saber de qué se trataba.


Alfred me llevó temprano al entrenamiento. Ninguno de
mis compañeros había aparecido todavía, así que metí mis
cosas en mi casillero e hice mi habitual carrera matutina.
La pantorrilla comenzó a molestarme de nuevo, una
punzada de calor la envolvió, pero me la sacudí y terminé.
Últimamente he notado que se me ha agudizado un poco
más. Nada que un poco de Motrin no pueda arreglar.

Después de entrar y limpiarme, me preparé para


dirigirme al gimnasio y empezar a estirar. Me encantaba
ser la única aquí, respirar el aire y prepararme
mentalmente para el entrenamiento. Sonreí. Un nuevo día,
un nuevo objetivo, una nueva ambición. Mi amor por este
deporte estaba metido en lo más profundo de mis huesos y
era algo que no podía explicar.

Al doblar la esquina y caminar por el silencioso pasillo, no


estaba prestando atención al separar las pulseras que se
habían pegado por el velcro, y me topé directamente con
alguien.

Un silbido se me escapó de la garganta.


—Oh, estoy tan... —Me congelé.

Kova.

Se me cayó la mandíbula y se me escapó todo


pensamiento lógico.

—Hola —dije con delicadeza.

Kova estaba de pie frente a mí, con sus anchos hombros


erguidos y su rostro ilegible. Yo no era terriblemente baja,
pero él medía casi dos metros, así que se alzaba sobre mí.

—Te has ido.

No dijo nada.
—¿Estás bien?

De nuevo, nada.

—¿Deberíamos hablar?
Se quedó mirando a través de mí.

—Ummm... —Proseguí, pero me detuve cuando sus


manos se fijaron en la parte superior de mis brazos. Me
hizo a un lado, pasó por delante de mí e ignoró todas las
preguntas.

Oh, bien. Así que nos saltamos lo imbécil y pasamos


directamente al modo culo-arrogante.

La ira bullía en mis venas. La arrogancia se reflejaba en


su forma de andar mientras se dirigía a su oficina. Tuve
que apretar la mandíbula para no arremeter contra él.

—¿Así que vas a pasar por alto... todo?

No dijo nada, así que me arriesgué.

—¿Qué significa Katja para ti?

Kova hizo una pausa, con su postura rígida.


Curiosamente, eso debe haber tocado un nervio. Después
de presenciar dos discusiones entre ellos, una de las cuales
él ni siquiera sabía que yo conocía, quería saber si era algo
más que una novia, si veía un futuro con ella. Apoyé mi
mano en la cadera, esperando que se diera la vuelta.
Estaba tan segura que iba a responder que una sonrisa se
dibujó en mi rostro.

Me sorprendí cuando su cabeza se movió hacia un lado y


continuó alejándose de mí, cerrando la puerta de su oficina
de un golpe.
Una buena parte de mi entrenamiento matutino había
sido bastante exigente. Tuve mis clases de ballet, que me
mantuvieron ocupada durante casi dos horas, y luego pasé
al acondicionamiento. Las dos cosas que despreciaba hacer
eran las más desafiantes y extenuantes. Desafiantes en el
sentido que era fácil tomar atajos y hacerlo a medias y no
ser atrapada. Y no lo hacía. A la larga, solo me perjudicaría
a mí misma.

Cuando pasé al salto con Madeline, hice un esfuerzo


consciente para evitar a Kova. No miré a propósito en su
dirección y actué como si no existiera, pero fue una hazaña
difícil. Estaba en mi mente cada pocos segundos y la lucha
por no buscarlo era un esfuerzo. Tenía la sensación que me
observaba, pero no quería hacer evidente que era
consciente de su mirada. Podía sentir sus ojos sobre mí,
recorriendo mi cuerpo. Pero no lo reconocí. El miedo a ver
el asco pesaba en mis entrañas, y no era algo a lo que
quisiera enfrentarme.

Esta mañana había estado trabajando en mi salto.


Intentaba perfeccionar el Amanar, un Yurchenko de dos
vueltas y media. Era el salto más difícil de dominar para las
mujeres por su nivel de dificultad, pero también era el que
más puntos daba en dificultad. Si no lo conseguía y solo
completaba dos giros en lugar de dos y medio, se me
rebajaba la dificultad y no la ejecución,
sorprendentemente. La clave de la ejecución era un bloque
enorme. Tenía que empujar con todas mis fuerzas fuera de
la mesa de salto usando mis hombros y manteniendo mis
brazos rectos. Si doblaba los brazos, absorbía mi fuerza y lo
estropeaba todo. Pero no importaba lo que hiciera,
simplemente no podía lograrlo. Daba un paso adelante,
aterrizaba de culo, aterrizaba de lado, doblaba las piernas.
O no rotaba o rotaba demasiado. Era un completo desastre.
Todos esos aterrizajes me hacían ganar deducciones que no
podía permitirme. Lo último que quería era bajar mi salto a
dos giros, pero sabía que si no empezaba a progresar
pronto, me vería obligada a reducirla. Deseaba tanto el
Amanar que podía saborearlo.

El salto era mío. Normalmente sobresalía en ello, solo


necesitaba encajar mi aterrizaje. Pero desde que había
llegado a World Cup, lo estaba haciendo fatal. Al menos,
eso parecía. Necesitaba ser un poco más firme, un poco
más rápida, un poco más alta, y lo tendría.

Es más fácil decirlo que hacerlo. Los nervios y las dudas


me afectaban, sabía que eso estaba influyendo en mi
rendimiento general.

Madeline había mencionado que teníamos que empezar a


trabajar en mi salto alternativo pronto. Las gimnastas
siempre tenían dos saltos, normalmente uno que aportaba
más puntos. La nueva bóveda sería el salto frontal, solo que
aún no estaba segura de cuál. Hacer un salto frontal
mostraba diversidad.

—Adrianna. En lugar de empezar a setenta y tres pies,


intenta setenta y cinco. Haz un doble y aterriza. Lo estás
consiguiendo, pero puede que necesites más impulso.

Asentí.

Madeline levantó los brazos hacia el pecho, con las


manos en puños, y se sacudió hacia la izquierda, dándome
un ejemplo de lo que quería decir.

—Levántate de la tabla y tira hacia arriba, cuadrando los


hombros y luego gira con fuerza. ¿Entendido? Tienes que
bloquear de verdad.

—Sí.

—Bien. Ve por eso.

Volví a caminar hasta el final de la pista, buscando los


setenta y cinco pies. Agarrando un trozo de tiza, dibujé una
línea donde debían empezar los dedos de mis pies y luego
me tizné bien las manos. Levanté un brazo y me puse a
correr. Mis brazos permanecieron como palos a mi lado
hasta que gané velocidad, y se doblaron. Bombeé las
piernas con más fuerza que nunca a unos tres metros de
distancia e hice un giro sobre el trampolín, luego un salto
de manos hacia atrás sobre la tabla de salto para completar
el Yurchenko, saliendo con los hombros con un fuerte
resoplido y tirando de mi giro hacia arriba y en un doble.
Tuve altura, un poco más de lo habitual, pero acabé dando
un enorme paso adelante en la blanda colchoneta de
prácticas.

Mirando por encima de mi hombro con los brazos aún en


el aire, levanté una ceja hacia Madeline. Ella se mordió los
labios, mirándome con curiosidad.

—Intenta empezar un poco más despacio. —La miré con


una pregunta en los ojos. Necesitaba velocidad, en todo
caso—. Es decir, da unos pasos más grandes, pero más
lentos al principio, y luego dale más velocidad a unos seis
metros de distancia. Y lanza el Amanar en su lugar. El doble
no ayuda.

Llegué al final de la pista y volví a marcar mi salida


cuando Madeline gritó:
—Practica unas cuantas salidas lentas primero.

Los arranques lentos tenían un aspecto gracioso. Las


rodillas subían más alto, más lento, y el paso era mucho
más amplio. Al principio parecían saltos gigantescos. Sabía
lo que quería que hiciera, pero nunca lo había hecho y,
sinceramente, no creí que fuera lo que necesitaba. Pero ella
era mi entrenadora, así que la escuché.
Rápidamente practiqué unos cuantos a un lado mientras
Holly saltaba dos veces.
Di unos cuantos pasos más lentos y amplios y realicé mi
salto, pero no encajé el aterrizaje. Cuando me puse de pie,
la parte posterior de mi pantorrilla comenzó a molestarme
de nuevo, pero esta vez bajó hasta mi tobillo. Me agaché,
giré el tobillo y me masajeé el músculo para aliviar el
malestar.
Sus cejas se inclinaron hacia el otro lado.

—¿Estás bien? ¿Qué pasa?


Asentí.

—No es nada, estoy bien.


Sus ojos se entrecerraron.

—¿Estás segura? —Asentí y ella preguntó—: Bien, ¿y


cómo te has sentido?

—Tiene sentido empezar más despacio, creo, y puedo


sentir el cambio de impulso. Tengo más potencia. ¿Puedo
volver a intentarlo?

—Por supuesto.
Me puse en la fila y esperé a que Holly saliera. Una vez
que ella terminó un par de series de saltos, me tocó a mí.
Salí aún más despacio tirando de mis piernas hacia el
techo, pero no fue fácil. Podía sentir cómo se me apretaba
el estómago y los músculos que tenía que desarrollar para
correr así. Mi salto era mejor, y mi altura también, pero no
se sentía perfecto y lo sabía.
—Bien, sé que te estoy echando mucho encima ahora
mismo, pero qué tal si intentamos que tu salto en círculo
esté más cerca del suelo también.
—¿Qué quieres decir?

Madeline se puso delante del trampolín. Levantó los


brazos y demostró lo que quería decir.
—¿Ves cómo mis hombros están a la altura de mi pecho,
pero la espalda? Estás demasiado abierta aquí arriba, hay
demasiado espacio entre tú y la tabla. Pero si te inclinas
hacia el trampolín, cuando rebotes de tu redondeo,
obtendrás la potencia que necesitas para conseguir el vuelo
perfecto. Vamos a intentarlo en el pozo de espuma para que
lo veas.

Madeline miró a Holly.


—¿Puedes practicar por tu cuenta un rato? Enseguida
volvemos.

Una sonrisa inocente se dibujó en sus labios. Me


sorprendió que fuera amiga de una perra como Reagan.

—No hay problema.


—Usa una colchoneta acolchada, ¿bien? No quiero que te
hagas daño.

—De acuerdo.
Caminamos hacia la pista con el pozo de espuma donde
Kova estaba con Reagan. Era la misma fosa de espuma en
la que me escondí días antes. Nuestros ojos se cruzaron
durante una fracción de segundo y su mandíbula se tensó
antes de mirar hacia otro lado. Mis nervios aumentaban
con cada paso que me acercaba a él. Cuando volvió a
mirarme, se puso visiblemente tenso. Reagan parecía
querer vomitar al verme.
—¿Te importa si compartimos contigo? Quiero que
Adrianna pruebe algo nuevo —preguntó Madeline.
Kova se hizo a un lado y agitó la mano frente a nosotros.

—Por supuesto.
Madeline se volvió hacia mí y repasó lo que quería que
probara mientras Kova la observaba atentamente. Su
presencia era poderosa, y estando tan cerca, era difícil
ignorarlo como había intentado lastimosamente hacer esta
mañana. Me ponía muy nerviosa y empecé a morderme el
labio inferior, un hábito que debía abandonar.

—Recuerda, despacio al principio, y quédate abajo cerca


del final. ¿Entendido?

Tragué, mis ojos echaron una mirada furtiva a Kova antes


de asentir a Madeline.
De pie al final de la pista, respiré profundamente y
exhalé. Me concentré únicamente en el salto y en lo que me
dijo que intentara. Un último suspiro y salí a correr. Mi
corazón se aceleró, no por los entrenadores, sino por mi
amor al salto. La adrenalina me recorría y mis pies
golpeaban el suelo cuando me acercaba al trampolín. El
dolor en la pantorrilla había vuelto y era más fuerte que
nunca, pero lo superé. Mis nervios estaban a flor de piel,
pero con Kova y Reagan allí de pie, sabía que mis piernas
terminaban por parecer descuidadas en el vuelo, y si no
hubiera sido por este pozo, me habría comido la mierda al
bajar.
—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Madeline con
sorpresa en sus ojos—. Gracias a Dios que aterrizaste en
ese pozo.
—Déjame intentarlo de nuevo.

Kova se acercó con la palma abierta y, sin pensarlo dos


veces, mi mano se deslizó en la suya, fuerte y callosa. El
calor subió por mi brazo y por mi columna vertebral.
Mierda. Esto no era bueno. Me agarró la palma de la mano
y me sacó de un tirón. Antes que Madeline pudiera decir
algo, Kova habló:

—¿Puedo? —preguntó en voz baja, y ella asintió.


—Veo lo que Madeline quiere. Un comienzo más lento y
un ángulo más profundo cerca de la tabla, ¿sí? —le
preguntó, pero me miraba directamente a mí.
Gemí para mis adentros. Nunca debería usar la palabra
más profundo en mi presencia. Mi mente viajó de nuevo a
la noche en el gimnasio, y a las cosas que dijo e hizo.
—Sí, más agudo —respondió Madeline. Agudo sonaba
mejor que más profundo. Kova y su estúpido acento ruso.

Agarrando ligeramente mi brazo, me guio hasta la tabla.


Cuando me puso una mano plana en el estómago y otra en
la espalda, me tensé. Sus ojos se entrecerraron,
diciéndome que me pusiera las pilas.
Se aclaró la garganta.

—Tienes que usar tu núcleo para lo que estás haciendo.


Pecho hacia atrás. —Me dio una palmadita en el estómago
y continuó—: Puede que tengamos que centrarnos en
construir más músculo aquí para ayudarte a soportar, sin
embargo. Prepárate para una voltereta.
Usando su mano en la parte baja de mi espalda, me
inclinó para que yo estuviera de cabeza hacia la tabla y mi
pierna trasera estuviera arriba.
—Quieres que tu salto sea largo y bajo, pero con el pecho
y los brazos en alto. Empuja con fuerza la pierna de atrás.
—Me dio un golpecito en la pierna, como si no supiera a
qué pierna se refería—. Es rápido y veloz y lleva tiempo
aprenderlo, pero aquí es donde empiezas, así que cuando
rebotes de la tabla, tendrás la potencia que necesitas para
volver y salir de la tabla para un fuerte bloqueo. A partir de
ahí, ya sabes qué hacer. —Hizo una pausa y luego preguntó
—: ¿Esto tiene sentido para ti?
—Sí.

—Bien, ahora hazlo, pero solo haz un trazado. —Un


trazado no fue un problema. Nada de giros, solo recto como
una tabla, con el cuerpo estirado, volteando hacia atrás una
vez.

Caminé y me puse detrás de la línea de tiza,


imaginándome mentalmente haciéndolo correctamente.
Mirando a Kova, me hizo un pequeño gesto con la cabeza.
Inclinándome hacia adelante, levanté la rodilla y di algunos
de los pasos más largos de la carrera y luego me puse a
tope y corrí lo más rápido posible. Volvía a sentir ese ardor
en la pantorrilla que parecía hacer acto de presencia
cuando corría. Cuando llegó el momento de mi ronda, me
agaché, con las rodillas al pecho como él había dicho, y
sentí que los músculos de la pelvis se tensaban. Kova tenía
razón. Me di cuenta que iba a necesitar más músculo allí
por la tensión interior.
También tenía razón en cuanto a la potencia de explosión
que tendría si bajaba más. Observé el pozo de espuma para
mi aterrizaje y vi la altura extra que tenía.

Subí con los ojos muy abiertos y lo miré.


—¡No estaba preparada para esa potencia! —grité con
entusiasmo.

Él asintió, con los labios apretados y se volvió hacia


Reagan y Madeline.

—¿Estaría bien si cambiamos de gimnasta por un rato?


Tengo algunas cosas que quiero trabajar con ella.
—Por supuesto. Ven, Reagan.

Reagan frunció el ceño. Recogí mi cuña y pregunté:


—¿A dónde van?

—Nos cambiamos.
Se me revolvió el estómago, la emoción se me cayó del
rostro.

—Ah, bien.
 
Capítulo 33

Nos miramos durante un momento y mis mejillas


empezaron a calentarse.
Aclarándose la garganta, Kova se frotó la mandíbula y
dijo:
—En lugar de correr más despacio al principio, creo que
tienes que salir a tu velocidad normal. No creo que reducir
la velocidad te ayude. Vamos a conseguir que tu redondeo
sea correcto y luego trabajaremos en cuadrar tus hombros
y alcanzar la altura.
Asentí.

—A mí tampoco me entusiasmaba bajar la velocidad al


principio, pero lo hice de todos modos.

—Si crees que no va a funcionar, siempre puedes decirlo.


Le dirigí una mirada divertida.

—¿De verdad? Una vez me dijiste que no te cuestionara.


—Como no respondió a mi indagación, dije—: Al menos
quería probarlo, pero no me gustó la sensación.

—¿Cuál es tu punto de partida?

—Estoy a setenta y cinco pies.


El entrenador contempló durante un minuto.

—Intenta empezar a setenta y nueve pies. Necesitas todo


el impulso que puedas conseguir. Y vuelve a hacer el doble.

Asentí y me dirigí a la marca de setenta y nueve pies.


Hice exactamente lo que me dijo que hiciera, y
honestamente, no podría decir si lo hice bien o no.
—Otra vez —dijo.

Hice un puñado de saltos más antes que finalmente


dijera:

—Veo cosas que quiero hacerte... —El entrenador se


detuvo cuando mis cejas casi llegaron a la línea del cabello
—. Lo que quería decir era... —Se interrumpió con
ansiedad. Su voz se quebró y usó sus manos para hablar—.
Creo que debería trabajar más contigo en esto, no solo con
Madeline. Hay diferentes técnicas de las que te
beneficiarías. —Exhaló con un suspiro agotado, casi roto, y
me hizo sentir mal—. Trabajemos en esta bóveda y haremos
algunos trazados.

El entrenador me llevó al otro lado del gimnasio, donde


había enormes y gruesas colchonetas apiladas detrás de
una bóveda. Eran muy altas, casi tres metros, y ayudaban a
ganar altura. Ahí es donde entraban en juego los
cronómetros de disposición. Era una voltereta hacia atrás,
con el cuerpo y las piernas rectos, y en lugar de aterrizar
sobre los pies, lo hacía sobre la espalda, girando con el
pecho hueco.
—Bien, te voy a ver y te voy a dar un pequeño golpe.
Aterriza de espaldas. ¿Sí?

—Sí.
No estaba segura de si me encantaba la idea que Kova
estuviera ignorando nuestra pequeña indiscreción o no.
Supongo que era algo bueno ya que estaba aquí para
entrenar. Pero no pude evitar preguntarme qué pasaba por
su cabeza.
Hice mi salto con la ayuda de Kova y casi me entró el
pánico cuando mi corazón saltó de mi pecho y aterrizó
antes que yo. Tenía tanto aire que mis pies se levantaron y
giré en un giro hacia atrás.

—Eso no fue un pequeño estallido. Casi me tiras por los


aires. Podría haberme hecho daño.

Me miró fijamente.

—¿Ves la altura que tienes? —replicó, con voz severa.


Ignoró mi comentario, porque la verdad era que yo sabía
que mi entrenador no dejaría que me pasara nada y él
también lo sabía.

—Eso es lo que necesitas en el vuelo. Hazlo de nuevo y


mantén las piernas más apretadas. Este salto, más que
otros, debe tener las piernas y el cuerpo rectos y
apretados.

Era muy consciente de la necesidad de tener las piernas


rectas y apretadas, no solo en este salto, sino en muchas
otras destrezas de la gimnasia. Oírlo una y otra vez era
molesto. Deseaba que me dijera algo que no supiera.

Hice el salto, sintiendo el chasquido de Kova en la parte


baja de mi espalda. Esta vez no fue tan fuerte y sentí la
diferencia, apenas aterricé de espaldas.

—¿Sientes la diferencia?

—Sorprendentemente, sí.

Kova hizo una pausa, sin esperar mi respuesta, y luego


continuó:

—La clave del Amanar es la altura, el impulso y la


potencia. Por ahí empezamos. Haremos esto mil veces si es
necesario, hasta que me sienta seguro que puedes avanzar
—dijo Kova con entusiasmo.

Mil veces, como hizo conmigo en las barras. Por lo menos


no me rompería en el salto. Pero podía romperme un tobillo
si aterrizaba mal.

Volví a saltar, y terminé con un trazado. Después de más


o menos una hora, estaba agotada y necesitaba
urgentemente comida. La pantorrilla me palpitaba
ferozmente, pero no había manera que hablara. La ayuda y
el empuje de Kova realmente marcaron la diferencia, así
que almacené el dolor y me concentré en el
acondicionamiento.

Volviendo al foso, colocó unas gruesas alfombras de


práctica sobre los cuadrados de espuma para practicar mi
aterrizaje, ya que aún no estaba preparada para aterrizar
en el suelo.

De pie al final de la línea de la pista, busqué al


entrenador.
—Haz tu doble sin mi ayuda. Déjame ver dónde estás.

Después de aterrizar mi salto, lo miré. No estaba


contento.

—Un obstáculo más fuerte. Potencia, necesitamos


potencia, Adrianna —ordenó, dando una palmada. La cosa
era que la mitad inferior de mi pierna estaba en llamas.

Asentí y volví a saltar con su ayuda. Durante la siguiente


hora, todo lo que oí fue:

—Adrianna, aprieta esas piernas y ponlas rectas como


una maldita tabla. ¿Quieres romperte el ACL?

—Adrianna. Aprieta el cuerpo.


—Adrianna —dijo lentamente, con irritación—. Ponlo más
alto. ¿Realmente crees que puedes hacer un dos y medio
así?

»¡Adrianna, empuja más fuerte!

»¿Realmente quieres esto?

»¡Bloquea, Adrianna! —gimió—. Ponlo más alto.

»Lo tienes... ¡Aprieta más fuerte ahora!

»Más rápido, más alto, más fuerte. ¡Eso no es bueno!

—¡Estás girando poco, por eso estás saltando hacia atrás!

Entonces empezó a hablar en ruso. En ese momento, mi


cuerpo estaba dolorido y había llegado al punto de
agotamiento. Me quedaba una hora más o menos antes de
tener que ir a clase. Y por primera vez en mi carrera como
gimnasta, no podía esperar a que terminara la gimnasia y a
que empezaran las clases particulares.

—Esa fue una volteadora poderosa, pero necesitamos


más músculo, así que durante los próximos treinta minutos
acondicionaremos y luego enfriaremos. ¿De acuerdo?
Tenemos que hacer esto después de cada entrenamiento.

Ugh. Gemí fuertemente, mi cabeza cayó hacia atrás.


Todas las gimnastas odiaban el acondicionamiento con
pasión, pero también sabíamos que no debíamos escatimar
en él. Si lo hacíamos, nos estaríamos retrasando.

Kova me llevó a una parte del gimnasio destinada


únicamente a los estiramientos y al entrenamiento con
pesas. No levantábamos pesas como los culturistas, pero sí
las utilizábamos para ejercicios específicos de musculación
en los que necesitábamos apuntar.
—Bien, ponte de espaldas y túmbate. Los brazos junto a
las orejas.

No hay problema.

El entrenador tomó una mancuerna de seis kilos y se


acercó a mí. Se puso de rodillas, se sentó detrás de mi
cabeza y me indicó que abriera las manos, colocando la
pesa en las palmas. Estaba tan cerca que podía oler su
aroma a cítricos y canela, y no el olor a tiza del gimnasio.

—Vas a mantener los brazos junto a las orejas. Levanta


las piernas y los brazos al mismo tiempo y júntalos, pero
solo hasta la mitad. Esto va a construir el músculo aquí. —
Kova colocó una mano plana en mi región pélvica y mi
estúpido cuerpo se calentó por completo por eso. Miré a mi
alrededor para ver si alguien podía vernos. Un hormigueo
recorrió mi piel. Sus dedos eran como una bengala el 4 de
julio, y me pregunté si Katja tendría la misma reacción ante
él.

—Ahora, levanta lentamente —dijo, con su mano todavía


sobre mí.

Lo levanté, pero demasiado rápido.

—No estás en una carrera para terminar, Adrianna.


Tómatelo con calma.

Quédate con mi corazón. Me encantaba cómo mi nombre


salía de su lengua.

Kova seguía mirando mi estómago como si fuera incapaz


de establecer contacto visual conmigo.

—Levanta más despacio —fue todo lo que dijo


impasiblemente.
—Aprieta —ordenó cuando empecé a levantar más
despacio, ahuecando mi cuerpo con aspecto de barquito.
Presionó sus dedos en mi estómago buscando músculos—.
Esto es lo que quiero sentir. Justo aquí... más apretado. —
Asintió para sí mismo en señal de satisfacción. Su mano me
quemaba el estómago.

Me aclaré la garganta y nuestros ojos se cruzaron.


—¿En serio? ¿No se te ocurrió ninguna otra palabra para
usar?
La comisura de su boca se levantó y sus ojos esmeralda
brillaron. Me dejé caer al suelo.
—El inglés no es mi primera lengua. Perdóname.

Volví a levantarme y esta vez colocó una mano bajo mis


pantorrillas y la otra bajo mis brazos. Estaba temblando.
Levantar una mancuerna de seis kilos no era realmente tan
pesado, pero en la posición en la que estaba, y como lo
estaba haciendo, no era tan fácil. Kova me ayudó a guiarme
lentamente hacia arriba y luego hacia abajo tantas veces
que mis músculos ardían.

—Recuerda respirar.
Después de otra serie, me temblaban los brazos.

—Está bien. Tomemos un descanso. —Alcanzó mi brazo y


comenzó a masajear el músculo, sacudiéndolo. Sus nudillos
rozaron mis costillas. Sus dedos amasaron el tejido en
profundidad y la sensación sublime se apoderó de él.
Como Kova seguía sentado a mi lado, pude ver bien. Lo
observé, dónde estaban sus ojos, el tic que trabajaba en su
mandíbula. Tenía muchas ganas de preguntarle por nuestro
beso de aquella noche en el gimnasio, y lo que significaba.
—Kova —susurré solo para él. Intenté llamar su atención,
pero no me miró.
—Ahora no, Adrianna.

—¿Cuándo? —Siguió ignorándome, así que le dije—: No


voy a decírselo a nadie.

Sacudió la cabeza con incredulidad.


—Hay algo más que eso.

—Por favor, mírame. —Cuando por fin lo hizo, le dije—: Te


lo juro.
Volvió a sacudir la cabeza con incredulidad y murmuró:

—¿Entiendes las normas que he roto? ¿El hecho que


podría ir a la cárcel?

—No irías a la cárcel, lo he investigado. Solo nos besamos


—susurré, y miré a mi alrededor—. No hicimos nada más.
Fue solo un beso.

Me miró horrorizado.
—No ves el problema porque eres demasiado joven. —
Entonces se puso en pie, y por la mirada que tenía, supe al
instante que se arrepentía de lo ocurrido.
—Agarra mis tobillos y dame los tuyos.

Lo miré, perpleja.
—Pon tus manos alrededor de mis tobillos —dijo Kova
lentamente, como si tuviera problemas de audición—. Y
sube las piernas.
Bien, bien, bien. Desde esta vista, había mucho que ver,
es decir, el bulto de Kova. El contorno desde este ángulo
me hizo imaginar lo que había dentro de sus pantalones
cortos y si llevaba bóxers o no. Me di cuenta que no estaba
completamente erecto, pero aún así era bastante grande.
Al menos supuse que no estaba erecto y sabía que se sentía
grande, pero no lo había visto realmente. Mi agarre se
apretó alrededor de sus tobillos al pensar en cómo me
acariciaba el coño con él, un río de sensaciones recorrió mi
centro.
—Voy a empujar tus piernas hacia abajo, pero no debes
tocar el suelo —dijo el entrenador, rompiendo mis
pensamientos prohibidos—. Te empujaré de lado a lado y en
línea recta, pero nunca dejes que tus piernas toquen el
suelo.

—Entendido.
Kova lanzó mis piernas hacia abajo y mi espalda se dobló
con desesperación para evitar que mis pies tocaran la
alfombra. Me agarré más fuerte a sus tobillos, sujetándome
para volver a subir las piernas.

—Levántalas —ordenó—. Más rápido. Me estoy tomando


un tiempo solo para ti.
—No te pedí que me ayudaras —grité.

—Adrianna, estoy aquí para asegurarme que cada


gimnasta alcance su máximo potencial, así que si eso
significa sustituir a otro entrenador, lo hago. No es nada
personal.
Nada personal.
Que se joda. No le pedí esto. Podría haberme quedado
con Madeline pero él quería intervenir.
Cuando me empuja las piernas hacia un lado, mis caderas
giraron y las volví a encajar, luchando un poco. Era más
difícil de lo que parecía y mi estómago se flexionaba cada
vez. Y cada vez, miraba su bulto y lo veía rebotar.

Me estaba yendo al infierno.


Mi estómago ardía, como si las hormigas de fuego
recubrieran mi carne. Mis piernas empezaban a doblarse al
subirlas. Tenía muchas ganas de pedir un descanso, pero
sabía que no debía hacerlo.

—Estoy cansado de decirte que mantengas esas piernas


juntas, cerradas y rectas. —Me tiró las piernas hacia abajo
con tanta rabia y rapidez que luché por volver a subirlas.
Pero no tocaron el suelo y me sentí orgullosa de mí misma
por eso. Mis uñas se clavaron en su carne, dejé escapar un
chorro de aire cuando las subí. Repitió el movimiento.

—Eso solo hará que te haga esto durante más tiempo.


En ese momento, decidí que iba a estudiar brujería y
ponerle un hechizo para este tipo de tortura.

Y hacer que usara palabras correctas en inglés, y algunas


malditas contracciones.
Cada vez que él empujaba mis piernas hacia abajo, yo
respiraba hondo y lo retenía, usándolo para lanzar mis
piernas hacia él. El sudor me chorreaba por los lados de las
sienes y estaba bastante segura que me iba a saltar un vaso
sanguíneo en el ojo.
Quién sabía cuánto tiempo había pasado cuando llegué al
punto en que no podía aguantar más. El interior de mis
muslos temblaba, se agitaba con tanta fuerza que, junto
con el ardor de mi estómago, me mareaba. Debió sentirlo
cuando dijo:

—Una última vez. —Y cuando volvió a lanzar mis piernas,


las dejé caer al suelo con un ruido sordo. Una pierna cayó
hacia un lado, la otra subió en un esfuerzo por doblarse,
pero no tuve fuerzas para sostenerla, así que ambas
cayeron abiertas. La posición no era muy femenina, pero
estaba demasiado agotada como para preocuparme.

Jadeando fuertemente, me sentía como si acabara de


correr una maratón.
—Creo que me estoy muriendo.

—No seas tan dramática.


Mi agarre se aflojó y mis codos cayeron a un lado.

—No lo estoy. Eso fue duro. —Pero él ignoró mi


comentario y se puso encima de mí, con su mirada entre
mis piernas abiertas.

Debería haberlas cerrado, habría sido lo lógico, pero me


quedé clavada en el sitio. En parte porque no podía
moverme, pero también me gustaba la forma en que sus
ojos recorrían mi cuerpo. Su mirada embriagadora provocó
una palpitación entre el nudo de mis muslos, y mi pulso se
aceleró.

Dios mío. ¿Qué me pasaba? Debería haber sentido


repulsión. Demonios, tal vez debería haberme levantado y
alejado. Tal vez necesitaba hablar con un terapeuta sobre
mi adicción a Kova.
En realidad, tacha eso.
Abrirme sobre el enamoramiento de mi entrenador,
mucho mayor que yo, podría volverse en mi contra.
Mantener la boca cerrada era el único plan de acción que
tenía.

Haciendo acopio de fuerzas, junté las piernas lentamente,


añadiendo presión a mi centro hinchado con los muslos. El
entrenador se aclaró la garganta y extendió la mano para
ayudarme a levantarme.
—Te veré más tarde para el piso.

—¿Entrenador?
—Ve.

—No, siento que debemos hablar.


Se acercó a mí y sus ojos recorrieron rápidamente el
gimnasio.

—No hay nada que hablar. Fue un gran error de juicio.


No debería haber ocurrido nunca —dijo con desprecio—. Y
ahora tengo que vivir con el hecho que me aproveché de
una menor, una de mis gimnasta nada menos. Estoy
enfermo por eso, no puedo dormir.

Me eché hacia atrás, sintiendo solo una pequeña dosis de


lástima.
—No te has aprovechado de mí.

—Es aún peor que pienses así —gritó en voz baja—.


Deberías haberte indignado con lo que dije e hice.

—No lo estoy, no lo estaba. Me gustaba, todo, y no quería


que se acabara. Te sentías mejor que cuando...
—Adrianna —dijo bruscamente, cortándome. Pasando una
mano por su cabello, sus ojos viajaron a mi pecho y se
detuvieron por un momento.
—No tengo nada más que decirte. Soy un hombre adulto,
tú eres una... adolescente —dijo con disgusto, haciéndome
sentir cinco centímetros más alto—. Si Katja nos hubiera
visto, podríamos haber perdido todo. No estoy dispuesto a
arriesgar eso por nada ni por nadie, pase lo que pase.
Me tragué la empatía que sentía de repente. Sus ojos se
suavizaron, la vergüenza los llenó.
—Has trabajado demasiado para tirarlo a la basura, y yo
también. Mantén las manos quietas y yo haré lo mismo.
Luego se dio la vuelta y se alejó, destripándome.
 

 
Capítulo 34

Dos horas de química avanzada, más diez horas de


gimnasio, y ya estaba lista para desmayarme.
No importaba que hoy cumpliera otro año más, me
parecía un día cualquiera. Avery estaba fuera del país. No
había podido visitarme para mi cumpleaños como quería.
Sus padres habían programado unas vacaciones familiares
en España y se lo habían dicho a ella y a su hermano en el
último momento, pero había prometido que vendría a
verme cuando volviera. Mi padre estaba de viaje de
negocios, Xavier estaba con sus amigos haciendo Dios sabe
qué, y aparte de un mensaje de texto de mi madre, no había
oído ni una sola palabra de mi familia. El gimnasio era el
gimnasio, igual que cualquier otro día.
Había aprendido a desconectar las emociones cuando el
momento lo requería, así que estar sola en mi cumpleaños
no me afectaba.

Sin embargo, Alfred me regaló una magdalena con una


vela anoche cuando me entregó las llaves del Escalade, mi
propio auto Tonka. Se lo agradecí y lo llamé Thomas.

Aparte de estar hambrienta y probablemente capaz de


comerme una vaca en este momento, simplemente no tenía
fuerzas después del largo y agotador día que tuve.

Al salir de la sala de tutoría privada situada en la parte


trasera de la biblioteca, las luces eran tenues y el vacío en
el aire me hizo sentir un poco de frío. Mis notas eran
buenas y me mantenía en el buen camino, así que
realmente no necesitaba venir, aunque esta mañana me
salté las clases para hacer el examen de conducir. Mientras
que mi madre se enfadaba por mi aspecto, mi padre se
centraba en la escuela y en lo importantes que eran las
notas. Sabía que tenía razón, porque al fin y al cabo, no era
ingenua al pensar que el dinero podía comprarlo todo como
para venir al World Cup. Un día todo esto se acabaría y
viviría en el mundo real con responsabilidades reales.

Llevábamos unas semanas de agosto y el tiempo cambió


en Georgia. Aunque seguía haciendo un calor sofocante
durante el día, la humedad era más densa y pegajosa al
caer la noche. Empecé a juguetear con la cremallera para
poder quitarme la chaqueta antes de salir a la calle, pero
estaba atascada en el material. Puse mis libros en una
mesa cercana para arreglarla.

Estaba ajena al mundo cuando un susurro de aliento me


rozó la piel.

—¿Necesitas ayuda con eso?

Mi mano voló a mi cuello y me giré ante la voz con


sorpresa.

Hayden.
—¡Mierda! Me has dado un susto de muerte.

Hayden sonrió, mostrando sus hoyuelos. Mis ojos se


dirigieron a sus hombros, e incluso a través de la sudadera
con capucha gris claro, pude ver sus músculos bien
definidos.

—Lo siento, solo vi que estabas atascada y pensé en


ayudarte.

Cálmate, hormonas.
—Ayuda, ¿necesitas ayuda con eso? —preguntó,
señalando mis manos.
Sacudiendo la cabeza, me recuperé.

—Ummm, sí, gracias.

Hayden jugueteó con mi cremallera y preguntó:


—¿Estás bien?

—Lo siento... es que estoy agotada. —Sonrió y mi


estómago retumbó.

—Y aparentemente también tienes hambre.

El calor subió por mi cuello y llegó a mis mejillas,


avergonzada por lo fuerte que gruñía mi estómago.

—Sí, eso también, pero estoy demasiado cansada para


comer, y lo último que quiero es una de las comidas
preparadas que me esperan en casa.
Las cejas de Hayden se curvaron entre sí, así que
respondí a su mirada perpleja.
—Mi madre tiene comidas frescas preparadas y me las
entrega semanalmente. La idea de metérmela en la boca
ahora mismo no suena tan atractiva como plantar la cara
en la cama. La mayoría de las veces puedo lidiar con eso,
pero si no tuviera que volver a mirar otro trozo de pescado
o de corteza, sería demasiado pronto. Así que prefiero no
comer.

—¿Corteza? ¿Como la de un árbol?

Me reí, pensando en lo gracioso que sonaba.

—En realidad no es corteza, solo comida que no tiene


nada, ni especias, y sabe horrible. Por no hablar que son
raciones pequeñas.

Asintió, aceptando mi respuesta.


—¿Por qué no vas a comprar comida?

Me encogí de hombros.
—La verdad es que a mi madre le daría un ataque si
comprara algo que no aprobara. Además, no tengo energía.

—¿Así que simplemente no vas a comer? —Tanteó con mi


cremallera y finalmente la bajó por mi cuerpo.

—Tengo algo de fruta que puedo comer.

—Adrianna, tienes que comer —dijo, agarrando mis


caderas. Desde aquel beso en mi condominio, Hayden no
había sido tan atrevido con su tacto. Así que naturalmente
noté sus manos en mi cuerpo.

—Vamos. Iremos a comer algo juntos.

—¿A dónde iremos?

—Hay un Gino's Pizza al final de la calle. ¿Qué tal allí?

—Mi madre me mataría si comiera pizza.

Apretándome más, Hayden miró a su alrededor sin


rumbo. Seguí su mirada, con curiosidad por ver a quién
buscaba, pero no vi a nadie.

—Adrianna, ¿la ves en algún sitio? No se va a enterar y


prometo no decírselo. —La comisura de su boca se levantó.

Dudando, me mordí el labio. Hacía mucho tiempo que no


comía pizza.

—Vamos —me persuadió, agarró mis libros, y luego


entrelazó sus dedos con los míos—. Yo invito.

Debí quedarme en la biblioteca más tiempo del previsto.


Una niebla turbia se asentaba en el estacionamiento
mientras caminábamos de la mano. No solía ir de la mano
con alguien con quien no salía, pero Hayden era diferente.
Para mi sorpresa, se había convertido en un buen amigo.
Esperaba estar cerca de las chicas de mi equipo más que
nada, y no lo estaba.

—¿Qué auto es el tuyo?

Señalé la camioneta negra con el polarizado casi ilegal y


las llantas de veintidós pulgadas. Era la camioneta que
Alfred había conducido cuando llegamos a Cape Coral a
principios de año.

—¿Ese es tu auto? —Sus cejas se alzaron, con


escepticismo en su tono.

Dios, solo quería meterme en un agujero y esconderme.


Decir que Hayden estaba asombrado por mi Escalade de
alta gama era un eufemismo. Era la edición Platinum y,
aparte de estar ligeramente avergonzada, realmente me
encantaba. El primer auto de nadie era tan bonito a menos
que la familia tuviera dinero. Pero en casa, este tipo de
cosas eran normales, y los chicos con los que crecí tenían
autos aún más lindos. Avery tenía un elegante BMW que le
dije a mi padre que quería en numerosas ocasiones.

—Sí.

—¿Cuándo conseguiste ese auto?

—Umm, bueno, en realidad tengo este auto desde hace


un tiempo. Por casualidad me dieron las llaves anoche.

—¿Anoche? —me preguntó.

Me mordí el labio.

—Hoy es mi cumpleaños.
Hayden se detuvo en seco, con la mandíbula desencajada
y la cara iluminada.

—¿Hoy es tu cumpleaños y no se lo has dicho a nadie? —


Se abalanzó sobre mí y me dio el abrazo de oso más fuerte
posible. Me reí cuando me levantó y me hizo girar,
deseándome un feliz cumpleaños.

Me dejó en el suelo y me dijo:

—¿Cuándo te has sacado el permiso de conducir? No


puedo creer que no se lo hayas dicho a nadie.

—Me salté la tutoría y Alfred me llevó esta mañana.

—Amiga, tu auto está enfermo. Yo pago la cena, pero tú


conduces.

Aliviada por su opinión, mis hombros se relajaron.

—Me parece bien.

Subiendo al auto, presioné el botón para encender el


motor, mientras Hayden miraba por encima de su hombro a
las dos filas detrás de él.

—¿Por qué tienes un auto tan grande? ¿Y cómo es que


nunca lo he visto en el gimnasio?

Suspiré antes de sumergirme en él.

—Mi papá insiste en que un auto más grande es más


seguro para conducir, pero se equivoca. Le preocupa que
un auto pequeño me aplaste, así que me compró un tanque
Tonka. No es el tipo de persona con la que se discute y
normalmente se hace lo que él dice. Fin de la historia.
Además, Alfred solía llevarme, por lo que probablemente
nunca lo hayas visto —se me apagó la voz.
—Oye —dijo Hayden en voz baja, tirando de mi barbilla
hacia arriba para encontrar su mirada firme—. No te
sientas abochornada ni avergonzada por nada de lo que
tienes. Creo que es muy bonito. Tengo que ser honesto,
estoy un poco sorprendido de ver que conduces algo tan
grande siendo tan pequeña. Es una camioneta muy grande,
pero nunca te haría sentir incómoda por eso. Lo juro.

Su pulgar rozó suavemente mi mandíbula, y sentí su tacto


hasta mi estómago. Asentí, aceptando sus genuinas
palabras.

—¿Y a qué se dedica tu papá?


—Es promotor inmobiliario.

—Oh, es cierto. Lo mencionaste en la barbacoa de Kova.


Lo había olvidado. —Giré en una calle muy transitada y me
preguntó—: ¿Vives en una casa gigantesca?

—Bueno, es de tamaño medio... para la isla.


—¿Qué es de tamaño medio?

Me mordí el labio.
—Tiene un poco más de nueve mil pies cuadrados. Hay
siete dormitorios, todas las habitaciones formales
aburridas, dos cocinas, una casa de invitados, sala de cine,
bodega, gimnasio, sala de sauna y una sala de juegos.
Tenemos un garaje para tres autos y vivimos en una calle
privada, lo cual me gusta.

Sus ojos se abrieron de par en par.


—¿Y está en la playa?

—No, vivimos en un campo de golf. Mi papá es un gran


golfista.
—Vaya —se quedó sin palabras.
—La verdad es que es muy bonita y originalmente
pertenecía a la heredera del Cereal Post. Es una casa de
estilo mediterráneo con los suelos originales y la misma
arquitectura de cuando se construyó. No se ha tocado
nada. Así que para mi papá, comprarla fue una obviedad. Él
aprecia ese tipo de cosas. Mi mamá quería arrancar los
suelos y rehacerlo todo, pero él se opuso firmemente. —
Inesperadamente, una inyección de nostalgia me golpeó y
fruncí el ceño.

—La playa no está lejos, que era donde pasaba la mayor


parte de mi tiempo libre. Nada se puede comparar con una
playa de Georgia. La arena pálida, el agua cristalina, los
interminables rayos de sol, era realmente hermoso.
Especialmente cuando el sol se pone y el cielo se vuelve
naranja y rosa a veces.

—Bueno, entonces está decidido.


—¿Qué está decidido?

—Que voy a ir a casa contigo durante las vacaciones de


Acción de Gracias. Me llevarás a una playa y luego me
enseñarás la isla.

No pude evitar la sonora carcajada que brotó de mi


garganta. Se sentía bien relajarse y dejarse llevar, y
sorprendentemente podía hacerlo con Hayden.

—Te das cuenta que tienes el océano aquí, ¿verdad?


Puedes ir cuando quieras.
—Sí, pero después de lo que me acabas de contar, quiero
ver dónde vives.
—Pues te vas a llevar una sorpresa entonces. La gente es
diferente allí. —Puse el intermitente y giré hacia el
estacionamiento—. No soy como ellos, no quiero que te
hagas una idea equivocada.

—¿Qué quieres decir?


Me encogí de hombros, sin saber qué decir.

—Primero, tienes que entender que no estoy tratando de


alardear del dinero de mi familia ni nada por el estilo. ¿De
acuerdo? Porque no suelo hablar de eso. Es vergonzoso
cuando la gente lo hace, honestamente.

«La gente en la Isla es caprichosa. Todo el mundo tiene


dinero, y mucho. Como una cantidad obscena. Todo gira en
torno al tipo de auto que conduces, el diseñador que usas,
la procedencia de tu dinero, etc. Un quién es quién más o
menos. El aire está lleno de riqueza y los isleños se ponen
rápidamente de perfil y hablan mucha mierda. Sus hijos
son aún peores porque son criados con ese tipo de
mentalidad, por lo que sus egos son del tamaño de una
sandía para cuando entran en la escuela secundaria. Y no
me hagas hablar de los de la alta sociedad.

Hayden se quedó en silencio mientras buscaba un lugar


de estacionamiento y trataba de entrar lentamente.

—¿Qué? —pregunté, mirándolo.


Con las cejas fruncidas, me miró con escepticismo.

—¿Estás bien conduciendo? No pareces muy segura de ti


misma ahora.
Me reí.

—Todavía no me he acostumbrado a conducir un camión


Tonka de verdad, así que tiendo a estacionar de la forma en
que suelen hacerlo los octogenarios... apenas puedo ver por
encima del volante y soy más lenta que una maldita
tortuga.

Hayden soltó una carcajada y yo continué.


—Los ancianos me dan rabia en la carretera.

Estacioné fuera de Gino's, y Hayden salió de un salto,


abriéndose paso mientras yo cerraba el auto y dejaba las
llaves en mi bolso. Al entrar en la pizzería, Hayden me pasó
un brazo por los hombros y me atrajo hacia él. Apoyó su
barbilla sobre mi cabeza.
Nos quedamos juntos mirando a través del cristal la pizza
que podíamos pedir por porciones.
—Te está mirando —le susurré, sin apenas mover la boca.

Hayden fingió que no estábamos hablando de la chica del


mostrador.
—Probablemente quiere ver mis abdominales —dijo
despreocupadamente, cerca de mi oído.
—Los veo todos los días. No son nada especial en mi
opinión —dije burlonamente, apartando la mirada para
ocultar mi sonrisa. Sabía que su estómago dorado era plano
y tonificado. Y no me hagas hablar de sus oblicuos y esa
firmeza. Maldito gimnasta. Se llevaría una sorpresa si viera
lo que había debajo de su camiseta.
Me acercó y se inclinó hacia un lado de mi cuello. Sus
labios rozaron la forma de mi oreja.

—Adrianna. Recuerda que sé a qué saben tus labios.


Mis ojos se abrieron ampliamente cuando los ojos
traviesos de Hayden volvieron a mirarme. Me puse roja al
instante, con las mejillas ardiendo. Miré a mi alrededor y vi
a una chica un poco mayor que yo detrás del mostrador.
—Chica afortunada —dijo y sonrió—. ¿Qué puedo
ofrecerles?

 
Capítulo 35

—¿Te gustó la pizza de anoche? —preguntó Hayden


mientras yo tiznaba mis manos.
—Sí, estaba muy buena. ¿Quién iba a saber que había
tantos tipos diferentes? No tenemos esa variedad en casa.
—¿Dónde está tu casa? —Reagan intervino. Estaba
bastante segura que ya se lo había mencionado.

Mirando el bol de tiza, tomé el bloque de tiza y lo rompí.


De la misma manera que a veces quería romperle la cabeza
a Reagan.
—Fuera de Savannah.

Ella frunció el ceño.


—Ya lo sé. ¿Dónde?

En cuclillas, miré dentro de mi bolsa en busca de mis


agarres, pero no los vi por ningún lado. Mierda. Lo último
que quería hacer era contestarle mientras buscaba
frenéticamente mi equipo.

Empujando las cosas, saqué mis leotardos extra y los dejé


caer al suelo. Encontré las muñequeras, pero mis agarres
habían desaparecido. No podía hacer barras sin ellas, no de
nuevo, y si me rasgaba las manos tardaría una eternidad en
curarse al ritmo que entrenaba.
Apretando los dientes, respondí:

—Palm Bay. Está en las afueras de Savannah. Amelia


Island, para ser exactos. Es...
—Sé dónde está. Solo que no entiendo por qué te irías de
allí y vendrías aquí —afirmó ella—. ¿Tu papá no pudo
construir un gimnasio para ti?

¿Hablaba en serio? El impulso de poner los ojos en blanco


era fuerte ante su comentario condescendiente.

—Quería un gimnasio mejor y resulta que mi papá era


amigo de Kova, así que funcionó perfectamente.

No me gustaba la confrontación, pero tampoco me


acobardaba cuando llegaba el momento. No tenía
absolutamente ninguna razón para sentir lo que sentía por
mí. Además, lo último que necesitaba era que el entrenador
pensara que tenía un drama con alguna de las chicas de su
equipo.

—¿En serio, Reagan? —pregunté, y esperé a que me


mirara—. ¿Cuál es tu problema? Apenas me hablas, pero
está claro que no soportas verme. ¿Qué te he hecho?
Aclaremos las cosas ahora porque tu actitud se está
volviendo vieja.

Apretó los dientes y se acercó a mí.

—¿Quieres saber cuál es mi problema? Mi problema es


que el entrenador te presta más atención que a nadie y no
lo entiendo. Es como si su única atención fueras tú y no es
justo. No te lo mereces.

Llórame un maldito río.


—¿De qué estás hablando? Entrena contigo y con todas
las demás chicas todos los días, como siempre.

Sacudió la cabeza, resoplando.

—Ha dejado de trabajar con nosotras para poder trabajar


más contigo. Quiero decir, Dios sabe que necesitas las
horas extra y todo eso, pero aún así no está bien. Y créeme,
todos hemos notado cómo te mira.

Me quedé helada. No. Es imposible que alguien vea algo


entre nosotros. Se nos daba bien ocultar la tensión, al
menos eso creía. Las palabras de Reagan me dolieron, pero
necesitaba proteger mis emociones inmediatamente.
Aparté su último comentario y planeé ocuparme de eso más
tarde.

—¿Así que quieres más atención, entonces? ¿Es eso lo


que es?

—No necesito atención. Necesito un entrenador que me


dedique tanto tiempo como a todas las gimnastas de aquí.
Solía ser así, pero una vez que llegaste aquí es como si
hubiera cambiado completamente, lo que solo puede
significar una razón. Tú. —Bajó la voz y me miró—. Yo
trabajo más que nadie aquí, y me niego a que me lo quiten
todo. Yo también tengo metas y sueños. No solo tú,
Adrianna.

Por mucho que intentara que sus palabras no me


molestaran, lo hicieron. Las miradas, los comentarios, todo
me ponía de los nervios. Estaba cansada de sentir que no
era lo suficientemente buena. Trabajaba tan duro como
cualquiera de estas chicas.

—Te equivocas. —Poniéndome de pie, decidí alejarme.


Las lágrimas brotaban de mis ojos y no quería que ella las
viera. Me negué a escuchar más de su amarga mierda. Lo
más probable era que tuviera desgarros, así que sabía que
tenía que cargar con toda la tiza que pudiera ahora.

Con el estómago hecho un nudo y las lágrimas


quemándome el fondo de los ojos, sentí que me resbalaba.
La carga de mis emociones se acercaba al límite y
necesitaba controlarlas antes de romper.
Agarrando la miel, me eché un chorro en las manos y di
más palmaditas en la tiza. Las palabras de Reagan se
reproducían en mi cabeza mientras repetía el proceso, una
y otra vez.

Caminando hacia las barras desiguales, Hayden me


agarró del brazo a mitad de camino para detenerme.

—¿Dónde están tus agarres? —me preguntó, mirando mis


muñecas y luego mis ojos, sabiendo el tipo de resultado
final al que podría enfrentarme.

Me encogí de hombros.

—No tengo ni idea, Hayden —dije, abatida—. Pensé que


los tenía...

—Oye Reagan, préstale a Adrianna un par extra de tus


agarres, ¿quieres?

—¿Qué estás haciendo? —le susurré, apartando mi brazo


—. Sabes que no me soporta y honestamente, no quiero
ningún favor de ella.

Juraría que había visto mis agarres en mi bolso esta


mañana. El pensamiento cruzó mi mente que tal vez
Reagan los sacó a propósito. No me extrañaría que lo
hiciera. Parecía empeñada en querer que me cayera.

—Si es tan rica, ¿por qué no tiene más? —Su voz chillona
era como los clavos en una pizarra. Daría cualquier cosa
por frotar tiza en sus cuerdas vocales para que no sonara
como un ratón.

—No te preocupes, Reagan. Me gustan los desgarros


sangrientos en las manos. Se siente tan bien cuando la tiza
golpea mi piel roja e irritada, poniendo mis manos en carne
viva. Lo que no te mata solo te hace más fuerte, ¿verdad?
Apretando mi cola de caballo, me agarré a la barra baja y
me balanceé en un kip de deslizamiento. Con las caderas
hacia atrás, extendí las piernas al máximo para quedar en
una perfecta línea horizontal, y sentí el tirón en el
estómago. Llevé las puntas de los pies a la barra y me puse
a hacer un kip, luego me puse de pie de manos,
manteniéndolo durante tres segundos, antes de hacer un
kip de deslizamiento para que mis brazos estuvieran rectos
y mis muslos descansaran muy ligeramente sobre la barra.

Me volví hacia Reagan.

—Supongo que esto significa que el entrenador me


prestará más atención, ya que hoy estoy sin mis agarres.

Me puse de pie en la barra baja una vez más, hice un


piked y giré en una posición a horcajadas y solté la barra
baja. Con mis caderas en el aire, giré mi cuerpo
completamente y alcancé la barra alta.

La tiza cayó ligeramente cuando agarré la barra y cerré


los ojos. Hacer unos cuantos movimientos ligeros de
liberación me permitió calentar mientras me balanceaba de
barra en barra con facilidad, al tiempo que estiraba mis
músculos doloridos. Me sentí bien, y tuve que admitir que
amé el tirón de mi cuerpo. Todo se desvanecía. Era como
un alivio del estrés y lo aceptaba cada vez. Sobre todo
ahora.

Calenté con unas cuantas paradas de manos y piruetas,


asegurándome que las realizaba en vertical, y luego un
giant a un flyaway dismount. Calenté una vez más y decidí
que en lugar de hacer un flyaway de nuevo, iría por una
doble layout. No era muy habitual en un calentamiento,
pero era algo que dominaba desde hacía tiempo y que
podía hacer hasta dormida.
Completados dos giant, me solté. La barra rebotó
estrepitosamente, con los muelles rebotando. Volé por el
aire, asegurándome de mantener el cuerpo recto como una
tabla y las caderas abiertas mientras daba dos vueltas
hacia atrás antes de clavar los talones en el suelo. Aterricé
con un ligero bamboleo. Una llama rodante de calor me
subió por la pantorrilla, pero me obligué a apartarla de mi
cabeza.

—¡Bien, Aid! —gritó Hayden con entusiasmo mientras se


acercaba al caballo con arcos.

Todo lo que Reagan pudo conseguir fue una mirada.


Antes que pudiera decir algo, el entrenador Kova gritó a
través del gimnasio:

—Buen trabajo, Adrianna. Aprieta un poco más.

Naturalmente, vio mi tambaleo, pero no se le escapó


nada.

—Solo era un calentamiento, entrenador —le respondí y


asintió en señal de aprobación, con los ojos brillando de
satisfacción.

Era la primera cosa real que Kova me decía en semanas.


Lo necesitaba, necesitaba su apoyo después de lo que dijo
Reagan. Necesitaba saber que estaba progresando a sus
ojos, que mi duro trabajo no pasaba desapercibido. Aparte
de los comandos sobre las habilidades gimnásticas, apenas
hablábamos. Había llegado a aceptar su rígida
personalidad después de lo ocurrido entre nosotros.

Me giré y sonreí alegremente a una Reagan en plena


ebullición, que dio un paso para montarse en la barra y
comenzar su rutina. Pero justo antes de hacerlo, me lanzó
un juego extra de agarres a los pies.
—Sabes, el entrenador trabaja contigo como lo hace
porque se siente mal. No eres lo suficientemente buena
para estar aquí, y es obvio que nunca lo serás. ¿Por qué
crees que te dedica tanto tiempo? Es lo mismo con Hayden.
Holly me dijo que Hayden dijo que no tienes amigos y que
estás sola todo el tiempo, así que es amigo tuyo por
lástima. Pero no me sorprende. Hayden es un buen chico.
Está en su naturaleza salir de su camino para ayudar a los
necesitados.

La satisfacción que sentía momentos antes había


desaparecido. Las lágrimas volvieron a acumularse en mis
ojos ante sus despiadadas palabras. Meses de duro trabajo
y evasión emocional burbujeaban en la superficie. No
quería llorar, pero sus palabras me escocían y las sentía a
punto de desbordarse.
—Aquí no le gustas a nadie, y el único amigo que tienes
no es de verdad. Tu entrenador y tu único amigo no tienen
ninguna fe en ti. —Se reía, burlonamente—. Deberías irte
ya. Nunca llegarás a ser una gimnasta olímpica, Adrianna
Rossi. No tienes lo que hay que tener y nunca lo tendrás.

Con eso, sonrió y se dio la vuelta para subir a la barra.


Volví a acercarme a la cubeta de tiza, con el corazón
golpeándome el pecho. Me sentía mal del estómago. Sus
palabras resonaban en mis oídos, cada vez más fuertes y
pesadas. No podían ser ciertas.
Una lágrima gorda resbaló por mi mejilla ante la realidad
de mi vida y me la limpié rápidamente. La vergüenza por
haberme olvidado de los agarres me obstruyó la garganta y
el pecho se me apretó por la humillación que Reagan
acababa de propinarme. Me estaba asfixiando en un cuenco
de maldita tiza. De alguna manera, había sido
completamente inconsciente de mi entorno. Estaba
acostumbrada a las chicas mocosas de mi casa, pero
Reagan era una verdadera chica mala, y no sabía cómo
lidiar con ella. Me habían enseñado a manejar las cosas con
aplomo y control, a no actuar como una bala perdida, pero
sus palabras eran crueles y calaban hondo. Lo único que
quería hacer era tomar represalias.
Pero no lo hice. En lugar de eso, tomé el camino más
elevado y comencé a empolvarme las manos mientras otra
lágrima caía en el cuenco, con sus palabras repitiéndose en
mi cabeza.

Respirando profundamente, exhalé y dejé salir toda la


mierda. Miré al gimnasio que me rodeaba y clavé los ojos
en Kova, que me miraba fijamente.

No quería parecer débil, pero no había forma de evitar


que otra cálida lágrima rodara por mi mejilla. Los ojos de
Kova se oscurecieron y su mandíbula se tensó. Miró a
Reagan durante un largo rato antes de echarme otra
mirada. Esta vez estaba llena de una preocupación que hizo
que se me apretara el vientre. Su mirada decía más de lo
que creo que quería revelar.

Antes de girarme hacia las barras, me limpié las lágrimas


para que Reagan no viera que me había llegado. Me negué
a mostrarle que había ganado esta batalla.

Pero ella no ganaría la guerra.


 

 
Capítulo 36

Pasaron tres largas semanas en las que Kova y yo nos


estuvimos esquivando el uno al otro.
Para ser justos, me concentré principalmente en la
gimnasia.
No fue tan fácil como pensé que sería. De hecho, fue
francamente difícil. Estar en un gimnasio y entrenar casi
cincuenta horas a la semana era una tarea desalentadora
por sí sola. Había estado tomando clases de baile
adicionales y pasando horas transformando mi cuerpo solo
para poder alcanzar los estándares de Kova.
Lamentablemente, no sabía si alguna vez los alcanzaría,
porque seguro que él no me lo diría.

Añade un acto ilícito entre un entrenador y su atleta y ve


a dónde te lleva eso. Especialmente un atleta al que tiene
que entrenar personalmente durante un número de esas
horas.

Lo había sorprendido dándome miradas furtivas,


tocándome más de lo necesario durante la gimnasia, los
entrenamientos duraban más. En su defensa, había hecho
lo mismo con él. La tensión iba en aumento entre nosotros,
pero ¿a dónde iba? No había salida para nada de eso. Se
estaba gestando, la presión aumentaba hasta un nivel
insalubre.

Lo peor de todo es que empecé a preocuparme por si


alguien más se daba cuenta. Especialmente después de los
comentarios de Reagan.

Las cosas me estaban afectando. Por no mencionar que


estaba casi segura que me pasaba algo en la pantorrilla, lo
que no ayudaba a la situación, ni a mi vida. El dolor
aparecía y desaparecía al principio, así que tendía a no
centrarme en él. Pero ahora que empezaba a aparecer con
más frecuencia, no podía dejar de preguntarme si era algo
serio. Me estaba estresando más que nunca. Mi mente
estaba en vilo con todos los pensamientos que la recorrían,
y el silencio de mi condominio me carcomía.

Hoy era mi único día libre. Había estado inquieta, sola y


sin nada que llenara el vacío. Necesitaba salir. Avery no
aparecía por ningún lado, lo que me fastidiaba. Si la
conocía, era muy probable que estuviera con su chico
misterioso. Ya me había dado el botón de "jódete" unas
cuantas veces. Limpié cada centímetro cuadrado que pude
y no había nada en Netflix que valiera la pena ver. Incluso
intenté leer un libro con la esperanza que me ayudara a
escapar de la monotonía de mi vida.

Nada ayudó.

Estaba empezando a volverme loca por todo lo que había


pasado desde que llegué a World Cup. La cabeza me latía
con fuerza. Necesitaba desconectar y olvidarme de todo, y
lo único que me permitía algún tipo de alivio era la
gimnasia.

Quería entrenar, lo necesitaba. Necesitaba la liberación


que me producía.

Al abrir la puerta del gimnasio, me aparté un mechón de


cabello castaño de mi rostro. El gimnasio solía estar
cerrado los domingos, lo que significaba que estaría sola y
sin la constante observación de mi equipo y mis
entrenadores.

Justo lo que quería.


Encendí las luces de la sala de baile, dejé mis cosas en el
suelo de madera y me dirigí a la estantería que contenía la
radio. Es curioso que Kova tuviera radios en el gimnasio
real, pero no quisiera poner una en la sala de terapia.
Necesitaba música, de lo contrario el silencio arruinaría mi
tren de pensamiento.

Decidí que trabajaría en las habilidades que había


aprendido en las estúpidas clases de ballet que me habían
obligado a tomar. Me pregunté cuánto tiempo más tendría
que tomarlas. No eran tan malas como pensaba que serían,
simplemente no me importaban. Quizás esto era lo que me
separaba de ser una gimnasta mediocre y una gimnasta
increíble a los ojos de Kova. No era ningún secreto que
odiaba el ballet, pero no era tan ingenua como para pensar
que ya no lo necesitaba. Odiaba admitir que el ballet
jugaba un papel importante en la gimnasia. Los
componentes no solo habían aumentado mi flexibilidad y mi
equilibrio, sino que la coordinación y la disciplina
requeridas marcaban una gran diferencia, especialmente
en el suelo.

La danza, sobre todo el ballet, corrigió mi postura, que se


veía afectada por las constantes flexiones y torsiones de la
gimnasia. Al igual que las bailarinas, las gimnastas tenían
que estar ajustadas en cada movimiento, eliminando el
control del movimiento no deseado. Detectar a una
bailarina descuidada era fácil, incluso para un ojo
inexperto. La gimnasia era lo mismo y todo empezó con la
construcción de mi núcleo.

Después de pulsar algunos botones, Love Me Like You Do


de Ellie Goulding vibró a través de los altavoces,
rejuveneciendo mi espíritu a su paso. Me sentí cien veces
mejor y me dejé llevar por su poética voz.
—Estás dejando caer el pecho.

Di un salto, bajando la pierna trasera y girando con


miedo, con el corazón acelerado. La voz poco comprensiva
de Kova me sacó de mi concentración y lo miré fijamente
como un ciervo a los faros.

—¿Qué? —pregunté sin aliento.

—Tu pecho. Estás dejando caer el pecho —afirmó por


segunda vez.

Se apoyó despreocupadamente en el marco de la puerta,


con los brazos cruzados. Recorrió la longitud de mi cuerpo
con una larga mirada. En lugar de un leotardo, me puse
uno short corto negro y un sujetador deportivo verde. La
humedad mojaba mi piel mientras el sudor se deslizaba por
la parte baja de mi espalda. Antes me había quitado la
camiseta de gran tamaño y la había tirado al suelo. Mi
largo cabello estaba recogido en un moño desordenado en
la parte superior de la cabeza. Se me habían escapado
pequeños mechones que no me había importado arreglar.

Pensé en lo que había dicho Kova y casi gruñí. Este


hombre. Lo juro, hacía todo lo posible para meterse en mi
piel. Definitivamente no estaba dejando caer mi pecho.

—No, no lo estoy haciendo.


La esquina de su boca se levantó, como si dijera ¿De
verdad vas a desafiarme?
Dejando caer los brazos, Kova avanzó con determinación.
Cada paso hacía que mi corazón latiera un poco más
rápido. Se me erizó la piel cuando se acercó a mí, las
vibraciones recorrieron mi cuerpo. De repente fui muy
consciente de su presencia y de lo aislados que estábamos
en la sala de baile.

—Sí, lo estás —replicó—. Hazlo otra vez.

Retrocediendo unos pasos, inhalé profundamente y


visualicé el Jeté antes de volver a moverme. Con los
hombros relajados hacia atrás y el pecho arqueado hacia
adelante, me desplacé en dos pasos con los brazos
elegantemente extendidos hacia los lados. Dando una
patada hacia adelante con una pierna larga, seguida de un
movimiento de la cadera girando en el aire para llevar la
otra pierna, di una patada de tijera a las piernas
rápidamente golpeando los dedos de los pies antes de
aterrizar.

Miré a Kova, que tenía un encantador y descarado brillo


en los ojos.

—¿Aún vas a decirme que no dejaste caer el pecho?

—No lo hice. Sé que no lo hice.

Kova inclinó la cabeza hacia un lado.


—Tienes demasiada potencia en tu swing trasero, por lo
que no puedes equilibrarlo. Hazlo de nuevo, pero no
intentes abrir las piernas con tanta fuerza. Obsérvate en el
espejo.

Hice lo que me dijo, solo que esta vez me pareció menos


que perfecto.
—Ha sido un giro a medias —admití.

Los labios de Kova se curvaron hacia arriba, sus cejas


bajaron, y sentí su acuerdo en mi estómago.

—Lo fue. Fue terrible. Pero te he dicho por qué y parece


que crees que miento.

Lo hice de nuevo. Y otra vez. Cuatro intentos más y me


sentía cada vez más frustrada con cada paso que daba,
todo eso mientras él me observaba atentamente con ojos
escrutadores. Quería demostrarle que estaba equivocado,
porque seguramente sabría si estaba dejando caer el pecho
o no.

Cuando terminé el quinto giro, me pasé los dedos por el


cabello sudado y lo apreté, gimiendo de irritación por el
hecho de no poder dominar un movimiento tan básico como
éste.

—Enséñame a hacerlo correctamente.

Levantó una ceja.

—¿Por favor?

Asintió en silencio.
—Ven conmigo.

Siguiendo a Kova, me llevó al centro del piso. Se puso


delante de mí y me agarró los antebrazos para que mis
palmas descansaran en la parte superior de sus codos. Me
tiró hacia adelante hasta que ambos brazos quedaron
fuertemente doblados a los lados, sujetándose mutuamente.

Mirándome directamente a los ojos, me explicó.

—Vas a saltar una vez para tomar impulso, luego saltarás


de nuevo y harás el mismo movimiento que antes, solo que
esta vez te sujetarás a mis brazos. Esto te dará impulso,
pero también te permitirá condicionar tu patada hacia
atrás y mantener el pecho levantado. Es lo mismo que
harías en la barra, pero yo te estoy sosteniendo. Tu pecho
no caerá en mis brazos como lo haría en la barra.

Asentí, respiré hondo y me lancé a la patada, solo para


apoyarme en su pecho con un gruñido, recibiendo una
pizca de su aroma a canela y cítricos pero con un rastro de
algo más. Fuera lo que fuera, olía divinamente, y asaltó mis
sentidos.

—Otra vez. Pero esta vez estira las piernas todo lo que te
permita una patada abierta. Hazlo diez veces, pero en la
última detente con la pierna en el aire. ¿Entendido?

Mi ceño se frunció.
—Pero me dijiste que no las abriera tanto antes.

—Esto es diferente. No podrás apoyarte en mis brazos.


Confía en mí.
Salté y luego di diez patadas hacia atrás, tal y como me
había indicado, estirando las piernas al máximo con cada
patada. Kova tenía razón. No podía bajar el pecho aquí y
sentí el ligero pellizco en la espalda en este ángulo. No me
moví. Me sudaban las palmas de las manos y me hubiera
gustado tiznarlas antes de agarrarme a sus antebrazos para
mantener el equilibrio. Nuestros ojos permanecieron fijos
todo el tiempo, sin vacilar. Su insistencia en que
completara la patada correctamente hizo que algo se
moviera dentro de mí.
Sin aliento e inclinada hacia el pecho de Kova, esperé con
la pierna alargada en el aire detrás de mí a que hablara. El
aire circulaba a nuestro alrededor desde el ejercicio y
podía olerlo aún mejor en este ángulo, no es que quisiera,
pero tampoco pude evitar aspirar una pequeña bocanada.
Dios, olía tan bien.

Algo se sentía diferente esta noche mientras esperaba en


sus brazos para criticar mi forma. Fui más consciente de la
fuerza que desprendía, del poder de su abrazo, de la forma
en que me miraba a través de sus gruesas pestañas. El
dominio total. Se me revolvió el estómago al pensar en lo
que su fuerza podría hacerme... y en el hecho que
estábamos solos en el gimnasio... otra vez.
Al inclinar la cabeza todo lo que me permitía el cuello
desde este extraño ángulo, miré a través del flequillo
húmedo que me caía en la cara.
La mirada de Kova me hizo sentir calor en la piel. Sus
dedos se apretaron bajo mis antebrazos como si estuviera
enfadado. Seguramente, no lo había hecho mal otra vez. Un
movimiento que normalmente me resultaba tan fácil me
estaba dando tantos problemas esta noche. El hecho que
me mirara como si quisiera retorcerme el cuello tampoco
me estaba ayudando.
—¿Qué he hecho mal? —pregunté sin aliento.

La mandíbula de Kova se trabó de un lado a otro ante mi


pregunta.
—Apunta con los dedos del pie. Sube el pecho.

¿De verdad? ¿Eso era todo? ¿Apuntar los dedos del pie?
Soltó mis codos y deslizó lentamente sus manos hacia mi
caja torácica, mi caja torácica desnuda, para descansar
justo debajo de mi esternón, donde se encontraba la parte
inferior de mi sujetador deportivo. Sus manos se
mantuvieron firmes mientras mi corazón latía con fuerza
contra mi pecho.

—Tranquiliza tu respiración. Recuerda lo que te he


enseñado. Respira con el estómago —dijo, con la voz baja.
No podía moverme.

No podía pensar.
Y traté de no respirar profundamente como si estuviera
jadeando.
 
Capítulo 37

Su contacto encendió un cúmulo de chispas por todo mi


cuerpo que estallaron simultáneamente.
Como nunca había tenido esta reacción ante otra
persona, no sabía cómo responder a su presencia. El calor
se acumuló en mi vientre mientras se me cortaba la
respiración, por no mencionar que la pantorrilla y el tobillo
empezaron a arder mientras mi pierna seguía sujeta por
detrás.

—Tu pecho está demasiado bajo y tus caderas no están


cuadradas —afirmó, molesto.

Este maldito hombre. Sí que sabía cómo sacarme de


quicio. Me estaba irritando, insinuando que no sabía lo que
estaba haciendo. Puede que mi pecho estuviera un poco
bajo, pero mis caderas estaban definitivamente cuadradas.

Mi nariz se dilató y dejé caer la pierna y me incorporé


desafiante. Sus cálidas manos se deslizaron hasta mi
cintura y luego bajaron hasta mis caderas.
—Mis caderas están cuadradas —dije apretando los
dientes—. Lo aprendí en la gimnasia para principiantes.

Me desafió.
—O tenías un entrenador con mierda por cerebro, o
simplemente nunca comprendiste la forma correcta de
hacerlo. Tus caderas están fuera y tu pecho está bajo. Este
es un error muy común entre los gimnastas si no son
entrenados correctamente desde el principio. Te he visto
hacer esto durante la práctica muchas veces y pensé que
podría haberlo corregido la última vez que estuviste aquí,
pero creo que me equivoqué. No vuelvas a discutir conmigo
por esto, Ria. Llevo haciendo esto más tiempo del que tú
has vivido. Sé de lo que hablo, pequeña. Ahora ve a la barra
y te mostraré lo equivocada que estás.

—¿Pequeña? —me burlé y lo empujé—. No te pedí que


vinieras a ayudarme. Simplemente entraste e interrumpiste
mi tiempo. Y si me vieras estropearlo durante el
entrenamiento, dudo mucho que te callaras la boca. Te
encanta meterte con cada pequeña cosa que hago. No es
suficiente. Más rápido. Más alto. ¿Por qué lo haces así? Eso
no es bueno. Otra vez, es todo lo que parece salir de tu
boca. Si no es eso, murmuras en ruso en voz baja.

Se me cayeron las tripas. Oh, Dios. Tal vez no debería


haber añadido un falso acento ruso.

Se adelantó, y mi corazón dio un vuelco porque me negué


a dar un paso atrás. Con una voz mortalmente tranquila,
dijo:

—Si tu música detestable no estuviera a todo volumen y


resonando en mi gimnasio, no habría tenido que venir aquí.
Lleva tu culo a la barra. Hay muchas cosas que tengo que
corregir en lo que a ti respecta. Si no te corrijo ahora, solo
me darás más trabajo en el futuro. No hay suficientes horas
en el día para eso, ni paciencia.

Dejando caer los brazos, di un paso atrás.

—Esto no fue por lo que vine al gimnasio. Vine a


propósito cuando no había nadie para que no me
ridiculizaran por cada maldita cosa que haga. Necesitaba
no pensar en una rutina de gimnasia por una vez y dejarme
llevar por unos momentos a solas. Necesitaba ser libre, no
tener que practicar.

—¿Necesitabas ser libre? Tu vida es la gimnasia —rugió


—. Es todo lo que se te permite pensar. Comer. Dormir.
Girar. Repetir. Nada más. No estoy aquí para perder el
tiempo por diversión. Estás aquí porque obtengo resultados
y puedo llevarte al siguiente nivel, que es lo que querías.
Quieres las Olimpiadas. Tú. No yo. Ya lo he hecho. Tú me
necesitas, no al revés. No te necesito, ¿entiendes? Te
acepté como un favor, un trato por un trato. Si solo estás
aquí por diversión, entonces hemos terminado. He pasado
mucho tiempo trabajando en ti, perfeccionándote, más de
lo que he hecho nunca con otro gimnasta, Dios sabe que lo
necesitas. Al menos puedes mostrar un poco de respeto en
el proceso.

Lo odiaba y a su actitud arrogante, a sus profundos ojos


verdes y a su tono pomposo. Mi pecho estaba apretado, sus
palabras golpearon con fuerza. Me hundió y no me gustó.

Pero tenía razón. Y yo despreciaba admitirlo.

La gimnasia era mi vida. Era todo por lo que había


trabajado. Tenía que callarme y aceptarlo, o irme de paseo.

Poniéndome de puntillas, giré y me dirigí a una barra de


ballet que estaba montada en la pared.

—Enséñeme la forma correcta, oh maestro —dije


sarcásticamente. No pude resistirme. Sabía que esta noche
estaba siendo atrevida, más de lo habitual. Probablemente
no sabía qué hacer con mi actitud impulsiva, ya que lo
único que hacía estos días era recibir órdenes durante los
entrenamientos. Había llegado a mi punto de ruptura.

—Agarra la barra y echa la pierna hacia atrás. Mantenla


ahí.

No lo oí moverse, pero Kova estaba de repente junto a mi


hombro. Una de sus manos me agarraba la cara interna del
muslo mientras la otra se colocaba entre mis pechos para
mantenerme en su sitio. Tenía los dedos extendidos, y la
punta de uno de ellos tocó accidentalmente el regordete
montículo de mi pecho. Jadeé, aspirando el aire denso, y
me pregunté si se había dado cuenta.

Sus cálidos dedos me abrasaron la carne. Kova me apretó


el muslo con fuerza, la humedad se acumuló entre mis
piernas. Me mordí el interior del labio, teniendo que
ocultar mi reacción ante él. Necesitaba controlarla, pero no
sabía cómo.

—Mírate en el espejo —soltó.

Me miré.

—¿Ves? Tu pecho está demasiado inclinado para la altura


de tu pierna. Impúlsate en la barra con los brazos para
subir el pecho.

Levanté el pecho y un ligero ardor resonó en mi espalda.

—Más.

Lo hice, pero el ardor subió más por mi espalda en el


incómodo ángulo.

—No puedo más.

Kova disparó dagas a través de sus ojos al oír la palabra


“no puedo”. Tomando el asunto en sus manos, ignoró mi
resistencia y empujó él mismo mi pecho hacia arriba, sin
soltar mi pierna, y dobló mi cuerpo en una posición
antinatural. Gruñí mientras un flujo de aire salía de mis
pulmones. Intenté bajar la pierna, pero no cedió.

—Tu debilidad es tu falta de flexibilidad.

—Lo sé —solté a borbotones. Me dolía mucho y ¿él quería


tener una conversación?
—¿Lo sabes y sin embargo no te condicionas de la
manera que te enseñé? ¿Por qué gasté tiempo en esas
sesiones privadas si no vas a usar los ejercicios? Eso no es
probarte a ti misma ante mí.

Soltó un centímetro para que pudiera hablar.

—He estado condicionando, aparentemente no lo


suficiente. Haré más.

—Mira tu cadera ahora.

Hijo de puta.
—Aquí es donde necesitas estar con tu forma.

Dios, tenía razón. Mi cadera estaba inclinada hacia


afuera y no estaba cuadrada con mis hombros.

—Mantén tu pierna quieta y no te muevas —ordenó Kova.


Gotas de sudor resbalaban por mi cuello mientras luchaba
por mantener la posición.

Utilizando la mano que seguía envuelta en la parte


interior de mi muslo, y peligrosamente cerca de mi sexo, la
deslizó tranquilamente hacia el borde exterior de mi muslo,
casi como si estuviera tanteando mi músculo flexionado. Mi
respiración se agitó y me esforcé por no responder a las
sensaciones de su tacto mientras su mano se deslizaba por
mi pierna de forma casi provocativa. Era electrizante. Y
aunque sabía que estaba mal, en ese mismo momento,
deseaba más su contacto que aprender la postura correcta.

—No te muevas, Ria —susurró.

Su otra mano pasó voluntariamente por mi cintura,


dejando un rastro de calor que bailaba sobre mi piel
desnuda. Agarré la barra con más fuerza y mis nudillos se
pusieron blancos.
Dios, se sentía tan bien. Un ronroneo resonó en mi
garganta. Intenté no pensar en su tacto de forma sensual,
pero era inútil. Quería sus manos sobre mí, las quería por
todo mi cuerpo. Quería que me enseñara la forma correcta
de hacer más cosas. Quería el calor de su piel presionada
contra la mía, que susurrara en ruso por mi cuello. Sus
dedos se posaron en mi bajo vientre, y si movía mis caderas
solo un centímetro más, golpearían el punto palpitante que
pedía ser liberado. Necesitaba su contacto, anhelaba que
su hábil mano se deslizara más abajo.

La mano de Kova rozó la parte superior de mi muslo,


rozando mi sexo. Su cercanía me hizo preguntarme si sabía
lo que estaba haciendo, lo que había tocado. Intenté no
concentrarme en la sensualidad de su mano, pero no era
fácil cuando pasaba y bajaba continuamente.

Inclinándose más hacia mí, me preguntó:


—¿Ves lo firme que estás aquí? —Con los labios
apretados, asentí—. ¿Ves cómo tus caderas están planas y
hacia abajo? —Su mano rodeó lentamente mi pelvis. Volví a
asentir—. Esto es lo que queremos siempre. Sé que puedes
hacerlo, Ria.

Su confianza en mí, incluso en algo tan simple como


cuadrar mis caderas, hizo que mi pecho floreciera de
confianza.

Respirando profundamente, mis caderas se movieron solo


una fracción. Me dije a mí misma que no podía evitarlo
mientras trabajaba para respirar en esta incómoda
posición, pero tampoco podía detener el hambre por querer
que su mano se moviera más abajo.

La presión de sus dedos que se clavaban en mi muslo


indicaba que estaba luchando por no dejarme mover.
Finalmente, un dedo largo e inseguro tocó la ranura de mi
montículo y casi gemí.

Rápidamente, su mano se deslizó hasta mi cadera y sus


dedos me envolvieron y sujetaron. Se inclinó con su cadera
y la utilizó como palanca para estabilizarse, pegándose a
mí. Su hueso pélvico se clavó en mi costado, mostrando lo
cerca que estaba. Al agarrar mi cadera, la giró hacia
adelante para cuadrarla correctamente.

Con un gruñido, mi pierna bajó involuntariamente y mis


brazos cedieron. Mis rodillas se doblaron y perdí el
equilibrio, derrumbándome contra la barra con Kova
chocando contra mí.
—Joder —murmuré en voz baja. Todo ese roce para que él
pudiera cuadrar mis caderas.
Estábamos los dos apoyados en la barra en un montón de
respiraciones pesadas cuando el brazo de Kova aseguró mi
cintura y tiró de mí para que me pusiera de pie.
—Vamos, inténtalo de nuevo.

No quería ponerme de pie, no podía moverme. Me dolía


el cuerpo y estaba agotada después de mantener esa
posición.

—Levántate, Adrianna —su cálido aliento provocó


escalofríos en mi húmedo cuello. Con mi espalda apretada
contra su pecho y mi culo encajado entre sus caderas, la
dureza de su cuerpo me dificultaba el funcionamiento.
El abrazo de Kova se hizo más fuerte. Un calor intenso
recorrió mi cuerpo agotado ante su cercanía, su aliento en
mi cuello, sus dedos clavándose en mí. El corazón se me
aceleró y supe que la razón era él y no el esfuerzo. Por
extraño que parezca, me parecía bien esta reacción hacia
Kova, este sentimiento que corría por mis venas. La
curiosidad se apoderó de mí y aproveché este momento.
Todavía pegado a mi culo, mucho más cerca de lo que
realmente necesitaba, decidí ser atrevida. Mi bajo vientre
palpitaba, un dolor que se acumulaba en mi interior por
algo más, así que me apoyé en él, poniéndome lentamente
a mi altura con un seductor arco de la espalda, golpeándole
en todos los lugares adecuados. Incluso llegué a añadir
presión a la evidente erección que me presionaba.

Kova siseó. Probablemente lo estaba tentando de una


manera que nunca había sido tentado antes.
Pregúntame si me importaba.

No me importaba.
Y la parte que más me asustaba... deseaba que no se
contuviera.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó en un susurro
entrecortado.

Respondí con sinceridad:


—No lo sé.

—Estás pisando una línea muy fina, Ria. Me estás


poniendo a prueba.
Respondí presionando de nuevo su ingle. Su brazo se
apretó alrededor de mí, un torrente de humedad cubrió mis
bragas cuando sus dedos se deslizaron por mi cintura.
Dios, quería que me hiciera sentir lo mismo que la noche
que estuvimos a solas.
—¿Qué hay en ti que no puedo evitar? —susurró. Su
cabeza bajó hasta mi hombro y sus labios se posaron en mi
piel. Mi cuerpo se derritió en su abrazo. Su respiración se
hizo más profunda contra mi espalda mientras luchaba. No
se movió, y supe por qué.

Yo tenía diecisiete años.


Él tenía treinta y dos.

Había muchas leyes que romperíamos si dábamos un


paso más.

Por no hablar que nuestras carreras se irían al garete si


alguien viera la posición en la que nos encontrábamos
ahora.

Pero en este momento, lo olvidé todo.


 
Capítulo 38

El agarre de Kova era fuerte. Me giré en su agarre,


girando para enfrentarme a su cuerpo donde no se había
movido ni un centímetro. Estaba de espaldas a la barra con
los codos apoyados en ella. Al mirarlo a los ojos, éstos se
arremolinaban con el deseo, al igual que estaba segura que
lo hacían los míos. Puede que sea una adolescente, pero no
soy estúpida. Sabía distinguir cuando alguien me deseaba.
La lujuria, la pasión, el deseo, la necesidad, todo estaba
ahí. Su boca estaba a solo unos centímetros de la mía, y si
me estiraba sobre los dedos de los pies creo que podría
tocar sus labios.
Con la lujuria superando el leve temblor de mis nervios,
decidí ir más allá. Puede que no vuelva a tener la
oportunidad de estar en esta posición. ¡Carpe diem7!
Los músculos de mis pantorrillas se tensaron mientras
me ponía de puntillas. Colocándome delante de su boca,
susurré sin aliento:

—Si mi flexibilidad es tan terrible, enséñame a estirarme.


La mandíbula de Kova se trabó, la mirada de sus ojos
verdes me penetró, y sus caderas se apretaron contra mí
como si nos estuviéramos convirtiendo en uno. Inhalé un
suspiro estrangulado y me agarré a la barra, necesitando
algún tipo de palanca en este momento de locura. Ojalá
pudiera leer los pensamientos que veía pasar por sus ojos.
Una de sus manos bajó por mi caja torácica hasta mi
cadera. Apretó con fuerza y yo gemí, mis caderas se
abalanzaron sobre las suyas por el placer.
—¿Quieres formas de estirar las caderas? Puedo
enseñarte unas cuantas —dijo con una voz profunda y
áspera, sus ojos brillando con palabras que no podía
pronunciar. Mis labios se separaron con un suspiro.

Su mano se curvó hacia mi trasero, frotando en círculos y


calentando mi ya tibia piel. Se deslizó por el centro de mi
culo y dio un buen y fuerte tirón, ahuecándome. Un
torrente de humedad cubrió mis bragas debido a su fuerte
tirón. Kova presionó un dedo entre mis nalgas mientras su
gran mano amasaba mi pequeño culo. Los shorts se me
subieron, el aire frío golpeó el pliegue mientras él seguía
masajeándome hasta el olvido. Si me pidiera que me
entregara a él de todas las formas imaginables y que
representara cualquier fantasía que hubiera tenido, no
dudaría. Podía tenerme. Los latidos de mi corazón
resonaban en mis oídos. Mis piernas eran ya gelatinosas,
mis caderas se inclinaban hacia él, sintiendo su polla
contra mi sexo dolorido. Un zumbido se me escapó de la
garganta y mi estómago se apretó con ansia.

Quería que llegara más lejos. Necesitaba que llegara más


lejos. Dios, ¿qué demonios me pasa?

Volvió a darme un fuerte apretón en el culo, sin apartar


sus ojos de los míos.

—¿Quieres que siga? —afirmó más que preguntar.

Mis ojos estaban pesados por su contacto y no me fue


fácil responder.

—Dilo.

—Sí. —Se me escapó de la lengua.

Un lado de su boca se levantó, dándome una media


sonrisa muy sexy. Sus rodillas se doblaron, empujando sus
caderas en mi contra para conseguir un mejor agarre. Mis
ojos se pusieron en blanco y un gemido sin aliento se
escapó de mi garganta, esta vez lo suficientemente alto
como para que él lo oyera. Su mano giró sobre la curva de
mi culo, recorriendo el interior de mi muslo. Tragué saliva
con fuerza, sabiendo que mis shorts estaban empapados y
que solo tenía que pasar su mano por la línea de mi sexo
para saber lo mojada que estaba. Su tacto era electrizante
y recé para que no se detuviera.

—No veo cómo me va a ayudar esto, entrenador —le dije


con dulzura—. No siento que nada se estire.

Su mano se detuvo un momento y luego se movió con


reflejos felinos.

Su mano se deslizó rápidamente por toda la parte trasera


de mi muslo, de modo que mi pierna estaba recta en el aire
y él me sujetaba la parte trasera de la rodilla. Sentí un leve
pinchazo, un tirón en los isquiotibiales, pero no era nada
nuevo para mí. Al fin y al cabo, estaba en posición vertical.

—Cuadra las caderas.

Me recliné hacia abajo.

—Lo estoy haciendo.

—No, no lo haces, Ria —me espetó, con la tensión en su


voz—. ¿De verdad vas a volver a retarme?

Me encogí de hombros. Sinceramente, pensé que mis


caderas estaban cuadradas.

Me miró con desagrado por mi actitud displicente.

—No estoy aquí para jugar contigo.


—¿Quién ha dicho que esté jugando? —me defendí con
fuego en los ojos.

La mandíbula de Kova se tensó. Los ojos decían mucho


cuando las palabras no podían. Esta posición me dejaba
extremadamente expuesta, y no hacía falta mucho para
saber que estaba pensando en el sexo.

Es decir, yo lo hacía. Él también tenía que estarlo.


Kova soltó mi pierna y, debido a su altura, la apoyó
fácilmente en su hombro. Deslizó ambas manos hacia mis
caderas, y esta vez las cuadró, desplazando al mismo
tiempo mi pie para que estuviera correctamente colocado.
Pequeños detalles como éste, el cuadrado incorrecto de mis
caderas, eran los que me detenían. Mi pierna se movió
sobre su hombro y pude sentir su erección a través de sus
finos pantalones de gimnasia... y lo deseé. Dios, quería
sentir más de él. Todo. Verlo.

Se me hizo la boca agua, la sangre me recorrió como un


maremoto. Nos mantuvimos quietos en una posición
seriamente comprometida con su polla presionada en mí
contra, con fuerza. Se sentía tan bien que quería frotarme
contra él.

—¿Lo sientes ahora? —preguntó.

—No, se siente como cualquier otro estiramiento que he


hecho antes —mentí.

Me desafió.

—¿Ah sí?

—Sí. —Giré mis caderas solo una fracción, sintiendo su


dura punta—. Oh, Dios —murmuré.
Kova aplanó su mano contra la parte inferior de mi muslo
y presionó mi pierna hacia arriba, fuera de su hombro, y yo
gruñí.

Entonces, lo sentí.

Oh, chico, lo sentí.

No solo el tirón en mi pierna, sino también su polla


presionando en mi humedad. Dejando escapar un fuerte
suspiro, mis ojos se pusieron en blanco de placer. Apretó mi
muslo con más fuerza para que se encontrara con mi
hombro. Su poder sobre mí era increíble. Necesitaba tan
poco para mantenerme en esta posición.

Estaba a su merced.

—¿Es demasiado duro para ti?


Cuando no respondí, su otra mano se movió de la barra a
mi culo, agarrándolo. Se movió, acomodándose más
profundamente, encerrándome todo lo que nuestra ropa
permitía. Esta vez, Kova no se contuvo y sus caderas
presionaron contra las mías sin preocuparse por si me
hacía daño. Gemí con fuerza y mi cabeza cayó hacia atrás.

Jesús...
Kova respondió a mi suspiro presionando aún más mi
muslo hacia atrás, más allá de mi hombro, donde empezó a
temblar. No podía aguantar más; apenas podía respirar. No
era el puto Gumby8 aquí. Mi cuerpo estaba siendo estirado
hasta un ángulo antinatural, y sin embargo, esto era lo que
necesitaba. El tirón era fuerte, casi doloroso mientras los
músculos se desgarraban, pero no dije nada por múltiples
razones.
Se me cortó la respiración cuando su mano recorrió
seductoramente mi pierna y sus labios se posaron en mi
clavícula. Me acarició el hombro y el cuello con pequeños
besos. La barra me magullaba la espalda por el peso de los
dos presionando contra ella, pero no me quejé. Era lo que
quería, así que lo acepté todo.

—Dime que pare —gruñó, respirando con dificultad. Su


mano se deslizó por mi espalda, sorprendiéndome cuando
se deslizó dentro de mis shorts cortos y tocó mi piel
desnuda.

Mis labios estaban sellados, pero si me miraba a los ojos,


tendría su respuesta.

—Dime que pare —repitió, casi suplicó, contra mi carne


caliente.

—No pares.

Kova levantó la cabeza. Sus ojos se entrecerraron, sus


dedos se movieron más profundamente, deslizándose hacia
mi núcleo y rozando mis pliegues hinchados por primera
vez, desde atrás. Gimió con fuerza, sin contenerse, y su
polla se crispó contra mi centro. Debido a lo ajustado de
mis shorts cortos de spandex, había ido sin ropa interior.
Sus dedos rozaron mi abertura y casi tuve un orgasmo en
el acto. La lengua de Kova se deslizó y recorrió su labio
inferior.

—Se supone que tienes que decirme que pare.


—No puedo evitarlo. Me haces desear algo más. Algo que
solo siento cuando estoy cerca de ti.

Kova vaciló, mis palabras lo arraigaron en su lugar. Su


mano dejó de moverse y se apartó. Casi le supliqué que
continuara donde lo había dejado.
—Eres demasiado joven para saber lo que quieres —dijo
con gravedad.

—¿Quién lo dice? Tú. —Mi pierna se deslizó por su


hombro y tocó el suelo. Se acercó a mí para cerrar el
espacio que quedaba. Sus palmas se posaron en mi culo y
comenzó a frotar en círculos tranquilos, calentando mi piel.
Suspiré y giré mis caderas hacia él, mostrando a Kova lo
mucho que sabía lo que quería. Tenía la idea que le
aterraba expresar lo que deseaba, así que me arriesgué y lo
hice por él. Mi pecho se contrajo al tratar de interpretar su
mirada. Si estaba aquí y me entregaba voluntariamente a
él, entonces deseaba que me tuviera.
Me agarró la mandíbula, tirando de ella hacia él en un
abrazo salvaje y mi estómago se apretó. Lo miré fijamente a
los ojos mientras una de sus manos se introducía en mis
shorts cortos. Sus dedos volvieron a empezar a recorrer el
exterior de mis pliegues, burlándose de mi abertura.

—Por favor —le supliqué—. No terminaste la última vez.


Tuve que ocuparme yo misma cuando llegué a casa.

Los ojos de Kova se oscurecieron.


—No hay necesidad de suplicar, Ria —su voz se quebró—.
Puedes tomar lo que quieras. De hecho, me gustaría que
tomaras de mí. Sería más fácil así.
Oh, Dios. No sabía por qué sus palabras se apoderaban
de mi corazón. Pero una cosa era segura, tenía razón. Él
quería lo mismo que yo, solo que no podía verbalizarlo y
necesitaba que yo lo tomara. Quería tomarlo, solo que no
estaba segura de cómo ponerlo todo en marcha. Por dónde
empezar, qué decir. Qué hacer. Era un manojo de nervios.
Cómo hacer que no fuera complicado para Kova y a la vez
dar y recibir era un reto, uno en el que actuaría con gusto.
Mi cuerpo estaba al borde de una poderosa explosión,
algo tan nuevo que aún no había abrazado del todo.
Decidí empezar con un beso.

Me puse de puntillas, tomé su rostro y lo acerqué al mío.


—Te deseo —susurré en su boca—. Tanto. —Y planté mis
labios en los suyos, sorprendiéndonos a ambos.
Me agarró por la nuca y con la otra mano buscó la
entrada a mi coño. Gemí, girando mis caderas en su palma
mientras sus dedos me acariciaban suavemente. Me besó
con fuerza, casi magullándome, haciéndome saber lo
mucho que me deseaba a pesar de sus dudas.

Volviendo a girar mis caderas contra las suyas para sentir


la presión sobre mi clítoris, gemí y pedí más en silencio. Un
dedo hábil se deslizó por mi abertura y se abrió paso.
Atraje su lengua hacia mi boca mientras mis manos se
alejaban de su rostro, bajaban por su cuello, donde tragaba
con fuerza, hasta llegar a sus tensos hombros. Le di un
pequeño apretón, haciéndole saber que todo estaba bien.
Mis manos recorrieron cada centímetro de su pecho, sus
músculos duros como una roca que desembocaban en sus
hermosos y fuertes brazos de los que no me cansaba. Tanta
curvatura y nitidez en cada ángulo. Cuando mis manos
rodearon su cintura, busqué el dobladillo de su camiseta.
La mano que me rodeaba el cuello aflojó su agarre y su
otra mano dio una última caricia sobre mi abertura antes
de abandonar suavemente el calor de mi short corto. Dio un
paso atrás, separando nuestros apasionados labios, y
obtuve lo que quería. Kova se llevó la mano a la nuca y se
quitó la camiseta por encima de la cabeza y la tiró al suelo.
Con un brillo en los ojos y los brazos abiertos, diciéndome
que me acercara, seguí todos sus movimientos mientras se
alejaba. Toma lo que quieras. Nuestras miradas no se
desviaron mientras él retrocedía hacia el otro lado de la
sala de baile. Ambos sabíamos que él no daría el primer
paso. Se iba a asegurar que yo realmente lo quería... y sí
que lo quería.
Una vez que llegué a él, me agarré a su nuca y trepé por
su cuerpo, rodeando su cintura con mis piernas. Había
fantaseado con hacer esto desde la primera vez que
estuvimos juntos. Él era grande y yo pequeña y quería que
me abrazara así.
Kova me abrazó con fuerza, con una mano detrás del
cuello y la otra bajo mi culo, mientras me daba la vuelta y
me empujaba hacia la pared.
El calor ardía en sus ojos mientras acortaba la distancia y
apretaba su pecho contra el mío. Estaba a un suspiro de
mis labios cuando preguntó:
—¿Qué estamos haciendo?
 
Capítulo 39

—No lo sé. —Encerré mis piernas alrededor de su


espalda, rodando mis caderas hacia arriba. Su eje era largo
y pesado contra mi centro, presionando dentro de mí. La
mandíbula de Kova se flexionó. Bajando su rostro hacia el
mío, me lamí los labios, pero él se apartó.

—Ria, piensa en lo que vas a empezar. —Respiró


lentamente y con fuerza.
Asentí frenéticamente. Ya lo sabía porque lo había
imaginado numerosas veces.
—Lo que vamos a empezar. —Mis dedos enhebraron su
cabello y el calor se extendió por mí.
Ignoró mi último comentario y preguntó:

—¿Quieres esto?
No dudé.

—Sí.
Sus ojos recorrieron mi rostro, buscando una
incertidumbre que no iba a encontrar.

—¿Estás segura?
Asentí.

—Te das cuenta del riesgo que corremos, ¿verdad? ¿De lo


que podría pasarnos?

—Me doy cuenta.

Sus cejas se fruncen, su voz es sombría:


—¿Las repercusiones a las que nos enfrentamos?
—Soy consciente. Estoy cansada de luchar contra esto, de
bailar alrededor del otro. Te deseo. —Apreté mi núcleo
contra su erección.

—Soy un hombre que solo puede ser empujado hasta


cierto punto. —Un tic frunció la mandíbula de Kova—. No
deberías haberme dicho eso.

Me mordí el labio.

—¿Por qué no?

—Porque así no me sentiré tan mal por hacer esto. —


Plantó su boca en la mía con un fervor que había retenido
hasta ahora, y me rendí a su beso.

Kova apoyó su peso sobre mí, gimiendo con fuerza. La


sensación de su cuerpo sobre el mío, la dureza de este
hombre era eufórica. Me hacía girar la cabeza de felicidad.
Me abrazó con cariño, sus dedos acariciaban mi rostro
como si estuviera amando mi boca. Este beso fue mucho
más lento, metódico, mostrándome de lo que era capaz. Su
cálida y gruesa lengua rodeó la mía. Mis dedos tiraron de
su cabello, mis caderas se ondularon contra él cuando su
incipiente barba me rozó el rostro. Me estaba asfixiando
con su hábil boca y yo no tenía suficiente.

Kova se retiró, jadeando contra mis labios:

—Deberíamos parar.

Lo ignoré. Lamiéndome los labios, incliné su cabeza hacia


un lado y apreté mi boca contra su cuello. Mi lengua salió,
saboreando su piel salada y lo atraje hacia mi boca con un
pequeño mordisco.
Apartándose de la pared, Kova giró y llevó nuestros
cuerpos unidos al suelo. Sus labios volvieron a encontrar
los míos y rápidamente profundizó el beso. Sus brazos se
plantaron a los lados de mi cabeza, aprisionándome. Era
una bestia sobre mí, tan grande y tan amplio para mi
pequeño cuerpo. Su furiosa erección se instaló entre mis
piernas. Quería sentir su longitud, piel sobre piel, y tal vez
más. El sexo sería aterrador la primera vez, sin importar
con quién estuviera, pero no era como si me estuviera
reservando para alguien.

Tampoco es que planeara acostarme con alguien por ahí.

—¿Hay alguien más en el gimnasio? —pregunté contra su


boca.

Negó con la cabeza.

—Solo nosotros. Miré a mi alrededor antes de entrar aquí


y te encontré.

Quise sujetarlo mejor. Mis manos dejaron su cabello y se


dirigieron a su espalda magníficamente tonificada,
sintiendo cada cresta y músculo mientras bajaba y
deslizaba mis manos por debajo de su cintura elástica para
agarrar su trasero.

Desnudo.

Iba en plan comando y me pregunté si siempre era así.

—¿Normalmente te saltas los bóxer?

Kova se tensó cuando mis manos tocaron su carne, pero


luego se relajó. Su sonrisa fue mi respuesta, y me derretí.

—No tengo bóxer —admitió libremente.


Su piel era tan suave como la seda, que quería tocarlo
por todas partes. Si no tenía un par, eso significaba que
tampoco llevaba ninguno para entrenar. No tenía ni idea de
por qué eso me atraía más, pero me encantaba el hecho
que estuviera desnudo por debajo. Mis caderas se
ensancharon al máximo para acomodar su cuerpo, un ligero
gemido escapó de mi pecho, permitiéndole acomodarse
más profundamente en mi calor.

—Dios —respiré—. Esto se siente tan bien.

—Más de lo que imaginaba.

Sus labios necesitados volvieron a encontrarse con los


míos, su beso era frenético, y sus caderas giratorias no
paraban. Movió lentamente su erección hacia adelante y
hacia atrás contra mí, provocando otro gemido de mi boca.
Golpeaba mi clítoris cada vez, empujándome más alto. Mi
cuerpo ardía, mi piel estaba húmeda. Imaginé que así era
como hacía el amor.

—Estás tan duro, tan grande —dije entre besos y él se rio.


Mis muslos se apretaron a su alrededor, el placer era casi
insoportable.

Arriesgándome, mis manos se movieron con cautela hacia


sus caderas. Dudé, preguntándome si me dejaría o me diría
que parara.

Cuando una mano se deslizó entre nuestros cuerpos, un


pulgar recorrió mi pezón y mis caderas se agitaron. No
esperaba que me tocara allí y me sorprendí a mí misma
cuando me di cuenta que quería que lo hiciera de nuevo.
Con los labios entreabiertos y la respiración acalorada, lo
miré a los ojos verdes que se habían oscurecido mientras él
pasaba el pulgar en círculos por mi pezón que se estaba
endureciendo. Abrumada por las sensaciones que recorrían
mi cuerpo, no pude pronunciar palabras y me arqueé hacia
él.

Introduje mi mano entre nosotros, midiendo su reacción,


pero no me dio nada. Los vellos me hicieron cosquillas en
los dedos, su pulgar aceleró el ritmo y sus caderas dejaron
de moverse. Pasé mis dedos por la suavidad de sus vellos,
rodeando su polla antes de bajar.

Estaba bastante segura que no esperaba que lo


acariciara, su cuerpo se tensó por todas partes y su
respiración se volvió agitada.

—Adrianna —gritó, y una vena sobresalió de su cuello. Su


acento ruso era más fuerte que nunca. Me encantaba que
dijera mi nombre así.

—No me digas que pare —le supliqué, acariciándolo—.


Oh, Dios. Estoy... —Me quedé sin palabras cuando se frotó
contra mí cada vez más rápido. Necesitaba llegar a ese
punto álgido tan desesperadamente.

Lentamente, Kova se inclinó hacia mi cuello. Sin quererlo,


le agarré las bolas y me aferré a ellas. Kova se estremeció.

—Adrianna, relájate. No son bolas de estrés. Son


sensibles.

Me reí en su cuello y me disculpé, frotándolas


suavemente. Un gemido gutural se le escapó y sonreí para
mis adentros. Con los labios pegados a mi cuello, depositó
besos con la boca abierta a lo largo de mi mandíbula
mientras decía:

—Tengo que irme, debería irme. —Pero no se levantó—.


Tienes que saber —dijo entre besos— que nunca había
hecho esto con otra gimnasta. Nunca las miré de la
manera... —dudó.
—¿De qué manera?

—Nada. No importa.

Apretó los ojos y me ignoró.

—Kova... —Perdí el hilo de mis pensamientos cuando su


boca chupó mi cuello de forma tan seductora. Relajé mi
agarre sobre él y gemí con fuerza, dándole más acceso.

—Ahhh... se siente tan bien.

Cuando finalmente moví la mano, Kova se apartó y me


miró. El dorso de mis dedos escaló suavemente su erección
desde la base hasta la punta. Lentamente, mi pulgar se
extendió y siguió el mismo patrón, luego recorrí la punta.
Kova se estremeció y sus ojos se cerraron con fuerza. No
sabía si lo estaba haciendo bien, a juzgar por la dolorosa
expresión de su rostro.
Al pasar a la parte superior de su polla, la humedad
cubrió mis dedos.

—Quita la mano —exigió. Pero lo ignoré. Estaba mojado


como yo, pero no tanto. Tenía que estar haciendo algo bien.

Al abrir la mano, la carne dura y caliente me abrasó


mientras envolvía mis dedos para acariciarlo. Era
realmente grande y grueso. No podía entender cómo
alguien tenía sexo con él. Mientras aplicaba presión, su
polla pulsaba contra mi mano y luego me pellizcó el pezón,
obligándome a apretar los muslos. Mi espalda se arqueó. El
dolor asociado al placer estuvo a punto de llevarme al
límite. Kova dejó caer sus labios sobre mi pecho. Sus dedos
bailaron a lo largo de mi sujetador deportivo buscando
permiso pero sin entrar.

—Quita la mano —repitió.


—No quiero hacerlo.

—Adrianna, solo puedo aguantar un tiempo antes de


romperme. No hay vuelta atrás una vez que eso suceda. No
podré controlarme.

No estaba segura de lo que significaba eso, pero actué


como si lo supiera.

—Está bien.

—No, no lo está. Las cosas que estoy pensando ahora


mismo —dijo, y tragó con fuerza— debería estar
horrorizado de mí mismo.
—Cuéntame.

—Joder, no.
—Por favor...

—No.
—¿Y si... y si te digo lo que estoy pensando? —susurré,
apretando la punta de su polla.

—Agh... Diablos, no. Por favor, no, no quiero saberlo. —


Dejó caer su frente sobre la mía, sus ojos se cerraron
mientras lo acariciaba. Sus manos se movieron y se
convirtieron en puños a los lados de mi cabeza mientras
luchaba por mantener la compostura.
—Quiero... —empecé, con la voz temblorosa— Quiero
saber cómo se sentiría esto deslizándose en mi coño...
profundamente dentro de mí.
—No. No. No. Ahora no, nunca. —gruñó y gimió al mismo
tiempo. Su voz sonaba como la grava—. No me digas esas
cosas. Estoy luchando por aguantar aquí.
Gemí. Estaba palpitando.
—Necesito correrme y quiero sentir esto aquí. —Incliné
su polla hacia mi abertura, lo que acabó siendo una mala
idea. Mis ojos se cerraron y los dos nos tensamos el uno
contra el otro.
—Dios —me acarició el clítoris.

—Se siente tan bien —susurré, con una voz extraña.


Incluso entre la ropa se sentía increíble.

Kova gimió tan fuerte que me estremecí.


—No... No podemos...

—Podemos ir a mi casa.
—¿Estás jodidamente loca?

Le respondí con una mirada fija y una leve inclinación de


las cejas. Kova me hizo querer descubrir más sobre mi
cuerpo, y el suyo.

—Nunca diría nada, soy buena guardando secretos.


—Exactamente. Razón de más para que no pase nada
más. Tu padre me arruinaría si follamos, porque sabes que
si vamos allí es lo que va a pasar. Estoy a dos segundos de
arrancarte la ropa.
Se me cayó la mandíbula. Me quedé sin palabras.

Sacudió la cabeza frenéticamente.


—No puedo estar más a solas contigo. No es seguro por
varias razones.
—Entonces hagámoslo aquí —solté.

—Ni hablar.
—Por favor, Kova, te lo ruego. Quiero hacerlo. Me haces
sentir tan bien, quiero más de esa sensación.

—No lo hacemos, en el sentido que estás pensando, Ria.


Te haría daño. El sexo no siempre es suave y dulce como tú
supones.

—Lo sé, no soy ingenua para pensar eso. —Hice una


pausa y luego dije—: Por favor, yo... vamos a mi casa. Es
discreto y no tenemos que preocuparnos que aparezca
alguien.

Levantó la cabeza.
—Crees que lo tienes todo resuelto.

—Sinceramente, no. Solo me guío por los sentimientos, y


ahora mismo sé lo que quiero y lo que quiero experimentar.
—Me arriesgué y tragué—. Y creo que tú también lo sabes.

Kova se apartó y volvió a sentarse de rodillas entre mis


piernas abiertas. Debí haber mantenido la boca cerrada,
entonces tal vez no nos hubiéramos detenido.
Inmediatamente, eché de menos el calor de su cuerpo, su
peso sobre mí, su pulgar acariciando mi pezón.

Se pasó una mano por el cabello mientras yo miraba


hacia abajo entre nosotros. Estaba erguido como si tuviera
un palo en los pantalones cortos. Siguió mi mirada, palmeó
su gran erección y empezó a acariciarse por encima de los
pantalones cortos. Su pecho estaba rojo como una cereza y
su tatuaje me llamó la atención. Estaba cautivada por la
pura sensualidad que tenía ante mí. Nunca había visto a
otro hombre hacer esto y lo encontré extremadamente
hipnotizante.
—Estás empapada —dijo en un susurro gutural—. Puedo
verlo. —Se lamió los labios. El calor subió por mi pecho y
me quemó las mejillas.

Soltando su polla, colocó ambas manos en mis muslos,


presionando mis piernas hacia abajo. Sus manos se
cerraron hacia arriba y sus pulgares se clavaron con fuerza
en mi piel. Apreté los muslos cuando se acercó a mi sexo,
deseando desesperadamente que su mano volviera a estar
allí.
En lo que me pareció una eternidad, colocó un pulgar en
mi clítoris, por encima de mi short corto. Mi espalda se
inclinó y mi cabeza voló hacia atrás, un fuerte suspiro salió
de mi garganta.

 
Capítulo 40

—Pon los brazos por encima de la cabeza y no te muevas.


Quédate quieta, Ria. —Hice lo que me ordenó y mantuve
mis ojos fijos en los suyos—. Quiero darte lo que necesitas.
Solo así podremos hacer algo... No confío en mí mismo. —
No cuestioné su repentino cambio de opinión y le permití
hacer lo que quisiera.

Comenzó a frotar círculos contra mi palpitante capullo,


esa exquisita sensación volvió con toda su fuerza. Mis
muslos se flexionaron y él se detuvo.
—Quieta.

Asentí con vehemencia y luego solté:


—No es fácil quedarse quieta cuando estás al borde de un
orgasmo.
Hizo una pausa y respondió:

—Será mucho mejor para ti si me escuchas. Confía en mí.


Kova siguió frotando y, aunque me encantaba, deseaba
que no hubiera una barrera entre mi coño y su dedo.

Otro círculo lento pero constante a mí alrededor me hizo


jadear. El corazón se me subió a la garganta, las
sensaciones me recorrieron todo el cuerpo. Mis muslos
temblaban. Una gota de humedad se deslizó fuera de mí y
me pregunté si él podría sentirla. Mi pecho subía y bajaba,
mis pezones eran pequeños guijarros mientras su
respiración se hacía más profunda con cada golpe de su
mano.
Kova aplicó presión a su toque y yo expulsé un fuerte
suspiro, amando cada minuto de esta intensa sensación.
Necesitando más, mis caderas empezaron a rodar pero él
se detuvo.

—¿En qué estás pensando? —preguntó.

—Nada —mentí, y me pellizcó el clítoris a través de mis


finos pantalones cortos. Mi espalda se arqueó, el dolor
placentero me hizo desfallecer—. Kova... —gimoteé.
—Dime lo que estás pensando o me detengo. —Frotó más
fuerte y más rápido—. Dime —exigió, e hizo una pausa.
Gemí, realmente gemí por la ruptura, y luego le dije la
verdad:

—Estaba pensando en cómo desearía que no hubiera


nada entre nosotros, ni ropa ni nada, para poder sentir tus
dedos... —Tragué—: empujando dentro de mí.

Gruñó:
—¿Y?

Me relajé en él, su pulgar se deslizó peligrosamente hacia


la apertura de mis shorts.

—Yo... me preguntaba si podías sentir cómo me mojaba...


si vieras cómo me chorreaba por el culo. —Cristo, mi rostro
estaba ardiendo y contuve la respiración.
—Ria, no sé cómo decir esto de otra manera, pero quítate
los shorts. Ahora.
Me quedé helada, con el pecho ardiendo por la falta de
oxígeno.
—Quítatelos o lo haré yo —dijo.
La inseguridad me nubló la cabeza ante la idea que me
viera desnuda.

—Pero me dijiste que no me moviera.

El profundo estruendo de Kova en su pecho hizo que mis


dedos temblaran en la cintura. Con las dos manos
desdibujadas frente a mi rostro, me arrancó rápidamente
los shorts, dejándome expuesta y con mi mitad inferior
completamente desnuda ante él. Y yo lo dejé, sin vacilar.
Aunque me daba un poco de miedo llegar tan lejos con un
hombre, la necesidad de su tacto, de estar más cerca de él,
pudo más que todo, y sucumbí a su demanda.

—Joder —siseó cuando sus dedos bailaron


inmediatamente sobre mi suave y rolliza carne. Mi primer
impulso fue cerrar las piernas, pero la curiosidad de sus
ojos me pareció atractiva, así que luché contra mi propio
instinto. Estaba asombrado mientras miraba hacia abajo y
una respiración temblorosa abandonaba su pecho, saliendo
a toda prisa de entre sus labios.

—No me había dado cuenta que no tienes vellos. —Su voz


se quebró, murmurando algo en ruso—. No hay ni un vello
que encontrar. Tan suave...
No esperaba que el cambio de tacto fuera tan drástico,
pero Kova me agarró por el interior de los muslos y me
atrajo hacia él. Se inclinó hacia mi centro, su nariz rozó mi
piel suave como la mantequilla e inhaló. Inclinó la cabeza
hacia un lado, palpándome con la cara antes que su lengua
se deslizara.

Volví a contener la respiración. No lo haría.

Mirando a través de sus gruesas pestañas, me miró a


propósito. Su boca estaba a escasos centímetros de mi coño
cuando su aliento rodó por mi sexo sin vello. Mis caderas se
movieron contra él y solté un fuerte gemido de satisfacción.
Esto era pura tortura.

—No sé qué me ha pasado, me siento como un loco. —


Podía sentir sus palabras recorrer mi coño—. Eres tan
hermosa así, las cosas que quiero hacer, lo que estoy
pensando —admitió, el bello de su barba me hizo cosquillas
—. Estás reluciente, empapada y goteando en el suelo para
mí. Me encanta que yo sea quien te haga esto.

¿En el suelo?
Mi pecho ardía de calor, la sangre empujando hacia la
superficie. Mi clítoris palpitaba de dolor, anhelando la
liberación.

La punta de su nariz tocó la parte superior de mi


abertura.

—Abre más las piernas —ordenó, rozando mi centro con


sus palabras. Se detuvo y sus ojos adquirieron un nuevo
tono de verde—. ¿Puedo?

Mis ojos estaban cargados de lujuria y se cerraron. ¿Me


estaba pidiendo permiso? No hacía falta que me lo pidiera,
podía simplemente tomar y yo lo permitiría. Todo lo que
pude hacer fue asentir con la cabeza y esperar por él.

Aplastó su lengua y recorrió mi sexo de abajo a arriba,


besándolo suavemente. Mi cabeza voló hacia atrás, mis
manos se estrellaron contra el suelo de madera mientras un
chorro de aire salía de mis pulmones. Nunca en mi vida
había sentido algo tan increíblemente delicioso, tan
fácilmente adictivo. Era como estar drogada, no es que
supiera lo que era eso, pero imaginé que esto era mejor.

Su lengua era suave y cuidadosa, y sus ojos se cerraban


como si me estuviera saboreando. Todo mi cuerpo sentía un
cosquilleo y mi cabeza era un caos. Me mojé cada vez más
contra su boca cuando empezó a surgir un orgasmo. Ardía
por liberarme, el deseo se acumulaba en mi vientre cuando
sus dientes rozaban mi clítoris.

—Oh, Dios, Kova —gemí. El placer era tan intenso que


podía llorar.

Kova se retiró y yo sentí inmediatamente la pérdida. Me


senté sobre los codos y pregunté:
—¿Qué... qué estás haciendo? ¿Dónde estás...? —Me
quedé sin palabras.

No me contestó. En cambio, se puso boca abajo y volvió a


sellar su boca sobre mi coño. Volví a caer al suelo y apreté
mis paredes internas cuando su dedo se adentró y salió
inesperadamente, explorando cada centímetro de mí,
masajeando sobre mis labios hinchados burlonamente,
hacia abajo y hacia arriba, como si me estuviera
memorizando.

—Tan bueno. —Me balanceé en su boca. No pude evitar


los pequeños gemidos que escaparon de mi garganta. Justo
cuando pensaba que no podía ser mejor, introdujo otro
dedo. Me pregunté si sabía que yo era virgen, pero mis
pezones se tensaron en respuesta y mis muslos temblaron
antes que pudiera pensar más en ello. No estaba segura de
cuánto tiempo más iba a durar. Estaba al borde del paraíso,
lista para volar, cuando su boca me chupó el clítoris. Me
sobresalté.

Empujando un poco más profundo, rompió la succión y


dijo:

—Estás tan apretada que apenas puedo meter dos dedos.


Relájate para mí, Malysh. Te prometo que no te haré daño.
Sus palabras me estrujaron el corazón. Por alguna razón
inexplicable, le creí.

Lo miré a la cara y vi algo más. Una vena palpitaba en su


húmedo cuello y sus ojos eran orbes verdes y salvajes. Se
esforzaba, asediado por pensamientos inquietantes. No
quería que se arrepintiera, que sintiera que lo había
empujado, así que extendí la mano y busqué la otra. Al
encontrarla, nuestros ojos se cruzaron y puse todo en mi
mirada. Entrelacé mis dedos con los suyos y le di un
apretón tranquilizador.

Lo estaba arriesgando todo.

Nunca había visto a un hombre morderse el labio de


deseo, pero Kova lo hizo. Tragó con fuerza y volvió a entrar
en mí. Mis muslos se cerraron alrededor de su cabeza y sus
ojos se pusieron en blanco.

—Joder, voy a ir al infierno por esto —dijo, enroscando


sus dedos dentro de mí.

—Ahhh —jadeé, mis caderas se agitaron—. Oh, Dios. —


Empujó más profundamente, su pulgar rodeó mi clítoris y
grité.

—Cristo Todopoderoso, estás tan apretada.

—Kova, por favor. —Él dio vueltas más rápido, lamiendo


sus labios. Estaba tan cerca del orgasmo que podía
saborearlo.

Mis caderas se balanceaban contra su mano y no podía


parar. Quería que empujara más adentro, pero no lo hizo, y
no quise pedir más. Si soy sincera, me daba miedo pedir
más. No tenía miedo de lo que era capaz de hacer, no tenía
miedo que me causara dolor, sino miedo de lo desconocido,
del futuro y de lo que pudiera pensar de mí.
Y hacerme desear de nuevo.

Al borde de la liberación, me detuve. Kova volvió a


colocar su boca sobre mí y chupó, y gracias a Dios lo hizo.
El aire denso nos asfixiaba, mi corazón latía frenéticamente
en mi pecho mientras tantos pensamientos saltaban en mi
cabeza hasta que el pico ascendente se apoderó de mí y me
olvidé de todo.
Grité, gimiendo. Mis caderas se movían hacia adelante y
hacia atrás, meciéndose lentamente de placer mientras las
olas me desgarraban. Agarrando la muñeca de Kova que
rodeaba mi pierna, me aferré a la vida mientras estallaba
por el puro arrebato de su lengua, sin querer que este
momento terminara. Gemí y un profundo suspiro escapó de
mis labios separados.

—Eso es, malysh, dámelo —dijo, haciendo un círculo con


su pulgar y sacando de mí los poderosos temblores. Una
vez que el orgasmo se desvaneció, mi mano se aflojó y mis
rodillas se desplomaron a los lados. Miré al techo
desconcertada, preguntándome cómo podría volver a tener
a Kova entre mis piernas. Aquella era posiblemente la
mejor sensación que había tenido en toda mi vida.
Estaba completamente saciada. Kova se sentó de nuevo
sobre sus caderas. Mirándolo, su boca estaba cubierta de
mis jugos. Tanto que me daba vergüenza. Agarró mis shorts
y empezó a ponérmelos de nuevo. Una vez puestos, me
senté y me acerqué a él, notando la enorme erección que
cubría sus shorts de red. Tenía que tener las pelotas azules.
Cuando nuestras miradas se cruzaron, esperaba ver algo
más que desesperación a través de las telarañas negras
que rodeaban sus ojos. Mis cejas se fruncieron y mi
estómago se hundió. Todavía no se había limpiado la cara,
pero eso no me impidió inclinarme y besarlo.
Kova me sujetó la parte posterior de la cabeza mientras
nuestras lenguas bailaban eróticamente lentas. Esta vez me
saboreé en él, y eso me excitó rápidamente. Otra vez. Mi
cuerpo se calentó, anhelando otro orgasmo.

Me desplacé sobre sus caderas y me acomodé entre sus


piernas. Me preocupaba que Kova me apartara, pero hizo lo
contrario. Me estrechó contra su pecho, en una caricia
amorosa como si odiara la idea de dejarme. Era calor y
consuelo, y mi corazón lo abrazó. Cuando apretó sus
brazos, su erección se tensó contra nosotros. Mis caderas
empezaron a moverse en ondas lentas contra la dureza. Los
dedos de Kova se clavaron en mi cabeza, irradiando
desesperación. Un gruñido salió de su garganta y yo gemí,
meciéndome con más fuerza, rechinando hasta que mi
clítoris lo golpeó cada vez. Ya casi estaba allí, tan cerca
otra vez.

Kova se inclinó hacia atrás y se tumbó en el suelo para


que yo pudiera sentarme a horcajadas sobre sus caderas.
Mi cabello se desplomó a nuestro alrededor, ya que se
había soltado hace tiempo. Su erección tenía un ángulo
diferente, y la punta se deslizaba de sus shorts y golpeaba
mi ombligo. Estaba caliente y duro. Casi me derrito dentro
de él, gimiendo en su boca al sentir su piel caliente sobre la
mía, moviéndome más frenéticamente, sintiendo el
orgasmo arder debajo. Su anchura golpeaba cada
centímetro de mis sensibles labios, haciéndome subir.
Movió sus manos desde la parte posterior de mi cabeza
para agarrar mis caderas y me ayudó a girar y apretarme
contra él, haciendo rodar mis caderas con fuerza contra las
suyas. Metió una mano en los shorts y me agarró la nalga
con fuerza, levantando la pierna. Cuanto más me movía
sobre él, más salía su polla. Todavía no la había visto y lo
deseaba desesperadamente. Daría cualquier cosa por
arrancarnos la ropa y sentir la realidad, sentir mi abertura
lubricada deslizándose sobre él.

Un gemido de placer escapó de mis labios. Kova gruñó y


su longitud se agitó entre nosotros. Soltamos pequeños
gritos mientras nos besábamos febrilmente como animales
indómitos. Las manos de Kova se estrecharon,
apretándome, mientras los dedos de mis pies se curvaban
bajo sus piernas. Lo cabalgué mientras un orgasmo me
desgarraba de nuevo. Se balanceó dentro de mí mientras
un grito de placer salía de nuestros labios. Kova gimió en el
fondo de su garganta, sacudiéndose debajo de mí mientras
me frotaba sobre su polla con avidez.

La transpiración cubrió mi piel cuando volví a flotar hacia


la tierra.
—Adrianna. —Salió como si estuviera luchando por el
aire. Adrianna, no Ria. Kova aflojó su agarre. Yo respondí
echándome hacia atrás y encontrándome con sus ojos
llenos de dolor. Mis cejas se arrugaron por la mirada de
tensión en su rostro.
—Vete, por favor —fue todo lo que dijo.
Tragué con fuerza, aceptando. Me levanté y me dirigí
rápidamente a la puerta. Justo antes de salir, me detuve
cuando una corriente de aire fresco me rozó el torso.
Al mirar hacia abajo, vi que mi sujetador deportivo tenía
un círculo húmedo. Noté una gota de líquido del tamaño de
una perla sobre mí. Confundida, toqué la sustancia
pegajosa y la froté entre el pulgar y el índice.

Miré a Kova por encima del hombro. Estaba sentado de


rodillas, pero la posición de su cuerpo me produjo una
punzada en el pecho. Estaba inclinado, con los codos
apoyados en las rodillas y la cara hundida en las manos.
Su furiosa erección había desaparecido y yo sumé dos y
dos. Se corrió, y estaba mortificado por ello.

En ese momento, sentí realmente el peso de nuestras


acciones. Mirarle me dolía físicamente. Cualquier persona
normal habría corrido en otra dirección, moralmente
asqueada por su comportamiento. Probablemente incluso
se lo diría a alguien con autoridad. Pero yo no lo hice, y no
lo haría. Sobre todo porque no me pareció repugnante.

Después de todo, mi padre era veintitrés años mayor que


mi madre. La edad era solo un número para mí.
 
Capítulo 41

No podía hacer contacto visual con Kova cuando entré a


la mañana siguiente.
Era demasiado incómodo. Ver la forma en que lo dejé
había estado en mi mente toda noche.
Roto.

Cuando llegué al gimnasio, los autos ya estaban alineados


en el aparcamiento.
El sol se asomaba detrás del edificio, el cielo gris sombrío
se empujaba hacia arriba. Los amaneceres solían ser mi
cosa favorita para ver cuando me sentía mal, y me di
cuenta que hacía meses que no veía uno.
Una punzada en el pecho resonó, un repentino
sentimiento de nostalgia me recorrió una vez más.
Normalmente, era una de las primeras en llegar, pero hoy
no. Había llegado unos minutos tarde, y normalmente eso
me habría molestado y me habría ganado alguna palabras
bastante coloridas de Kova, pero me daba pánico
enfrentarme a él, así que me senté en mi auto durante un
par de minutos para evitarlo. Dudaba mucho que me dijera
algo de todos modos.
Cuando entré en World Cup, me dirigí rápidamente a mi
taquilla y me desnudé. Hoy llevaba un simple leotardo
negro. Mi cabello ya estaba recogido en una cola de
caballo, pero decidí añadir un par de pasadas de rimel y
una delgada línea negra de delineador de ojos. Las voces se
escucharon en el pasillo y mi corazón se aceleraba cuanto
más se acercaban los pasos. Lo metí todo dentro de la
taquilla metálica y esperé a que pasaran antes de cerrarla.
Una vez que lo hicieron, expulsé un suspiro y salí de la
habitación, dirigiéndome al gimnasio.

Mis pies tocaron el suelo azul y me dirigí a la zona de


calentamiento para empezar mis estiramientos matutinos,
añadiendo los que Kova me había enseñado durante
nuestras sesiones privadas. Ignoré específicamente el
encuentro con su mirada, pero su presencia no podía ser
ignorada. Era imposible. El vello de mi piel y la nuca se me
erizó. Sabía que estaba en el otro lado del gimnasio
hablando con otro entrenador del equipo masculino. Por el
rabillo de mi ojo, pude ver a Kova mirándome, pero no
miré.

—Hola Adrianna —dijo Holly, acercándose a mí. Puse una


sonrisa falsa

—Desde que los entrenadores nos dieron el día de


mañana libre, estábamos pensando en ir a la playa y pasar
el día. ¿Quieres venir?
Hice una pausa.

—¿Cómo que tenemos el día libre? —No podía permitirme


el lujo de tomarme un descanso.

—Escucha, no cuestionamos nuestros escasos días de


vacaciones, los usamos sabiamente. Un grupo de nosotros
va a ir a la playa mañana y algunos de nuestros amigos
fuera del gimnasio van a venir también. Me encantaría que
te unieras a nosotros.

Me mordí el labio. Reagan estaría allí. Después de la


forma en que me trató, la última cosa que quería hacer era
pasar más tiempo con ella. Dicho esto, echaba de menos la
playa y la normalidad.

—Claro. ¿A qué hora?


—Vamos a ir temprano para pasar todo el tiempo que
podamos. ¿Así que sobre las once?

—No sé dónde hay playas aquí. ¿Puedo encontrarme con


ustedes para poder seguirlos?

—Por supuesto. ¿Quieres venir a mi casa y a la de Hayden


y puedes irte con nosotros?

Sonreí mucho.

—Eso suena como un plan.

Holly se dio la vuelta para irse, pero la detuve.

—¿Oye, Holly?
—¿Sí?

—Gracias por invitarme.

Su sonrisa llegó a sus ojos.

—Cuando quieras.

Debería haberlo sabido, leer entre líneas cada vez que un


entrenador daba tiempo libre, te empujaban y trabajaban al
extremo primero. Estaba hablando de ejercicios de campo,
de entrenamiento hechos para los marines del tipo
extremo. En este punto, el descanso sonaba como una
mejor opción mañana en lugar de ir a la playa. Incluso la
muerte.

—¿Por qué nos hacen esto? —le pregunté a Holly después


de hacer standing tucks, de ida y vuelta por el suelo. Trepé
por la cuerda en posición de pica hasta que me dolieron los
músculos, caminé por el suelo en posición de pike varias
veces, ejecuté flexiones frontales hasta que me mareé, y
realicé tantas paradas de manos en la viga que perdí la
cuenta. Y eso era solo el principio. Hicimos desmontajes de
pie fuera del potro, ejercicios de tensión corporal y
corrimos hasta que vimos estrellas en nuestros ojos.
Todavía teníamos que trabajar en las barras. Llevábamos
horas de trabajo. Acondicionamiento al ochenta y siete por
ciento de potencia. Mis músculos del estómago estaban
endurecidos por el dolor y estaba a punto de vomitar. No
había habido tiempo para pensar en nada más que en lo
que mi cuerpo estaba siendo sometido.

Holly se encogió de hombros.

—Tu suposición es tan buena como la mía.

—Apuesto a que está peleando con su novia, —dijo


Reagan y me giré para mirarla.

—¿Quién, Kova? ¿Qué quieres decir?

Reagan me dirigió una mirada divertida.

—¿No te has dado cuenta de su comportamiento hoy? Ha


estado mezquino y desagradable todo el día, más de lo
habitual. Escuché a Madeline decirle a Kova que se
calmara y él le devolvió el fuego. En realidad me asusté
cuando lo hizo. Nunca lo he visto hablar tan duramente a
otra gimnasta, y mucho menos a un entrenador y me
sorprendió. Así es como sabes que algo no va bien.
Tenía la sospecha que yo era la raíz de su problema.

—Sí, pero Madeline no es mejor, —añadió Holly,


echándole una mirada de reojo.

Reagan estuvo de acuerdo.

—Esperemos que esta sesión de tortura termine pronto.


No estoy segura de cuánto tiempo más podré aguantar.

Tres horas después, nos permitieron salir. Todo mi cuerpo


estaba en caos y no podía recordar un momento en que
solo quería arrastrarse en la cama y morir. Me dolía la
espalda, los brazos y las piernas. Todo me dolía mucho.

¿Lo peor del día? Mi pantorrilla derecha ardía con un


calor abrasador como si estuviera en llamas cuando he
corrido kilómetros en la pista exterior. El dolor en mi
pierna se intensificaba cada día, pero hoy se hizo notar.

Estuve a punto de quejarme a los entrenadores, pero en


lugar de eso me tomé un poco de Motrin y me enfrenté a él.
Con suerte, un baño de hielo me ayudaría.

Al entrar en mi complejo, Hayden me siguió de cerca.


Después de verme cojeando, se ofreció a venir a ayudarme.
Le dije que no era necesario, pero insistió y sugirió un baño
de hielo.

Dejando las bolsas de hielo a mis pies, busqué en mi


bolsillo las llaves y abrí la puerta. Miré por encima de mi
hombro mientras empujaba la puerta

—Muchas gracias por ayudarme, Hayden.

—No hay problema. —Sonrió, sosteniendo dos bolsas de


hielo en sus manos.
Entramos en mi casa y encendí las luces. Llevó el hielo a
mi cocina y lo colocó en mi fregadero en caso de que se
filtrara.

—Sugiero que primero prepares un té.

Hice una pausa, frunciendo los labios.

—¿Té?

—Sí, algo caliente para beber mientras estás sentada en


la bañera. Probablemente no hará una gran diferencia al
principio, pero si te concentras en el calor del líquido,
puede ayudar un poco.

Rebusqué en mis armarios solo para darme cuenta que


no tenía té. No era algo que bebiera normalmente, así que
nunca lo compraba. Sin embargo, tenía café. Mucho,
mucho café.
Me giré.

—¿Servirá el café? No tengo té.

—Sí.

Hayden entró en mi baño y empezó a llenar la bañera.


Mientras sacaba una tacita de café, pensé en lo amable que
era de su parte ofrecer ayuda. Estaba acostumbrada a estar
sola y a ocuparme de mis necesidades, pero
afortunadamente Hayden no tenía miedo de hablar y ser
insistente. Así que cuando me dijo firmemente sus planes,
acepté fácilmente. Cualquier cosa para aliviar la
escocedura.

Justo cuando terminé de preparar una taza de café, un


estruendo llamó mi atención. Miré por el pasillo hacia el
baño y vi a Hayden agachado, vertiendo la segunda bolsa
de hielo en la bañera. No pude evitar notar lo apretadas
que estaban sus mangas alrededor de sus tonificados
bíceps o la forma en que su espalda se flexionaba bajo el
material.

El sonido de mi móvil me sobresaltó. Lo agarre del bolso


y sacudí la cabeza al ver The One & Only BFFFFFF en mi
identificador de llamadas antes de antes de tomarlo.

—Qué bien que por fin me hayas agraciado con una


llamada.

—Podría decir lo mismo de ti. ¿No sé nada de ti durante


dos semanas y luego te pones a llorar porque no te
contesto en unos días? He estado ocupada.
—Déjame adivinar, tú y tu nuevo galán, —afirmé
burlonamente. —Un texto habría bastado, ya sabes. No el
botón de “jódete” ochenta y siete veces. Pensé que te había
pasado algo. Estaba lista para poner una alerta AMBER.

Avery se rio de mi exageración


—¿Dónde has estado? —pregunté, con mi voz maleable—.
Echo de menos hablar contigo.

—Lo sé, lo siento. —Avery hizo una pausa y luego dijo—:


Me metí en una pelea con mi novio. Ha sido bastante
fuerte... Creo que hemos roto, Aid.

Me sorprendió escuchar la tristeza en la voz de Avery.


—Entonces, ¿por qué no me llamaste y te desahogaste?
Sabes que siempre estoy aquí para ti.
—No quería hablar de ello, supongo. Estoy realmente
disgustada por ello.

—No es normal que estés tan deprimida por un tipo.


—¿Te refieres a que yo sea una tonta? —Se rio con
tristeza—. Sí.
Entonces caí en la cuenta.

—Que estés tan desanimada solo puede significar una


cosa. Que lo amas. Lo amas y ni siquiera sé quién es él.

El silencio de Avery confirmó mi deducción.


—¿Ave? ¿Estás llorando?

—No —mintió. Su voz gutural la delataba.


Me dolió el corazón por ella.
—No puedo creer lo triste que estás y no estoy allí para
consolarte. Me siento como una amiga de mierda ahora.
—Está bien, lo superaré pronto... espero.

Una idea me surgió.


—Sabes, mañana tengo el día libre. Iba a ir a la playa con
algunas de las gimnastas de aquí. ¿Por qué no conduces,
vienes a la playa, y pasas la noche? El día siguiente será
aburrido, ya que tengo la práctica y todo, pero tu puedes
venir y ver un poco.

—Aid, estás como a un millón de kilómetros.


—No seas ridícula, tres horas como mucho, y eso con el
tráfico. Tienes que ver a los chicos de aquí y cómo son.
Quien sea por quien estés suspirando, será fácilmente
olvidado una vez que te deleites con los ojos de mi
gimnasio. El equipo de los chicos. —Sabía lo que la
atraería.
Avery se animó.
—¿El equipo de los chicos? ¿Te refieres a Hayden?
—Bueno, hay más chicos aparte de Hayden, solo que no
hablo con ellos a menudo. Aunque eso no significa que no
mire. —Me reí, y también lo hizo Avery—. Entonces
vendrás? —Ella gimió y yo presione—. ¿Por favor, Avery?

—Oh, de acuerdo —aceptó, pude escuchar la sonrisa en


su voz. Salté de un lado a otro, con una sonrisa de oreja a
oreja.

Hayden apareció a mi lado, con la preocupación escrita


en su rostro.
—¿Estás bien? —articulo. Asentí frenéticamente con la
cabeza.
—¡Sí! Estoy mucho más que bien.

—¿Eh? ¿Qué? —La voz de Avery me devolvió a nuestra


conversación.
—Oh, lo siento. Estaba hablando con Hayden.

Su voz se agudizó, sorprendida de escuchar su nombre.


—¿Hayden está en tu casa ahora mismo?

—Sí, va a ayudarme a sumergirme en agua helada.


—¿Agua helada?

—Está llenando mi bañera con bolsas de hielo y


añadiendo agua. Ayuda a aliviar la hinchazón y reparar mis
músculos para que pueda entrenar al mismo ritmo que
estado yendo, o eso me han dicho. Hoy fue brutal, muy
posiblemente el peor día hasta ahora. Me sentaré unos diez
o quince minutos y rezaré una oración.
—Interesante... y aburrido. Entonces, ¿me iré alrededor
de las siete mañana?

—¡Perfecto! No puedo esperar a verte! —dije


emocionada.

—Hasta luego, amiga.


—¡Estoy muy emocionada! ¡Ya vuelvo! —grité
dramáticamente caminando hacia mi dormitorio y cerrando
la puerta. Revolví mis cajones en busca de ropa.
Rápidamente me puse la que podía usar en la bañera y abrí
la puerta de mi puerta de la habitación para avisar a
Hayden que había terminado. No había visto a mi mejor
amiga en muchos largos meses y mañana no podía llegar lo
suficientemente rápido.

—No puedo esperar a que conozcas a Avery. La conozco


desde que estábamos en pañales. —Me estaba arreglando
los pantalones cortos y el sujetador deportivo, esperando
que Hayden respondiera. Cuando no lo hizo, levanté la
vista y mis mejillas enrojecieron.
—Cierra la boca, Hayden. Actúas como si nunca me
hubieras visto con tan poca ropa.

 
Capítulo 42

Su boca se movió pero al principio no salió nada.

—Lo he hecho, pero...


Me reí, una sonrisa rosada se extendió por mi rostro.

—Solo cállate —dije juguetonamente—. Ahora ven a


ayudarme.
—Aid... —Miré por encima de mi hombro a Hayden
rascándose la cabeza—. Tienes un cuerpo caliente. En
serio, es increíble.

Sabía que mi cuerpo se había transformado en los últimos


dos meses por la intensidad de los entrenamientos, pero no
me había dado cuenta de cuánto hasta que él lo mencionó.
De pie en mi baño, miré la bañera llena de hielo y me mordí
el interior de mi labio.
—¿Así que me meto dentro?

—Básicamente.
Respiré profundamente, mi pecho se elevó y puse mi
mano a ciegas detrás de mí, buscando la suya. Él rodeó mi
mano cuando mi dedo se sumergió en el agua helada y
apreté sus dedos.

—Mierda.

—Solo tienes que dar el paso.


—Lo sé —respondí, mirando los cubitos de hielo—. Es
solo el paso inicial en el agua lo que me va a impactar. —
Miré a Hayden y expulsé un profundo suspiro—. De
acuerdo, lo haré. —Me atreví y dejé caer un pie en las
aguas heladas.

Me quedé con la boca abierta.


—¡Oh, Dios mío!

—Sigue adelante.

Así lo hice, y una vez que tuve las dos piernas en el agua,
miré a Hayden en busca de fuerzas. Se me puso la piel de
gallina y un escalofrío me recorrió el cuerpo.
—Creo que no siento los dedos de los pies.

—No seas dramática.

Fruncí los labios y me agaché. Lo peor iba a ser que el


agua me golpeara la pelvis. Incluso cuando nadaba en el
océano, el frío era siempre tan impactante para mis
caderas y mis tetas. Una vez que me quité eso de encima,
no fue tan malo. Pero tenía la sensación que esto no iba a
ser lo mismo. Ni de lejos.

Aguantando la respiración, solté la mano de Hayden y me


acerqué lentamente. Mis manos se agarraron al lado de la
bañera, mis nudillos se volvieron blancos cuando mi trasero
golpeó el hielo y chillé.

—Ahhhh... ¡Esto está tan frío!

Hayden se rio.

—Continúa.

Cada músculo de mi cuerpo se contrajo por el shock. Me


quedé inmediatamente congelada y me castañetearon los
dientes. No había manera que durara cinco minutos, mucho
menos quince.
El agua golpeó mi estómago y subió hasta mi pecho,
deslizándose sobre mis tetas. Se me apretó el estómago.
Menos mal que llevaba un sujetador deportivo negro, de lo
contrario Hayden vería mis pezones puntiagudos. Inspiré
de forma audible e intenté inclinarme hacia atrás, pero no
quería presionar mi espalda contra la fría cerámica. Ya
tenía suficiente frío y no necesitaba añadirlo.
Tragué saliva.

—Bien, estoy dentro.

—Ahora respira.

—¿Cómo se maneja esto?

Se encogió de hombros.

—Realmente no tengo elección. Cuando tengo un


entrenamiento duro, más duro de lo normal, hago terapia
de agua fría. Algunos dicen que no funciona, otros lo juran.
Yo creo que ayuda a aliviar los dolores musculares y la
inflamación. Hoy fue brutal para todos nosotros, y te vi
cojeando. Vas a estar en mal estado. Quizá esto te ayude.

Mis labios castañeaban, mi mandíbula vibraba contra mi


voluntad. La piel de gallina se convirtió en parte de mí.

—Sí, el entrenador fue un idiota hoy.


—¿Cuál?

—Los dos. —Hice una pausa—. ¿Hayden? ¿Cómo es que


eres tan amable conmigo?

Él inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Qué quieres decir?


—Bueno, por ejemplo, estás aquí, ayudándome. Has ido
más allá. ¿Por qué?

Se encogió de hombros.

—No lo sé... Hay algo en ti que me hace querer estar


cerca. Las chicas pueden ser maliciosas. Tengo a Holly, y
estar aquí sin nadie en quien apoyarse y entrenando tantas
horas al día es mucho para una sola persona.
Hayden me sorprendió. Nuestros ojos se clavaron
mientras me empapaba de la sinceridad de sus palabras.
Una sonrisa de agradecimiento curvó mis labios
parlanchines.

—Gracias —dije en voz baja—. Tu amistad significa


mucho para mí. —Su sonrisa vaciló por un instante y me
sentí mal—. ¿Así que juras que esto ayudará?

—No prometo nada, pero tengo la sensación que lo hará.

—Hayden, si te digo algo ¿prometes no decir nada?

—Por supuesto.

Expulsando un suspiro serio, confesé:

—Me pasa algo en la pantorrilla. Lleva semanas


doliéndome y hoy he estado a punto de pedir un descanso.
—Me he dado cuenta. ¿Has hablado con los entrenadores
al respecto?

—No, porque no puedo permitirme el lujo de tomarme un


tiempo para descansar y sé que es lo que me mandarán a
hacer.

Inclinó la cabeza hacia un lado.


—Adrianna, sabes que tienes que hablar ahora para que
lo que sea se pueda solucionar y no se convierta en algo
más.

—Pero si lo hago, me dirán que descanse. No puedo hacer


eso, Hayden.

—No necesariamente. Tal vez solo necesites algo de


terapia muscular, aplicación de hielo y calor. No lo sé, pero
lo que sí sé es que tienes que decir algo. Solo te estás
haciendo daño a ti misma.

Tenía razón.

—La próxima vez que me duela, veré a un médico.

Después de otros tres minutos, Hayden se levantó y me


tendió una toalla blanca de gran tamaño.
—Vacía la bañera y ven aquí.

Asintiendo con la cabeza, intenté ponerme de pie, pero


mi cuerpo estaba tenso. Me dolía moverme y tampoco
ayudaba que sintiera una brisa glacial en mi baño. La
gimnasia no era siempre sol y rosas, lo sabía. El dolor era
inevitable. Reunir las fuerzas para ponerme de pie era uno
de esos momentos en los que se ponía a prueba mi pasión y
dedicación. Preferiría estar haciendo un millón de otras
cosas que sumergir mi cuerpo en temperaturas bajo cero.
Tendría que cruzar los dedos para que todo esto acelerara
mi recuperación y algún día valiera la pena.
Al mirar hacia abajo para pasar por la cornisa, mi espalda
estaba encorvada, temiendo dar un paso sin ayuda. Mis
pezones se perfilaban a través del sujetador deportivo y
tenía la sensación que Hayden podía verlos, pero en ese
momento no me importaba. Me estaba congelando y quería
entrar en calor lo antes posible.
Casi me abalancé sobre sus brazos.

—Abrázame fuerte —le supliqué.

Hayden enrolló la toalla con fuerza alrededor de mi


cuerpo y luego pasó sus manos por mis brazos tratando de
calentarme.

—Te tengo —Dejé caer la cabeza sobre su pecho,


buscando el calor del cuerpo.

—En unos treinta minutos, podrás darte una ducha


caliente. Hasta entonces, vamos a traerte un poco de ese
café.

—¡Treinta minutos! ¿Tengo que estar así durante treinta


minutos?

Me frotaba la espalda en círculos cuando dijo:

—Puedes cambiarte de ropa, pero eso es todo.

Asintiendo con la cabeza, corrí a mi habitación y saqué la


ropa más abrigada que pude encontrar: un mullido
pantalón de chándal de terciopelo y una sudadera con
capucha de gran tamaño. Me quité los pantalones cortos y
el sujetador deportivo y los dejé caer sobre la alfombra. No
me importaba que estuvieran empapados, ya los recogería
más tarde. Hacía demasiado frío como para molestarse en
llevar bragas y sujetador, así que me puse rápidamente la
sudadera con capucha, los calcetines mullidos, los
pantalones y cogí una manta extra que tenía doblada al
final de la cama y me la envolví. Respirando
profundamente, me sentí un poco más cálida por fuera,
pero estaba helada hasta los huesos por dentro.

Agradecí la alfombra de felpa mientras me dirigía a la


cocina. Hayden estaba de espaldas a mí y, sin pensarlo, me
acerqué a él y le rodeé la cintura con los brazos, colocando
mi cabeza entre sus omóplatos. Se rio, dándose la vuelta.
Sus brazos tranquilizadores y su carismática risa eran
sinceras y reales.

Había un cierto tipo de confort que encontré en Hayden


que no había esperado. Quería cerrar los ojos y suspirar.
Me hacía sentir protegida y deseada, y eso me gustaba. No
era solo una preocupación. Hayden me convirtió en su
prioridad. Nuestras agendas estaban repletas y él tenía
tantas cosas que hacer como yo, pero se esforzaba por
ayudarme. No había pretensiones con él, al menos no creía
que las hubiera por lo que había visto hasta ahora.

Sacudió la cabeza y me dedicó una sonrisa genuina.


—¿Quieres ya algo caliente para beber?

—Sí, pero todavía no. ¿Puedes abrazarme un poco


primero? —Lo único que quería era acurrucarme a su lado
y alimentarme de su calor.

Sin responder, Hayden se agachó y me cogió por debajo


de las piernas, acunándome contra su pecho. Se acercó y
nos sentó en el extremo del sofá, donde me acurruqué a su
lado. Lo necesitaba. Hayden metió la manta alrededor y
debajo de mis pies y me abrazó con fuerza.
—Gracias, Hayden, por todo —murmuré.

—Cuando quieras, cariño —dijo, encorvándose en los


cojines del sofá.

Me quedé helada y sus manos dejaron de moverse. Tuve


la sensación que se había equivocado y no había querido
decir lo que dijo. Mordiéndome el labio inferior, me
arriesgué y levanté la vista, apoyando la barbilla en su
pecho. La mandíbula de Hayden se flexionó mientras me
miraba fijamente. Los ojos azul acero se abanicaban entre
las pestañas marrón dorado. Pómulos altos y piel color
miel. Mi corazón se aceleró. Hayden bajó la barbilla y sus
labios se acercaron a escasos centímetros. Su aliento se
mezcló con el mío, golpeando mis labios separados
mientras esperaba a ver qué pasaba.
—Quiero besarte, pero no lo haré —confesó. En cambio,
se limitó a abrazarme más y a seguir calentándome.

—¿Hayden? ¿Dónde estás?

Mis ojos se abrieron de golpe al oír la voz apagada y


frenética en la distancia.

—Oh, mierda. Debo haberme quedado dormido en casa


de Adrianna —Hayden habló en su teléfono móvil aturdido.
Se frotó los ojos con el talón de la mano—. Por supuesto
que sí. ¿Qué crees que ha pasado? Mi teléfono ha estado en
vibración. —Hayden me miró—. No ha pasado nada, Holls.
No te preocupes. —Bostezó—. ¿La playa? Creía que eso era
cosa de chicas.

Intenté no escuchar su conversación pero fracasé


estrepitosamente.

—Sí, iré. Nos vemos entonces —dijo Hayden, y colgó.


—Sabes que tienes el volumen tan alto que he oído cada
palabra, ¿verdad?
Se encogió de hombros, con los ojos medio cerrados.
—No me apetecía bajar el volumen, es demasiado trabajo
ahora mismo.
Me reí y lo miré con cansancio.

—¿Para apretar un botón?


Hayden se acurrucó en el sofá y me atrajo hacia él.
Apoyando mi cabeza en su pecho, tiró de la manta sobre
nosotros y dijo:
—Sí, lo es. Estoy agotado y necesito dormir un poco más.
—Me acarició el cabello—. Siento haberte despertado.

—No pasa nada. —Me acurruqué a su lado y dije—:


Podría acostumbrarme a esto.

Sentí que sonreía contra mí.


—Yo también podría —susurró.

Nos quedamos dormidos durante otra hora y luego


decidimos a regañadientes que tenía que salir si no quería
recibir otra llamada irritada de su melliza. Avery llegaría
pronto y yo quería estar preparada.

Recogí rápidamente mis cosas, me puse un traje de baño,


un poco de brillo de labios y me recogí el cabello en un
moño desordenad
 
Capítulo 43

En menos de una hora, Avery estaba llamando a mi


puerta.
—¡Ave! No puedo creer que por fin estés aquí!

—¡Dios mío, te he echado tanto de menos! —exclamó.

Nos abrazamos con fuerza antes de arrastrarla al interior.


Avery se apartó y me miró.

—Te ves muy bien. Un poco más delgada que la última


vez que te vi, pero en general bien. Más músculo o algo así,
como si hubieras dado un estirón. —Hizo una pausa,
inclinando la cabeza hacia un lado—. ¿Todavía podemos dar
un estirón? Porque creo que no he crecido desde los trece
años.

Me reí.
—Gracias, Ave.

—Pero no te pongas más flaca que yo. Entonces no


podremos ser amigas.

Le di un rápido recorrido por mi hogar lejos de casa y


coloqué su bolsa en el dormitorio de invitados.
—¿Estás lista para hablar de tu ex?

El rostro de Avery cayó mientras revolvía su bolso. Se me


hizo un nudo en el estómago. Estaba ocultando algo y eso
me molestaba.

Levantando sus ojos llenos de angustia hacia mí, negó


con la cabeza y su voz se quebró.
—No.
Me acerqué a Avery y le pasé un brazo por los hombros.
La atraje a mi lado y le di un buen apretón. Dejó escapar un
suspiro desconsolado. Odiaba no saber qué era lo que
aquejaba a mi amiga.

Me fijé en la hora del reloj.

—Será mejor que nos pongamos en marcha.

Nos subimos al elegante BMW de Avery y nos dirigimos al


apartamento de Hayden y Holly, intercambiando pequeñas
charlas por el camino.

—No sabía que fueran tan... íntimos —dijo Holly,


mirándonos a Hayden y a mí, después que yo llegará con
Avery.
Me quedé boquiabierta y Hayden y yo hablamos al mismo
tiempo.
—No es lo que...

—No es lo que piensas.

Ambos hicimos una pausa y nos reímos.

—De verdad, no es lo que piensas, Holly. Ha sido


realmente genial, un hombro en el que apoyarse. Nada
más.

Una mirada de dolor cruzó la cara de Hayden, pero


rápidamente la disimuló. Lo había captado y me sentí fatal
por mi elección de palabras.

Los ojos de Hayden se dirigieron a mí antes de dar un


paso adelante.
—Holls, por favor, no lo hagas más de lo que es. Ya sabes
cómo es el gimnasio en cuanto a las relaciones.

—No te preocupes, nunca diría una palabra, aunque


harían una bonita pareja —terminó con una sonrisa.

Mis mejillas se encendieron y Hayden dio una palmada


para cambiar el ambiente. Se puso una gorra al revés y se
metió un chicle en la boca.

—Vamos a hacer surf y a aprovechar el día, porque


mañana vuelve el infierno.

El sol se ponía sobre un océano incandescente mientras


tonos relajantes de rosas y naranjas surcaban el cielo.
Estaba envuelta en una toalla, con los pies enterrados bajo
granos de arena de color marfil mientras miraba las
rugientes olas.

Este era mi lugar feliz, donde encontraba consuelo.


Donde el peso del mundo abandonaba mis hombros
mientras respiraba el aire salado, exhalando la presión que
me aquejaba a diario.

He echado mucho de menos esto.


La playa era mi serenidad, y me alegraba de haberle
pedido a Avery que viniera de visita. Tal vez la ayudara a
resolver lo que fuera que estuviera pasando en su vida.
Había algo pacífico y calmante en las olas que rompían y el
aire salado. Era el lugar al que solía venir para alejarme de
mi caótico mundo viviendo en la pequeña isla privada. Me
sentaba y miraba el océano durante horas, más o menos
como estaba ahora, y no pensaba en nada.

Se había encendido un pequeño fuego cuando


aparecieron algunos amigos de Holly y Hayden. Me había
enterado que Emily y Gavin eran gimnastas en otro
gimnasio a unos cuantos pueblos de distancia. Se
conocieron a través de Hayden en la escuela secundaria y
siguieron siendo amigos desde entonces.

Se sentaron con nosotros y alguien sugirió un juego de


Verdad o Reto. Empezamos con preguntas fáciles y sin
sentido para conocernos hasta que se convirtió en algo
más.

—Hayden, te reto a que vayas a correr desnudo —sugirió


Gavin, el amigo de Hayden, con una sonrisa tortuosa.

—Ah, vamos —respondió Hayden, poniéndose de pie.


Alejándose del fuego, nos dio la espalda, se quitó el
bañador y echó a correr con las manos en alto—. ¡Sí! —
gritó, corriendo hacia el océano.

Me reí, tapándome la boca cuando Avery gritó:

—¡Date la vuelta!
La miré, sintiendo su alegría. Atrás quedaba su tristeza y
en su lugar nada más que felicidad. Sus ojos eran enormes
y tenía la mayor sonrisa que jamás había visto. Me dio una
palmada en el brazo y dijo:

—Oh, Dios mío. Mira a Hayden.

Efectivamente, Hayden se había dado la vuelta y volvía


corriendo. Estaba demasiado lejos para ver nada, pero una
vez que se acercó, se cubrió con las manos. Gavin le lanzó
sus bermudas y él los atrapó con una mano. Se dio la vuelta
y se los volvió a poner. Todos nos quedamos en silencio
mientras mirábamos su culo perfectamente redondeado.

—¡Es el turno de Gavin de ir a correr! —gritó Avery en


tono de broma.

Hayden miró a su hermana.

—Verdad o reto.

Holly puso los ojos en blanco.

—Verdad.

—¿Alguna vez te has saltado el acondicionamiento?

Le dirigió a su hermano una mirada divertida.

—Por supuesto que sí. ¿Quién no lo ha hecho?

—Emily —dijo Holly—. Verdad o reto.

—Verdad.

—¿Preferirías tener rasgaduras en ambas manos o


montar a horcajadas en la viga tres veces?

Me encogí internamente ante su pregunta. Ya he pasado


por eso.

—Esa es una buena —dijo Emily.

Emily juntó los labios pensando. Levantó las manos,


mostrando las palmas, y agitó los dedos.

—Creo que preferiría montar a horcajadas en la viga. Eso


se curaría mucho más rápido que mis manos.

—Ah, ustedes son aburridos —dijo Gavin—. Que alguien


haga un reto.
Emily miró al grupo. Reagan se inclinó y le susurró algo
al oído. Mi pulso se aceleró cuando ambos pares de ojos se
dirigieron a mí. Una sonrisa astuta se extendió lentamente
por el rostro de Reagan y sus ojos se iluminaron. Lo sabía.

—Adrianna. Verdad o reto —preguntó Emily.

De ninguna manera iba a elegir reto. Ella me retaría a


hacer algo que me humillaría por completo. Así que elegí la
verdad.

—¿Eres virgen?

Todos los ojos estaban de repente sobre mí. El único


sonido era el crepitar del fuego y las olas rompiendo en la
orilla mientras esperaba mi respuesta.

—¿Y bien? —Reagan me empujó.

Recogí un puñado de arena seca y lo apreté con fuerza,


deseando poder lanzárselo a Reagan. Ella acaba de llevar el
juego a un nivel superior a mi costa.

—Sí —dije, dejando que la arena se moviera entre mis


dedos. Ella esbozó una sonrisa de lado y levantó una ceja.

—¿Alguien más es virgen? —preguntó Reagan al grupo.


Todos respondieron al mismo tiempo, así que la única que
seguía siendo virgen era yo.

—¿Eres virgen? —le pregunté a Reagan.

—No —respondió ella, y la verdad es que me sorprendió


su respuesta.

—Supongo que realmente hay una persona para cada uno


—bromeé. Avery escupió su refresco mientras reía y
apoyaba su peso en mí.
Las cejas de Reagan bajaron, impregnadas de ira y
rencor.

—Ava.

Avery giró la cabeza hacia Reagan y la fulminó con la


mirada.

—Es Avery.

—Lo mismo. Verdad o reto.

Me reí para mis adentros. Avery no tenía mucho miedo.

—Reto.
Una sonrisa malvada se extendió por su rostro.

—Te reto a que te beses con Hayden —dijo, orgullosa de


su reto.
Miré a Hayden y las cejas casi se le salieron de la cabeza.

Sabía lo que Reagan estaba haciendo. Intentaba hacerme


daño. Pero lo que ella no sabía era que hacer que Avery
besara a Hayden no me haría el menor daño. Yo
consideraba a Hayden un gran amigo y nada más. Aunque,
era claramente obvio que ella no veía eso.

Antes que nadie pudiera decir nada, Avery se puso en pie


de un salto y cruzó por encima de mí hacia Hayden. Dejó
caer sus rodillas en la arena frente a él, cuyos ojos azules
estaban llenos de conmoción mientras se sentaba inmóvil.
Sabía por experiencia que no era un mojigato, ni un virgen,
pero seguía con la cara de piedra.
Avery no dudó y agarró las mejillas de Hayden, acercando
su cara a la suya. Justo antes que ella presionara sus labios
contra los de él, me miró en busca de consentimiento.
Sabía que estaba siendo amable, así que sonreí a cambio.
Conociendo a Avery, iba a montar un espectáculo solo para
cabrear a Reagan.
Sus ojos permanecieron en los míos durante uno o dos
segundos más hasta que se cerraron y le devolvió el beso.
Observé, junto con el resto del grupo, en silencio cómo el
reto se prolongaba un poco más de lo que todos
esperábamos. Avery se subió al regazo de Hayden, sus ojos
permanecieron cerrados mientras sus cejas se alzaban de
nuevo sobre su frente. Rodeó con un brazo la parte baja de
su espalda y enhebró el otro en su cabello alborotado y la
besó como una vez me besó a mí. Con pasión e intensidad.
Alguien se aclaró la garganta y el beso se separó
bruscamente. Hayden tenía los labios enrojecidos e
hinchados y los ojos muy abiertos mientras Avery se bajaba
de él y volvía a sentarse a mi lado, como si no le importara
nada.

Desplacé mis ojos hacia Reagan y me alegré de su


expresión. Estaba furiosa por su atrevimiento.
Sonreí de oreja a oreja.

—Muy bien —dijo Avery, frotándose las manos—. ¿Quién


es mi próxima víctima?

 
Capítulo 44

—Adrianna, ven aquí —dijo Kova, haciéndome un gesto


con dos dedos.
Llevaba tres horas en el entrenamiento, trabajando en las
barras. Solo faltaba una hora más o menos para mí
descanso para comer y no podía esperar. Estaba anegada
por la playa ayer, así que cualquier descanso que tuviera
era esencial.
—¿Sí?

Levantó mi mano hacia su cara y frunció el ceño.


—No puedo soportar la visión de tus muñecas. Ve a mi
despacho y en el cajón de mi escritorio hay un par de
muñequeras para ti. —Me miró fijamente a los ojos—.
Póntelas.
Apreté los labios y asentí. Kova tenía una manera de
hacer que algo tan pequeño pareciera un problema tan
grande. Mis muñecas estaban bien.

—Hola, Ave —dije, sonriendo de oreja a oreja mientras


entraba en el frío vestíbulo. Se había quedado a dormir y
había venido a ver mi entrenamiento antes de tener que
volver a Palm Bay. Tenerla cerca durante las últimas
veinticuatro horas había sido realmente bueno y la iba a
echar mucho de menos cuando se fuera.

—¿Qué haces? —preguntó, sentada en una silla metálica


plegada, con el móvil en una mano.

Sacudí la cabeza y puse los ojos en blanco, levantando las


muñecas.
—Al parecer, esto molesta a mi entrenador.
Me miró, perpleja.

—¿Tus manos?

—La visión de tus muñecas me ofende mucho, —dije con


mi mejor inflexión rusa varonil. Avery se quedó inmóvil un
momento hasta que estalló en carcajadas.
—¿Hablas en serio? —preguntó, sonriendo.

Levanté las cejas, asintiendo.

—No le gusta cómo me envuelvo las muñecas y tiene


nuevas muñequeras para mí. Solo tengo que agarrarlas
rápidamente.

Sus cejas se arrugaron, sus ojos de chocolate se clavaron.

—¿Labios de Pez tiene nuevas muñequeras para ti? ¿Las


ha comprado?

Me reí, haciéndola callar con un dedo presionado sobre


mis labios.

—No digas eso tan alto —susurré.


Avery miró alrededor del vestíbulo vacío.

—Deja de ser paranoica, no hay nadie más aquí.


¿Preferirías que dijera entrenador besable en su lugar? —
Miró por encima del hombro y a través del cristal a Kova,
que se abría paso por el gimnasio—. En persona, tiene unos
labios muy bonitos, por no hablar de un cuerpo realmente
rocoso. Casi puedo ver sus músculos. Pero, ¿siempre
parece que está enfadado con la vida?

Miré en su dirección, cruzando la mirada con Kova.


—En su mayor parte. ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí?

Ella miró la hora en su teléfono.

—No mucho tiempo.


—Vamos, Ria. Estás en racha y no quiero romperla. —
Kova irrumpió en el vestíbulo, cortando a Avery.
Sorprendentemente, no fue malo, y su inesperado cumplido
me dejó sin palabras. Kova rara vez hacía comentarios
positivos sobre mi practica, pero me di cuenta que
últimamente lo hacía cada vez más.

El sonido de una silla deslizándose por el suelo rompió mi


mirada de mandíbula floja.

—Hola —dijo Avery, acercándose a Kova con la mano


extendida—. Soy Avery, la amiga de Adrianna de casa.

Kova le estrechó la mano.

—Un placer conocerte, Avery.

—Lo mismo digo —respondió ella—. Le estaba contando a


Ria lo impresionante que es tu gimnasio en comparación
con el de casa en el que ella solía entrenar.

Ria. Las voces se desvanecieron, dejándome caer en un


agujero negro. Ella no dijo nada en su expresión, pero yo
sabía lo que significaba esa única frase. El latido de mi
corazón golpeaba salvajemente en mis oídos mientras una
palabra se repetía en mi cabeza.
Ria.

Todo lo que podía procesar era cómo una vez le había


dicho a Avery que mi “enamorado” de la biblioteca era el
único que me llamaba Ria.
Inconscientemente, sabía que Avery no diría una palabra
a nadie, pero esa no era la cuestión. Había tantos
problemas en este momento que no podía pensar bien en
cuál abordar primero.

No estaba segura de cuánto tiempo había pasado cuando


escuché a Avery mencionar que me llamaba Ria. Dios mío.
Me iba a poner enferma.

—Encantada de conocerlo, entrenador —terminó diciendo


Avery con una mega sonrisa.

—Lo mismo digo. —Volviéndose hacia mí, Kova dijo—:


Tengo que buscar algo de mi auto. Saca las muñequeras y
reúnete conmigo en el gimnasio rápidamente. —Asentí con
la cabeza mientras salía por la puerta principal.

Levantando mis ojos aprensivos hacia los de Avery, me


preparé para lo peor, pero en su lugar me encontré con una
sonrisa de Cheshire.

—Tienes que explicarte —dijo con su mejor voz de Ricky


Ricardo. Fue terrible.

—Avery.

Me puso una mano reconfortante en el hombro.

—Shh. —Bajó la voz—. No digas nada más. Tu secreto


está a salvo conmigo. Pero puedes apostar a que voy a
esperar hasta que te vayas a comer para que podamos
hablar.

Le di una sonrisa de agradecimiento.

—Solo una pregunta —dijo.

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¿Sí?
—¿No podías ir por ese bombón, Hayden? ¿Tenías que ir
por él? ¿Intentas que te den una patada en el culo?

Se me escapó una risita baja y Avery también se rio.

—Simplemente ocurrió.

Ella pasó el pulgar por encima de su hombro y me miró


fijamente.

—Eso no ocurre sin más. Hayden pasa. No Labios de Pez.

Apreté los labios, fingiendo una sonrisa.

La cara de Avery cayó.

—Oh, Dios. ¿Qué estás ocultando?

—Puede que con Hayden haya pasado algo.


Sus ojos se abrieron de par en par y me dio un golpe
juguetón en el brazo.

—¡Ahora tienes que explicarte muy bien!

El sonido de una voz profunda nos hizo mirar por encima


del hombro hacia la ventana. Kova estaba fuera paseando
de un lado a otro con su teléfono móvil. Miraba al cielo
furiosamente, agarrando el teléfono mientras una retahíla
de ruso salía de sus besables labios. Lo único que pude
distinguir fue el nombre de Katja. Mi corazón se aceleró y
empecé a sudar.

—Será mejor que vuelva al trabajo. Puede ser un


auténtico imbécil cuando quiere.

Avery asintió y volvió a sentarse.

—Ve.
Caminando hacia el despacho de Kova, abrí la puerta y
me dirigí a su escritorio de madera de cerezo.

Deslizando el cajón central, busqué las muñequeras,


moviendo bolígrafos y clips de un lado a otro. Comprobé el
cajón de la izquierda volviendo a buscar, pero no encontré
nada. Seguí adelante y abrí otro cajón, pero algo impidió
que se abriera por completo. Agachada, me puse a la altura
de los ojos del cajón y metí la mano dentro, intentando
mover lo que estorbaba y tiré de él para abrirlo,
revolviendo las cosas por el profundo cajón en busca de las
muñequeras. Su cajón era un desastre y necesitaba
urgentemente ser organizado.

Un papel ligeramente arrugado llamó mi atención y pude


ver mi nombre garabateado en él con un grueso marcador
negro. Me debatí entre abrirlo o no. Me puse lentamente de
pie con la espalda recta y el papel hecho una bola en la
mano.

No era asunto mío, pero la curiosidad se apoderó de mí.

Mi queridísima Ria,
Me encuentro pensando en ti más que nunca, sabiendo
muy bien que es más que inmoral.
La mayoría de los días no sé qué hacer conmigo mismo.
Estoy enfermo, enfadado y, sobre todo, me siento culpable
por desearte de una forma que no debería. Me odio por
ello. Me repugna y sé que está mal a muchos niveles. No
debería haber un fuego que hierve dentro de mí cada vez
que mis dedos agarran tu cuerpo en un esfuerzo por
entrenarte. El asombro por mis pensamientos no es ni
siquiera un rasguño en la superficie.
He intentado desesperadamente mantenerme ocupado,
no mirar en tu dirección cuando estás trabajando con otro
entrenador, pero he fracasado estrepitosamente. Siempre
estás ahí, en mi mente, en mi vista.
¿Pero lo peor de todo? Algunos días me importa una
mierda que esté mal. Algunos días permito que mis
pensamientos divaguen y finjo que realmente no eres
menor de edad. Porque he visto cómo me miras, lo siento
en el tacto de tu mano sobre mi cuerpo. Sé que en el fondo
me deseas tanto como yo a ti. Mi cuerpo cobra vida con un
anhelo tan insondable al pensar en tu inocente lengua
acariciando mi piel, tus tímidas manos recorriendo mi
cuerpo. Has creado un profundo dolor que no puedo saciar.
Tus ojos verdes e iridiscentes me cautivan. Tu impulso de
no rendirte nunca, por mucho que te presione, me inspira.
Me emocionas, Ria. Me das muchas ganas de arriesgarme y
ver qué pasa. Algo tan pequeño como una conversación
contigo me hace olvidar nuestra situación.
Sería el más dulce pecado tenerte solo una vez. Pero un
beso llevaría a otro, y a otro, y entonces mis manos
recorrerían tu cuerpo perfecto y juvenil, como ya lo ha
hecho.
Y me temo que no podré detenerme la próxima vez.
Quiero sentir tus labios pegados a los míos, tu carne
desnuda sobre mí. Nuestro sexo impregnado de calor
saturando el aire mientras tomo tu cuerpo apretado. Esto
ni siquiera toca las cosas que siento, y quiero, hacerlo,
sabiendo al mismo tiempo que está tan mal. Moralmente
incorrecto. Inapropiado. Por no mencionar que va contra
las reglas. Y la ley.
Dios mío, haces un lío en mi cabeza cada vez que estás
cerca. Tú, mi dulce Adrianna, eres pura tentación. Sé que
no debería desearte. Ni siquiera debería pensar en ti de
esta manera, pero parece que no tengo autocontrol cuando
se trata de ti.
Oh, pero las repercusiones valdrían tanto la pena. Incluso
te dejaría marcar el ritmo. Al principio.
¿Ves lo que quiero decir, Malysh? Estoy enredado, no
puedo pensar con claridad. Y si no libero esta necesidad
que late dentro de mí, quién sabe qué pasará.
Odio pensar en ti de esta manera, que me hagas esto. No
es ético. Soy un hombre que no puede aguantar mucho y
esperaba que poner mis pensamientos por escrito me
ayudara a lidiar con la situación.
Me gustaría poder darte esta carta para que pudieras ver
la agitación interior con la que me acosan a diario, pero no
puedo correr el riesgo. Podría perderlo todo si alguien se
enterara.
Por ahora, Katja tendrá que hacerlo. Pero no estoy seguro
de cuánto tiempo podré reprimir esta necesidad que tengo
de ti.
K
Oh.
Mi.

Dios.
¿Qué demonios acabo de leer?
Encontrar esta carta era lo último que esperaba en un
millón de años. El desconcierto nubló mi cabeza mientras
me quedaba en estado de shock mirando el trozo de papel
entre mis dedos temblorosos. El entrenador Kova tenía
estos pensamientos sobre mí, y Katja tenía que frenar sus
necesidades. Los mismos pensamientos que yo tenía de él
casi todos los días.
Vale, no exactamente los mismos, pero sí parecidos.
Joder.

Kova tenía sentimientos profundos por mí y un estado de


deseo que solo él podía comprender, porque ahora mismo,
me estaba volando la cabeza intentando comprender hasta
dónde llegaba. Pero la idea que Katja fuera la que recibiera
esos profundos deseos no me gustaba. Los celos brotaron
en mi interior como un árbol con raíces que crecen a
cámara lenta. Se deslizó por mis nervios y me apretó el
pecho.
Con las manos temblorosas, volví a buscar las
muñequeras en el resto del cajón. Me levanté y miré a mi
alrededor, pensando que tal vez estaban en el suelo o en
una estantería, pero de nuevo no encontré nada.

Expulsando una gruesa bocanada de aire, volví a entrar


en el gimnasio con los ojos fijos en el suelo y la carta
doblada con fuerza en la mano. No quería hacer evidente
que había algo mal, pero no podía hacer contacto visual
después de su confesión secreta.
Apreté el papel con más fuerza en la mano, frustrada por
el hecho que no pudiera decirme esas palabras a la cara.
Tenía que escribir sus sentimientos en un papel donde
cualquiera pudiera encontrarlos. Habíamos sido francos,
honestos y comunicativos el uno con el otro en numerosas
ocasiones, era la base de nuestra conexión desde el
principio. Al menos, supuse que así era.
Dios. La carta era profundamente personal. Pero el
motivo por el que la dejó en su escritorio a riesgo que
alguien la encontrara me desconcertó. La única razón
lógica para guardarla sería que él y Katja vivían juntos y no
quería que lo descubrieran. Aun así, eso no era suficiente a
mis ojos. Lo último que quería era que me cuestionaran
sobre mi relación inapropiada con mi entrenador. No
estaba segura de cuánta gente entraba en su despacho a
diario, pero si alguien hubiera encontrado esa carta, sería
nuestro fin. Gimnasia. Mi vida. Su vida.
Al abrir la puerta con el sonido de alguien aterrizando un
pase de volteretas en el tapiz, me mordí el labio en carne
viva mientras me dirigía a Kova. Mi corazón se aceleraba,
mi piel se erizaba de ansiedad. Esta iba a ser la
conversación más incómoda de la historia del mundo.
—¿Kova? —Me miró cuando me acerqué—. No he
encontrado las muñequeras.

—Bueno, entonces no has buscado lo suficiente porque


están ahí.

Me sonrojé, sintiendo náuseas.


—Um, sí busqué lo suficiente, pero uno de tus cajones
estaba atascado y yo... um, —empecé a tartamudear—. Yo,
um...
—Tú, um, ¿qué, Adrianna? Escúpelo —se burló, pasando
las manos en círculos diciéndome que me diera prisa.
Bajando la voz a un susurro, dije:
—Algo impedía que el cajón se abriera. Cuando por fin
pude abrirlo y sacarlo, encontré esto.

Cuando le tendí la mano, miró el papel blanco arrugado.


—No te aconsejo que lo abras aquí. Tienes que
deshacerte de él, quemarlo, o algo, lo que sea. —Vi cómo se
formaba lentamente una expresión de confusión entre sus
ojos—. Por favor —le rogué en voz baja.

Al principio no parecía saber lo que era, luego la


conmoción y la revelación se mostraron en su rostro. Miré
a mi alrededor, asegurándome que nadie pudiera oír
nuestro intercambio. Nadie miró hacia nosotros y, si lo
habían hecho, parecía que Kova me estaba instruyendo en
algo. Sus mejillas se sonrojaron, pero rápidamente se puso
blanco como un fantasma y me arrebató el papel de la
mano, metiéndoselo en el bolsillo.
—¿Cómo te atreves a leer esto? —apretó entre los
dientes.

Me quedé boquiabierta.
—¿Cómo me atrevo? Quizá no debería haberlo leído, pero
vi mi nombre en él. ¿Cómo te atreves a dejarlo en tu
escritorio para que lo encuentre cualquiera? Tienes suerte
que lo haya encontrado yo y nadie más —repliqué. Kova me
miró con una intensidad a la que no estaba acostumbrada
—. Por favor, deshazte de él.
Respiró hondo y me miró fijamente.

—¿Estás segura que las muñequeras no estaban en el


cajón?

Sacudí la cabeza, perpleja una vez más. ¿Iba a ignorar su


pequeña nota de amor?
—Segura. No pude encontrarlas. ¿Qué vas a hacer al
respecto?
Kova se frotó la mandíbula con la mano, con los ojos
distantes.

—Me ocuparé de esto esta noche.


 
Capítulo 45

—Excelente trabajo el de hoy, Ria. Estoy muy satisfecho


contigo —susurró Kova cerca de mi oído.
Me puso la mano en la cadera y me dio un golpecito antes
de alejarse. Luché por no mirar en dirección a su mano y
no levanté la cabeza para agradecer su comentario. Lo
único que pude hacer fue asentir con la cabeza. No estaba
muy segura de lo que significaba, ya que el entrenamiento
de la mañana estaba a punto de terminar, pero era lo
primero que me decía desde que encontré la carta. A
menos que me estuviera entrenando, nunca me había
tocado abiertamente de esa manera e hizo preguntarme si
se había dado cuenta de lo que había hecho.

—¿Qué te dijo? —preguntó Avery cuando entré en el


vestíbulo.

Perdida en mis pensamientos sobre las palabras elogiosas


de Kova y lo feliz que me hacían, miré fijamente a mi mejor
amiga intentando descifrar lo que había dicho. Ella
estudiaba mi rostro con una mirada inquisitiva y luego dejó
de mirar mis manos cubiertas de tiza.

—¿Qué? —pregunté.
—Tu entrenador. ¿Qué te ha dicho hace un momento?

Continué caminando hacia los vestuarios y ella me siguió.

—Nada... que tenía que pegar mi aterrizaje si quería


añadir otra habilidad —Dejé caer mi bolsa a mis pies y abrí
la puerta de mi taquilla. Cuando fui a ponerme los
pantalones, Avery me puso una mano en el hombro.
—Me cuesta creer que eso sea todo lo que ha dicho para
que tengas esa sonrisita en el rostro.

Se me cayó la cara y me temblaron las rodillas. Mierda.


Se ha dado cuenta de la sonrisa que creía haber ocultado. Y
yo que creía que estaba siendo hábil al no levantar la vista.
Necesitando pensar en algo rápidamente, dije lo primero
que se me ocurrió.

—¿No te haría ilusión saber que se te permite añadir un


medio giro a tu salto después de trabajar en ella durante
tanto tiempo? —Terminé con una sonrisa de complicidad.
Me petrificaba que alguien nos escuchara.

Avery asintió lentamente con una mirada atenta. Hizo


una pausa y dijo:

—Estás mintiendo. Sé que estás mintiendo.

Cerré los ojos.

—Aquí no, Ave. Espera a que entremos en el auto. ¿De


acuerdo?
Ella aceptó y se echó atrás.

Pensé en las palabras de Kova y en lo que podían


significar mientras me ponía la chaqueta con cremallera.
“Excelente trabajo hoy, Ria. Estoy muy satisfecho contigo”.
Nunca me había felicitado hasta ese punto.

No llevábamos más de diez segundos en mi todoterreno


cuando Avery dijo:

—Bien, será mejor que empieces a soltarlo ya. Quiero


saber cada pequeña cosa que ha pasado y no te dejes
ningún detalle. Si me entero que lo haces. —Hizo una
pausa y miró al frente, pensando en sus siguientes palabras
—. Pues no sé lo que haré, pero te haré algo.
Reprimiendo una risa, puse los ojos en blanco. Intentaba
sonar tan intimidante y no lo era en lo más mínimo.

—¿Quieres todos los detalles jugosos?

—¡Lléname el vaso! —exclamó, extendiendo la mano


como si estuviera sosteniendo una taza. Sacudí la cabeza
con una leve sonrisa. Levantó la rodilla y se giró para
mirarme.

—No sé por dónde empezar —dije, saliendo de World Cup


y conduciendo hacia la carretera principal.

—¿Qué tal por el principio?

Respirando profundamente, exhalé.

—Realmente no pasó nada... Nos besamos. Gran cosa.

—Umm, eso es algo enorme. Enorme. Así que cada vez


que mencionaste a tu chico de la biblioteca, era realmente
Kova. Y teniendo en cuenta el hecho que retuviste al chico
de la biblioteca durante unos meses hasta que cediste, esto
ha estado sucediendo mucho más tiempo de lo que sé.

Me mordí el interior del labio.

—Sí.

—Bien, otra mentira. Entonces pasó algo más que un


beso. ¿Los orgasmos fueron de él?

Gemí y ella me golpeó el brazo.

—Deja de hacerme reconstruir y hazlo por mí. ¿Tuvieron


sexo?

La miré.
—No, no tuvimos sexo. Sinceramente, Ave, ni siquiera sé
cómo sucedió. Mira cómo trabajamos juntos, cuántas horas
pasamos a solas, seis días a la semana. Simplemente
empezamos a hablar un día durante una sesión privada y
continuó a partir de ahí. En realidad es un tipo muy
decente cuando no está en modo entrenador. Hablar con él
es algo natural... me gusta.

Le conté todo lo sucedido mientras conducía hacia


nuestro destino, sin omitir un solo detalle o palabra,
incluida la nota que acababa de encontrar horas antes. En
el fondo, Avery era de fiar, pero contárselo me aterraba
debido a la naturaleza de la situación, otra razón por la que
me lo guardé para mí. Sin embargo, no podía pasar por alto
este desliz. Y sorprendentemente me quitó un peso de
encima.

Al entrar en un centro comercial, aparqué la camioneta y


miré. Avery estaba sentada con cara de piedra. No movió ni
un músculo mientras miraba por el parabrisas delantero.

—¿Avery? ¿Estás bien?

Se giró lentamente hacia mí, al estilo exorcista, y dijo en


voz baja:

—Vas a ir al infierno por esto.

Se me cayó la cara y le di un puñetazo en el brazo.

—No, no lo haré. Deja de actuar como una tonta. Vamos a


comer. Tengo poco tiempo.

Las dos salimos de un salto y caminamos una al lado de la


otra hacia un pequeño restaurante al aire libre. Después de
un entrenamiento tan agotador, estaba hambrienta, pero mi
estómago estaba hecho un nudo, así que probablemente lo
mejor era una ensalada.
—Mi copa está rebosante, Ria, a punto de desbordarse.
No he cogido un vaso lo suficientemente alto. Además, no
creo que haya uno lo suficientemente alto para el zumo que
me has servido. No estaba preparada para esta avalancha
de pensamientos que se están desarrollando como una
maratón en mi cabeza, —exclamó exageradamente.

—No seas tan dramática.

—Por favor, dime que no tienes sentimientos serios por él


—suplicó una vez que estuvimos sentadas. Miré a mí
alrededor en busca de oídos atentos y agradecí que las
mesas exteriores estuvieran algo vacías.

—La verdad es que no lo sé. ¿Me gusta? Sí, más de lo que


debería. Y antes que digas otra palabra, créeme, sé lo
moralmente incorrecto que es. Pero no puedo evitarlo.

—Sabes que esto no tiene futuro, ¿verdad? Simplemente


no es posible.

Me encogí de hombros.

—Eres inteligente, piénsalo. —La angustia marcó su


rostro. Avery tomó un sorbo de agua—. ¿Piensas tener sexo
con él?

Le dije la verdad.

—No lo planeo, pero si simplemente sucede, entonces


supongo que lo haré. Sí.

Me miró de forma cómica.

—No sucede así como así, Adrianna. No puedes caer


accidentalmente y que una polla se deslice dentro de ti. No
funciona así.
—Shh... —dije con un dedo presionando mis labios
sonrientes.

—¡Pues no funciona!

Antes que Avery pudiera continuar, una camarera


apareció en nuestra mesa. Tomó nuestros pedidos de
comida y luego se volvió hacia mí.

—¿Qué tipo de aderezo quiere con su ensalada? —La


camarera enumeró una lista de aliños cuando Avery habló
por mí.

—¡Ella quiere el ruso! Le encanta esa consistencia


ligeramente picante, espesa y cremosa en la boca.

Me quedé boquiabierta y mis mejillas estaban más


calientes que nunca. Le lancé una mirada asesina a mi
mejor amiga y me pregunté de dónde demonios había
salido. La camarera me miró desconcertada y lo confirmé
con una sonrisa de labios apretados. Pedí el aderezo aparte
y el pollo a la parrilla para añadirlo.

—Eres un estúpida, lo sabes —dije cuando la camarera se


alejó.

Avery se rio a carcajadas.

—¡Tenía que hacerlo! Bien, escucha, voy a hacer de


abogado del diablo un minuto.

—Oh, Dios.

—Aunque me molesta bastante que no me lo hayas dicho,


entiendo perfectamente por qué no lo hiciste.
Probablemente yo habría hecho lo mismo. La cosa es que,
sea lo que sea lo que está pasando entre ustedes dos,
realmente consideraría detenerlo ahora. No se trata de un
tipo mayor que conociste al azar en un gigantesco edificio
de rascacielos en el que ambos trabajan. Se trata de un
entrenador que tiene un negocio reputado y una novia
estable. Por no mencionar, esa molesta diferencia de edad.
Tal vez si fueras mayor, entonces no diría nada. Pero no lo
eres. Tienes que pensar realmente en tus acciones y en las
ramificaciones a las que se enfrentan si los pillan. Podría
ponerse feo. Sería prudente parar mientras se está a la
cabeza en lugar de tirarlo todo por la borda con el sabor
del mes.

—¿Sabor del mes? Avery, ¿de dónde sacas esas frases?

Ella sonrió, encogiéndose de hombros.


—Mi madre.

—Lo sé, lo sé... Pero no lo sé. Quiero decir. —Respirando


profundamente, exhalé y miré al estacionamiento. Tenía
tanto peso sobre mis hombros y, a pesar de decírselo a
Avery, todo volvía.

—No quiero tener estos sentimientos por él, y llámame


loca, pero tampoco creo que él los quiera por mí. Pero
después de leer esa carta, está clarísimo lo que siente. Es
como si fuéramos tan conscientes el uno del otro cuando
estamos en la misma habitación, que es difícil de ignorar.
Es mi maldito entrenador. Mucha gente se sentiría herida,
e independientemente de lo correcto o incorrecto, estos no
son sentimientos del sabor del mes.
—Aid, solo eres una adolescente. No te pasaría nada
grave. Está arriesgando su vida al hacer esto.
—Lo sé, y yo perdería la gimnasia, él puede perder
mucho más. —Hice una pausa—. ¿Crees que todo está en
mi cabeza?
—No, pero tal vez hay un poco de enamoramiento que lo
impulsa. Buen aspecto, cuerpo de piedra, gimnasta
olímpico... —se interrumpió con una ceja levantada—. ¿Qué
no puede gustarte de eso? Habría que estar ciega para no
sentirse atraída por él. Incluso en las fotos que busqué
cuando lo conociste, me quedé alucinada. ¿En persona? No
hay palabras. Es precioso.

—Tiene que saber lo que hace y el riesgo que corre, ¿no?


—pregunté.

—Esa es la cuestión. Uno pensaría que lo sabe... y tal vez


lo sabe y tal vez no le importa. Los hombres no piensan con
la cabeza adecuada. Él sabe cuántos años tienes, eso es
seguro. El sentido común dice que la bandera roja se
mantenga alejada, pero su polla está como, ¡chica joven y
caliente, adelante! —Su espalda se enderezó y señaló por
encima de mi hombro.

Miré a mí alrededor para ver si alguien oía el falso acento


británico de Avery.
—Deberías ser una comediante con todas las voces y
recreaciones que haces. ¿Era eso de la película Titanic?
—Seguro que sí —dijo orgullosa.

La camarera trajo nuestros almuerzos. Quité los croutons


y rocié la ensalada con muy poco aliño. Había mucha grasa
y mierda en este aderezo, algo que mis muslos no
necesitaban.
Tomando un bocado, mastiqué lentamente mientras
pensaba en nuestra conversación y en mis sentimientos
hacia Kova.
—Voy a seguir la corriente y ver a dónde nos lleva.
Mientras seamos discretos, deberíamos estar bien.
—Deberíamos, es la palabra clave. Solo ten cuidado —dijo
ella y yo asentí—. No quiero que te hagan daño... o que se
lo lleven esposado.

 
Capítulo 46

Toc, Toc, Toc.

La confusión marcó mi rostro cansado mientras intentaba


averiguar quién llamaría a mi puerta a las nueve de la
noche. Me quité el edredón de encima y miré mi ropa
mientras mis pies se deslizaban por la alfombra de felpa.
Unas bragas negras de bikini y una camiseta de tirantes
rosa pálido recortada no eran el atuendo adecuado para
recibir visitas. Era bastante fina y, si me fijaba bien, podía
ver el contorno de mis pechos.
Sin embargo, no pensaba abrir la puerta. Hasta que miré
por la mirilla y vi a Kova.
Dios mío. ¿Qué demonios estaba haciendo aquí? El
corazón me golpeó con fuerza contra las costillas antes de
caer en las tripas. Respirando profundamente, exhalé y abrí
los dos cerrojos y tiré de la puerta. El aire fresco me
acarició la piel.

Kova estaba de pie con un brazo apoyado en la cornisa de


la puerta. Su cara estaba inclinada hacia abajo, con la
desesperación escrita en él y me golpeó como una tonelada
de ladrillos. Me dolió el corazón por él. Iba vestido con
unos jeans oscuros y una camisa negra. Un cuerpo firme
rellenaba su atuendo y cuando levantó la cabeza, mis labios
se separaron.

—Kova —susurré, mirando fijamente a unos ojos tan


oscuros como la selva—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Un gruñido brotó de su garganta, levantando la parte


superior de su labio. Miró a través de sus negras pestañas.
—¿Así es como siempre abres la puerta? —preguntó antes
de empujar hacia dentro.

—Sí, por favor, entra. —El sarcasmo goteaba en mis


palabras—. Para tu información, esto es lo que me pongo
para dormir. No te esperaba a ti, ni a nadie más. —Hice una
pausa y lo miré desafiante—. Y esto no es muy diferente de
lo que me pongo en el gimnasio —respondí, cerrando la
puerta y echando el pestillo.

Al darse la vuelta, Kova recorrió mi cuerpo con una


mirada acalorada, y sus ojos se posaron en mi pecho. Seguí
su mirada y me di cuenta que mis pezones eran pequeños
guijarros duros por el aire fresco. Suspiré para mis
adentros. Odiaba que eso ocurriera.

Me aclaré la garganta, crucé los brazos sobre el pecho y


me pare con seguridad.

—¿Hay alguna razón para que estés aquí?

—Tenemos que hablar y no quería hacerlo en el gimnasio.


Creo que ya sabes de qué.

Asentí y pasé junto a él hacia la cocina. Kova me siguió de


cerca. Abriendo mi nevera de acero inoxidable, tome una
botella de agua de Aloe.

—¿Quieres una? —le pregunté por encima del hombro,


pero sus ojos estaban puestos en mi trasero. Ver que
ejercía un poco de poder sobre él me hizo sentir bien, y
sonreí. Sabía que no debería gustarme que me mirara, pero
secretamente me encantaba que lo hiciera, así que arqueé
la espalda y, naturalmente, empujé mi trasero hacia fuera
para darle más vista mientras alcanzaba la bebida.

—No.
Me di la vuelta y me apoyé en la nevera, doblando la
rodilla para que mi pie descansara sobre ella. Me quedé
callada y esperé a que explicara su presencia.

—¿Puedes ponerte algo de ropa primero?

Escupí sobre el agua que estaba bebiendo, el dorso de mi


mano subió para limpiar mi barbilla.

—¿Hablas en serio? —vocifere en una carcajada—. De


nuevo, esto no es diferente de lo que llevo en el gimnasio
todos los días. Por no mencionar que has visto otras partes
de mi cuerpo que nadie más conoce.

Me fulminó con la mirada.

—No, no lo es. Ni de lejos.

—Sí, lo es. No me estoy cambiando. Estoy cansada, y


cuando te vayas me iré directamente a la cama. Después de
llevar un leotardo asfixiante todo el día en el gimnasio, esto
es mucho más cómodo, ligero y pareciera que no llevo nada
puesto. Mi cuerpo necesita respirar.

Kova parecía estar luchando por respirar él mismo.

—Te pido por favor que te pongas algo.

Respirando profundamente, puse los ojos en blanco y me


dirigí a mi dormitorio y cogí una camiseta de gran tamaño
que me encantaba. Me la puse por encima de la cabeza, sin
molestarme en quitarme primero la camiseta. Cuando volví
a entrar en el salón, Kova estaba sentado en el centro de mi
sofá. Estaba inclinado hacia atrás, con los ojos cerrados, las
manos apoyadas detrás de la cabeza y las piernas abiertas.
Estaba tenso, estresado al máximo, y el aire estaba cargado
de ansiedad.
Me acerqué al sofá y me senté en el reposabrazos con la
rodilla apoyada. Kova me miró con ojos pesados y suspiró
con fuerza, pasándose una mano por la cara. Se llevó la
mano al bolsillo trasero, sacó una bolsa de plástico y me la
entregó. Las muñequeras.

Una suave sonrisa alivió mi rostro y mi corazón se


ablandó.

—Gracias por esto.

Asintió con la cabeza.

—Estas deberían ayudar a tus muñecas mucho mejor que


toda esa cinta que llevas. De hecho, no deberías necesitar
cinta adhesiva con estas. Son más grandes y largas, más
duraderas y con acolchado extra. Pruébalas. Si te gustan,
te pediré más.

—Esto fue muy dulce de tu parte. Gracias... —Hice una


pausa, tragando saliva—. ¿Kova? —Sus ojos, cielos, me
golpearon con fuerza cuando me miró. La angustia los
llenaba—. ¿Trajiste la carta?

Negó con la cabeza y, por alguna razón, me dolió el


corazón por él.

—Me encargué de ella para que no tengas que


preocuparte más. Se ha ido para siempre.

En silencio, le pregunté lo que había estado en mi mente


toda la tarde.

—¿Por qué lo escribiste?

Se encogió de hombros, mirando al techo.

—¿Por qué? —Insistí.


—¿Momento de debilidad? Había estado bebiendo... Fue
un descuido por mi parte. —Se aclaró la garganta y dijo—:
Después de la muerte de mi madre, vi a una terapeuta
durante un tiempo. Me sugirió que podría ser terapéutico si
escribía mis sentimientos en un papel. Al principio pensé
que era la cosa más ridícula que había oído nunca, hasta
que un día lo intenté y me sentí un millón de veces mejor.
Desde entonces lo hago. Un hábito, supongo.

Fui aún más consciente de su presencia en mi


apartamento. Me puse de rodillas y me senté hacia atrás,
tratando de aliviar la repentina palpitación entre mis
piernas.

—Kova, tu carta podría haber hecho que nos atraparan.

—Créeme, Adrianna, soy muy consciente de ello.

—No tienes más copias, ¿verdad? ¿Como si tal vez la


hubieras reescrito varias veces y la hubieras tirado al cubo
de la basura que todavía está en tu despacho?

Me dedicó una sonrisa divertida. Levanté las manos.

—Oye, solo estoy tratando de cubrir todas mis bases.

—No, esa era la única. Por lo general, todo lo que


necesito hacer es una y ayuda.

—¿Te... te ayudó escribir sobre mí?

Mirándome directamente a los ojos, no dudó.

—No.

—¿Ni siquiera un poco?

—Solo lo empeoró. —Sacudió la cabeza, desconcertado.


Tenía las manos apretadas por encima de las rodillas—. Veo
tu impulso día tras día y me alimenta.
—Pero todas las chicas tienen el mismo impulso.

—No, tienen amor por el deporte y eso es lo que las


impulsa. No todas las gimnastas quieren ser profesionales.
Algunas se conforman con retirarse después del instituto y
ni siquiera seguir compitiendo en la universidad. Ninguna
de ellas quería los Juegos Olímpicos como tú porque saben
lo pequeña que es la ventana de oportunidades. Ahí es
donde compartimos los mismos objetivos, el mismo
espíritu. Me recuerdas a mí mismo. Veo en tus ojos la
determinación de seguir adelante a pesar de los obstáculos
que se te presentan.

Se me revolvió el estómago con su admisión.


Principalmente por el hecho que todo este tiempo me ha
visto de una forma totalmente diferente a la que yo creía.
Había asumido que me despreciaba, que detestaba el suelo
que pisaba, cuando en realidad era todo lo contrario. Eso
movió algo en lo más profundo de mi ser y, por un
momento, me sentí culpable de todo.

—Lo siento.

Los ojos de Kova se entrecerraron, la sorpresa brotó de


ellos.

—No te arrepientas nunca de la pasión que vive dentro de


ti. Es un don que no se le da a todo el mundo. Es
refrescante verlo.

Tragándome el nudo en la garganta, pensé en sus


palabras en la carta, en la sinceridad que había detrás de
ellas. Escribió sus sentimientos porque era incapaz de
expresarlos de una manera que le permitiera hacerlo. No
era raro que uno escribiera sus emociones, pero no pude
superar el hecho que las ocultara tan bien... o que las
sintiera de esa manera.
Con palabras temblorosas le pregunté:

—¿Realmente... sientes eso por mí?

Cuando Kova me devolvió la mirada no ocultó sus


emociones ni sus sentimientos.

—Cada palabra.

Mis labios se separaron, un rubor de calor golpeó mi


cuerpo con fuerza. Su convicción me dejó sin palabras.

—¿Por qué no me lo has dicho?

—No es tan sencillo. —Inclinándose hacia delante con los


codos apoyados en las rodillas, miró al suelo como si se
avergonzara de sus actos—. Si quieres entrenar con otro
entrenador, lo entendería perfectamente. Solo tienes que
decirlo y cambiaré las cosas, lo haré realidad.
—No. —Mi voz se quebró—. No quiero a nadie más que a
ti. —Y no lo hice. Era el mejor entrenador que había tenido.
—Lo harás igual de bien con otra persona en World Cup.

—No —dije, esta vez más desafiante.


Kova exhaló un suspiro compungido y se volvió hacia mí.

—Ria, creo que sería lo mejor. Esta cosa. —Barajó sus


manos de un lado a otro entre nosotros—. Esta cosa tiene
que parar. Y estando tú tan cerca de mí, yo entrenándote,
tengo miedo de lo que me depara el futuro. —La convicción
era poderosa en sus ojos, sabía que lo decía en serio—.
Necesito que sepas que nunca... —Se pasó la lengua por el
labio inferior—. Nunca he hecho nada con otra gimnasta
como esto. Engañé a la mujer con la que pienso casarme
algún día. Podría perder todo lo que significa para mí.
Podría perder mi reputación, mi gimnasio. —Me quedé en
silencio y lo dejé continuar. A pesar del dolor y los celos
que se extendían como un incendio en mi pecho, escuchar
que planeaba casarse con Katja me dolía más—. Nunca
quise aprovecharme de ti.

Tragué con fuerza.


—No lo hiciste.

—Eres menor de edad, Adrianna. Sé que no debo tocarte.


Está jodidamente mal. La culpa es mía.

Me puse un poco descarada porque no quería que él


cargara con todo el peso.
—Hiciste mucho más que tocar si no recuerdo mal. Me
diste dos orgasmos increíbles. —Me mordí el labio, el calor
tiñó mis mejillas pensando en cómo lo monté en la sala de
baile. La habitación se volvió sofocante y mi cuerpo empezó
a hervir por su tacto—. Fue lo más...
El fuego brilló en sus ojos cuando me cortó.
—Soy plenamente consciente de lo que hice —espetó.

—Entonces, ¿por qué tenemos que parar?


—¿Hablas en serio ahora mismo? —Kova se puso de pie y
comenzó a pasearse por mi sala de estar—. ¿No puedes
comprender la magnitud de la situación?
Me puse de pie y lo desafié.

—Sí que lo comprendo, pero no está mal si lo consiento.


¿No lo comprendes?

Negó con la cabeza y se dirigió hacia la puerta. El


corazón me latía salvajemente en el pecho. Todavía no
estaba preparada para que se fuera, no quería que se
fuera.
—No me digas esas cosas. No es lo mismo, y aun así no
está bien.

—Me gustó, Kova, y lo quería tanto como tú. No te culpes


de nada.
Se detuvo en seco.

—Quieres. En tiempo presente.


Sonreí suavemente ante su corrección mientras se giraba
y se dirigía hacia mí. Kova me arrinconó contra la pared de
mi salón. Apoyó la mano en la pared e inclinó la cabeza
hacia abajo, presionando su frente contra la mía. La tensión
irradiaba de él, la lucha por alejarse clara como el día en
sus ojos vacilantes.
—Ese es el problema. Todavía te deseo, Ria. —Respiró en
mi interior y me acarició la nuca—. No debería, pero lo
hago, y es tan jodidamente malo y enfermo. Y me encanta.
—Me encanta cuando dices mi nombre así —susurré con
sinceridad, mirando fijamente sus labios—. Tu acento es
tan sexy. —Puse mis manos en su firme pecho y las deslicé
hacia arriba. Se tensó, pero no le presté atención. Quería
besarlo de nuevo, sentir sus labios apretados contra los
míos, su lengua enredada con la mía. La forma en que me
besaba, tan hábil y dominante, me encantaba el dominio
que ejercía. Nadie me había besado nunca como él. La
confianza rugió en mí, así que me agarré y di un salto.

Mi corazón persiguió la anticipación mientras


acortábamos la distancia. Los rostros se inclinaron,
tocamos ligeramente los labios y gemí dentro de él. Mis
manos se enredaron en su cabello mientras él colocaba sus
manos en mis caderas y me mantenía quieta. Su pulgar
dibujó pequeños círculos en mi pelvis, provocando la
humedad entre mis muslos. Apreté las piernas, tratando de
aliviar el repentino dolor.

No me rechazó como yo temía. Todo lo contrario.


—¿Me convierte en un pervertido desearte tan
desesperadamente?
Capítulo 47

—No —respondí inmediatamente.

Porque no lo hace.
—Bien, porque si fuera así, bueno, me importaría una
mierda. Te deseo.

Acercándome todo lo que pude para que no quedara ni un


centímetro entre nosotros, me incliné hacia su fuerte
cuerpo. Mis pechos se apretaron contra su pecho y lo besé
apasionadamente. Él tomó la iniciativa y marcó el ritmo, y
yo lo seguí, lo que me recompensó con un apretón de su
mano. Nuestras lenguas se arremolinaron
provocativamente, aumentando el deseo entre nosotros.
Sabía que esto estaba mal, pero no me importaba. No me
importaba que Kova pudiera meterse en problemas, no me
importaba que tuviera una novia con la que pensaba
casarse algún día. No me importaba nada más que este
momento y ver a dónde nos podía llevar.

Además, me gustaba hacerlo sentir bien.


Una de las manos de Kova bajó por mi costado hasta
llegar a mi espalda. Levantó la parte trasera de mi camisa
para poder acariciar mi trasero. Me lo apretó con fuerza,
mordiéndome el labio inferior al mismo tiempo. Puse los
ojos en blanco y un leve suspiro se me escapó de la
garganta. Su tacto era increíble, como un millón de
pequeños besos que cubrían mi piel y me derretía en él.
Sus caderas se levantaron, las piernas se abrieron más
mientras el bulto de sus jeans me empujaba.

Mis manos rozaron sus firmes hombros y su pecho.


Estaba desesperada por sentir su piel bajo mi tacto. Le di
un ligero apretón y mis caderas se abalanzaron sobre las
suyas. Presioné con fuerza y, antes que me diera cuenta,
Kova me quitó la camiseta de gran tamaño y la tiró al suelo.

Cuando fui a inclinarme hacia él para obtener más, me


detuvo bruscamente y se apartó empujando mis manos
hacia abajo. Sus dedos bailaron delicadamente sobre mi
clavícula hasta llegar al fino tirante de mi camiseta,
deslizándola por mi hombro. Mi respiración se hizo más
profunda, mi camiseta se levantó lentamente y mis pezones
se convirtieron en pequeñas puntas duras, mientras su
dedo giraba por mi pecho pero sin sobrepasar la fina tela.
Su mano se deslizó alrededor de mi cuello, agarrándome,
sus dedos rozando mi piel sensible.

—¿Por qué me haces esto, Adrianna? —dijo roncamente


—. ¿Por qué haces que te desee tanto? Me haces desearte
de formas que deberían avergonzarme.

—Yo no te hago hacer nada que no quieras.


—No, tienes razón, pero tampoco me facilitas que deje de
hacerlo. Solo presionas para que tome. Mis súplicas salen
por la culata. Tú tomas y yo quiero más, quiero darte más.
Puedo verlo, pero no puedo detener mis acciones —dijo con
sinceridad mientras el otro tirante se caía de mi hombro
con su ayuda. Lo único que sostenía mi camiseta eran mis
pechos hinchados.

Mordiéndome el labio, pregunté suavemente:

—¿Sería tan malo?

—Más de lo que crees.

Respiré profundamente y arqueé la espalda, mis pechos


se elevaron ligeramente hacia él con mis caderas. Su dedo
recorrió mi piel tan suavemente, buscando claramente el
permiso para bajar. Observé la indecisión en sus ojos, la
forma en que se formaba una arruga entre ellos mientras
luchaba consigo mismo. Sabía distinguir el bien del mal.
Una punzada de culpabilidad se apoderó de mi corazón por
burlarme de él.

Cuando tocó la parte gorda de mi pecho, volvió a pasarse


la lengua por el labio inferior. La mirada de sus ojos abrió
un camino de calor ardiente a través de mi acalorada
carne. Kova me hacía sentir deseada, querida, como si yo
fuera lo único que importaba en el mundo.

—Te deseo. —Negó con la cabeza, empujando mi


camiseta hacia abajo para que se viera la mayor parte de
mi pecho, excepto el pezón rosado. Su erección se tensó en
mi estómago y me encontré cada vez más mojada. Había
algo tan deliciosamente prohibido en el hecho de estar a
solas con él en mi apartamento, donde nadie podía
encontrarnos, para hacer lo que quisiéramos. El corazón
me latía con fuerza contra las costillas y me preguntaba si
él podría ver el pulso que me latía en el cuello. Las bragas
pegadas por la humedad y su mano áspera y callosa que
subía y bajaba por mi cintura no ayudaba. A medida que mi
pecho se elevaba, mi areola se deslizaba más allá del borde
de mi camiseta. Kova se detuvo mientras yo contenía la
respiración, y la piel se me puso de gallina.

—Las consecuencias podrían ser perjudiciales. —Me bajó


lentamente el resto de la camiseta, y el dorso de su dedo
rozó mi carne flexible—. Pero es un riesgo que estoy
dispuesto a correr —gruñó, y luego cerró la boca en torno a
mi pezón. Chupó con tanta fuerza que mi cabeza voló hacia
atrás y se golpeó contra la pared, y yo gemí.

El cuello de mi camiseta se asentó bajo mis tetas,


empujándolas hacia arriba y juntas, él palmeó ambas e
intentó chupar mis pezones al mismo tiempo. Mi camiseta
estaba suelta, los tirantes alrededor de mis bíceps y rodeé
su cintura con mis brazos. Metí las manos por debajo de su
camiseta y le pasé las uñas por la parte baja de la espalda y
los costados, llevando las manos por delante hasta sus
abdominales.

—Oh, Dios mío —gemí—. Eso se siente increíble.

—Me doy cuenta por la forma en que te frotas en mi


polla. —Ni siquiera me di cuenta que me estaba frotando
en él, pero la deliciosa fricción se estaba acumulando en mi
interior y quería más.

Con su cabeza inclinada hacia un lado, me incliné y lamí


un rastro húmedo por su cuello. Me hizo enloquecer de
deseo y no pude detener el frenesí que me desgarraba.
Ataqué su boca. Mis manos estaban en todas partes,
levantando su camiseta para sentir su piel caliente contra
la mía mientras lo amasaba y lo agarraba con todo lo que
tenía.

Kova se congeló, retrocediendo rápidamente hasta que


estuvo a medio metro de mí.

—¡Joder! —gritó, haciéndome retroceder.

—¿Qué pasa? —le grité. Hablando de hacer un giro de


180 grados. Sabía a dónde iba esto. El silencio nos envolvió
mientras nos mirábamos fijamente. Arriesgándome, actué
por puro instinto—: No quiero que pares. ¿Qué es lo que no
entiendes? Quiero esto —afirmé, añadiendo énfasis a
querer—. Si no quisiera esto, estaría haciendo todo lo
contrario.

Un tic funcionó en la mandíbula de Kova.

—¡No sabes lo que quieres!

—¿Ah, sí? ¿Quién lo dice?


—No es nada para mí hacerte desear estas cosas. Sé
dónde tocarte y cómo. —La tortura capturó sus ojos—. Eres
demasiado joven para saber lo que quieres. Esto no es más
que lujuria para ti.

Sacudí la cabeza en señal de desacuerdo.

—Tú hiciste esto. —Señalé mi pecho desnudo— a mí. —


Acercándome a él con los hombros hacia atrás, extendí la
mano y, con audacia, cogí su erección y la acaricié a través
de los jeans. Sus ojos se cerraron y se le escapó un
profundo gemido. Su cuerpo se endureció—. Y yo te hice
esto. Si yo no quisiera esto, si tú no lo quisieras, no
habríamos llegado hasta aquí. —Abrió los ojos y le dije—:
Niégalo todo lo que quieras y vete a casa a follar con tu
novia, Kova. —Con una ceja perfectamente angulada,
pregunté—: ¿No es eso lo que decía tu carta de todos
modos? Que tienes que follar con tu novia porque no
puedes follar conmigo.

Mi pulso palpitaba y me esforzaba por mantener las


manos quietas y parecer confiada. Nunca había sido tan
provocadora cuando se trataba de nosotros, pero estaba
cansada que me tomara el pelo y ya era hora que lo
supiera. Todas sus idas y vueltas me estaban provocando
un latigazo.

Los ojos de Kova estaban pesados, con los párpados


caídos. Dio un paso hacia mí y yo retrocedí. Me apartó la
mano de un manotazo.
—¿Sabes qué? Tienes razón. Quiero estar tan dentro de ti
hasta que grites. Quiero rodear mis caderas con esas
pequeñas y ágiles piernas y meterme todo lo que pueda. —
Se acercó a mí hasta que no pude retroceder más.

—Quiero ver tu rostro mientras llegas al orgasmo con mi


polla enterrada dentro de ti, con las manos por encima de
la cabeza para que no puedas impedir que me meta hasta
el fondo. —Me agarró la base del cuello, sus palabras
desesperadas flotando en mi piel—. Y lo más enfermizo es
que quiero que me digas que no, quiero que luches contra
mí. Pero no importaría, ¿verdad? Tomaría de todos modos.
Porque ambos sabemos que es lo que quieres, ¿no es así? —
Me levantó y se dirigió furioso a mi dormitorio,
arrojándome sobre la cama y arrancándome las bragas de
un rápido tirón antes que pudiera descansar entre mis
muslos.

—Espera. —No pareció procesar mi petición mientras una


sombra se deslizaba por sus ojos. Intenté cerrar las
piernas, pero Kova tenía otros planes. Su pulgar encontró
mi sexo y todo el sentido común abandonó mi cabeza.

Los ojos de Kova eran tan oscuros como el cielo nocturno


mientras recorría mi cuerpo.
—Eres tan jodidamente hermosa que duele. —Sacudió la
cabeza con incredulidad—. He intentado luchar contra ello,
contra este impulso en lo más profundo de mi ser, pero tú
eres lo único en lo que pienso, lo único que quiero. —Me
agarró el interior del muslo y me mordí el labio—. Tu
tenacidad en el gimnasio, la persistencia de no rendirte por
mucho que te desgaste, eres fuerte, Adrianna. Eres una
luchadora, y eso me excita. Voy a mostrarte justo lo que tu
cuerpo necesita. —Hizo una pausa y añadió suavemente—:
Eres mi mayor debilidad. Desde el momento en que puse
mis ojos en ti, he estado luchando contra mi atracción.

Mi corazón se hinchó ante sus palabras.

Lentamente, se quitó los jeans y se quitó la camiseta. Se


subió a la cama y se acomodó entre mis muslos antes que
pudiera ver bien su longitud. Gemimos al unísono al
contacto de la carne con la carne. Mi corazón se aceleró,
amando la sensación de su cuerpo sobre el mío. La presión,
el peso, el calor de nuestros cuerpos fusionándose era una
sensación que no podía describir. Por fin.

—Bésame —susurré, y lo hizo. Dios, lo hizo. Introdujo su


lengua en mi boca, tomándome una vez más por todo lo que
tenía que dar. Sus manos me agarraron las muñecas,
manteniéndolas por encima de mi cabeza, donde no podía
tocarlo. Estar atada y luchar contra su agarre era algo que
nunca pensé que me gustaría, pero me hizo cosas en la
cabeza que me hicieron rendirme a todos sus caprichos.
Haciendo rodar mis caderas hacia arriba en una ola, me
moví para poder sentir su dura longitud deslizándose
contra la parte interior de mi muslo antes que acariciara
sin prisa mi sexo. Suspiré sin aliento ante el contacto.

—Por favor, dame más.


—Intento no hacerte daño —murmuró contra mis labios.
Sus codos estaban apoyados cerca de mis orejas,
aprisionándome. Me sentía segura y protegida en su abrazo
y no podía imaginar que me causara dolor.

Gimoteé y volví a rodar un poco más fuerte y más


despacio. Fui recompensada con un gemido sexy y
profundo y un empujón contra mi coño. Joder. Kova me hizo
esto. Hizo que mi cuerpo lo deseara de formas que nunca
creí posibles.
—Si vamos a hacer esto, lo haremos a mi manera.
¿Entendido?

Asentí frenéticamente.
—Sí.

—¿Estás segura?
Mi corazón se desbocó contra mi pecho ante la idea de
perder mi virginidad esta noche. Deslizó su longitud
desnuda sobre la abertura de mi coño y yo inhalé con un
jadeo, asintiendo. Estaba empapada y ahora él estaba
cubierto de mí.
El pecho de Kova vibraba contra el mío. El peso de su
cuerpo y la musculatura bajo su dura estructura eran
estimulantes. Ser dominada por un hombre así se apoderó
de todos los pensamientos racionales.

Colocó mis manos en el cabecero de la cama.


—Agárrate y no te sueltes. ¿Entiendes?
—Sí.

Kova se sentó y apretó la polla con la mano. Por fin pude


echar un vistazo real y vi pequeños vellos recortados en su
pelvis que desembocaban en un eje largo y grueso.
Comenzó a acariciarse, girando lentamente la muñeca por
su longitud y apretando la punta que era más oscura que el
resto. Justo cuando pensaba que no podía ser más grande,
vi cómo crecía su longitud. Nunca me cansaría de mirar el
cuerpo de Kova, era una obra de arte. Era un pecado, un
hombre salvaje con lujuria, y me encantaba que yo fuera la
razón de ello.
Se inclinó y apretó su boca contra la mía en un beso
brutalmente duro, tirando de mi lengua hacia su boca.
Deslizó su polla por mi abertura para cubrirse y luego
empujó hacia dentro.
Me estremecí. Mis piernas apretaron automáticamente su
cintura por el dolor de la intrusión.
Sin preámbulos. Sin burlas. Ningún juego previo.

Estaba preparada, pero seguía ardiendo.


Y, maldita sea, dolía como la mierda.
Pero no lo demostré.

 
Capítulo 48

No podía.

Él no necesitaba saber que yo era virgen. A los hombres


no les gustaba quitarle la virginidad a alguien porque
suponían que las emociones solían ir unidas y eso era algo
que no podía dejar que Kova pensara. El gemido que vibró
contra mi pecho hizo que todo valiera la pena.

Esta incómoda presión en mi interior era extraña y no era


para nada lo que imaginaba que se sentiría. Mis manos se
aferraron con más fuerza al cabecero de la cama mientras
luchaba contra el dolor punzante de sentir que me habían
partido en dos, como si una gruesa barra de acero me
hubiera penetrado. Aunque me encantaba el hecho de que
por fin estuviéramos haciendo esto, al mismo tiempo quería
que se acabara. El dolor se intensificaba.

Quería decirle que se detuviera, que me diera un minuto


para poder adaptarme a su anchura, pero no lo hice. Lo
único que se me ocurrió hacer fue empezar a mover mis
caderas para encontrarme con las suyas. Aunque no sabía
lo que estaba haciendo o cómo, no hacía falta ser un
científico espacial para saber cómo tener sexo.

Las manos de Kova volvían a estar en mis muñecas,


agarrándolas con tanta fuerza que realmente me dolía.

—Tan. Jodidamente. Apretada.


Créeme, lo sé.
Kova se retiró y volvió a introducirse, y juro que golpeó
mi cuello uterino al mismo tiempo que mi clítoris. Era dolor
y placer combinados, y por alguna extraña razón se sentía
sorprendentemente bien.
—Ria... Te sientes jodidamente increíble. —Respiró contra
mi cuello, acelerando mi pulso—. Mejor de lo que
imaginaba.

—Tú también. —No sabía qué más decir.

—No puedo parar. —Una vena palpitaba en su cuello.

—No quiero que lo hagas.


—Estás tan apretada —dijo, mirando nuestros cuerpos
unidos mientras su polla se deslizaba de nuevo—. Y ni
siquiera estoy dentro del todo.

Kova se inclinó sobre sus codos y lamió un lento rastro


húmedo desde mi clavícula hasta mi oreja antes de llevarse
el lóbulo a la boca.

—Es casi como si fueras virgen —susurró antes de


mirarme inquisitivamente. Me quedé helada y me apreté a
su alrededor. Me mordió el hombro con un suspiro mientras
me apretaba más. Un aliento caliente se le escapó y su
cabeza cayó sobre mi hombro. Kova gruñó, cerrando los
ojos mientras su placer me golpeaba en oleadas por la
vibración de su pecho. Nuestra relación estaba ligada a la
honestidad. No iba a mentir y decir que no era virgen. Y si
había omitido algo tan importante, no podía imaginar la
decepción que sentiría. Así que lo besé seductoramente con
fuerza, poniendo todo de mi parte. Él respondió
perfectamente. No había forma que lo supiera.
Kova gimió cuando se apartó.

—Joder, sí.

En lugar de concentrarme en el dolor punzante, que me


estiraba y desgarraba, me concentré en el gozo del dolor, el
agarre de mis muñecas, la forma en que me besaba y el
peso de su magnífico cuerpo presionado contra el mío.
Ejercía la presión justa para que me sintiera bien, como si
supiera exactamente cuánto aplicar. Las dolorosas caricias
se convirtieron en bienvenidas y empecé a ablandarme. Mi
pecho se alzó contra el suyo y mis pezones endurecidos
rozaron su piel caliente.

Levantándose sobre los codos, me miró a los ojos antes


de tomar mi rostro e inclinarse para besarme. Inclinando
su boca sobre la mía, su lengua se sumergió mientras su
polla volvía a introducirse en mi interior. La opresión con la
que luchaba se estaba desvaneciendo y por fin empezaba a
disfrutar de ella.

—Eso es —susurró—. Te estás relajando.

—¿Se nota?

Sonrió con una mirada cómplice. Empujando más


profundamente, Kova lo mantuvo allí. Se me cortó la
respiración y me dio vueltas el labio inferior entre los
dientes.

—Como ahora mismo. Puedo decir que me duele estar tan


adentro. Tienes una mordaza en mi polla.

Tragué.

—¿Te duele?

Resopló, todavía con la sonrisa de oreja a oreja.

—No, claro que no. Se siente muy bien.


—Nunca he estado con nadie... como tú. No estoy
acostumbrada. — Eso también era la verdad.
Acercando su boca a la mía, me besó profundamente.

—Relájate y déjame hacerlo —dijo contra mis labios, y yo


accedí. Tal vez percibió mi inexperiencia. No estaba segura
de lo que era. Estaba feliz que tomara el control.

Alargando la mano, Kova la enganchó bajo mi rodilla y la


subió, colocándola alrededor de su espalda mientras se
acercaba un poco más. Un suspiro escapó de mi garganta,
entre un suspiro y un gruñido. Era un ángulo diferente,
pero las caricias suaves y uniformes me hicieron disfrutar
más de lo que creía posible cuando llegó a mi clítoris.

Se deslizó con facilidad, borrando el dolor y


sustituyéndolo por la euforia. El placer me invadía por
completo y solo podía pensar en que Kova y yo estábamos
teniendo sexo. Se me cortó la respiración y gemí en su
boca. Unos silenciosos jadeos escaparon de mi pecho. No
había forma de detenerlo. No podía. La sensación que
sacaba y volvía a meter la mano me dejó sin aliento. Largas
y profundas caricias con la presión justa. La forma en que
sus dedos se entrelazaban con los míos, cómo sujetaba mis
manos a la cama. La forma en que su lengua se deslizaba
por la columna de mi garganta, tirando de mi piel. Y el
modo en que sus caderas se aceleraban era una vorágine
de fuego que se estaba gestando en mi interior. Cada vez
que volvía a entrar, golpeaba mi clítoris... Y Dios, se sentía
jodidamente increíble.

Volviendo a arrodillarse, Kova agarró mis caderas. Sus


manos casi se tocaban por la poca anchura de mi cintura.
Mantuvo el ritmo constante mientras su pulgar se
deslizaba sobre mi clítoris y empezaba a frotar en círculos.
Mis rodillas saltaron por el inesperado contacto y mis
caderas se levantaron de la cama. Era demasiada
estimulación, demasiadas sensaciones recorriendo mi
cuerpo, y no podía pensar con claridad.

Kova se quedó quieto dentro de mí. Con sus ojos fijos en


los míos, llevó cada tobillo a descansar sobre cada uno de
sus hombros. Cada posición me hacía sentir en un punto
diferente dentro de mí, así que cuando empezó a moverse
de nuevo, cerré los ojos y contuve la respiración.

—Concéntrate en el placer, Ria. Los ojos en mí.

Asentí con la cabeza, con el cuerpo húmedo. Su mano se


aceleró y sentí que el orgasmo aumentaba. Cada vez que
entraba, su pulgar giraba más rápido y cuando se retiraba,
disminuía la velocidad. El dolor desapareció y en su lugar
se produjo el placer más absoluto. Nada más. Me sentí
elevada, como si flotara, sintiendo cada centímetro, cada
sensación que recorría mi cuerpo. Me hormigueaban los
dedos de los pies, el calor subía por mi columna vertebral...

—Tan, tan bueno... —gemí—. Justo ahí...

Y antes que pudiera pronunciar otra palabra, un orgasmo


me recorrió y grité. Mis caderas se agitaron con fuerza
contra las suyas, encontrándose rápidamente con las de
Kova, mientras yo me dejaba llevar por el subidón. Una
poderosa oleada me golpeó con tanta fuerza que juro que vi
estrellas mientras una dichosa ola de sexo se apoderaba de
mi cuerpo y me estremecía a su alrededor. No quería que
terminara. La increíble sensación que corría por mis venas
era un sentimiento indescriptible que hay que
experimentar para entenderlo.

—Puedo sentirte palpitando a mi alrededor —gruñó, con


las venas del cuello en tensión. Me sujetaba con fuerza las
caderas y las mantenía pegadas a la cama, encerrándome.
Empujó una y otra vez, llevándome lentamente a un estado
de éxtasis, haciendo que mi orgasmo fuera cada vez mayor.

Mis piernas se soltaron de sus hombros, cayendo sin vida


sobre la cama. Kova se derrumbó sobre mí, el peso de su
cuerpo fundiéndose con el mío era delicioso, y lo saboreé.
Me agarré a su cuello y sellé mi boca con la suya en un
beso brutal. La gratificación que me produjo hace unos
momentos era algo que quería volver a sentir.

Y pronto.

—Hazme sentir eso una y otra vez —le rogué contra sus
labios.

—Malysh, no he terminado contigo. —Las caderas de


Kova se agitaron contra mí, sacando su polla por completo
y volviendo a meterla de golpe. La cabecera de mi cama se
balanceaba contra la pared con cada golpe. Con un brazo,
levantó mis caderas de la cama para que se elevaran
mientras mis hombros seguían apoyados en el colchón.

—Joderrrrr —una maldición salió de la boca de Kova. Su


polla se agitaba dentro de mí, y estaba casi segura que se
puso más dura.

Dios, era hermoso en la agonía del calor.

Arqueando la espalda, me estremecí en su agarre,


sintiendo cómo mi humedad se filtraba por mis muslos.

Kova siseó y bajó la boca para morderme el pezón. Con


fuerza.

Mi cuerpo se inclinó y grité cuando pasó su lengua por la


punta palpitante para volver a morderla. Mis manos
abandonaron el cabecero de la cama y agarré sus fuertes
bíceps, clavando mis uñas en su piel. Luego tiré de los
mechones de su cabello mientras el placer volvía a
desgarrarme. Me balanceé con fuerza contra él,
ahogándome en el éxtasis que se apoderaba por completo
de mi cuerpo.

—Ria —su acento ruso era fuerte—. Correrme dentro de


ti.
Al escuchar sus palabras, gemí en voz alta. Antes que
pudiera pensar en otra cosa, se salió y me dio la vuelta
para que quedara de cara a la cama. Me presionó la cabeza
hacia abajo y tiró de mis caderas hacia arriba con un tirón.

—Arquea la espalda, de cara a la cama. Ahora.

Luego me guio para que abriera las piernas dándome


golpecitos en el interior de los muslos. Agarrando mi pelvis,
me levantó las caderas y las inclinó para que no pudiera
moverme. Su polla seguía erecta y rozando mi muslo, y
justo cuando creía que iba a volver a metérmela, me dio un
susto de muerte. Jadeé fuertemente y me tensé.
Su cálida lengua se posó en mi coño, donde rodeó mi
clítoris.

—Dios mío —suspiré cuando recorrió el centro y metió la


lengua más adentro. Con todo el pudor por la ventana, me
balanceé contra su boca. Inesperadamente, me apreté,
sintiendo que una gran cantidad de fluido se filtraba de mí.
Tenía que tenerme toda en su boca.
Con su mano todavía sujetándome, estaba a su merced.
Pero me importaba una mierda mientras me hiciera estallar
de puro arrebato otra vez.
Cuando creía que ya no podía aguantar más, Kova me
sorprendió de nuevo pasando su lengua por todo el cuerpo,
acariciando mi sensible capullo y luego apretando mis
labios y succionándolos en su boca. El placer me golpeó
como una ráfaga de viento y me sacudí contra su cara.
Con un último golpe, pensé que esta vez había terminado
hasta que pasó por mi sexo... y llegó a mi culo.

Me quedé helada. Por lo que a mí respecta, esta era una


zona de salida solamente. Si creía que iba a meter su
enorme polla ahí cuando terminara de lamerme, pues se
merecía otra cosa.
Con una mano en cada mejilla, las abrió.

—¿Kova? —pregunté con la respiración agitada.


—Shhh...

—Kova. —Estaba a punto de decir que parara, pero


cuando presionó su lengua contra mi agujero y empezó a
frotarme con su boca. Casi me muero.

—¿Qué... qué estás haciendo? —pregunté sin aliento


contra mi edredón.

Casi lloré por la presión que sacudía mi cuerpo. No podía


creer que fuera a admitirlo, pero lo que estaba haciendo
era muy estimulante. Mis manos se aferraron a la manta
mientras él golpeaba las terminaciones nerviosas que
parpadeaban por mi cuerpo. Ni en mis sueños más salvajes
habría imaginado la avalancha de sensaciones que me
atacaban mientras me lamía el culo.

Kova me ignoró. En cambio, se sentó y se alineó con mi


dolorido sexo.

 
Capítulo 49

—¿Adrianna?

—Hmm...
—Respira profundamente. —Mi pecho se expandió—.
Ahora, exhala. Esto va a doler, pero valdrá la pena.

Kova apretó una mano en la espalda y se introdujo en mí


en un largo y rápido deslizamiento. Duele, tiene razón. Dios
todopoderoso, me dolió. Se me saltaron las lágrimas y
cuando intenté incorporarme para aliviar el dolor, su mano
me sujetó.
—Respira.

Kova se retiró y un gemido brotó de su garganta mientras


volvía a introducirse lentamente.

—¿Estás bien?
Un largo suspiro salió de mis labios.

—Estoy bien, solo me duele un poco.

—Por mucho que me guste lo apretada que estás,


necesito que te relajes para mí, malysh —dijo.

Kova pasó sus manos por mis costillas en un esfuerzo por


calmarme. Con él dentro, se inclinó hacia abajo y me dio
besos en la columna vertebral, y sus manos se acercaron a
mis pechos. Con el pecho pegado a mi espalda, empezó a
mecerse lentamente dentro de mí sin sacarlo. Había algo
extrañamente calmante con su cuerpo sobre el mío, la
acumulación, la presión de su peso. Lo grande que era
sobre mí. Kova me montó como si quisiera marcarme. Esta
posición dolía mucho y, a pesar del dolor, el placer estaba
empezando a anularlo.

—Te sientes increíble. Quiero quedarme enterrado en tu


coño durante horas. —Su nariz se arrastró por el lado de mi
cuello—. ¿Pero sabes lo que más me gusta?

—¿Qué? —susurré.

Su mano se deslizó entre mis pechos para rodear mi


garganta. La agarró y yo me tensé.

—Lamer tu coño. Cuando mi lengua se movió sobre tu


clítoris, goteaste en mi boca. —Gemí, apretando alrededor
de él—. Sabía mejor de lo que podía imaginar. Tan dulce,
joven, suave y liso. Podría pasar horas en tu coño.

Jadeé y se me escapó un fuerte aliento acalorado. Sentí


que me mojaba por sus palabras.

—Tu coño está hecho para mí, Adrianna. —La forma en


que dijo mi nombre, con tanta pasión, casi me hizo llegar al
orgasmo en el acto—. Voy a poseerlo para que nunca
olvides lo que siento dentro de ti, después de esta noche,
nunca me olvidarás —susurró con dureza, agarrando mi
rostro y besándome.

Estaba bastante segura que nunca lo iba a olvidar.

Volviendo a sentarse, aceleró el ritmo y empezó a mover


sus manos por todo mi cuerpo, apretando mi culo antes de
darle un buen azote.

Casi me deshago.

Antes que me diera cuenta de lo que estaba haciendo,


estaba empujando hacia atrás y recibiendo sus duros
golpes, suplicando silenciosamente que me diera más. Abrí
las piernas, necesitando un ángulo más profundo. Los
dedos de Kova se enredaron en mi cabello, lo enroscó en su
puño y tiró con fuerza, obligándome a ponerme de rodillas.
Apretó su boca contra mi cuello, su otra mano pellizcaba mi
pezón y me sujetaba a él. Mis caderas bajaron sobre las
suyas y grité al sentir su nuevo ángulo dentro de mí. Estaba
tan cerca de correrme de nuevo que no me importó rogarle
que hiciera cualquier cosa que me pidiera si podía
correrme.

—¿Te gusta? —me susurró al oído, el calor de su aliento


me cosquilleó el cuello.

Asentí con locura, entonces me mordió el cuello y me


estremecí en sus brazos.

—¿Te gusta mi polla en tu coñito? ¿Soñaste con ello como


yo lo hice? ¿Me imaginabas lamiendo aquí mismo? —
preguntó, presionando con un dedo mi trasero fruncido.

Nunca había sentido las sensaciones que me recorren


como en este mismo momento, y fue entonces cuando me di
cuenta que no quería que esa sensación desapareciera
nunca.

—¿Te imaginaste mi mano deslizándose por tu estómago


y jugando con tu clítoris así? —preguntó, siguiendo el
movimiento. Cuando no respondí, luchando por despejar la
niebla en mi cabeza, preguntó—: Ria, contéstame. ¿Te
gusta?

Estaba gimiendo tanto que ni siquiera sé cómo conseguí


decir:

—Me encanta. Todo. —Entonces, con toda sinceridad, dije


—: ¿Kova? Quiero que me des todo y cualquier cosa que
quieras darme.
En el momento en que las palabras salieron de mis labios,
Kova dio rienda suelta a todo lo que estaba conteniendo.
Tirándome a la cama, me agarró por detrás de las caderas
y empezó a empujar con fuerza. No había duda que mañana
tendría moretones por la forma en que sus dedos se
clavaban en mi piel. Lo sentí todo, en todas partes, y me
encantó. Estaba a su merced.

En cuestión de minutos, volví a correrme, meciéndome


contra él, sintiendo sus pelotas golpear mi clítoris. Mi
cuerpo estaba húmedo de sudor mientras una ráfaga de
placer me atravesaba. Sentía un cosquilleo de gratificación,
mi cuerpo estaba completo y totalmente agotado. No había
ninguna otra sensación que pudiera imaginar que fuera
mejor que ésta. Nada podía superarlo.

Mi coño estaba sensible e hinchado, pero Kova empezó a


bombear más fuerte y más rápido. Sus dedos debían estar
mallugando mi piel, pero yo estaba demasiado drogada
para notarlo. Sus caderas me golpearon el culo con tanta
fuerza que me deslicé por la cama, y cuando se retiró, sentí
inmediatamente su pérdida.

Los muslos de Kova se estremecieron contra los míos y


emitió un sonido estrangulado. Apartando el cabello de mi
rostro, miré por encima del hombro mientras se corría en
toda mi espalda. Tenía la cabeza echada hacia atrás y los
ojos cerrados mientras un líquido blanco y cálido salía
disparado sobre mí, con la vena del cuello en tensión. Se
agarró la polla con fuerza, y la punta se puso morada
cuando se corrió. Su pecho estaba sudado, al igual que los
músculos de sus brazos, debido al esfuerzo.

Kova era lo más erótico que había visto nunca. Se inclinó


hacia mí y me besó en el cuello, rozándome con su nariz.
—Malysh, esto fue increíble, no podría pedir nada mejor.
No te muevas. Deja que te limpie.

Estaba bastante segura que no podría caminar mañana;


no tenía que preocuparse que me moviera ahora.

Kova volvió con un trapo húmedo y me limpió la espalda y


el interior de las piernas. Que me limpiara de la forma en
que lo hacía era un poco incómodo, pero íntimo.

—Date la vuelta.

Hice lo que me ordenó y me abrió las piernas y me limpió


allí también. Una mirada de alivio apareció en su rostro y le
pregunté:

—¿Qué pasa?

Me miró a los ojos.

—Me preocupaba haberte hecho sangrar con lo duro que


me puse, pero solo hay unas gotas. —Dejó caer el trapo al
suelo, se metió en la cama y me puso de cara a él. Me
acurruqué contra él y miré fijamente esos brillantes ojos
verdes. Los hábiles dedos de Kova jugaron con mi cabello,
moviéndolo. Que alguien jugara con mi cabello me parecía
divino, pero cuando era después de un sexo alucinante, era
aún mejor.

Pasaron unos minutos de cómodo silencio cuando se


sentó sobre un codo y se inclinó sobre mí. Rodando sobre
mi espalda mientras sus manos masajeaban mi cuero
cabelludo, caí en la intensidad de sus ojos y me sometí a él.

Susurró algo en ruso mientras se inclinaba y, a pocos


centímetros de mi boca, habló en inglés:

—Adrianna, eres tan hermosa.


Entonces selló sus labios con los míos y me besó lenta y
profundamente. Su gruesa lengua envolvió la mía, tirando
mientras sus manos no dejaban mi cabello. Me besó con
pasión, me besó con habilidad. Deslizando una pierna por
encima de la mía, Kova subió por encima de mi cuerpo y
enganchó mi pierna alrededor de su cadera. Su creciente
longitud se posó sobre mi muslo, su rodilla presionó mi
tierna abertura mientras todo lo que hacía era besarme sin
sentido. Con el peso de su cuerpo sobre el mío, mi corazón
fue suyo en ese momento. Me consumió, el corazón y el
alma.

Al romper el beso, Kova se apartó y yo lo miré a los ojos


con gravedad. Acariciando mi mandíbula, me confesó:

—No sé qué pasa contigo, pero te deseo una y otra vez.


Te quiero toda la noche, para tomarme mi tiempo y
explorar cada centímetro de ti. Dime que no, Malysh. Dime
que no.

No sabía cómo decirle que no, porque él no, no era un


pensamiento en mi mente. Me guiaba la nebulosa felicidad
del post sexo y lo único que podía hacer era mirarlo a los
ojos. Y si esto era todo, si esta era la única noche que tenía
con él, iba a tomar todo lo que quisiera dar. El no, no
formaba parte de mi vocabulario cuando se trataba de
resistirme a él, pero en lo que respecta a esta noche, no
existía.

Creo que él sabía mi respuesta. Su muslo estaba mojado


por mi roce con él. Había perdido la cuenta de cuántos
orgasmos había tenido, pero sentí que uno más subía. Mis
caderas giraban suavemente sobre su carne, mis labios se
separaban y mis pezones se endurecían. No podía
rechazarlo, no sabía cómo, cuando mi cuerpo estaba al
borde del puro éxtasis.
Esta vez, me lancé a besar, arqueando la espalda y
encontrando su boca. Kova me atrajo hacia él y se puso de
espaldas, colocándome encima de él. Con su pierna
levantada y abierta, jadeé y besé su boca mientras montaba
su pierna. No podía parar, se sentía demasiado bien y
empecé a apretar su musculoso muslo. Quería llegar al
orgasmo así, con su muslo presionando mi coño. Las manos
de Kova estaban sobre mí, en mi espalda, en mi cabello,
agarrando mis caderas hacia él mientras mis jadeos se
hacían más fuertes y frecuentes.

—Córrete para mí, así —dijo contra mi boca antes de


morderme el labio. El sexo filtraba el aire y yo me ahogaba
en él. Mis caderas se agitaron y perdí el control, pero a
pesar de la propuesta, lo quería dentro de mí por última
vez.
Sin pedírselo, levanté las caderas y acerqué su eje a mi
entrada y me deslicé hacia abajo, tomando cada centímetro
que pude. Estaba llena hasta los topes. Los dedos de Kova
se clavaron en mis caderas, las venas de sus musculosos
brazos aparecieron mientras luchaba. Mi espalda se
arqueó, empujando mis pechos hacia delante. Kova se sentó
y rodeó mi pezón con sus labios, chupándome y
penetrándome al mismo tiempo. Con una mano en la curva
de mi cuello y la otra rodeando la parte posterior de mi
cintura, Kova me aseguró a él. Un orgasmo no tardó en
llegar, apoderándose de nosotros mientras ambos caíamos
en un estado de felicidad sin igual mientras nos mecíamos
lenta y constantemente el uno contra el otro. Fue
subliminal. Y la lentitud y la constancia eran, con mucho, la
mejor manera. Gemí, sollozando de éxtasis. Su polla se
movía dentro de mí, golpeando las paredes de mi sexo. Un
calor se filtró entre nosotros, el calor de su orgasmo
cubriendo mi piel.
Al retirarse, apretó mi frente contra la suya. Mi cabello
estaba por todas partes, protegiendo los lados de nuestras
caras mientras respirábamos el aire caliente. Jadeamos el
uno contra el otro, conectando nuestras respiraciones
mientras la conciencia nos recorría.
Sacando su suave polla de mí, Kova dijo guturalmente:

—Ria, puedes ser mi perdición.


Me limpió de nuevo y nos quedamos en silencio durante
unos minutos. Mi cuerpo estaba completamente saciado y
mis ojos se cerraban cuando Kova habló suavemente:
—Podría follarte toda la noche y no cansarme, pero tengo
que irme.

Mi cabeza seguía siendo un campo nebuloso de deseo


consumido por la lujuria. No quería que se fuera, pero
sabía que no podía quedarse.
Me levanté de la cama y me puse algo de ropa mientras
Kova se vestía. Una vez en la puerta, se volvió hacia mí.
Tomando suavemente mi mandíbula entre sus manos, Kova
presionó sus labios sobre mi frente, deteniéndose unos
instantes. Me levantó la mandíbula y acercó su boca a la
mía, dándome su beso más suave. Me acercó más y me
puse de puntillas mientras mis manos rodeaban su espalda
mientras me besaba con todo lo que no podía decir. Mi
corazón se disparó en el pecho, mis emociones se
apoderaron y se aferraron a él.
—Por favor, odio decir esto, pero no le digas a nadie lo
nuestro. —Su voz era un susurro roto contra mis labios.

Sacudí la cabeza.
—Nunca lo haría —prometí.
Entonces, se fue.
Cerré la puerta con pestillo y mis pies se deslizaron por la
alfombra de felpa hasta que volví a mi habitación. Me metí
entre las sábanas y olí a Kova a mi alrededor. Mi mente
jugó como una película en rebobinado y avance rápido.
Todo se procesaba rápidamente, empezando por cómo
había empezado el día y cómo había terminado. Si alguien
me hubiera dicho que iba a perder la virginidad con mi
entrenador de gimnasia, ni en un millón de años le hubiera
creído.
Pero no fue algo planeado. Vino a mí, esperando y
observando para que se formara el conjunto adecuado. Y
cuando se formó, simplemente lo monté con él. Al igual que
las olas en la playa, una vez que empiezas a nadar en la
curva, no tienes más remedio que llevarlo hasta la orilla.

De lo contrario, te hundes y tienes que arañar hasta


llegar a la cima para respirar.
Todos los que viven en la playa saben que nunca deben
nadar contra la corriente.
 
Capítulo 50

No llevaba más de tres minutos dentro de World Cup


cuando me rodeó el sonido de los aparatos saltando y de los
entrenadores gritando.

La anticipación bullía en mi vientre mientras pasaban por


mi mente imágenes de las cosas que habíamos hecho un
par de noches antes. Estaba nerviosa. No lo había visto
debido a mi horario y al suyo. No tenía ni idea de cómo iba
a actuar a mi alrededor y, la verdad, me hubiera gustado
llamarlo para evitarlo.
Después de quitarme la ropa y ponerme el leotardo,
guardé mis cosas en mi taquilla. La paranoia se apoderó de
mí mientras caminaba por el pasillo hacia el gimnasio.
Intenté actuar como si nada pasara por mi cabeza y
mantener una cara seria. Pero todo cambió. Y era lo único
en lo que pensaba.
Perdí mi virginidad con mi entrenador. Aunque, en
realidad, no lo veía como mi entrenador. Lo veía como
Kova, un hombre con emociones enterradas y un pasado
agridulce.

Un bulto de inquietud se apoderó de mi estómago.


Cuando mis emociones y sentimientos se involucraron, todo
se desvaneció: su edad, el hecho que fuera amigo de mi
padre, las consecuencias de nuestras acciones si nos
descubrían. Solo éramos dos personas que conectaban.
Pero estar de vuelta en el lugar que puso todo en contexto
me obligó a enfrentarme a nuestras acciones.

—¿Estás bien? —preguntó Holly, pero no escuché su


pregunta.
—¿Adrianna?
Levanté la vista.

—¿Eh?

—Te he preguntado si estás bien. Pareces enferma. —La


preocupación esculpió su rostro.

—Oh, estoy bien. Mi almuerzo no se está acoplando


conmigo, es todo. —La mentira rodó casualmente por mi
lengua.
—Solo una advertencia, el entrenador Kova está en una
rara forma hoy.
Mi corazón cayó.

—¿Qué quieres decir?

—Ha estado caminando con el ceño fruncido y gruñendo


órdenes sin parar. Incluso Madeline saltó en un momento
dado.

—Eso no es muy diferente a cualquier otro día. —Solté


una risa nerviosa—. Pero gracias por el aviso.

—¡Adrianna! —gritó el entrenador Kova, sobresaltándome


con una fuerte palmada y captando mi atención. Mis ojos se
fijaron en los suyos y mi estómago se apretó—. Dos millas.
Ahora.

Mierda. Tres kilómetros con este calor, está loco.

Asentí apresuradamente. Hice un par de estiramientos


más, los que me había enseñado Kova, y luego me dirigí a
mi taquilla. Me puse unos pantalones cortos y unas
zapatilla, cogí los auriculares y el iPhone para que mi
carrera no fuera aburrida. En realidad, correr no sería tan
terrible, ya que necesitaba controlar mis pensamientos
antes de empezar el entrenamiento. Y alejarme de él antes
que todo el mundo notara mi extraño comportamiento era
probablemente lo mejor.

No es que nadie lo notara. La paranoia en su máxima


expresión.

Una vez que mis pies tocaron el pavimento, crucé la calle


trotando y puse música. No pasó mucho tiempo antes que
completara una milla y el sudor goteara de mí. Un par de
vueltas más y...

Mis pensamientos se detuvieron de inmediato cuando un


fuego abrasador subió por mi tobillo y me hizo parar en
seco. El aire fue robado de mis pulmones. Por Dios, me
dolía y me desplomé en el suelo, agarrándome la
pantorrilla. El sol era cegador y el sudor caía por mis
sienes mientras mis dedos buscaban alivio y masajeaban el
músculo. Aparte de los entrenamientos, parecía que cuando
hacía cualquier tipo de carrera durante mucho tiempo, la
pantorrilla se me inflamaba. Tal vez necesitaba estirar más,
o tal vez estaba lidiando con dolores de espinilla. No estaba
segura de cuál era la causa, pero tenía que controlarla.

Hice un par de estiramientos de puntas y flexiones solo


en la pierna izquierda que, con suerte, estirarían un poco
más el músculo para poder terminar de correr. Despejando
mi mente, me puse de pie y limpié la suciedad de la grava
de mis pantalones cortos. Empecé a trotar de nuevo,
ignorando el dolor que me brotaba desde el tobillo hasta la
pantorrilla. Me mordí el labio, aplicando presión a mi otra
pierna para aliviar el impacto en el lado lesionado y luché
contra él a pesar de querer derrumbarme en el suelo.
Aguanté el resto de la carrera y regresé al gimnasio,
cojeando de forma agónica.
En cuanto atravesé las puertas, el aire fresco me golpeó
el rostro y suspiré aliviada. El calor de Georgia podía ser
mortal. Entre el dolor y la humedad, estaba mareada.
Agarre rápidamente una botella de agua de Aloe a la que
mi madre me había aficionado y me bebí la mitad mientras
me sentaba.

Rebusqué en mi bolsa y tome un leotardo limpio y fui a


cambiarme al baño. Estaba pegajosa y tenía calor. Me quité
la ropa húmeda, me puse un leotardo negro y me eché agua
en el rostro. Me di unas palmaditas en el resto del cuerpo
con una toalla y me apliqué desodorante. Al mirarme en el
espejo, mis mejillas estaban sonrojadas y mis ojos verdes
más brillantes que nunca. Me arreglé la coleta, los matices
escarlata parecían mechas perfectamente colocadas a
pesar de que nunca me había teñido el cabello.

Por suerte, el dolor en la parte posterior de mi tobillo


había empezado a remitir. Para asegurarme que no volviera
a aparecer, o al menos que no lo sintiera, me tomé un poco
de Motrin y me dirigí a la pista donde practicaría hoy.

Buscando a Kova, mi corazón tartamudeó en mi pecho


cuando mi mirada se posó en su cuerpo finamente
cincelado. Me mordí el interior de la boca, absorbiendo
cada centímetro de él cuando nuestras miradas se cruzaron
por fin. Me esperaba en la pista, con las manos apoyadas
en las caderas y los hombros tensos.

—No me estoy haciendo más joven, así que muévete. —


Aplaudió molesto.

Exhalé un suspiro de alivio. Volvía a ser el mismo ruso de


siempre. Tal vez mi ansiedad era por nada después de todo.

—Calentamiento. Sashays, paseos con las manos, pases


con las manos por delante, pliegues de pie por el suelo. Ya
sabes lo que hay que hacer. No debería tener que
recordártelo. —Tenía razón, no tenía que recordármelo, así
que no estaba segura de por qué lo hacía. Tal vez si me
daba más de treinta segundos para volver al gimnasio,
vería que era capaz de hacerlo por mi cuenta como había
hecho todas las demás veces.

—Luego sigue y haz otra pasada de dos saltos hacia atrás,


terminando en un completo. Diez series cada una —añadió,
y luego se marchó enfadado.

Me quedé con la boca abierta. ¿Diez series?


Normalmente hacíamos de tres a cinco series. ¿Ahora
quería cien, con plenos? Después de haber corrido dos
millas, estaba tratando de matarme.

Sacudí la cabeza y me puse en marcha. Los primeros


treinta minutos estuve bien, pero cuando empecé a hacer
las flexiones de pie en el suelo, el dolor volvió a aparecer
en la parte inferior de la pierna, pero fue tan leve que lo
superé. No fue hasta que progresé y empecé a hacer los
ejercicios de doble salto hacia atrás que el dolor me
sorprendió.

Con ambos pies aterrizando con fuerza en el suelo, reboté


con una agonía abrasadora. De alguna manera, sabía que si
no aterrizaba con facilidad acabaría mal. Así que apreté el
cuerpo al bajar y aterricé tan suavemente como pude sobre
las puntas de los pies para romper el impacto. Me acuclillé
en el suelo y me agarré la pantorrilla con angustia, con el
aire expulsado de mis pulmones. Me masajeé rápidamente
el músculo, amasando el dolor, con la esperanza de aliviar
parte del ardor, pero sólo lo agravó más. Se me hizo un
nudo en el estómago mientras volvía cojeando para
continuar con el calentamiento.

Fue una idea estúpida. Lo mismo ocurrió después de


hacer otra voltereta, solo que esta vez caí al suelo
agarrándome la pierna y solté un pequeño aullido.

Madeline se acercó corriendo.

—¿Qué pasa? ¿Qué te duele?

Apreté los labios y miré hacia otro lado.

—No es nada. Solo he aterrizado mal.

—No es nada cuando parece que estás a punto de llorar.

Apreté los dientes y me aguanté.

—Estoy bien.

—¡Kova! —Madeline gritó a través del gimnasio,


haciéndole señas para que se acercara—. Echa un vistazo.

Kova se acercó corriendo, murmurando en ruso. Se


agachó para ver mejor.

—Déjame ver.

Me aparté y él se tensó. Sus ojos se oscurecieron y su


nariz se encendió, perturbado por mi actitud displicente.

—Parece que olvidas tu lugar aquí. Dame tu pierna.

—Estoy bien, solo aterricé mal —insistí.

Con las dos manos, el entrenador Kova me ignoró y


empezó a palparme el tobillo, girando y preguntando si me
dolía. Entonces me agarró la parte posterior del tobillo y
me pellizcó. Respondí con un grito ahogado, actuando por
reflejo, y arranqué el tobillo de su agarre. Él clavó sus ojos
en los míos y yo me asusté, cayendo sobre mis codos
porque sabía lo que significaba mi reflejo.

Él sabía que yo estaba mintiendo.


—Vamos.

—¿A dónde vamos?

—A la sala de terapia. Necesito verlo mejor.

Las lágrimas brotaron de mis ojos al darme cuenta que


podía tener una lesión grave. Mi corazón latía con fuerza
mientras miraba el techo. Quería acabar con esto lo antes
posible para poder volver a los negocios. Cada minuto
contaba en mi mundo, lo que significaba que no me
sobraba ni un segundo.

Kova se puso en cuclillas y me levantó. Era la primera vez


que nos tocábamos desde que habíamos tenido sexo y me
pregunté si se había dado cuenta. Me acunó contra su
sólido pecho como se hace con un bebé. Rodeé su hombro
con un brazo para apoyarme y dejé caer mi cabeza sobre su
pecho. Olía muy bien y traté de concentrarme en su colonia
por encima del dolor. Estaba demasiado angustiada para
establecer contacto visual con nadie, así que mantuve la
cabeza baja. Su calor calmó mis emociones y me
tranquilizó. Una lesión en la gimnasia puede ser de dos
tipos: leve o catastrófica.
No creía que la mía fuera catastrófica, pero tampoco era
médico. Sabía que de ninguna manera podría tomarme un
largo período de descanso. Había llegado demasiado lejos
desde que empecé aquí para que eso sucediera.
Kova me llevó a la sala de terapia y me colocó en una de
las mesas de examen con un cojín de plástico azul intenso.
Cuando fui a echarme hacia atrás, se puso delante de mí y
me agarró por las caderas, moviéndome con suavidad.
Tenía una pantorrilla herida, no estaba lisiada, por el amor
de Dios.
—Recuéstate. —Se puso de pie a un lado de la mesa, con
los brazos cruzados frente a su pecho de forma sombría—.
¿Desde cuándo te molesta la pierna? —Me mordí el labio,
decidiendo si debía mentir o no.

—Y no me mientas, Adrianna, porque me enteraré de


cualquier manera.

Mierda. Kova me levantó la pierna. Mi rodilla se dobló


mientras la apoyaba en la mesa. Comenzó a examinarme
con sus dedos índice y pulgar.

—Unos meses, creo. No recuerdo exactamente cuándo


empezó, solo tengo una idea aproximada.
—¿Qué tipo de dolor tienes?

—Me duele la pantorrilla. Ciertas actividades hacen que


se dispare. Es como una sensación de ardor, pero si me
froto un poco, estoy bien. La mayoría de las veces me
aguanto.
—Ese fue tu primer error. Nunca hay que aguantar el
dolor, eso solo prolongará la lesión. Continua.
—A veces el dolor llega a la parte posterior de mi tobillo.
A veces, cuando apunto y flexiono, me duele.

Comenzó a masajear el músculo sensible y me costó todo


lo que había en mí no gemir de alivio. Sus dedos eran
mágicos. Me agarré al borde de la mesa de exploración.

—Tienes el tobillo hinchado.


Mirando hacia abajo, comparé ambos y me di cuenta que
tenía razón.
—¿Alguna vez sentiste que la parte posterior de tu tobillo
se rompía, o escuchaste un chasquido?
—No. —Hizo una pausa, mirándome en busca de una
precisión—. Realmente no lo he hecho.

—Llamaré a tus padres y tendrán que llevarte al médico


para que te examine más a fondo, ya que eres menor de
edad y no puedes ser vista sin un tutor presente. Hasta
entonces, te daremos un masaje y te pondremos hielo.

Se me apretó el estómago y me senté.


—No hace falta llamarlos. Puedo envolverlo y estoy bien.
De verdad, estoy bien.
Soltando mi pierna, Kova puso sus dos manos sobre la
mesa a los lados de mis caderas. Bajando la voz, dijo:

—Adrianna, no voy a arriesgarme a que te lesiones más


de lo que ya estás. Este es mi gimnasio, y es mi
responsabilidad asegurarme que todo el mundo esté seguro
y sano para practicar. Por lo que parece, podrías tener una
lesión moderada en el tendón de Aquiles. Pero sin una
atención médica adecuada, no puedo decir exactamente
qué es o cómo tratarla, y hasta entonces, no practicarás.
Mis uñas se clavaron en las palmas de las manos
mientras luchaba contra las lágrimas. La oscuridad me
rodeaba. Mi respiración se volvió agitada. Era imposible
que esto sucediera. Tragándome mi frustración, pregunté:
—¿Puedo al menos ponerle hielo y terminar hoy?

No me contestó, sino que se limitó a masajearme la parte


posterior de la pantorrilla. La sensación fue celestial, como
si supiera exactamente cómo trabajar mi músculo tenso con
un toque de sus dedos. Expulsando un fuerte suspiro, me
limpié la única lágrima que me cayó del ojo.
Después de unos minutos de atención a mi pierna, Kova
dijo en voz baja:
—Deberías llevar pantalones cortos por ahora.

Le miré fijamente, pero antes que pudiera preguntar, sus


dedos rozaron mi piel.
—La gente podría preguntar qué es esto. —Mirando hacia
abajo, noté unos pequeños círculos de débiles moretones
negros y azules en la parte superior de mi muslo. Estaban
cerca de la línea del bikini, donde Kova estaba palpando.
Inspiré y dejé que siguiera tocando suavemente.

—No los había notado antes —dije en voz baja—. Pero


podría decir fácilmente que los magullé en las barras.

La preocupación talló su afilada mandíbula. Parecía


genuinamente preocupado por los moratones que me había
dejado.

—¿Tienes más marcas?


Sacudí la cabeza.

—Creo que no.


—Te he hecho daño —afirmó más que cuestionó.

—No me has hecho daño, Kova —susurré—. Si me


hubieras hecho daño, te habría dicho que pararas.
Hizo una pausa, mirándome.

—¿Lo habrías hecho?


 
Capítulo 51

Quería decir tantas cosas, pero no encontraba las


palabras.
El aire se espesó mientras nos mirábamos a los ojos. Los
recuerdos de aquella noche me atravesaron el cerebro,
enrojeciendo mis mejillas y separando mis labios. Él sabía
mi respuesta.

Los dedos de Kova recorrieron la línea de mi bikini,


moviéndose un poco más allá. Mi respiración se hizo más
lenta. Estábamos en el gimnasio a plena luz del día, donde
cualquiera podía ver lo que estaba haciendo. Por suerte,
estaba de espaldas a la puerta de la sala de terapia,
protegiendo su toque prohibido.

—Me resulta difícil mantener las manos quietas —susurró


en voz tan baja que casi era difícil de oír—. No puedo dejar
de pensar en aquella noche, en lo malo que fue, en lo bien
que me sentí dentro de ti. Lo mucho que
sorprendentemente no me importaron las repercusiones. —
Su palma se extendió por el interior de mi muslo,
abriéndolo—. De todos los años de entrenamiento. —Tiró de
mí para que me sentara frente a él—. La persuasión de las
madres contra las que luché, la tentación de las gimnastas,
y luego llegas tú y la rompes. Llevo muchos años
entrenando, he tenido colegas que me han hablado de las
relaciones con sus atletas. Lo aborrecí.

Mis ojos se abrieron de par en par, mi corazón


tartamudeó. El ardiente calor de su contacto solo hizo que
mi sangre hirviera más al pensar en la noche en que me
quitó la virginidad. Mis piernas colgaban de la mesa, sus
manos permanecían en mis muslos.
Las siguientes palabras que pronunció fueron unas que
no esperaba:

—No es seguro que esté a solas contigo.


—¿Por qué no?

—Adrianna, no podemos hablar de esto aquí, pero ya


sabes por qué. —Hizo una pausa y luego pronunció las
palabras más devastadoras posibles—. Esa noche fue un
error —confesó. Mis labios se separaron con mi corazón,
una respiración superficial salió de mis pulmones—. A
muchos niveles.
—No digas eso —susurré, con la mandíbula temblando.

Se encogió de hombros.

—Así es la vida. ¿Te das cuenta de que he engañado a


Katja, otra vez? Nunca me había planteado engañarla,
hasta que llegaste tú. Cinco años de relación por el
desagüe, y ni siquiera puedo confesarlo —siseó suavemente
—, porque eres mi maldita gimnasta.
Sus dedos se clavaban en mis piernas, luchando por
mantener la calma.
—Si te arrepientes tanto, ¿por qué estás aquí y no otro
entrenador?

Kova no dijo nada, solo se quedó mirando.


Con suficiencia, sonreí y dije:

—Eso es lo que pensaba.

Salté de la mesa y cojeé hacia la puerta. Antes que


pudiera salir, Kova se adelantó a mí y cerró la puerta de
golpe y con llave. Me agarró del codo, me dio la vuelta y me
empujó contra la puerta. Con una mano sujeta por encima
de mi cabeza, la otra sostenía mi muslo enganchado a su
cadera. Menos mal que era mi pierna mala, de lo contrario
este esfuerzo me dolería.

Kova se inclinó hacia abajo. Alcanzando mi boca, lo


detuve.

—Pensé que habías dicho que las relaciones estaban


prohibidas —jadeé.

—Yo hago las reglas, ¿recuerdas? Soy el entrenador. Tú


eres la gimnasta. ¿Y quién dijo que esto era una relación?
Tienes mucho que aprender, Ria.

—Esto es mucho más que una relación. Simplemente no


quieres aceptar la realidad de ello.

Mi pierna se enganchó firmemente alrededor de su


cadera mientras los dedos de mis pies luchaban por
permanecer en el suelo. Su mano se deslizó sobre mi
muslo, rodeando mi culo para sujetarme a él. Su erección
se tensó contra mi centro y mis ojos se cerraron antes de
forzarlos a abrirse. Sus ojos desorbitados se clavaron en los
míos. Kova inclinó la cabeza y movió las caderas, un
ronroneo de placer se me escapó de la garganta.

—Me confundes —dije sin aliento.

—Yo estoy confundido —replicó él—. Esta es la única


relación que se te permite tener, si así quieres llamarla.
Deshazte de Hayden.

Mis ojos se entrecerraron.

—Hayden es solo un amigo, me gusta mucho.

Me dirigió una mirada divertida.

—Yo no nací ayer. Están muy unidos, demasiado para mí.


—No me voy a deshacer de él, es el único amigo de
verdad que he tenido desde que estoy aquí. Lo quiero en mi
vida.

—No me gusta cómo te mira. ¿O tal vez tú también lo


quieres?

—Es solo un amigo —reafirmé.

—Las miradas que comparten parecen más que


amistosas.

Haciendo rodar mi labio entre los dientes, mis ojos se


volvieron pesados.

—Puede que nos hayamos besado o no.

—Sí que sabes cómo sacarme de quicio. —Kova se


encendió, con el labio curvado. La revelación de sus celos
me enroscó el vientre—. ¿Qué más pasó? ¿Te tocó? —Fue
mi turno de ignorarlo. Me agarró la barbilla con el pulgar y
el índice—. Podría tener consecuencias, Adrianna. No me
pongas a prueba.

—¿Te refieres a ponerte a prueba más de lo que ya lo he


hecho? —Hice una media sonrisa. Dos podían jugar a este
juego—. Hayden se queda en mi vida.

Kova se inclinó y me acarició sensualmente el cuello,


susurrando:

—¿Cuándo ocurrió eso? ¿Antes o después que estuviera


dentro de tu coño y te follara sin sentido? ¿Te tocó como lo
hice yo? ¿Hace que te corras como yo?

Un chorro de aire salió de mis pulmones. Todo mi cuerpo


estaba a punto de arder.

—No es de tu incumbencia.
Con sus ojos en mi boca, atrajo mi cara hacia la suya y
aplastó su boca contra la mía. Esto fue más que un simple
beso. Me besó con todo su ser, emergiendo en mí. Las
caderas de Kova presionaron con fuerza contra las mías y
marcaron su territorio, reclamándome.

Agarré su camiseta con el puño, sujetándolo con fuerza,


sintiendo su sólido pecho firmemente presionado contra el
mío mientras su boca me devoraba. Deseaba tanto a Kova,
pero me di cuenta que se estaba conteniendo, y con razón.
Estábamos dentro de World Cup a plena luz del día.

Me coloqué entre nosotros y deslicé mi mano hasta su


dureza, y lo agarré a través de sus pantalones. Se tensó.

—Quiero esto otra vez —admití contra su boca, tirando de


su longitud y de su labio inferior al mismo tiempo.

Kova se apartó y sonrió, con sus ojos esmeralda brillando


de satisfacción.

—Pequeña codiciosa. Sabía que lo querrías otra vez.

La sangre subió a mis mejillas mientras la humedad


cubría la tela entre mis piernas.

Qué ruso tan engreído era y me encantaba, joder.

—¿Y qué es esto? —preguntó tímidamente.

Hice una pausa, sin entender su pregunta. Él vio mi


confusión y bajó la mano para cubrir la mía sobre su
creciente erección.

—¿Qué es esto, Adrianna? —repitió, y esta vez entendí


cuando apretó mi mano que lo sostenía.

Nerviosa, me mordí el labio mientras mi mirada se


desviaba hacia su hombro. Mis mejillas volvieron a arder de
vergüenza ante su pregunta, incapaz de encontrar su
mirada. Sabía lo que era, él sabía que lo sabía, pero
aparentemente quería que lo dijera.

—Un pene —dije en voz baja.

—Respuesta incorrecta. Inténtalo de nuevo.

Su voz profunda y tranquila hizo que mi corazón palpitara


con fuerza mientras mi respiración se intensificaba.

—Mírame, Ria. —Su tono autoritario exigió mi atención.

Mis ojos volvieron a levantarse, fijándose en los suyos.

—Una polla. Quiero tu polla.

Sonrió, y Dios, era magnífico cuando lo hacía. El tipo de


sonrisa que empapa las bragas y las hace caer, como las
mías. Me hizo preguntar si realmente se había alejado de
las madres y las gimnastas como dijo. Volvió a apretar mi
mano entre las suyas y pude sentir cómo se ponía más
duro.

La cabeza de Kova se inclinó hacia un lado y sus ojos


recorrieron mi carne. Se inclinó, colocó su lengua en mi
clavícula y subió por la curva de mi cuello. Tiró de mi piel
hacia su boca y continuó hasta llegar a mi oreja. Dios, lo
que era capaz de hacerme sentir.

—Quiero que tu lengua me acaricie como lo hace tu


mano. Dime, ¿dónde está tu mano, Ria?

Mis labios se separaron. Cada vez era más difícil respirar.


No había forma de detener el escalofrío que me sacudía el
cuerpo al sentirlo sobre mí, la forma en que sus palabras
pulsaban cada vena de mí.
Respiró profundamente y exhaló lentamente, el aire
caliente recorriendo mi piel.

—Inténtalo una vez más —lo susurró muy lentamente


junto a mi oreja y mis piernas casi se rindieron. Me sentí
tonta al decir la palabra que sabía que estaba esperando.
Casi nunca la decía, y tampoco lo habían hecho muchas de
mis amigas en casa, pero tampoco ninguna perseguía a un
hombre mayor.

Sin embargo, la reacción que le suscité lo superó todo.


Inspirando, me puse de puntillas y le susurré al oído con
valentía:
—Polla. Quiero su polla, entrenador.

Gimió roncamente en mi oído e hizo que mi corazón


tartamudeara. ¿Qué había en él que me hacía reaccionar de
esta manera? El cuerpo de Kova se tensó, su fuerza se
sintió bajo la punta de mis dedos mientras luchaba
internamente con las palabras que yo decía.
Un gruñido bajo retumbó en su pecho, y me encantó
haberlo provocado. Estar en las garras de un hombre
comparado con un adolescente es algo totalmente
diferente. Era un despertar.

—Exactamente. Es mi polla. Y si la quieres, tendrás que


aprender a demostrarlo. ¿Quieres mi polla?
—Sí —respondí sin aliento.

Kova me empujó con su polla.


—Dilo. Y esta vez mírame a los ojos.

Ronroneé en voz baja y me salió como un gemido.


—Adrianna... —gimió, y luego se enderezó—. ¿De verdad
crees que estás preparada para una relación de esta
magnitud si no puedes usar la palabra?

Sacudí la cabeza contradictoriamente y utilicé la misma


frase que él usó conmigo:
—Dime que pare.

No dijo nada, pero por la dura mirada de sus ojos, supe


exactamente lo que significaba su silencio.

Acaricié su polla, añadiendo presión a la cabeza y dije de


nuevo:
—Dime que pare, entrenador.

—No...
Se me apretó el estómago y pude oír cómo me latía el
corazón en los oídos. No quería que terminara esto después
que acabáramos de empezar, pero tampoco quería que
hiciera nada a lo que se opusiera.

Estábamos a centímetros de distancia, mirándonos


fijamente a los ojos, deseando mucho más pero sin tomar lo
que anhelábamos. Puede que solo tenga diecisiete años,
pero podía leer su batalla interna sabiendo lo que debía
hacer como mi entrenador, en contraposición a lo que
anhelaba hacerme como hombre. Una mirada a su duro
cuerpo enroscado con contención y la mirada codiciosa en
sus ojos lo decían todo.
Solté su longitud y mis hombros se hundieron. Temiendo
haber cometido un gran error, mis ojos cayeron al suelo
incapaces de seguir mirándolo. Dejé escapar un suspiro
exasperado. Pensé que había leído correctamente el deseo
que se escondía en la indecisión de sus ojos. Al parecer, no
lo había hecho, y eso me dolió. Era la primera vez que
probaba el rechazo y no sabía cómo manejar la avalancha
de emociones que eso conllevaba.

Su decisión era clara y necesitaba alejarme para poder


pensar con claridad, pero antes que pudiera dar un paso
más desde la jaula invisible en la que me mantenía su
presencia, Kova me rodeó la muñeca con sus dedos,
deteniéndome al instante.
Al volver la vista a su rostro, me confundí al ver que su
mandíbula se hundía. Tiró de mi mano lentamente hacia su
cuerpo y la colocó donde estaba antes. En su polla.
—No me dejaste terminar antes. No... te detengas, es lo
que iba a decir.
Inclinándose, Kova estaba a pocos centímetros de mi
boca cuando sonó un golpe en la puerta. Los dos nos
separamos de un salto, con partes iguales de miedo y
sorpresa en nuestros rostros.
—Ve a la mesa —susurró en voz baja. Corrí, me tumbé y
crucé los brazos sobre el pecho mirando al techo. Tenía el
corazón en la garganta, el latido retumbaba en mis oídos
tan fuerte que era lo único que podía oír. Las náuseas
agitaban los nudos de mi estómago y luchaba contra los
temblores del pánico. Tenía la boca tan seca como el
desierto. No había forma de establecer contacto visual con
quienquiera que estuviera al otro lado de la puerta. Hacer
cualquier cosa en el gimnasio era descuidado y estúpido.
Un sudor nervioso cubrió mi cuerpo cuando la puerta se
abrió.

—Madeline —dijo.
Joder.
—¿Todo bien aquí? —preguntó, sus ojos se posaron en mí
—. ¿Por qué está cerrada la puerta?

Me quedé helada.
—Perdóname. No me di cuenta que estaba cerrada. He
querido cambiar el pomo solo por esa razón. —La mentira
salió rápidamente de sus deliciosos labios.
—Kova, Reagan te está buscando.

Kova se frotó la mandíbula antes de hablar:


—Ah, saldré pronto. Le estaba diciendo a Adrianna que
tiene que ver a un médico antes de poder volver a entrenar.
Parece que nos ha estado ocultando una lesión.
No estaba muy lejos de la verdad, pero tenía que seguirle
la corriente para que nada pareciera fuera de lo normal.
Seguí mirando al techo mientras escupía:
—No necesito ver a un médico. Solo necesito hielo y un
vendaje.
Madeline se volvió hacia Kova y le preguntó:

—¿Qué sucede con ella? —Le hizo un rápido resumen.


Se acercó a mí.

—Sabes, Adrianna, el entrenador Kova tiene razón. Si no


buscas atención médica ahora, corres el riesgo de
desgarrarte el tendón de Aquiles por completo y quedarte
fuera durante semanas. No me gustaría ver eso después de
lo lejos que has llegado.
Asimilé las sinceras palabras de Madeline y su tono de
preocupación. Por alguna extraña razón, se me llenaron los
ojos de lágrimas. Tenía razón y, en el fondo, sabía que tenía
razón. Pero no quería aceptarlo.
Aceptando, dije:

—Llamaré a mi padre y le avisaré.


Me apartó el cabello de la frente.

—Si no quieren venir hasta aquí para una sola cita, iré
con gusto contigo —ofreció Madeline.
La miré y sonreí agradecida.

—Gracias.
—Por supuesto. Solo avísame y estaré allí. —Devolvió la
sonrisa antes de salir de la habitación. Puede que sea terca,
pero no era tan estúpida como para arriesgar todo lo que
he trabajado. Hacerme revisar por un médico era lo más
responsable, solo me costó unos momentos aceptarlo.
Restar importancia a una lesión no era la mejor idea. Yo era
mejor que eso.

Kova se aseguró que la puerta estuviera cerrada y luego


volvió a acercarse a mí. Puso la mano sobre la mesa y me
miró, con un aspecto casi agradable y tranquilo.

—Ahora, déjame ponerte un poco de hielo.


 
Capítulo 52

No fue una sorpresa que Madeline me acompañara al


médico.
Papá había estado fuera del estado por motivos de
trabajo, y cuando le dije a mi madre que Madeline se
ofrecía, ella accedió rápidamente a dejarla. Dijo que
Madeline estaría mejor de todos modos porque sabría qué
hacer con la lesión y el tratamiento que seguiría. Sin
embargo, encontró un médico de confianza para mí, uno
muy conocido en este lado de Georgia que podía atenderme
en un abrir y cerrar de ojos.

En eso estábamos Madeline y yo en este momento. La


Dra. DeLang era una doctora asiática bastante joven, solo
un poco más alta que yo. Su pequeña figura contradecía su
estatura y aplomo. Tras explicarle brevemente mi lesión,
me ordenó que me tumbara boca abajo sobre la mesa de
exploración con las piernas colgando. Era una posición
extraña, pero quién era yo para cuestionarla.
Me sujetó el pie y lo giró suavemente. Contuve la
respiración, nerviosa por su diagnóstico.

—Tienes el tobillo un poco hinchado. ¿Cómo se siente?


—Bien. No me duele demasiado. —Me pellizcó el punto
por encima del talón—. Bueno, no parece que te hayas roto
el tendón de Aquiles, yo sería capaz de sentirlo. —Luego
me apretó el músculo de la pantorrilla—. Y tienes buenos
reflejos. ¿Cuándo empieza el dolor? ¿Algún momento
específico? —Me dio una palmada para que me sentara.

—A veces, al principio, cuando empiezo a practicar, pero


después de un rato, el dolor desaparece. Siento que vuelve
a aparecer cuando estoy en casa. O a veces cuando estoy
corriendo me duele.

—Y tu entrenamiento de gimnasia —dijo, escribiendo en


el archivo—, ¿es un horario nuevo que empezaste, tal vez
donde tu cuerpo no estaba acostumbrado a este tipo de
presión?
—Empecé a principios de año... Pasé de veinticinco horas
semanales a casi cincuenta horas de entrenamiento. ¿Qué
crees que lo causó?

Ella levantó la vista.


—Hmmm... Voy a traer al técnico de ultrasonidos para
asegurarme que el tendón no está roto. Desde el punto de
vista médico, diría que tu lesión se debe a un uso excesivo,
a hacer las cosas demasiado rápido y demasiado pronto.
Sin embargo, podría ser por un mal aterrizaje, por el
impacto o por no haber calentado lo suficiente antes. Es
una lesión común entre los atletas.

—¿Es tratable y no tendré que estar de baja?

—Veamos primero lo que muestra la exploración. —La


Dra. DeLang sonrió y salió de la habitación.

Mirando a Madeline, dije:

—¿Qué crees que es? No puedo tomarme un tiempo libre,


simplemente no puedo —le supliqué.

Ella me frotó la espalda.

—No te enfades. Ni siquiera sabemos lo que dirá.

Se hizo la ecografía, y pasaron otros veinte agónicos


minutos antes que la médica volviera por fin con los
resultados.
—Muy bien —dijo, cerrando la puerta tras ella—. Buenas
noticias. No te has roto el Aquiles. —Sonrió—. La mala
noticia es que tienes una distensión bastante grave.
Tenemos algunas opciones para curar tu lesión.

Le pedí a Dios que no sugiriera un tiempo de descanso.

—Haz muchos estiramientos antes y después de los


entrenamientos, ponte hielo en los músculos cada pocas
horas, quizá un baño de hielo para reducir la inflamación.
Como tienes que estar mucho tiempo de pie, el vendaje
podría ayudar a protegerte. La terapia de masaje es otra
que ayuda. Te pondré en contacto con una terapeuta de
medicina deportiva. Tendrás que verla antes de volver a
entrenar para no dañar más tu lesión. Hasta entonces,
puedo recetarte algún medicamento para la inflamación.

Rápidamente, garabateó algo en un papel cuadriculado y


me lo entregó.

—Si necesitas algo o tienes alguna duda, llama y te


atenderemos.

—Gracias —dijo Madeline.

—¿Cree que podré ver al médico deportivo pronto? —le


pregunté a la Dra. DeLang.

—No estoy segura de cuál es su horario, tendrás que


llamar y averiguarlo. —Apretando los labios, asentí y le di
las gracias.

Una vez que estuvimos en el auto de Madeline, expulsé


un fuerte suspiro y llamé a mi madre.

—Mamá, soy yo. Acabo de salir del médico.

—¿Y cómo fue? —preguntó.


—Me he torcido el tendón de Aquiles y necesito terapia.
La doctora me ha dado el número de un terapeuta. ¿Puedo
darte el número y agendar una cita?

—No hace falta. Te buscaré un médico.


Hice una pausa, con la frente apretada por la perplejidad
de por qué mi madre iba a buscar su propio médico.

—Mamá, no puedo volver a entrenar hasta que vea al


fisioterapeuta. ¿Cuándo crees que llamarás para pedir cita?

—Estoy bastante ocupada hoy y...

Mi corazón cayó, mi cabeza se echó hacia atrás. Haría


tiempo cuando pudiera para mí y no antes. Se me llenaron
los ojos de lágrimas.

—Mamá, esto es realmente importante —recalqué.

—No todo gira en torno a ti, Adrianna. El mundo no se


detiene cuando tú quieres. Dije que llamaría, y lo haré
cuando tenga la oportunidad.
Mordiéndome la lengua, le di las gracias y colgué.
Madeline condujo hacia World Cup. Me quedé callada
mientras el fastidio se enconaba en mi interior.

Madeline me miró con simpatía en los ojos.


—Todo se arreglará. Vamos a ver qué dice el entrenador
Kova.

—Gracias, Madeline, por venir conmigo.

Me dio una palmadita en la pierna.

—Por supuesto.
Al llegar a World Cup, Madeline aparcó su auto y
entramos.

—Ve a sentarte en la oficina de Kova y llegaremos pronto.

Asintiendo, me dirigí a la parte trasera, encontrándome


con Holly.

—¿Cómo te fue? —preguntó Holly mientras cerraba su


casillero y me encaraba.

—No muy bien. Me torcí el tendón de Aquiles.

Sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Significa eso que estás fuera?

—No, por suerte no. Aunque tengo que hacer terapia y


tener cuidado de no desgarrarlo, supongo. Eso me dejaría
fuera seguro.

Su boca se levantó.

—Ten cuidado, con la gimnasia eso va unido como el


aceite y el agua.

—¿Verdad? Tengo que ir a la oficina de Kova y esperar


por él y Madeline. Nos vemos luego.

Pasando por delante de mí, Reagan se acercó dando un


golpe a mi hombro.

—¿Vas a la playa? —preguntó, abriendo su taquilla. Sus


ojos recorrieron mi atuendo con el ceño fruncido.

Miré mi vestido verde oscuro de Victoria's Secret y mis


sandalias Tory Burch. Como no quería darle esa
satisfacción, puse los ojos en blanco, la ignoré y me fui.
Después de mi cita con el médico, no estaba de humor para
tratar con Reagan.
Entré en el despacho de Kova, me senté y esperé,
pensando en la conversación que había tenido con mi
madre. Es curioso cómo en el lapso de unos minutos puede
hacerme sentir completamente intrascendente. Le había
pedido ayuda y me la había dado. Pedirle dos veces era una
historia completamente diferente. Llamar a mi padre sería
una mejor alternativa, y decidí que lo haría después de salir
de aquí. Solo esperaba que por una vez tuviera prioridad
sobre cualquier proyecto que él tuviera en marcha.

En pocos minutos, ambos entrenadores estaban en el


despacho, Kova sentado detrás de su escritorio. Madeline
le dio una actualización detallada mientras yo miraba
fijamente, molesta por las noticias. La devastación me
golpeó. Las lágrimas de rabia se formaron en el fondo de
mis ojos. No podía creer que esto estuviera ocurriendo
después de lo mucho que había trabajado. Cualquier lesión,
grande o pequeña, frenaría a cualquier atleta.

—Bueno, podría ser peor —dijo Kova, ganando mi


atención después que Madeline se fuera, cerrando la
puerta tras ella. Sus ojos se quedaron en mi rostro
mientras hablaba—. Lo bueno es que no estarás fuera y es
tratable.

—¿No me obligarás a estar fuera hasta que vea al otro


médico? —La esperanza floreció dentro de mi pecho.

—No puedes permitirte estar fuera, Adrianna. Así que


puedes hacer acondicionamiento extra y entrenamientos
ligeros por ahora. A partir de ahí, iremos avanzando.
Aunque puede que tengamos que reducir algunas
habilidades. —Sabía que era un comentario de alcance,
pero no me importaba mientras me dejara practicar—. Ya
que estás aquí, debo decirte que te he inscrito en el
encuentro de Parkettes Invitational. Tenemos que
conseguir que te clasifiques como élite, pero primero
competirás como nivel diez con tus nuevas habilidades de
élite, para ver cómo te va y partir de ahí. En este encuentro
compiten algunos de los mejores niveles diez y élites del
país, así que debería ser una buena prueba para ti.

La sonrisa que se me dibujó en el rostro fue de oreja a


oreja. No era exactamente lo que quería oír, quería
clasificarme como élite, pero lo aceptaría ya que era un
paso en la dirección correcta.

—¿Cuándo es?
—Dentro de poco menos de tres meses, en enero. Lo que
significa que tenemos mucho trabajo que hacer. ¿Has
hablado ya con tus padres sobre la lesión?

Gruñi. Se acabó mi buen humor. Me encorvé, miré hacia


otro lado y me acomodé un mechón de cabello detrás de la
oreja.

—Mi madre, y ha dicho que se pondrá en contacto con un


médico cuando tenga tiempo. —Mi voz se suavizó—. Daría
cualquier cosa por que me pusiera en primer lugar, para
demostrar que realmente se preocupa. Dijo que estaba
ocupada, que podían pasar días antes que llamara a
alguien. Iba a llamar a mi padre cuando saliera de aquí
porque quién sabe si está ocupada...

Kova cogió el teléfono y marcó.


—Hablaré con él.

Mis ojos volvieron a mirar a Kova. Nos sentamos en


silencio, mirándonos fijamente con el teléfono pegado a la
oreja. Me di cuenta que tenía un buen rastrojo de barba en
la mandíbula y su cabello estaba desordenado. Las ojeras
eran prominentes bajo sus ojos y, antes que pudiera
pensarlo mejor, le dije:
—Pareces agotado.
Sus ojos se debilitaron. Kova abrió la boca para hablar,
pero oí la voz de mi padre.

—Frank, es Kova... Sí, está bien. —Le contó a mi padre


sobre la visita al médico y el tratamiento—. Adrianna dijo
que había hablado con tu mujer y que llamaría para pedir
la cita cuando tuviera tiempo. Frank, el tiempo no está de
nuestro lado, y no puedo enfatizar lo suficiente lo
importante que es qué tu hija sea vista pronto.

Kova me miró fijamente, escuchando a mi padre.


—Eso está bien, ¿me llamarás para avisarme? No puede
estar mucho tiempo fuera del gimnasio. —Asintió con la
cabeza—. Sí, está aquí mismo. —Kova me tendió el teléfono.
Me puse de pie para alcanzarlo, pero su escritorio era
demasiado ancho, así que di un paso y me puse al lado de
Kova. Cogí el teléfono de su mano, me apoyé cómodamente
en el borde del escritorio y me llevé el teléfono al oído.
—Hola, papá.

—Mi dulce guisante, me alegro de oír tu voz.


Sonreí.

—La tuya también.


—¿Cómo te sientes?

—Me siento bien, el dolor no es tan malo, y no es una


mala lesión en absoluto. Puedo aguantar, pero nadie me
hace caso. Sé lo que estoy haciendo —dije con ligereza y él
se rio—. He hablado con mamá... ¿Crees que puedes
ocuparte de todo por mí, por favor? Sé que ella dice que lo
hará, pero esto realmente no puede esperar. El entrenador
dijo que me inscribió para mi primer encuentro de élite, así
que quiero estar preparada para ello.

—No preocupes a tu linda cabecita. Ya lo tengo


controlado. Kova tendrá noticias mías al final del día.
—Gracias, papá. —Hice una pausa—. Te echo de menos.

—Yo también te echo de menos, cariño. Tengo que volver


al trabajo, pero hablaré contigo pronto. Vuelve a ponerlo.

Me despedí y le pasé el teléfono a Kova. Rasgue el


esmalte de uñas rosa pálido ya desconchado y me quedé
mientras él seguía hablando con mi padre. Sabía tanto
como Kova que no podía permitirme el lujo de tomarme un
tiempo libre. ¿Después de todas las largas y rigurosas
horas que había invertido para salir adelante solo para dar
diez pasos atrás? No iba a suceder.

No había suficientes horas en el día, pero contra viento y


marea, planeaba estar en el entrenamiento mañana
temprano.

Kova colgó el teléfono e inclinó su silla hacia mí,


recostándose con las piernas abiertas. Se veía jodidamente
sexy sentado tan despreocupadamente con la cabeza
inclinada hacia un lado. Sus ojos clandestinos se clavaron
en mi cuerpo. Quería saber en qué estaba pensando para
que sus labios formaran un lento y sexy giro y sus ojos
brillaran cuando se encontraran de nuevo con los míos. El
aire cambió en la habitación. Cuando estábamos a solas, la
intensidad de su mirada siempre me deshacía, y sabía que
si lo miraba más tiempo estaría de acuerdo con cualquier
cosa que dijera.
El teléfono móvil de su mesa vibró. Kova lo miró para
luego acercarse y silenciarlo.
Mirándolo fijamente, le dije en voz baja:

—Tienes que dejarme seguir practicando.


—No tengo que dejarte hacer nada.

Kova me estaba provocando. Su teléfono vibro de nuevo y


esta vez lo miro. No tuve la oportunidad de leer el nombre
que ponía antes que una mueca anudara su rostro y lo
enviara al buzón de voz.
—Tú y yo sabemos que necesito practicar todo lo posible.
Sobre todo si quiero alcanzar mi sueño de los Juegos
Olímpicos algún día. Reduciré mi rutina de suelo si es
necesario, solo practicaré en viga y barras para quitarme la
presión del tobillo. Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa,
solo que no me obliguen a tomarme un tiempo libre.
—Tal vez no está destinado a ser para ti.

Me puse roja.
—¿Qué significa eso? ¿No está destinado a ser para mí?
¿Por qué tienes que ser un idiota todo el tiempo?

Levantó una ceja.


—Voy a dejar pasar eso. Tu cuerpo no estaba preparado
para el tipo de cambio al que te sometiste y te lesionaste.
Tal vez volver a lo básico sea una mejor idea.
Murmurando en voz baja, lo maldije en mi cabeza.

Kova se tensó, inclinándose hacia delante.


—¿Qué has dicho?

—Nada. Estaba hablando sola.


El teléfono de su oficina sonó y salté sin esperarlo.
Cuando se inclinó sobre su escritorio para mirar el
identificador de llamadas, sus cejas estaban juntas y su
hombro rozó mi muslo. Seguí su mirada mientras enviaba
la llamada al buzón de voz. Tenía que ser importante para
quien llamaba y estuve a punto de sugerirle que lo cogiera.
Volviendo a sentarse, dijo:

—¿Te has puesto ese vestido a propósito para burlarte de


mí?
Mi cabeza se movió en su dirección, molesta que pensara
tal cosa. Sus ojos se fijaron en mi pecho, así que seguí su
intensa mirada. Mis pechos se apretaban, sin saberlo, por
la presión de mis brazos cruzados, lo que me
proporcionaba un amplio escote en mi vestido de cuello de
pico. Y por amplio, me refería a copas B de tamaño normal
en un buen día. No había pensado mucho cuando me lo
puse, pero supongo que inconscientemente quería atraer
su mirada.
No es de extrañar que la mirada engreída de Kova le
sentara bien. No solía sonreír en el gimnasio, ni siquiera las
pocas veces que había estado a solas con él. Siempre
estaba tan serio, tan melancólico, tan... sexy.
Y no olvidemos que era un gran imbécil.

 
Capítulo 53

Sus ojos parpadeaban tortuosamente mientras se mecía


en su silla con las manos unidas despreocupadamente en su
regazo.

Su sonrisa se hizo más grande y mi corazón empezó a


derretirse. Me di cuenta que en este momento me gustaba
ver a Kova sonreír, me gustaba ver su mejilla con un
hoyuelo y deseaba que lo hiciera más. Estaba
despreocupado, y me di cuenta que posiblemente estaba
coqueteando conmigo.
—No te hagas ilusiones. Ni siquiera estaba pensando en ti
esta mañana cuando me vestí.
Su contagiosa sonrisa no hizo más que aumentar. Tuve
que luchar contra la mía, y contra el escalofrío de la piel de
gallina. El teléfono volvió a sonar, y esta vez Kova contesto:

—¿Qué? —espetó. Un momento después pasó a hablar su


lengua materna. Era breve, cortante y enfadado. Todo lo
contrario que segundos antes conmigo—. No, no quiero
hacer esto —replicó a la persona que estaba al otro lado.
Tenía curiosidad por saber de qué iba la conversación y por
qué se había enfadado tan bruscamente. Cuando escuché el
nombre de Katja, decidí no hacerlo. Kova se había
sincerado conmigo sobre su vida familiar, pero nada sobre
su novia. Tenía curiosidad por saber cómo era su relación
con ella y cómo habían llegado a estar juntos, pero decidí
que hoy no era el día para preguntar con su repentino
cambio de tono—. Me niego a... —dijo, solo para ser
cortado. Podía oír su voz y estaba igual de acalorada. Sus
ojos se abrieron de par en par y un ceño fruncido se formó
en su llamativo rostro antes que volviera a escupir en ruso.
Su voz se elevó y su mano se tensó sobre el auricular antes
de bajarlo de golpe con ella aún hablando. Dejó caer la
cabeza sobre su mano y se frotó los ojos. Sea lo que sea lo
que haya pasado no puede ser bueno. Su cuerpo estaba
tenso, la furia irradiaba de él. Pasaron unos momentos de
incómodo silencio antes que yo hablara:

—Si crees por un segundo que me he puesto este vestido


por ti, bueno, entonces, estás loco.

Kova levantó la cabeza e inclinó su cuerpo hacia mí,


recorriendo mi cuerpo con la mirada. Sus hombros se
relajaron y se recostó en su silla, abriendo más las piernas.
Esto me hizo feliz. No me gustaba verlo tan molesto y
alterado. No pude evitar que mis ojos recorrieran sus
anchos hombros hasta el grueso bulto de sus pantalones.
No había forma de ignorar la dura silueta que se dibujaba
en su muslo. Intenté imaginarme exactamente su aspecto
bajo la ropa y mi cuerpo se calentó al pensarlo. Se sentó
hacia delante. Su mano bajó a un lado y sus dedos
danzaron por el dorso de mi pierna. Su tacto era tan suave
como el batir de las alas de una mariposa y provocó una
oleada de calor que recorrió mi cuerpo. Expulsando una
lenta respiración, luché contra ella y no me moví, no
mostré nada en mi rostro.

—Oh, malysh, definitivamente estoy loco —dijo en voz


baja con una ceja levantada.

Le aparté la mano de forma juguetona.

Él solo la devolvió.

—¡Para! —susurré con una sonrisa de satisfacción.

Kova se rio, y que Dios me ayude, me encantó el sonido,


me encantó la gran sonrisa en su cara.

—No sé qué pretendes, pero para.


Se encogió de hombros como si no tuviera ni idea de lo
que estaba hablando.

—¿Y si alguien entra aquí? —Su única respuesta fue rozar


más arriba la parte posterior de mi muslo. Volví a apartar
su mano de un manotazo y le pregunté—: ¿Qué te pasa?

—Hagamos un trato —ofreció.

Mi cabeza se inclinó hacia un lado.

—¿Un trato? —pregunté con escepticismo.

Kova juntó las manos delante de la cara como si estuviera


rezando. Pareció sumido en sus pensamientos por un
momento y luego habló, levantando sus ojos para
encontrarse con los míos.

—Te dejaré venir mañana a entrenar, a hacer un


acondicionamiento extra, aunque no hable con tu padre ni
tenga una cita fijada, si esta noche puedo verte. Por
supuesto, tus rutinas tendrán que reducirse porque no
puedo arriesgarme a que te hagas daño, pero no te obligaré
a tomarte un tiempo libre. Tomar tiempo libre realmente no
es necesario. Solo hay que ser precavidos.

Me quedé boquiabierta. Me hizo pensar que tendría que


tomarme un tiempo libre. Y creo que dejé de respirar por
un segundo.

Kova se levantó, obligándome a enderezar la espalda


cuando se puso delante de mí. Su presencia exigía atención
y mi corazón se la entregó por completo. Su lado
dominante y autoritario fue lo que me atrajo a él en primer
lugar.

—Quiero volver a verte —admitió Kova.


Solté las manos y me agarré al borde de su escritorio
cuando su pierna me rozó el muslo. Se acercó aún más,
tanto que apenas quedaba espacio para respirar, y me di
cuenta que lo que había sentido no era su pierna.

El aire crepitaba de tensión, la química entre nosotros


era evidente. Me di cuenta que seguía con los nervios de
punta por su conversación con Katja, pero no iba a sacar el
tema a pesar que lo deseaba tanto. Se me aceleró el
corazón y se me erizó la piel con el escalofrío que combatí.
Con la mirada hacia abajo, Kova me subió las manos por los
brazos, pasando suavemente por la clavícula hasta llegar al
cuello. Me inclinó la mandíbula para que lo mirara, y
nuestros ojos se cruzaron lentamente. Dios, no había
ningún tipo de problema. Me estaba enamorando de Kova,
y me estaba enamorando mucho. Su mirada necesitada me
cautivó por completo. El deseo arremolinado en sus ojos, la
forma en que sus párpados se bajaban y su nariz se
encendía, la plenitud de sus labios. Me miraba como si yo
fuera lo único que importaba en el mundo. Me estaba
seduciendo sin decir una palabra, y me pregunté si él
sentía lo mismo por mí. Olvidadas nuestras edades en este
momento de silencio que compartimos, no se podía negar la
evidente conexión. La intensidad comenzó a asfixiarme. Y
mi corazón se envolvió en una nueva emoción que no podía
nombrar. Bajé la mirada, tenía que hacerlo. Kova tenía una
forma de hacer desaparecer el mundo cuando estaba con
él.

—Mírame —dijo en voz baja. Sacudí la cabeza—. Ria, no


lo volveré a decir. —Cuando lo ignoré por segunda vez, su
dedo rozó mi mandíbula e inclinó mi cabeza hacia arriba,
pero cerré los ojos.

Con un murmullo sin aliento, pregunté:

—¿Qué estás haciendo?


Ignoró mi pregunta.

—Abre los ojos. —Cuando obedecí, sus siguientes


palabras susurraron sobre mi tibia piel—. No he terminado
de saborearte. —Su pulgar presionó mi labio.

—No es tan fácil.

—Oh, pero lo es. —La parte posterior de sus nudillos se


deslizó por mi cuello y sobre mi clavícula—. Acepta mi
trato.

Dudé, mi mente repasando lo que me ofrecía.

Su mano siguió bajando, rozando ligeramente mi pecho.

—Malysh...

—¿Qué significa saborear? Suena muy raro. —Pero


caliente, pensé.

Se rio por lo bajo.

—Exactamente por lo que necesito mostrarte.

—No necesitas hacer nada. Quieres hacerlo. Hay una


diferencia.

—Si no hubieras entrado aquí con ese endeble vestidito y


las sandalias doradas, quizá no te hubiera ofrecido ningún
trato. Pero verte cambió mi perspectiva por completo.

—¡Pero si ni siquiera es un trato real! —repliqué


bromeando. Él se encogió de hombros sabiendo que tenía
razón.

—¿Así que es mi culpa que quieras... probarme? Kova, tu


elección de palabras a veces me preocupa.
La sonrisa que se formó en su cara casi me hizo sonreír.
De hecho, lo hizo, y me reí. Apoyando una mano en su duro
pecho, traté de empujarlo hacia atrás. No se movió.

—No —volví a decir—. Vete —me reí.

La mano de Kova bajó a mi muslo, empujando la costura


de mi vestido. Le aparté la mano de un manotazo,
preocupada que alguien pudiera entrar en cualquier
momento, pero él rápidamente pasó su mano por debajo de
la mía, volviendo a su destino. Me subió el vestido por el
muslo sedoso y suave, hasta el pliegue de la cadera.

—¿Qué te pasa hoy? Estás como una perra en celo. —Me


aferré a su camiseta en un intento de apartarlo, pero lo
único que conseguí fue acercarlo. Me quedé sin aliento, mi
corazón se aceleró mientras la lujuria y la adrenalina me
recorrían.

Una risa retumbó en su pecho.

—Creo que tu elección de palabras me preocupa a veces.

Poniendo los ojos en blanco, intenté no sonreír.

—No hay nada malo en mi elección de palabras, muchas


gracias. Ahora, para. —Me esforcé por resistir sus rápidos
dedos mientras intentaba introducirlos en mis bragas. El
calor me recorrió y suspiré en él. Realmente no quería
parar, pero después que Madeline casi nos atrapara, sería
prudente que nos detuviéramos. Le agarré la muñeca y le
dije—: Ve... a probar a Katja y déjame en paz.
—Ya lo he hecho. Muchas veces.

—¿Te estás cansando del mismo... sabor de siempre?

Se encogió de hombros con una sonrisa.


—Todo lo contrario, en realidad.

Gruñí y él se rio. Su mano pasó por el borde de encaje de


mis bragas y me ahogué:

—Bueno, ve a hacerlo de nuevo.

—Ahora mismo no la quiero a ella, te quiero a ti. —Sus


palabras hicieron que un torbellino de emociones y
sentimientos me recorriera—. Apuesto a que si te tocara
ahora mismo tu coño estaría mojado.

Mierda. Tenía razón, mis bragas se me pegaban, pero no


podía admitirlo. Intenté hacer rodar mis caderas hacia
atrás para que no pudiera llegar a su destino, pero no
estaba teniendo suerte. Estaba luchando contra mí,
empujándome, y a decir verdad, me encontré sonriendo y
riendo mientras lo hacía. Intenté forzarlo a alejarse de
nuevo, pero el hombre estaba construido tan sólido como
una roca.

—En serio, ¿qué significa eso? ¿Todos tenemos un sabor


en específico?

Casi me sobresalto cuando su lengua lamió un rastro


húmedo por mi cuello y sus labios capturaron los míos en
un beso abrasador.

—¿Te gusta cuando te alejo?


Volví a empujarlo y se quedó en su sitio. No quería que se
moviera y me alegraba que no lo hiciera. Me gustaba cómo
se mantenía firme, la tensión y la lucha entre nosotros. Lo
aferré más a mí e inhalé.
Un gruñido bajo retumbó en su pecho.

—Podría decirse que sí.


Pensé en lo que había hecho antes y en cómo había vuelto
rápidamente por más, en cómo su abrazo se había hecho
más fuerte. Actuando por instinto, me incliné y le mordí el
bíceps. No demasiado fuerte, pero lo suficiente para que se
retirara.
—No me gusta, me encanta cuando luchas contra mí —
admitió sin aliento, retirándose y mordiendo mis labios—.
Me gusta ver la indecisión en tus ojos. Me pone la polla
dura.

Sus ojos se oscurecieron de deseo y mi corazón floreció al


ver su respuesta. Mi vientre se agitó. Parecía un animal
hambriento y eso me intrigaba. Debería haberme hecho
gritar en otra dirección, pero no podía negar mi cuerpo y
las ganas que tenía de correr hacia él. Saber que podía
provocar esta reacción en él era estimulante y me daba
fuerzas.

Al contacto de sus hábiles dedos dentro de mis bragas,


me mojé más y un frenesí de fuego me recorrió las venas,
metiéndome dentro de él.

—Ah, sabía que estarías mojada. —Me tensé y luché


contra un gemido bajo en mi garganta—. Ah, tan apretado.

—¿Katja se resiste a ti?


El lubricante resbaladizo le permitió deslizar fácilmente
un dedo grueso en mi interior. Jadeé y me apreté a su
alrededor. Cuando su dedo tocó mi clítoris, me estremecí,
agarrando sus bíceps. Mi cabeza cayó sobre su pecho.
—No como yo quiero —susurró contra mi cuello.

Por alguna extraña razón, eso me complació. Me


encantaba cómo era capaz de darle algo que ella no podía.

—¿Está apretada como yo?


No respondió a mi pregunta y eso me quemó el pecho. La
envidia me recorrió porque su silencio era mi respuesta.
Por mucho que quisiera, por mucho que el calor me hiciera
querer acceder a todos sus caprichos, no creía que debiera
hacerlo. Cada vez que estábamos a solas o en la intimidad,
me encontraba deseando más de él. Era una emoción a la
que no estaba acostumbrada ni sabía cómo manejarla
todavía.
Ahora que tenía su atención, necesitaba hacerlo entrar en
razón. Unos segundos más y esto iba a progresar
rápidamente en algo que no podía ser detenido, algo que
era muy peligroso para ambos.

—¿Y si alguien entra aquí?


Agarrando mi mandíbula con la mano, tiró de mí hacia
adelante y sostuvo la parte posterior de mi cabeza hacia él
mientras me besaba fuerte y largamente, introduciendo su
lengua en mi boca con la suficiente agresividad como para
que yo le devolviera el beso. Le rodeé el cuello con los
brazos y lo estreché contra mí. Me devoró la boca con una
tenacidad vivaz que nunca antes había experimentado.
Lleno de celo, hambre y el pequeño hilo de control al que
apenas se aferraba era palpable, tangible.

Kova se retiró. Retiró el dedo y se lo llevó a los labios,


lamiéndose el dedo. Me miró profundamente a los ojos y
jadeó:

—Esta noche eres mía.


Me solté de su mano y me alejé. Cuando llegué a la
puerta, me detuve y miré por encima del hombro cuando
me llamó por mi nombre:
—Conserva tus fuerzas. Las necesitarás para más
adelante.
—Ya lo veremos —respondí antes de salir de su despacho
y cerrarle la puerta en las narices.

 
Capítulo 54

Y efectivamente, Kova había cumplido su palabra y se


presentó al anochecer.
No me pregunté cómo se había alejado de su novia, y la
verdad es que no quería saberlo. Era más que consciente
que nunca podría haber una relación real entre nosotros, al
menos no a corto plazo, pero eso no cambiaba el hecho que
no me gustara que volviera a casa con Katja cada noche.
Mis nervios habían estado a flor de piel mientras lo
esperaba. No estaba segura que apareciera de verdad al
principio, pero quería asegurarme de estar preparada por
si acaso. Cuando me duché después del gimnasio, me afeité
cuidadosamente cada parte hasta quedar suave y sedosa.
Enjaboné cada centímetro de mi cuerpo desnudo con una
loción con aroma a lavanda y me sequé el cabello al aire
con un poco de espuma para que las ondas tuvieran más
volumen. Elegir la ropa no fue una tarea fácil. No quería
parecer que lo estaba esperando, pero también quería
llevar algo más que un pijama. Me decidí por unos sencillos
jeans cortos enrollados y una camisa de color marfil de
gran tamaño. Para ser un poco más atrevida, me salté la
camiseta y el sujetador que solía llevar debajo.

Al final, el resultado fue bueno, porque cuando le abrí la


puerta a Kova, él tenía sus manos enredadas en mi cabello
y sus labios pegados a los míos en cuestión de segundos.
Cerró la puerta de golpe con el dorso del pie y me devoró la
boca mientras me llevaba por el pasillo hasta mi
dormitorio.
—No puedo esperar ni un segundo más —me dijo, y me
tiró a la cama—. Me vuelves loco. —Mis brazos se posaron
por encima de mi cabeza y mi camisa subió por mi vientre.
Mis pechos flexibles hacían cosquillas en el material
transparente y sabía que mis pezones endurecidos
dibujaban pequeños círculos perfectos. El calor me recorría
el cuerpo mientras él me miraba con un deseo tan oscuro
que mi estómago se revolvió. Con un rápido tirón, me quitó
los jeans cortos y los dejó en el suelo, y se colocó entre mis
piernas.

Kova arrastró una mano por mi vientre, girando su


muñeca para poder abarcarme por encima de mis bragas
negras, acariciando mis labios hinchados que suplicaban
ser tocados.

Su gran mano se deslizó por la parte delantera y se


acercó por el pliegue de mis surco, introduciendo un dedo
en mi interior lentamente. Mis caderas se ondularon y Kova
gimió. Mirando entre nosotros, una gruesa vena descendía
por su antebrazo. No tenía ni idea de por qué eso me
parecía tan increíblemente excitante. Rezumaba fuerza
muscular y atractivo sexual. Sus caderas se movían de un
lado a otro como si estuviera dentro de mí. No se había
quitado los pantalones cortos de baloncesto y su amplia
erección crecía rápidamente ante mí. Gemí y me mojé aún
más, agarrando las sábanas. Era casi vergonzoso estar tan
mojada.

Kova empujó sus caderas hacia mi centro, lo que hizo que


su mano añadiera presión, haciéndome gemir. Sus muslos
mantenían mis piernas abiertas mientras su dedo
acariciaba cada centímetro de mí.

Dios, podría tener un orgasmo así.


Me gustaba su fuerte tacto, su poderosa posición sobre
mí. Era áspero y a la vez sensual. Era hábil, como si supiera
exactamente lo que estaba haciendo, lo cual era agradable
porque yo no tenía ni idea.
Al sacar su dedo, me ardían las mejillas por los sonidos
que acompañaban al movimiento. Kova bajó la vista y
nuestras miradas embriagadoras. Añadió lentamente otro
dedo y la presión fue fuerte, pero buena. Mis caderas se
agitaron cuando su pulgar se posó en mi clítoris y un
gemido vibró en mi pecho. Mis caderas comenzaron a
moverse, girando sobre sus dedos. Más, necesitaba más, y
lo quería rápido.

—Adrianna —dijo roncamente, sacando sus dedos de mi


núcleo—. Nada me gustaría más que hacer que te corras
así, pero primero tengo otras cosas en mente. —Aplastó su
mano contra mí, con fuerza, y gemí de nuevo, sus dedos
descansando más allá de mi coño hasta mi culo.

Joder. Me estaba provocando.


La presión y la fuerza de su mano, sus dedos apoyados en
la parte baja, se sentían tan calientes que quería que me
tocara más fuerte, que apretara su palma contra mi
palpitante capullo.

—Sí... —Suspiré, amando lo que estaba haciendo. Era


como si me hubiera leído la mente—. Eso se siente tan
bien. Así de bien.
Kova hizo una pausa.

—¿Qué hace?

Respirando con dificultad, le respondí con sinceridad:

—Tu mano, lo fuerte que me presionas. Las caricias


suaves son agradables, pero esto se siente mucho mejor. Y
me gusta que me mantengas las piernas abiertas. —Mis
caderas rodaron contra su mano para mostrarle y abrí más
las piernas.
—¿Tienes idea de lo que estás diciendo? —Los ojos de
Kova se oscurecieron. Estaban cargados de excitación y su
cuerpo se tensó. Sacudió la cabeza como si estuviera
luchando consigo mismo para encontrar las palabras
adecuadas—. Me gusta cuando me dices lo que quieres que
haga. Es embriagador saber que te hago sentir tan bien.

Le miré profundamente a los ojos para que supiera que


mis palabras eran ciertas.

—Me haces sentir mejor que bien, Kova.

—Estás jugando con fuego.

—¿Qué quieres decir?


—Oh, malysh. —Rio con la garganta. Kova retiró la mano
y se llevó la mano a la nuca y se quitó la camiseta—. Deja
que te lo enseñe.

El colchón se hundió mientras Kova se arrastraba sobre


mí de rodillas. Mis dedos trazaron sus abdominales duros,
cada hendidura y cada surco que tallaba su estómago no se
perdía. Respiró de forma audible cuando mis palmas
rozaron su firme pecho y sus pezones. Mis dedos se
deslizaron por la nitidez de sus hombros. Dejando caer su
peso sobre mí, Kova me miró a los ojos antes de besarme
sin sentido. Mi cuerpo rodeó el suyo, encerrándolo. Su
calor se extendió por mi cuerpo, nuestro calor se fundió. Su
lengua entró y salió lentamente antes de plantar besos con
la boca abierta por mi cuello, alrededor de mi oreja, y tirar
de mi lóbulo hacia su boca. Mi espalda se arqueó,
empujando mi pecho hacia él. Estaba completamente bajo
su control y todo lo que hizo fue avivar aún más el fuego.

Mis manos se posaron en su musculosa espalda y lo


agarré. Kova se flexionó bajo mi contacto y sus caderas
comenzaron un lento y constante balanceo contra mi
centro. Su erección entraba y salía, y me pregunté si de
alguna manera podía sentir lo húmeda que estaba.

Al retirarse, apoyó su frente en la mía y cerró los ojos.


Estaba mareada por sus fervientes besos y me aferré a él
con fuerza. Las respiraciones de aire caliente se mezclaron
mientras luchábamos por estabilizarnos.

Kova se sentó sobre sus talones. Levantó la frente y me


dedicó la media sonrisa más sexy que jamás había visto
mientras me quitaba las bragas y me empujaba las rodillas.

—Deja que te enseñe cómo quiero saborearte.

Me di cuenta y Kova sonrió al ver mi expresión.


Saborearte... eso es lo que quiso decir antes. Joder, este
hombre era precioso y quería hacerme cosas increíbles.

—Primero, me familiarizaré con tus labios. —Se inclinó


hacia abajo y recorrió suavemente la unión de mi coño con
la punta de su lengua. Un suspiro de placer salió de mis
labios y cerré los ojos brevemente—. ¿Se siente bien?

—Sí —gemí en respuesta.

—Después de calentarte con mi lengua. —Levantó la vista


y sus ojos brillaron con pensamientos retorcidos—. Voy a
estirarte así. —Procedió a tirar de mis pliegues con fuerza,
chupando con fuerza. Su lengua se introdujo en el interior
y recorrió mi núcleo.

No pude soportarlo. Este hombre. Lo que me estaba


haciendo.

Gemí, cerrando los ojos y empujando mis caderas hacia


él. Mis piernas se enroscaron en sus fuertes hombros. Lo
quería.
No, lo necesitaba.
Todo él.

—No te muevas. Y mantén las manos quietas.


¿Entendido? —Asentí acaloradamente, sin darme cuenta
que mis dedos estaban en su cabello.

Maldita sea. No quería que se detuviera. Podía tenerme


como quisiera cuando era tan exigente. Haría cualquier
cosa que me ordenara. El hambre por él burbujeaba, y el
deseo crecía como un volcán a punto de entrar en erupción.

—¿Estás segura?

—Positivo.

—Buena chica. ¿En qué estábamos? —Se inclinó de nuevo


hacia abajo y continuó con su perverso tormento en mi
sexo.

—Después que te hayas calentado y estirado, te mostraré


los pasos que hay que dar antes de llegar a tu desmontaje.
—Me quedé con la boca abierta y él sonrió.

Desmontar. Clímax. Lo mismo.

Tener a Kova bajando sobre mí fue estimulante y


angustioso al mismo tiempo. Aunque lo hizo durante una
fracción de segundo en la sala de baile aquella noche, no
fue mucho tiempo. No tenía ni idea de cuánto más podría
soportar este ritmo más largo. La humedad que goteaba de
mí era ligeramente embarazosa y me preocupaba que él la
encontrara poco atractiva.

—Practicaremos hasta que lo consigas perfectamente.

Su lengua entraba y salía, bailando alrededor, sintiendo


cada parte de mí. Si quería poder, yo se lo iba a dar. Me
agaché, enredé mis dedos en su cabello y lo apreté contra
mí, apretando sus hombros con mis muslos.
De repente, se apartó. Sus ojos verdes eran ahora del
color de una selva oscura. Salvaje. Indomable. Misterioso.
Agarrando mis muñecas, las colocó junto a mis caderas,
pero yo luché contra su agarre. Su mirada feroz me decía
que no había hecho caso a su norma de no tocar, y eso le
excitaba. El poder y la fuerza que ejercía eran afrodisíacos
y yo no podía tener suficiente.

—No. Te. Muevas.

Un chorro de aire salió de mí cuando su lengua volvió a


penetrar en mi interior, lamiendo y tirando de mis labios
con tanta sensualidad que me derretí en la cama, y un
gemido salió de mi garganta. Giré mis caderas en una ola
contra su boca, completamente impávida por mis acciones.
Cada lametazo profundo y delicioso hizo que mi cabeza
diera vueltas.
Entonces estaba frenético de necesidad. Sus manos
recorrían mi cuerpo, por todas partes. Sabía que se estaba
conteniendo por lo tensos y apretados que estaban sus
brazos, y deseé que no lo hiciera. Deseaba que me soltara y
me tomara ya, que me diera todo, todo lo que tenía.

—Kova... Oh, Dios mío. Estoy tan cerca.


Levantó la vista y mi corazón se detuvo cuando nuestras
miradas se cruzaron. Aunque habíamos tenido sexo, esto se
sentía mucho más íntimo.
La comisura de su boca se levantó con un desafío, sus
ojos brillaban con obsesión.
—Adelante, desmonta.
Capítulo 55

Su boca volvió a mi coño y un suspiro lleno de gemidos


brotó de mí, mientras mis ojos se ponían en blanco.
Esta sensación, su lengua sobre mí, lamiendo y
chupando, era puro erotismo.
Mi espalda se arqueó y eché la cabeza hacia atrás
mientras mis caderas se revolvían en su boca codiciosa
mientras él me lamía. Las manos de Kova estaban
firmemente envueltas bajo mis muslos, sujetándome a su
boca. Las abrumadoras sensaciones que corrían por mis
venas me hacían jadear fuertemente por aire. Dios
todopoderoso. Intenté luchar contra Kova, pero su lengua
trabajaba más rápido, golpeando mi clítoris. Me encerró y
me lamió con precisión.
—¡Oh, Dios! —grité, mis muslos se tensaron alrededor de
su cabeza. Me dio una palmada en la parte exterior del
muslo para que me aflojara y rápidamente lo hice.

—Kova, por favor, es demasiado.


Mi cuerpo era una llamarada de fuego a punto de estallar.
Mis gemidos no pudieron contenerse y grité. Mis dedos se
enroscaron en su cabello oscuro, apretándolo en mi puño,
empujando mi coño en su boca aún más. Kova se volvió
voraz. Su agarre en mis muslos era poderoso, y yo quería
darle todo en este momento. Mis piernas cayeron de sus
hombros por la fuerza del placer que me atravesaba
mientras él luchaba por mantener su boca en su sitio.

De alguna manera, cuando salió a tomar aire, conseguí


apartarme y subirme a la cama. Jadeé, ebria de placer. Mis
ojos, estoy segura, eran igual de brillantes y coincidían con
los de Kova. Su boca estaba cubierta de mi esencia por
completo, y supe por la forma en que se agachó que no
debería haberme apartado.

—Mal movimiento, Adrianna.

Dio un salto hacia adelante y tiró del dobladillo de mi


camisa, quitándomela de un tirón. Estaba expuesta,
completamente desnuda ante él. Arrodillándose ante mí,
me abrió las piernas y las agarró, pasándolas por encima
de sus hombros. Mis caderas se levantaron del colchón,
flotando en el aire.

—No —mentí. Lo que en realidad quería decir era que sí,


pero decirle que no me hacía cosas en la cabeza, y no podía
parar.

Kova me pasó un brazo por la cintura y me encerró en su


sitio, mis tetas se alzaron, y si no estuviera en tal estado de
necesidad enloquecida, me habría avergonzado por su
colocación. Pero no lo estaba.

Inclinándose, dijo:

—Sabes increíble. —Luego aplastó su lengua y me lamió


de abajo a arriba. Me acarició el clítoris y chupó el pequeño
bulto hinchado mientras me retorcía en sus brazos.

—No te creo —gemí. Mi cuerpo estaba ardiendo, mi


pecho ardía de placer.

—Podría comerte todos los días y no me cansaría. —Folló


mi coño con su lengua, ignorando mi afirmación. Con mis
caderas elevadas, un orgasmo se elevaba rápidamente.
Diferente ángulo, diferente posición, no estaba segura de
por qué, y no me importaba. Empecé a gemir, sucumbiendo
a él en un estado de felicidad como nunca antes había
experimentado. Mis caderas rodaron lentamente en su boca
mientras él me chupaba y devoraba con ímpetu y habilidad.
Una de sus manos se movió para frotar mi clítoris. Los
pequeños y sensibles nervios de mi cuerpo se convirtieron
en un millón de pequeñas estrellas plateadas.

—Oh, sí, sí, sí —gemí. Casi lloré por el impacto de todo


aquello. Su pulgar frotó con más fuerza y rapidez mientras
el placer me recorría, mis caderas se agitaban contra su
boca.

—No pares —le supliqué. La vibración de su boca,


combinada con el cosquilleo de sus dientes, me hizo
estallar. Un orgasmo estalló, golpeándome con fuerza y
desgarrándome con un placer antes desconocido.

Pero Kova no se detuvo. Chupó con más fuerza, emitiendo


sonidos de sorbo mientras tomaba hasta la última gota
hasta el punto que su lengua se deslizó peligrosamente
cerca de mi culo para limpiarme. No podía dejar de hacer
ruiditos, de gritar al sentir ese dulce arrebato que me
sacudía el cuerpo.

Mi corazón, como mi cuerpo, era totalmente suyo.

Una vez que el orgasmo disminuyó, Kova bajó


cuidadosamente mis caderas a la cama. Estaba agotada, un
montón de papilla con las piernas abiertas.

Mi corazón, lo mismo.

Al bajar del subidón más increíble de mi vida, unos ojos


acalorados recorrieron todo mi cuerpo y mis pezones se
endurecieron. Un hambre depredadora consumía sus
rasgos mientras se arrodillaba entre mis piernas. Mis ojos
recorrieron sin prisa su torso. La musculatura rígida de las
horas dedicadas a perfeccionar su físico enroscaba su
estómago, pero fue la vena que sobresalía de su abdomen y
desaparecía bajo la cintura lo que atrajo toda mi atención.
Me dirigió una mirada que me hizo sentirme sexy cuando
ahuecó su polla y la acarició por encima de los pantalones
cortos de baloncesto.

Extendí los brazos. Quería que se acercara a mí. Lo


necesitaba.

Kova me dedicó la más erótica de las sonrisas, justo antes


de decir:
—Ahora déjame mostrarte cómo aterrizo un Dismount.

Se burló de mí con sus palabras y su poderoso cuerpo, y


su acento ruso mezclado con su tono ronco lo hizo casi
insoportable. En este momento, la situación iba más allá de
lo físico y me tenía en vilo, casi rogándole que me tocara
más.

Cuando su nariz rozó mi cuello, susurré:

—Me gustas, Kova. —Finalmente puse mis manos en su


espalda solo para que se tensara.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —Cuando no respondió, solo pude


asumir que era por mi honestidad, y dije—: Esto no es
justo. Me estoy cansando de tus calenturas y frialdades.

Se apartó y levantó una ceja, sus ojos duros y silenciosos.

—Sí, lo entiendo, pero un minuto me deseas y al siguiente


se te enciende un interruptor y te pones raro. Me estás
dando un latigazo.

Kova murmuró en ruso en voz baja. Su humor juguetón y


seductor había desaparecido y en su lugar estaba el
entrenador Kova. Serio. Meticuloso. Perfeccionista. Hijo de
puta.

Pasando una mano por su mandíbula, dijo:


—Tu franqueza me pilla desprevenido y no sé por qué lo
hace ya que no hemos sido más que sinceros el uno con el
otro. —Soltó un fuerte suspiro. Kova se apartó de mí, pero
me incorporé rápidamente y lo agarré del brazo.

Las ganas de darle una patada en las pelotas, que estaba


segura que le dolían y estaban azules, eran más fuertes que
nunca. Sus ojos ardían.

—No puedes enfadarte cuando soy sincera contigo. No es


justo para mí, ni para mis emociones, ni para las tuyas.

—¿No es justo? —se burló—. Lo que no es justo es que te


deseo cuando no debería. Te quiero toda para mí. —Se
golpeó el pecho—. Esa es la verdad. Quiero que seas mía y
de nadie más. Quiero hacerte cosas sucias en las que no
debería pensar. Las imágenes... —se interrumpió, y sacudió
la cabeza—. Me visualizo doblándote y tomándote tan
fuerte como pueda, sabiendo que vas a sangrar y sin que
me importe una mierda si lo haces. Quiero ver cómo se te
humedecen los ojos mientras te tragas mi polla. Atarte las
manos a la espalda mientras te llevo a nuevas alturas que
ni siquiera has imaginado con el golpe de mi mano. El
hecho que tengas diecisiete años no es justo. Entonces,
¿sabes lo que tengo que hacer? Tengo que follarme a mi
novia como quiero follarte a ti, pienso en ti mientras estoy
dentro de ella porque no quiero hacerte daño. —Hizo una
pausa y dijo—: Y lo más importante, porque está mal y, sin
embargo, por alguna razón obscena, me encanta que lo
esté. Me encanta el riesgo que me atrapen, me encanta
pensar en ti mientras me la follo. Esto ha sido un error y no
debería haber dejado que se repitiera, pero me alegro que
así sea.

Comienza a dar patadas al balón. Se estaba burlando de


mí a propósito para que le devolviera la jugada.
—¿Un error? Mentiroso —escupí entre dientes apretados,
enfadada porque se atreviera a pronunciar esas palabras—.
Tú fuiste quien puso esto en marcha esta mañana en el
gimnasio, no yo.

Kova hizo una pausa, su mirada inquietante me golpeó


con fuerza.

—¿Soy un mentiroso? —susurró.

—Sí, lo eres. Puedo verlo en tus ojos verdes ardientes, los


pensamientos prohibidos que pasan por tu cabeza. También
eres obvio en esto. —Kova aspiró un aliento cuando busqué
su polla—. Dime que no me deseas —le dije. Su mano
inmediatamente agarró mi bíceps con tanta fuerza que era
posible que tuviera un moretón por la mañana.

—¿Excitado? —me respondió con un mordisco—. No


sabes lo que es estar excitado. Y eso fue solo la hora del
cóctel. Ni siquiera fue suficiente para abrir mi apetito.

Dios, eso dolió. Si quería jugar, bien. Me defendería como


quisiera, cualquier cosa para que no se fuera.

—¿Ah sí? Entonces, ¿por qué puedo sentir que creces en


mi mano, eh? Siento que tu polla se hace más grande. Más
dura. —Inclinándome más cerca, mentí y dije—: Igual que
cuando la polla de Hayden creció en mi mano. —Los ojos de
Kova adquirieron un tono verde poco natural. Empecé a
mover mi mano para frotarlo—. Dime que no lo quieres.
Que esto fue un error. Que cada vez que estuvimos juntos
fue un error.

—¿Por qué lo quieres tanto? —Su voz se quebró—. ¿Por


qué me presionas?

Mordiéndome el labio, mis ojos se ablandaron con mi


corazón ante la desesperación de su voz. Me encogí de
hombros. Este ir y venir estaba empezando a afectarme.
Me di cuenta que a Kova también lo estaba afectando.

—No lo sé, simplemente lo siento. Es una sensación que


no puedo explicar. Me gusta estar cerca de ti, Kova. Me
gusta hablar contigo, me gusta tu presencia. No me digas
que no sientes lo mismo, si no, no estarías aquí. —Tragué
con fuerza, rezando para que mis siguientes palabras no se
me echaran en la cara—. Lo sientes, ¿verdad? ¿Esta
conexión? ¿La química? Es por lo que sigues diciendo que
fue un error, ¿no?

—Me has quitado las palabras de la boca. —Sacudió la


cabeza con incredulidad, cerrando los ojos por su admisión.
Una suave sonrisa alivió mi rostro cuando abrió los ojos y
me miró.
—Tienes que soltarme —gimió cuando empecé a trabajar
con él a través de sus pantalones. Sus caderas empujando
en mi mano contradecían sus palabras—. Es un juego
peligroso el que estamos jugando.
Su pecho empezó a moverse, respiraciones más lentas y
profundas que creía estar ocultando de mí. Su mano se
aflojó en mi brazo y lentamente, muy lentamente, comenzó
a deslizarse hacia mi muñeca que acariciaba su erección.

—A la mierda.
 
Capítulo 56

Kova se acercó a mi pecho y me palmeó los senos,


pellizcándome los pezones.
Gimiendo por el fuerte escozor que irradiaba por todo mi
cuerpo, lo absorbí. El dolor y el placer se combinan. Un
deseo oculto se agitó en lo más profundo de mi vientre para
obtener más.

Haciendo rodar el labio entre los dientes, tiré de la


cintura de sus pantalones y los deslicé lentamente por sus
afiladas caderas. Su estómago se flexionó contra el dorso
de mis dedos. Una ligera capa de cabello apareció, seguida
de una gruesa y pesada polla.
—Dios —gimió, apretando mi edredón hasta que sus
nudillos se volvieron blancos.
Le quité los pantalones por completo y me quedé mirando
perpleja. Kova era sólido como una roca, duro como su
cuerpo, y de pie. La visión de su cuerpo extendido hizo que
un torrente de excitación cubriera mis muslos. Se me puso
la piel de gallina y fue entonces cuando caí en la cuenta de
lo grande que era realmente Kova.

—¿Cómo diablos cabe esta cosa en mí? —solté, y me tapé


la boca con una mano. Kova se rio, sus hombros se
relajaron y se palpó la carne desnuda.
—Te sorprendería lo fácil que es meterla cuando estás
mojada.

Alargando la mano, mi pulgar se movió por sí solo,


frotando la vena prominente de su polla una y otra vez,
observando cómo se aplanaba bajo mi presión y luego se
expandía una vez que la soltaba. Kova respiró con fuerza.
La repentina imagen de mi lengua haciendo esto me hizo
sacar los pechos, anhelando su contacto una vez más.

Mientras jugaba con su polla y me familiarizaba con ella,


me di cuenta que mi mano estaba húmeda. Mirando hacia
abajo, noté una gota en la cabeza y me moví para tocarla.
La deslicé por la punta de mis dedos y Kova colocó su mano
sobre la mía. Lo miré y esperé. Comenzó a mover mi mano
sobre su erección, indicándome que apretara más.

Aceleré el ritmo y lo acaricié más fuerte y más rápido.

—Sí... —murmuró ininteligiblemente—, así.


Inclinándome hacia adelante, mis labios chuparon su
cuello. Kova me agarró el cabello, tirando de mi cabeza
hacia atrás, y me apretó la mandíbula antes de inclinarse
para robarme un beso.

Su lengua codiciosa me dejó sin aliento. Me soltó el


cabello y sus manos bajaron hasta mis pechos, donde los
agarró con fuerza, haciéndome gemir. Sus pulgares
recorrieron en círculos mis pezones fruncidos, y yo seguí
acariciándolo. Pero no era suficiente para mí, ni para él.
Quería hacerlo sentir bien, de la misma manera que él me
hacía a mí, pero nunca me había acostado con un chico, y
mucho menos con un hombre.

—Adrianna... —jadeó— ¿tienes idea de lo mucho que


quiero esto? ¿Quererte? Quiero deslizarme dentro de ti otra
vez y follarte sin sentido. Dios, quiero que me montes. —Su
tacto estaba en todas partes, casi como si no tuviera
suficiente. Me encantaba la atención que me daba. Quería
más, todo lo que pudiera recibir de él—. Me deshaces, —
confesó—. Has jugado contigo antes, ¿verdad? —preguntó.

Asentí con la cabeza, incapaz de encontrar mi voz.


Kova levantó la barbilla, pero miró hacia abajo a través
de unas pesadas pestañas.

—Tócate mientras me masturbo.

Mirando la gruesa erección en mi mano, pregunté:

—¿Puedo hacerlo por ti?


—¿Hacer qué, Adrianna?

Me mordí el labio.

—Hacer que te corras como me lo haces a mí.

Su nariz se encendió y se detuvo.

—No.

—¿Por qué no? Quiero hacerlo.

—Preferiría que te dieras un orgasmo mientras yo miro.


—Me incliné hacia atrás y puse la mano en mi tierno sexo.

El estómago de Kova se flexionó mientras bombeaba en


su mano. Era una belleza y no pasó mucho tiempo hasta
que empecé a sentir ese dolor recién conocido que me
quemaba el vientre. Pero quería ser yo quien le hiciera eso,
quien lo acariciara. Sentada, me arrodillé a escasos
centímetros de él. Agarré la mano vacía de Kova, que aún
se alzaba sobre mí, y la puse en la V de mis muslos
empapados. Lanzó un suspiro. Miré sus ojos bajos y rodeé
su polla con la mano, demostrando lo mucho que quería
darle ese placer. Necesitando más humedad, escupí en mi
mano como lo haría si usara sus puños, y volví a poner mi
mano sobre él. Se le escapó un pequeño rugido y su pecho
se expandió con una profunda inhalación.

Acariciándolo fuerte pero lentamente, los labios de Kova


se separaron con un suspiro audible. Me agarro la nuca y
se inclinó para besarme, hundiendo su lengua en mi boca.
Tomó el control, y me gustó. Mucho. Más de lo que debería.
Era salvaje, feroz, y devoraba mi boca con pasión. El aire se
llenó de sexo y juro que oí un gruñido.

—Estoy cerca otra vez... métemela, —susurré contra sus


labios. Su pulgar rodeó mi clítoris y yo estaba desesperada
por conectar con él de nuevo, completamente.

—Dios, lo deseo tanto. Lo que sea para volver a estar


dentro de tu coño. Sentir cómo te aprietas a mi alrededor.

Gimoteé, y su polla se agitó en mi mano.

—Puedes, he dicho que puedes.


—No funciona así.

—Por favor.

—No... pero sigue haciendo eso. Sigue retorciendo la


cabeza un poco más.

—Lo quiero.

—Con lo que siento ahora, te voy a destrozar. No —


entonces dijo—: No pares... joder, no pares.

—Oh, sí —gemí, montando su mano. Mis caderas


empezaron a moverse solas. Su mano seguía golpeando mi
clítoris y yo no podía tener suficiente. Me agarré a su
bíceps y él se flexionó bajo mi brazo. Estaba al borde de las
lágrimas por sus burlas. El instinto se apoderó de mí y
trepé por encima de sus piernas, colocándolo en mi
entrada. Nuestras miradas se cruzaron y, en el momento en
que tocó mi entrada, me deslicé hacia abajo. Mis labios se
separaron al sentir que me estiraba. Kova me agarró de las
caderas para impedir que bajara del todo.
—No es una buena idea —me dijo. Mordiéndome el labio
inferior, exhalé contra su pecho. Kova me levantó la barbilla
para mirarlo. Sacudió la cabeza, con los ojos llenos de algo
que nunca había visto antes.

—Eres algo más, ¿lo sabías?

Me besó profundamente, avivando el fuego, y me subió y


bajó sobre él un puñado de veces antes de sacar y agarrar
su eje.
—¡Joder! —gritó, con su polla palpitando. Su cuerpo se
agitó y eso me complació. Un líquido blanco y caliente
golpeó mi estómago. Se pegó a mí, goteando lentamente
por mi vientre plano. Era lo más erótico que había visto
nunca.

Volví a colocar su mano entre mis muslos. Una sonrisa


gratificante curvó sus sensuales labios. No sabía quién era
en este momento, ni en quién me había convertido, solo
que Kova había sacado un lado de mí que no sabía que
existía. Me corrí unos instantes después.

—Nena —dijo en voz baja, pero lo oí mientras me rodeaba


con su brazo la parte baja de la espalda y me estrechaba
contra él. Me relajé y suspiré en su cuerpo, inhalando su
sensual aroma que ahora se fundía con nuestro sexo. Mis
labios se pegaron a su cuello, dándole pequeños besos de
satisfacción. Su polla palpitaba contra mí mientras seguía
liberándose sobre mí. Y me refiero a todo mi estómago y
mis muslos.

—Por eso no podemos volver a follar. Estás demasiado


tensa, te haría más daño de lo que te haría sentir bien. Me
preocupa haberte hecho daño la última vez.

Me puse seria con él y le devolví el empujón.


—Qué manera de matar el momento, Kova. ¿Cómo
esperas que eso cambie si no vuelves a follar conmigo? Tu
tamaño haría daño a cualquiera. —En realidad no estaba
segura de eso ya que no había visto toneladas de pollas
antes, simplemente lo supuse, lo cual creo que le gustó
porque sus cejas se dispararon y sonrió.

Sonreí, contenta de haber podido provocar esa reacción


en él. Algo cambió en el aire tranquilo mientras nos
mirábamos a los ojos. No estaba segura qué, pero cuando
Kova se inclinó para besarme, esta vez fue diferente. Fue
más lento, más cuidadoso y más suave. Más metódico. Fue
un beso apasionado, uno lleno de más peso del que
pretendía. Me encontré cayendo en él, mi corazón
abriéndose y aferrándose a él.

—Estoy enamorado de ti —admitió con sinceridad.

Estaba empezando a enamorarme de este hombre. Y eso


no era bueno.

Rompiendo el beso, Kova dijo:

—Vamos a limpiarte.

Mi corazón se detuvo.

—No te vas todavía, ¿verdad?

Hizo una pausa, mirando a un lado.

—Tengo que irme pronto, Malysh.

—Lo sé, pero quédate un poco más, por favor. —No


estaba preparada para que se fuera todavía después de lo
que habíamos compartido.

Kova asintió, y nos bajamos de la cama y entramos en el


baño. Cogí dos paños, los mojé y le di uno. Cuando fui a
limpiarme, me apartó la mano y me limpió él mismo. Por
alguna razón, mi corazón se derritió cuando lo dejé hacerlo.
Era gentil y dulce, y la mirada cariñosa de sus ojos me
apretó algo en el estómago. Me dio un beso en el hombro y
utilizó el mismo trapo para limpiarse rápida y eficazmente,
sin apartar sus ojos de los míos. Nos quedamos en silencio
y nos vestimos. Esta vez sólo me puse unas bragas cortas
de chico y una camiseta suelta. Me recogí el cabello en una
coleta cuando terminé.

En lugar de sentarse en mi cama, Kova se dirigió a mi


salón y se sentó en mi sofá. Fui a sentarme a su lado, pero
me agarró de la mano y me guió hacia su frente. Me subí,
me puse a horcajadas sobre sus muslos y bajé a su regazo.
Colocando mis manos sobre su pecho, me rodeó la espalda
con sus brazos y me acurrucó contra él. Nunca antes Kova
me había abrazado así, tan relajado y tan íntimo, pero sin
ningún motivo sexual. Casi como un abrazo de enamorados.

Pasaron unos momentos de silencio cuando Kova habló:


—Adrianna, necesito preguntarte algo —dijo contra mi
oído—. ¿Estás tomando anticonceptivos?

Mi corazón se detuvo.
—No.

—Joder —murmuró en voz baja, pero yo había oído la


decepción en su tono. Su cuerpo se enroscó bajo el mío y
me sentí mal por no haberlo considerado en ese momento
—. No puedo creer lo estúpido que he sido.
Al retirarme, lo miré a los ojos con solemnidad. Sus
manos bajaron a mis caderas.

—No es tu culpa, Kova. Yo también debería haber sido


más responsable. No pensaba con claridad.
Bajé la mirada hacia su hombro, ensimismada en las
ramificaciones de nuestros actos. Yo era más inteligente y,
sin embargo, cometí un grave error de juicio. Fue más que
ignorante de mi parte.

—Bueno, el lado positivo es que no terminaste dentro de


mí.

Kova me miró con simpatía, sus manos se deslizaron


hacia mis caderas.
—No tengo que correrme dentro de ti para que te quedes
embarazada, Adrianna. Se llama pre-semen.
Sabía cómo se llamaba, solo intentaba darle algo de
esperanza.

—Lo sé, pero la posibilidad es realmente escasa. —Eso, lo


sabía.

Me mordí el labio. Correrme dentro de ti... Mis mejillas se


sonrojaron ante su voz sexy y baritonal. Mis caderas se
acurrucaron a propósito en su regazo, sintiendo su longitud
debajo de mí. Era cálido y reconfortante, y algo en estar
entre sus brazos era pacífico.
—Y sí, lo hice. La primera noche que nos acostamos, me
corrí dentro de ti.
 
Capítulo 57

Mierda.

La sangre se me escurrió del rostro.


Lo había olvidado por completo, pero la idea que se
corriera dentro de mí me hizo sentir un calor intenso.
Nunca me había interesado demasiado por el sexo, pero
Kova estaba sacando a relucir mi lado inquisitivo, haciendo
que quisiera explorar más.
—Cualquier cosa es posible, Ria —dijo suavemente. Mis
dedos recorrieron su hombro musculoso mientras pensaba
en lo que podía hacer para reducir las posibilidades de
quedar embarazada. Me vino una idea a la cabeza.
—¿Y la píldora del día después? —sugerí, alegremente.
No quería tomar algo como la píldora del día después, a
saber de qué demonios estaba hecha, pero tampoco estaba
preparada para criar un bebé. Tenía metas, sueños y
aspiraciones.

Kova se movió incómodo debajo de mí y se llevó una


mano a la boca. Cuando se quedó callado, le dije:

—Previene el embarazo cuando no se usa protección


durante el sexo.
Volvió a girar los ojos hacia los míos.

—Sé lo que hace.

—Oh, bueno, no has dicho nada.


—Solo estaba pensando en la idea. —Sus ojos distantes
miraban algo detrás de mí antes de volver a los míos—. No
puedo obligarte a tomar nada, Adrianna. Es tu elección y tu
decisión, pero creo que esto sería lo mejor para ti. Para
nosotros.

Asentí con la cabeza.


—Creo que...

Me cortó.

—Te diré ahora mismo que si te quedas embarazada y de


alguna manera llega a mí, lo negaré hasta el día de mi
muerte —dijo, apartando un mechón de cabello caído de mi
rostro.

Mi estómago retrocedió ante su tono amable pero sus


palabras desconsideradas. Yo tenía tanta culpa como él, y
eso era lo último que quería.

—Sin embargo, no me siento cómoda comprándola...


¿Crees que podrías conseguirla por mí?

Kova no dudó.

—Sí.

—¿Pero qué pasa si alguien te ve comprándola?

Sus cejas se juntaron y luego se separaron.

—Iré a una farmacia de la ciudad más cercana. Problema


resuelto.

Los dos soltamos un fuerte suspiro al mismo tiempo. Una


mirada de alivio pasó por nuestros rostros. Lo último que
quería era que me pillaran, y mucho menos tener un
maldito bebé. Y podía garantizar que Kova sentía lo mismo.

—¿Cuándo irás? Creo que hay una fecha de caducidad


sobre el tiempo que tienes antes que no sea efectivo.
Asintió con la cabeza.

—Creo que es una semana o algo así... Katja. —Se detuvo,


el remordimiento plagaba su rostro con fuerza y me
molestó. Cuando se recuperó, dijo en voz baja—: Katja la ha
tomado antes. Iré cuando salga de aquí a buscarla. Estará
en tu taquilla mañana por la mañana, así que vete al
gimnasio temprano y cógelo. La sacaré del paquete para
que nadie la vea.

Me ardía el pecho. No me entusiasmaba la idea que Katja


tuviera que tomar la píldora porque Kova no podía
controlarse con ella. Lo quería así solo para mí.

—¿Qué aspecto tiene?


—Es una pequeña píldora blanca. La pondré a un lado
con una botella de agua de Aloe delante.
Mi corazón se movió, esa sensación desconocida
volviendo. Los ojos de Kova se clavaron en los míos
mientras me soltaba el cabello, cuyas gruesas ondas caían
por mi espalda. Me lo recogió, tirando de algunos
mechones por encima de mi hombro para que descansaran
sobre mi pecho.

—Siempre llevas el cabello recogido. Hoy me ha gustado


verlo suelto —admitió sombríamente—. Estabas preciosa
cuando te vi en mi despacho. No tenía intención de hacer
nada más contigo, ni ese ridículo trato que te hice hacer,
pero cuando te vi, todo cambió.
—No elegí ese vestido a propósito, lo sabes, ¿verdad?

Kova sonrió, asintiendo.

—Estaremos de acuerdo en no estar de acuerdo en eso.


Le dirigí una mirada severa y juguetona. Su sonrisa
cambió y se puso más serio, mirándome a los ojos con tal
profundidad que sentí que podía ver mis pensamientos más
profundos.

—Eres diferente a las demás.

Puse los ojos en blanco.

—La frase más cliché de la historia, Kova.

Me abrazó un poco más fuerte.

—Piensa lo que quieras, pero no importa lo que lo que


haga o diga, me siento atraído por ti explícitamente. Como
una polilla a la llama. —Mis cejas se alzaron.

Su nariz rozó mi mejilla con dulzura.

—Es cierto, piénsalo. Yo soy la polilla, tú eres la llama. Es


una atracción irresistible que terminará en la destrucción
total.

Qué morboso.

—¿Crees que la polilla sabe que está siendo atraída?

Kova se sentó en silencio, mirando mi pecho que estaba


paralelo a su cara. Solo que no miraba con deseo, parecía
perdido en sus pensamientos, tal vez preguntándose si la
polilla sabía algo mejor. Llevaba puesta una camiseta tres
veces más grande que colgaba holgadamente de los brazos,
mostrando un poco de piel. El dorso de su dedo subió y
rozó sin prisa el costado de mi redondo pecho. Mis pezones
se fruncieron en respuesta, mostrándose a través de la
camiseta.

—El deseo puede ser mortal. La tentación puede ser


tóxica. Pero, ¿creo que sabe que está siendo atraída? No —
dijo en voz baja, pasando su dedo en círculos sobre mi
carne.

—Como ahora mismo, estoy tentado de apartar este fino


material y presionar mis labios contra tu tierna piel. Pero
sé que si me acerco demasiado, si vuelvo a probarte. —Me
guiñó un ojo y sonreí ante el destello de sus ojos—,
entonces no podré parar. Querré más hasta que sea
demasiado tarde para parar. Pero si lo hago —empujó el
hueco del brazo sobre mi pecho, el dorso de su dedo
rozando a propósito sobre mi rosado pezón—, no significa
que tenga que hacer nada, pero la lujuria, el hambre, el
deseo, todo está ahí, tirando con una fuerza tan poderosa
que un final no es ni siquiera un pensamiento. Es puro
deseo.

Mis dedos siguieron enhebrando su cabello mientras él se


ponía duro debajo de mí. Su lengua se deslizó y lamió el
labio inferior antes de inclinarse y aplastarla
delicadamente alrededor de mi pezón. Mi corazón se
aceleró, cobrando vida mientras él lamía y tiraba de mi
sensible piel. Mi espalda se arqueó seductoramente
mientras apretaba la parte posterior de su cabeza contra
mí. Se tomaba su tiempo, pasando la lengua por el capullo
y recorriéndolo en círculos. Un gemido salió de mis labios y
él se retiró con un chasquido. Mirando a través de mis
pesados párpados, mi pezón estaba duro y puntiagudo
mientras él lo miraba como si quisiera devorarme. Volvió a
cubrirme y se encontró con mi mirada.

—Eres la luz brillante que me atrae... Y me parece bien.


La cosa es que me he dado cuenta que me gusta hablar
contigo, Adrianna. Me gusta estar cerca de ti. Nunca le he
contado a ninguna otra gimnasta o amiga lo de mi madre y
su secreto, solo a Katja. Se siente natural contigo. Me
olvido que solo tienes diecisiete años. Eres una luchadora,
y no importa lo que te empujen hacia abajo, no importa lo
que tengas en contra, haces lo que tienes que hacer y no te
quejas. Eres fuerte y resistente. Eres implacable, y eso me
parece jodidamente atractivo. Me excita, pero también es
la razón por la que te trato como lo hago.

—Es por lo que has estado tan caliente y frío conmigo.

Asintió.

—Al principio, era la persecución, el andar a escondidas


que todo lo acumula. Como entrenador, lo sé mejor. Hay
clases que tenemos que tomar para ser conscientes de
estas cosas, al fin y al cabo sigues siendo una menor, pero
lo que no nos enseñan es que no siempre es el entrenador
quien seduce al deportista. Que a veces, quizás a veces, es
al revés.

—Tú crees que yo te seduje —afirmé sin tapujos—.


Porque en el momento en que esto empezó sabía lo que
hacía con un hombre mayor, así que me propuse
conseguirte.

Sacudió la cabeza, con la frente arrugada.

—Creo que mucho de esto tiene que ver con la atracción


más que nada. La atracción es la raíz de todos los males, no
el dinero como dicen algunos. Puede ser todo lo que has
imaginado y destruirlo todo al mismo tiempo. Todas las
relaciones comienzan con la atracción que lleva a alguna
forma de lujuria. Es una reacción natural que proviene del
cuerpo. ¿Creo que me has seducido a propósito? —Se rio
con una pequeña sonrisa—. No exactamente. —Me rozó un
mechón de cabello detrás de la oreja y dijo—: El fuego que
arde dentro de ti para ser mejor, para demostrar que los
demás se equivocan contigo, es peligroso, y eso es una
atracción en sí misma. Es una atracción infernal. Los dos
seremos nuestra ruina si no nos detenemos mientras vamos
por delante.
Hizo una pausa y volvió a mirarme profundamente a los
ojos. La culpa que se entretejía en su cara era fuerte y me
heló. El nudo que se formó en mi estómago y que coincidía
con sus rasgos me decía que sus siguientes palabras
causarían daño. Una punzada en el pecho se extendió por
todo mi cuerpo. Mi rostro cayó, mi corazón se rompió.

—¿He hecho algo malo?


Las lágrimas detrás de mis ojos no dejaban de subir.

—Hiciste todo bien, pero sabes tanto como yo que esto


tiene que llegar a su fin. No puede seguir así. No más
patinar en los bordes. No más persecuciones. No vale la
pena perderlo todo.

Mordiéndome el labio inferior, estudié mis dedos


mientras se deslizaban por la clavícula de Kova. Sus
palabras no eran malintencionadas, pero eran profundas y
me daban ganas de llorar.

—Tienes razón —acepté con voz temblorosa.


—Nunca podemos admitir nada ante nadie, lo sabes,
¿verdad?
Asintiendo, dije:

—Nunca se lo diría a nadie.


—Pero aunque alguien lo sospeche, diga que se ha
enterado, no caigas en la trampa. —Mis cejas se inclinaban
una hacia la otra y él continuó—: Nunca diré una palabra
de esto a nadie, no importa lo que digan. Y tú tampoco.
El teléfono de Kova vibró en su bolsillo. Al sacarlo, vi que
el nombre de Katja aparecía en la pantalla. Frunció el ceño.
Era casi medianoche, y me preguntaba qué le diría.
—Tengo que irme. —Me levantó las caderas y me apartó
de él para ponerse de pie.
Me arreglé la camisa y crucé los brazos bajo el pecho.

—¿Le dirás a Katja la razón por la que llegas tan tarde?


—Ella no me cuestionará.

Perpleja, pregunté:
—¿Por qué no?

—No le daré la oportunidad —dijo, con sus ojos


recorriendo tranquilamente mi cuerpo. Mis pezones se
endurecieron y mis mejillas se sonrojaron. Kova se ajustó la
polla, lo que hizo que mirara en esa dirección. El bulto en
sus shorts era evidente.
Mi pecho se tensó, mi mandíbula se aflojó. Estaba
empalmado, quería sexo. Y el sexo sería con Katja.
Se me encogió el corazón al pensar que tenía sexo con
ella mientras pensaba en mí. Sabía que era estúpido
sentirme así, pero no podía evitarlo.
Le seguí hasta la puerta. Se dio la vuelta con la mano en
el pomo. Kova me miró y subió una mano para acariciar mi
mejilla. Cerré los ojos cuando se inclinó y me dio un beso
en la frente.
Me mordí el labio mientras él salía rápidamente y se
marchaba; una cálida lágrima resbaló por mi mejilla.
Me di la vuelta, me apoyé en la puerta y me abracé a mí
misma mientras me deslizaba y dejaba caer las lágrimas.
 
Capítulo 58

La oscuridad era total cuando llegué al gimnasio un poco


antes de lo habitual.
Tenía los ojos hinchados y estaba mental y físicamente
agotada mientras aparcaba la camioneta. Mi rostro estaba
desprovisto de su maquillaje habitual y mi cabello ni
siquiera estaba cepillado hoy. Salí, agarre mi bolsa de
deporte del asiento trasero y cerré la puerta. Me la colgué
del hombro y entré en World Cup.

Esta mañana había un silencio inquietante. No había


gimnastas en la pista, ni música, ni trampolines sonando.
Solo el aroma de la tiza y el café se mezclaba en el aire y el
leve sonido de los papeles mientras caminaba hacia los
vestuarios y abría la puerta de mi taquilla.
Tragué saliva al ver lo que tenía delante de mí en la
pequeña estantería. Un paquete de cuatro botellas de agua
de coco con una nota adhesiva, un par de botellas nuevas
de agua de Aloe, un nuevo paquete de vendas junto con
nuevas muñequeras, y un pequeño sobre blanco. Sin
abrirlo, supe que contenía la píldora del día después.

Cuando Kova se fue, me metí en la cama y lloré hasta


quedarme dormida. Me dolía el corazón, pero la realidad de
la situación era clara.

No habría más Kova y yo.


Inconscientemente, sabía que nunca sería más de lo que
era. Nunca podría funcionar en esta vida. Era demasiado
peligroso. Era lo mejor, pero no hacía más fácil lidiar con
las consecuencias emocionales. Todavía tenía que verlo a
diario. Decidí que no entablaría ninguna charla con él, que
no miraría con nostalgia en su dirección, que no aceptaría
regalos suyos, nada. Lo mantendría completamente
platónico. Tenía cosas más importantes de las que
preocuparme y en las que centrarme, pero mi corazón
estaba roto.

Me estaba enamorando de él.


No por amor, no creía en el amor. Al menos no a mi edad.
Era realista, y a los diecisiete años no te enamoras.
Simplemente no era posible. Sin embargo, había empezado
a desarrollar sentimientos por él que traspasaban el plano
profesional y eso me preocupaba.

Sin embargo, ver sus regalos delante de mí, regalos que


no quería aceptar, por alguna razón hizo que me temblara
la mandíbula y se me revolviera el estómago. Alcancé la
nota adhesiva amarilla y leí la letra de Kova.

Pensé que querrías probar esto. Es similar a tu agua


de aloe, pero, en mi opinión, es mejor para ti.
K      
Por supuesto que era mejor. Kova lo sabía todo.

Cogí el paquete, abrí rápidamente el cartón y saqué una


botella. La destapé, me la llevé a la nariz e inhalé. Olía a
coco fresco y se me hizo la boca agua. Tomé un sorbo, me
gustó más de lo que esperaba y me bebí casi la mitad de la
botella antes de coger el sobrecito y abrirlo.

Acunando la mano, una pequeña píldora blanca cayó en


mi palma. Una píldora que me recordaba lo tonta que había
sido. Mi corazón empezó a bombear con fuerza al verla.
Una pequeña píldora tenía el poder de cambiar
irremediablemente una vida. No quise darle más vueltas,
así que, sin dudarlo, me metí la pastilla en la boca y recé
una pequeña oración. Tomé un trago de agua de coco y
tragué. Puede que me haya descuidado, pero mi futuro
estaba en juego... así como el de Kova. De ninguna manera
iba a ponerlo en peligro de ningún modo o forma.

Arrugué la nota en mi mano y la dejé caer en mi bolso


para poder tirarla cuando llegara a casa. No iba a ser
estúpida como Kova y arriesgarme a que alguien la viera.

Al fin y al cabo, había venido a Wold Cup por una sola


razón. Para entrenar con los mejores y poder alcanzar la
gloria olímpica. No iba a permitir que mi concentración me
disuadiera de nuevo. Iba a sumergirme en los
entrenamientos y a trabajar más duro que nunca. La
gimnasia tiene fecha de caducidad. Y como cada vez estaba
más cerca de ella, tenía mucho que lograr en poco tiempo.
Iba a demostrar que todos estaban equivocados y a volcar
cada minuto que tuviera en el deporte que fue el primero
en robarme el corazón. Mente, cuerpo y alma. Tenía todo lo
que necesitaba en la punta de los dedos. No había razón
para no tener lo que quería.

Las dudas sobre mí misma aparecieron mientras me


desvestía. Era como ese molesto mosquito que no se iba.
Me pregunté si tenía suficiente tiempo o si era posible
llegar a los Juegos como había pensado.

Desgraciadamente, sabía que tenía que rebajar algunas


de mis habilidades debido a mi estúpida lesión. Pero no
pasa nada. Solo me empujaría a luchar más duro.

Después de cerrar mi taquilla con llave, entré en el


gimnasio, donde Kova me esperaba en el suelo con un rollo
de cinta adhesiva en la mano. Mi corazón dio un salto y se
acercó a él. Mis labios formaron una línea firme y sombría
cuando nuestras miradas se cruzaron. Él se tensó
notablemente, sus hombros se encogieron mientras una
sombra se proyectaba sobre sus ojos, protegiendo sus
emociones, sin revelar nada.

Me quedé callada mientras me sentaba en el suelo con la


pierna herida doblada. Kova estaba ante mí con un rostro
estoico. Aunque sus ojos eran ilegibles y sus movimientos
profesionales, el vello facial que proyectaba una sombra
oscura sobre su mandíbula y las ojeras lo delataban. El olor
de su colonia era tenue, pero lo suficiente como para
incitarme a inclinarme e inhalar el aroma en mis pulmones.
Picante y atrevido, me hizo pensar en lo que había sucedido
hacía solo un puñado de horas.

Ambos nos quedamos en silencio mientras él colocaba la


cinta deportiva blanca en lugares específicos de la parte
posterior de mi pantorrilla. Esta vez sus manos no se
demoraron y sus dedos no estimularon. Lo triste es que yo
deseaba desesperadamente que lo hicieran.

Cuando terminó, se levantó y me tendió una mano para


ayudarme a levantar. No podía mirar su mano sin pensar en
dónde había estado, en lo que me había hecho. Sacudiendo
los pensamientos de mi cabeza, me levanté del suelo y me
puse de pie.

—¿Cómo se siente?

¿El órgano que me dolía en el pecho? Me dolía


muchísimo.

Hice rodar el tobillo.

—Bien, supongo.

—Mírame.

Levantando mis ojos para que se encontraran con los


suyos, señaló con un dedo y dijo:
—Si tienes algún tipo de dolor, cualquier cosa, tienes que
hablar inmediatamente. ¿Me entiendes?

—Sí.

—Cualquier cosa, Adrianna. Me estoy jugando el cuello


por ti ahora mismo. —Me miró con complicidad y asentí.

Metiéndome el labio en la boca, me lo mordí. Hice rodar


los pies en la alfombra azul, haciendo crujir los dedos con
nerviosismo. Los ojos de Kova siguieron el movimiento
desde mi boca hasta mis pies y escupió:

—Escúpelo, Adrianna. ¿Qué está pasando?

Adrianna. No me dolió eso. Ya eran dos veces.


—Me tomé la pastilla —susurré en voz baja, a pesar de
ser los únicos en el gimnasio—. Y, gracias por las
muñequeras y el agua de coco. No tenías que hacerlo. —
Todavía estaba un poco perpleja de por qué lo había hecho,
teniendo en cuenta cómo habíamos terminado las cosas.

Kova bajó la barbilla, se dio la vuelta y se alejó. Tenía la


espalda rígida y tiesa, y me di cuenta que estaba lidiando
con sus propios demonios internos. Fue un poco grosero
que lo hiciera sin ni siquiera un “de nada”, pero fue lo
mejor. En realidad no necesitábamos hablar a menos que
estuviera relacionado con la gimnasia.

Esta mañana he entrenado con mi némesis durante tres


horas: la barra de equilibrio. Entre el trabajo conmigo y con
las otras chicas del equipo, Kova me ayudó a suavizar mi
rutina. Ha sido el típico ruso idiota todo el tiempo, quizás
más con las otras chicas por una vez. Cuando hacíamos
contacto visual, era para que me diera un ejemplo de lo que
debía hacer. Yo mantenía un rostro serio y asentía cuando
él ladraba órdenes y luego me preguntaba si me dolía
aterrizar. Era la primera vez que no temía a la viga, y eso
era motivo de preocupación, ya que no me arriesgaba ni me
jugaba el cuello. Un poco de miedo era bueno.

O tal vez solo me faltaba emoción para el día.

Mientras me empolvaba las manos con tiza y me


preparaba para las barras, otra prueba que me quitaría la
tensión de la pantorrilla por el momento, escuché a Reagan
hablando con las otras chicas sobre un novio que se
suponía que no tenía. No es que me importara. Era la regla
más tonta que había oído nunca, pero supongo que tenía
sentido.

Perderíamos la concentración si ese fuera el caso, y así


fue. Solo hay que ver el tiempo que pasé pensando en Kova.

Recordé el día en que no quiso prestarme su juego de


agarres extra, como si yo tuviera alguna enfermedad
mortal que fuera a costarle un miembro. Sacudí la cabeza y
resoplé mientras pasaba los dedos por mis puños y envolvía
con el velcro las nuevas muñequeras que me había
regalado Kova.

El sonido de la música clásica sonaba de fondo, atrayendo


mi atención hacia el suelo. Holly estaba ejecutando con
gracia su rutina, una rutina que tenía habilidades que yo no
podía hacer por el momento. Y a menos que mi Aquiles se
curara y volviera a ser fuerte, no las haría en absoluto. No
era una persona celosa, pero en este momento era la
definición de envidia.

Exhalé y sacudí la cabeza, mis pensamientos saltaban por


todas partes. No necesitaba la aprobación de nadie. No era
del tipo que necesita muchos amigos. Aprendí viviendo en
Amelia Island que era mejor tener unos pocos amigos
íntimos y mantener al resto a distancia. Todos eran falsos y
solo miraban por sí mismos. Eran lo que yo llamaba gente
de Wonder Bread.

Falsos, pegajosos e insípidos.

La definición de Reagan.

Dios, sonaba como una cínica.

Hayden pasó con una sonrisa que hizo que mis hombros
se relajaran. Su encanto era contagioso y no pude evitar
devolverle la sonrisa. Había sido un buen amigo, uno del
que no creía poder prescindir desde que había llegado
aquí.
Frotando un poco de tiza en mis muslos, escuché a
Reagan decir:

—Hayden está tan jodidamente bueno. No entiendo por


qué Adrianna es virgen. Siendo tan buena amiga de él, es
sinceramente sorprendente que no lo haya follado. A menos
que le gusten las chicas.
Miré por encima de mi hombro y las chicas se rieron.
¿Follado?
—Ella no sabe lo que se pierde.
—O tal vez sea porque quiere una atleta a su nivel, no
una que necesite un trabajo serio y se crea mejor de lo que
realmente es —dijo con chulería—. Tampoco una a la que
papá tenga que sobornar.

Te consigue tu estúpida cafetería en la que estudias. Eso


era lo que yo consideraba una situación en la que todos
ganaban, pero Reagan era tan estrecha de miras que no
podía ver que también la beneficiaba a ella.
Reagan continuó:
—Adrianna la mojigata. Miss Moneybags se está
reservando para el chico perfecto al que sus padres le
pagarán también. —Las chicas volvieron a reírse. Se me
heló la sangre.

—Sabes, Reagan —dije dulcemente, poniéndome de pie y


caminando hacia ella—. Ya estoy harta de tu mierda. Nunca
hablo ni digo nada sobre tus constantes comentarios
despectivos, pero hoy sí. Estoy harta de tu tono
condescendiente y de tus miradas. Te crees mucho mejor
que todas las gimnastas de aquí, pero tengo noticias para
ti. No lo eres. Así que por qué no te callas y me dejas en
paz.
Mi comentario no pareció perturbarla.

—Oh, ¿estás cansada de esto? —Ella movió las pestañas.


Tuve ganas de romperle los dientes. Asentí con la cabeza y
ella continuó—: ¿No es cierto, Adrianna? —se burló Reagan
—. Te estás reservando.
Sacudí la cabeza.

—¿De qué estás hablando?


—De que eres virgen —afirmó.

—¿Por qué te interesa tanto mi vida personal? A no ser


que seas tú la que está metida en las chicas y me quieras a
mí. —No estaba en mi naturaleza caer tan bajo, pero hoy no
era el día.

—¿Cómo puedes ser amiga de él —miró a Hayden—, y no


hacer nada? Yo le habría dado mi tarjeta V cualquier día.

—No es que sea información tuya, pero no tengo mi


tarjeta V —dije con comillas de aire—. Ya está. ¿Te ayudará
eso a dormir mejor por la noche?
—¿No la tienes? ¿Desde cuándo?
Me estaba confundiendo. ¿Cómo demonios iba a saber
ella mi condición de virgen, para empezar?
—¿Cómo que desde cuándo?

—¿No recuerdas nuestro juego de Verdad o Reto en el


que admitiste que eras virgen?
Avery. Pero esa era la menor de mis preocupaciones
ahora mismo. Mi pecho se calentó, la sangre subió
rápidamente a mis mejillas y salió a mis oídos cuando caí
en la cuenta. Cristo todopoderoso, ¡había dicho eso! No
podía recordar lo que había cenado hace cinco noches y
mucho menos lo que le había dicho a la líder del grupo de
chicas malas. Sin embargo, con Reagan recordándome,
ciertamente había divulgado mi estado de virginidad y
ahora me jodí admitiendo que ya no era virgen.
—Bueno, mentí. No era de tu incumbencia entonces y
seguro que no lo es ahora. ¿No deberías estar en las barras
perfeccionando tu rutina? —Reagan estudió mi rostro, mis
mejillas se sonrojaron aún más.
—Has tenido sexo desde que estás aquí —declaró.

—No voy a tener esta conversación contigo. Si no vas a


subirte a las barras, lo haré yo. —Di un paso alrededor de
ella, pero me detuvo agarrando mi brazo.

—Lo has hecho, ¿no?


—¿Qué te importa a ti? —Me aparté del brazo y la fulminé
con la mirada.
Su boca se curvó en una sonrisa socarrona.
—Bueno, bueno, bueno. Aquí la cabeza de zanahoria ha
sido desflorada.

—Sabes, Reagan, ¿has visto alguna vez una cabeza de


zanahoria de verdad? Porque son verdes, no rojas. Así que
el término cabeza de zanahoria ni siquiera tiene sentido. Y
en caso que seas daltónica, claramente no soy una pelirroja
sólida.
Las mejillas de Reagan se colorearon y yo me alegré
secretamente de ello. Estaba enojada, y pude ver cómo los
pensamientos daban vueltas en su cabeza tan rápido que
una lenta sonrisa se extendió por mi rostro. La dejé sin
palabras, por una vez.
—Estoy bastante segura de haberte oído decir que tienes
novio. Qué y con quién me acuesto en mi tiempo libre no es
de tu incumbencia. —La había oído bien, ¿verdad?
Palmeando la barra baja, me balanceé y la monté.

—Averiguaré con quién has perdido tu tarjeta V. Luego se


lo diré al entrenador, ya que no se nos permite tener novios
—dijo con despecho—. No me imagino que papá pueda
sacarte de esa.

Ignorándola, puse mis pies en la barra y me puse de pie


alcanzando la barra alta. Ella me empujaba para que me
rajara, pero me negaba a ceder. No había forma que me
delatara, ella era igual de culpable si ese era el caso.
Me lancé a una parada de manos, hice una serie de
paradas de manos para calentar y luego empecé a añadir
conexiones. Todavía no me dolía la pantorrilla, aunque todo
lo que hacía era muy ligero. Mi cuerpo volaba sin
problemas por el aire de una barra a otra. Me encantaban
las barras. Me encantaba la sensación de cerrar el mundo y
dejarme llevar, confiando solo en mí para coger la barra.
Era un subidón de adrenalina, uno que perseguía a menudo
con este deporte. Cuando sentía que los brazos y los
hombros se tensaban, reducía la velocidad para apoyarme
en la barra alta inclinando las caderas contra ella e
inclinándome hacia adelante. A continuación, hice piruetas
y un ligero desmontaje, en el que volvía a empezar y lo
hacía de nuevo hasta que me sentía preparada para seguir
adelante.

Después de apretar el velcro en las muñecas, exhalé


cuando mis manos se agarraron a la barra y visualicé mi
siguiente movimiento. La conciencia se apoderó de mí. La
espalda se me calentó y supe sin duda alguna quién me
estaba mirando por detrás.
Miré por encima de mis hombros. Kova.

Me miraba con furia, como si quisiera estrangularme. La


sangre se drenó de mi rostro, mi peso descendió
lentamente sobre la barra mientras la inquietud inundaba
mis venas. Kova me miraba desde la barrera, su mirada
impenetrable me quitaba el aire de los pulmones. Lo había
oído todo, toda la conversación con Reagan.

Estaba helada hasta los huesos.


Entumecida.
 
Capítulo 59

—Holly estaba allí cuando dijiste que eras virgen.

Me encogí ante sus palabras.


—Me pondré manos a la obra. —Se puso tiza, perdida en
sus pensamientos de nuevo mientras montaba el conjunto
de barras asimétricas a la izquierda, claramente sin darse
cuenta que Kova estaba de pie al otro lado de mí.

No procesé lo que dijo Reagan. No podía. Lo único en lo


que podía concentrarme era en las venas de los antebrazos
de Kova y en el tic de su mandíbula. Su nariz se encendía y
estaba segura que en cualquier momento vería salir humo
de sus orejas.
Me sentí mal.

Náuseas.
Ahora sabía que había sido virgen.

Mi corazón se aceleró tanto por su mirada hirviente, que


tamborileó en mis oídos.

Él escuchó todo. Todo.

Y estaba molesto. No puedo imaginar cómo no lo vi allí de


pie.
No, estaba echando humo y mirándome con repulsión, y
lo detestaba. Tenía las manos apretadas a los lados,
sabiendo que no podía hacer ningún comentario. Así que se
quedó allí, frunciendo el ceño, abriéndome con su mirada
de odio. El asco en su rostro me hizo revolver el estómago.
Después de todo lo que habíamos compartido entre
nosotros, las conversaciones y la intimidad, no quería que
me mirara así.

Necesitaba romper el contacto visual, así que me dejé


caer hacia adelante y me colgué de la barra, fingiendo que
me arreglaba los agarres como si tuvieran que estar más
apretados. Di una palmada para quitarme el polvo de la
tiza. Cualquier cosa que se me ocurriera para evitar verlo
cuando levantara la vista. Mi corazón se aceleraba tanto
que me dolía. Necesitaba salir de este aparato
inmediatamente. Necesitaba salir de aquí. Tenía
demasiadas cosas en la cabeza como para centrarme en lo
que había oído y en cómo iba a arreglar esto.

No, tenía que dejar de lado a la perra de Reagan y al


molesto de Kova y centrarme en la gimnasia. Eso es lo que
necesitaba hacer.
Mierda. Ahora me temblaban las piernas. Tratando de
ignorar todo lo que acababa de arruinar mi vida en
cuestión de dos minutos, me levanté y continué con mi
calentamiento. Terminé con un simple desmontaje de
espalda. Mi mente estaba enloquecida, mi estómago tenía
náuseas y me sentía muy mal. Rápidamente, me puse a
calcar e intenté volver a subirme a las barras. Justo antes
de hacer un kip, me detuve con las manos alrededor de la
barra. No pude hacerlo. Mi instinto me decía que no me
arriesgara. Me temblaban las manos y tenía el corazón en
la garganta. Estaba desequilibrada. Estar cerca, y entrenar
con Kova, me estaba jodiendo la cabeza.

Al retroceder, mis brazos cayeron sin vida a los lados.


Levanté la vista y vi a Kova al otro lado del gimnasio
trabajando con una gimnasta en el suelo. Pero él seguía
mirándome fijamente. Sus increíbles ojos decían todo lo
que necesitaba saber.
Jesús, María y José. ¿Qué mierda he hecho?

—Reagan, déjala en paz.

Mi cabeza se levantó al oír la voz de Hayden. Jesús. Ojalá


hubiera llegado unos minutos antes. La mirada inquisitiva
en sus ojos decía que sabía que había algo más en la
historia que solo Reagan siendo una imbécil como lo era
normalmente, pero por suerte lo pasó por alto. No sabía
cuándo había llegado ni cuánto había escuchado.

Reagan sacó la cadera.

—¿Por qué? ¿Tienen algo? Porque sabes que eso no está


permitido.

—Conozco bien las reglas, Rea. Y también Aid. Te pido


que te eches atrás y retires tus garras. Somos amigos, nada
más.

—¿Aid?

Hayden destapó su botella de agua y le dio un sorbo, sin


romper el contacto visual con ella. Volvió a taparla y dijo:

—Sí, Aid, como cuando te llamo Rea. Es un apodo, es lo


que hacen los amigos.

Hayden se alejó y yo caminé en dirección contraria. No


podía respirar. Necesitaba aire. Necesitaba algo. Estaba
empezando a sentir pánico y no sabía cómo calmarme
porque no tenía a nadie con quien hablar. Mis nervios se
encendían y me sacudían hasta la médula. Empecé a
arrancarme los grips mientras salí al vestíbulo, todo el
tiempo podía sentir los ojos de mi entrenador quemando un
agujero en el lado de mi rostro. Sin embargo, no miré,
porque ya sabía lo que iban a decir.

Decepción.
Mentira.

Engaño.
Asco.

Dios, pero era tan bueno. Increíble. Y aunque omitía ese


hecho, aún quería que me deseara. Todavía quería que me
deseara. Lo haría todo de nuevo si tuviera la oportunidad.
Solo con pensar en ello, mi cuerpo se calentaba y mi
corazón latía con fuerza por todas las razones correctas.
Puede que fuera virgen, pero sabía que nadie podría
compararse con él ni con la forma en que su cuerpo se
sentía contra el mío, ni con el placer que me
proporcionaba. Había algo más entre nosotros que el sexo y
la gimnasia, y ambos éramos conscientes de ello.

Sacudiéndome, entré en el baño y me eché agua fría en el


rostro. No podía ir a casa, así que tendría que actuar como
si no pasara nada y hablar con Kova después del
entrenamiento, cuando todos se fueran y estuviéramos
solos.

Dos horas más tarde, había arruinado mi rutina a diestra


y siniestra.

Puede que pareciera que no tenía nada en mente y que


solo tenía un mal entrenamiento, pero eso era porque me
habían enseñado a hacerlo.
Sin embargo, si alguien se metiera en mi cabeza, vería el
revoltijo caliente que era. No podía pensar con claridad. No
podía balancearme limpiamente. Las piernas se me
deshacían. Tropezaba, mis pies rozaban el suelo y no podía
desmontar limpiamente. Estaba por todas partes. Era
horrible. La gente tenía que ver lo terrible que era mi
actuación. Estoy seguro que Reagan tomó nota.

Ni siquiera estaba haciendo mis movimientos de


lanzamiento por miedo a meter la pata y no coger la barra.
O peor aún, asustarme en el aire y aterrizar en la barra con
mi cadera. Me ceñí a las barras básicas e hice destrezas
fáciles, unos cuantos lanzamientos sencillos. La verdad es
que no tenía otra opción si quería conservar la poca
cordura que me quedaba.

Reagan y sus amigas susurraban en voz baja todo el


tiempo. Lo ignoré, sin importarme lo que pensaran. Ya
tenía una lesión, no necesitaba aumentarla, así que jugué a
lo seguro por este día. Y no ayudó que cada vez que miraba
por encima de mi hombro, veía a Kova mirándome. No solo
estaba actuando como una mierda, sino que él me
observaba con sus hermosos brazos cruzados frente a su
pecho, criticando cada uno de mis movimientos. Me miraba
tan fijamente que decidí hacer un esfuerzo para evitar
mirar en su dirección.

Solo quedaba un lanzamiento más antes de hacer un


desmontaje de emergencia y pasar a la última prueba del
día. Necesitaba terminar con las barras, terminar con la
práctica para poder hablar con Kova.

Un Giant en un cambio ciego, otro Giant para ganar


impulso, respiré profundamente y solté la barra para pasar
a un Jaeger.

Solo para fallar.


Entré en pánico, mi corazón se hundió en el aire, cayendo
al suelo antes que yo. Un movimiento tan sencillo que había
hecho durante años, y como mi mente estaba en un millón
de lugares diferentes, lo estropeé de forma estrepitosa. O
bien golpeé demasiado pronto o solté demasiado pronto... o
agaché la cabeza... o no estaba completamente extendido.
Podría ser una serie de cosas, y no tenía ni idea de cuál, ya
que mi mente y mi cuerpo no estaban sincronizados entre
sí.

Al caer boca abajo, mantuve los brazos extendidos y


delante de mí para no romperme ningún hueso al caer. Lo
más estúpido que puede hacer un gimnasta es intentar
frenar su caída. Hola, huesos rotos y adiós a la carrera de
gimnasta. Al menos me quedaba un poco de sentido común.
Un chorro de aire salió de mis pulmones cuando caí sobre
la colchoneta azul y reboté, con la tiza volando alrededor
de mi rostro. Mi pecho subía y bajaba con fuerza mientras
besaba la colchoneta. Mi mente corría a mil por hora
tratando de entender cómo demonios lo había estropeado
tanto. Aunque era una caída habitual en los
entrenamientos, me sentía avergonzada y conmocionada, y
no quería enfrentarme a todas las miradas de asombro que
sabía que iba a recibir.
Respiré hondo y abrí los ojos para ver a Kova sobre mí.
Me tendió una mano abierta para ayudarme y la cogí sin
pensarlo dos veces.

—Chicas —dijo, mirándome directamente—, roten a la


próxima prueba. Estaré allí en un momento.

Una risita baja vino de Reagan mientras pasaba por


delante de nosotros. Estaba empezando a odiar el aire que
respiraba.

—Vuelve a subir a la barra ahora.


Joder. Joder. Joder. Mi corazón se aceleró, el miedo
explotando por mis venas por caer de nuevo. Caer tan mal
y luego volver a levantarse y hacerlo de nuevo no era fácil.
El miedo me asfixiaba.

—Creo que necesito un descanso —tartamudeé.

El entrenador me ignoró mientras arrastraba una


colchoneta alta y sólida para que se pusiera de pie. Un
bloque de observación. Lo dejó caer cerca del poste
metálico y se subió, mirándome expectante y esperando.
—¿Te he dado a elegir? Acabas de meter la pata en un
simple movimiento de lanzamiento. De hecho, he estado
observando cómo la cagabas toda la tarde, Adrianna. Eres
un desastre y es vergonzoso. Supongo que vamos a tener
que volver a lo básico ya que no puedes hacer habilidades
simples que un niño de doce años puede dominar. Así que
sube ahora y hazlo de nuevo.

Sacudiendo sutilmente la cabeza, di una palmada de tiza


en mis agarres y me puse delante de las barras. Haciendo
un kip para montar la barra baja, me solté y salté a la barra
alta.
—Lanza a una parada de manos. Cambio a ciegas. Jaeger.
Asentí con la cabeza, girando mis manos de manera que
se consideraran hacia atrás y mis nudillos estuvieran
contra mis muslos, una media pirueta. Caer ciegamente
hacia adelante no era algo que estuviera de humor para
realizar después del día que había tenido, pero respiré
profundamente y rogué a Dios que fuera capaz de realizar
un Jaeger. Rebotando en la barra con mis caderas, me lancé
a una parada de manos. El entrenador colocó sus manos
sobre mi estómago y mi espalda, sujetándome, dejando un
toque de calor en la punta de cada dedo.
—Respira —susurró solo para mis oídos—. Cálmate y
concéntrate. Lo tienes. —Asentí con la cabeza, y luego caí
ciegamente hacia adelante en otra parada de manos donde
él me agarró en el mismo lugar otra vez. Su agarre era
firme, seguro y, en general, confiado. Me reconfortó saber
que me atraparía si me caía.
—Aprieta. —Me dio una ligera palmada en la parte
posterior del muslo—. Aprieta el culo, endereza las piernas.
Apreté todos los músculos de mi cuerpo y volví a caer
para hacer otra parada de manos.
—Mejor. Hazlo de nuevo.
Lo hice de nuevo.

—Presiona más fuerte —exigió—. Creo que tu agarre no


fue lo suficientemente fuerte y la razón de tu caída.

—Kova —susurré una vez que estaba en una parada de


manos. Al bajar, apoyé las caderas en la barra con los
brazos estirados. Me giré para mirarle.

—No lo hagas —murmuró.


—Tenemos que hablar.

—Adrianna, si me dices una palabra más, someteré a tu


cuerpo a tantos condicionamientos que no podrás caminar
mañana.

Mis labios se separaron y sus ojos viajaron hasta ellos. La


barba de un día combinada con sus ojos esmeralda era
abrasadora, y cuando me miró con autoridad, mi cuerpo
ardió. La mordacidad de su tono era una clara advertencia
para que me detuviera, así que le hice caso. No quería
presionarlo. Era obvio que no estaba jugando, claramente
más allá del punto de cabreo.
—Ahora no es el momento ni el lugar para hablar de
nada. Sé inteligente, Adrianna. Hasta entonces, mejora esta
habilidad hasta que sea sólida y luego te irás a casa. No
necesito que te rompas los huesos. —Asentí con la cabeza.
Tenía razón.
—Ahora vamos. Haz el Jaeger. Yo te veré.

Antes de lanzarme a otra maldita parada de manos, lo


miré y susurré:

—Tengo miedo.
Sus ojos se llenaron de empatía.

—El miedo no es algo malo. Es lo que te mantiene viva e


intentándolo. Visualízalo y luego ve por ello. Ten confianza.
Empuja para conseguirlo. Yo estoy aquí vigilándote, no
dejaré que pase nada. Te lo prometo.

Le creí. Asentí frenéticamente, imaginando la habilidad


en mi cabeza. Una vez en la parada de manos, busqué sus
manos para verme y, cuando llegó el momento de soltarme
de nuevo, arqueé la espalda y golpeé los pies con fuerza.
Solté la barra y giré hacia delante en posición alta. Al ver la
barra, la alcancé como si estuviera a punto de caer al suelo
y la agarré con fuerza. El entrenador cumplió su palabra y
fuertemente aplastando su mano justo debajo de mi pecho
y en mi espalda.

Me tenía.
Seguí con un kip fácil y me apoyé en la barra. Mi corazón
estaba acelerado, la adrenalina corría por mis venas
mientras recuperaba el aliento. Lo miré y le sonreí
alegremente.
—Otra vez. —Me dio un golpecito en la parte posterior
del muslo.
No me dio ni treinta segundos antes de volver a subir.
Mis nervios estaban a flor de piel y solo por algún milagro
alcancé la barra a partir de entonces. Perdí la cuenta del
número de veces que practiqué el Jaeger después de la
inicial. Incluso con los agarres, me ardían las palmas de las
manos, pero bloqueaba el dolor agonizante. Mis hombros
se sentían como gelatina. Con cada lanzamiento, el miedo
se disolvía un poco más. Pero nunca desapareció. Kova
tenía razón sobre el miedo, me mantenía viva y motivada.
De lo contrario, perdería la emoción del deporte para
seguir adelante.
Me dio confianza en mí misma con su firmeza, el valor
para seguir adelante. Era un entrenador que quería ver a
su atleta triunfar y nada más.
Pidió un Jaeger más en el que dijo que me vería, solo que
no lo hizo. Solo se quedó allí para darme tranquilidad.
Debería haber esperado esto, pero estaba tan perdida en el
momento que no lo hice.

Jadeando y sin aliento, me incliné sobre la barra alta y


respiré el aire calcáreo con fuerza en mis pulmones.
—Coge tus cosas y vete. Sáltate el entrenamiento de
mañana y no cuestiones mi autoridad. —Al agacharme, la
confianza se apoderó de mí. Normalmente me molestaría
saltarme el entrenamiento, pero terminar de la forma en
que lo hice me hizo sentir todo lo contrario.
Sonreí para mis adentros, desenrollando los puños y
quitándome las muñequeras. Me sentí bien por los Jaegers,
por cómo Kova me empujó a rehacerlos. Si no lo hubiera
hecho, habría tenido la posibilidad de temerlos la próxima
vez. Esta práctica había empezado bien, pasó a ser una
mierda, y rápidamente se convirtió en un desastre, y luego
realmente terminó con una buena nota en su mayor parte.
Estaba agachada y revolviendo mi bolsa cuando Kova
volvió a acercarse. De pie, me eché la bolsa al hombro y
miré su duro rostro.
Su voz era baja, solo para mí.

—Si vuelves a actuar como lo has hecho, te echarán de


aquí tan rápido que la cabeza te dará vueltas. Me importa
una mierda quién sea tu padre. Fue una imprudencia y una
estupidez y no quiero volver a verlo.
Y luego se marchó.
 

 
Capítulo 60

Han pasado un par de días desde el fiasco de Jaeger.

Intento no pensar en ello, ya que el pasado no puede


cambiarse y nada bueno puede surgir de pensar
constantemente en él. En cambio, lo bloqueo todo lo
posible y mantengo el entrenamiento en primer plano.

Me ocupo de ponerme al día con los deberes. Incluso


estudio el material que iba a repasar con mis tutores los
días siguientes. Cuando termino con las aburridas
matemáticas que no volveré a utilizar en mi vida, limpio y
hago cosas en mi apartamento para que mi mente se
distraiga. Voy a terapia para mi Aquiles, y luego decido
salir a comer, algo que nunca hago.

El Penne a la Vodka es orgásmico. Lástima que no puedo


comerlo todos los días. Sin embargo, teniendo en cuenta
que es el fin de semana de Acción de Gracias y que no
estoy con mi familia, derrocho. No ir a casa para estas
fiestas no es un gran problema para mí. Sin embargo,
volveré a casa para Navidad.

Bostezando, cierro mi libro de química y lo dejo caer en


el sofá. Tengo los ojos hinchados y con el cabello húmedo
por la ducha que me he dado hace una hora. Relajada y con
la barriga llena, estoy lista para acurrucarme en la cama.

No sé qué hacer y no tengo a nadie con quien hablar de


ello. No quiero decirle a Avery que he tenido relaciones
sexuales con Kova porque no quiero que me juzgue. No es
que lo haga, pero después de la charla que tuve con ella y
de cómo insistió en que Kova y yo lo dejáramos, tengo el
presentimiento que se sentirá decepcionada. Cuando llegue
el momento se lo diré. Hasta entonces, es mejor así.
Miro a través de la puerta corredera de cristal,
contemplo el cielo negro y pienso en lo que me depara el
futuro, en dónde estaré dentro de un año en cuanto a la
gimnasia. La luna cuelga en lo alto y me quedo mirándola
cuando oigo un ligero golpe en mi puerta.

Me levanto, atravieso la alfombra de felpa y me pongo de


puntillas para mirar por la mirilla. Respiro profundamente,
desbloqueo la puerta y la abro.

Todo el aire abandona mis pulmones. Dios, es tan


jodidamente hermoso.

Tiene un brazo apoyado en la pared mientras se inclina y


me mira fijamente. Sus penetrantes ojos verdes asoman
bajo sus espesas pestañas negras y tiene más vello facial
del que nunca le he visto. Eso lo favorece y deseo que le
crezca más. Recorre todo mi cuerpo con su mirada
embriagadora hasta que nuestros ojos se fijan de nuevo.
Parece que cada vez que pasa por mi apartamento, mi ropa
es la misma: bragas y una camisa. En mi defensa, no
pensaba tener compañía.
Kova deja caer su brazo y pasa junto a mí. El corazón se
me sube a la garganta y siento que mi cuerpo se calienta a
fuego lento cuando percibo su aroma limpio mezclado con
colonia. Huele divinamente. Tengo el presentimiento que
está aquí para gritarme y, por suerte, después de unos días
a solas, tengo todo lo que quiero decir.

Empuja hacia atrás la capucha de su chaqueta, veo a


Kova bajar la cremallera y luego quitársela. Agita sus
brazos tensos. La furia se apodera del aire y el corazón se
me acelera en el pecho. Lleva unos jeans oscuros
desgastados y una camisa negra ajustada. Deja caer su
chaqueta en la silla de respaldo alto y se acerca a mí. Se
me forma una arruga entre los ojos al ver su actitud tan
dura y me trago el nudo en la garganta. Da un paso hacia
mí y me sigue hasta la cocina. Mi corazón se desboca de
ansiedad cuando siento mi espalda contra la pared.

—¿Estás jodidamente loca? —espetó entre dientes


apretados. Va directo al grano—. ¿Te pasa algo?

—¿De verdad no tenías ni idea? —respondo.

Hizo un chasquido con el cuello hacia un lado como si lo


estuviera partiendo, sin dejar mi mirada.

—Eras virgen, jodidamente virgen. ¿Y dejaste que te


follara como lo hice? ¿Dejaste que te tocara así?

Mi cara se arruga. Dijo virgen con un tono de


repugnancia y me duele el estómago.

—No te dejé hacer nada, tú lo querías. Ambos lo


queríamos, simple y llanamente. De acuerdo, tal vez te
empujé un poco más allá, pero ¿cuál es la diferencia, de
todos modos?

—La diferencia es que tú eras virgen, Adrianna. Esa es la


diferencia. ¿No estás siguiendo la conversación?

—Bueno, si te sirve de ayuda, estoy noventa y nueve por


ciento segura que me rompí el himen en la barra de
equilibrio, lo que significa que en cierto sentido no era
virgen. —Kova se queda quieto, pareciendo desconcertado,
así que continuo—: Verás, en realidad es bastante común
que una gimnasta rompa su himen por una mala caída en la
barra de equilibrio, y el Señor sabe que he tenido muchas
caídas. Probablemente por eso no sangré cuando tuvimos
sexo.

Kova se acerca más. Apoya los antebrazos en la pared,


cerca de mi cabeza, para acorralarme. Sus ojos se
entrecierran y está furioso.
—¿De verdad vas a instruirme sobre el uso de la barra y
el himen? Lo sé todo sobre eso. He estado en el mundo de
la gimnasia más tiempo del que tú has vivido. Romper el
himen no significa que ya no seas virgen, Adrianna. —Kova
baja la barbilla y me mira profundamente a los ojos, con la
furia que desprende—. La penetración significa que ya no
eres virgen. Y aunque la rotura de tu himen en la barra sea
cierta, yo seguía siendo tu primera forma de penetración
real, y eso es algo que está más jodido de lo que se puede
comprender. No puedo creer que no me lo hayas dicho.

Mi pecho se desinfla.

—¿Cómo de jodido? —pregunto abatida.

—Deberías haber sido sincera conmigo —Refleja mi tono


y, por primera vez desde que se enteró de mi virginidad, me
siento realmente arrepentida.

Kova cierra los ojos y se aleja. Comienza a pasearse


frenéticamente por mi cocina. La rabia y la furia que
desprende son espesas y densas, me golpean con fuerza y
me ponen nerviosa. Es la primera vez que veo o siento
verdadera ira en él. Es completamente diferente a las veces
que me grita en el gimnasio y, sinceramente, no sé qué
hacer con ella.

—No puedo creer lo estúpido que fui. No puedo creer que


haya follado contigo, tocarte, ahogarme en ti —murmura
para sí mismo—. Nunca debí haberlo hecho.

Me estremezco, sintiendo el arrepentimiento en sus


palabras.

—De todos modos, ¿qué importa? —grito, cansada de sus


constantes golpes—. Yo lo quería. Si lo hubieras sabido,
¿habrías parado?
Se detiene y me mira, caminando hasta situarse de nuevo
cerca.

—Sí, lo habría hecho —dice entre dientes apretados—.


Porque nunca habías tenido una polla dentro de ti antes de
mí, no importa cómo quieras verlo, sin importar si tu himen
ya estaba roto o no. Yo seguía siendo tu primero y, aunque
nunca debería haber sucedido, lo hizo. Tomé tu inocencia.
Me llevé tu virginidad. ¿Por qué no hablaste y no dijiste
nada? Siempre fui honesto contigo, Adrianna, siempre.

Me encojo de hombros sintiéndome culpable.

—No sabía cómo decirlo, y temía que te hubieras


detenido.

Se ríe por lo bajo, maniáticamente.

—Esto es tan jodido.

Mi corazón se derrumba. Me encantaba estar con Kova.


Él no me presionó. En todo caso, yo lo presioné a él.

No hay ninguna razón por la que no pudiéramos hablar


de esta situación civilizadamente. Estaba siendo
deliberadamente cruel y no me gusta.

—Kova —dije suavemente, tratando de calmarlo—. No has


hecho nada malo.

Sus ojos se clavan en los míos, obligándome a no


moverme.

—¿No pasa nada? Estoy seguro que no te detuve. Apenas


lo intenté. Vi una oportunidad y la tomé. En el momento en
que dije “toma” y lo hiciste, no hubo ni una sola posibilidad
que pudiera contenerme. Me follé a una virgen. Una y otra
vez. Adrianna, te lamí, tuviste múltiples orgasmos —dice
con horror—. Una virgen menor de edad, además. ¡Mi
maldita gimnasta! Hay muchas cosas malas en esta foto.
Podría haber ido a la cárcel

—Podrías haber ido a la cárcel antes —murmuro.

—¿Qué has dicho?

Tartamudeo cuando me mira fijamente.

—Nada... —No es así como había planeado que fuera esta


conversación.

—Sabes, esto es tu culpa. Debería haber detenido tus


avances. Debería haber sido más fuerte y haberte
rechazado como hice con las otras en el pasado. Nunca —
dice con rabia—, he estado con una gimnasta, y mucho
menos con una menor de edad. ¿Qué mierda me ha pasado?
—se cuestiona a sí mismo, paseando de un lado a otro de
nuevo. Pasándose una mano por el cabello, repite—: Esto
podría costarnos todo.

Eso me da una oportunidad.

—¿Estás seguro que nunca has estado con ninguna otra


gimnasta? Me resulta difícil de creer con el tiempo que
llevas entrenando y lo estrechamente que trabajas con
ellas. Eso no puede ser posible.

Se aparta como si lo hubiera abofeteado, con el asco


escrito en su llamativo rostro.

—¿Crees que soy una especie de bicho raro, Adrianna?


No, nunca he estado con ninguna otra gimnasta, ni con
ninguna menor de edad en mi vida. Nunca lo he deseado.
¿Qué demonios te hace pensar eso?

Se acerca a mí.
—¿Realmente crees que me gustan las chicas jóvenes? —
Se horroriza ante su propia pregunta. Me encojo de
hombros—. Contéstame.

—No lo sé. Supongo que no veo cómo no podrías haberlo


hecho. —Niego con la cabeza ante su pregunta,
encogiéndome de hombros—. Kova —digo suavemente, y
pongo mi mano en su hombro—. No es que nadie lo sepa, ni
lo sabrá nunca.

—No me toques.
Mis párpados se caen y lo miro fijamente. La rabia se
cocina a fuego lento en mi interior, subiendo a lo más alto y
a punto de estallar. Actúa como si nos hubieran atrapado.
El asunto de la virginidad no es un gran problema para mí,
así que no entiendo por qué le afecta tanto el hecho que
fuera mi primera vez. Me gustaría que lo dejara.
—Estás exagerando, y echarme toda la culpa a mí es una
absoluta idiotez —me defiendo—. Se necesitan dos para
bailar un tango. No te obligué a hacer nada que no
quisieras.

La mirada que me dirige cuando se gira debería


asustarme, pero no lo hace. Sus penetrantes ojos verdes
son tan vibrantes y las venas de su cuello se tensan. En el
fondo, me encanta verlo así. Él es la rabia y la furia en un
solo paquete hermoso.
—¡Me perseguiste! Y yo te dejé —gruñó, sus ojos
recorren mi cuerpo con una mirada acalorada. Su acento
ruso es más marcado cuando está enfadado.
—¿Te perseguí? —repito con rotundidad—. Tal vez lo hice,
tal vez no. Pero al final, todo es lo mismo. Me dejaste
acercarme a ti. Te abriste a mí y me dejaste entrar en tu
mundo —dije, acercándome lentamente a él—. Me
deseabas. Y sabías que no podías tocarme, pero lo hiciste.
Te excitó. ¿Has oído hablar alguna vez de la psicología
inversa? —Se aparta horrorizado, pero sigo adelante—.
¿Por qué no me apartaste? No es que no puedas
dominarme, detenerme.
—Adrianna. No estás entendiendo el punto. No se trata
de dominar. Se trata de retirarme de la situación.

Y él no entiende mi punto de vista, así que sigo


avanzando hacia él. No estoy segura de dónde viene este
coraje, pero lo sigo.
—Ambos sabemos que eres mucho más fuerte que yo y
podrías haber acabado fácilmente con todo antes que
empezara.
—Adrianna —advierte, con un tic en la mandíbula.

—Reconoce que no fui solo yo.


—No —gruñe.
—Hazlo —susurré, mirándolo fijamente. Nuestros pechos
están tan cerca que si respiro profundamente mis tetas lo
tocarían. Y quiero hacerlo para tentarlo y demostrarle que
está equivocado.

—Retrocede. Ahora.
—Oblígame.
 
Capítulo 61

Unos ojos brillantes y de párpados pesados me miran


fijamente.
Intento mantenerme fuerte, pero la mirada que me dirige
me produce una sensación en todo el cuerpo. Saber que le
gusta que le diga que no, y saber que le gusta cuando lucho
contra él, solo empuja mi impulso. Me hace sentir otra
emoción. Sus necesidades y deseos me excitan y acepto
este lado que estaba sacando de mí.

Agarro su muñeca, la llevo a la altura de mis nalgas. Sé


que está mintiendo, él sabe muy bien que lo hace, y yo odio
eso. Sus dedos se clavan en mi carne durante una fracción
de segundo antes que se muevan a una velocidad difusa.
Me tiene inmovilizada contra la pared, con las dos muñecas
bien sujetas a la espalda y él presionando contra mí. El
corazón se me sube a la garganta y mis ojos se abren de
par en par, clavados en las profundidades de los suyos.

—Deja de joderme —susurró con fuerza contra mi cuello


—. ¿Por qué haces esto?

—Para demostrar que no era todo yo... y no quiero


detener lo que hay entre nosotros.
—Estás jodidamente loca, ¿lo sabías? No estás bien de la
cabeza.
—Quizá esté un poco loca de la cabeza, pero creo que te
gusta —susurré. Su erección formaba un duro ángulo en mi
bajo vientre mientras me ponía de puntillas, empujando mis
caderas hacia él. No puedo evitarlo, necesito sentirlo más
abajo. Quiero sentirlo más abajo.

Esto va más allá de la atracción física.


Esto es animalista.
Y muy prohibido, lo que lo hace mucho mejor.

—¿Ves lo fácil que te resultó quitarte la mano de encima?


Tienes un agarre tan fuerte en mis muñecas que es
imposible que te haya forzado. Ahora admite que no fui solo
yo.

Todo su cuerpo esta duro contra el mío, su respiración es


agitada. Lo estoy presionando, provocando... y me gusta.
Esta burbujeando bajo las yemas de mis dedos y, por
alguna razón desconocida, quiero verlo estallar.
Arrastro mi pie por la parte posterior de su pierna, lo
engancho alrededor de su cadera y utilizo mi estómago y la
parte interior del muslo para elevarme a su nivel,
envolviendo mi otra pierna alrededor de su cadera y
trepando por su cuerpo. Pongo en práctica todo ese
entrenamiento. Necesito comunicar mis sentimientos con
mis ojos más que con mis palabras, ya que éstas no llegan.
Pero en el momento en que estamos a la altura de los ojos,
puedo sentir su lujuria, su confusión interna, su absoluta
confusión con el bien y el mal, y su hambre de más.

—No puedes, ¿verdad? Admitirlo es inmoral, y lo inmoral


e incorrecto de ello lo hace mucho más caliente. Pero no es
por eso por lo que se siente tan bien, ¿verdad? —Respiré
contra sus labios, nuestros ojos se fijan en una mirada tan
fuerte que ninguno de los dos puede romperla. Nuestros
pechos jadean el uno contra el otro, el aire está cargado de
tensión. Me duelen las muñecas de tanto apretarlas, pero lo
dejo hacer sin rechistar.

—Trabajamos bien juntos, Kova —susurré—. Hay una


atracción que es más que química entre nosotros.
Estoy rompiendo su determinación, puedo sentirlo. Esta
proeza sensual que Kova desata en mi interior es indómita
y nueva. Mi lengua se desliza y recorre sus labios. Empieza
a jadear, su erección se tensa contra mí y la presión hace
que mis caderas se ondulen contra las suyas. Kova gime, es
un sonido profundo y gutural que me produce escalofríos.

—Déjate llevar —insisto.

No se mueve.

No puede. No porque lo obligo, sino porque quiere estar


aquí y sabe que no debe.

Con cuidado, me lleva las muñecas a una mano y utiliza la


otra para agarrarme la mandíbula. Estamos tan cerca que
nos respiramos mutuamente.

—Tienes razón. Te deseo, incluso ahora mismo, cuando


estás haciendo literalmente todo lo que está en tu mano
para seducirme, quiero follarte sin sentido. Pero lo que no
ves es que después de este nuevo conocimiento, nunca más
lo haré —dice en voz baja.

Kova se frota a propósito contra mí, su polla se pone dura


como una roca y al golpear mi clítoris provoca pequeños
gemidos que escapan de mi garganta.

—A partir de mañana no habrá contacto físico a menos


que sea durante el entrenamiento. Inténtalo y habrá
repercusiones. Tú no me miras y yo no te miro a menos que
sea en el gimnasio. Hemos terminado. De hecho, me retiro
como tu entrenador.

Acelera su ritmo y puedo sentir un orgasmo creciendo


dentro de mí. Los papeles han cambiado y ahora me tienta
y me empuja. Intento liberar mis brazos, pero él sonríe y no
lo permite. Me tiene bien sujeta y el brillo de sus ojos me
dice que le encanta.

Lucho contra su agarre con el mero propósito de


demostrar mi punto de vista. Pero me doy cuenta que ser
contenida me lleva cada vez más alto. Me gusta la lucha de
poder... Su tacto me abrasa la piel y esta tan caliente como
un infierno a punto de estallar.

Cierro las piernas con más fuerza, digo:

—A partir de mañana... ¿entonces por qué me tocas así?


—Alcanzo su boca con la mía, pero se aparta rápidamente,
todavía agarrando mi mandíbula—. ¿Por qué sigues aquí?
—Hice una pausa y luego declaro—: A menos que
realmente quieras follar —Sonrío con malicia—. ¿No está
Katja disponible para ti ahora mismo?

Me dirige una mirada abrasadora. Si las miradas


pudieran matar.

—Sigue —suelto, con los ojos en blanco. Voy a tener un


orgasmo en cualquier momento, y empiezo a empujar mis
caderas hacia adelante y hacia atrás, restregando sobre él.
Él sigue mi ritmo. Mi espalda se arquea, mis pezones se
tensan a través de mi camiseta mientras su polla se frotaba
contra mi coño cada vez más rápido—. Justo ahí...

Kova me suelta la mandíbula y da un puñetazo tan fuerte


a la pared que me sobresalta. Mis ojos se abren de golpe.
Los suyos son feroces, al borde de la cordura.
Rápidamente, me suelta las muñecas y desengancha mis
tobillos de su espalda, obligándome a ponerme de pie. Con
los ojos fijos en los míos, mis labios se separan cuando
escucho que se desabrocha el cinturón y se baja la
cremallera. Intento ayudarlo, pero me aparta la mano de un
manotazo. Sus jeans se deslizan por sus musculosos muslos
y se acumulan a sus pies. Con ambas manos, me arranca
las bragas, me agarra de las caderas y me levanta para que
mis piernas rodeen su cintura. Con una de sus manos
sujetando mis dos muñecas a la espalda, me empuja con
fuerza contra la pared y mete la mano entre nosotros para
tocar su polla, rozando mis labios hinchados. Mi cuerpo se
vuelve consciente y ansioso por su siguiente movimiento.
Kova traga con fuerza antes de colocarse en mi entrada y
penetrar tan rápido y con tanta fuerza que mi espalda se
arquea y cierro los ojos por la fuerza. Joder, eso duele. Me
abre de par en par y yo me aprieto a su alrededor, lo que
intensifica el escozor. Deja caer su cabeza sobre la curva de
mi cuello e inhala.

—Nena —murmuró una y otra vez y me derrito—. Oh,


joder, sí —El gemido que sale del fondo de su garganta está
lleno de conflicto, aunque increíblemente sexy. Mis muslos
aprietan sus caderas por la áspera intrusión. Menos mal
que estaba empapada, de lo contrario habría sentido que
me desgarraban.

—¿Es esto lo que quieres? ¿Que te folle duro? —


Empujando hacia dentro y hacia fuera, agarrando mis
caderas de manera contundente y sin darme un segundo
para respirar. Jadeo fuertemente.

—Tu cuerpo no puede manejarme a este ritmo, Adrianna.


Te voy a romper. Ni siquiera estoy dentro del todo, nunca
he estado dentro del todo.

—¿Pero tu novia puede? ¿Katja puede tomarte así? —me


burlé, y gimo muy fuerte por el intenso placer que me
llena. Sé que hay problemas entre ellos y quiero utilizarlos
a mi favor. Quiero que me diga que no, que ella no puede.

Kova rechina los dientes.

—No la menciones ahora mismo.


Tengo que sacarla a relucir porque es con ella con quien
vuelve a casa cada noche. Y en el fondo, molesta, estoy
celosa de su relación con él. Quiero lo que ella tiene.

—Hazme todo lo que le harías a ella. No te contengas. —


La parte posterior de mi cabeza golpea la pared, pero estoy
demasiado perdida en el momento para sentirlo.

—No voy a pensar en Katja mientras esté dentro de ti.

Kova se introduce más profundamente al mencionar su


nombre. Me aprieto a su alrededor, excitándome cada vez
más. Provocarlo es sorprendentemente eufórico y me
deleita con la satisfacción. Me sacudo los brazos,
intentando liberar mis muñecas, pero su agarre se hace
más fuerte y su erección se hace más dura dentro de mí.

Kova vuelve a empujar y se detiene. Aprieto mis paredes


interiores por reflejo.

—Respira —me ordenó roncamente—. Solo, respira —Su


pulgar se clava en mis caderas, forzándome a bajar y yo
palpito a su alrededor, estirándome para acomodar su
anchura.

—Este soy yo dentro de ti, tal como lo pediste. Cada


centímetro. Nunca has tenido cada centímetro hasta ahora.
—Kova pasa su lengua por mi cuello, dejando un rastro
húmedo, mordiendo mi carne caliente. Me estremezco en
su abrazo posesivo—. ¿Puedes soportarlo?

Casi quiero decir que no, de tanto estirarme, pero no lo


hago. Así que dije:

—Más.

—Una chica tan mala. Me encanta —responde


burlonamente, moviendo sus caderas con más fuerza. El
brillo de sus ojos me recorre la piel. Siento una ligera
tirantez, pero me concentro en el placer en lugar del dolor.

—No deberías querer esto. Yo no debería querer esto —


dice bruscamente, y me besa con agresividad,
demostrándome quién manda. Gimo en su boca, mi cuerpo
está listo para dejarse llevar—. Pero lo deseo, Dios, siempre
lo deseo —dice con sinceridad.
—Oh, Dios, me voy a correr. —Tres bombeos más y estoy
teniendo el orgasmo más intenso que jamás he tenido.
Grité, pero Kova ahoga mis gritos con su lengua en mi
boca, continuando con la penetración profunda y luego
volviendo a salir, repitiendo el movimiento. Chupo su
lengua, luchando contra el agarre de mis muñecas mientras
la fuerza del orgasmo recorre mi cuerpo. No quiero que
este subidón termine jamás.
Respirando con dificultad, apenas puedo captar el ritmo
de mis latidos cuando Kova se pone firme, abrazándome a
él. Se quita los jeans y me saca de la cocina. Había olvidado
que aún los llevaba puestos. Kova me suelta los brazos y le
rodeo por los hombros, apoyando la cabeza en su pecho e
inhalando su oscuro aroma. Me estremezco, con el cuerpo
estirado hasta el límite, pero amando la sensación de
plenitud. El aire frío besa mi piel desnuda y es refrescante
frente al cuerpo acalorado de Kova.

Supongo que vamos a mi dormitorio, pero se detiene en


el sofá y desenrolla mis piernas de su cintura. Me coloca
con cuidado junto al reposabrazos y miro confusamente sus
caderas. Su erección brilla por mi orgasmo y me doy
cuenta que no ha terminado. Al levantar la vista, sus
profundos ojos verdes me miran y su sonrisa es tan
increíblemente sexy que hace que mi corazón se acelere.
Con su mano en mi cabello, tira de mi cabeza hacia él.
—Chúpala.
Hago una pausa.

—No sé cómo —dije en voz baja. Es cierto, no tengo ni


idea de cómo hacerlo.
Kova baja los párpados y una sonrisa pícara se forma en
su cara.
—Es simple. Abre tu linda boquita, pasa los labios por los
dientes y chupa.

 
Capítulo 62

Parece bastante fácil.

Si puedo hacer un doble layout en el suelo, puedo hacer


esto.

Tentativamente, me pongo de rodillas, sintiendo la


suavidad de la microfibra debajo de mí y me inclino hacia
él. Mis labios se separan mientras miro la punta de su
polla. Kova gimió en silencio. Con su mano en mi nuca, me
guía hacia él, pero no me empuja. No hay nada de fuerza
en ello, lo cual agradezco. Estoy nerviosa, pero me mentiría
si dijera que no estoy ansiosa por ver su reacción y lo que
sentirá.
Mi lengua se desliza y lamo la punta. No esperaba que
fuera salado y hago un esfuerzo por ocultar el desagrado
en mi expresión. El estómago de Kova se flexiona, sus
abdominales se endurecen cuando lo miro en busca de
aprobación. Estiro la mano y rozo su pelvis, sintiendo los
músculos rígidos y la V de sus caderas mientras tomo más
en mi boca.

Kova gime.

—Envuelve tu lengua alrededor de mí como si estuvieras


chupando una piruleta.

Me detengo y me rio.

—¿Una piruleta?
Una risa profunda sale de él.

—Sí. —Finjo que es una piruleta y, sorprendentemente,


funciona. Sus caderas se mueven hacia adelante y sostiene
la parte posterior de mi cabeza hacia él—. Si quieres hacer
lo que hace Katja, vas a tener que chupar más fuerte. Le
encanta chuparme la polla.

Mi nariz se ensancha y casi muerdo su polla. Eso hace


que mi sangre ruja. Su polla se agita y yo cierro los muslos.
Kova me está incitando, lo sé, y no me importa porque en
algún lugar escondido en lo más profundo de mi ser
encuentro placer y satisfacción en ello. Aumento la
velocidad y utilizo la lengua, tratando de meterme en la
boca todo lo que puedo. No es fácil y me empieza a doler la
mandíbula. Kova gime cuando su polla llega al fondo de mi
garganta y casi me da una arcada.

—Tienes que abrir la parte trasera de tu garganta.

Ni siquiera sé lo que significaba abrir la parte posterior


de mi garganta. No quería que supiera que no tengo ni
idea, así que asiento. Cada vez que empuja sus caderas,
golpea la parte posterior de mi garganta. Para evitar que
llegue más profundo, rodeo con mis dedos la base de su
polla y me sujeto mientras yo hago más de guía que él. Su
brazo se retira de mi cabeza y miro hacia arriba. La cabeza
de Kova estaba inclinada hacia atrás, con el placer
sacudiéndose en su interior. Sonrío para mis adentros.
Supongo que lo estoy haciendo bien después de todo.
Chupo más fuerte, concentrándome en la punta.

—Joder —dice roncamente cuando mi lengua rodea su


longitud y tira de ella. Mis mejillas se hunden. Kova baja la
mirada, nuestros ojos se fijan y algo en mi corazón se
mueve. Para mí es importante que él disfrute de lo que le
estoy haciendo, igual que yo.

Su mirada es letal, casi protectora, como si yo fuera lo


único que importa en su mundo. Se olvidan los momentos
de incertidumbre e inexperiencia. Solo tengo que medir su
reacción y sé que lo estoy haciendo bien.

Me agarra la mandíbula, sus dedos se extienden por mi


cuello y por mi cabello mientras ambos nos mantenemos en
el sitio con una simple mirada. Nuestro contacto visual no
se rompe y su velocidad aumenta. Sus caderas bombean de
un lado a otro, la vena del cuello que se extiende dentro de
su camisa se contrae. Bruscamente, me aparta y caigo de
nuevo en el sofá de felpa.
Limpiándome la boca con el dorso de la mano, pregunté:

—¿He hecho algo mal?

Kova gruñe, sujetándose.

—No, todo lo contrario, en realidad.

Una enorme sonrisa se dibuja en mi rostro, pero entonces


me doy cuenta que aún no ha llegado al orgasmo.

—Pero no te corriste.

—Eso es porque no he terminado contigo. —Mis ojos lo


siguen mientras da dos pasos y se dirige al extremo del
sofá. Me rodea la cintura con un brazo fuerte y me levanta.
Me hace girar y me inclina como si no pesara más que una
pluma. Mis rodillas caen sobre el reposabrazos y mis manos
sobre el cojín del sofá. Sin un segundo para recuperar el
aliento, me toma por detrás. Es un ángulo diferente, y no
me lo esperaba cuando me penetra. Un ligero pinchazo me
atraviesa y gruño de dolor. Todavía estoy dolorida por el
orgasmo y trato de incorporarme, pero él me empuja hacia
abajo.

—Quédate.
No estoy segura de por qué, pero oírlo exigir que me
mantenga agachada provoca un torrente de humedad entre
mis muslos.

—Tú te lo has buscado, vas a tener lo que ella tiene. No


vuelvas a decir su puto nombre.

Satisfecha, sonrío.

—Bien.

Los dedos de Kova se deslizan bajo mi camisola, sus uñas


rozan mi piel y me estremezco. Da un buen tirón y me la
arranca, tirándola al suelo en pedazos. Me toca
agresivamente los pechos y los aprieta antes de pellizcarme
los pezones. Mi espalda se arquea y mis brazos ceden,
doblándose por los codos. Los dedos de Kova se aprietan en
mis caderas mientras se desliza lentamente hacia delante y
hacia atrás dentro de mí, creando una vorágine de placer.
No se precipita ni se apresura. Es lento y constante,
sublime. El único sonido es el de la succión de nuestros
cuerpos unidos mientras él se retira y se desliza hacia
dentro, manteniéndolo durante una fracción de segundo. El
tiempo suficiente para que mi clítoris palpite y pida más
con avidez.

—Ahhhh...

—Dime que te gusta esto, dime cuánto quieres que te


folle.

—Sí, sabes que sí —sale de mis labios. Lo hace, me gusta


mucho. De alguna manera, encuentro mi fuerza interior.
Mis caderas toman el control y empiezan a mecerse contra
él, encontrándose con él en cada empuje. Este ángulo es
más profundo y ligeramente doloroso, pero el dolor se
convierte en placer y la intensa sensación que recorre mi
sangre es como un subidón del que no quiero bajar nunca.
Una sensación tan increíblemente poderosa que apuesto a
que nada podrá superarla.

—Oh, Dios mío. —Otro orgasmo se eleva rápidamente.

Pero entonces Kova se retira antes que yo pueda


encontrar la liberación que sé que puede darme. Miro por
encima de mi hombro, dispuesta a decir qué demonios está
haciendo, cuando me da un golpecito en el interior del
muslo para que abra más las piernas. Se acerca a mí y me
empuja la cabeza hacia el sofá; luego, con un movimiento
de muñeca, me hace girar las caderas hacia arriba y hacia
atrás para que queden en ángulo. De las veces que Kova y
yo hemos estado juntos, ésta es la más expuesta que he
estado ante él. En circunstancias normales, podría
haberme opuesto a esta posición debido a mi
vulnerabilidad, pero estoy tan aturdida y perdida en su
contacto, que me entrego a él de buena gana. No, nunca es
un pensamiento en mi mente.

Kova se arrodilla entre mis piernas, me abre el coño y me


pasa la lengua por mis carnosos labios. Gimo, mis caderas
se arquean aún más mientras mis manos agarran toda la
tela posible del sofá. Se centra en mi clítoris, chupándolo y
moviéndolo con su lengua mientras su dedo presiona mi
pequeño agujero. Se me llenan los ojos de lágrimas por el
puro placer que se apodera de mi cuerpo. Estoy flotando en
otro planeta. Estoy tan sensible que casi me abalanzo sobre
su cara ante tanta delicadeza.

Intento moverme, pero él solo me agarra más fuerte, sus


dedos se clavan en mí.

—Kova... yo... voy a... —No puedo expresar este


pensamiento antes que un orgasmo me sacuda por segunda
vez. Las estrellas nublan mi visión y gimo muy fuerte,
cerrando los ojos mientras él sigue chupando y chupando,
su lengua acaricia mi sexo como si tuviera una misión.
Nada en el mundo se compara con este momento y su
lengua perversa. El sudor moja mi piel, todo mi cuerpo
arde. El calor me recorre la espina dorsal, la sangre me
sonroja las mejillas y el placer me desgarra.
Ya he terminado. Agotada. Exhausta.

Mis caderas se derriten, ya no pueden sostener mi peso.


Mis rodillas se deslizan por el brazo del sofá. Cuando el
orgasmo se desvanece, Kova se pone de pie y, sin dudarlo,
vuelve a levantar mis caderas y me penetra hasta el fondo.

Joder, eso ha dolido.

Mi rostro se aprieta contra el cojín del sofá. Las lágrimas


me punzan en la parte posterior de los ojos, pero no las
dejo caer. Mis dedos se clavan en el cojín mientras la mano
de Kova me aplasta la parte baja de la espalda, arqueando
mis caderas hacia arriba. Mis piernas tiemblan y luchan
por mantenerse quietas.

—No he terminado contigo. No creo que pueda terminar


nunca... —Si es que es posible, los empujones se hacen más
profundos. En este punto, no voy a ser capaz de caminar
mañana.
Kova se introduce con tanta fuerza y rapidez que sus
bolas golpean mi tierno clítoris. Estoy sudando, todo mi
cuerpo es una llamarada de calor. Casi quiero que esto
termine.

—Lo querías. Me empujaste hasta que mi polla estaba tan


dura que me dolía. Todo lo que podía pensar era en entrar
en tu apretado coño. Soy un hombre con un solo enfoque
cuando eso sucede.
Kova se acerca a mí y me levanta para que mi espalda
quede pegada a su pecho. Mis brazos suben y le rodean el
cuello por detrás. Las suaves palabras de Kova acarician la
curva de mi cuello mientras susurra en ruso. Ojalá supiera
lo que está diciendo. Me tiemblan las piernas y él utiliza su
fuerza para mantenerme erguida.

Por suerte, Kova se da cuenta de lo débil que me he


vuelto. Exhalo un suspiro de alivio cuando me sostiene con
sus tonificados brazos rodeando con uno mis pequeñas
caderas. Mi cabeza se inclina hacia atrás, hacia su hombro,
cuando hace rodar mi pezón entre sus dedos, y sus empujes
se hacen más lentos.
—¿Cómo sigues? No debo ser buena si no puedo hacer
que te corras.

Su rastrojo me acaricia la mandíbula, añadiendo placer al


sexo, y me estremezco en su abrazo. Susurrando cerca de
mi boca, dice:

—Soy un hombre, Ria, no un niño pequeño que no puede


durar más de un minuto. Recuérdalo. Yo follo toda la noche,
no tres minutos.
Trago con fuerza. Después de esta noche, no tengo
ninguna duda que puede.

—Apóyate en el respaldo del sofá.


Casi gimo, pero hago lo que me pide. No quiero dejar el
consuelo de sus brazos. Sus empujones se hacen más
profundos. Golpes largos y duros, pero lentos, como si
intentara sentir cada centímetro de mí. Kova está a punto
de alcanzar su punto álgido, me doy cuenta por la forma
frenética en que me agarra y los sonidos sensuales que
salen de su garganta. Seguro que mañana tendré que llevar
pantalones cortos en el gimnasio, de lo contrario se verían
sus huellas dactilares.
Mete la mano por debajo y, en lugar de frotarme el
clítoris, me aprieta los labios hinchados haciendo que mi
cabeza vuele hacia atrás de felicidad.
—Justo ahí... eso es lo que quiero sentir —gimió, tocando
un punto nuevo y más profundo en mi interior, como si
tuviera un punto especial al que quisiera llegar.
—Mantén esa posición, sé que puedes.

—Lo intentaré.
—No lo intentes —rebate—. Lo harás.

Un escalofrío recorre mi columna y mis muslos se


estremecen. Dulce Jesús, Madre María.

Me frota los labios más rápido, aumentando la presión y


la fricción en mi clítoris al mismo tiempo. La intensa
presión me atraviesa, haciendo que las paredes de mi sexo
sufran un espasmo, apretándose alrededor de él.

—Sí, malysh, así —murmuró en señal de aprobación. Su


mano frota círculos cálidos en mi espalda, como si
estuviera disfrutando de esto tanto como yo, si no más—.
Me encanta, no pares. —Justo cuando mi liberación se abre
paso por mi cuerpo, Kova retira su mano y me da una
bofetada en la nalga con tanta fuerza que me corro antes
de poder procesar lo sucedido.
—Oh mi Dios —Casi me ahogo—. Sí... Más...

—Ria..., así de fácil. —Me golpea el culo una vez más, el


orgasmo continúa arrasando conmigo a una velocidad
vertiginosa. Una ráfaga de electricidad estalla desde mi
interior y me aprieto a su alrededor. Las bofetadas me
toman por sorpresa y me siento un poco confusa por lo
mucho que disfruto. Casi deseo que lo haga de nuevo.

Un último empujón, y Kova aprieta mis caderas con


fuerza mientras pulsa dentro de mí. Estoy segura que
mañana tendré moretones. Empuja hasta el fondo y gruñe,
con sus caderas dando pequeños y lentos empujones
mientras me llena. Se corre con fuerza, y el líquido caliente
se derrama por el interior de mi muslo. El fuerte gemido de
Kova hizo que mi cuerpo se estremeciera por los restos de
mi liberación. Me cubro con él y disfruto de este momento
de felicidad inquebrantable. Me encanta. Cada minuto,
cada empujón, cada toque.

Podría convertirme fácilmente en una adicta a este tipo


de sexo. La tensión en la habitación se calma y lo único que
queda es un fuerte jadeo y el olor a sexo que flota en el
aire.

Kova se retira y se dirige al baño, pero no antes que


sienta que su palma se desliza con ternura por mi mejilla
enrojecida y que me da un suave beso en la columna.
Espero a que se pierda de vista para revolcarme en el cojín
del sofá. Alcanzando más alto, agarro mi camisola rasgada
que había tirado antes y me cubro el pecho. Estoy
demasiado agotada para encontrar una nueva para
ponérmela todavía.
Unos instantes después, la puerta del baño se abre y
Kova sale. Mis cejas se fruncen y mis labios forman una
fina y apretada línea. Al ver que su liberación sigue en mi
muslo, pensé que salía para limpiarme como la última vez y
luego pasar un rato conmigo antes de irse. En lugar de eso,
está completamente vestido y tiene el ceño fruncido en su
bello rostro mientras esta ante mí. Sus ojos recorren mi
cuerpo, pero a diferencia del calor que solían tener, están
completamente desinflados y eso me destroza el corazón.
Se le escapa un suspiro resignado. Se pasa una mano por
el cabello y deja caer un trapo húmedo sobre mi pierna. Me
estremezco.
—Eso es lo que querías, ¿verdad? ¿Un buen polvo? —
Cuando no respondo, dice—: ¿Fue tan bueno para ti como
para mí?
Y luego se aleja y sale por la puerta como si nada hubiera
pasado.
 
Capítulo 63

Mi alarma suena molesta a las 5:30 am y me siento como


si acabara de dormirme.
Lo último que quiero es dejar el calor de mi acogedora
cama. Daría cualquier cosa por saltarme el entrenamiento
de hoy, pero sé que no puedo.

Con solo tres horas de sueño, tengo la tentación de fingir


una enfermedad grave para que me ingresen en el hospital
y poder dormir un poco más.

Aunque, estoy bastante segura que recibir un “buen


polvo” por parte de una polla rusa no era una enfermedad
grave.
Por algo me falta el sueño. La realidad se impone y mi
estómago se revuelve en anticipación, haciéndome sentir
mareada. Kova me había tratado como una basura la noche
anterior. Sé que verlo será incómodo después del episodio
de la noche, pero estoy molesta por lo insensible que ha
sido. Todavía soy nueva en todo esto y no estoy segura de
cómo procesar todo. Me gusta el efecto del dolor, pero a
veces me hiere.

Tal vez burlarse de él no ha sido una buena idea, y tal vez


ocultarle mi virginidad no era lo más inteligente, porque
cuanto más pienso en ello, más equivocado me parece. La
culpa me corroe. Kova se sintió engañado y eso no me
gusta. Estaba molesto porque me había guardado esa
pequeña información, pero en realidad no era de su
incumbencia. Sin embargo, al final, no cambiaría nada.

Bostezando, estiro los brazos por encima de la cabeza


antes de revolcarme en la almohada y acurrucarme en ella.
Mis ojos están tan secos como el desierto del Sahara. La
última vez que miré el reloj, era poco más de la una. Estaba
más que agotada, me dolía todo el cuerpo. Deseaba más
que nada volver a dormir, pero eso no iba a suceder pronto.

La estúpida alarma vuelve a sonar y esta vez me levanto


de la cama sin entusiasmo. El dolor resuena entre mis
muslos y me estremezco. Joder, me duele. No esperaba un
escozor agudo, como un enorme corte de papel ahí abajo,
pero es exactamente lo que siento.

Una ducha era imprescindible. Estoy demasiado cansada


para ir al gimnasio como hacía normalmente. Necesito
despertarme.
Agarrando un leotardo, un sujetador deportivo y unos
pantalones de deporte, me dirijo al baño y abro la ducha.
Mientras espero a que el agua se caliente, mi vejiga se
hace notar como si estuviera a punto de explotar.

Suspirando como si fuera una molestia orinar, me siento


en el frío inodoro para hacer mis necesidades solo para
detenerme y jadear de dolor. Por Dios. Intento orinar de
nuevo dejando salir solo un poco, pero todo mi cuerpo se
tensa en agonía por el escozor. Me duele demasiado para
hacerlo.

Kova debe haberme destrozado bastante anoche.

El vapor llena mi cuarto de baño y allí estoy yo, inclinada


sobre mis piernas con los brazos rodeando mi estómago,
conteniendo la respiración hasta el punto que me duelen
los pulmones. No puedo aguantar mucho, así que solo dejo
salir la mitad.

Lo volveré a intentar más tarde. Incluso la limpieza me


duele, así que solo me limpio.
Me ducho rápidamente, me lavé el cabello y me afeité las
piernas en un tiempo récord, con cuidado que el jabón no
llegue a mi sexo. Una vez me corté el labio ahí abajo
mientras me afeitaba. Fue un pequeño corte y cuando el
jabón lo tocó, ardió como una perra.

Al cerrar la ducha, tomo una toalla y salgo. Limpio el


espejo empañado y me seco rápidamente. Mientras lo hago,
mis cejas se inclinan confundidas ante el reflejo. Me pongo
de pie, giro y me miro en el espejo para poder ver toda mi
cintura y mi culo. Me quedo con la boca abierta al ver lo
que hay en mi espejo.

Las huellas dactilares de Kova cubren mi carne con


pequeñas marcas negras y azules. Desde la parte superior
de mis muslos, hasta mis caderas y la parte posterior de
mis piernas. Están por todas partes. Puedo conectar los
puntos si quisiera. Es difícil no notarlas. Levanto el pie y lo
apoyo en la repisa del mostrador, me incliné y miré mi
coño.
Mi piel es de color rosa y esta hinchada. Hago una
mueca. Me fijo bien, moviendo la carne, pero no puedo ver
nada a simple vista. Tomo un pequeño espejo y lo coloco
entre mis piernas para verlo mejor. Examinando lo más
cerca que puedo, noto una pequeña marca roja. Paso mi
dedo índice suavemente sobre ella y me estremezco. Kova
me desgarró, lo que explica por qué me duele orinar.
Supongo que no mentía cuando dijo que no me había dado
todo la primera vez. Esta vez sí lo ha hecho.
Cuando termino de vestirme, tomo un par de pantalones
cortos de gimnasia adicionales para cubrir cualquier marca
y los meto en mi bolsa. Normalmente, no llevo pantalones
cortos a menos que sea esa época del mes para mí, aunque
muchas gimnastas optan por ello.
Compruebo el reloj y me doy cuenta que voy con retraso.
El entrenador me va a matar. Agarro una barrita de
cereales, aprobada por mi encantadora madre, por
supuesto, y mis libros de texto antes de salir corriendo de
mi apartamento. Es lunes, lo que significa que tengo
tutoría, almuerzo y más entrenamiento después. Además,
terapia en mi pantorrilla.

Por suerte, World Cup está a solo diez minutos de


distancia. Entro en el gimnasio a las seis y media, y los tres
entrenadores ya están gritando

Va a ser un día largo.

Casi cuatro horas después, y la práctica no ha sido fácil.


Directamente, me duele el coño. Cualquier tipo de salto
dividido en la barra se siente como si me partiera en dos, y
no es como si pudiera elegir no hacerlo, tengo que hacerlo.
Por no hablar que estoy mental y físicamente agotada; es
todo el esfuerzo que puedo hacer para mantener los ojos
abiertos, por no hablar de tener que hacer mis rutinas.

Hoy me he dado cuenta de la cantidad de habilidades que


tengo con las piernas abiertas.

Luego viene el Tsavdaridou, un salto hacia atrás con un


giro completo para bajar. Esos tampoco han sido
agradables. De hecho, nada ha sido agradable esta
mañana. Las habilidades me aterrorizan hoy, y nunca lo han
hecho antes, pero sabiendo que voy a bajar con las piernas
abiertas y aterrizar con la barra apoyada entre ellas, lo
odio.

Por una vez en mi vida, quiero perfeccionar mis giros


para no agravar mi Aquiles.
Tengo mucho cuidado de no ponerme a horcajadas en la
barra. Me caigo un par de veces, pero puedo agarrarme.
Dios mío, no sé si yo también habría podido soportar ese
dolor de parto. Por suerte, la barra pasa rápidamente y
ahora estoy en la bóveda.

Las ganas de orinar me golpean como una tonelada de


ladrillos. No he ido desde esta mañana por el dolor
punzante y temo que se repita, pero ahora no puedo
aguantar más. Tengo que ir. Si doy una vuelta más en la
bóveda, voy a reventar. Y orinar en la bóveda no es una
buena imagen.

Me pregunto si puedo poner un poco de vaselina en las


rasgaduras. Tal vez que me ayudaría a orinar y a dar saltos,
pero también me pregunto qué pasaría si me meto vaselina
dentro. Me estremezco al pensarlo. No importa. No puedo
correr el riesgo. Tengo que arreglármelas.

Para rematar mi encantadora mañana, Kova no ha mirado


hacia mí ni una sola vez. Madeline ha trabajado conmigo
todo el tiempo y parece que, esté donde esté en el
gimnasio, él está en el lado opuesto al mío. Casi como si
nos mantuviera intencionadamente lo más alejados posible.
Tal vez ha pasado e implementado a Madeline como mi
entrenadora ahora y no a él. Rezo para que no.

Sé que tengo que concentrarme en mi entrenamiento,


pero no puedo evitar preguntarme en qué estará pensando,
si es que está pensando en la noche anterior. Es casi como
si yo no estuviera allí. Odio esa sensación, como si fuera
invisible y no importara.
Suspiro para mis adentros.

Entré en el baño, cierro la puerta con llave y me despojo


de mi leotardo. Esta es la única parte de la gimnasia que
detesto: estar sudada y tener que quitarme la prenda única.
Es como quitarse unos jeans ajustados y empapados.
Respirando profundamente, cierro los ojos y rezo para
poder orinar sin que me duela. Me agacho, aprieto mis
entrañas y solo dejo salir un chorrito... y me detengo.
Suelto un suspiro audible y vuelvo a soltarlo para sentir
que la sensación de ardor vuelve con fuerza. Mi mano se
estrella contra la pared y me apoyo en ella para
sostenerme. Pero no lo suelto todo. No es posible. La orina
me quema mucho.

Eso es todo, todo lo que puedo conseguir. Me limpio con


cuidado, me levanto el leotardo y me lavo las manos. Tengo
una hora más hasta el descanso para el almuerzo y la
tutoría, luego vuelvo a entrenar durante cuatro horas más.
Después de la terapia, cuando llegue a casa, me remojaré
en la bañera.

Tengo esto. Solo necesito darme una charla de ánimo


primero.
Al entrar en el gimnasio, busco inmediatamente a Kova.
Es más, por costumbre y adicción que por un pensamiento
consciente. Ansío sus ojos brillantes y sus palabras feroces.
Me impulsan a ser mejor, más fuerte. A probarme a mí
misma.

Cuando por fin cruzamos miradas, no aparta la vista. Su


postura es estricta, sus brazos firmemente cruzados contra
su tenso pecho. Camino a ciegas, sin poder concentrarme
en mi entorno. Intenta decirme algo con sus ojos, pero no
estoy segura qué. Lo único que sé es que me mira como si
no pudiera soportar mi mirada y eso me duele.
—¡Cuidado!

Me estremezco y levanto las manos, agachándome.

—Jesús, Big Red. Todos sabemos que el entrenador Kova


está bueno, pero presta atención. No hagas que sea tan
obvio que estás embobada con él. Dios...

Cierro los ojos y cuento hasta cinco. Reagan y sus


estúpidos comentarios de pelirroja. La habría corregido,
pero no estoy de humor. Casi me meto en su desmontaje, lo
que podría habernos herido gravemente a las dos. Pero ella
tiene razón, tengo que prestar atención.

No me disculpo, simplemente la ignoro y me dirijo de


nuevo al salto mientras ella continua en la barra.

—¿Estás bien? —preguntó Hayden, preocupado. Sus ojos


observadores me ponen nerviosa.

O tal vez solo estoy siendo paranoica.


Asintiendo con la cabeza, sonrío dulcemente y pongo
expresión de felicidad.
—Sí, es que estoy agotada.

Agarrando un poco de tiza para la bóveda, me froto un


poco en los pies, añadiendo un poco en los muslos cuando
Hayden se aleja. Me doy una palmada para eliminar el
exceso de polvo y puedo saborearlo en la boca.
Me pongo detrás de la línea blanca y respiro
profundamente cuando Kova se gira para mirarme. Asiente
con la cabeza, hace un gesto para que me avance. Madeline
da una palmada y grita:
—Muévete, Adrianna. ¡No tengo todo el día!

Me pongo de puntillas, me inclino hacia delante y echo a


correr. Impulso mis piernas tan rápido como puedo y solo
me concentro en la bóveda. Me duele un poco la
pantorrilla, pero lo ignoro. Todo lo demás se desvanece y
me olvido de todos los problemas de mi vida mientras me
acerco al aparato y siento que la adrenalina me golpea con
fuerza.
Dios, me encanta esta sensación. Mi corazón acelerado,
mis músculos ardientes. La anticipación.
Me centro solo en el trampolín, hago un giro sobre él y
me arqueo en un salto de manos hacia atrás. Salgo con los
hombros del trampolín en un giro de dos y medio para
completar un Amanar. Al aterrizar doy unos pasos hacia
atrás y me caigo.

Al diablo con mi vida.


Al añadir el medio giro se crea un aterrizaje ciego, por lo
que no se puede detectar el suelo. Tengo que desear en una
oración que lo aterrice correctamente. Puedo practicarlo
un millón de veces, aterrizarlo en todos los entrenamientos,
pero solo hace falta una fracción de segundo en la que no
arranco lo suficientemente alto, o mis piernas están
dobladas, mi pecho estaba demasiado bajo, cualquier cosa
para no aterrizarlo en la competición.

En la gimnasia, todo es posible. Y teniendo en cuenta que


estoy trabajando en el salto más difícil para las mujeres,
eso debería decir algo.

Al levantarme, escucho a Madeline suspirar con fuerza.


—Lo estoy intentando, de verdad —interrumpí antes que
pudiera decir algo.

Me mira con lástima.


—Sé que lo haces. Hagámoslo de nuevo.

—Adrianna. Mantén las piernas rectas en el vuelo, con el


pecho hacia arriba —dice Kova, mirándome atentamente.
—Tiene razón —reconoce Madeline—. Tus piernas están
descuidadas y dobladas. Me he dado cuenta que también
tienes los pies cruzados, lo cual es un gran no, Adrianna.
Intenta poner tu giro un poco más alto. Necesitas algo que
te dé puntos y te haga subir en la clasificación, no que te
haga retroceder.

Asiento con la cabeza.


—¿Te molesta la pantorrilla? —pregunta preocupada.

—No. —Podría haber mentido y decir que sí, lo que sería


la razón de mi aterrizaje de mierda, pero no lo hice.
No hay nada peor que te digan que no puedes hacer algo
después de haberte esforzado tanto por conseguirlo.
Tragándome mi frustración, miro la bóveda y me imagino
mi aterrizaje perfectamente. Puedo hacerlo, me digo. Lo he
hecho antes, solo tengo que visualizarlo y confiar en mis
habilidades.
—Ya lo tienes, Aid —susurra Hayden, apretando la
muñequera con un movimiento de cabeza. Le sonrío y mi
rostro se suaviza.
Otra respiración profunda, y despego. Salto en redondo,
salto hacia atrás en la bóveda, salgo y alcanzo a girar.
Anoto mentalmente mis piernas y las enderezo, pero es
demasiado tarde en este momento. Abro los brazos para
equilibrar el aterrizaje, pero ya sé que me estoy inclinando
demasiado hacia atrás y que mis caderas están demasiado
bajas. Es una sensación interior inexplicable, pero conozco
mi cuerpo y sé que no lo voy a conseguir.

Intentar salvarlo es inútil. Estoy literalmente en posición


sentada y me golpeo contra el suelo sin más, tropezando
hacia atrás y cayendo sobre la alfombra azul. Se me llenan
los ojos de lágrimas mientras el dolor palpita de repente
con saña por mi espalda. Masajeando mi costado, siento
ganas de llorar por estar tan frustrada y no acertar con mis
marcas. La duda me golpea hoy y empiezo a preguntarme
si me estoy esforzando demasiado.
Madeline suspira.

—Ve a la tutoría y te veré más tarde.


—¿Puedo intentarlo una vez más?

Madeline asiente y toma una colchoneta para ponerse de


pie. Tiene la forma de una caja y es alta, a la altura de la
bóveda para que pueda verme.

Querido Dios, por favor déjame aterrizar esto.


Tragando, empiezo a correr, con los pies golpeando el
suelo. Me muevo hacia la entrada y luego salto de la
bóveda. Las manos de Madeline me ayudan a levantar la
parte posterior de mis hombros, elevándome en el aire para
ayudarme a fijar mi elemento. Empiezo a girar, haciendo el
giro tan fuerte como puedo para aterrizar correctamente. Y,
por algún milagro, aterrizo, pero solo para que otro golpe
de dolor me atraviese la espalda, pero me lo aguanto.
Aunque aterrizo mal, mis pies tocan el suelo, no mi culo, y
eso es lo único que importa ahora. Un fuerte suspiro sale
de mis labios y cierro los ojos con satisfacción, ocultando el
dolor de espalda.

—Otra vez —dice Madeline.


Lo hago de nuevo con su ayuda y aterrizo. Sí. Aterrizar es
una palabra que utilizo a la ligera, pero el hecho de estar
de pie es lo que me motiva y me da ese pequeño empujón
para seguir adelante.

Después de tres intentos más, aparta la alfombra para


que lo haga yo sola. Los nervios me agitan con fuerza y de
repente me preocupa no volver a acertar. Es un miedo
irracional el que me recorre, lo sé, pero forma parte de la
rutina. Mi corazón se divide entre la garganta y el
estómago. Todas las miradas están puestas en mí. El miedo
y los nervios forman parte de la composición genética de
un gimnasta.
Pero también lo es ganar.

Tengo esto... tengo esto... visualiza...


La adrenalina corre a toda velocidad por mis venas
mientras corro hacia el aparato de cuero, pero la aprensión
y los nervios dominan cuando llego al trampolín. El fuego
se dispara en mi espalda y me entra el pánico en medio de
mi rotación y solo hago un pleno. Fue un aterrizaje limpio,
pero Madeline me mira fijamente.
Mierda.
—Tú —dice entre dientes apretados, y me señala—,
vuelve a poner el culo ahí y haz el Amanar. Ahora.
Se me cae el estómago. Lo único que puedo hacer es
asentir y empezar a caminar. No tengo muchas opciones.
Las ganas de orinar nunca desaparecen, y una oleada de
dolor golpea mi vejiga gritona. Son solo las diez de la
mañana, pero este día se está yendo a la mierda
rápidamente. Muy poco sueño, un coño ardiente, y ahora
una entrenadora furiosa.

Y yo solo tengo que culparme a mí misma.


Hago el salto una vez más y añado el estúpido giro, pero
sin su empuje, apenas aterrizo sobre las puntas de los pies.
Mi estómago se aprieta con fuerza y me rindo y salto hacia
un lado, con la pantorrilla ardiendo ligeramente.
Antes que pueda hablar, Madeline señala hacia la salida y
dice:
—Vete. Vuelve después de la tutoría. Tal vez te sientas
mejor después de haber descansado.
—¿Puedo intentarlo una vez más?
—No. —Suelta un suspiro—. Vuelve más tarde y
trabajaremos en ello de nuevo.
Mis hombros caen derrotados. Me doy la vuelta y miro al
suelo para evitar las miradas de los curiosos mientras me
dirijo a los vestuarios. Estoy más que avergonzada con mi
entrenamiento y no quiero ver la mirada crítica de mis
compañeros.

—Hey Aid —llamó Hayden a través del gimnasio. Levanto


lentamente los ojos, temiendo ser recibida con una mirada
de lástima. Sorprendentemente, veo ánimos en sus ojos
mientras corre hacia mí.
—Dame veinte y habré terminado. Iremos juntos a la
tutoría.

Sonrío amablemente. Después de la tormenta de mierda


que tuve por la mañana, la mentalidad de Hayden de
arrasar con la vida es exactamente lo que necesito.
Abriendo mi taquilla, saco mi bolsa de lona y la dejo caer
al suelo, revolviendo en busca de mi ropa. Estoy muy
enfadada conmigo misma y tengo ganas de llorar. Soy
mejor que esto, y dejo que las cosas se interpongan en el
camino del entrenamiento. Tengo que ser más fuerte y
superar mis miedos, pero es más fácil decirlo que hacerlo.
Estoy entrenando en un deporte que puede literalmente
paralizarme en una fracción de segundo por no conseguir
suficiente aire en la rotación o por aterrizar mal. Y no estoy
al cien por cien por culpa de mi pierna. Mis aterrizajes son
una mierda hoy. Si mi sincronización no es absolutamente
perfecta, las repercusiones pueden ser devastadoras. Hay
una razón por la que la gimnasia es considerada uno de los
deportes más peligrosos. Es un riesgo a tomar, pero mi
corazón está todo en ello. Incluso en los días en los que
estoy en mi peor momento, nunca me rendiré.

Al cambiarme el leotardo, noto pequeñas gotas de


sangre. Mierda. Menos mal que llevo más leotardos
conmigo. Me visto rápidamente y vuelvo a meter la mochila
en la taquilla y la cierro con toda la fuerza que puedo.
Debería haber hecho algunos estiramientos para enfriar
mis músculos, pero ni siquiera me importa.

Entro en una de las salas de fisioterapia, me recuesto en


la mesa azul de plástico y espero a Hayden. Estoy deseando
pasar el rato con él. Me tapo el rostro con un brazo y cierro
los ojos, pensando en mi bóveda.
—Adrianna... Adrianna, despierta.

Al abrir los ojos, me siento desorientada por un momento


y confundida por el lugar en el que me encuentro.
—¿Hayden? —Mi voz se quiebra. Dios mío. Parece que he
estado dormida durante horas.

Me sonríe.
—Vamos, Bella Durmiente. Tenemos tutoría.
Gimo.
—Tenías que besarme para despertarme porque siento
que podría dormir para siempre.

Sus mejillas adquieren un color más intenso.


—Estaba a punto de hacerlo.
—¿Puedo saltar e ir a casa a dormir?
Hayden extiende su mano para ayudarme a sentarme.
Bostezo y la acepto.
—¿Una noche dura?
—Si supieras.
—Te ves como una mierda.

Una sonrisa curva mis labios.


—Tranquilo, mi corazón —respondí con ligereza.
—Oye, yo solo digo las cosas como son.
—Es obvio que lo sé.
Salimos de los vestuarios y nos dirigimos al vestíbulo. Mis
cejas se fruncen cuando oigo la voz de Kova en la distancia.
Cuanto más nos acercábamos, más fuerte se hacía, y mi
corazón se detuvo al oír el tono suave de su voz.
—Oye, ¿qué estás haciendo aquí?
Intento no contener la respiración mientras escucho la
respuesta que llega a mis oídos.
—He venido a sorprenderte para comer. —Conozco esa
voz. Katja tiene una de las voces más cantarinas que jamás
he oído, incluso con el marcado acento ruso que la
acompaña.
—Sabes que tengo un horario, Kat. Deberías haberme
llamado antes.
Al doblar la esquina, él la atrae para besarla. Sus dedos
se enredan en su cabello castaño en un sensual y posesivo
beso. Se me cae el estómago al verlo. Nunca me ha besado
así. Nunca me ha mirado con amor en los ojos. Nunca me
ha abrazado con tanta ternura.

—¿Por qué fue eso? —preguntó ella sin aliento cuando se


separan.
Se pone tenso y arremete irritado:
—¿Por qué necesito una razón para besarte? ¿Puedo no
besarte cuando quiera?

—No es así —responde ella con las mejillas sonrojadas—.


Sabes que puedes en cualquier momento. —Lo mira con
corazones en los ojos—. Te amo.
Palidezco ante su muestra de amor, mi estómago se
revuelve en oleadas. Hayden es completamente indiferente
a su afecto, y por suerte completamente ajeno a mi
reacción de desgarro, mientras sigue caminando hacia la
puerta principal. Necesito toda la fuerza que tengo para
hacer que mis pies sigan moviéndose cuando todo lo que
realmente quiero hacer es tirarme al suelo y hacer una
fiesta de lástima.
No quiero que me moleste, pero lo hace. Verlos en su
momento de intimidad me dice todo lo que necesito saber, y
me muestra todo lo que nunca tendré.
Con las llaves de Hayden tintineando en su mano, ambos
giran la cabeza en nuestra dirección. La barbilla de Katja
se hunde, la vergüenza tiñe sus mejillas.
Hayden sostiene la puerta abierta y lo rozo al salir. Mis
ojos se fijan en Katja y luego en Kova, que me sostiene la
mirada hasta que salgo.
—¿Estás bien? —preguntó Hayden al oír mi respiración
expulsada cuando la puerta se cierra tras nosotros.
—¿Qué? —Miro su cara distraídamente, mi mente no
quiere funcionar hoy. Me sacudo para salir de ella—. Sí,
solo estoy agotada, eso es todo. Estoy lista para que este
día termine.
—Te das cuenta que aún no es mediodía, ¿verdad?
—No me lo recuerdes.
Subimos al auto de Hayden y él arranca el motor,
pasando un brazo fuerte por encima de mi asiento. Cuando
se asoma por encima del hombro para salir, me mira y
sonríe con sus cálidos ojos azules.
—No te preocupes. Todos tenemos días malos.
—¿Días malos? Lo he fastidiado. ¡Pésimo! Parecía una
aficionada.

Se ríe por mi exagerado suspiro.


—Totalmente.
Me acerco y le doy un puñetazo.
—¡No tienes que decir lo obvio!

—¿Prefieres que mienta?


—No.
—Hey. —Pone un dedo bajo mi barbilla en el semáforo en
rojo—. Mantén la cabeza alta. Es solo un mal
entrenamiento matutino, no una mala vida. Esta tarde será
mejor.

Le sonrío suavemente.
—Eso espero. Siento que soy la única que tiene malas
prácticas últimamente.
—A veces pasa. Lo superarás.

—Lo sé... es una mierda. Regina parece prosperar con


mis errores.
Me mira con perplejidad.
—¿Regina?
—Reagan, quiero decir. ¿Has visto alguna vez Mean
Girls? Es la Regina George de la gimnasia. Le encanta ver a
la gente fracasar y eso. Como si se excitara con ello.
—Nunca he oído hablar de ella, pero ¿por qué tengo la
sensación que tienes razón? Quizá una noche la veamos
juntos —dice, cambiando de marcha.
Aprieto los labios.

—¿Quieres ver Mean Girls?


Se encoge de hombros, entrando en la biblioteca.
—¿Por qué no?
—No sé... ¿porque es una película de chicas?

—¿Y qué? Vamos a comprar pizza y refrescos, a comer y a


ver una película una noche.
Suspiro con alegría. Me parece una gran idea.
—No recuerdo la última vez que encendí la televisión.
Nuestros horarios son tan intensos y están tan repletos que
caigo en la cama nada más llegar a casa. No hay tiempo
para la diversión.
La sonrisa que se desliza por la cara de Hayden me dice
que estoy equivocada.
—Siempre hay tiempo para divertirse.
Me muerdo el labio.

—Me gustaría, pero ¿podemos no decírselo a nadie? ¿Es


decir, a tu hermana para que no se lo cuente a Reagan? No
necesito más mierda.
—¿Quieres decir que soy tu pequeño y sucio secreto? —
Guiña un ojo.

 
Capítulo 64

Tres horas después y mi cerebro esta frito.

Las matemáticas no son mi asignatura más fuerte.


Cuando las letras se mezclan con los números, eso es todo.
He terminado. Por suerte, mi tutor solo me hace hacerlo
durante una hora y luego pasa a Historia. Que me encanta.

—¿Quieres comer algo antes de volver? —preguntó


Hayden.
Compruebo mi reloj y me doy cuenta que no he comido
nada más que una barrita de cereales.
—Eh. Tengo una ensalada en el gimnasio, pero no estoy
de humor.
Su cara se arruga.

—¿Una ensalada? Aid, tienes que comer. Tienes cuatro


horas de entrenamiento por delante —Tiene razón, yo estoy
funcionando a tope, pero mi falta de apetito se debe a
razones que él desconoce.

—Honestamente, Hayden, estoy demasiado estresada


para comer ahora mismo.
Hayden entra en una plaza comercial y estaciona delante.

—Hay que comer para mantener esa resistencia. —Guiña


un ojo y salta del auto.

Cuando entramos, me acuerdo al instante de Whole


Foods. Ese lugar siempre tiene un olor extraño. El olor me
asalta y empiezo a reírme pensando en algo que dijo Avery
una vez.
—¿Qué es tan gracioso?
—No es nada.

Hayden hace una pausa, sonriendo.

—Cuéntame.

—Este lugar me recuerda a Whole Foods. Tiene el mismo


olor.

Parece confundido.

—¿Y eso te hace gracia?


—Avery jura que Whole Foods utiliza productos de
limpieza naturales que se supone que tienen aroma a
naranja, pero que en realidad huelen a suspensorio sucio.
Por eso cuando entras en uno siempre tiene el mismo olor
asqueroso. Estoy de acuerdo con ella, no es que sepa a qué
huelen los suspensores, es solo una suposición.

Los ojos de Hayden brillan de risa.

—¿Qué? No me mires así.

—No he dicho nada —Se ríe, levantando las manos.


—Tienes una mirada en tus ojos. Te voy a dar un
puñetazo. —Levanto el puño juguetonamente y ni siquiera
se inmuta.

Antes que pueda decir nada más, las ganas de orinar se


apoderan de mí.

—¿Puedes pedirme un wrap de Lechuga y pavo, por


favor? Necesito ir al baño.

—¿No hay pan ni queso?


—¿Estás loco? Por supuesto que no. Solo pavo y lechuga.
Nada más.

Sé lo estrictas que son nuestras dietas. Los carbohidratos


y los lácteos están fuera. Me permito comer carbohidratos
una vez a la semana, pero seguro que no son de un
envoltorio. Esas pequeñas piezas planas de nada están
cargadas de mierda que no puedo permitirme meter en mi
cuerpo.

Al encontrar los baños, estiro la mano para abrir la


puerta solo para encontrarla cerrada. ¡Maldita sea! Me
apoyo en la pared opuesta, contando los segundos e
intentando desesperadamente no hacer el baile del pis. Mi
madre me miraría mal desde Palm Bay si lo hago. De todos
los años de ser obediente bajo la mirada de mi madre, me
quedo con las piernas cruzadas como una dama, y rezando
a Dios para que esta persona se dé prisa.

Después de lo que me parece una eternidad, una madre


que lleva a su hijo de la mano sale del baño. En cuanto sus
cuerpos pasan por el marco de la puerta, entro corriendo.
La vejiga me arde mientras me muevo de un pie a otro
intentando desabrochar y bajar la cremallera de mis jeans.
Aprieto el abdomen, sintiéndome a punto de explotar
mientras me cierno sobre el retrete.

Respirando profundamente, cierro los ojos y dejo que


salga lentamente como la última vez... y siento el ardor. Me
detengo, mis dientes muerden mi labio inferior mientras las
lágrimas amenazan detrás de mis ojos.

Odio este dolor.

Lo intento de nuevo, pero mi orina está caliente, por lo


que esta vez escuece aún más. Expulso un chorro de aire
de mis pulmones ante lo poco que soy capaz de soltar y me
subo la cremallera del pantalón. Prefiero estar a horcajadas
en la barra que lidiar con este tipo de dolor ahora mismo.

Tiro de la cadena, me lavo las manos y salgo del baño


para encontrar a Hayden pagando nuestra comida. Meto la
mano en el bolsillo, pero él me detiene.

—No, no te preocupes.

Le empujo el billete de veinte.

—Tómalo.

—No, no —dice, dándose la vuelta y dirigiéndose a una


mesa—. Te pedí que vinieras a almorzar, puedo pagarlo.

Me quedo de pie, con la boca abierta, con el dinero en la


mano.

—No estoy acostumbrada a que la gente pague por mí.


Casi no sé qué hacer.

Hayden gira la cabeza en mi dirección y me mira


fijamente.

—Simplemente te lo vuelves a meter en el bolsillo y dices:


Caramba, Hayden, ha sido muy amable por tu parte.
Gracias’, y siéntate a comer.

Intento reprimir la sonrisa que se forma en mis labios,


pero es inútil. Hayden es adorable y encantador. Su cabello
rubio sucio tiene un aspecto de melena perfecta y brilla con
carisma. No puedo evitar querer estar cerca de él.

—Eres un idiota. Sé cómo decir gracias —dije, tomando


un bocado de mi aburrido wrap de lechuga—. Gracias —
Hayden sonríe y empuja un pequeño batido de aspecto
melocotón delante de mí. Mis ojos se encuentran con los
suyos.
—Esto era parte del especial del día. Nada de
carbohidratos: relajación. Es de verduras y frutas orgánicas
solamente. La vi hacerla. Se te permite tener esto.

—Hay carbohidratos en la fruta y la verdura —Me mira


fijamente, así que continuo—: ¿No se ha añadido zumo de
fruta para hacerlo? —Me preocupa la cantidad de azúcar
en esta bebida. Tiene un aspecto increíblemente bueno,
pero tengo que tener cuidado y no abusar.

—Ella usó agua de coco. Es todo natural, así que estás a


salvo.

Sonrío a Hayden, apreciando su consideración. Está


haciendo un esfuerzo por cuidar de mí.

Lo tomo, doy un sorbo al espumoso brebaje y trago. Mis


ojos se iluminan cuando la bebida helada llega a mi lengua
y doy otro sorbo, esta vez más grande.

—¡Wow! Esto es realmente bueno. Toma. —Le entrego—


Pruébalo. —Hayden traga y sonríe, dando un sorbo a la
bebida.

—Aquí me sirven mucho los batidos, pero este era uno


nuevo que tenían hoy.

—Es realmente bueno. Puedo ver por qué lo pides.

Después de un par de minutos de comer nuestro


almuerzo en silencio, me bebo la mitad del batido y le doy
el resto a Hayden.

—Tómalo. Estoy llena con mi wrap y esto, no puedo


terminar el resto —miento. Puedo terminarlo, y quiero
hacerlo, pero vigilar mi peso es más importante.

Hayden termina con su sándwich gigante y sus patatas


fritas. Tiene suerte de poder comer prácticamente
cualquier cosa. Daría cualquier cosa por comer lo que
quisiera. La mayoría del equipo de los chicos puede. Estar
llena mientras estoy en el gimnasio es incómodo y prefiero
estar un poco hambrienta.

Al menos es lo que me digo.

Hayden entrecierra los ojos, y de mala gana toma mi


bebida y la termina.

—Estás mintiendo.

—¡Bien! ¡Estoy mintiendo! —cedo—. La verdad es que


estoy estresada por el gimnasio, así que no tengo mucho
apetito —Me muerdo el labio y luego dije—: Sinceramente,
a veces me cuestiono a mí misma y por qué he venido aquí.
Quizás no estoy hecha para esto.

Hayden inclina la cabeza hacia un lado, estudiándome.


—Todos tenemos días así, Aid. Mañana no será tan malo.
Todavía eres algo nueva, así que aún estás en transición a
este estilo de vida.

—No soy nueva, llevo aquí como un millón de meses.

—He formado parte de World Cup durante años. Me sentí


abrumado y estuve a punto de abandonar un par de veces
cuando pasé a la élite. El entrenamiento es mucho más
riguroso, las horas son largas. Es agotador a tantos niveles
que a veces me preguntaba en qué me había metido. Pero
al mismo tiempo, no podía imaginarme sin hacer gimnasia.
Lo llevo en la sangre, igual que tú. Incluso cuando tienes
días en los que lo odias y quieres dejarlo, sabes que no
puedes. Algunos días te comparas con tus compañeras de
equipo y te sientes inadecuada. No lo eres. Solo estás
teniendo un mal día. Algunos días también son muy
solitarios. Es lo más duro cuando vuelves a casa y no tienes
padres ni amigos a los que acudir. Tengo a mi hermana y
ella entiende esta vida, pero eso es diferente. —Hayden
hace una pausa y se mira las manos, pensando en qué decir
a continuación—. Amas demasiado el deporte como para
dejarlo. Y sabes que nunca lo harás. Simplemente no es
posible, así que lidias con la soledad, lidias con los días
malos y sigues adelante.

Me trago el nudo en la garganta.

—Tienes razón. Tienes mucha razón en todo lo que has


dicho. —Las lágrimas rebosan en el fondo de mis ojos. No
quiero llorar, pero tengo muchas cosas en la cabeza y las
siento a punto de desbordarse en cualquier momento. Lo
estoy reprimiendo todo y no me he dado cuenta de lo sola
que estoy hasta ese momento. Hayden se da cuenta de mi
cambio. Levanta nuestra basura, la tira y luego me toma de
la mano y salimos hacia su auto.
No digo nada sobre el apretón de manos, porque la
verdad es que se siente bien. Incluso me apoyo en su brazo
y me aferro a él. Aunque solo es un poco mayor que yo, me
da seguridad con su tacto y yo lo absorbo. Es mi consuelo,
mi hombro en el que apoyarme. Mi corazón se ablanda un
poco por Hayden y le doy un suave apretón.
Hayden abre la puerta del lado del pasajero, pero antes
que pueda subir, me abraza como un oso. Automáticamente
lo rodeo con los brazos y entierro la cabeza en el hueco de
su cuello, cerrando los ojos.

—No te estreses por lo de antes. Ya ha pasado —dice


contra mi mejilla—. Concéntrate en el futuro.
Asiento con la cabeza, incapaz de formar palabras.

—No estoy segura de lo que haría sin ti, Hayden.


Estoy siendo emocional y lo odio. No me gustan las
emociones, y eso se lo debo a mi madre. Estos sentimientos
son extraños e inoportunos y quiero que desaparezcan. Lo
único que hacen es recordarme lo humana que soy en
realidad.
Hayden se aferra a mí, frotando mis brazos y dándome
fuerzas. Lo abrazo un poco más fuerte, tomando todo lo
que me ofrece.
—Siempre estoy aquí para ti.

—Gracias —Arriesgándome, pregunté con voz temblorosa


—: ¿Crees que te gustaría venir esta noche después del
gimnasio? Ya sabes, solo para pasar el rato. Me vendría
bien la compañía.
Al retirarse, Hayden me mira. Su expresión es suave y
sus ojos cálidos.

—Claro, me encantaría —Sonríe genuinamente y me da


un beso en la frente—. Incluso podemos ver Mean Girls si
quieres.

Se me revuelve el estómago de anticipación. Necesito


mostrar mi faceta de jugador y concentrarme. Estoy aquí
para entrenar, no para preocuparme por lo que piense mi
entrenador de mí o por la mala actitud de las chicas.
Me subo al auto y mi cabeza se hunde en el
reposacabezas de cuero. Respiro profundamente y me giro
hacia Hayden.
—Yo me encargo.
 
Capítulo 65

Sé que algo va mal en el momento en que me despierto,


dos horas antes de lo previsto y en plena agonía.
El dolor me desgarra el bajo vientre mientras un fuego
me atraviesa como un infierno que no se puede apagar.
Pero no se detiene ahí. Sube por mi costado y me envuelve.
Mi espalda palpita como si un baterista de heavy metal
estuviera utilizando mi cuerpo como práctica, el golpeteo
es incesante.

Con las rodillas pegadas al pecho y atadas por los brazos,


me hago un ovillo, deseando que desaparezca el dolor
punzante. Nunca en mi vida he tenido unos calambres
como estos y no sé qué pensar de ellos. Aprieto los ojos con
fuerza y me muerdo el labio inferior en carne viva en
cuestión de minutos. Lo único que se me pasa por la cabeza
es ir al hospital inmediatamente.
La cosa es que no me creo capaz de conducir. El dolor es
así de intenso. Las náuseas me revuelven el estómago y
lucho por mantener el contenido de la cena con Hayden.

Mirando el reloj, es demasiado temprano para llamar a


alguien, pero necesito a alguien. Lo primero que pienso es
en Madeline, ya que ha venido conmigo a ver al Dr.
DeLang, pero algo en mi interior me dice que no la llame.
La única otra persona a la que me siento cómoda llamando
es Hayden. O es él, o conduzco yo misma.

Le envío a Hayden un mensaje rápido esperando que lo


vea cuando se despierte. Le digo que necesito ayuda y que
estoy enferma. Mientras tanto, me tomé una fuerte dosis de
Motrin, mi medicamento de cabecera, y me sumerjo en un
baño caliente. Pero intentar ponerme de pie me duele y me
hace encorvarme y detenerme. Respiro hondo, vuelvo a
ponerme en pie lentamente, esta vez con una mano pegada
al estómago. Mientras camino, puedo jurar que mis
músculos se están desgarrando. Con este tipo de dolor, sé
que no hay forma de entrenar hoy. Simplemente no es
físicamente posible. Dicho esto, me aterra llamar a Kova y
decírselo, sobre todo por cómo han quedado las cosas entre
nosotros. Es incómodo, y me sorprendería que me
contestara de todos modos.

Abro la canilla de la bañera y espero a que se llene, me


incliné y saqué un cartón de sal de Epsom y un frasco de
Motrin. Vierto una generosa cantidad en el agua caliente y
paso los dedos por la bañera que se está llenando. Mi
madre siempre tiene estas cosas en casa y jura que curan
las dolencias internas. Una vez que empecé a entrenar en
World Cup, se convirtió en un elemento básico en mi
apartamento.

Al levantarme de la bañera, un dolor agudo me atraviesa


el vientre. Me encojo y exhalo un fuerte suspiro. Incluso
inclinarse en este ángulo es una agonía. Sea lo que sea,
rezo para que un médico lo diagnostique y me cure esta
noche.

Soy un desastre.

Al quitarme la ropa, me miro en el espejo y mis ojos se


abren de par en par. Estoy pálida y parezco muerta. Mis
ojos están hundidos y el color es débil. Tengo moratones de
color amarillo alrededor de las caderas y estoy más delgada
que nunca. Cruella de Vil, también conocida como mi
madre, estaría orgullosa de mi pérdida de peso.

Lleno de agua el vaso de cristal que tengo en el baño. En


el reverso del frasco de ibuprofeno pongo dos pastillas,
pero yo voy a tomar cuatro, como hago habitualmente. Me
trago rápidamente las pastillas de color naranja y bebo otro
vaso de agua antes de acercarme a la bañera.

Levantando la rodilla, sumerjo el pie en el agua, odiando


el primer contacto con el vapor. Inspiro larga y
cansadamente y exhalo antes de hundirme en el agua.

Una vez metido todo el cuerpo, me recuesto en una


almohada de plástico, apoyo las rodillas y cierro los ojos. El
agua me llega hasta el cuello y suspiro satisfecha. Me
siento completamente inmóvil, intentando relajarme y
permitir que la magia que contiene la sal de Epsom haga su
trabajo. Espero que los analgésicos hagan efecto, porque
no poder moverme no me está funcionando.

Después de cinco minutos de baño, se me aprieta el


estómago mientras un fuego estalla en mi interior. Las
punzadas en la espalda aún no han desaparecido. Jadeo e
inicio una cuenta atrás para que el dolor se vaya de verdad.
Cuando llego a uno, estiro lentamente la pierna derecha y
luego la izquierda. Empiezo a sentir las caderas apretadas
y sé que tengo que liberarlas hasta la posición completa.

El agua caliente y los analgésicos por fin me aflojan los


músculos. Con lo cansada que estoy últimamente, se me
cierran los ojos y me quedo dormida en la bañera, con la
ternura de mi estómago flotando.

En algún lugar de mi mente, mi teléfono está sonando,


pero no es el sonido correcto. Es débil, y un fuerte golpeteo
me está despertando:

—¡Adrianna!

Me agito y siento que el agua salpica a mi alrededor. Abro


los ojos de golpe y doy un salto al darme cuenta que me he
quedado dormida en la bañera.
—Joder.

Hayden está gritando mi nombre, probablemente


despertando a mis vecinos, probablemente petrificado que
algo me pase.
Me envuelvo el cuerpo con una toalla y grito:

—¡Ya voy! —Mientras me dirijo a la puerta. Un rápido


vistazo al reloj y tengo mi respuesta a por qué Hayden está
reventando mi teléfono y golpeando mi puerta como un
lunático. Ha pasado más de una hora desde que le envié el
mensaje de texto. Al parecer, el agotamiento toma el
control cuando quiere.

Rápidamente, desbloqueo las cerraduras y abro la puerta.

—Adrianna, ¿dónde has estado? Creí que te pasaba algo.


¿Estás bien? —Se frota la frente después de lanzarme las
preguntas—. ¿Qué ha pasado?

Una vez que entra, cierro la puerta. Envuelvo la toalla


con más fuerza y digo:

—Siento mucho haberte preocupado, Hayden. Me quedé


dormida en la bañera.

—¿Tienes idea de lo peligroso que es eso?

Me estremezco.

—Lo sé. Fue una imprudencia por mi parte.

—¿Todo bien?

—La verdad es que no. Me duele mucho el estómago. No


sé qué me pasa, pero tengo que saltarme el entrenamiento
de hoy e ir al médico.
La mirada de Hayden imita la mía. Angustia. Sabe que
faltar al gimnasio es un gran no. Asiente con la cabeza y
dice:

—Ve a vestirte y llamaré al gimnasio para transmitir el


mensaje por ti.

Una tierna sonrisa alivia mi rostro.

—Gracias. Te lo agradezco.

Tan rápido como me es posible, mis pies se deslizan por


la alfombra hasta mi habitación. Antes de cerrar la puerta,
caigo en la cuenta que el propio Hayden llega tarde al
entrenamiento.

—¡Dios mío, Hayden! Te vas a meter en problemas por


faltar al entrenamiento —grité—. ¡Lo siento mucho!
—No te preocupes por mí, vamos a llevarte al médico.
Mis entrenadores no son tan duros como los tuyos, así que
no sería un gran problema para mí.

Asintiendo, cierro la puerta de mi habitación y dejo caer


la toalla. Tomo un par de pantalones de yoga negros y una
sudadera con capucha junto con un sujetador deportivo y
unas bragas. Me pongo la ropa lo más rápido posible, la
repentina aparición de escalofríos me hace castañetear los
dientes. Lo único que se me ocurre es que tengo algún tipo
de virus que provoca que el dolor recorra mi cuerpo. Tal
vez una intoxicación alimentaria. Llevo semanas con una
dieta sin carbohidratos y anoche, cuando Hayden y yo
vimos juntos Mean Girls, trajo pizza. Esto podría ser mi
estómago reaccionando a la comida chatarra y la grasa. Si
esta es la forma en que mi cuerpo se rebela contra mi única
noche de diversión, entonces no volvería a tocar la pizza.
Incluso con la puerta cerrada, la voz de Hayden se
extiende por el pasillo. Cada vez que va a hablar, apenas
logra decir unas pocas palabras antes que se corte
abruptamente. Esto sucede cuatro o cinco veces, el patrón
se repite constantemente, lo que me sorprende. Me siento
como si estuviera escuchando un episodio de Maury. Nadie
habla por encima de los entrenadores, y cuando lo hacen,
lo hacen más alto y por encima de la gente. Quienquiera
que este en la otra línea, no está contento con él.

En este momento, agradezco para siempre la amistad de


Hayden Moore.

—¿Listo? —pregunté.

Se le cae la mandíbula.

—Tienes los ojos inyectados en sangre. —Se acerca y me


pone una mano en la cabeza—. Estás caliente.

Me rio.

—Gracias.

Tomándome de la mano, tira de mí hacia la puerta


principal.

—Ese entrenador tuyo es una pieza de trabajo. Gracias a


Dios solo trabajo con él en los anillos.

El lado de mi boca se levanta.

—Dímelo a mí.
—¿Tienes un médico o vamos a la sala de emergencias?

Me detengo en mi camino.

—No tengo médico... y realmente no quiero ir a


urgencias. Déjame hacer una búsqueda en Google y
encontrar un centro local de atención urgente de
veinticuatro horas.

Hayden se aclara la garganta:

—Ah, ¿no tienes un tutor que te firme algo si se presenta


la ocasión?

Levanto la cabeza y me encuentro con su mirada


preocupada. Tiene razón. No tengo padres ni tutores
legales mientras estoy aquí. Esto puede ser complicado.
Por suerte para mí, últimamente se me ha dado muy bien
mentir y tengo el documento de identidad que me hizo
Avery y que me hace legal.
—Dudo mucho que haya un problema. Lo más probable
es que insistan en el pago por adelantado, que tengo en
efectivo que puedo pagar.
—¿Dónde está tu tarjeta del seguro? —preguntó mientras
salimos de mi apartamento—. ¿La tienes contigo?
—Sí, pero como voy a pagar con dinero en efectivo no
creo que lo necesite.

Digo la dirección de un centro de urgencias local y, diez


minutos más tarde, entramos en una instalación iluminada
con una gran cruz roja en la fachada del edificio. Llegamos
justo a tiempo cuando otra oleada de calambres me golpea
el estómago. Rezo para que la espera no sea larga mientras
me acerco lentamente a la entrada, ligeramente encorvada
con Hayden a mi lado. Las puertas se abren y miro el
vestíbulo vacío.
Gracias a Dios.

Una mujer corpulenta levanta la cabeza y nos mira


mientras nos dirigimos a la recepción. Suspira irritada y
pregunta:
—¿Qué puedo hacer por ustedes? —Está claro que no es
una persona madrugadora.
—Necesito ver a un médico, por favor.

La mujer se burla.
—¿Cuál parece ser el problema?

—Mi estómago y mi espalda me están matando.


Mira el ordenador.

—¿Estás embarazada?
 
Capítulo 66

Me quedo boquiabierta y Hayden se queda helado.


—¡Dios, no!
—Te sorprendería saber cuántas chicas están
embarazadas a tu edad, si no más jóvenes —murmura en
voz baja, tecleando, lo suficientemente alto como para que
yo la escuche.
—Señora, no estoy embarazada, sin embargo, me duele
mucho. Siento como si alguien me golpeara la espalda y me
duele estar de pie.

—Muy bien, primero vamos a aclarar algunas cosas. —La


señora Actitud saca una carpeta con una mirada
impaciente. Le entrego mi documento de identidad falso y
le informo que pagaré en efectivo. Hay una silla libre junto
al mostrador, así que me tomo la libertad de sentarme.
Suspiro aliviada y cierro los ojos, agradecida que Hayden
se encargue de rellenar los espacios en blanco, pidiéndome
las respuestas. Hace un comentario sobre lo bien que se ve
la identificación falsa y yo murmuro que Avery tendría que
conseguirle una. Ese es todo el esfuerzo que puedo
soportar por el momento.

Treinta y nueve agonizantes minutos después, me llevan


a una sala de exploración. Comprueba mis signos vitales y
observa que tengo fiebre. Como en todas las consultas
médicas, me quedo helada y espero impaciente en la mesa
cubierta de papel. El dolor es tan intenso en mi espalda que
empiezo a balancearme para encontrar una forma de
aliviarlo.

Toc. Toc.
Un médico corpulento entra con unos lentes de montura
negra muy marcados, apoyados en el puente de la nariz.
Tiene una sonrisa cálida, algo que necesito
desesperadamente después de la actitud de la señora en la
sala de espera y de cómo me siento.

Sin presentación, el médico obtiene algunos datos


médicos básicos y se pone manos a la obra.

—Muy bien Adrianna, recuéstate en la mesa por favor.


Vamos a ver qué pasa. Aquí dice que eres gimnasta. —Mira
hacia abajo y luego hacia arriba, entrecerrando los ojos—.
¿Y entrenas unas cincuenta horas a la semana? —Hace una
pausa, se le forma una arruga entre los ojos—. ¿Es eso
cierto?

—Sí, señor —El doctor mira a Hayden como si buscara


confirmación.

Deja caer la carpeta sobre la encimera gris, se pone un


par de guantes y se gira hacia mí. Instintivamente, muevo
las manos hacia arriba en mi estómago y el médico
presiona sus dedos en mi bajo vientre. Me estremezco
cuando da un fuerte empujón, lo que hace que se detenga y
me mire. Creí que iba a empujar a través de mi estómago.
—¿Eso duele?

—Un poco.

—¿Cuándo fue tu último ciclo menstrual?

Frunzo los labios, inclino la cabeza hacia un lado y miro


la esquina del techo. Tengo que pensar en eso por un
momento.

—¿Hace unas tres semanas? Mi ciclo suele estar alterado,


así que no lo tengo en cuenta.
—¿Eres sexualmente activa?

—¡No! —grité como tonta. Aclarando mi garganta,


respondo de nuevo—: No, no lo soy.

Hayden levanta las manos.

—Y esa es mi señal para salir.


—¿Y quién eres tú, joven?

—Su hermano —miente suavemente, caminando hacia la


puerta—. Estaré afuera, Aid.

—Gracias, Hayden.

Una vez que Hayden se va, el doctor me mira con


desconfianza.

Su barbilla se hunde en el pecho y mira por encima de


sus lentes.

—Te lo preguntaré de nuevo ya que tu hermano no está


aquí. ¿Eres sexualmente activa?

—Sí.

—¿Estás tomando anticonceptivos?

—No.

—¿Hay alguna posibilidad que estés embarazada?

—No. Hace poco tomé la píldora del día después, así que
estoy bien.

—La píldora del día después no siempre es efectiva. ¿Has


considerado la posibilidad de tomar un anticonceptivo?

El corazón se me encoge ante la mención que la píldora


no es eficaz. Miro fijamente con cara de piedra, al médico
mientras un millón de pensamientos pasan por mi cabeza.
Esto no puede estar pasando.

—Yo... acabo de activarme —tartamudeo. Me tiembla la


mandíbula y lucho por recuperar el control de mis
emociones.

Sus ojos se entrecierran.

—Solo hace falta una vez para quedarse embarazada. A


no ser que tengas intención de ser madre, tenemos una
doctora a la que puedes acudir una vez que te sientas
mejor y que puede realizarte una citología si quieres y
partir de ahí.

—Gracias, lo pensaré.

El médico aplica más presión esta vez, presionando con


ambos pares de dedos alrededor de mi abdomen. Mi cuerpo
se tensa, mi estómago se flexiona bajo su contacto.

—Eso duele mucho —grité, cruzando las piernas como si


eso pudiera ayudar.

—Siéntate —Me ausculta el corazón, la espalda y los


costados. Cuando empuja cerca de mi columna, hago una
mueca de incomodidad. Cuando el médico me presiona en
el costado, cerca del riñón, me pongo muy recta y aspiro
una respiración audible, con una mueca de dolor.

—Adrianna, voy a necesitar una muestra de orina para


descartar un embarazo y una infección.

Se me cae el estómago. Me quedo helada. ¿Una prueba


de embarazo? Solo he tenido sexo con Kova dos veces. Es
imposible que este embarazada... eso espero. El miedo se
apodera de mi corazón y mi respiración se agita al darme
cuenta que tengo que conseguir pronto otra píldora del día
después.
—No tengo que ir, fui antes de salir —miento.

Inclina la cabeza hacia un lado.

—Por suerte solo necesito un poco. —Me entrega un


pequeño vaso y me da instrucciones antes de indicarme el
camino hacia el baño.

Hago una mueca, sabiendo lo que me espera.

Caminando por el pasillo gris y anodino hacia el baño,


cierro la puerta tras de mí y observo el pequeño espacio. El
mero hecho de pensar en que tengo que orinar me causa
miedo mientras me asaltan las ganas. Separo las piernas y
me pongo en cuclillas sobre el inodoro, asegurándome de
no tocar el borde, y coloco el vaso debajo de mí.

Expulsando un fuerte suspiro, miro perpleja el vaso. Mi


orina es de un color marrón turbio. Definitivamente no es lo
que debería ser. Quizás estoy deshidratada y necesito
beber más agua. Últimamente, he reducido el consumo
para no tener que ir tanto al baño. Supongo que no es una
buena idea.

Después de guardar el vaso de plástico en el armario, me


lavo las manos y vuelvo a la habitación. La presión en mi
vientre ha disminuido. A pesar de no querer lidiar con ello
en absoluto, tomo este dolor por encima de cualquier otra
cosa con la que he estado lidiando recientemente.

Unos minutos más tarde, el médico vuelve. Me siento


mejor y me doy cuenta que probablemente podría haberme
ahorrado venir al médico si hubiera ido al baño y hubiera
afrontado el dolor en lugar de actuar como un bebé.

—Buenas noticias: la prueba de embarazo es negativa,


pero la muestra presenta bacterias. Voy a enviarla al
laboratorio para que sea analizada. Por ahora, me gustaría
realizar una ecografía abdominal y extraer algo de sangre.

Mis cejas se fruncen.

—¿Por qué necesitamos un análisis de sangre?

—Solo por precaución. Aunque el embarazo en orina sea


negativo, nos gusta hacer un seguimiento con una prueba
de embarazo en suero para descartar un falso negativo. La
píldora del día después no siempre es eficaz —respondió
con la cabeza gacha y escribiendo en su carpeta. Se me
revuelve el estómago al pensarlo. Sé que ningún método
anticonceptivo es cien por ciento eficaz, pero hasta ese
momento no me he dado cuenta de lo grande que puede ser
esa pequeña ventana.

Casi treinta minutos más tarde, me pinchan con una


aguja, cuatro veces debo añadir, ya que la enfermera no
consigue hacerlo bien, y luego me enjabonan con gel
caliente. Tengo que aferrarme a los lados de la mesa
mientras el técnico de la ecografía me presiona el abdomen
y la vejiga. Estoy delgada, peso alrededor de cien libras
empapada, si acaso. Debería ser capaz de ver todo y no
necesitar empujar tan fuerte como lo hace. Cuando le
pregunto qué está haciendo, me dice que busca quistes
porque pueden causar un gran dolor abdominal. Cuando
me pide que me dé la vuelta, me explora los riñones.

El médico vuelve a entrar y cierra la puerta. Mirándome,


saca un bolígrafo del bolsillo de su bata y toma un talonario
de recetas.

—Parece que tiene una infección renal. Es bastante


grave, debo añadir. Podría haber tenido una reacción a la
píldora del día después que no ayudó a detener la
infección, y los fuertes calambres en el abdomen son
probablemente causados por la píldora. Le sugiero que se
abstenga de tomar la píldora en el futuro y que tome un
método anticonceptivo más consistente —Hizo una pausa y
se sube los lentes al puente de la nariz—. ¿Le duele al
orinar?

—Arde como no te puedes imaginar.

—Así que te aguantas, entonces —confirma.

Asiento con la cabeza.

—Eso es lo peor que podrías hacer: dejar de orinar. Te


voy a recetar unos antibióticos y un analgésico. Toma los
antibióticos hasta que los termines y el analgésico cuando
lo necesites —Hizo un garabato en su libreta—. También te
sugiero que te tomes el resto del día y mañana libre. Una
almohadilla térmica también ayudará.
—Doctor, no hay manera que pueda tomarme otro día
libre. Simplemente no puedo.

Me ignora.
—Si no te sientes mejor al final del segundo día, llámame.

—Pero no puedo perder otro día. Tengo que volver


mañana. —El corazón me golpea el pecho, la ansiedad se
apodera de mí ante la idea de perder otro día.

Me mira por encima de sus lentes.


—Te escribiré una nota del médico. Si tu entrenador tiene
algún problema, puede llamarme. Tu cuerpo necesita
descanso.
Asiento con la cabeza para apaciguarlo, dispuesta a
volver a casa.
—Ni loca me voy a tomar otro día libre. El entrenador
tendría mi cabeza en un palo si lo hiciera —le dije a Hayden
una vez que estamos de vuelta en su auto.
Se ríe.

—Tal vez sería bueno que lo hicieras. Así podrás


descansar y no retroceder aún más. También te dará
tiempo para descansar el pie.

—Mi Aquiles no se va a curar en dos días. Voy a tener que


dejar la gimnasia por completo para que eso ocurra.
—Si ese es el caso, entonces ¿por qué tu entrenador
diluyó tus rutinas?
Suspiro.

—Para ayudar a curar la tensión tanto como sea posible y


trabajar de nuevo a ese nivel, supongo. No quieren que lo
empeore hasta el punto de tener que tomarme un tiempo
libre.

Me mira.
—Debes odiar eso.

—Como no te puedes imaginar. Me he esforzado tanto, he


puesto todo de mi parte para estar aquí, y me lesiono. Esa
es mi suerte.

Llegamos a la farmacia y Hayden me entrega la receta.


Estacionamos y entramos mientras la despachan. Compro
una manta térmica y otro frasco grande de Motrin, y me
siento a esperar mi medicación cuando Hayden se marcha.
En pocos minutos regresa entregándome una botella de
zumo y una caja de medicamentos.

Mirando hacia abajo, pregunté:


—¿Qué es?
—Píldoras de arándanos. Leí en Cosmo que también
deberían ayudar con las infecciones de las vías urinarias y,
como está relacionado, pensé que por qué no. Es todo
natural, así que no contrarrestará tu medicación.
Tengo la mandíbula abierta y las cejas fruncidas.

—Por favor, no le digas a nadie que lees Cosmo, Hayden.


Eso es tan... poco sexy.
Sonríe.

—Vale la pena tener una hermana que los lea. Te


sorprendería las cosas que puedes aprender ahí. —Hace
una pausa, saca su teléfono y hace una rápida búsqueda en
Google—. Consejos más escandalosos y psicóticos que
Cosmo ha sugerido y que te llevarán al hospital.
Nuestras miradas se cruzan y reímos.

—Vamos a leerlo mientras esperamos —dije.


 
Capítulo 67

El médico tiene razón: mi cuerpo necesita


desesperadamente el descanso.
Todo este entrenamiento por fin me ha alcanzado.

El exceso de uso, de trabajo y el hecho de no descansar


los músculos adecuadamente probablemente contribuyen a
que mi cuerpo se apague y no pueda combatir la infección.
Tengo fiebre durante todo el día y hasta bien entrada la
mañana siguiente, hasta que finalmente se me quita. Los
analgésicos son mágicos, y la agonía con la que he estado
lidiando finalmente comienza a disiparse en veinticuatro
horas. Aunque hubiera ido al gimnasio, probablemente no
es la mejor idea entrenar mientras los estoy tomando. Me
ponen en estado de embriaguez, lo que Avery puede
disfrutar cuando la pongo al corriente de todo lo que ha
pasado, sin sexo.
Ninguno de mis entrenadores o compañeros de equipo
han llamado, excepto Hayden. No es que lo harían de todos
modos. Y la verdad, no sé si eso me alegra o no.

La soledad me golpea. Mirando a mi alrededor, me gusta


mi espacio y estoy acostumbrada a mi intimidad, pero por
alguna extraña razón la soledad me golpea con fuerza y
empiezo a alterarme. Mis emociones están dispersas y
deshilachadas. Me voy a romper si añado una cosa más a
mi jodido estilo de vida. Entre el entrenamiento, la escuela,
el seguimiento de todas las mentiras que digo, nunca he
tenido tanto tiempo para mí misma, para reflexionar sobre
mi estado actual. Se me llenan los ojos de lágrimas al
darme cuenta de la persona en la que me he convertido.
Una mentirosa habitual.
Mi teléfono suena, distrayendo mis pensamientos. Lo
tomo, miro el identificador de llamadas y se me dibuja una
sonrisa en el rostro.

—¡Hola, papá!

—Hola, nena, ¿cómo estás?

—Estoy bien. ¿Cómo estás tú?


—Oh, ya sabes, no hay descanso para los malvados.

Sonrío. Esa era su frase favorita.

—Sí.

—Entonces, mamá me llamó... —se interrumpe,


esperando que yo termine por él.

—Tengo una pequeña infección, pero ya estoy mucho


mejor. No hay que preocuparse. —Realmente no quiero
entrar en detalles sobre la infección del riñón.

Suelta un suspiro de tensión.


—Cariño, siempre me preocupo por ti. Eres mi hija, y que
no estés en casa hace que me preocupe aún más.
Mis hombros se relajan.

—Lo sé, pero de verdad, estoy bien. Mi amigo, Hayden,


me llevó al médico y después fuimos a la farmacia a
comprar lo que necesitaba.

—¿El médico te ha recetado alguna medicina?


—Sí, antibióticos y un analgésico. Están ayudando
enormemente.
—¿Estás descansando lo suficiente, cariño? Sé que
probablemente ya estás acostumbrada al horario, pero tal
vez necesites un descanso —Hizo una pausa—. Puedes
venir a casa cuando quieras.

Su consideración me ablanda el corazón.

—No hay descanso para los malvados, papá —respondo


en voz baja.

Se ríe.

—Qué duro. ¿Qué dijo Konstantin sobre que estabas en


casa?

—En realidad no he hablado con él, y honestamente estoy


sorprendida que el gimnasio no esté explotando mi
teléfono. Hayden tomó mi nota del médico, así que tal vez
sea por eso.

—Bien. Eso es porque me ocupé de ello por ti para que no


tuvieras que preocuparte. Le hice hincapié en que lo mejor
para él sería darte tiempo para descansar. Tuve que
suavizar sus plumas erizadas cuando me llamó. —Ríe
ligeramente— Ese pedazo de papel no se sostiene mucho
para algunas personas.

Frunzo los labios, desconcertada.


—¿Hablaste con Kova?

—Lo hice. De hecho, hablamos cada dos semanas. Sé que


puedes cuidar de ti misma, pero me preocupa que estés allí
sola, así que me pone al día y me hace saber cómo va tu
entrenamiento.

Esto es nuevo para mí. No sabía que hablara con Kova


tan a menudo. Aunque su preocupación por mi bienestar
me parece genuina, a diferencia de la de mi madre,
también me descorazona el hecho que pueda llamar a Kova
y no a mí. Por otra parte, el teléfono funciona en ambos
sentidos y yo tampoco llamo a casa muy a menudo.

Mi corazón se ablanda.

—Gracias, papá, te lo agradezco.

—Descansa un poco, vete a la cama temprano.

—Lo mismo que tú.

—Tu madre te envía su amor.

Me rio en voz baja.

—Estoy segura que lo hace —dije sarcásticamente—.


Salúdala de mi parte.

—Lo haré, cariño, hablamos luego.

Al colgar el teléfono, la nostalgia me golpea. Los


analgésicos me están poniendo sensible. Me pongo un
pijama, me meto en la cama y enciendo Netflix, buscando
algún drama adolescente sin sentido para ver. Cuando me
estoy durmiendo, mi teléfono vibra y la pantalla se ilumina.

Entrenador: Abre la puerta.

Mi corazón se detiene.

Saliendo de la cama, corro hacia mi puerta y compruebo


la mirilla, pero no veo a nadie. Envío un mensaje de vuelta
diciendo que no lo veo.

Entrenador: Ahora mismo estoy aquí.

Al girar la cerradura, abro la puerta y Kova entra.

—¿Qué haces aquí? —pregunté mientras deja caer sus


llaves y su teléfono sobre el mostrador. Antes que pueda
abrir la boca, le espeto—: Y si tienes algo que decir sobre
mi atuendo, perderé la cabeza.

Kova se pasa una mano por el cabello y sus ojos recorren


mi cuerpo. Mi blusa suelta y mis pantalones cortos son lo
único que puedo usar después de haber superado la fiebre.

—Este fue el primer minuto a solas que tuve para


alejarme de Katja. —Deja escapar un suspiro agotado y sus
ojos recorren mi cuerpo. Da dos pasos y se pone delante de
mí. Con la palma de la mano en la mandíbula, inclina la
cabeza hacia atrás y me examina.

—Tienes los ojos brillantes y rojos, y tienes ojeras —dice


en voz baja. Sus manos enhebran mi largo cabello y lo
alborota. Recuerdo lo mucho que le gusta cuando lo llevo
suelto—. No quería hacerte daño.

Me aparto y miro al suelo, avergonzada que sepa que mi


ausencia se debe en parte a él. Me molesta un poco que
tardó dos días en saber cómo estaba.

—Sin embargo, no lo hiciste... realmente me lo hice a mí


misma.

—Adrianna, no te engañes. Si no fuera por mí, no estarías


enferma.

Trago, encogiéndome de hombros.

—En parte. Pero también porque no me estaba cuidando


bien.

—Me siento fatal por ello, lo siento mucho, Adrianna. Fui


demasiado brusco, demasiado descuidado, dije algunas
cosas malas y puse en peligro a una de mis gimnastas. Es
otra cosa que no me puedo perdonar.
—No voy a negar que fuiste duro conmigo. Lo fuiste. Mi
cuerpo estaba funcionando a tope, así que tampoco ayudó a
combatir cualquier tipo de infección.

El agotamiento se apodera de mí y camino para sentarme


en el sofá. Inclinándome, apoyo los codos en las rodillas y
junto las manos.

—Esto fue un gran error —admito, con el corazón


doliendo con cada palabra—. Un error catastrófico. Ojalá
no hubiera pasado nada entre nosotros. Ojalá pudiera
retractarme de todo. Vine aquí para ser lo mejor posible y
me defraudé. —Levantando la vista, me encuentro con sus
ojos—. Quizá no soy tan fuerte como creo. —Kova niega con
la cabeza y se sienta a mi lado—. Debería haberte dicho
que era virgen, estuvo mal por mi parte y lo siento.
Podríamos haber arruinado tantas vidas, Kova. —Las
lágrimas brotan de mis ojos y odio estar mostrando
cualquier tipo de emoción. ¡Malditos analgésicos!

Kova me aparta un mechón de cabello del rostro y me lo


coloca detrás de la oreja. Nuestros ojos se cruzan y veo la
confusión interior a la que se enfrenta. Hace días que no se
afeita y también tiene ojeras. Ya no tiene los vibrantes ojos
verdes que tanto me gustan, y en su lugar hay un tono oliva
apagado.

—Parece que no has dormido.

—No lo he hecho —admite con consternación—. Has


estado en mi mente día tras día. Crees que no eres fuerte,
pero lo eres. Has tomado todo lo que te he lanzado y has
corrido con ello. Eres una luchadora, Adrianna. Pocos
pueden manejar lo que tienes al ritmo que tienes, y eso
hizo que las líneas se desdibujaran para mí. Me haces
cuestionar tantas cosas en mi vida ahora mismo. Ojalá
pudiera decirte cuáles son, pero no puedo. Solo tienes que
saber que no eres débil, ni mucho menos. Eres fuerte, no
dudes nunca de ti misma.

El corazón me da un vuelco en el pecho. Es una de las


cosas más bonitas que me han dicho. Se me escapa una
lágrima y él la limpia con la yema del pulgar.

—Pero tienes razón en algo.

Inclino la cabeza hacia un lado.

—¿Sobre qué?

—Que esto fue un error descomunal. Fui infiel y te hice


daño en el proceso. Les fallé a ti y a Katja. Por eso, no
podría lamentarlo lo suficiente.

Desvío la mirada para que no pueda ver el dolor que me


causa.
—Hay una pregunta que quiero hacerte, y espero que la
respondas. —Su frente se tensa. No estoy segura de dónde
viene esta pregunta o por qué la hago, pero tengo que
saberlo. Tal vez son los analgésicos los que hablan de
nuevo.
—Te lo pregunto una vez más. ¿Fui realmente la única
gimnasta con la que estuviste? ¿O hubo otras? Por favor, sé
sincero conmigo.
El corazón me golpea salvajemente contra el pecho
esperando su respuesta.

—Ria, soy muchas cosas, pero no deseo a las jóvenes —


escupe con asco—. Lo encuentro repulsivo. Nunca ha
habido otra antes de ti, aunque no por falta de intento por
su parte. Hubo algunas agresivas, pero nunca pasé del
nivel profesional.
—¿Así que nunca estuviste con Reagan?
Se retira horrorizado.

—¿Reagan? Jamás. ¿De dónde sacaste esa idea?


Sacudo la cabeza, sintiéndome como una idiota por
preguntar ahora.

—Solo algunas cosas que me dijo.


—Reagan, aunque es una gimnasta increíble, carece del
empuje y la fuerza de voluntad que tú tienes. Nunca ha
habido más que una relación entrenador/atleta con ella, ni
con nadie. Eso te lo puedo prometer.

Mete la mano en el bolsillo y saca una cajita. Al darle la


vuelta, se me encoge el corazón al leer el anverso. Sacudo
la cabeza y se me escapa una risa triste.

Kova y su estúpida píldora blanca de mierda.


—Hemos sido bastante estúpidos, ¿no?

Resopla ante mi subestimación y me entrega la caja.


—Yo más que tú. Lo sabía mejor.

Al abrirlo, saco la pastilla del día después. Me quedo


mirando la pastilla y dudo. Tengo que decidir si debo
ignorar lo que me ha recomendado el médico y afrontar las
repercusiones más tarde, o entregarle la caja a Kova y
explicarle por qué no puedo tomarla y que ya me había
hecho una prueba de embarazo.
Miro hacia Kova. Lo último que necesitaba es un bebé o
que él vaya a la cárcel. Tomo la botella de agua que he
dejado antes en la mesita. Me meto la pastilla en la boca y
la trago sin darle más vueltas a la situación. Sus hombros
se relajan visiblemente, pero entonces caigo en la cuenta
de algo. Estaba más preocupado por mi embarazo que por
mi bienestar. Por suerte para él, no tengo energía para
enfrentarme a él.

—Problema resuelto —dije abatida.


Me levanto y voy a pasar junto a Kova, pero él me pone
una mano en el muslo y me detiene. Con él sentado en el
sofá y a su altura, estábamos a la altura de los ojos. Me giro
hacia él y lo miro con su mirada tempestuosa. Su mano está
en la parte posterior de mi pierna, acariciando el pliegue
de mi muslo y mi culo. Sus dedos se mueven en pequeños
círculos, haciendo que un calor intenso me recorra. Mis
pezones se endurecen. No me muevo, no puedo, mientras
su mano pasa por mi culo y sube por mi espalda muy
lentamente. La piel se me pone de gallina. Coloca su otra
mano sobre mi cuerpo y se me corta la respiración
mientras me acerca. Después de lo que dijo, me confunden
sus acciones.
—¿Kova? —susurré.

Se sienta más erguido.


—No sé qué pasa contigo, pero lo que más me cuesta es
mantener las manos quietas cuando estamos solos tú y yo.
Tú me entiendes como yo te entiendo a ti. Tenemos el
mismo impulso.
Una mirada de dolor se refleja en su cara. Masculla en
ruso mientras sus manos recorren mi cuerpo. A pesar del
dolor que me causó hace unos días, mi cuerpo recobra vida
cuando me toca.

—¿Qué estás haciendo?


—Memorizarte con mi toque. —Kova me acerca entre sus
piernas, y puedo oler el leve aroma del vodka en sus labios.
Mi corazón martillea contra mi pecho. Este hombre es tan
confuso. Sus palabras contradicen sus acciones a diario.
Pero una cosa sé con certeza: no puedo negar lo que siente
por mí. La mirada en sus ojos mientras sus manos acarician
mi espalda, acercándome, consolida sus sentimientos. Mi
blusa se levanta, dejando al descubierto mi espalda y mi
estómago. Sus palmas rozan mis pezones y mi espalda se
inclina en respuesta. Su cabeza se inclina hacia un lado y
un suspiro se me queda en la garganta.

La forma en que me mira me rompe el corazón. Está


luchando, y lo que dijo antes es de hecho cierto. Después
de todo, ¿Kova va a besarme? Trago con fuerza. No lo
rechazaría si lo hace. No creo que llegue un momento en el
que pueda rechazar cualquier cosa que me ofrezca.
—Malysh, necesito un último beso.

Se está despidiendo.
Con una pequeña inclinación de cabeza, me lamo los
labios y rodeo su cuello con los brazos. Me inclino hacia él,
con el pecho pegado al suyo y los pezones duros. Los
fuertes brazos de Kova me rodean la parte baja de la
espalda, aplastándome contra él. Me encanta lo fuerte que
es, cómo me abraza y me hace sentir segura. Nuestros
labios se rozan, de forma diferente a cualquier otra vez. Es
suave y lento, y se toma su tiempo mientras mordisquea
mis labios.
Tomo este momento como lo que es: está usando sus
acciones para mostrar las cosas que no puede decir.

Cuando nuestras lenguas se tocan, por una vez no es


precipitado ni salvaje. Es deliberado y provocativo. Mi
cuerpo es una llamarada de calor, el deseo me golpea con
fuerza. Nuestras lenguas se acarician la una a la otra,
enredándose y sujetándose, en el beso más intenso que
hemos tenido hasta entonces. Húmedo, cálido y
apasionado.
Mis dedos se entrelazan con su cabello mientras pongo
todo en el beso, al igual que él. Sé que después de esta
noche, todo habrá terminado por completo y me duele el
corazón. Me he dejado caer completamente por alguien que
nunca podré tener.

Las manos de Kova suben por mis costillas, sus dedos se


extienden y tocan mis pechos. Gimo en su boca, apretando
más fuerte contra él y devorándolo. El cuerpo me duele aún
más, pero esta vez para liberarse y nada más. Su beso me
hace olvidar todo el dolor y lo sustituye por el placer.
—Me encanta lo sensible que eres a mis caricias —
susurra contra mis labios, moviéndose hacia el borde del
sofá. Su erección roza mi muslo y me inclino hacia él
cuando su lengua choca con la mía, al mismo tiempo que
sus dedos índice y pulgar encuentran mi pezón y lo
pellizcan. Un pequeño ronroneo escapa de mis labios.
Las fuertes manos de Kova se posan en mis caderas. Sus
dedos tiemblan contra mí mientras su lengua encuentra mi
piel caliente. Mi cabeza se echa hacia atrás, quiero ser yo
la que le alivie el dolor, darle lo que quiere.
La triste realidad de la historia es que yo nunca seré esa
chica.
Y él nunca será ese hombre.

Sus pulgares se clavan en el pliegue entre mis caderas y


mis muslos, mientras sus largos dedos se introducen bajo
mi culo. Se pone de pie y me levanta, con un brazo
rodeando mi espalda y la otra mano enredada en mi largo
cabello, sujetándome a él, como si temiera que me aleje. No
lo haré. No puedo. No hay forma que pueda hacerlo ahora.
Soy suya para que me tome.
Rodeo su cintura con mis ágiles piernas. Mis emociones
van en aumento y, por alguna razón, las lágrimas pinchan
mis ojos. No quiero que esto termine entre nosotros, el
fuego es demasiado salvaje para contenerlo.

—No puedes hacerme esto y luego marcharte, Kova —


susurré contra sus labios—. O paras del todo, o no paras
del todo. No es justo.

Aprieto mis labios contra los suyos, derramando mi


corazón a través de mi beso. Esta jodida relación entre
nosotros va en contra de toda moral. Él lo sabe, yo lo sé, y
no nos importa.

Kova se aparta y aprieta su frente contra la mía.


—Tengo que irme. —Asiento, dándole la razón. Kova me
abraza como si fuera algo natural para mí estar en sus
brazos. No quiero que me deje ir jamás, pero en el fondo sé
que es el momento. Ya hemos llevado este asunto lo
suficiente, porque al final, sé que a todo el mundo lo
atrapan.
Me desprendo de sus brazos y me pongo delante de Kova.
Me agarra la mandíbula y me inclina la cabeza hacia atrás.
—Eres tan hermosa que duele. Te mantienes firme
incluso en los momentos más difíciles. Eres una fuerza a
tener en cuenta, algo que nadie verá venir.
—Kova, ¿por qué me dices esto?

Levanta un hombro y se encoge de hombros como si no


estuviera seguro.
—Son solo algunas de las cosas que me gustan de ti. —
Me da un beso en la frente y lo mantiene durante un
minuto. Inhalamos al mismo tiempo y le agarro las
muñecas, saboreando el último contacto íntimo que
compartiremos.
Kova da un paso atrás y se dirige al mostrador,
recogiendo las llaves y el teléfono. Sin volver a mirar, abre
la puerta principal y se marcha, dejando mi corazón
destrozado en un millón de pedacitos.

 
Capítulo 68

Desenvolviendo mis muñequeras y la cinta adhesiva, dejo


caer mi equipo en mi bolsa.
Estoy cubierta de tiza, cansada y hambrienta. La sola
idea que mi cama me arrulle en mi tranquilo condominio
me hace moverme más rápido. He superado el punto de
cansancio, puedo sentirlo en mi cuerpo. Algunos días odio
estar sola, pero hoy lo estoy deseando.
Me ha llevado un poco de tiempo volver a estar en el
marco mental adecuado, y lo he logrado, pero no estoy
segura de haberme soltado del todo. Trabajando
estrechamente con Kova día tras día, me recuerda
constantemente lo que compartimos, las cosas que
hacíamos en secreto. Me mira con calor en los ojos y mi
cuerpo se sonroja, pero no antes de enmascararlo
rápidamente. Para él sigo existiendo y la persistencia de su
tacto siempre lo delata. Él está luchando tanto como yo.

El entrenamiento de hoy ha sido incómodo, pero


incómodo ni siquiera empieza a describir el último mes
entre Kova y yo. Estoy segura que nadie ha notado la
tensión entre nosotros. Hemos sido buenos en mantener las
cosas completamente platónicas. No más visitas nocturnas,
ni indiscreciones, ni nada imprudente. Nunca estamos
juntos a solas y probablemente no deberíamos haberlo
estado desde el principio. Yo solo soy una gimnasta y él solo
un entrenador, como debería haber sido. Nada más.
—Muy bien, equipo. Una vez que hayan terminado,
vengan a verme al piso. Tenemos que repasar algunas
cosas antes del fin de semana —Kova se dirige a todos
nosotros y luego se va.
Me quito el lazo del cabello y me recojo los gruesos
mechones castaños cubiertos de vetas blancas de tiza antes
de volver a colocarlos en un moño desordenado. Me siento
y me quito la cinta deportiva de los dedos de los pies y de la
pantorrilla, liberando mi cuerpo de todo el adhesivo. La
terapia resulta ser una gran diferencia. Estoy más fuerte,
más segura de mí misma. Mis nuevas rutinas son sólidas y
tengo que agradecérselo a Kova y Madeline. Ambos
trabajan conmigo y me llevan a donde necesito estar.
Bueno, sobre todo Madeline. Kova ha cumplido su palabra y
apenas me entrena.

Faltan un par de semanas para el encuentro clasificatorio


y cada día estoy más ansiosa por él. Lo pongo todo en la
gimnasia. Lo doy todo. Entreno más, me esfuerzo más y
nunca me quejo. Hago lo que Kova me ha dicho que haga:
probarme a mí misma, hacer que cuente.

Tomando asiento junto a Holly, todos miramos fijamente a


los entrenadores y esperamos. No es raro que se reúna con
nosotros, pero algo no va bien. Puedo sentirlo en el aire.
Los ojos de Kova recorren el grupo de chicas y chicos del
equipo, pero nunca establece contacto visual conmigo. Se
me hace un nudo en el estómago, la inquietud me invade.
Se avecina algo grande.

Kova se frota las manos, se lame los labios y luego habla:

—Así que se acercan las vacaciones, el Año Nuevo, y


luego el Parkettes Invitational. Reagan, Holly y Adrianna
asistirán. Sin embargo, después de una cuidadosa
deliberación con los otros entrenadores, hemos decidido
hacer algunos cambios.

Un jadeo audible rodea al pequeño grupo. Mi corazón se


hunde y mis dedos tiemblan. De alguna manera, sé lo que
se avecina, pero le doy el beneficio de la duda. Miro a mi
alrededor y sé que mi expresión facial coincide con la de
los demás. No esperábamos este tipo de noticias. En mi
anterior gimnasio nunca se ha cambiado la alineación, sino
que competía quien sea mejor para el equipo, y tenía la
idea que aquí sería igual.

Kova se aclara la garganta y noto que se niega a


establecer contacto visual conmigo una vez más.

—No ha sido una decisión fácil, pero en World Cup


creemos que tu lesión no es algo que debamos probar
todavía. —Kova finalmente me mira y me mira a los ojos—:
Lo siento, Adrianna, pero te retiramos del encuentro.

El silencio es tan denso que impregna el aire. Los latidos


de mi corazón retumban en mis oídos y mi respiración se
hace más profunda mientras miro al frente, asombrada por
las devastadoras palabras que acabo de escuchar. Esto no
puede ser. No después de lo mucho que he trabajado para
este encuentro.

—Sé que esto es un shock para ustedes, y deben saber


que no ha sido una decisión fácil, pero se ha tomado y está
hecho.

Sin palabras, no tengo palabras. Tengo el corazón en la


garganta, todo el ruido se desvanece. Me quedo sin
palabras ante esta impactante decisión. ¿Cómo puede
hacerme esto? Estoy preparada. No hay duda que estoy
preparada. Practico más duro y durante más tiempo que las
otras chicas. Me esfuerzo al máximo, solo para que él me
saque de la competición. Mi corazón empieza a romperse,
las lágrimas se forman detrás de mis ojos. Pero me niego a
llorar.

—¿Qué...? —Hice una pausa, tragando por la sequedad de


mi garganta—, ¿por qué?
—Si bien es posible que estés más ajustada con los saltos
y las secuencias, tus desmontajes no son sólidos y tus
salidas no son limpias. Eso no es suficiente, necesitas más
tiempo. Solo sería prepararte para el fracaso.

—No sé por qué te sorprendes. Tus habilidades no son


tan difíciles ni constantes. —dijo Reagan. La miro
fijamente, con una expresión que transmite todas las
emociones que me atraviesan

—Ya está bien, Reagan —espeta Kova.

—Eso es porque tengo una lesión, idiota. —Girándome


hacia Kova, le digo con rabia—: Me hiciste reducir mis
habilidades para poder seguir entrenando. Claro que mis
habilidades no son tan complejas. Esto no es justo.

—Es lo que se hace cuando se lesiona alguien, Adrianna.


No te hemos elegido a propósito. Hicimos lo que hicimos
para evitar más lesiones, como hacemos con cualquier
gimnasta.

Kova da una palmada y se dirige al grupo.

—Muy bien, chicas. Eso es todo. Entrenen mañana


temprano como siempre. La próxima semana será larga y
agotadora antes de las vacaciones. Queremos practicar
todo lo que podamos.
Todo el mundo se levanta y sigue su camino mientras yo
me quedo atónita durante otro minuto. No lo veo venir ni
de lejos, y no puedo creer que me haga esto después de
todo. Una lágrima se desliza por el rabillo del ojo mientras
mi pecho se tensa. No porque esté enfadada,
definitivamente lo estoy, sino porque estoy lívida por el
cambio.

—Aid —dice Hayden, frotando mi espalda—. ¿Estás bien?


Asiento con la cabeza, sin mirarlo a los ojos, y me levanto
para alejarme. No es Hayden con quien quiero hablar
ahora. Es Kova. Voy a arrancarle la cabeza.

Al salir del gimnasio, me dirijo al vestíbulo y a su


despacho. Cada paso me hace sentir la adrenalina a gran
velocidad. Estoy viendo rojo y me hierve la sangre. Mis
rutinas son sólidas, hay otros gimnastas haciendo
habilidades como yo, lo he visto en la televisión. Así que
tiene que haber algo más en su cínica decisión de lo que
alude.

Entro en su despacho y cierro la puerta de un portazo con


toda la fuerza que puedo reunir. Al diablo con las
repercusiones. No me importa si alguien me escucha, me
ve o lo que sea. Estoy tan loca que no puedo ver bien. Me
tiembla todo el cuerpo, hasta los dedos de las manos y los
pies. ¿Cómo se atreve a hacerme esto?

Kova levanta la cabeza y me mira con fuego en los ojos.


Me importa un carajo. Solo me dijo que no iba a competir
en la competición por la que me he dejado la piel, una
competición que ya han pagado mis padres. No tiene más
remedio que oírlo de mí.

—Adrianna.

—Cómo te atreves a no permitirme competir, me he


dejado la piel por ese puesto. ¡No tienes derecho!

Estoy tan enfadada que no puedo evitar que la


mordacidad gotee de cada palabra. El cabello se me pega
al rostro, mis mejillas están rojas como la remolacha. Ya
estoy empezando a sudar.

Kova se levanta lentamente, apoyando las manos en su


escritorio de madera de cerezo y se inclina hacia mí.
—Tengo todo el derecho —dijo lentamente—. Yo soy el
entrenador, tú eres mi gimnasta. Al final, yo tomo las
decisiones, tú no. —Hizo una pausa, tragando saliva—. Y no
vuelvas a entrar en mi despacho como acabas de hacerlo
nunca más, o te echaré del equipo. Ahora, adiós.
¿Adiós? ¡A la mierda!

—¡Estás poniendo en peligro mi futuro!

Kova vuelve a sentarse, agarra su bolígrafo y continua


con la chorrada en la que estaba trabajando antes que yo
irrumpiera.
—Ya he hecho mi elección. Fin de la discusión. Y trata de
abstenerte de dar un portazo al salir.

Lo ignoro.

—Mis padres pagaron ese encuentro.

—Y ya llamé a tu madre y le expliqué que aún no estás


preparada, que necesitas un poco más de tiempo. No
pareció sorprendida en absoluto y dijo que pusiera en tu
lugar a alguien que tuviera lo necesario. Es una mujer muy
agradable y comprensiva —me contesta tranquilamente sin
mirarme.

Se me hace un nudo en la garganta. Estoy empezando a


despreciar a mi madre. ¿Cómo puede decir eso?

—Estás mintiendo. No me harías eso. Sabes lo que siento


por ella.

Se encoge de hombros con indiferencia.

—Llama a tu madre. Aunque, yo esperaría un poco. No le


hizo mucha gracia perder el dinero.

Se regodearía si la llamo.
—Ese dinero no significa nada para ella.

—No es mi problema, Adrianna.

—Oh, ¿así que ahora soy Adrianna para ti?

Mira a través de sus pestañas negras y apenas levanta la


cabeza. He aprendido a leerlo mejor y me doy cuenta que
estoy empezando a irritarlo por desafiar sus órdenes. Bien.

—Siempre has sido Adrianna para mí.

Ladeo la cabeza, arqueando una ceja.

—Eso es una puta mentira y lo sabes.


—Eso no viene al caso y no tiene nada que ver con este
momento ni con mi elección. Como puedes ver, estoy
trabajando aquí. —Hizo un gesto con la mano sobre su
escritorio y luego señala en silencio la puerta,
despidiéndome.

Con el corazón palpitando y la sangre rugiendo por mis


venas, me acerco a su escritorio y lo tiro todo de un
manotazo. Kova se pone rígido, con los nudillos blancos. Su
fría actitud me sacude hasta la médula y me alimento de
ella.
Su mandíbula se tensa y su nariz se ensancha.

—Muy infantil, Adrianna. Deja de actuar de forma


inmadura, no te conviene.

—Vete a la mierda, entrenador —digo con sarcasmo,


caminando hacia el lado de su escritorio. Lo último que
debería haber hecho es maldecir a mi entrenador, pero no
puedo controlarme. Kova es más que un entrenador y lo
sabe. Las lágrimas me arden detrás de los ojos y estoy
desolada por este cambio.
—No tienes ninguna razón para retenerme.
En un abrir y cerrar de ojos, Kova se levanta, me pone
una mano alrededor del cuello y me atrae hacia él. Respira
con dificultad y sus ojos me atraviesan con una mezcla de
rabia y algo que no puedo determinar. Me acerco a él y no
ha aflojado su agarre. Guiándome hacia atrás, me aprieta
contra la pared, con su archivador beige cortándome el
brazo.
Se cierne sobre mí y me dice:

—Bien. Si quieres respuestas, las tendrás. ¿Quieres saber


la verdadera razón por la que no vas a competir?
Una sonrisa azucarada curva mis labios.

—Sabía que tenía que ser algo más contigo. Es imposible


que tenga que ver con mis rutinas.

Me agarra el cabello, con su boca a escasos centímetros


de la mía. Puedo sentir el calor que irradia de él mientras
miro fijamente a unos ojos indómitos, esperando que la
verdad salga de sus labios mentirosos.
—Rompiste las reglas —susurró.

Echo la cabeza hacia atrás y me golpeo contra la pared.


Mirándolo fijamente, replico:
—No he roto ninguna regla.

Kova inclina la cabeza hacia un lado.


—Oh, pero lo hiciste. De hecho, firmaste el acuerdo
cuando llegaste aquí.

Me devano los sesos intentando averiguar de qué norma


está hablando mientras lo miro fijamente a los ojos, pero no
se me ocurre nada. Resopla y una sonrisa sardónica se
dibuja en su hermoso rostro.

—No hay novios. Dije que no debía haber novios, y sin


embargo, desafiaste mis órdenes. Por lo tanto, tengo más
poder sobre ti que nunca. Tu castigo es no competir en el
encuentro. Quizás la próxima vez me escuches.

Mi boca se hunde con mi corazón en mis entrañas. Me


voy a poner enferma.

—¿Novio? —susurré, perpleja—. ¿Qué novio? —Estoy muy


confundida. No he estado con nadie más que con él—. Pero
le dijiste a mi madre que no estoy preparada para competir.

—Por supuesto que tuve que mentirle a tu madre. —El


entrenador afloja su mano en mi nuca, arrastrándola hasta
mi mandíbula donde acaricia lentamente mi rostro—. Tú y
Hayden. Te dije —Su mirada baja a mi boca—. Nada de
novios. Recuerdo haberte dicho que te deshicieras de él.
—Pero... yo... —Sorprendida, tartamudeo, incapaz de
formar palabras. Agarro su muñeca que todavía está en mi
rostro—. No es mi novio.
—¿Crees que nací ayer? Lo vi salir de tu edificio. Vi la
sonrisa en tu rostro cuando se alejó en su auto, la forma en
que lo miraste. Supe que había algo más cuando tuvo que
llamar por ti cuando estabas enferma.

—¿Me estas espiando?


Se encoge de hombros.

—Vino a ver una película y eso fue todo. No puedes


probar nada.
Hayden me ayudó a mantenerme centrada. Mi amistad
con él es muy importante y cada vez que me siento
demasiado sola, él siempre está ahí para mí. Es la versión
masculina de Avery y nada más, y no sé cómo hacer que
Kova lo entienda.
—Eso es lo bonito, no tengo que hacerlo. Soy el
entrenador. Nadie cuestionará mi palabra.

Le empujo el pecho, las lágrimas llenan mis ojos y apenas


puedo ver con claridad.

—No es mi novio. No he estado con nadie más que


contigo. Te juro por mi vida que no lo he hecho. No me
hagas esto, por favor.

—Está hecho.
—No, no lo está. —Me iba a enfermar—. Te odio.

—Prefiero que me odies a que me desees.


—No te deseo —mentira.

Sacude la cabeza.
—No lo entiendes, ¿verdad?
La confusión se instala en mi rostro y él responde a mi
pregunta:
—Te deseo, eso es lo que no pareces entender. Pero tú
nunca me rechazas. Así que el hecho que me odies hará
que esto sea más fácil para ti, para los dos. Quiero que me
odies, para que cuando intente ir por ti, me digas que no.

Mi mandíbula cae, una lágrima finalmente se desliza por


mi mejilla.
—¿Así que esto es sobre ti? —Mi voz es baja y crepitante.
¿Cómo pudo hacerme esto?
—Oh, malysh —dice, su voz se suaviza. Sus ojos se
vuelven vidriosos y veo la verdad—. Tienes lo que hay que
tener. Tu cuerpo está en perfectas condiciones —gime, y su
mano sube por mi muslo hasta tocar mi culo.

 
Capítulo 69

Al borde de un ataque de nervios, le clavo las uñas.


—Entonces déjame competir, por favor. Te lo ruego.
—No.

—¿Cómo puedes hacerme esto? Por favor —me quejo—.


Haré lo que sea. Esto no es justo, ¡estás saboteando mi
carrera por tu bien! —Kova me ignora, así que voy por
todas—. Déjame competir en la reunión o voy a revelar
nuestra relación. —Ni siquiera se inmuta.
—No, no lo harás. —Su nariz roza mi cuello y me
estremezco. No quiero desearlo, pero mi cuerpo me delata.
—Si lo haces, se verá mal para ti también. Arruinarás tu
carrera. —Su aliento me hace cosquillas en el cuello y trato
desesperadamente de no reaccionar ante él. Aprieto su
camiseta con la mano, sujetándolo y luchando contra él al
mismo tiempo.
—Me la estás arruinando al retenerme. ¿Cuál es la
diferencia? También podría caer en llamas y llevarte
conmigo.

—Te sacarán de la gimnasia y el nombre de tu padre


quedará manchado. ¿Es eso lo que quieres después de todo
lo que ha hecho por ti?

La culpa me golpea. Trago con fuerza. No quiero


avergonzar a mis padres. Entonces caigo en la cuenta de
algo.

—Te olvidas de algo enorme.


—¿Qué cosa? —pregunta, con sus labios rozando los
míos.

Lo miro directamente a los ojos y le digo:


—La gente no se toma a la ligera las violaciones. Y todo el
mundo cree a una chica que grita violación.

Kova no se mueve, solo sus ojos se abren un poco.


—En eso te equivocas, Malysh. Lo nuestro es consentido.

Le muerdo el labio, burlándome de él.

—Tus dedos me penetraron como lo hizo tu lengua


cuando tenía dieciséis años. Podría mentir fácilmente y
decir que te aprovechaste de mí. Incluso podría decir que
no fue consentido, y nadie sabría la verdad.

Kova no dice nada, así que sigo adelante. Sé que debería


haber parado, pero me duele y voy por su garganta. Estoy
corriendo en la adrenalina de sus expresiones solo.

—Tuvimos relaciones sexuales en tu gimnasio... en la sala


de baile... frente a los aros... la sala de terapia... —Mi
madre me entrenó bien para que sonriera con los ojos para
conseguir mi punto de vista—. Seguro que tu cámara de
seguridad me captó. Añádeme a la lista o revelaré nuestra
relación. Gritaré violación —cimiento.

Los ojos de Kova bajan, oscureciéndose.


—¿Crees que puedes amenazarme? —Me agarra la
mandíbula con la mano y sus dedos se clavan en mis
mejillas—. No soy tan fácil de influenciar. Adelante,
inténtalo, mira lo rápido que caes. Nunca he sido más que
estrictamente platónico con todas las gimnastas que he
entrenado. Estoy seguro que responderán por mí. Tú, en
cambio, lo dudo, ya que no tienes muchos amigos aquí. De
hecho, no me sorprendería que algunas de tus compañeras
de equipo se inventen mentiras para echarte del equipo.

—¿Qué tengo que perder si no me dejas competir? Nada.


—Hago una pausa, dejando que eso se asimile—. No tengo
miedo de ti ni de lo que pueda pasar. Me refiero a que te
aprovechaste de una menor inocente. Una virgen nada
menos. ¿Qué iba a hacer yo? —pregunto inocentemente,
moviendo las pestañas—. No nos olvidemos de la píldora
del día después que seguro se compró bajo cámara.
Kova aprieta los dientes, con la mandíbula desencajada, y
yo le sonrío dulcemente con ojos de cachorro.

—Mentiras —susurra con dureza—. Me perseguiste cada


vez que pudiste y lo sabes. Un hombre no puede soportar
mucho antes de perder la puta cabeza y ceder.

—Nadie te creerá —respondo—. Sabes que tengo razón.


Después de todo, solo soy una adolescente inocente con un
sueño y tú te has aprovechado de mi vulnerabilidad —digo,
mintiendo a propósito sobre mi edad con un mohín.

—Tú hiciste todos los primeros movimientos...

—Eso es una mentira de mierda y lo sabes. —Lo miro


fijamente a los ojos—. Si crees que lo hice, entonces ¿por
qué no me detuviste, entrenador?

Resopla, mostrando una sonrisa medio burlona en su


apuesto rostro.

—Ni siquiera un sacerdote podría haberte detenido, o


querría hacerlo, y lo sabes. No eres tan inocente como
pareces.

—Excusas, excusas. Deberías haberte esforzado más. —


Probándolo, pongo una mano plana en su pecho, sintiendo
sus tonificados pectorales pegados a su torso. Mis caderas
se mueven hacia las suyas, y su dura longitud se aprieta
contra mí, mientras le acaricio la nuca y coloco mi boca
frente a la suya. Respiro profundamente y suelto el aire en
su boca. Mi lengua se desliza, bailando sobre sus labios,
pero él no se mueve. Así es como funcionamos: cuanto más
me resisto y lo irrito, más se excita él. El tira y afloja. Son
nuestros juegos preliminares, la tensión y la indiscreción
que se generan entre nosotros. Kova permanece inmóvil.
Sus dedos se esfuerzan, tratando desesperadamente de
permanecer donde están mientras se hunden más en mi
cuerpo. Esto es mucho más que sexo entre nosotros y él lo
sabe. Es una reacción química que no puede detenerse.

—Puedo tomar lo que quiera, ¿verdad? ¿No es eso lo que


dijiste una vez? —pregunto en voz baja. Sus ojos se
estrechan hasta convertirse en rendijas.

Enganchando su labio superior con la punta de mi


lengua, lo meto entre mis dientes y lo chupo. Mientras lo
hago, mi otro brazo rodea su cuello y me aprieto contra él.
Mordisqueo sus deliciosos labios, deslizando mi lengua en
su boca.

Cuatro semanas. Cuatro semanas sin tocarnos, sin


besarnos, y ahora estamos de nuevo en ello. He soñado con
esto, he fantaseado a menudo. Kova engancha mi pierna
más arriba, aplastándome contra la pared mientras me
besa como un animal hambriento. Es áspero y crudo,
tomando todo lo que le ofrezco. Por un momento, olvido por
qué he empezado este beso cuando su mano se desliza
hacia mi garganta y aplica presión.

El peso sobre mi cuello me excita al instante y gimo de


placer.

Sus ojos se vuelven vidriosos.

—¿Te gusta esto, Ria?


Asiento con la cabeza y digo:

—Se supone que debes resistir. —Pero me ignora y sube


mi otra pierna. Mis caderas se aprietan contra las suyas y
suspiro—. ¿Qué quieres? Lo haré. Cualquier cosa para
competir. Por favor, déjame competir.

Su lengua deja un rastro caliente y húmedo alrededor de


mi cuello y hasta mi oreja. Jadeando, dice:

—Lo curioso es que a estas alturas no tengo que pedir


nada. Sé que simplemente me lo darás. Yo gano de
cualquier manera.

Mi espalda se inclina, presionando mi pecho contra el


suyo. Beso su boca hambrienta y manipuladora. Su mano
callosa se desliza entre nosotros y me toca el coño con
fuerza, con dolor, pero no lo detengo.

Lo triste es que quiero que me desee, así que lo acepto.

Las lenguas se lamen furiosamente, ahondando


salvajemente en la boca del otro. Aprieto mis muslos
alrededor de él para sostenerme, y él se ríe. Lo necesito.
Necesito la liberación que he llegado a ansiar de él.

—Eres la única persona que debería empujarme, y ahora


te interpones en mi camino. —Resopla, y me desespero—.
Si te dejo tenerme, ¿me dejarás competir? —pregunto
roncamente contra sus labios, rezando para que cambie de
opinión. Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para
alcanzar mi objetivo en este momento.

Kova juguetea con sus pantalones cortos entre nosotros,


sus nudillos golpean mi sexo mientras trabaja febrilmente
para quitárselos. Tira de la cintura y la empuja hacia abajo
lo suficiente como para sacar su polla, golpeando el interior
de mi muslo. Me tiemblan las piernas y un escalofrío me
recorre la espalda. Enganchando sus dedos bajo mi
leotardo, da un buen y fuerte tirón y mueve hacia un lado.
El elástico se clava en mi piel y me estremezco.

—Me dejarás follarte de cualquier manera, y lo sabes.

Tiene razón y lo odio.

—Ahora respira profundamente —dijo en voz baja.

Hago lo que me dice. Lleva la mano a la parte inferior de


su cuerpo y se desliza dentro de mí sin pensarlo dos veces.
Mi cabeza se echa hacia atrás por la brusca intrusión y él
me cubre la boca con la suya para ahogar mi fuerte
gemido. Casi lloro de placer por el dolor que me infringe.

Saca y empuja con fuerza. Él gime, con una vena


palpitando en su cuello.

—Una vez más, te lo has buscado.

—¿Y qué? Tal vez lo hice. Y deberías haberme dicho que


no —jadeo contra él.

Kova se retira y se desliza más lentamente, más


profundamente, golpeando mi espalda. Mis labios se
separan por el éxtasis que me invade.
—Sé sincera. ¿Querías que te rechazara, Malysh?

Niego con la cabeza, aunque no es necesario. Él sabe la


respuesta.

—Si quieres que te folle, Adrianna, dilo. Y no tengo


ningún problema en hacerlo. —Sus manos agarran mis
caderas con fuerza, empujándome sobre él. Kova me
penetra profundamente y se detiene, estirándome mucho.
Mi mandíbula se abre y mis ojos se cierran. Inclinándose
junto a mi oído, susurró—: Sé dónde tocarte, cómo hacer
que te corras, cómo hacer que vuelvas por más.

Tiene ciento cincuenta por ciento de razón. Conoce mi


cuerpo y sabe que volveré por más.

Kova me baja un lado del leotardo y se lleva el pezón a la


boca. Al hacerlo, bloquea mi brazo a mi lado. Como si fuera
posible, siento que me mojo cada vez más, su polla se
desliza con tanta facilidad dentro de mí que me hace subir
cada vez más, apenas puedo recuperar el aliento.
—¿Vas a intentar amenazarme de nuevo?

Creo que sabe en el fondo de su mente que nunca


cumpliría mi amenaza. Al menos no todavía. En lugar de
contestarle, le digo:
—Estoy cerca.
—Bien, yo también.

—Déjame competir, por favor.


—No.

—Te odio, joder.


—Puede que me odies, pero tu coño no.

—Cualquiera con un coño reaccionaría ante ti de la


misma manera que yo.

El clímax que tanto necesito con Kova está a punto de


llegar. Seguimos como animales enjaulados. Un escalofrío
recorre mi columna, calentando mi cuerpo por todas
partes. Kova me chupa el cuello, lamiendo con su lengua, y
yo gimo:
—Te sientes tan bien. No pares.
Kova se apodera de mis labios, casi chupándome la vida
mientras me folla con toda la fuerza que tiene. Nuestras
lenguas chocan entre sí con la misma rapidez. Me encanta
su sabor, la sensación de su cuerpo sobre el mío, y me
pregunto si él siente lo mismo por mí.
—Siéntelo, Malysh, siéntelo dentro de ti. —Se retira y
vuelve a meterlo. Su polla se agita dentro de mí y lo aprieto
con mi coño—. Justo ahí —gime en mi boca y yo asiento.
Siento lo que dice y me encanta. Sus manos suben y se
enredan en mi cabello, su respiración se vuelve pesada y sé
que está a punto de perderse—. Dios, me encanta estar
dentro de ti. Me encanta todo lo que tiene que ver contigo,
—admite con un gemido. Sus palabras se apoderan de mi
corazón—. Me encanta la presión alrededor de mi polla, la
forma en que tu coño me aprieta. Me vuelves loco. Solo
puedo pensar en follar contigo y ver cómo te corres. Eres
preciosa cuando te corres para mí. —Un escalofrío recorre
mi piel, porque a mí también me encanta. Me encanta su
tacto, su boca, su actitud arrogante y prepotente. Me
gustan muchas cosas de él.

—No llegaré al orgasmo si no me dejas competir.


—Como si me importara —dice, y luego gira su pelvis
hacia mi clítoris, demostrando lo mentirosa que soy—. Lo
gracioso es que yo puedo hacer que te corras.
—No eres más que un puto imbécil, ¿lo sabías? —jadeo en
su cuello mientras me aferro a él.

—¿Ahora te das cuenta de eso?


Sabe exactamente lo que mi cuerpo necesita, dónde
tocarme y cómo tomarme. Kova me sujeta las caderas sobre
él tal y como me gusta, y empezamos a llegar al orgasmo
juntos cuando alguien llama a la puerta dos veces antes de
irrumpir.
—Oiga, entrenador... —dice Hayden, y luego se queda con
la boca abierta.

El orgasmo me desgarra mientras miro a Hayden. No


puedo evitarlo y no quiero hacerlo. Kova trata de apartarse,
pero bloqueo mis tobillos y lo aprieto con fuerza. Necesito
este orgasmo y él también.

—Sigue —exijo, solo para sus oídos mientras mis ojos


están pegados a los de Hayden. Solo puedo imaginar lo que
él ve, lo que está pensando. Ojos brillantes, mejillas
sonrosadas, y un hombre claramente embistiendo a su
amiga. Al menos sus pantalones no están bajos y solo
parece que me sostiene aquí.

La mano de Kova me agarra la cintura con tanta fuerza


que supe que mañana tendría un moratón. Otra vez. Su
orgasmo voló dentro de mí y lo tomé todo.

Kova mira por encima de su hombro, le dirige una mirada


asesina a Hayden y le gritó:

—¡Fuera!
—Ah, oh... mi... —Hayden tartamudea antes de cerrar la
puerta de golpe y salir.

Mi cabeza cae sobre el cuello de Kova. Respirábamos


profundamente cuando pregunta:

—¿Qué hemos hecho?


Kova se retira y mis piernas se deslizan débilmente por
sus caderas. Un semen espeso y caliente gotea por la parte
interior de mi muslo. Quiero limpiarlo, pero me arreglo
rápidamente la ropa para estar cubierta.
—Tengo que ir. Necesito encontrar a Hayden y hacer esto
bien.
No tengo tiempo para nada más.

Kova apoya su mano contra la pared, aprisionándome.


Levanto la vista y me encuentro con sus ojos verdes y de
acero.

—Será mejor que arregles esto, Adrianna, es tu maldita


culpa. Juro por Dios que, si dice una palabra de esto a
alguien, lo lamentarás. —Esta hirviendo de ira, pero con
todo el derecho—. ¿Entiendes? Me aseguraré
personalmente que tu carrera se acabe.
Asiento en señal de comprensión.

Rápidamente, huyo de su despacho. Por suerte no hay


nadie en el pasillo mientras corro hacia mi taquilla. Me
pongo el chándal, saltando en las perneras y luego corro
hacia el estacionamiento para encontrar a Hayden.
—¡Hayden! ¡Hayden! —Está abriendo la puerta del lado
del conductor cuando mira por encima de su hombro.
Decepción. No veo más que decepción en sus ojos.
—Hayden —repito sin aliento frente a él—. Espera.
—¿Qué mierda estás haciendo, Aid? ¿En serio te estás
acostando con el entrenador? —Mis hombros caen. Lo
único que quiero es mentir, pero me niego. Hayden sabe la
respuesta. Está escrito en su cara abatida por el ceño.

Sacude la cabeza con incredulidad.


—¿Por qué, Aid? ¿Cómo has podido?

No respondo, no puedo. No hay palabras para lo que ve


más que el puro abandono.

—¿Te está forzando? —Al no responder, exclama—:


¡Jesús, di algo!
Me aprieto el labio inferior entre los dientes y contemplo
qué decir. Hayden se queda mirándome, esperando una
respuesta, pero yo me quedo sin palabras. Desvío la
mirada, avergonzada por la verdad. ¿Cómo podía explicar
que lo deseaba todo sin parecer desesperada?

Hayden pone ambas manos sobre mis hombros.


—Contéstame.

Me encojo de hombros sin poder evitarlo.


—¿Qué quieres que te diga?

—Tienes que presentarte y acudir a la policía. Esto es una


violación, Aid.

Niego con la cabeza frenéticamente, con el corazón


tamborileando contra mis costillas.
—No puedo. No es una violación, Hayden. No lo es.

—Sí, lo es. Eres menor de edad.


—Pero no me obligó.

—Independientemente de si consentiste o no, aun así, se


aprovechó de ti. Estás bajo su entrenamiento, se aprovechó
de ti como un puto enfermo asqueroso. —Se pasa una mano
por el cabello—. Solo puedo imaginar a quién más ha
tratado de esta manera.
—No, no lo hizo. No es lo que tú crees. Por favor, no
sabes de lo que estás hablando.
Hayden tira furiosamente de la puerta del auto para
abrirla.

—Si no lo haces tú, lo haré yo.


—¡No! ¡Por favor! —suplico, al borde de las lágrimas—.
Por favor, no lo hagas. Lo negaré si lo haces.
Me mira, aturdido.

—Creo que necesitas ayuda mental. Te ha lavado el


cerebro, ¿verdad? ¿Te amenazó si le decías a alguien?
—No —miento—. Lo negaré.

Hayden cierra la puerta de golpe y se acerca a mí. Me


aprieta la mandíbula y me quedo mirando sus sinceros ojos
azules, con mis dedos entrelazados sobre los suyos.
—¿Lo hiciste para salir adelante? Porque no lo
necesitabas. Tienes lo que hay que tener, cariño. Has
mejorado mucho —dice con tanta pena que me duele el
corazón—. Eres una gimnasta diferente, ya no eres lo que
eras. Eres mucho mejor. No seas una de esas chicas que
duermen hasta llegar a la cima. Eso no es lo que eres.

Una lágrima gorda se desliza por mi ojo. Hayden la ve y


me atrae hacia su pecho, con sus labios apretados contra la
parte superior de mi cabeza. Sollozo en silencio sobre él,
abrazándolo. Necesito que entienda las repercusiones si
abre la boca, pero el miedo se apodera de mí.

—Por favor, Hayden. No se lo digas a nadie. No puedes.


—Me está poniendo en una situación difícil. Lo que hizo
está mal. ¿Cuánto tiempo lleva pasando esto?

Trago saliva.
—Meses.

—¿Cuántos meses?
Me quedo con la verdad.
—No estoy segura, pero unos seis meses después de
llegar aquí.
Hayden maldice en voz baja, siseando de rabia.

—No entiendes y no es lo que piensas, lo juro. Hay mucho


más de lo que sabes. —Un pesado suspiro sale de mi
garganta y digo en voz baja—: Me sacó de la reunión por
sus propias razones personales.
Sus cejas se fruncen.

—¿De qué estás hablando?


—Me está sacando de mi primer encuentro, eso es lo que
viste. Entré para gritarle y una cosa llevó a la otra. Incluso
llamó a mis padres y les dijo que no estaba preparada,
aunque él me dijo que lo estaba. Me sacó a propósito por
sus propias razones personales. —Las lágrimas comienzan
a caer mientras lloro en el pecho de Hayden. Él me rodea
con sus brazos, consolándome y protegiéndome al mismo
tiempo.

—No puede hacer eso.


—Puede, y lo hizo —dije entre sollozos—. No hay nada
que pueda hacer ahora. A fin de cuentas, tiene derecho a
sacarme de un encuentro.

Hayden maldice en voz baja estando de acuerdo conmigo.


—Esto es un gran problema, Adrianna. Tenemos que
avisar a alguien.
Aspiro una bocanada de aire y aprieto su camiseta entre
mis manos. Tengo el corazón roto por dos motivos
diferentes y no sé cómo afrontarlo.
—Por favor, no te involucres, Hayden. Te lo ruego. Este es
mi lío, no el tuyo. Te lo explicaré todo si prometes no decir
ni una palabra a nadie.

Gime, dividido entre estar al lado de su amiga y hacer lo


correcto.
—Me estás matando aquí. No vuelvas a acostarte con él.
¿De acuerdo? No está bien. Al final te van a atrapar. —Hace
una pausa—. Ya se nos ocurrirá algo juntos. Hasta
entonces, sé inteligente, céntrate en tu amor por el
deporte, nada más. Que se joda, no literalmente.

Una risa triste se me escapa de la garganta. Es más fácil


decirlo que hacerlo.
La verdad es que no puedo parar.
No quiero... y no lo haré.
 

Continuará...
 
Acerca de Lucia Franco

Lucia Franco reside en el soleado sur de Florida con su


esposo, dos hijos y dos adorables perros que la siguen a
todas partes. Fue atleta de competición durante más de
diez años -gimnasta y animadora-, lo que inspiró en gran
medida la serie Off Balance.
Su novela Hush, Hush fue finalista en el concurso Stiletto
2019 organizado por Contemporary Romance Writers, un
capítulo de Romance Writers of America. Sus novelas están
siendo traducidas a varios idiomas.
Cuando Lucía no está escribiendo, puedes encontrarla
relajándose en la arena de una playa cercana. Se alimenta
de cafeína, zumo de apio, limonada de lavanda, sol
abrasador y cuatro horas de sueño. Ha escrito nueve libros
y tiene previstos muchos más en los próximos años.
Notes

[←1]
ResiMat. Bloque de aterrizaje super suave. La parte superior de PVC,
brinda poca resistencia al aire en el aterrizaje. 
 
[←2]
USA Gymnastics. Es la federación deportiva estadounidense para la
gimnasia, fundada en 1963.

 
[←3]
Malysh. Mi niña en Ruso.
[←4]
BFF: Mejor Amiga.
[←5]
w/bf — Con mi Novio.
[←6]
Flakka. Una fuerte droga estimulante con efectos comparables a una
mezcla de metanfetamina y coca.

 
[←7]
Carpe diem. Tópico literario en el que se anima a aprovechar el
momento presente sin esperar el futuro.
[←8]
Gumby. Es una figura de arcilla humanoide jade creado y modelado por
Art Clokey.

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