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El presente documento es una traducción realizada por Sweet

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lo que te pedimos que no subas capturas de pantalla a las redes
sociales del mismo.
Te invitamos a apoyar al autor comprando su libro en cuanto esté
disponible en tu localidad, si tienes la posibilidad.
Recuerda que puedes ayudarnos difundiendo nuestro trabajo con
discreción para que podamos seguir trayéndoles más libros.
es un hombre hecho a sí mismo.

Ha demostrado que puede conseguir lo que quiere, y desde el


momento en que llama su atención, ella se convierte en
su máxima prioridad.

Blake se pregunta por qué ha tardado tanto Ramses, ya que ella


sabía quién era desde hacía años.

Llegan a un acuerdo para jugar a un juego muy específico.

A medida que la fantasia invade la realidad, el acuerdo los consume a


ambos.
Blake y Ramses cruzan líneas que juraron que nunca cruzarían, y
cada uno empieza a cuestionarse lo que creía que siempre había
querido.
Este libro incluye el uso de insultos sexuales. Tengo el mayor
respeto por las industrias eróticas (vender sexo es parte de mi
trabajo). Las palabras utilizadas en Minx se eligieron por realismo y
para ilustrar cómo se utilizan términos sexuales despectivos para
humillar a las mujeres y disminuir sus logros.
Las representaciones del autismo de Blake se extraen de la
experiencia personal y mis experiencias con otras mujeres en el
espectro, incluida mi hija, que no habla, pero es una de las pequeñas
personas más brillantes que he conocido. No pretenden ser
descriptivos de nadie más que de Blake.
Esto es para todas las que han llegado hasta el fondo.
Sigue subiendo, el sol está allá arriba esperándote.

Besos y abrazos
― DOJA CAT
WHOLE LOTTA MONEY ―
― IGGY AZALEA
7 RINGS ―
― MAC MILLER
CHEMICAL ―
― REYANNA MARIA
TURN UP ―
― DOJA CAT
POWER ―
― EMMIT FENN
LIKE REAL PEOPLE DO ―
― KENDRICK LAMAR
WAIT 2.0 –

La música es una gran parte de mi proceso de escritura. Si


comienza una canción cuando veas un 🎶 mientras lees, la canción
coincide con la escena como la partitura de una película.
Quien dijo que el dinero no puede resolver tus problemas no
debe haber tenido suficiente dinero para resolverlos.

Bocca baciate non perda ventura; anzi rinnova ven fa la luna

La boca que ha sido besada no pierde su frescura; todavía se


renueva como lo hace la luna.
Hoy es mi día favorito del año, y ya está arruinado porque Anthony
Keller acaba de entrar con la mujer más impresionante que he visto
de su brazo.
El Belmont Stakes1 es una de las únicas cosas que me emocionan
más. Anoche llovió lo suficiente como para que la hierba oliera a selva
tropical y la tierra se volviera como terciopelo. Estoy en el palco
presidencial, los mejores asientos de la casa, con la línea de meta justo
debajo de mis narices.
Y aquí viene Keller, paseándose con la única cosa que podría hacer
que me importe una mierda lo que él está haciendo al lado.
Mi cabeza gira. La forma en que se ve un caballo de carreras
corriendo -cómo se flexionan y fluyen los músculos debajo del pelaje-
, así es como se ve su cuerpo dentro de su vestido. Por lo demás es un
vestido modesto, hasta el cuello, de manga larga, son las curvas lo
que lo hacen escandaloso.
Su rostro no es lo que esperaba. Es hermosa, sí, pero la palabra que
me viene a la cabeza es “seria”. Está concentrada, sin sonreír, hasta
que me sorprende mirándola. Entonces su boca se curva con algo que
no puedo leer, ¿diversión? ¿desdén?
Ella entra en el palco de Keller.
Me quedo con un refresco y el calor de que me atraparan como un
primerizo. Sé cómo ver a una chica bonita y luego alejarme para

1
Es una carrera de caballos que se disputa desde 1867 en el área metropolitana de Nueva York.
examinar la imagen en mi mente. Fue ese maldito cuerpo en
movimiento lo que me mantuvo viendo tanto tiempo.
―Cada perro tiene su día. ―Briggs le da un trago a su cerveza y
observa con disgusto a Keller, que está al lado―, pero odio ver a ese
perro feliz.
Briggs odia a algunas personas solo porque yo las odio. Con otras,
él tiene sus propias razones. Keller es ambas.
Él era el clásico nerd tecnológico calvo con una nueva empresa.
Ahora tiene una peluca para el cabello y un entrenador personal y se
pavonea como el Rey de la Mierda porque su compañía se hace
pública mañana.
Quiero preguntarle a Briggs sobre la chica, pero eso es admitir en
voz alta que Keller hizo algo bueno. En este momento, no diría que
me gusta ni siquiera el color de sus calcetines.
En vez de eso, le digo a Briggs:
―El próximo año quiero ambos palcos y los quiero conectados.
Briggs asiente con un gruñido que significa que está archivando
una tarea que le pedí que hiciera. No lo escribe, pero siempre lo hace.
Sin preguntas, sin excusas, Briggs cumple.
Es por eso por lo que él es mi mano derecha, y lo digo de la forma
más literal posible. Hace todo el trabajo que yo haría si tuviera una
mano extra. Confío en que él actuará como yo, por mí. Es la única
persona en la que confío así. Si Briggs muriera o se retirara, no habría
otra mano, solo tendría a todos los demás que trabajan para mí.
―Aquí viene Bosch ―murmura.
John Bosch está sentado en mi palco, pero he oído que tiene el ojo
puesto en la empresa de Keller. Quiero saber si se llega a un acuerdo.
Quiero saber todo lo que pasa en Belmont Park hoy cuando el aire
está lleno de dinero. Todos tienen fichas sobre la mesa, estimulados
por la adrenalina de saber que alguien se va a casa como un ganador.
El alcohol y las bocas sueltas... ya sea que se vayan emocionados o
decepcionados, tienen menos control y esa es una oportunidad para
mí.
Estoy en el palco principal, completamente extendido sobre la
mesa, con cada una de las cervezas hechas en Alemania sobre hielo.
Todas estas pequeñas abejas ocupadas deberían estar zumbando a mi
alrededor, la información fluyendo…
En vez de eso, mis propios operadores se cuelan al lado.
―¿A dónde diablos acaba de ir Pennywise? ―pregunta Briggs.
Responde a su propia pregunta al ver a Penn pasar por la puerta
del palco de Keller.
―Ah.
Briggs dice esa sílaba como si ya supiera exactamente lo que está
pasando.
Finalmente me rompo.
―¿Quién es la chica?
Briggs sonríe.
―Blake Abbot.
―¿Quién es Blake Abbot?
―Probablemente la escort mejor pagada de Manhattan.
Mi rostro se relaja un poco y elimino el aguijón de Keller trayendo
a una chica tan buena, sabiendo que tuvo que pagar por ella. Ahora
tengo curiosidad en su lugar.
―¿Cuánto cuesta una noche con ella?
Briggs sonríe.
―No hay noche con ella, tienes que entrar en su lista. Es como ser
miembro de un country club.
Una prostituta con modelo de negocio. Jodidamente me encanta.
―No puede ser tan exclusiva si dejó entrar a Keller.
Briggs se encoge de hombros.
―Vickers trató de conseguir un lugar. Le ofreció 50 mil, ni siquiera
recibió una llamada telefónica.
Bufo.
―¿Su coño está chapado en oro?
Briggs toma un camarón del tamaño de su puño, lo sumerge en
salsa de cóctel, le da un enorme mordisco y habla sin dejar de
masticar.
―A la mierda si lo sé. Ella les hace firmar un acuerdo de
confidencialidad, pero Lukas Larsen dice que cambiará tu jodida
vida. Ve a Keller: hace un año apenas podía cerrar un trato, ahora es
el hombre del momento.
―Keller no es una mierda ―digo con más veneno del que
pretendía.
Nos ofreció una participación en VizTech. Lo rechazamos después
de ver sus libros. Una semana después, alguien presentó una
denuncia contra nosotros ante la SEC2. Briggs tardó una hora en
confirmar que era esa pequeña comadreja rencorosa.
No tengo ningún problema con un hombre que me apunta con un
hacha al rostro. El negocio es la guerra, pero si me apuñalas por la
espalda, será mejor que nunca descubra quién tenía la mano en el
mango.
―¿A quién más está viendo?
―Zak Simmons. ―Briggs tiene la respuesta preparada. Él es mi
reparador y mi perro de ataque, pero su trabajo número uno es vigilar
a todos los que importan.
―Larsen está teniendo un gran año. Simmons aún mejor.
―Sí. Bueno, eso es lo que dicen, sal con ella y tendrás suerte.
Apuesto a que lo hacen. Los de finanzas son supersticiosos como la
mierda. Todo nuestro trabajo son los números, pero no hay nada más
sujeto a la histeria que el mercado de valores.

2
Comisión de Bolsa y Valores.
―Desmond Lowe también solía verla, dijo que el sexo era una
locura, no se callaba al respecto ―sonríe Briggs―. Hasta que ella lo
soltó.
Lowe es un pedazo de mierda arrogante. La idea de que lo deje una
escort me hace sonreír.
―Ya me gusta.
―Bueno, no lo hagas. ―Briggs frunce el ceño.
―¿Por qué no?
―Porque sé lo competitivo que te vuelves.
Le doy una mirada de reojo.
―No por una chica.
―Claro ―resopla Briggs―. Solo todo lo demás.
Estiro el cuello tratando de ver dentro del palco de Keller y
vislumbro un corte tentador de la espalda de la chica, su hombro y el
borde de su oreja.
No creo en “tener suerte”, pero me intriga la idea del sexo como en
un country club.
Con los ojos en la curva de esa cadera, digo:
―Tengo lo mejor de todo lo demás... ¿por qué eso no?
―Mierda, no. ―Briggs niega con la cabeza.
―¿Por qué no?
―Porque ¿y si realmente es tan bueno? ¿Y si nunca se siente tan
bien otra vez? No, paso. Me quedaré con el sexo descuidado y
borracho de última hora, del tipo que puedo tener en cualquier
momento que quiera.
Sí. Eso definitivamente lo resuelve.
Cruzo la habitación para tomar un Reissdorf que no beberé. Desde
aquí puedo ver sin obstrucciones el palco junior.
Keller realmente se ve diferente: cabeza erguida, hombros hacia
atrás, bronceado y casi elegante, pero es Blake Abbot quien es el imán
en la sala. Las personas más importantes se han agrupado a su
alrededor, ella está hablando con Freidman, que dirige el sexto fondo
de cobertura más grande de la ciudad. No creo haber visto a ese frío
buitre bebedor de café esbozar una sonrisa. Ahora tiene toda su
dentadura a la vista, con sus hombros huesudos temblando de risa.
Si ella no es cuidadosa, le provocará un infarto a un futuro cliente.
Me repugna mi propio pensamiento.
La idea de las viejas garras arrugadas de Freidman tocando ese
cuerpo exuberante me provoca ganas de vomitar.
Además, eso es desdeñoso. Freidman no está pendiente de cada
una de sus palabras porque quiere follársela, ella realmente lo hizo
reír.
Quiero saber lo que dijo.
Me dirijo al pasillo, pasando la puerta del palco junior. No hay
palabras perspicaces del balbuceo de la conversación en el interior,
solo el olor de demasiados hombres, mezclado con un toque de su
perfume. Mis pies se tambalean como si me hubiera perdido un paso.
Observo la forma en que ella se para, cómo coloca su cuerpo, apoya
la punta de un dedo contra su mandíbula. La sonrisa lenta, el contacto
visual. Es buena en lo que hace, jodidamente buena.
No es la única mujer en la sala: Miriam Castro, operadora principal
de Bridgewater, se mueve entre la multitud como una asesina. Lo que
realmente me impresiona es cómo Blake charla con ella con la misma
facilidad.
Es tan natural que casi pierdo el momento en que se desliza. Keller
interrumpe su conversación con Castro, colocando posesivamente su
mano en la parte baja de su espalda y susurrándole algo al oído. Su
labio superior se curva, es un destello de irritación que oculta con una
sonrisa.
Ella es seductora. No quiero ser seducido, y estoy activamente
molesto, pero me encuentro deseando abandonar mi propio palco
para acomodarme junto a Keller.
De alguna manera he vagado todo el camino hasta la puerta.
Sus ojos se mueven hacia arriba y atrapa los míos, manteniéndolos
ahí exactamente un segundo completo.
―¿Necesita algo, señor Howell? ―Un mesero alarmado aparece a
mi lado.
―No. ―Paso a su lado y me dirijo de regreso al banco de monitores
a lo largo de la pared. Tengo monitores en mi propio palco, pero de
repente me gustan más estos.
Me tomo mi tiempo para desplazarme por los nombres en la
pantalla. Asteroid, Goldfinder, Handsome Chap... Los he estado
siguiendo a todos más de cerca que de costumbre este año, pensando
que finalmente podría comprarme un caballo de carreras.
El último nombre de la lista es un recién llegado. Flightline se
agregó esta mañana después de que Cobwebs fallara en la prueba de
orina. Me enteré una hora antes que los corredores de apuestas y le
di al potro peores probabilidades que ellos. Solo ha ganado una
carrera.
Apuesto por Asteroid, el segundo favorito.
Los tacones golpean contra las baldosas. La huelo de nuevo,
ahumada, almizclada, apenas dulce. Su perfume es especiado como
el té, la piel debajo es cálida como la miel, suave y dulce. Pagaría
mucho por embotellar ese aroma y rociarlo por mi casa, pero entonces
nunca haría ningún trabajo.
Me giro, pensando que vino a hablar conmigo. En vez de eso, toma
una posición tres monitores al lado y hace una apuesta.
Aún así estoy seguro de que vino aquí por mí.
Espero a que imprima su boleto y se dé la vuelta.
Cuando llega el momento, se siente como una ráfaga de aire contra
mi rostro.
Se veía bien de espaldas, incluso mejor de frente. No puedo decir
si sus ojos son azules o verdes.
Ninguno está hablando, nos estamos evaluando mutuamente.
Asiento con la cabeza hacia sus zapatos, elegantes, puntiagudos y
peligrosos.
―Me sorprende que no consiguieras que uno de esos idiotas
caminara por ti.
Ella sonríe, y un hoyuelo aparece y desaparece como un guiño.
―No pensé que se pudiera confiar en ellos.
Su voz recorre mi espina dorsal. Tiene su boleto en la mano para
que no pueda ver qué caballo eligió.
Ella es alta, pero yo lo soy más. Su respiración se vuelve más lenta
cuanto más me acerco.
Entro justo en su espacio para compartir el mismo aire, por lo que
tiene que levantar la barbilla.
Sus ojos son definitivamente verdes.
Le arrebato el boleto de la mano.
Ese destello de ira otra vez, estoy impresionado de lo rápido que lo
oculta, incluso cuando la estoy irritando a propósito.
Yo digo:
―Flightline es cuarenta a uno. ¿Qué sabes tú que yo no?
―Un montón de cosas. ―Me arrebata su boleto de regreso―. La
capital de Marruecos. Cómo escalfar un huevo perfecto.
―¿Qué te hace pensar que no puedo escalfar un huevo?
―No dije que no pudieras escalfar uno, dije que no puedes hacerlo
tan perfectamente como yo.
Finjo estar ofendido.
―No me subestimes.
Ella me sonríe, imperturbable.
―Nunca.
Estamos parados tan cerca que solo hay una pulgada de espacio
entre mi mano y su muslo. Quiero rozarla accidentalmente a
propósito, y creo que quiere que lo intente. Sé que es su trabajo actuar
como si quisiera, pero al igual que la ira, esto se siente real. Como un
calor que se filtra por debajo de esa calma tranquila y suave.
No nos hemos presentado. Sé quién es ella, y me sentiría insultado
si no me conociera.
Se cruza de brazos, inclina la cabeza, y deja que sus ojos deambulen
de mi rostro a mi pecho y de regreso.
―Me alegro de verte aquí.
Yo sonrío.
―¿Y eso por qué?
―Bueno, como sabes, todos los multimillonarios deben comprar
un caballo de carreras, un auto de carreras o un cohete a Marte.
―No he comprado ninguno de esos todavía.
Ella levanta un dedo.
―Pero lo harás... ―luego deja caer el dedo mientras emite un
juicio―, y me gustan más los multimillonarios de caballos.
Me divierte que ella tenga preferencias entre los multimillonarios.
―¿Cuál es la diferencia?
Tengo mi propia teoría. Quiero escuchar la suya.
Ella enumera con los dedos.
―Multimillonarios del espacio: megalómanos. Nadie es
demasiado bueno para la Tierra. Fórmula 1: eso es un tipo particular
de psicópata, afilando el lápiz más, más, más por un octavo de
segundo hasta que te vuelves loco, pero los dueños de caballos...
Espero a que me juzgue, preguntándome si me entenderá bien.
―Los dueños de caballos son soñadores. Con cuarenta y cuatro mil
potros registrados cada año, solo dieciséis llegan a Belmont.
Me gusta su teoría, pero es demasiado generosa.
―No son soñadores, son jugadores. Chocas un auto de carrera,
escribes un cheque de quince millones de dólares y compras otro.
Aquí pones todo tu negocio en juego. Ese caballo se cae y se rompe la
pata, no solo perdiste tu carrera, perdiste tu granja. El favorito hoy
tiene una tarifa de semental de un millón de dólares. Su dueño acaba
de poner una tarifa de semental de un millón de dólares al día en la
pista porque tiene que hacerlo, para mantenerlo.
―Oh, okey. ―Blake asiente con la cabeza como si estuviera
escarmentada, luego me sonríe―. Entonces nunca comprarías un
caballo...
Le devuelvo la sonrisa.
―Yo no dije eso.
La pausa que sigue es diferente a la anterior: es más como
descorchar una botella de vino y dejarla respirar.
Le pregunto:
―¿Por qué estás aquí? Y no me digas que por Keller.
Una pequeña sonrisa secreta revolotea en su rostro.
―Estoy aquí por lo mismo que todos los demás... para atrapar una
estrella en ascenso.
Suavemente me burlo de ella.
―¿Crees que Flightline es el próximo American Pharoah?
A su risa no le importa una mierda lo que yo piense.
―Probablemente no, pero ¿cuál es la diversión de ganar tres a uno?
―Pequeña descarada, viste mi pantalla.
―Es más sutil que robar tu boleto.
Keller asoma la cabeza por el palco junior. Ve a Blake hablándome
y se apresura.
―La carrera está a punto de comenzar.
―Lo sé ―dice Blake sin moverse.
Keller me da un asentimiento.
―Ramses.
―¿Por qué no vienen a ver desde mi palco? ―Tengo que extender
la invitación a ambos para asegurarme de que Blake acepte―. Tiene
una mejor vista del final.
Esto no es lo que Keller quiere en absoluto.
―Son bastante similares ―él murmura.
―Cerca solo cuenta con herraduras3 ―digo con un guiño a Blake.
No siempre soy así de idiota, pero se siente bien cuando lo soy.
Keller echa un vistazo al interior del palco y ve a Bosch junto al
buffet. Bruscamente cambia de opinión.
―Si, por qué no.
Bien por mí. Si esos dos quieren hacer un trato, tendrán que hacerlo
sentados a mi lado. Bueno... dos asientos más abajo. Porque senté a
Blake en el asiento junto al mío.
Briggs se para junto al barril de cerveza, dándome una lenta
sacudida con la cabeza.
Lo ignoro, lo cual es fácil de hacer porque Blake es una vista mucho
más agradable.
Su cabello es largo, negro y suave, pero no brillante. Es tan poco
brillante que casi parece un vacío, como un agujero en el que podrías
caer. Cuando roza el dorso de mi mano, todo mi brazo se estremece.
Sus uñas están sin pintar, limadas afiladas. Quiero que me rasquen la
espalda.

3
Se refiere a que acercarse a lo que se quiere no es igual o suficiente.
Cuando se mueve, el costado de su rodilla presiona contra la mía.
Solo nos separa una fina capa de lana.
Mi polla se está poniendo dura. Lo suficientemente dura como para
que en un minuto la gente se dé cuenta, especialmente Blake. Está
colgando de la pernera del pantalón más cercana a ella. Cada vez que
presiona su rodilla contra mí, palpita y se hincha un poco más. No
creo que esto me haya pasado desde la preparatoria. Sería cómico,
excepto que realmente parece que no puedo detenerlo.
Supongo que podría levantarme y alejarme de ella, pero no voy a
hacer eso.
Ella tiene los ojos fijos en las puertas donde se han alineado los doce
potros. Flightline tiene la litera exterior, la peor posición.
Las puertas se abren y los caballos avanzan, dos tropezando y
rezagándose desde el principio. Flightline corta un ángulo agudo,
moviéndose hacia la pista interior. Su jockey es agresivo,
zigzagueando entre la manada. Una vez que el potro llega a la vía, lo
monta como un tren de carga con los cascos atronando, levantando
terrones de tierra.
Asteroid tuvo un comienzo fuerte, está luchando por el liderato
contra Goldfinder, el favorito. Debería estar vigilando a mi propio
caballo, pero no puedo apartar los ojos de Flightline que se mueve
lentamente por la barandilla.
O apartarlos de Blake. Está inclinada hacia adelante en su asiento,
apenas respirando, con las manos en la boca.
Los potros están empezando a flaquear. Llaman al Belmont Stakes
la “prueba de un campeón”. Es la pista de tierra más larga de América
del Norte, un bucle de una milla y media. A veces los caballos corren
tan fuerte al principio que tienen que cruzar la línea de meta
caminando.
Flightline no está disminuyendo la velocidad, ese demente está
acelerando. Es un gran hijo de puta. Tiene un pecho ancho. Si hubiera
visto una foto de él antes de la carrera, podría haber revisado mis
probabilidades.
Asteroid y Goldfinder siguen a la cabeza, muy por delante de
cualquier otro caballo.
Flightline avanza a hombros por el pelotón hasta el tercer puesto.
Cierra la brecha detrás de los caballos de cabeza, acercándose incluso
a sus talones.
―¿Qué demonios…? ―gime Briggs.
El palco está lleno de gritos y vítores, amenazas salvajes y aliento.
De Blake, ni un susurro. No sé si ha respirado en todo este tiempo.
El jockey de Flightline se inclina completamente hacia adelante,
casi susurrándole al oído y avanza como un torbellino, lanzándose
directamente a través de la brecha entre Asteroid y los cuellos
crecientes de Goldfinder.
Cruza la línea de meta casi un cuerpo por delante. Blake acaba de
ganar 800 mil.
Ahora espero gritos o tal vez que se desmaye.
Lo que veo no es shock, ni siquiera es emoción.
Su rostro brilla con pura satisfacción.
Ahora estoy excitado y extremadamente intrigado.
Cuando el jockey se quita el casco, me doy cuenta de que es una
mujer. Todos son tan pequeños y musculosos que es difícil saberlo.
Su sonrisa es la mitad de su rostro cuando los oficiales arrojan la
manta de claveles blancos sobre la parte trasera de su caballo.
Briggs está enojado. Puso 100 mil de pago inicial en Goldfinder,
pero solo para colocarse, no para exhibirse.
―Perderlo por uno es peor que llegar último.
―No, no lo es ―dice Pennywise con tristeza. Su caballo en realidad
llegó último.
No puedo dejar de ver a Blake, tratando de averiguar qué diablos
está pasando. Ella sonríe serenamente mientras todos la felicitan.
―¿Cuánto apostaste? ―le pregunta Keller.
―Dos mil. ―Miente fácilmente.
Hay muchas razones para no decirle a tu cliente que acabas de
ganar 800 mil, pero tengo la sensación de que las razones de Blake no
son las que yo supongo.
Si alguien me pregunta qué hago, digo inversión, pero eso no es
realmente exacto. Lo que hago es recopilar información y decidir qué
significa.
He estado observando a Blake toda la noche.
Los números no cuadran.
Keller vuelve a ponerle la mano en la cintura, reafirmando su
reclamo, y ella lo deja hacerlo.
Verlos juntos de nuevo ahora no solo es irritante, es intolerable.
―Gracias por la vista ―me dice Keller, luciendo demasiado feliz.
Blake extiende su mano. La mía se traga la suya completamente.
Es la primera vez que nuestra piel realmente se toca. Se siente
exactamente como se ve, como una especie de animal leonado. Suave,
suave, suave con una ligera capa de vello dorado en la parte posterior
de sus brazos.
―Fue un placer conocerte ―dice Blake, como si eso fuera todo lo
que hicimos.
―Hablaremos después ―le dice Keller a Bosch, como ya lo había
hecho.
No presté atención a su conversación, ni siquiera usé la mitad de
una oreja.
Esa es la bofetada que necesito. No cometo errores.
Le doy la espalda a Blake y no la veo irse, lo que puede ser lo más
sacrificado que he hecho en mi vida.
En vez de eso, intercepto a Bosch y en diez minutos lo tengo
cantando sobre su trato con Keller, y en veinte más, ha accedido a
cancelarlo.
Keller no recibirá su pago. No si puedo evitarlo.
―¿Cuánto nos va a costar eso? ―pregunta Briggs después de que
Bosch se va.
― Menos de lo que ganaremos vendiendo las acciones.
―Eso es agresivo, y rencoroso.
―Tus dos cosas favoritas.
Briggs sonríe.
―Me alegro de que tengas la cabeza de nuevo en el juego.
―La tengo. Cien por ciento. Excepto…
Briggs gime y se pasa la mano por el rostro.
Le digo:
―¿Alguna vez has visto a alguien celebrar así ganando cuarenta a
uno?
Briggs se encoge de hombros.
―Desmond la llama Puta con Suerte.
El calor estalla en la boca de mi estómago.
No me gusta eso, ni siquiera me gusta que yo la haya llamado
prostituta en mi cabeza antes. Esa palabra no le sentaba nada bien
cuando hablamos.
―¿Suerte? ―resoplo―. Ella tenía un arreglo. Quiero que averigües
todo lo que puedas sobre ella.
Briggs parece que se está tragando lentamente todas las molestias
que ha tenido conmigo. Toma mucho tiempo.
Por fin, da su pequeño gruñido.
―Claro, jefe.
La mejor manera de cazar animales grandes es atrayéndolos.
Ramses Howell es el partido más importante de la ciudad. Su firma
de inversión no es la más grande, pero ha tenido los rendimientos
más altos en los últimos cuatro años consecutivos. Una vez es suerte.
Dos es impresionante. Cuatro veces... es jodidamente inaudito.
Le había echado el ojo desde hacía un tiempo. Esta fue mi primera
vez en una habitación con él.
Técnicamente, se suponía que debía estar en la habitación de al
lado, pero me aseguré de que me viera al entrar y no tardé mucho en
tentarlo para que saliera de su palco. Fue agresivo, grosero.
Exactamente lo que esperaba. Hasta que dejó de serlo.
Había oído que era persuasivo, aunque nadie mencionó que puede
persuadirte antes de abrir la boca. Dicen que es grande, pero eso no
te da la sensación de unas manos que podrían comerte y unos
hombros que tapan el sol.
Fue encantador e intimidante. El encanto fue para mí, la
intimidación para Keller, o tal vez ambos eran para mí. Todo lo que
sé es que fue un poco aterrador verlo intimidar a Keller para que
abandonara su propia fiesta en el palco.
Hablar con él es como pelear con un oso. No sabía si me iba a
abrazar o a mutilar.
¡Y maldito sea por arrebatarme el boleto! Es más rápido de lo que
parece.
Había planeado decirles a todos que le aposté al favorito. Ahora
Ramses sabe cuánto gané, y estoy segura de que sospecha. Debería
haberme comportado de otra manera, fingir llorar o algo así.
Puedes practicar y prepararte para muchas cosas. Nunca para todo.
No esperaba entrar en mi cuenta de corretaje esta mañana y
encontrarme tres millones de dólares más rica.
Alguien hizo una transferencia bancaria anoche alrededor de la
medianoche.
La transferencia es anónima, pero la línea del memorándum dice:
Quiero los tres puestos.
Sabía que Ramses iba a causar problemas. Es por eso que nunca he
disparado hacia él antes.
¿Sabes lo que le sucede al tipo de la película que cree que está listo
para cazar al T-Rex? Nunca termina bien.
Por otro lado… me encantan los hombres que saben cómo
tentarme.
Ramses me llama mientras me siento a tomar té y tostadas. Aparece
un número extraño y se me cae el estómago. El par de segundos que
estoy viendo la pantalla se sienten como una eternidad.
Pensé que quería esto, hice todo lo que pude para conseguirlo.
Ahora que está aquí, estoy jodidamente aterrorizada.
Contesto, rezando para que mi voz suene estable.
―Eso fue rápido.
Lo escucho al otro lado de la línea: el sonido profundo de su
respiración, el peso de este hombre que de alguna manera llega a
través del teléfono.
―No me toma mucho decidir cuando veo algo que quiero.
―Eso me halaga.
De hecho, estoy un poco enojada. ¿Cómo diablos encontró mi
cuenta de corretaje?
Con un borde de impaciencia, Ramses dice:
―¿Pero estás aceptando?
Tomo un sorbo de mi té y dejo la taza.
―No tengo vacantes en este momento. Solo veo tres clientes a la
vez.
Aún más impaciente, como un juez dejando caer un mazo:
―Suéltalos. Yo no comparto.
Este es un hombre que no ha escuchado la palabra “no” en mucho
tiempo.
El placer de decirle que no es casi más dulce que todos esos ceros
en mi cuenta.
―Así no es cómo funciona esto. Hay una lista de espera, y nunca
veo clientes exclusivamente.
Regla número uno. La que no se rompe.
El calor en la voz de Ramses no es tan contenido como le gustaría
creer.
―No uses la palabra nunca en una negociación.
No me digas qué hacer.
Me trago mi enojo y fuerzo una sonrisa, esperando que Ramses
pueda escucharla en mi voz cuando digo:
―Esto no es una negociación. Si no sigues mis reglas, no estoy
interesada en hacer negocios contigo.
Luego cuelgo el teléfono.
Mis manos están sudando y mi corazón podría hacer un agujero en
mi pecho.
No estoy realmente segura. Ni siquiera un poquito.
Pero soy una muy buena actriz.
Tomo el metro de regreso a Belmont Park. Sadie está ejercitando a
Flightline en una de las pistas más pequeñas, llevándolo a poco más
de un trote para que elimine el ácido láctico de la carrera. Me ve en
las gradas y trota hacia mí.
Su nariz está quemada por el sol y pelada, los mechones de su
cabello rubio sobresalen de sus trenzas rechonchas como paja. Su
sonrisa hace que Times Square parezca sombrío.
Me inclino sobre la barandilla para abrazarla.
―¡Maldita salvaje! La forma en que te abriste paso entre los dos
que iban a la cabeza...
―Tenía que arriesgarme por la galleta4. ―Ella sonríe―. Pero podía
sentir que Flighty se estaba poniendo en marcha.
―Corazón de campeón ―digo, dándole palmaditas en la nariz.
―Corazón de ballena azul ―se ríe Sadie―. Creo que podría haber
corrido la pista dos veces.
―Cómprale una sandía por mi cuenta. ―Intento pasarle un sobre.
Las sandías son las favoritas de Flightline.
Ella niega con la cabeza vigorosamente, empujando el dinero de
vuelta.
―Gané la bolsa grande, no necesito eso.
―No me importa. ―Lo meto en la parte delantera de su camisa―.
Siempre pago por buena información.
―No tienes que pagarme. ―Sadie se ofende.
―Por supuesto que te voy a pagar. ¿Crees que engañaría a mi
propia hermana?
Sabía que eso funcionaría.

4
Es una expresión idiomática que describe la necesidad de que una persona adopte un comportamiento
arriesgado para recibir una recompensa.
Sadie saca el sobre de su camisa, lo dobla por la mitad y lo guarda
cuidadosamente en su bolsillo. Su rostro está profundamente rosado
y parpadea con fuerza.
―Me gusta cuando me llamas así.
A veces todavía puedo ver su rostro infantil dentro de su rostro
adulto. Pondrá una expresión determinada y el aspecto que tenía a
los seis u once años saldrá a la superficie antes de desaparecer de
nuevo. Hace que me duela el pecho de la manera más extraña porque
todas esas otras Sadies todavía están dentro de ella, pero también se
han ido para siempre.
―Eres mi hermana ―le digo―, y estoy jodidamente orgullosa de
ti.
―Ah ―Hace un movimiento de aleteo con las manos, lo que
significa que, si digo algo más, perderá el control. Se siente
profundamente incómoda con los cumplidos―. ¡Y tú, en el palco
principal!
―Oh, ¿viste eso? ―Pretendo examinar mis uñas.
―Por supuesto que sí. ¿Quién es el tipo grande?
Sonrío para mis adentros, recordando la emoción de colgarle al
hombre más peligroso de la ciudad.
―Él es… ―Astuto. Vengativo. Un gran error―. Un nuevo conocido.
―¿Cliente?
―Posiblemente.
―¿Rico?
―Extremadamente.
―Bueno... hazme saber si tiene algún amigo atractivo. ―Su sonrisa
se vuelve acuosa.
―Joel no…
―Sí. ―Se limpia la nariz con el dorso de la mano―. Me dejó esta
mañana.
―¡BASTARDO! ―Eso fue más fuerte de lo que pretendía. Varios
entrenadores giran la cabeza. Diez por ciento más tranquila,
agrego―. Está jodidamente celoso, lo sabes, ¿verdad?
Sadie suspira.
―Todos piensan que es divertido salir con otro jockey hasta que
robo una bolsa.
―No la robaste. Te la ganaste.
―De cualquier manera... soltera de nuevo ―dice con voz apagada.
Estoy más que enojada porque Joel empañara su victoria, ¿no
podría haber esperado un par de días para terminar?
―Te volveremos a montar en el caballo. ―Eso es un juego de
palabras y no me importa―. Un mejor caballo. No un tonto de las
finanzas, te encontraré a alguien agradable.
―No necesito “agradable” para un rebote. ―Su sonrisa ya está
resurgiendo―. Solo necesito que tengan una gran polla.
―Bueno… es por eso por lo que no salimos con jockeys.
Sadie se ríe, dándole a Flightline un pequeño empujón con sus
talones.
―Te sorprenderías.
Me encantaría que un hombre me sorprendiera de buena manera
por una vez.
Y no me digas que Ramses lo hizo esta mañana… queda por ver si
algo bueno viene de Ramses.

Todavía estoy entusiasmada a la diezmilésima potencia en mi cita


con Zak Simmons. Ha estado hablando sin parar desde el momento
en que subí a su auto, y no he escuchado ni una palabra porque sigo
repitiendo la llamada telefónica de Ramses una y otra vez en mi
cabeza.
Lo que quiso decir... lo que podría haber dicho... y por qué diablos
pensé que era una buena idea atraer su atención.
Me volví codiciosa. Encima de mi propio éxito.
Simmons pidió los aperitivos sin preguntarme qué quería. Me
importa una mierda, ni siquiera tengo hambre, pero mi cerebro es una
calculadora y siempre lleva la cuenta.
Es cliente mío desde hace un año. Es el que más paga. También es
el más aburrido, por eso le cobro la tarifa más alta. Llámalo "impuesto
tedioso". Ojalá pudiera aumentarlo cada vez que menciona al novio
de su exmujer.
Aiden apareció en la foto el mes pasado. Tiene el cabello largo y
una motocicleta. Desearía poder felicitar a la ex de Simmons por
encontrar una manera tan perfecta de meterse debajo de su piel. Debe
haberme dicho veinte veces cuánto no le importa y cómo no le
molesta en absoluto.
―¡Va a llevar a mi hijo a un juego de los Mets usando mis boletos
de temporada!
―A Parker no le gusta el béisbol ―le recuerdo―. Deberías llevarlo
a ver Hamilton.
―Odio Broadway ―dice Simmons, sin importarle una mierda que
su hijo sienta exactamente lo contrario.
No he conocido a ese chico, pero guardo archivos de todos mis
clientes. Después de cada cita, tomo notas de todo lo que me dicen,
así que probablemente tenga una mejor idea de lo que está haciendo
el hijo de Simmons en estos días que él.
Mi teléfono vibra en mi regazo con una notificación. Miro hacia
abajo y veo que las acciones de Keller han bajado otros diez puntos.
Su salida a bolsa está en picada. VizTech vale la mitad que cuando se
puso en marcha esta mañana.
―¿Por qué estás sonriendo? ―pregunta Simmons.
―Porque hoy fue tu gran almuerzo de trabajo.
―Te acordaste. ―Simmons parece complacido.
No, solo lo escribí. Ahora podemos hablar de lo que realmente me
interesa.
―¿Cómo te fue?
―Lo mejor de lo mejor. ―Simmons felizmente arponea un
camarón del plato entre nosotros―. Debería cerrar el trato para el
final de la semana.
Tengo una fuente que dice lo contrario.
Antes de que pueda presionar para obtener detalles, una sombra
cae sobre mi plato. Una sombra muy grande.
―Blake. ―El tono exacto de su voz parece derretir todo dentro de
mí―. No terminamos nuestra conversación.
Me giro lentamente para darme tiempo para pensar.
Ramses está detrás de mí con un traje completamente negro, como
si estuviera aquí para llevar a cabo un ataque contra mí. Dicen que
creció rudo en Bushwick, y creo que cultiva esa imagen a propósito:
manos de boxeador, luce una incipiente barba permanente.
Está funcionando en Simmons. Él deja su camarón sin comer y bebe
su vino en su lugar.
―No sabía que ustedes dos se conocían.
―Estoy cenando ―le informo a Ramses con frialdad.
―Me uniré a ustedes.
Agarra una silla de la mesa de al lado y la arrastra, dejando caer
toda esa masa sobre las cuatro patas delgadas. El maître lo observa
hacerlo y no dice absolutamente nada. A un plebeyo le lleva un año
obtener una reservación en este lugar, pero probablemente dejarían
que Ramses entrara a la cocina y se preparara un sándwich de queso
a la parrilla.
El poder es hacer lo que quieras y que nadie se atreva a decirte que
no.
El placer es ver a un hombre poderoso al rostro y decirle que se
vaya a la mierda.
―Ramses ―digo dulcemente―. Vete a la mierda. Estoy en una
cita.
Colgarle se sintió bien.
Mandarlo a la mierda es positivamente erótico.
Todo mi cuerpo palpita, todo el vello de mis brazos se eriza, el olor
de las orquídeas en el florero entre nosotros es como un puñetazo en
el rostro. Es enorme, es jodidamente aterrador, y está a quince
centímetros de distancia, cambiando la temperatura en la habitación:
mi brazo izquierdo está más caliente que el derecho.
Simmons ve entre nosotros, tratando de averiguar qué está
pasando.
Ramses no está enojado porque le dije que se fuera a la mierda. De
hecho, estoy cien por ciento segura de que le gustó. No ha roto el
contacto visual ni un segundo, incluso cuando arrastró la silla, me
miró fijamente todo el tiempo.
Su voz es un altavoz de graves colocado a ras de mi columna
vertebral.
―No hemos terminado de negociar.
―No hemos comenzado, y no vamos a… estoy ocupada.
―Está bien. ―Ramses se recuesta en su silla, que hace un crujido
debajo de él. No un pequeño crujido, un verdadero chasquido. Él no
parece preocupado, y yo estoy esperando que todo se derrumbe.
Apoya un pesado brazo sobre la mesa, la punta de su dedo apenas
toca el diente del tenedor de Simmons. Tiene las manos enormes, pero
no son torpes como cabría esperar; tienen una forma agradable, solo
son jodidamente grandes. Cada movimiento es intencional, incluido
tocar el tenedor. Ramses es un transgresor y un instigador. Todo lo
que hace es para ponerte nervioso.
―No estoy aquí para hablar contigo ―me dice―. Todavía.
Se da la vuelta y ve fijamente a mi cita para cenar.
―Has estado buscando a alguien que te salve en ese trato con
Allscape... mi firma lo hará y fijaremos el precio en 90 por acción si te
levantas y te vas en este momento.
Simmons no es fácil de convencer. Es un tiburón que mata y come
en las aguas rojas como la sangre de Manhattan todos los días.
Espero que él lo muerda de vuelta, o al menos dar pelea.
―Lo siento, Blake ―murmura mientras abandona su silla.
Así como así, el activo que pasé un año cultivando se evapora en el
aire.
Todo lo que queda es el hombre que ocupa la otra mitad de la mesa.
Ramses recoge el vino de Simmons y se lo termina.
―¿Dónde estábamos?
Estoy jodidamente furiosa. Me gustaría tomar mi merlot y
echárselo en el rostro.
Él ve lo enojada que estoy. Deja de sonreír y se sienta en su silla,
levantando las manos como si pensara que podría darle un golpe.
―Está bien, eso fue un poco pesado.
―Lo hiciste rodar.
Cada palabra que sale de mi boca es un cartucho de dinamita. Si
Ramses enciende una chispa más...
Mantiene su voz cuidadosamente neutral.
―Tenía que crear una vacante en tu lista. ―Un toque de diversión
se filtra―. Aunque tal vez debí haber esperado por el lugar de
Keller... no creo que pueda permitírselo mucho más tiempo. Espero
que no te haya estado pagando en acciones.
―Espero que no pienses que lo permitiría.
Las palabras salen antes de que pueda detenerme. Ramses hace una
pausa de medio segundo para archivar eso.
¡Mierda, mierda, mierda! Es tan jodidamente exasperante. Estoy
cometiendo errores.
―Me excedí ―dice Ramses―. ¿Podemos empezar de nuevo?
Su cabello es tan oscuro que esperaba ojos marrones, pero en
realidad son azules. Azul como el cielo por la noche: índigo profundo
con puntos brillantes como estrellas distantes.
Creo que estoy experimentando la sensación exacta de una persona
que se amarró a sí misma a un cohete y encendió la mecha.
Yo digo:
―Me quedaré con los tres millones.
―¿Y qué me da eso?
―Te consigue una primera cita.
Esa sonrisa malvada ya se está extendiendo por su rostro
nuevamente. Me inclino sobre la mesa y lo veo directamente a los
ojos.
―Déjame aclararme: vuelves a hacer una mierda así, intentas
intimidar a mis otros clientes, y lo más cerca que estarás de mí es una
mirada a través de una habitación llena de gente. NO trabajo con
personas que no respetan mis límites.
―Entendido. ―Su sonrisa está mejor escondida ahora, pero la veo
al acecho en los bordes de sus ojos, y las comisuras de su boca―.
¿Cuáles son tus reglas?
Estoy empezando a sospechar que solo quiere saber para poder
pisotearlas.
―Tres reglas ―le digo―. Claras como el cristal, duras como el
hierro. No soy exclusiva, no me quedo a dormir, y 'rojo' significa 'alto',
sin importar dónde estemos o lo que estemos haciendo.
Ramses da el tipo de asentimiento que es más un reconocimiento
que un acuerdo.
―¿Y si quiero llevarte de viaje?
―Habitaciones separadas. Duermo sola al final de la noche.
―Me queda bien. Nunca hay mucho espacio extra en la cama.
La idea de Ramses acostado en un colchón tamaño king hace que
mis muslos se tensen.
Toma la botella de vino y vierte el resto en mi copa, luego presiona
el tallo en mi mano, con sus dedos atrapando los míos.
―¿Con qué frecuencia puedo tenerte?
Tomo un gran trago, tratando de eliminar la sensación palpitante
en mis entrañas.
Soy una profesional. Una maldita profesional.
―Tan a menudo como conteste.
―¿Ves más a tus clientes favoritos?
Ahora es mi turno de sonreír.
―Por supuesto.
―Bien. ―Se recuesta completamente en su silla, con los brazos
cruzados cómodamente sobre su pecho―. Si no soy tu único cliente,
estoy seguro de que seré tu favorito.
Lo veo tirado en su asiento, con su ego llenando la mitad del
restaurante.
―No estoy segura de que dures una semana.
Ramses se ríe.
―¿Y qué hay de mí? ¿Qué pasa si no estoy feliz?
Bebo el resto de mi vino, dejando la copa vacía.
―A los únicos hombres que he decepcionado son a los que he dado
de baja como clientes.
En voz baja y suave, dice:
―No me parezco en nada a ellos.
―Eso es lo que dicen todos los hombres.
―Pruébame. ―Se inclina hacia adelante, su silla gime debajo de
él―. No me corro una sola vez. No me corro dos veces. Me corro hasta
que estoy satisfecho.
Las imágenes que inundan mi cabeza harían excomulgar a una
monja.
―No puedo esperar a ver eso.
Su mirada es un baño y yo soy una esponja que absorbe el agua,
pesada y caliente desde la cabeza hasta los pies.
―Blake... creo que tú y yo seremos amigos por mucho tiempo.
Pensé que diría, creo que tú y yo nos vamos a divertir mucho juntos. El
final real de esa oración pone una estúpida mirada de sorpresa en mi
rostro.
Llega el mesero con mi carbonara y el filete ordenado por Simmons.
ve confundido el asiento vacío frente a mí y el enorme cuerpo de
Ramses que se ha materializado en su lugar.
―No necesitamos eso. ―Ramses le pasa una tarjeta de crédito.
―Yo necesitaba el mío ―comento mientras el mesero se lleva la
comida.
―No, no lo necesitas.
―¿Porque tienes un sándwich metido en el bolsillo?
Se levanta de la mesa, empujando su silla hacia atrás.
―Porque vamos a un lugar mejor.
―No dejes que el chef te escuche decir eso.
―Probablemente estaría de acuerdo, si fuera honesto.
Ahora tengo toda la curiosidad y estoy de pie.
―¿A dónde vamos?
Toma mi mano y la mete en el hueco de su brazo en un gesto que
debería ser caballeroso pero que en vez de eso se siente cautivo.
―Vamos a nuestra primera cita.
―¿Conduces tú solo? ―pregunta Blake cuando ve el Lincoln
detenido junto a la acera.
―Principalmente. ―Siempre.
Le mantengo la puerta abierta para verla entrar y también porque
hay que cerrarla con fuerza.
Cuando me deslizo detrás del volante, ella está viendo alrededor
del interior en los diales, la palanca de cambios, los asientos color
sangre. Es la misma forma en que barrió la habitación cuando llegó al
Belmont Stakes. ¿Qué está buscando?
Ya sé la respuesta porque es lo mismo que busco cuando entro a
una habitación: ella está recopilando información.
―¿Cuál es tu veredicto?
Sus ojos se mueven rápidamente hacia mí como si supiera que la
atraparon. Sin disculparse, sonríe y dice:
―¿De verdad quieres saber?
―Golpéame, puedo soportarlo.
Ella ve mis manos mientras enciendo el auto, cambio de marcha y
me incorporo al tráfico.
―Estoy empezando a pensar que te encanta.
Le doy una mirada severa.
―Ni siquiera pienses en eso. No caminarás sobre mí con zapatos
puntiagudos como con Lukas Larsen, no te librarás tan fácilmente.
Una ligera elevación de una ceja es todo lo que gano. Sus reacciones
son sutiles, tengo que ver de cerca.
―No tengo idea de lo que estás hablando.
―Está bien, me lo dijo él mismo. Bueno, se lo dijo a Briggs y eso es
lo mismo.
Su risa me da ganas de hacer cosas muy malas.
―¿La información fluye hacia el otro lado? ¿Le contarás a Briggs
todos mis secretos?
No, pero él me dijo el tuyo.
―No cambies de tema.
Ella gira la cabeza para que en lugar de su perfil la esté viendo de
frente. La forma en que utiliza el contacto visual es enloquecedora: no
me ve con la frecuencia que me gustaría.
―Nunca discutiría lo que hago con mis otros clientes.
No, no lo discuto. Ella dice, NUNCA, como si fuera una cuestión de
profundo honor.
Es un tigre que me ataca cada vez que me acerco a sus límites.
Todavía no la he besado y me pregunto cuánto tiempo debo
esperar.
―No hay problema. ―Coloco mi brazo sobre el respaldo del
asiento y cuando termino de cambiar de carril, lo dejo ahí. Su cabello
cuelga sobre un hombro. Mis dedos rozan la nuca desnuda de su
cuello―. Tenemos mejores cosas de qué hablar.
―Como hablar de ti ―me dice.
―Así es. ―Sonrío.
Ella lanza una mirada más alrededor del auto. Esta es teatral, para
hacerme sudar. Toca el pequeño medallón de San Cristóbal en el
espejo retrovisor y se siente como si presionara su dedo contra mi
esternón donde solía estar.
―Supongo que la respuesta fácil es que no quieres que la gente
piense que te convertiste en otro idiota rico. Un auto antiguo es menos
llamativo que un McLaren.
―Pero nunca irías con la respuesta fácil.
―No esta vez. ―Apoya su mano en el tablero de cincuenta años―.
Podría ser sentimental, es el viejo auto de tu abuelo... ―Niega con la
cabeza con tristeza―. Pero me temo que es mucho peor que eso.
―Diagnostíqueme, doctora.
Suavemente, muy suavemente, como dedos acariciando mi
columna, ella murmura:
―Todo es cuestión de control. Nadie puede conducir este auto
excepto tú.
No sé si tiene razón, pero la idea me entusiasma. Me muevo a
través de engranajes antiguos que solo responden a mi toque, luego
descanso todo el peso de mi mano contra la base de su cuello.
―Me gusta estar a cargo.
―¿En la sala de juntas y en el dormitorio?
―Especialmente en el dormitorio.
Tiene las rodillas giradas hacia mí, el codo apoyado en la puerta. El
auto nos aísla del resto del mundo como una cámara de aislamiento.
Ya acordamos follar, de alguna manera eso solo hace que la tensión
entre nosotros sea diez veces mayor. Ahora estoy obsesionado con
exactamente cuándo y cómo quiero hacerlo. No voy a romper el
envoltorio de este regalo, quiero abrirlo bien y despacio.
La sonrisa de Blake rara vez muestra sus dientes.
―No puedo decir que estoy sorprendida.
―¿Qué tendría que hacer para sorprenderte?
―Todavía no lo sé, no he terminado mi análisis.
―No vamos a llegar a la cena si sigues hablándome sucio.
Blake se ríe, observando las hileras de casas de piedra rojiza que se
arremolinan frente a su ventana.
―Sigues prometiendo comida, pero siento que nos estamos
alejando de ella...
Me detengo frente a lo que claramente es una casa y no un
restaurante.
―¿No confías en mí?
―No precisamente.
―Chica inteligente.
No espera a que rodee el auto y le abra la puerta, ella sale a la acera
y contempla la fachada de arenisca con sus ventanales llenos de
hierbas aromáticas.
―Por favor, dime que no me llevarás a conocer a tu mamá.
―Nunca conocerás a mi mamá.
―Lo sé ―dice con frialdad―. Fue un chiste.
―No quise decir… ―Me detengo, tratando de calmar la agitación
en mis entrañas―. No tiene nada que ver contigo.
―Está bien. ―Blake acepta eso sin comentarios―. Entonces, ¿por
qué estamos aquí?
Empujo el pensamiento de mi mamá de regreso a donde pertenece
y fuerzo una sonrisa.
―Es una competencia de huevos escalfados.
La emoción parpadea en su rostro.
―Oh, estás en tantos problemas…
Ella se apresura a subir los escalones.
La puerta se abre antes de que lleguemos a la cima.
―¡Ramses! ―April Izard irrumpe en el porche, ya vestida con su
camisa negra de chef, con tatuajes color caramelo visibles debajo de
los puños enrollados―. Y esta debe ser Blake.
Blake se detiene en seco tres escalones más abajo, con la boca
abierta.
―Oh, Dios.
April sonríe, ya está acostumbrada.
―Entra antes de que Nina se escape.
Empuja su Bobtail hacia adentro con el pie, la gata salta hábilmente
sobre el tenis de April y baja corriendo los escalones. Blake la levanta
y la pasa de regreso.
―Gracias. ―April besa la parte superior de la cabeza de Nina―.
Ella es una artista del escape.
Blake todavía parece atónita. Más aturdida de lo que esperaba, de
hecho. Ella sigue a April dentro de una casa llena de plantas y olor a
especias.
April nos lleva a la cocina, sus mostradores son mesas largas, sus
electrodomésticos del tamaño de una pequeña nave espacial.
Débilmente, Blake dice:
―Veía tu programa todos los días.
―Eres de la vieja escuela. ―April deja a Nina junto a la ventana,
que desaparece rápidamente detrás de las cortinas.
―¿Qué programa? ―Me sorprende no saber de qué están
hablando.
―Solo estaba en YouTube ―dice April, sacando los suministros de
su despensa y colocándolos cuidadosamente en la impecable isla de
la cocina.
―Era mi hora de confort ―dice Blake―. Me perdí cuando dejaste
de hacerlo.
―Estaba demasiado ocupada en Tankers.
Tankers fue el primer gastropub de Nueva York, o como le gusta
decir a April, el comienzo de su primera úlcera.
―April está abriendo un nuevo lugar en Midtown ―le digo a
Blake.
―Nosotros lo estamos abriendo ―me corrige April.
Blake me da una mirada como si finalmente estuviera
impresionada.
―¿Qué tipo de comida?
―Platos pequeños de inspiración asiática.
Ella emite un sonido bajo de anticipación que hace que mis bolas se
tensen.
―Seré tu primer cliente.
April ha terminado de preparar todos los suministros que
necesitaremos para nuestra cena. Nos pasa un delantal a cada uno y
nos dice que nos lavemos las manos.
Blake y yo estamos uno al lado del otro en el lavabo doble,
enjabonándonos diligentemente. Cuando inclina la cabeza, veo un
tatuaje detrás de su oreja izquierda. No puedo decir qué es desde este
ángulo, solo parece una línea ondulada.
―No puedo creer que conozcas a April Izard ―murmura.
Y yo no puedo creer mi buena suerte de que Blake sea
aparentemente una gran admiradora. Por primera vez está
completamente descompuesta, con las mejillas sonrojadas y las
manos temblorosas.
―¿Debería estar celoso? ―gruño.
Ella se ríe suavemente.
―No, su programa simplemente... significó mucho para mí.
―¡Apúrense, lentos! ―nos dice April―. Si fueran mis cocineros de
línea, ya estarían degradados a lavaplatos.
Blake se apresura a llegar a la isla y toma su lugar frente a su tabla
de cortar, con el cabello recogido hacia atrás y el delantal
cuidadosamente anudado. Lleva puesto el vestido que se puso para
Zak Simmons, delgado, negro y ceñido. Me pregunto si habría usado
lo mismo para mí. La tela se ve aterciopelada, me hace querer pasar
mi mano por su espalda.
―¡Ramses! ―April golpea mis nudillos con una cuchara de
madera―. ¡Corta tus chalotes!
Blake se ríe. Los suyos ya están a medio terminar, en una pila
uniforme de astillas transparentes. Yo ni siquiera sé lo que estamos
haciendo.
―La albahaca tailandesa tiene un sabor más audaz que la albahaca
italiana ―dice April, enrollando las hierbas recién arrancadas de la
jardinera de su ventana y cortando las cintas rizadas de las hojas
verde oscuro―. Usaremos arroz del día anterior porque absorberá
más salsa y no se apelmazará tanto.
Cuando estamos salteando los camarones, descubro que estamos
cocinando arroz frito tailandés. April nos enseña cada paso, mientras
que Blake y yo la imitamos con diferentes niveles de éxito.
Estoy tratando de copiar exactamente lo que hace April, hasta la
forma en que quita las semillas de los chiles. Blake es menos precisa,
arrojando un chile extra y un puñado de pimiento rojo cortado en
cubitos en su sartén.
―Chica mala. No estás siguiendo las instrucciones.
Ella levanta una ceja.
―Me sorprende que tú lo hagas.
―Sé cuándo tomar el consejo de los expertos.
―Hablado como un titán de la industria.
Incluso sus cumplidos suenan a burla.
Sigo pensando en el archivo que Briggs dejó en mi escritorio, todo
lo que descubrió sobre Blake en veinticuatro horas. Había menos
información de la que suele extraer, pero aún así había varias pepitas
que dudo que ella quisiera que yo supiera.
Ahora estoy en un dilema porque tengo preguntas y no puedo
hacerlas sin delatarme.
Comienzo con algunos lanzamientos suaves para ver si responde
honestamente.
―¿Eres de Nueva York?
―Crecí en Coney Island.
―¿Tu familia sigue ahí?
Su cuchillo sigue sobre su albahaca. En voz baja, dice:
―No tengo mucha familia. Me crie en un hogar de acogida, pero
creo que eso ya lo sabes.
Mi estómago da un giro de culpabilidad.
―Reviso los antecedentes de todos. No es nada personal.
Blake continúa cortando su albahaca, aún sin verme.
―Supuse que lo harías.
Pero ella no esperaba que surgiera eso.
April está junto al fregadero lavando la bandeja de camarones.
Rápidamente, digo:
―No te preocupes, estaba lo suficientemente limpio.
Menos tu expediente juvenil.
Blake deja su cuchillo y se gira hacia mí. Su ira carga el aire
alrededor de nuestras cabezas.
―No me importa lo que hayas encontrado. No sabes nada de mí.
― Sé que te has hecho a ti misma. Lo supe en el momento en que
nos conocimos.
Eso la desarma, o al menos la calma. Recoge el cuchillo de nuevo
sin que parezca que quiere apuñalarme con él.
―¿Eso te importa?
―Lo respeto. Sé lo que se necesita para ir desde donde empezamos
hasta este código postal.
―Sabes lo que te costó a ti ―dice Blake.
Ella corta su albahaca en pedazos más y más pequeños hasta que
se convierte en confeti verde.
―Oye ―digo, y espero hasta que me mira―. Lo lamento. Fue una
mierda preguntarte así cuando ya sabía la respuesta.
Blake suspira, desinflándose como un globo.
―Está bien.
Mira la espalda de April, que se está demorando mucho con la
bandeja de camarones, probablemente a propósito.
―Gracias ―dice Blake en voz baja―. Por traerme aquí. Solía ver
sus videos, verla hablando de todos estos ingredientes exóticos de los
que nunca había oído hablar. April fue muy buena describiéndolos,
cómo huelen, cómo saben... nunca había probado el aguacate o el
cilantro. Creo que tenía veinte años la primera vez que comí filete.
Sus ojos son enormes y hambrientos en su rostro en forma de
corazón.
Una imagen parpadea en mi cabeza de la señora del almuerzo de
séptimo grado que me dice que el saldo de mi cuenta era de 22 y que
no podía tomar nada más hasta que se pagara. La vergüenza encendió
mi rostro en llamas mientras caminaba todo el camino de regreso por
la fila para devolver mi bandeja vacía...
―Solía imaginar que algún día tendría una cocina como esta
―Blake observa el refrigerador doble, la campana extractora de acero
inoxidable, las hileras colgantes de ollas de cobre―. Donde podría
cocinar lo que quisiera.
―¿Cómo es tu cocina ahora?
―Linda. No tan agradable como esta.
―¿Cuál es la cocina de tus sueños?
―Quiero un castillo ―dice de inmediato―. Un castillo real,
cayéndose por fuera, moderno por dentro.
Me río.
―Nadie te acusará de pensar en pequeño.
―Dijiste la cocina de mis sueños. ―Blake no se inmuta―. Si voy a
soñar, voy a soñar en grande.
April cierra el grifo y se seca las manos con una toalla.
―El momento de la verdad ―anuncia.
Tiene dos ollas de agua hirviendo lentamente en la estufa. Nos
muestra cómo remover el agua con una cuchara y luego dejar caer un
huevo roto directamente en el remolino burbujeante.
Blake lo hace a la perfección, al primer intento.
―Te lo dije. ―Ella me guiña un ojo.
Estoy decidido a hacer el mejor maldito huevo escalfado que haya
visto esta cocina. Hago girar el agua en un tornado hirviendo y dejo
caer mi huevo. Inmediatamente se rompe.
―Bueno, mierda.
―Inténtalo de nuevo ―dice April―. Con un poco menos de vigor.
Mi segundo huevo es lo suficientemente aceptable como para
ocupar su lugar encima de mi pila de arroz frito.
Blake coloca su comida junto a la mía, rociando su confeti de
albahaca alrededor del borde.
―La guarnición no te salvará ―le advierto.
―Tampoco lo harán tus fondos ―responde Blake―. Ya has
invertido en el restaurante de April.
April suelta una carcajada.
―Así es, Ramses, soy juez completamente imparcial aquí.
Vemos con los ojos muy abiertos mientras prueba nuestros platos.
April sabe exactamente cómo hacerlo ya que ella misma ha sido
concursante de Iron Chef no menos de cuatro veces.
Ella corta el huevo de Blake. La yema rezuma sobre el arroz, rica
como oro líquido. Mi huevo se cae en dos mitades, completamente
sólido.
―No es una buena señal ―comenta Blake.
―Aún no ha terminado.
April le da un mordisco a mi arroz sin huevo pasado de cocción.
Ella mastica lentamente.
―¿Y bien?
―Espera. ―Toma un tenedor lleno de arroz de Blake.
Nunca esperé tanto a que alguien tragara.
―Lo siento, Ramses ―dice ella―. Ni siquiera cerca.
Blake se ríe demasiado fuerte. Ella y April se dan el tipo de apretón
de manos que hace que parezca que han sido amigas todo el tiempo.
¿Qué diablos está pasando?
Tomo un tenedor, le doy un mordisco al arroz de Blake y luego al
mío.
Mierda. Es mejor.
En vez de eso, molesto a April.
―¡Yo hice exactamente lo que dijiste!
―Tienes que probarlo mientras lo sazonas ―me informa April por
primera vez.
Como otro bocado del arroz de Blake, luego un par más. Es más
dulce, picante y salado que el mío. El huevo también es mejor.
Blake me arrebata su plato.
―El perdedor come su propia comida de mierda.
―¿Esa era la apuesta? ―April parece decepcionada―. Esperaba
que tuviera que correr desnudo por la bolsa de valores.
Blake se ríe.
―¿Dónde estabas cuando establecimos los términos?
―Esta fue una apuesta de honor ―le digo―, y lamentablemente,
estoy en desgracia.
―No te preocupes ―Blake sonríe― Te daré la oportunidad de
redimirte.

La redención toma la forma de un Bombe Alaska que implica tanto


muestreo de ron que nuestro flambeado se convierte en una hoguera.
April me da la victoria ya que la mía está un poco menos quemada
que la de Blake. Probablemente solo esté asimilando: es posible que
ya haya invertido en su restaurante, pero todavía está tratando de
ganarme para obtener rangos de primera línea.
―Es hora de tu cena, gruñona ―dice April, levantando a Nina y
llevándola a la despensa para alimentarla.
Blake y yo estamos lado a lado en el fregadero lavando platos.
―¿Siempre te esfuerzas al máximo en las citas?
Lo dice ligero y fácil, pero hay una nota de vulnerabilidad debajo.
Esta noche se siente especial, se pregunta si realmente lo fue.
―Esta es la única que he tenido en un año.
Ella resopla.
―No te creo.
―No estoy diciendo que no tenga sexo, estoy diciendo que no salgo
con nadie.
―¿Por qué no?
―No tengo tiempo.
Ella lo desecha como si fuera una tontería.
―Todo el mundo tiene el mismo número de horas en el día.
―No le doy prioridad, entonces.
―Yo tampoco. ―Enjuaga un plato y lo coloca en la rejilla para que
se seque.
―¿Por qué no?
Ella se encoge de hombros.
―Nunca les gusta lo que hago como trabajo, y de todos modos, me
gusta mi espacio. Tan pronto como conseguí mi propio apartamento,
me dije a mí misma que nunca volvería a vivir con otra persona.
No había considerado que ella podría tener un novio real en la vida
real. Tiene suerte de no existir.
―¿Cuál fue tu relación más larga?
―Un año ―dice ella―. ¿La tuya?
―Tres años.
―Wow.
―Fue en la preparatoria. ―Dejo eso de lado, mucho más
interesado en hablar sobre Blake. Probablemente no debería hacer la
siguiente pregunta, pero tengo que hacerlo―. ¿Alguna vez has salido
con un cliente? Quiero decir, realmente salir con ellos.
―Una vez.
La cocina se calienta, y lo último del ron quema en la parte posterior
de mi garganta.
―¿Qué pasó?
Blake seca la hoja de un cuchillo de chef con cuidado, el borde brilla
contra la toalla.
―Aprendí mi lección.
Quiero preguntar quién fue, pero creo que ya lo sé.
A los únicos hombres que he decepcionado son a los que he dado de baja
como clientes...
Desmond la llama Puta con Suerte...
El hecho de que Blake pueda haber tenido sentimientos por ese
imbécil pone una bola de calor en mis entrañas.
Quiero llevarla a casa conmigo. Lo deseo tanto que cada tictac del
reloj en la pared de la cocina es una especie de deliciosa tortura.
Podría llevarla a un hotel en este momento, pero el problema es que
no he descubierto del todo lo que quiero hacerle.
No solo quiero follarme a Blake. Follar es fácil. Follar no tiene
sentido.
Quiero abrirla como un motor. Ponerla a prueba como un pony.
Quiero hacer que rompa sus propias reglas y luego castigarla por
establecerlas en primer lugar.
Blake tenía razón sobre mí: ansío el control.
Cuanto más lucha, cuanto más resiste, más lo quiero.
El cuerpo de una mujer no es ni la mitad del misterio de su mente.
Veo las emociones parpadeando como la luz del fuego detrás de sus
ojos: despecho, diversión, deseo, y sé que las fantasías encerradas
dentro de su cerebro solo pueden ser más oscuras.
¿Cómo entro?
Blake actúa como si su clave fuera el dinero, pero descubrí esa
mentira el día que nos conocimos. Ella no se entusiasmó con esos 800
mil. Ni siquiera por tres millones.
¿Entonces qué es? ¿Qué tomará?
Sea lo que sea, lo encontraré.
Me arrastraré dentro de la parte más oscura de su mente y
encontraré esa necesidad desesperada que la pondrá completamente
en mi poder.
Y eso es exactamente lo que ella no quiere darme.
Así que tendré que engañarla.
Se coloca el cabello detrás de la oreja con los dedos enjabonados.
Puedo ver mejor su tatuaje ahora: es un dibujo lineal simple, orejas y
cola, la inclinación de una espalda. Un gato diminuto.
Una idea comienza a formarse en la parte más retorcida de mi
cerebro.
―¿Estás libre el viernes por la noche?
Blake me da una mirada cautelosa.
―Podría estarlo.
―Enviaré un auto para que te recoja a las siete.
Deja el último de los platos en el estante, doblando cuidadosamente
su paño de cocina.
―¿Qué debería llevar?
―Solo a ti.
Algo en mi tono la hace sospechar, y desata lentamente los hilos de
su delantal.
―¿Voy a ir a tu casa?
―¿Nerviosa? ―bromeo.
―No nerviosa. Curiosa.
―¿Por?
―Tus fantasías. ―Se desliza el delantal por la cabeza y lo cuelga
sobre el respaldo de una silla―. ¿Qué quiere Ramses que no tenga
ya…
Me río.
―Nada.
Blake sonríe.
―Si eso fuera cierto, no me habrías contratado.
No planeo besar a Blake cuando la deje.
Estoy disfrutando de la anticipación. Saber que puedo besarla,
tocarla, desnudarla a mi antojo crea una embriagadora sensación de
omnipotencia. Tengo dos días completos para idear exactamente lo
que le voy a hacer.
Vive en el distrito de las flores de Chelsea, en un feo edificio de
ladrillos que supongo que se ve mejor por dentro. El aroma de las
flores frescas flota en el aire, aunque las tiendas han cerrado por hoy.
―¿Cuál es el tuyo? ―Veo hacia las ventanas.
―Estoy en el último piso. ―Ella no señala cuál.
Quiero verlo por dentro.
Blake es tan fundamentalmente reservada que quiero entrar en su
dormitorio, retirar el edredón, inhalar el aroma de sus sábanas.
Quiero hojear toda la ropa en su armario, leer los lomos de los libros
en sus estantes, ver si tiene comida real en su refrigerador. ¿Tiene una
mascota? ¿Deja toallas mojadas en el suelo? ¿Se siente entrar dentro
como meterse en su piel, caminar por los pasillos de su mente, todos
sus apegos, todas sus preferencias al descubierto...
―¿Viernes a las siete en punto? ―pregunta Blake, como si leyera
mis pensamientos, como si ya estuviera levantando barricadas antes
de que yo pueda siquiera pedirle que suba.
La dejo abrir la puerta del auto hasta la mitad, luego la agarro por
la nuca y la jalo hacia atrás.
Nuestras bocas se rompen juntas. Mi agarre es tan fuerte que no
puede apartarse, ni siquiera puede girar la cabeza. Su boca cede, su
lengua suave y sus labios carnosos son aplastados bajo la embestida.
Meto mi lengua profundamente en su boca y la pruebo.
Blake es un derroche de sabores, febril, vertiginosa. Sabe a
trasnochar y a malas decisiones, a tentación hecha carne.
La presiono con fuerza contra mi cuerpo, pero Blake es imposible
de contener. Ella se resiste, pero no se resiste en absoluto,
hundiéndose… fluye como el mercurio, imposible de asir, líquido en
mis brazos, pero nunca absorbiéndolo.
Me deja hacer lo que quiero, hasta me responde, pero la estoy
besando con hambre y ella se contiene. Sus pezones presionan a
través de la suave tela de su vestido, rozando mi pecho, mientras sus
ojos permanecen claros y enfocados.
No soy el único al que le gusta mantener la mano en el volante.
La beso más fuerte, más rudo, hasta que sus mejillas se sonrojan y
el olor de la excitación se eleva de su piel.
Cuando la suelto, está respirando pesadamente. Sus labios están
hinchados, su cabello desordenado.
―Ramses...
La interrumpo besándola de nuevo. La sensación de su cuerpo bajo
mis manos es tan deliciosa que dejo escapar un gemido directamente
en su boca. Blake se pone rígida y ahora me está devolviendo el beso
de una manera completamente diferente, más húmeda, más
desordenada, voraz...
Cuando me alejo, mantengo mi mano bloqueada en su nuca.
―Así quiero que me beses.
No sé si alguna vez he estado más nerviosa al vestirme para una
cita.
Normalmente el sexo es la menor de mis preocupaciones, la
mayoría de los hombres no son tan difíciles de complacer.
Un número sorprendente quiere ser dominado y la persona más
sorprendida al descubrir esto suele ser el mismo hombre. Me llama
pensando que quiere atarme a la cama y hacer todas las cosas que su
exesposa nunca le permitió hacer... pero tres sesiones después, lo
tengo de rodillas con mi ropa interior sucia metida en la boca.
Hombres poderosos están a cargo todo el día en el trabajo,
ladrando órdenes, llevando la presión de su negocio sobre sus
hombros. Cuando descubren el alivio de dejar que otra persona tome
el control, es como si un interruptor se encendiera en su cerebro.
Pronto es la única forma en que pueden relajarse.
Hacer puntillismo de la espalda de Lukas Larsen con mis tacones
de aguja es lo menos jodido que le he hecho, pero nunca le diría eso a
Ramses. Lo que hago con mis clientes es tan sagrado para mí como
un sacerdote en un confesionario. Sé cuánto lo necesitan y nunca
traicionaría esa confianza.
La segunda perversión más común es un fetiche de pies. No sé
cómo funciona el cableado de la mente, pero sé con certeza que el
creador cósmico de las placas de circuito se estaba riendo cuando
soldó la percepción de los pies en los hombres.
El tercer grupo es lo que me gusta llamar los adolescentes
cachondos. Son los más fáciles porque me dicen todas las cosas sucias
que me van a hacer, pero lo que en realidad sucede es que en seis
minutos explotan, piden servicio a la habitación y se quedan
dormidos en el sofá.
Ramses no va a encajar en las categorías habituales.
Los hombres vienen a mí por un servicio, una conveniencia: no
tienen tiempo para tener citas, están en medio de un divorcio
complicado, quieren hacer algo extraño sin preocuparse de que se
corra por toda la ciudad.
Con Ramses se siente... personal.
No creo que esté enamorado de mí, no soy idiota.
Pero creo que él me ve como un desafío, y esa es una posición
peligrosa para estar con un hombre que no solo juega para ganar, sino
que juega para aniquilar.
Me va a presionar. Probar. Intentar joderme de alguna manera.
Bien…
Veamos qué tan malo eres en realidad, Ramses.
Aprendí hace mucho tiempo cómo separar mi mente de mi cuerpo.
No importa lo que le pase a mi cuerpo cuando mi mente está lejos.
Así es como puedo follar con hombres que son feos, hombres que me
aburren, hombres cuya moral desprecio. Puedo usarlos de la forma
en que ellos me usan porque no importa lo que esté haciendo mi
cuerpo, mi mente tiene el control.
Ramses no se lo tomará con calma.
Hay una razón por la que puso tres millones en mi cuenta, y no fue
para acariciar mi ego.
Puso un número demasiado grande para que no diga que no.
Así es como operan estos hombres, al igual que los gángsters del
Padrino: te hacen una oferta que no puedes rechazar.
No hay nada educado en Wall Street. Nada justo, nada civilizado.
Los jugadores salen con la forma en que hacen negocios:
adquisiciones hostiles, tratos clandestinos, amenazas, sobornos,
extorsión...
No importa cuántas adorables “competencias de huevos
escalfados” invente Ramses, no me engaña ni por un segundo. Todo
lo que hace apunta a su objetivo final, y cualquiera que sea ese
objetivo, es para su beneficio, no para el mío.
Me digo eso una y otra vez mientras me afeito las piernas, me seco
el cabello, y me maquillo. Estoy tratando de ahogar el pequeño y
ansioso giro de anticipación que se retuerce en mis entrañas.
Quiero ver a Ramses desnudo.
Lo he querido desde el momento en que vi sus manos. Quiero ver
la polla que hace juego con esas manos.
Lo vi hincharse por la pernera de su pantalón en el Belmont Stakes,
cobrando vida como si pudiera sentirme, como si tuviera vida propia.
Apenas podía respirar tratando de echar miradas furtivas sin que
Ramses se diera cuenta...
Mi atracción por él es un maldito gran problema.
La atracción nubla el juicio. Se supone que es mi arma contra él, no
la suya contra mí.
Ese beso…
Esos ojos sin estrellas que miran fijamente mi alma, la mano cerrada
alrededor de la base de mi cuello...
Así es como quiero que me beses...
Mis bragas se empaparon como si rompiera aguas.
Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda.
Estoy en tantos problemas.
En un impulso, le envío un mensaje de texto a Ramses:
Yo: No necesito que me lleves, estaré en tu casa a las 7:00

Tomo el tren hasta el apartamento de Tabitha. Vive en un edificio


sin ascensor en Queens. La parte de caminar es una mierda para ella
en estos días: tiene artrosis en las caderas, las rodillas y los tobillos. El
precio de bailar catorce horas al día para el Ballet Bolshoi.
En una visita a la ciudad de Nueva York en los años ochenta,
desertó para convertirse en la amante de un Vanderbilt. Le instaló
una mansión Beaux-Arts que se convirtió en su burdel. Cuando la
conocí, llevaba treinta años operando la agencia de escorts más
exitosa de la ciudad.
Tabitha me enseñó más que cualquier otro papá.
No se parece en nada a una mamá, pero muy de vez en cuando, ha
sido algo así como un papá para mí. Un papá duro y exigente, nunca
satisfecho con su hijo. Lo que mis clientes me han enseñado es la
receta perfecta para el éxito.
Llamo a su puerta.
Tabitha tarda mucho en responder.
―Podrías enviarme un mensaje de texto.
Solo abre la puerta hasta la mitad y entra arrastrando los pies en la
penumbra del apartamento. No solía arrastrar los pies. Solía caminar
como si colgara de una cuerda de la parte superior de su cráneo, toda
la gravedad tirando hacia abajo en línea recta.
Visitarla me recuerda cuánto tiempo he estado haciendo este
trabajo.
Si Tabitha era un cisne en sus días de ingenua, se ha vuelto delgada
y dura como un ave de rapiña. Ella me ve de arriba abajo. Ojalá fuera
senil en lugar de artrítica.
―¿Por qué estás tan elegante?
―Voy de camino a una cita.
―Obviamente. ―Su sarcasmo es cáustico al grado de Chernobyl―.
Estoy preguntando por qué te tomaste tantas molestias.
Pasé una hora planchando mi cabello a una sábana brillante. Corté
las etiquetas de mi vestido y mi ropa interior. Mi coño está cuidado
como el césped de la Casa Blanca. Tabitha no puede ver esa parte,
pero la conoce con solo ver el resto de mí.
―Voy a salir con Ramses Howell.
Tabitha está fuera del juego, pero no está muerta. Ella sabe quién
es Ramses.
―Mmm. ―Eso en idioma de primera bailarina rusa significa
“Estoy impresionada”. En realidad, nunca están impresionadas, pero a
veces están un poco menos decepcionadas―. ¿Primera cita?
―Segunda cita. Primera conexión.
―Ah. ―Eso significa, Rendimiento aceptable hasta ahora, exploremos
cómo estás a punto de cagar esto―. ¿Sabes lo que le gusta?
No se ha sentado, sino que está de pie junto al piano, con la espalda
erguida y las manos entrelazadas flojamente delante de ella. Ella es la
examinadora, yo la estudiante.
Como si me hubiera olvidado de hacer mi tarea, murmuro:
―Él no sale con nadie que yo conozca.
Ella levanta una ceja. Tarda unos cien años y destruye mi alma.
―Eso suena como una excusa.
Me sumerjo en toda la dulce, dulce tutoría.
―Ese no es el problema, lo prometo.
Cruza hacia la ventana y levanta el marco antes de encender un
cigarrillo. Abre la ventana para evitar que su jaula se llene con el olor,
por lo que su apartamento huele más a papel y violetas que a humo.
Respira hondo y exhala hacia el callejón.
―¿Cuál es el problema?
―Me siento atraída por él.
El humo se enrosca alrededor de sus uñas oscuras y pulidas. Sus
labios están pintados del mismo color. Ella no sabía que nadie vendría
hoy. ¿Para quién actúan las artistas cuando están solas? ¿Están alguna
vez solas en sus cabezas?
Toma otra bocanada, liberando el humo en rizos en espiral.
―Has cometido ese error antes.
Soy consciente. Me retrasó dos años y todavía me cuesta clientes.
Me gustaría decirle a Tabitha que no voy a cometer el mismo error dos
veces, pero eso es lo que dice todo el mundo antes de cometer el
mismo error dos veces.
En su lugar, digo:
―He madurado desde entonces.
Ella resopla.
―Entonces, ¿por qué viniste dando brincos aquí como una niña de
dieciséis años de camino al baile de graduación?
Le sonrío.
―¿No puede ser solo porque estaba emocionada de verte?
―No bromees con una bromista.
Tabitha apaga su cigarrillo y lo deja en el borde de su cenicero como
si fuera a fumar el resto más tarde. Ojalá supiera si está arruinada o
si solo es tacaña.
El negocio de las escorts ahora se mueve en línea y un incendio
destruyó la hermosa y antigua mansión de Tabitha. Podría haber
llorado por el empapelado de morera, el palisandro y el vidrio
veneciano en llamas, todos sus viejos trajes de ballet de y su gabinete
de joyas regaladas por décadas de amantes.
Cuando amas un objeto, pones una pequeña parte de tu alma
dentro de él. Entonces se siente vivo en tus manos, sosteniendo tus
recuerdos y tu alegría, reflejándolos hacia ti.
Pero si alguna vez pierdes lo que amas, si te lo roban o se quema... un
poco de ti se va con eso.
Tabitha perdió demasiado de sí misma, no lo está tomando bien.
Se sienta en el alféizar de la ventana viendo hacia el callejón. Las
ventanas delanteras ofrecen una hermosa vista de su calle arbolada,
pero ella solo abre esta para fumar, viendo las paredes de ladrillo
desnudo.
Ella gira su encendedor en sus manos, plateado, grabado con las
iniciales de otra persona.
―Estos hombres te quitarán todo. Solo dales lo que pagan.
―No te preocupes. Todavía sigo las reglas.
Tabitha me dio una lista de reglas el día que firmé mi contrato. No
las sigo todas, nunca lo hice, pero la última está grabada a fuego en
mi cerebro:
Nunca creas que es real.
Ese es el error que no volveré a cometer.
Ramses es dueño del penthouse de Skyline Tower sobre Central
Park.
Su edificio es más bonito que todos los lápices de vidrio en
Billionaire's Row, es de piedra gris con torres góticas y un techo de
cobre con pátina verde.
No ha respondido a mi mensaje de texto. Probablemente esté
molesto porque tomé un Uber a su casa en lugar de dejar que su
chofer me recogiera.
No lo hice a propósito, pero tampoco me arrepiento. Todo es parte
del juego, y eso incluye no dejar que Ramses se sienta demasiado
cómodo dándome órdenes.
El portero me indica el ascensor personal de Ramses.
A veces me encanta probar las experiencias de los súper ricos. Otras
veces odio caminar en su mundo, actuando como uno de ellos.
Puedes ganar dinero, pero nunca puedes dejar de ser pobre
mentalmente.
Ser pobre no es un número en una cuenta bancaria. Es cada parte
de tu día explotándote en el rostro porque te faltan los elementos
básicos de la vida: el pase de autobús para ir a la escuela, los zapatos
para la clase de gimnasia, la comida que no te espera en tu mochila
vacía. Es un sentimiento de que eres profundamente desafortunado,
odiado por el universo, no amado por nadie más. Eres indigno y lo
puedes ver en el rostro de todos los que te evitan porque tu ropa no
te queda bien, tu cabello está desordenado, apestas.
No he sido esa persona durante diez años, pero el fantasma
persiste.
No sé si alguna vez sentiré que pertenezco a un lugar tan hermoso.
El ascensor sube a través de un tubo de vidrio, el parque se
desarrolla debajo. La luz del sol color melocotón de la hora dorada
brilla en el Hudson. Los espejos detrás de mí son una pared de nubes,
los números pasan zumbando mientras subo cincuenta pisos.
El ascensor frena y se detiene, y con un suave timbre las puertas se
abren directamente a la suite del ático.
Esto no es un apartamento en absoluto, es una mansión en el cielo.
Todas las paredes son ventanas, y dan la vuelta, como un zoótropo
de cristal de la ciudad.
Esperaba ver a Ramses, pero el profundo silencio me dice que soy
la única aquí.
Puedo oler su colonia, la lana de sus trajes, el cuero de sus zapatos.
Veo el lugar en el sofá en donde se sienta, los cojines abollados por su
peso.
Soy Jack en el castillo del gigante. Todo en su casa está hecho a su
escala: techos altos, muebles del tamaño de una cocina, arte que cubre
toda la pared. Los colores son ricos, taciturnos, masculinos, su cocina
es de nogal negro y azulejos oscuros brillantes.
Estoy sola en su espacio privado. Puedo ver cualquier cosa, tocar
cualquier cosa, ir a donde quiera. Puede que él me esté viendo por
una cámara, pero no puede detenerme.
Nunca dejaría que alguien deambulara por mi casa sin mí ahí,
probablemente ni siquiera si yo estuviera parada justo al lado de
ellos.
Ramses abrió la puerta y me invitó a pasar.
De hecho, incluso me dejó un regalo.
Una gran caja descansa sobre la losa de piedra que funciona como
mesa de café, elegantemente envuelta en champán y oro.
Abro el sobre y leo la densa escritura de Ramses:

Esto es lo que quiero que uses esta noche.

Si eres tan buena como dices que eres, sabrás cómo comportarte.
Oigo las palabras como si me las dijera al oído.
El tejido destella contra mis dedos cuando lo desgarro.
No tengo ni idea de lo que voy a encontrar en la caja, e incluso
cuando saco la prenda de sus envolturas, todavía no estoy del todo
segura. Es tan delgada que podría arrugarla en una bola en mi mano,
liviana como una media, casi transparente.
Llevo la caja al dormitorio más cercano, una suite de invitados con
paredes de ante crudo y ropa de cama del color de una nube de lluvia.
Me desnudo, esparciendo mi ropa sobre la cama y poniéndome el
traje en su lugar.
Es todo de una sola pieza, un bodystocking que me deja los pies
descalzos. Las manos terminan en una especie de guante sin dedos,
solo sobresalen mis uñas.
Subo la cremallera de la parte trasera del traje. Aunque estoy
cubierta del cuello a los tobillos, estoy fresca y cómoda, la tela es tan
delgada que me siento casi desnuda.
Escarbando a través de la envoltura, encuentro un par de orejas, un
suave pelaje negro colocado en una diadema tachonada de diminutos
dientes. Coloco la diadema en su lugar, los dientes atrapan mi
flequillo y jalan todo mi cabello hacia atrás de mi rostro. Cuando
niego con la cabeza, diminutas campanillas plateadas tintinean detrás
de las orejas.
Me deslizo frente al espejo de cuerpo entero.
Un elegante gato negro me devuelve la mirada.
En la luz sombreada, el traje no parece un traje en absoluto: parece
piel viva. Cuando giro, la curva de mi trasero parece piel desnuda
pintada de negro. El traje se mueve conmigo, cada movimiento, cada
respiración.
La diadema cambia todo lo demás. Mi rostro está desnudo sin mi
flequillo, con mis cejas negras y feroces. Las orejas me añaden altura.
El traje sujeta mi cuerpo con fuerza, nada de movimiento, todo
curvas sinuosas. Doy unos pasos. Mis muslos crujen uno contra el
otro, mis brazos se deslizan a mis costados. Las puntas de mis uñas
brillan al final de los guantes.
Me encanta este traje.
Y me encanta merodear por la casa de Ramses sin él aquí. Ramses
se disfruta mejor a distancia... entro a escondidas en su oficina, le doy
vueltas en su silla, huelo su loción, y leo los titulares enmarcados en
su pared. WaMu incautado, vendido en el mayor fracaso en la historia
bancaria de EE. UU....
Ese es el tipo de mierda que pone duro a estos tipos: transferencias
de miles de millones de dólares.
A mí también.
El pobre sabe que el dinero absolutamente importa.
El rico sabe que también es solo un montón de unos y ceros volando
en el aire para que cualquiera los agarre.
Escucho el timbre del ascensor para cuando Ramses regrese a casa.
¿Cuánto tiempo planea hacerme esperar?
Salgo de puntillas de su oficina, deteniéndome en el cruce entre la
sala de estar y el pasillo más allá. ¿Me atrevo a entrar en su
dormitorio?
Antes de que pueda decidir, veo un paquete más pequeño en una
mesa en el pasillo. Este es plano como un joyero, con un sobre metido
debajo de la cinta.
Aturdida por la sensación de una búsqueda del tesoro, deslizo la
segunda nota de Ramses.

Ponte esto y preséntate ante mí en el estudio.

Mis ojos se mueven rápidamente hacia la puerta sobresaltados,


como si Ramses pudiera estar aquí después de todo.
No está aquí. Sé cómo se siente una casa vacía.
Jalo la cinta. La seda corre entre mis dedos, fresca como el agua.
Esto es lo que aprendes primero: el dinero hace que todo se sienta
bien.
Dentro de la caja hay un collar hecho de perlas, con hilos de tres
capas, ricos y suaves como la crema. Lo pongo alrededor de mi cuello,
abrochando el seguro. Una placa plana de oro brilla contra mi
esternón:
Minx5.
Un rubor sube por mi cuello. Nunca he tenido un apodo antes, y
habría dicho que no quería uno.
Mi sonrisa me sorprende en el espejo.
Minx me queda bien.
Este conjunto me queda aún más. Es tan jodidamente cómodo que
quiero vivir en él, pero no tengo ganas de descansar, quiero
merodear.
Ramses es un showman, va con todo.
Yo también quiero ir con todo.
Pero algo falta...

5
Una niña o mujer joven descarada , astuta o audazmente coqueta, que sabe cómo controlar a otras
personas para su beneficio.
Vuelvo corriendo al bolso que abandoné, tomo mi delineador de
ojos y realizo algunas mejoras. Cuando termino, tengo un delineado
cat eye que pondría celosa a Michelle Pfeiffer.
Perfecto.
No puedo dejar de tocarme con este traje.
Tengo un armario lleno de lencería, pero nunca me había vestido
como un animal.
Tal vez debería sentirme degradada por Ramses, tal vez lo hubiera
hecho si me hubiera dejado un traje de cachorrito.
Los gatos son diferentes.
Los gatos son sexys. Los gatos son poderosos.
Bajo los tres escalones hasta el estudio hundido, dejando que mis
caderas se balanceen de lado a lado, cruzando los pies uno sobre el
otro. Camino de puntillas a través de los últimos rayos de sol, la
habitación está bañada en una rica luz roja.
Ramses no está, pero una cámara se sienta en su lugar montada en
un trípode ya grabando. Me encuentro con su ojo negro en blanco,
segura de que en algún lugar Ramses me está viendo.
Paso más allá del ojo, me giro y regreso de nuevo. A veces veo a
Ramses. A veces lo ignoro por completo.
Me dejo caer en el sofá, colgando mi cabeza hacia atrás de los
cojines, poniendo mis pies en el aire. El sofá de Ramses tiene un acre
de largo, los cojines son tan lujosos que me hundo completamente.
Señalo con los dedos de los pies, flexiono, señalo de nuevo, luego
ruedo sobre mi estómago y me siento sobre mis talones, estirando mi
espalda.
Revolcarme así es ridículo y tonto, pero no puedo creer lo mucho
que me excita. La habitación está bañada por el sol, mi cuerpo se
siente pesado y cálido, es fácil dejar ir mis inhibiciones, solo en las
nubes.
El ojo de la cámara arde en mi piel, su luz roja pulsa como el latido
de un corazón.
Estoy sola pero no realmente. Ramses puede verme, pero yo no
puedo verlo a él.
Ruedo sobre mi espalda, dejando que mis piernas se abran.
Mi piel brilla a través del traje transparente, mis pezones apuntan
al techo. Paso mis palmas por mis curvas sedosas...
La adrenalina corre por mis venas como si Ramses estuviera justo
aquí, a mi lado, pero mi mente me dice que soy tan libre como en mi
propio dormitorio en casa, libre para deslizar mis manos por mi
cintura, para poner mi palma sobre mi coño, empapándolo y
aumentar el calor que irradia a través del traje...
Finjo que es la mano pesada de Ramses ahuecando mi coño. Me
imagino sus gruesos dedos rozando el nudo de mi clítoris,
deslizándose hacia adelante y hacia atrás, tentando, presionando...
Mis caderas se mueven hacia arriba, la luz del sol hace que mi mano
sea mucho más cálida de lo normal, cálida como la mano de un
hombre, cálida como una boca, húmeda y derritiéndose...
El más suave de los clímax rueda sobre mí, las gotas de lluvia
golpean mi piel. Me estremezco contra los cojines con los labios
entreabiertos, y suspiro un gemido.
Me doy la vuelta, dejando que una pierna cuelgue del sofá, con
todo mi peso presionado contra la almohadilla gruesa y suave entre
mis muslos.
Mi cuerpo está saturado de sol. El placer me invade en oleadas
lentas mientras balanceo mis caderas contra los cojines. Me siento
cálida, perezosa y completamente relajada.
El ascensor suena.
Mi mano se congela entre mis muslos.
Las puertas se abren, y una pesada pisada cruza el pasillo.
La sombra de Ramses lo precede en el estudio, arrastrándose por el
suelo y trepando por la pared hasta que la cabeza casi toca la línea del
techo, luego el hombre mismo entra en la puerta.
Su rostro está sonrojado y sus ojos brillan. Cuando me ve, una lenta
sonrisa se extiende por su rostro.
―Ahí estás. Te extrañé.
Cruza la habitación en tres zancadas, elevándose sobre mí. Su
pesada mano aterriza en mi cabeza y se desliza por mi columna.
Me está acariciando. Jodidamente acariciándome.
Su mano cubre mi espalda, el peso afloja mis músculos, y el calor
me tranquiliza. Ramses me mira con expresión juguetona y afectuosa.
―¿Tú también me extrañaste, Minxie girl?
Me habla como a un gato. Me ve como a un gato, me toca como a
un gato.
Esto es mucho más que un juego de roles: es como una
personalidad completamente diferente.
¿Por qué eres tan bueno en esto, psicópata?
Esto no es lo que esperaba, y me está asustando un poco.
Al mismo tiempo…
Me gusta la forma en que me mira, como si se hubiera apresurado
a llegar a casa solo para verme. Me gusta la forma en que sus dedos
amasan mi espalda. No puedo estar estresada con esas manos
grandes y cálidas sobre mí.
No me dio ninguna instrucción. ¿Quiere que responda? ¿Puedo
hablar?
Esto es parte de la prueba, parte del desafío.
Le dije que era la mejor en esto, él espera que lo descubra.
Bueno, soy jodidamente la mejor.
Giro mi mejilla contra su muslo, y acaricio mi rostro contra su
pierna, haciendo un profundo ronroneo en mi garganta.
Su muslo se endurece como el roble.
Su mano se desliza debajo de mi cabello, agarrándome en la base
del cuello. Se agacha y me dice justo al oído:
―Buena chica. Me gusta cuando ronroneas para mí.
Me derrito por completo.
Tal vez es la forma en que me está abrazando, tal vez es la expresión
de su rostro, tal vez es la forma en que lo veo, acurrucada en el sofá,
cuando Ramses me llama buena chica, mi cerebro se desborda.
Quiero ser una buena chica.
Quiero que me sonría así.
Pero tan rápido como llegó, Ramses se da la vuelta y se va,
abandonándome en el estudio.
Sus pesados pasos desaparecen por el pasillo.
Espero, pensando que volverá.
Pasan cinco minutos.
Ramses vuelve a salir del dormitorio, pasando a grandes zancadas
por el estudio. Escucho cubitos de hielo en un vaso, luego el crujido
de su cuerpo acomodándose en el otro sofá.
¿Qué demonios?
Espero un poco más.
No, definitivamente se quedará ahí afuera.
Me pongo de pie, confundida y molesta.
Aquí hay otro dilema: ¿se supone que debo gatear a cuatro patas?
Eso es incómodo.
Los gatos no son incómodos. Los gatos son elegantes y confiados.
Salgo del estudio por donde entré, sigilosa y lenta.
Ramses está sentado en la sala de estar principal, con el maletín
abierto y los papeles esparcidos. Está leyendo algún tipo de informe
y ni siquiera levanta la vista cuando entro.
Se cambió de ropa. El traje se ha ido, fue reemplazado por
pantalones de chándal grises y una camiseta de béisbol tan desteñida
que es difícil decir que las mangas alguna vez fueron azules. Sus
antebrazos están desnudos debajo, cubiertos de vello oscuro.
Toma un sorbo de su trago, todavía indiferente incluso cuando
cruzo su línea de visión.
Estoy empezando a irritarme.
¿Me trajo aquí y me hizo ponerme este traje solo para ignorarme?
Me apoyo contra un pilar, con los brazos cruzados, observándolo.
Ramses pasa otra página de su interminable y tedioso informe.
Sí, eso es exactamente lo que hizo.
Todo es parte del juego. Parte de la lucha por el poder.
Sonriendo para mis adentros, merodeo por la habitación de nuevo,
pero esta vez, más despacio, moviendo las caderas. Me detengo frente
a Ramses para estirarme, arqueando la espalda, sacando las tetas,
flexionando el trasero en el traje tan transparente como las medias,
luego doy otra vuelta.
A la tercera vez, Ramses ha dejado de pasar las hojas.
Me acuesto en la alfombra frente a él y ruedo alrededor de la densa
pila.
Las alfombras de su casa son gruesas y esponjosas, grises como un
conejo bebé y probablemente estén hechos de conejitos, y hayan sido
cosidas por huérfanos. Ramses parece del tipo.
Sean lo que sean, se siente espectacular contra mi piel. Me acuesto
de lado, pasando mis dedos descalzos a través de la suavidad.
Ramses ve en mi dirección, y luego vuelve a ver la hoja, no lo
suficientemente rápido.
Ja.
Ruedo sobre mi espalda, maniobrando para que ahora esté
recostada sobre su pie, con una de mis piernas sobre su regazo,
mientras los dedos de mis pies se deslizan por el bulto de sus
pantalones de chándal.
Él aparta mi pie descuidadamente, como lo harías con un animal
que se interpone en tu camino, pero su polla solo crece más dura.
Me muevo hacia el sofá en su lugar, dejándome caer sobre sus
papeles, arrugándolos deliberadamente.
Con severidad, pone su mano en mi espalda y la presiona hacia
abajo, manteniéndome inmóvil.
―Relájate.
No me voy a relajar, ahora estoy en su acto.
Espero unos momentos, luego empiezo a invadir su espacio de
nuevo, poniendo mi cabeza en su regazo, dejando que mis dedos
bailen y suban y bajen por la parte posterior de su pantorrilla.
No estoy del todo recostada sobre su polla, pero su calor está cerca
de mi mejilla, y sus pantalones de chándal se estiran con fuerza. El
calor irradia de sus muslos, grueso y sólido debajo de mí, cada uno
tan grande como mi cuerpo. Envolver mis brazos alrededor de su
pierna es como abrazar una secoya.
Lo veo al rostro.
Está tratando de no sonreír, tratando de mantener los ojos pegados
a su informe.
Me gusta verlo cuando él no puede verme.
Una barba negra perfila sus facciones haciendo que su mandíbula
sea más afilada pero sus labios más suaves. Tiene un rostro alargado
y delgado, una nariz que debería ser poco atractiva pero no lo es, y
unas cejas que añaden toda la ferocidad que su boca intenta
transmitir.
Su cabello necesita un corte. Es suave contra todas las formas y
líneas duras. Su ropa es suave sobre la firmeza de su cuerpo.
Su ático es el mismo: taciturno, masculino, pero con texturas que te
succionan como arenas movedizas. Es un sueño de medianoche aquí.
Este juego no es lo que esperaba.
Ramses parece un bruto, pero es brillante; he estado rastreando sus
operaciones durante meses.
Ninguno de los dos coincide exactamente con lo que parecemos por
fuera.
Me gustaría ver más de su exterior.
Es en lo que he estado pensando todo el día. Obsesionada, incluso.
Es tan... grande.
Y yo soy una gata curiosa.
Me acurruco de lado. Su polla está justo en frente de mi rostro.
Todavía no está completamente duro, solo hinchado y caliente.
Levanto mi mano en su guante de gatito negro hasta los nudillos.
Ligeramente, rasco mis uñas a lo largo de su polla, sobre el borde de
la cabeza, y se agita bajo mi palma.
Él sujeta su mano sobre la mía, atrapándola.
Me mira.
―¿Quieres atención?
Le sonrío.
Sí. Jodidamente en este momento.
Podría llegar a ser un gato. Los gatos son unos hijos de puta.
Ramses recoge los papeles, los mete en su maletín y lo deja a un
lado. Toma un sorbo de su trago, luego toma un control remoto y lo
usa para reproducir música.
🎶 Weekend - Mac Miller
Se recuesta contra el sofá, con los brazos extendidos sobre el marco,
y yo me recuesto en su regazo con el corazón acelerado porque sé que
estamos a punto de aumentar el ritmo.
Trato de sacar su polla de sus pantalones, pero él me detiene de
nuevo.
Ahora me estoy frustrando.
¿La primera vez en mucho tiempo que me siento atraída por un
cliente y no me deja tocarlo? Eso suena jodidamente bien.
¿Qué quiere, entonces?
Observo el rostro de Ramses.
Está lo que él cree que quiere y lo que realmente quiere. Pueden ser
iguales, o pueden no serlo.
Toma otro sorbo de su trago, el hielo tintinea en el vaso. Puedo oler
el limón en el borde. ¿Voy a seguir con esto de no hablar? Quiero un
trago.
Ramses moja su dedo en la ginebra y lo sostiene sobre mis labios.
El licor cae sobre mi lengua, fresco y delicioso.
Lo sumerge de nuevo y esta vez lo lamo directamente de la punta
de su dedo.
La forma en que solo estoy recibiendo el goteo más pequeño a la
vez me hace querer más, desesperadamente.
Mete dos dedos y las gotas caen hacia abajo, las lamo de mis labios,
luego agarro sus dedos entre mis dientes y los chupo para limpiarlos.
No soy del tipo de persona que come de las manos de otras, ni
siquiera comparto tenedores.
Pero en este momento, no soy Blake.
En este momento soy un animal, y los animales no tienen los
mismos escrúpulos.
Ramses juega el juego con tanta fuerza que me estoy hundiendo en
él, perdiéndome en el desafío.
No solo lamo sus dedos, los lamo como una bestia hambrienta,
frenética, incluso hago pequeños gemidos.
Él deja de respirar. Cuando lo veo, está aturdido y en blanco como
si fuera un robot y acabara de borrar su programación. La sonrisa que
brota es tan natural y real que, por un segundo, yo también me rompo
y le devuelvo la sonrisa.
Me agarra el rostro y me besa.
Lo beso como si lamiera sus dedos, salvaje y locamente, saboreando
tanto de él como sea posible con mi lengua.
Eso enciende su motor al máximo, mete las manos en mi cabello y
me besa profundamente.
Sus labios son llenos y firmes. Su boca sabe un poco a ginebra, pero
mucho más a él. Su beso me abruma, hay tanto de él, tanto de su olor,
su calor, sus manos cubriendo mi cuerpo.
Le devuelvo el beso como me pidió la otra noche, desordenado,
húmedo, desinhibido, agarro su rostro y lamo mi lengua por su
mejilla.
Se siente escandaloso y me dan ganas de reír, pero también es
jodidamente sexy, la forma en que su barba raspa contra mi lengua.
Cada parte de él sabe bien, se siente bien. El olor de su piel me vuelve
loca. Cuando lamo su cuello, es más salado que sus labios.
Estoy moliendo en su regazo, frotándome contra la dureza que
tanto deseo descubrir. Sus manos agarran mi cintura, luego se
deslizan por mi espalda. Trato de poner mi mano en sus pantalones
donde está húmedo y palpitante. Esta vez cuando me detiene gruño
y le muerdo el labio.
Me agarra por la garganta y me pone sobre su regazo, su brazo
presiona contra mi pecho inmovilizándome con su peso. Se inclina,
mirándome directamente al rostro.
―Ya basta.
Me desorienta lo fácil que puede moverme. No soy pequeña, pero
soy pequeña en comparación con él. Me hace sentir como si me
hubiera encogido.
El sol se ha puesto por completo, las paredes son una vista brillante
de las luces de la ciudad.
Me siento diferente en este traje, en este lugar. Ramses no es lo que
esperaba, todo lo que imaginaba que sucedería desapareció, estoy
vagando a ciegas.
Acaricia su mano por mi cuerpo, mirándome profundamente a los
ojos.
―¿Estás aquí por mí?
Levanto la mirada hacia él, dando el más pequeño de los
asentimientos.
―¿Quieres complacerme?
Sí.
―¿Quieres hacerme feliz?
Sí.
―Entonces quiero que te corras por mí tantas veces como puedas.
Él ve mi rostro para ver si entiendo.
Es una orden, un objetivo claro.
Tengo esa emoción que surge cuando sé exactamente qué hacer.
Cierro los ojos, dejando que la presión de su palma sature mi
cuerpo, mientras oleadas de placer me recorren. Mis labios se abren
y empiezo a flotar...
Ramses me da una leve palmada en la mejilla, sacudiéndome del
viaje.
―Mírame a mí. Te correrás para mí.
No puedo ocultar mi irritación. No quiero verlo. No quiero ver
nada, quiero cerrar los ojos y concentrarme en el sentimiento.
Ramses solo sonríe, un destello de blanco en toda esa barba negra.
―Eso es, quédate aquí conmigo.
Sus ojos son agua profunda, no hay oleaje. Al principio es difícil
sostener su mirada, pero pronto no puedo apartarla.
Un rubor se extiende desde mi vientre hasta mi cuello.
Sus caricias son lentas y mesuradas, bajando por mis muslos, sobre
mis pechos. Mis pezones están lo suficientemente duros como para
doler, asomándose a través del traje. Su palma se arrastra sobre sus
puntas y arqueo la espalda, gimiendo.
Él toca mis pechos, dejando que sus gruesos dedos circulen
suavemente alrededor de mis pezones como si estuviera dibujando
sobre mi piel.
Me retuerzo en su regazo, apretando los muslos.
Me pellizca el pezón, haciéndolo rodar suavemente. Cada tirón
envía olas de placer por mis piernas.
Es difícil concentrarse en la sensación cuando mis ojos están
abiertos, cuando lo veo. Son tantas cosas a la vez, distrayéndome,
atrayéndome como a las aves.
Creo que nunca había mirado a alguien a los ojos durante tanto
tiempo. Se siente como si las reglas cambiaran cuanto más tiempo
pasa. Ver hacia otro lado significa algo. Aguantar significa más.
Su mano se mueve hacia mis muslos, amasando suavemente los
músculos largos de los cuádriceps, los lugares apretados alrededor
de mis rodillas. La presión hace que me relaje. Me mueve como una
marioneta, con su pulgar trabajando en los puntos de tensión. La
sangre fluye suave como una presa desbloqueada, y siento un
hormigueo hasta los dedos de los pies.
Mis muslos se abren.
Ramses sabe lo que quiero, deja que su cálida palma pase por mi
montículo, divertido cuando gimo y trato de presionarme contra su
mano. Él pasa los dedos arriba y abajo por la hendidura entre los
labios de mi vagina, sintiendo la humedad empapando el traje.
―Buena gatita… te gusta que te toquen.
Gustar no comienza a cubrirlo. Estoy jodidamente rabiosa por eso.
La tela es delgada, pero bloquea la sensación. Muevo mis caderas
contra su mano, y sus dedos se deslizan a través de mi clítoris,
enloquecedoramente cerca pero incapaz de hacer contacto completo.
Hago sonidos desesperados, jadeando.
Ramses sonríe.
Sus dedos son ligeros y burlones. Las olas de placer crecen y crecen,
pero no alcanzan la cima.
Presiona un dedo contra mi entrada, y la tela cede lo suficiente
como para empujarse una pulgada hacia adentro. Gimo y separo más
las piernas, tratando de empujar su dedo, y el traje se estira un poco
más.
Me encorvo contra la palma de su mano, muriéndome de ganas de
que se desate el orgasmo. No puedo creer que esté dejando que me
vea así, mirándolo directamente al rostro mientras lo hago. Así de
loca me he vuelto colgando del límite demasiado tiempo.
Ramses rasga el traje por la entrepierna. No le cuesta ningún
esfuerzo, como si la tela fuera una telaraña. El aire fresco golpea mi
piel mojada, expuesta, abierta como una flor.
Humedece dos dedos en su boca y los presiona contra mi clítoris.
Empiezo a correrme al instante, la intensidad de esos dedos contra
mi botón desnudo es un cable vivo. Nunca me han tocado así hasta
este momento.
Mi coño se derrite contra su mano, y sus dedos se hunden. Frota
círculos lentos mientras el orgasmo se prolonga.
Los sonidos que hago son inhumanos. Mis ojos ruedan hacia atrás
y todo mi cuerpo tiembla. Estoy sobre su regazo como La Pietà.
Él sonríe y frota lentamente hasta que se apaga la última chispa.
―Buena chica. Eso es lo que quiero.
Estoy inerte en su regazo, enrojecida con los químicos, la marea
baja, y todos mis nervios están expuestos.
Pero Ramses no se detiene.
Su mano se queda donde está, frotando círculos profundos y lentos
alrededor de mi clítoris.
Estoy blanda e hinchada como un moretón. Palpitante con una
sensación demasiado buena mezclada con demasiado.
Él me mira, y un oscuro regocijo se extiende por su rostro. No está
mintiendo, está obteniendo una especie de profundo placer al verme
correrme de una manera un poco inquietante, como un científico
observando un experimento.
Soy el Proyecto Manhattan. Ramses es el doppelgänger de
Oppenheimer6.
Las olas se están formando de nuevo, surgiendo más rápido de lo
que podría haber imaginado.
Ya siento una especie de pavor enfermizo como si esta no fuera la
última vez o ni siquiera cerca de la última vez.
No puedo recuperar el aliento, no puedo contenerme por un
segundo. Ramses tiene el control de mi coño, está descifrando los
códigos de trucos más rápido de lo que yo puedo procesar, sus dedos
prueban, mientras sus ojos observan mi rostro.
Mi piel es seda y aceite, los pliegues están hinchados y adoloridos.
Ramses hunde un dedo dentro de mí y usa la humedad para jugar
con mi clítoris hasta que se pone rígido y palpitante, hasta que le clavo
las uñas en el brazo y me aferro a él, gimiendo.
Él empuja un dedo grueso dentro y estoy tan sensible en todos los
sentidos que un solo dedo se siente como el mundo entero. Lo mueve

6
una de las personas a menudo nombradas como padre de la bomba atómica debido a su destacada
participación en el Proyecto Manhattan, el proyecto que consiguió desarrollar las primeras armas
nucleares de la historia, durante la Segunda Guerra Mundial.
hacia adentro y hacia afuera unos pocos milímetros. Me aprieto a su
alrededor, haciendo un sonido como un sollozo.
Me folla con los dedos, lento y profundo.
Estoy flotando, hundiéndome, flotando de nuevo, atrapada bajo su
brazo, completamente en su poder.
Su voz es hipnótica, hace eco a través de mi cerebro.
―Planeaba hacerte esperar al menos una hora, pero en el momento
en que te vi con ese traje...
Me mira, y su sonrisa ilumina mi piel.
―Nunca había visto algo tan tentador. Tuve que llegar aquí.
Jodidamente corrí.
Pienso en Ramses corriendo hacia la puerta, sonrojado y sudoroso,
y me corro fuerte y rápido, apretando sus dedos.
Él me agarra por la barbilla, obligándome a verlo.
―Quédate aquí conmigo.
Me ahogo en sus ojos mientras el mundo se rompe y desaparece.
Ramses es lo único que se mantiene firme, el agujero negro que se
traga todo lo demás.
Sus dedos se deslizan en partes de mí que nunca han sido tocadas.
Encuentra el lugar que no puedo resistir y presiona como si fuera a
hacer que me corra hasta matarme.
Es una especie de jodida tortura en la que cada vez que trato de
alejarme, trato de disolverme en el sentimiento, Ramses me da una
bofetada en la mejilla y me sacude de nuevo. Me encierra en su
mirada mientras me hace sentir exactamente lo que él quiere que
sienta.
― No te atrevas a contenerte conmigo. Quiero que me lo des todo.
Todo. Muéstrame cuánto lo quieres. Muéstrame lo feliz que estás de
estar aquí conmigo.
Mete los dedos profundamente como un gancho y presiona ese
botón otra vez, otra vez, otra vez, mientras lo veo a los ojos,
temblando, retorciéndome, suplicando.
―¿Eso es lo más duro que puedes correrte? Pensé que eras la mejor,
puedes correrte más fuerte que eso. Sí, tú puedes. Dámelo,
jodidamente lo quiero. Muéstrame lo mucho que me deseas.
Muéstrame lo que harás para complacerme. Jodidamente córrete.
Eso da en el blanco.
Mi vientre se contrae en un solo punto, y luego explota. Esto no es
un clímax, es una detonación, explotando a través de mi coño como
si hubiera desgarrado algo. Rebota a través de mi cerebro
destruyendo todo a su paso y todo lo que pienso, todo lo que quiero,
todo lo que soy, desaparece.
Lo único que queda son los ojos de Ramses mirándome,
observándome salir de este mundo, y luego arrastrándome de
regreso.
Su sonrisa se extiende, traviesa y complacida.
―Buena chica. Ahora estoy satisfecho.
El alivio me recorre.
Tomo un respiro…
Y estalló en llanto.
Estoy tan sorprendida conmigo misma que me tapo el rostro con
las manos, tratando de esconderme como una niña.
No lloro. Nunca.
Especialmente no alrededor de otras personas.
Especialmente no delante de él.
Se pone rígido, pero me atrapa con sus manos, acostándome sobre
su pecho. Acuna la parte de atrás de mi cabeza como si fuera frágil y
sus brazos se envuelven por completo.
Vuelvo mi rostro hacia su pecho, tan jodidamente avergonzada que
lloro más fuerte. No tengo más control sobre esto del que tenía sobre
lo que vino antes. Los sollozos me sacuden al igual que el placer,
líquidos y sueltos.
Me acurruco en el hueco de sus brazos, feliz ahora de sentirme
pequeña y encogida porque eso hace que sea más fácil esconderme.
Ramses descansa su palma en medio de mi espalda, y hace
movimientos largos y lentos por mi columna.
―Shhh ―murmura en mi oído―. Lo hiciste muy bien, estoy muy
orgulloso de ti.
Llevo a Blake de regreso a su casa, cosa que no estaba planeando
hacer. Tengo chofer. Este arreglo habría sido la oportunidad perfecta
para que Tony finalmente hiciera su trabajo, pero Blake se negó a que
la llevara, probablemente por pura terquedad, y ahora quiero llevarla
a casa yo mismo.
Ella está callada en el asiento del pasajero.
Ojalá hubiera una forma de decirle que no se avergüence.
Lo entiendo, lo último que yo querría hacer en el mundo es llorar
delante de otra persona. Supongo que ella siente lo mismo.
Pero ese momento fue nada menos que increíble.
La sensación de poder que sentí con su cuerpo bajo mi control, con
sus ojos fijos en los míos... y luego la liberación completa. Fue como
si hubiera conquistado el Everest y saltado desde la cima.
No hace falta ser mentalista para darse cuenta de que el autocontrol
de Blake es su armadura. Así fue como entró en Belmont Stakes y
trabajó en esa sala como una guerrera, segura en el papel que ha
interpretado cientos de veces.
Esta noche, la pongo en un nuevo papel.
Uno que ella no controla.
Yo sí.
Todavía estoy tan jodidamente excitado que apenas puedo
quedarme quieto en mi asiento. Es como si pudiera sentirla en la
punta de mis dedos, derritiéndose, disolviéndose bajo mis manos.
Bajo la ventanilla para que entre aire fresco en el auto.
Blake hace lo mismo, apoyando la cabeza en el marco, cerrando los
ojos y respirando hondo.
Pienso en su peso en mis brazos, pesado y cálido. En cómo se
relajaba contra mí cuando le acariciaba la espalda, y la humedad de
su rostro empapando mi camisa.
―Lo siento ―me dice.
―No te disculpes, conseguí exactamente lo que quería.
Ella se gira y me mira divertida, aunque sus ojos todavía están
rojos.
―¿Vas a fingir que así es como querías terminar tu noche? ¿Con
alguien llorando encima de ti?
―No alguien ―le digo―. Tú.
El color se filtra en su rostro y se muerde el borde de su labio,
frunciendo el ceño ligeramente.
―Te gusta hacerme sentir incómoda.
Yo sonrío.
―No parecías tan incómoda antes.
Su rubor se profundiza.
―¿Has hecho eso antes? ¿Esa es tu perversión?
Sacudo la cabeza y me detengo suavemente en un semáforo en rojo.
―Nunca se me había ocurrido intentarlo.
―¿Qué te hizo elegirlo, entonces?
Me inclino sobre el asiento y coloco un mechón de cabello detrás
de su oreja, dejando que mis dedos se deslicen por el gato escondido.
―Tu tatuaje, pensé que te quedaba bien.
Ella se estremece ligeramente, sosteniendo mi mirada, me está
viendo por más tiempo ahora.
Los humanos pueden ser entrenados como animales. El castigo y
la recompensa nos controlan a todos.
―La forma en que me estabas tocando... ―Deja escapar un suave
suspiro―. Nunca había sentido algo así.
Yo tampoco.
Le digo:
―Quiero verte de nuevo mañana.
―No puedo mañana.
―¿Por qué no?
―Estoy ocupada.
―¿Con qué?
―No empieces ―me dice en forma de advertencia.
Cambio de ángulo, todavía en ataque.
―¿Cuándo puedo verte entonces?
―Martes.
―¿Qué tiene de malo el domingo o el lunes?
Deja que el silencio se prolongue entre nosotros, sin sonreír.
Espero con la misma paciencia.
Por fin, dice:
―Podría hacerlo el domingo.
Cada batalla es importante para la guerra en general.
―A las dos en punto ―digo―, y esta vez, yo te recogeré.
Cuando las puertas del ascensor se abren en mi apartamento, huelo
el perfume de Blake. El traje desgarrado yace fláccido sobre la cama
en la habitación de invitados, y su collar a salvo en su caja.
Me paro en la ducha y dejo que el agua hirviendo corra por mi
espalda, las nubes de vapor borran el resto del baño de la vista.
Mi polla está pesada e hinchada. Ha estado así casi doce horas
ahora. Me quema como una fiebre en la mano.
La acaricio lentamente, recorriendo la noche desde el momento en
que mi pequeña gatita se paró frente a la cámara.
Ella me aturdió. Jodidamente me aturdió.
Había planeado dejarla ahí por lo menos una hora o dos, para
ablandarla.
Pero la forma en que se movía, viendo hacia atrás por encima del
hombro, bromeando, coqueteando... se deslizó en el papel y lo
interpretó como si estuviera poseída.
Pienso en cómo se tocaba a sí misma, archivando exactamente
cómo se movían sus manos por su cuerpo. Pienso en cómo la toqué
yo, mirándola al rostro todo el tiempo, observando cada jadeo, cada
suspiro.
Trato de recordar los momentos en que su cuerpo se sacudió,
cuando perdió por completo el control. ¿Qué estaba diciendo? ¿Qué
estaba haciendo?
Nunca había visto algo tan tentador...
Muéstrame lo mucho que me deseas...
Muéstrame lo que harás para complacerme...
Recuerdo cómo me miró, impaciente, ansiosa…
Y cómo ella me lo dio todo.
Mi polla entra en erupción, y el flujo de lava bombea caliente por
mi mano.
Dejo correr el agua, llevándose todo por el desagüe.
Mis hombros se hunden, y la tensión se libera de mi espalda. Mi
cabeza se aclara y mi estado de ánimo flota.
Trabajo durante un par de horas, capaz de concentrarme mejor que
en semanas.
No he estado durmiendo bien, me despierto a las dos de la mañana,
luego a las cuatro... el silencio no es silencio, resuena en mis oídos.
Esta noche la cama se siente suave y las sábanas frescas. Apago la
luz sin encender el televisor.
El sueño llega más rápido de lo que me atrevía a esperar, rojo,
cálido y sensual. Descanso mi mano en mi polla, sintiendo que sube
y baja con cada sueño medio recordado.
Tarde en la noche, me despierto solo una vez.
El sueño no me ha abandonado, está cerca como las mantas y
puedo volver a ponerlo sobre mi cabeza.
Examino las imágenes que flotan en mi mente: Blake sonriéndome
con sus orejas de gato negro. La forma de los labios de su coño a
través del traje. Sus pequeñas uñas afiladas arañando mi polla...
Pero el recuerdo que me devuelve al sueño es la sensación de Blake
en mis brazos, pesada y tranquila. Mi respiración se desaceleró para
igualar la suya. Ella era una fuerza de gravedad que me atraía hasta
que sentí una paz tan plena y total que parecía que el mundo entero
finalmente se había equilibrado.
Me duermo profundamente y no me despierto hasta la mañana.

Tan pronto como salgo de la cama, llamo a Carl Contigo, mi


contacto en Goldman Sachs.
Tuve que consultar seis bancos antes de encontrar la cuenta de
Blake para transferir mi oferta. Aunque tenía el presentimiento de
que mi pequeña Minx estaba rodando profundamente, me
sorprendió mucho saber que su saldo era de 12,7 millones.
No está mal para una niña adoptiva de ocho años fuera del
reformatorio. De hecho, es jodidamente impresionante. Por eso
deposité 3 millones, como muestra de respeto, y porque pensé que
eso es lo que se necesitaría para llamar su atención.
Aparentemente, estaba equivocado.
O al menos, no fue tan grandioso como esperaba.
―Abre la cuenta de Blake Abbot.
Carl gime.
―Ramses, ya te lo dije…
―Hazlo.
Mantengo 450 millones en activos en Goldman Sachs. Carl se
pondría una pantalla en la cabeza y bailaría la conga si yo lo obligara.
Su casa de playa en Montauk fue comprada únicamente con mis
comisiones.
Escucho el sonido de él tecleando en su computadora portátil. Son
las 6:20 a. m. Su esposa probablemente lo esté fulminándolo con la
mirada junto a él en la cama.
Él dice:
―Está bien, lo tengo.
―¿Cuál es el saldo actual?
―24.2 millones.
Tengo un subidón como si acabara de oler una línea.
Mierda, lo sabía.
―¿Cuáles fueron las últimas tres transferencias?
―Pueden ver si accedo a eso ―se queja Carl―. Todo está
rastreado.
―Nadie va a ver porque nadie va a poner atención. Hazlo.
Más clics. Después de un momento, Carl dice:
―Tu depósito de tres millones la semana pasada. Antes de eso, una
transferencia de... veintiocho punto cinco desde una cuenta de
corretaje...
―¿Qué día? ―digo rápidamente.
―El doce de junio, y luego, el mismo día... una transferencia de...
veinte millones.
―¿Hacia dónde?
Clic, clic, clic... y el sonido de la respiración húmeda de Carl, su
teléfono probablemente esté atrapado entre la oreja y el hombro,
demasiado cerca de su boca...
―Una cuenta suiza.
Todo mi cuerpo palpita. La luz de la mañana hace brillar las
superficies de mi cocina.
―¿Y cuánto hay en la cuenta de corretaje?
―No puedo ver, está en IBKR.
Estoy eufórico, sonriéndome a mí mismo cuando digo:
―Mantén un ojo en ella y avísame cada vez que haga una
transferencia.
Carl hace un sonido de gruñido que significa que lo hará, pero va
a ser una perra malhumorada al respecto.
Dejo el teléfono, la cocina está inundada de luz de acuarela.
Lo sabía. Lo supe en el momento en que no perdió la cabeza por
esos 800 mil.
Y luego, en la cena, cuando la aguijoneé sobre Anthony Keller,
espero que no te esté pagando en acciones...
Blake me respondió bruscamente, Espero que no pienses que lo
permitiría.
Ella está negociando, y no en pequeñas cantidades.
El día que colapsó la empresa de Keller, ella ganó 28.5 millones.
Ella sabía que la oferta pública inicial iba a fracasar. Ella acortó sus
acciones.
Mi pequeña gatita astuta utiliza información privilegiada, usando
lo que averigua de sus clientes y las fiestas a las que asiste para hacer
jugadas.
¿Cuánto tiene en realidad? Quiero ver el saldo de esa cuenta suiza.
No sé si alguna vez me he sentido tan atraído por alguien.
No, tacha eso, definitivamente no lo he hecho.
Me gustan las mujeres y me encanta el sexo, pero nunca han sido
la prioridad. El dinero era la prioridad. El éxito.
Estoy empezando a quedarme sin casillas para comprobar. Las
cosas que solían motivarme ahora no brillan tanto.
Blake es un rompecabezas. Hacer clic en las piezas en su lugar es
una emoción que no había sentido en mucho tiempo, no me había
dado cuenta de cuánto tiempo.
Tengo una agenda completa reservada para el día,
independientemente del hecho de que es sábado. Briggs se reunirá
conmigo en la oficina en treinta minutos y ni siquiera he empezado a
prepararme.
Mi mente está llena de esquemas de lo que le haré a Blake mañana.
Espero en la acera afuera del edificio de Blake, viendo las ventanas
de arriba.
A la 1:55 le envío un mensaje de texto:

Yo: Estoy esperando abajo.

Un momento después, las persianas se mueven en la ventana de la


esquina del tercer piso.
Me sonrío a mí mismo. Te encontré.
Blake responde:
Estaré abajo en 5.
Ella desciende los escalones exactamente cinco minutos después,
vestida con una blusa blanca impecable, pantalones cortos y zapatos
planos, el cabello recogido en una cola de caballo estilo Audrey
Hepburn y un bolso de paja sobre el brazo. Parece una soleada tarde
de domingo.
Salgo del auto.
Ella me muestra una sonrisa mientras se dirige hacia el lado del
pasajero, con su hoyuelo guiñándome un ojo.
La agarro por el brazo, y la jalo con fuerza contra mi cuerpo.
―No pases sin besarme.
Ella inclina su boca hacia arriba obedientemente, besándome
profundamente como a mí me gusta. La sostengo por la base del
cuello y la parte baja de la espalda. Su cuerpo encaja contra el mío
como si estuviera hecho para hacerlo, aunque tenemos formas
completamente opuestas.
―¿A dónde vamos? ―me dice cuando nos separamos―. ¿Me vestí
bien?
―Nunca te he visto vestirte mal.
Ella se ríe.
―Mucha gente no estaría de acuerdo.
―¿Qué gente?
Sus ojos se deslizan lejos de los míos.
―Oh, ya sabes... profesores, jefes... gente con la que vives.
Gente con las que vives... ¿es así como ella ve a su familia adoptiva?
¿Era una familia o muchas?
Quiero saber todo sobre Blake, pero tengo la sensación de lo
molesta que se pondrá si sabe que he estado husmeando de nuevo.
―Soy yo a quien vamos a vestir hoy ―le digo mientras nos
alejamos de la acera―. Vi el cambio de imagen que le diste a Keller y
pensé que podrías ayudarme a elegir algunos trajes nuevos.
Blake se ríe, bajo y embriagador. Hacerla reír se está convirtiendo
en una obsesión mía.
Ella admite:
―Le di algunos consejos.
―¿Eso fue para su beneficio o para que sea más fácil verlo?
Niega con la cabeza hacia mí.
―Simplemente no puedes evitarlo.
―No, no puedo. ―Paso mi brazo por el respaldo de su asiento―.
Estoy celoso.
Ella resopla.
―No estás celoso de Anthony.
―Ya no. ¿Ya lo soltaste?
Ella da una mirada de reojo.
―¿Por qué habría de hacerlo?
―Porque conseguiste lo que querías.
La calma en el auto es peligrosa, su dedo golpea el marco de la
ventana.
―¿Qué crees que quería?
Es una maldita agente de la CIA que busca información.
Conéctame a un detector de mentiras, no me verás sudar, y no es
porque sea honesto.
―Tú misma me lo dijiste, dijiste que nunca permitirías que te
pagara con sus acciones. Sabías que se iba a quemar. Hiciste un corto
en VizTech.
El pecho de Blake sube y baja, agradable y estable. No soy tan
estúpido como para pensar que eso significa que está relajada. Se
obliga a sí misma a respirar lentamente, para no morderme la cabeza.
―Viste mi cuenta.
La esquivo:
―Vi tu cuenta el día que deposité los tres millones.
Su rostro se está poniendo rojo y sus manos se retuercen en su
regazo.
Parece que considera muchas oraciones posibles antes de decir
finalmente:
―Eres la única otra persona que sabe sobre esa cuenta.
―Me impresionó.
Ella se da vuelta para verme, con llamas en su rostro.
―Eso son cacahuetes para ti.
―Eso no es cierto en absoluto. El primer millón que gané fue el
trabajo más duro que he hecho. Tú tienes mucho más que eso.
Su mano vuela hacia su boca como si quisiera morderse las uñas,
pero con la misma rapidez, la vuelve a bajar.
―Te agradecería que mantuvieras esa información entre nosotros
dos.
Apuesto a que sí.
―Ni siquiera le he dicho a Briggs.
Eso la hace sonreír.
Presiono un poco más.
―¿Cuál es tu número?
No estoy preguntando cuánto tiene, estoy preguntando qué
número está tratando de alcanzar.
Cada jugador sabe su número.
Y Blake es una maldita jugadora.
No creo que ella vaya a responder. Estoy seguro de que no lo hará,
pero luego, en voz baja y tranquila, dice:
―Cien.
Cien millones. Solo el sonido de eso en sus labios me hace palpitar.
Había planeado detenerme ahí, pero ahora tengo que saber.
―¿Qué tan cerca estás?
Dos impulsos luchan en su rostro: la necesidad de guardar su
secreto contra la tentación de deslumbrarme.
Por fin, susurra:
―Sesenta y siete.
Un estremecimiento recorre mi espina dorsal. Recuerdo esa
persecución, esa cacería.
―Los primeros cien son agotadores. Es fácil hacer unos cientos de
miles en un trato, pero para crecer a nueve cifras… tienes que poner
tus huevos sobre la mesa.
―Por así decirlo. ―Blake sonríe―. Definitivamente he tenido
algunas pérdidas.
Ahora que he encontrado una grieta en su armadura, me acerco sin
descanso.
―¿Qué edad tenías cuando llegaste a tu primer millón?
―Veintidós.
―Maldita sea. ―Silbo―. Me ganaste, yo tenía veinticuatro.
Ella sonríe.
―Pero justo cuando tenía diez, volví a bajar a seis.
Sacudo la cabeza y le devuelvo la sonrisa.
―Me ha pasado tantas veces.
Está febril, finalmente le puede decir a alguien esta cosa
monumental, y las palabras brotan de sus labios:
―Gané un concurso de selección de acciones. Así fue como llegué
a Columbia: el premio era una beca, pero… ―Blake hace una pausa,
y una extraña opacidad se asienta en sus ojos―. No me gradué, lo
dejé en mi segundo año. Cuando necesitaba dinero... comencé a hacer
esto.
Es por eso que ella me vuelve loco. Cada respuesta solo genera una
docena de preguntas más. Le pregunto la que creo que en realidad
podría responder:
―¿Qué tan pronto te diste cuenta de que estabas recogiendo
información útil?
Su sonrisa vuelve a aparecer.
―Inmediatamente. La primera vez que alguien me compró un
bolso, lo vendí e invertí en Paysign. Hizo un retorno del cuatrocientos
por ciento.
No pregunto por qué sigue haciéndolo. Sé mejor que nadie lo difícil
que es obtener buena información. La información es la ventaja, la
única arma que importa.
―¿Cómo encontraste tus primeros clientes?
―A través de una amiga ―dice, sin ofrecer nada más.
Giro el volante, extremadamente complacido. Eso era más de lo que
esperaba sacar de ella tan pronto.
Hago una última pregunta, una que espero no esté fuera de los
límites:
―¿Qué harás cuando llegues a tu número?
Blake me ve por debajo de su flequillo, luciendo más joven que su
edad.
―Comprar mi castillo, por supuesto. Quiero el lugar más hermoso
que se pueda imaginar con un jardín de cuento de hadas, y quiero
que sea todo mío.
Hay una extraña opresión en mi pecho y Blake ve un indicio de eso
en mi rostro.
―¿Qué pasa?
―No pasa nada. ―Mentir es demasiado fácil. La verdad es verde
en los labios, palabras que salen vivas y se convierten en otra cosa―.
Solía tener una fantasía así.
Ella se sienta con interés.
―¿Querías un castillo?
―Quería una casa. ―Me viene a la cabeza la forma en que solía
pasar por la ventana del autobús: con rosas floreciendo en el jardín, y
pintura fresca en los escalones―. Una casa que solía ver en mi camino
a la escuela. Me imaginaba comprándola e imaginaba lo perfecta que
sería mi vida si hubiera vivido ahí.
Blake da una especie de sonrisa triste. Del tipo que demuestra que
sabe exactamente de lo que estoy hablando, que no solo fantaseé con
esa casa una o dos veces, sino todos los malditos días.
―¿Qué tenía de especial?
―Nada. ―La palabra sale dura―. Nunca querría vivir ahí ahora.
Frunce el ceño ligeramente, y sus ojos buscan mi rostro.
Finjo que tengo que ver a ambos lados para el siguiente giro.
Mi mamá me dijo una vez que le encantaría una casa así. De hecho,
en la que vive ahora es similar en estilo. Mucho más grande, por
supuesto, y muy lejos del vecindario donde crecí.
―¿Qué vas a hacer en tu castillo? ―le pregunto.
―No se. Leer todo el día, probablemente.
―Entonces necesitas uno con una biblioteca.
―¿De qué serviría un castillo sin una biblioteca?
Nos detenemos en Porter & Robb. Franklin Robb ha estado
cortando mis trajes desde mi primer ajuste personalizado. Él no mide
a nadie más que a mí.
Eso es lo que realmente te compra la riqueza: acceso. A las
personas, a las experiencias, a las oportunidades.
El éxito es una bola de nieve que se construye a medida que rueda.
El fracaso es una avalancha, apenas una advertencia antes de que
todo se derrumbe.
Robb tiene una barba tupida, una rostro delgado y lentes redondos
de carey. Sus manos parecen madera flotante, pero cortan la tela con
precisión de máquina.
Puedo decir que le gusta Blake porque hace las preguntas correctas
mientras examinamos las telas.
―¿De qué hilandería es esto? ―Toca un rollo de lana Zegna.
―De Piamonte.
―¿Vas ahí a menudo?
―Seis veces al año. ―Robb sonríe con orgullo.
―Es el lugar más bonito que he visitado.
―¿Has estado ahí?
―Dos veces.
Siento la más graciosa punzada de celos. Yo quiero llevar a Blake al
lugar más bonito.
Este enamoramiento por ella se está construyendo, y tal vez debería
salir mientras pueda.
Blake desliza su mano en el hueco de mi brazo y ese pensamiento
estalla como una pompa de jabón. Descanso mi mano sobre la suya,
sosteniéndola ahí.
Ella dice:
―¿Te vas a probar algo?
―Odio probarme ropa, por eso vengo aquí.
―Tienen algo de prêt-à-porter7. ―Blake examina las ordenadas
filas de sacos de verano y camisas de lino ligeras a lo largo de la pared.
Me burlo.
―No me van a quedar bien.
―Podrían.
Robb ve hacia arriba con la boca llena de alfileres. Está tendiendo
la lana de Zegna.
―Puedo prepararte una de esas camisas en una semana.
―Pruébate una para mí ―le digo a Blake―. Veré si me gusta el
color.

7
es una expresión francesa que significa textualmente Listo para llevar. Se refiere a las prendas de moda
producidas en serie con patrones que se repiten en función de la demanda; es por tanto la moda que se
ve en la calle a diario.
Me gusta darle órdenes. Ella lanza esa fría mirada verde hacia mí y
sonríe. Es como un chasquido de látigo: el rápido dardo de sus ojos y
luego el lento destello de sus dientes. Se mueve para hacer lo que le
pedí, sus caderas se balancean lentamente, mientras las yemas de los
dedos se deslizan por la ropa. Esto es lo que siente un domador de
tigres cuando cree que tiene el control.
Saca no una, sino muchas camisas y sacos de la pared, incluso unos
pantalones de sarga.
Los vestidores son del tamaño de una cabina telefónica. Robb es de
la vieja escuela, su tienda es de caoba oscura, accesorios de latón y
sofás verde bosque.
Él desaparece en la trastienda para darnos privacidad.
Me relajo en una de sus tumbonas mientras Blake entra y sale de la
cabina de caoba, probándose la ropa para mí.
Una mujer con una camisa de hombre es una excitación universal.
Ver a Blake desfilar con una sucesión de sacos deportivos en topless
debajo, con un par de tirantes que apenas cubren sus pezones, es un
nivel completamente nuevo de excitación.
Mi conjunto favorito es el chaleco y el pantalón de raya
diplomática, un pañuelo de bolsillo en el pecho, e incluso se calza un
par de mocasines italianos de Robb.
―Deberías usar pantalones más a menudo.
Blake sonríe.
―Pensé que te gustaba más sin pantalones.
La acomodo en mi regazo, deslizando mi mano dentro del chaleco
a rayas. Su pecho es suave como fruta calentada por el sol. Paso mi
pulgar sobre su pezón.
Ella presiona su boca contra la mía, y sus dedos se entrelazan a
través de mi cabello. Me encanta la forma en que me está besando
ahora, con los labios entreabiertos, la lengua ansiosa y húmeda como
si quisiera que la follaran.
Los pantalones de hombre le quedan sueltos. Es fácil deslizar mi
mano por la cintura y encontrar el calor de su coño. Sus bragas de
seda se aferran a los labios de su coño. Engancho mi dedo en el
refuerzo, jalando suavemente la tela delgada, frotándola suavemente
a través de su clítoris. Blake gime y su boca se abre un poco más.
Le meto el dedo corazón y se desliza dentro. Está empapada.
Empujo mi lengua en su boca mientras presiono mi dedo más
profundo. Ella chupa suavemente mi lengua como si fuera una polla
y la empujo dentro y fuera de su boca al mismo ritmo que mi dedo.
Sus paredes internas se aprietan mientras su lengua masajea la mía.
Sus caderas se mecen y se agarra con fuerza todo el camino. Mi
polla se muere por reemplazar ese dedo. Lo saco de ella y llevo su
humedad a mis labios. Su coño es fragante como el café, con mil capas
de aroma rico y embriagador. La beso para que ella también pueda
saborearlo.
―¿Encontraste algo que te gustara? ―Robb ha resurgido por fin.
Blake se desliza de mi regazo y dice:
―Muchas cosas.
Su cabello está desordenado y su rostro está sonrojado.
Probablemente yo estoy peor si pudiera verme a mí mismo, pero
Robb finge no darse cuenta, blandiendo su bloc de notas y su
bolígrafo.
Blake recita todo lo que me gustó, con algunas adiciones.
―¿Qué fue eso último? ―exijo.
Ella me muestra la tela que eligió, un burdeos profundo.
―Nunca me he puesto un traje rojo.
―Es bermellón ―dice Robb en tono escandalizado.
―Con botones de hueso ―agrega Blake amablemente.
Enrollo mi mano alrededor de su cintura y la engancho contra mi
costado.
―Espero que sepas lo que estás haciendo.
Ella sonríe.
―Yo también, porque no va a ser barato.

La invito a cenar a Harry's, un restaurante especializado en carnes


en Hanover Square que es el lugar favorito de los que se dedican a las
finanzas. De camino a nuestra mesa, Blake asiente con la cabeza a dos
personas que conozco.
―¿Antiguos clientes?
―Richard fue cliente hace tres años ―dice Blake―. Graham es solo
un conocido, estaba saludando a la chica con la que está.
Observo más de cerca a la rubia sentada frente a Graham García,
que en realidad no es un tipo de las finanzas, pero resulta que es un
senador casado con alguien que definitivamente no es dicha rubia. La
chica tiene un aspecto frágil, casi tísico, rosa alrededor de la nariz y
los ojos. Sigue siendo bonita pero flacucha, como si un viento suave
pudiera derribarla.
―No es mi tipo.
Blake se ríe.
―Magda es modelo.
―Me importa una mierda, no me atrae eso.
Blake toma un sorbo de su vino, inclinando la cabeza, mirándome.
―¿Qué te atrae?
―Fortaleza.
No sé si esa respuesta le agrada, o no del todo, porque una pequeña
línea aparece entre sus cejas.
―¿Qué pasa?
―Nada ―me responde.
― Estás frunciendo el ceño.
―¿Cómo sabes que Magda no es fuerte?
―Mírala.
―¿Siempre juzgas un libro por su portada?
―Todo el mundo lo hace ¿cuándo fue la última vez que elegiste un
libro con una portada de mierda?
Ella no me dará una sonrisa. Solo sus ojos parpadeando, brillantes
y molestos.
―¿Cómo sabes que yo soy fuerte?
―Porque estás aquí conmigo y no en Coney Island todavía.
Un músculo salta en su garganta.
―Bueno, te equivocas acerca de Magda, y probablemente conmigo
también. No soy fuerte. No todo el tiempo.
Me pregunto qué recuerdo acaba de poner peso sobre sus hombros,
la tristeza tira de ella hacia abajo.
Las emociones destellan en su rostro como luces de la calle, pero
luces de la calle de otra dimensión: las veo claramente sin saber lo que
significan.
Su siguiente expresión es simple: puro pánico.
Me giro para ver a Desmond Lowe caminando hacia nuestra mesa.
―Hola, Blake. ―Él sonríe, mostrando sus dientes blancos y rectos.
Desmond es guapo, lo admito: alto, en forma, bronceado, se parece
un poco a Bradley Cooper, pero más británico y también más hijo de
puta.
Apenas le doy una mirada, es el rostro de Blake lo que estoy
viendo. Buscando algún indicio de cómo se siente hacia el único
cliente con el que “en realidad salió”.
Mierda, desearía que fuera cualquiera menos él. A cualquier otra
persona la descartaría como si fuera una migaja, pero Desmond no es
tan fácil de descartar.
Él dirige el único fondo de la ciudad más grande que el mío y, de
hecho, es bastante bueno en su trabajo a pesar de que nació con una
cuchara de plata del tamaño de Manchester en la boca, pero comenzó
a metro y medio de la meta y actúa como si hubiera corrido un
maratón, lo que realmente me molesta.
Blake se ha quedado tan quieta que apenas parece que esté
respirando. ¿Está nerviosa por lo que él pensará? ¿O por lo que yo
haré?
―Estoy en una cita ―dice, que es casi exactamente lo que me dijo.
―Puedo verlo. ―Desmond sonríe―. Ramses. No pensé que fueras
del tipo que comparte.
Soy del tipo que pone un puño en medio de eso rostro de zalamería,
pero preferiría que no me prohibieran la entrada a uno de mis
restaurantes favoritos.
En vez de eso, le devuelvo la sonrisa.
―No me importa compartir en absoluto. ¿Estás buscando algunos
consejos sobre acciones? Fue un trimestre difícil para MaxCap:
apenas batió al mercado.
Es demasiado fácil. Desmond se pone rígido y enojado, lo que
significa que ya está perdido. Veo a Blake a los ojos para asegurarme
de que ella también lo ve, y capto la sonrisa que trata de esconder.
Oh, sí, a ella le gusta que le dé a su ex.
Desmond se recupera con el tipo de risa que solo el hijo de un
vizconde sabe dar: un pomposo “ja-ja”.
―Lo que dice un nuevo rico. No llevamos la cuenta de los
rendimientos anuales, llevamos la cuenta del volumen. No es difícil
hacer movimientos cuando se tiene la cantidad de un pequeño
comerciante bajo administración. Vuelve a mí en una década más o
menos y hablaremos sobre el rendimiento.
La voz tranquila de Blake me atraviesa.
―Según mi experiencia, Desmond, en otros diez años, no podrás
rendir en absoluto.
La boca de Desmond se arruga como un ano.
Mi risa es muchísimo más genuina que la suya.
―¿Es cierto, Des? ¿Tendrán que agregar ED8 a tu escudo familiar?
Está furioso, pero no ha quitado los ojos de Blake, incluso cuando
me estoy burlando de él en su rostro.
―Qué gracioso. ―Él se acerca a ella―. Preguntémosles a mis
vecinos cuánto disfrutaste nuestro tiempo juntos, lo escucharon todo.
Me levanto de mi silla, parándome justo en frente de él antes de
que Blake pueda responder, bloqueando cada centímetro de la vista
de Desmond de ella en su adorable atuendo de domingo por la tarde.
Las cabezas están girando, pero me importa una mierda.
Se necesita todo para mantener mis manos fuera de los puños.
―No sé qué les pasa a los británicos que nunca saben cuándo parar.
No te quieren aquí, ¿entiendes?
Los labios de Desmond se curvan.
―Estás haciendo el ridículo, Ramses.
―Yo no soy el que está arruinando la cita de otra persona.
Me giro para guiñarle un ojo a Blake, para hacerle saber que soy
muy consciente de lo hipócrita que estoy siendo en este momento. El
hoyuelo de Blake me devuelve el guiño mientras se muerde el labio
tratando de no sonreír.
Los ojos de Desmond se mueven entre nosotros, y su boca hace
formas amargas.
―Descubrirás cómo es ella realmente.
Él se va, saliendo del restaurante por completo.

8
Disfunción eréctil.
Blake lo ve irse. Se ve pálida y ligeramente mareada cuando tomo
mi asiento frente a ella una vez más.
Para romper el hielo, digo:
―Espero que tenga razón.
Ella se ríe nerviosamente.
―¿Qué quieres decir?
―Quiero saber cómo eres realmente. Quiero saberlo todo sobre ti.
Eso no la tranquiliza exactamente y toma varios tragos de su Shiraz.
Espero hasta que deja su copa
―¿Qué pasó entre ustedes dos?
Ella niega con la cabeza, con la mirada fija en el mantel.
―No quiero hablar de Desmond.
Eso es un problema porque yo tengo como mil preguntas después
de ese breve encuentro.
Comienzo con la que más me molesta:
―¿Lo amaste?
Sus ojos se encuentran con los míos. Los ojos de Blake son del tipo
de verde que contiene muchos tonos, verde como hojas nuevas, como
esmeralda, como oliva, todo mezclado en un patrón de estrellas.
―Pensé que lo había hecho.
No puedo decir si eso me pone más celoso o menos.
―¿Lo...
―¿Por qué te importa? ―interrumpe―. ¿Qué importa lo que pasó
con Desmond?
―Ya te lo dije ―le sonrío―. Quiero ser tu favorito.
―Bueno, considera ese lugar asegurado. Preferiría no volver a ver
a Desmond mientras viva. ―Su sonrisa vuelve a aparecer en su
rostro, y su ceja se eleva como lo hace cuando está a punto de decir
algo malo―. Y ha pasado mucho tiempo desde que estaba tan
emocionada por una cita como lo estoy ahora...
Dejo que mi rodilla presione la suya debajo de la mesa.
―¿Por qué estás emocionada?
Sus labios se abren, su respiración se hace más profunda.
Ella susurra:
―Quiero perderme contigo.
Algo cálido se expande dentro de mi pecho. Todo el día de ayer,
mientras cada necesidad, oportunidad y contratiempo clamaban en
mi cerebro, seguí volviendo a las dos horas que Blake usó ese traje de
gato, cuando no pensé en el trabajo en absoluto.
Siempre tengo trabajo en mente.
Excepto cuando estoy con ella.
Alcanzo debajo de la mesa para deslizar mi mano por su muslo.
―¿Qué estamos esperando?
―Nuestra comida ―se ríe Blake.
―Pidámosla para llevar.
De vuelta en el ático, sin hablar, ponemos nuestras cajas para llevar
en el refrigerador.
Blake se mete a la habitación de invitados donde ya he dejado un
traje de gato nuevo sobre la cama.
―¿Tienes un armario entero de estos escondidos en alguna parte?
―me grita.
―Definitivamente puedo conseguir más, así que jódelos tanto
como quieras.
De hecho, soy yo quien le arrancará esa cosa, pero quiero verla en
ella primero. Hacer que Blake se vistiera como un gato podría ser la
idea más inteligente que he tenido: se veía tan jodidamente sexy que
casi choco por detrás con un policía cuando regresaba a toda
velocidad a mi apartamento.
🎶 So Pretty - Reyanna Maria
Ella reaparece, aturdiéndome de nuevo. Las insinuaciones de su
cuerpo a través de ese traje transparente son mucho más sexys que la
simple desnudez. Cada giro y flexión revela algo nuevo.
El collar de perlas brilla en la gruta fantasmal de su cabello largo y
oscuro. Solo leer el nombre Minx en su placa envía una oleada de
calor a mi polla.
Ya se ha puesto el personaje como se puso el traje, dando pasos
lentos y sensuales sobre la punta de los pies, balanceando las caderas.
La forma en que se mueve, la forma en que se para, la forma en que
me ve, se vuelve furtiva y felina.
Cuando usa ese traje, es mi pequeña Minx.
Se apoya en la encimera de la cocina, deteniendo la barbilla en su
mano, las afiladas uñas asoman por los extremos de sus guantes sin
dedos.
Yo le digo:
―Pareces hambrienta.
Ella sonríe, y sus ojos se deslizan por mi cuerpo hasta la cremallera
de mis pantalones.
Me gusta que no hable cuando tiene el collar puesto. Me gusta
tratar de adivinar lo que está pensando.
En este momento, no es difícil de adivinar. Minx tiene hambre, y
está a punto de ser alimentada.
Abro la puerta del refrigerador, sacando un cartón de leche. Su
pequeña lengua rosada se asoma, recorriendo sus labios.
Echo la leche en un plato y lo llevo con una mano. Con mi otro
brazo, la levanto y la cargo como un gato, con el codo enganchado
debajo de su trasero, y sus piernas pegadas a mi cuerpo.
―Vamos, Minxie girl.
La sorprende lo fácil que la levanto. Se pone rígida pero luego se
hunde, con la cabeza apoyada contra mi pecho, y sus adorables orejas
peludas haciéndome cosquillas en la barbilla.
Cargarla me da la misma sensación de paz que antes, aunque ahora
no llora, solo frota su nariz contra mi cuello. Es algo en la forma en
que su cuerpo encaja contra el mío, como si me perteneciera.
La dejo sobre la alfombra.
Minx se arrodilla, y las palmas de las manos descansan sobre sus
muslos, mirándome expectante.
Mojo mis dedos en la leche.
Ella me lame las yemas de los dedos, frías, ricas y espesas.
La sensación de su lengua hace que mi polla se hinche. Sumerjo mi
dedo medio en la leche y lo deslizo por su labio inferior. Ella cierra la
boca alrededor de la punta de mi dedo y chupa suavemente,
moviendo la lengua.
―Chica codiciosa.
Me sonríe, lamiendo sus labios.
Sumerjo mi dedo y lo toco con mi propia lengua, saboreando lo que
está saboreando. Me inclino hacia adelante para besarla y ella lame y
lame mis labios como un pequeño gatito, luego mete su lengua en mi
boca para robar más.
Mi polla aprieta la parte delantera de mis pantalones y Minx le da
una mirada hambrienta.
―Siéntate ―le ordeno.
Ella se sienta ordenadamente sobre sus talones, su pose es
obediente, pero sus ojos miran mi cremallera como un gato en la
ratonera. Todo lo que salga está a punto de ser devorado.
Mi polla salta a mi mano, elevándose como pan caliente. La agarro
por debajo de la cabeza y sumerjo la punta en el plato. Los ojos de
Minx se agrandan y sus labios se separan mientras ve mi polla,
goteando leche.
Una gota blanca y gorda cuelga suspendida de la cabeza y cae en
cámara lenta, aterrizando en la parte plana de su lengua. Minx cierra
los ojos y traga.
Coloco mi polla empapada de leche en sus labios, y ella muerde la
cabeza, chupándola suavemente como una paleta helada.
El calor de su boca después del frío de la leche es como un banco
de nieve en un sauna y me derrito en su lengua.
Ella masajea debajo de la cabeza de mi polla, chupando y lamiendo.
Intenta acariciar mi eje con la mano, pero el guante del traje se
interpone.
―Toma…
Busco unas tijeras y le quito los guantes de las manos, estirando el
traje para poder cortarlo a la altura de la muñeca. Ahora sus manos
están completamente desnudas.
Minx se abalanza sobre mi polla, agarrando el tronco y deslizando
su mano con fuerza hacia abajo hasta que se engancha debajo de la
cabeza. Ahí aprieta todo lo que puede, tirando hasta que mi polla
apunta hacia abajo.
Se siente como si toda la sangre de mi cuerpo estuviera siendo
forzada hacia mi polla hasta que palpita como un tambor, y sus dedos
se agarran como una tenaza debajo de la cabeza, mientras su otra
mano se desliza dentro de mis pantalones para ahuecar mis bolas.
―Jesús. ―Mis rodillas comienzan a temblar y mis talones
tartamudean contra el suelo.
Minx sonríe. Ella sujeta su boca alrededor de mi polla, moviendo
su mano arriba y abajo del eje mientras empuja suavemente mis bolas.
El efecto es un poco como tirar Mentos en una botella de Coca Cola
Light. Mi semen comienza a hervir.
Desliza mi polla más profundamente en su boca, cubriendo la
cabeza con saliva espesa de la parte posterior de su garganta. Su
mano permanece debajo de mis bolas, acariciando con las yemas de
los dedos.
Mierda. No solo es buena, es una maga en hacer desaparecer la
polla.
Nunca me han succionado en esta posición, jalado hacia abajo
implacablemente. Cada movimiento de su cabeza me pone más
caliente, más duro, palpitando como si fuera a estallar.
Sumerjo mis dedos en la leche y la dejo caer por el eje de mi polla
y ella abre la boca, dejando que gotee sobre su lengua y lame en largos
golpes, atrapando cada parte que se perdió.
Agarra mi polla sumergiéndola profundamente en el plato y
chupando la leche de la cabeza, lamiendo las gotas largas y lentas de
sus dedos. Una gota se desliza por su muñeca y se pasa la lengua por
todo el dorso de la mano, lamiéndola.
Agarro un puñado de su cabello y empujo su boca contra mi polla,
inclinando su cabeza, encontrando el ángulo correcto para empujar
profundamente en su garganta.
Las gargantas se calientan como lo hacen los coños, se vuelven
blandas, hinchadas y receptivas. Cuanto más follo su boca, más se
espesa su saliva y la cabeza de mi polla se desliza más
profundamente.
La grasa de la leche hace que su lengua se vuelva resbaladiza. El
calor brota de mi polla, mezclándose con la leche.
Minx se arrodilla entre mis piernas, moviendo la cabeza y las
manos. No es solo una profesional, es una maldita estrella. Nunca he
tenido una mamada tan salvaje e implacable. Es todo lo que puedo
hacer para evitar explotar.
―Espera. ―La detengo para darme un minuto para respirar.
Ella me sonríe, lamiendo la leche de sus labios.
Me agacho para rasgar la entrepierna de su nuevo traje, dejando al
descubierto su coño mojado y desnudo, de un rosa impactante contra
la tela oscura.
―Frota tu coño mientras chupas mi polla.
Minx se sienta sobre sus talones con las rodillas separadas como
mariposas para exponer la pequeña protuberancia de su clítoris. Sabe
cómo exhibirse, cómo mostrarme lo que necesito ver. Se frota el
clítoris con la mano izquierda, acariciando mi polla con la derecha.
Observo cómo se toca, a veces deslizando los dedos hacia arriba y
hacia abajo sobre su clítoris, a veces presionando y frotando en
círculos.
Al principio lo hace por mí, tocándose ligera y bonita como cree
que me gusta, pero se siente demasiado bien y pronto su ritmo se
acelera, presiona con más fuerza y sus ojos se ponen en blanco.
Ella hace pequeños sonidos ansiosos, levantando sus caderas,
follándose contra sus dedos, mientras su mano derecha se sacude en
el eje de mi polla.
La agarro por la parte de atrás de la cabeza y meto mi polla
profundamente en su boca. La cabeza toca la parte posterior de su
garganta, golpeando en el fondo como en un coño. Su garganta es
cálida y esponjosa, sus párpados revolotean mientras gime alrededor
de cada golpe.
Se está frotando la abertura lo suficientemente fuerte como para
provocar un incendio. Su agarre alrededor de mi eje sigue siendo tan
fuerte que a pesar de que mi polla late como un volcán, mi semen está
atrapado en mis bolas, furioso e hirviendo. La carga sube por el
tronco a través de una carne tan hinchada que apenas puede pasar.
Minx acaricia mi polla sin piedad, su brazo se mueve como un
pistón, sus dedos fluyen sensual y suavemente.
Tengo bastante buen control, puedo contar con una mano el
número de veces que me he corrido rápido, pero en este momento,
estoy tan al mando como un toro en un establo siendo ordeñado en
un vaso. Minx bombea mi polla sin piedad y cuando puede ver que
estoy cerca abre la boca con la lengua extendida, mirándome
directamente a los ojos como si me estuviera rogando que me corra.
Me corro en su boca, caliente y fundido. Ella cierra sus labios
alrededor de la cabeza, chupando hasta que chispas negras inundan
mi visión, hasta que todo lo que puedo ver es la explosión en mi
cerebro.
Levanta la cabeza y la leche le corre por la barbilla, y mi polla se
levanta como un signo de exclamación.
La agarro y la jalo hacia mi regazo, empalándola en mi polla antes
de que se ablande. Tengo un espasmo dentro de ella, empujando
hacia arriba en un coño aún más cálido y húmedo que su boca.
No puedo sentir lo suficiente de su piel, y arranco el traje de sus
hombros, recorriendo con mis manos la larga curva de su espalda,
agarrándola por las caderas, jalándola hacia abajo con más y más
fuerza.
En su oído, gruño:
―Eres una chica mala jalando mi polla hacia abajo de esa manera.
Minx me monta, gimiendo y jadeando, con los ojos en blanco.
Mi mano derecha está envuelta con fuerza en su cabello, el puño
cerrado contra la base de su cuello para que su cabeza se incline hacia
atrás, mis labios se presionan contra su oreja, mientras le hablo
directamente a su cerebro.
―Quiero que me demuestres lo buena chica que puedes ser...
Está gruñendo con cada embestida, apenas parece escucharme,
pero sé que cada palabra resuena en su cerebro.
―Muéstrame cuánto quieres complacerme corriéndote lo más
duro que puedas.
El efecto es instantáneo.
Su espalda se arquea, sus caderas se empujan hacia adelante, y su
coño se aprieta a mi alrededor como una mano. Sus pechos apuntan
al techo, mientras mantiene la cabeza echada hacia atrás, deja escapar
un largo grito con mi polla clavada profundamente dentro de ella,
con la cabeza apretada contra la pared de su interior.
―Ah…ah… ¡AHHHHH!
Ella se corrió porque yo le dije que lo hiciera.
Podría ser un dios.
Cae hacia atrás en cámara lenta, acostada sobre mis muslos con la
cabeza colgando de mis rodillas. Sus piernas abrazan mi cintura, mi
polla está ablandándose todavía dentro de ella.
Presiono mi pulgar contra su clítoris, viendo su rostro.
Ella deja escapar un gemido estremecedor, sus mejillas están
teñidas de rosa como flores de cerezo, el rubor corre por sus pechos y
sus rígidos pezones apuntan hacia arriba. Jalo uno suavemente y su
coño se contrae alrededor de mi polla.
Presiono su clítoris como un botón, frotando círculos lentos con mi
pulgar.
―Eres la gatita más hermosa que he visto en mi vida. Eres tan
hermosa, eres tan suave…
Minx gime, sus párpados revolotean mientras su cabeza cae contra
mis rodillas, su cuerpo se siente cálido y flácido. Mi polla está medio
dura dentro de ella, empapándose en mi propio semen derretido.
Su clítoris es la cosa más delicada que he tocado, es suave y elástico
debajo de la yema de mi pulgar.
El placer rueda sobre ella en oleadas estremecedoras.
En voz baja y persuasiva, le digo:
―Sé que te gusta vagar, pequeña gatita... no te pregunto a dónde
vas... pero solo yo puedo tocarte así. Nunca vas a pasar un mejor
momento que aquí conmigo...
Masajeo su clítoris con movimientos lentos y sensuales. Sus ojos se
nublan, mientras sus labios permanecen entreabiertos.
Mis manos sobre su cuerpo son tan relajantes para mí como para
ella, tal vez incluso más. El tacto siempre ha sido mi sentido más
fuerte, estoy aprendiendo cada centímetro de ella y todo lo que le
gusta.
Su cuerpo se siente cálido y pesado presionando mis muslos, su
respiración se hace más profunda. El cielo afuera de las ventanas está
negro y salpicado de estrellas, con volutas de nubes grises
fantasmales.
En voz baja le digo:
―Me sentí atraído por ti desde el momento en que te vi. Eres tan
poderosa... cada vez que hablo contigo, siento que estoy en llamas.
No puedo dejar de pensar en ti...
No suelo ser tan honesto, la otra noche no tenía intención de decirle
que corrí a casa para verla, pero me he vuelto tan relajado y soñador
como mi pequeña Minx.
―La primera vez que te llamé y me colgaste, fui y me masturbé.
Ella levanta la cabeza y sus ojos brillan con la luz de las estrellas.
Mi polla se está poniendo más gruesa dentro de ella, la muevo una
fracción y su coño se aprieta con fuerza.
―Eres tan inteligente, siempre trabajando en la habitación. No
puedo apartar mis ojos de ti, incluso cuando sé que me estás
manipulando, quiero que lo hagas...
Su coño tiembla convulsionándose alrededor de mi polla. Mi
pulgar frota círculos en su clítoris, y ella deja escapar un grito bajo.
―Me encanta lo buena chica que estás siendo. Cada vez que te
corres, soy tan feliz…
Su cuerpo tiembla, y su espalda se dobla como un arco. ¿Cuántas
veces puede hacer esto? Más de lo que ella piensa...
Se relaja contra mis muslos con la cabeza colgando hacia atrás,
lentamente libero la presión de mi pulgar contra su clítoris, y ella se
estremece.
La levanto de mi polla y la envuelvo en una manta, la acuesto en el
sofá para que su cabeza descanse en mi regazo. Suavemente paso mis
dedos por su cabello, comenzando una película primero para poder
acariciarla todo el tiempo que quiera.
Las yemas de mis dedos hacen cosquillas a través de las raíces de
su cabello, masajeo los músculos tensos en la base de su cuello, y
luego en la parte superior de sus hombros, deslizando mi palma por
toda su columna.
Es un trabajo deshacer todos los bultos, está hecha un nudo, y tengo
que masajearla como si fuera masa.
Acariciarla me tranquiliza.
De hecho, nunca he tenido una mascota. Al crecer, habría matado
por un perro, pero mi mamá era alérgica y ahora viajo demasiado.
Nunca consideré un gato.
Este juego que estoy jugando con Blake me está alimentando de
una manera que no entiendo muy bien. Llevo toda la semana con el
cerebro cargado de mil ideas nuevas. Tal vez sea solo la novedad,
pero Dios, espero que dure. No me había dado cuenta de lo aburrido
que estaba de todo lo demás.
Mi papá me llamó Ramses porque quería que fuera un
conquistador de mundos. Durante mucho tiempo, eso es exactamente
lo que fui.
Pero hay un punto de rendimientos decrecientes donde has
logrado lo que te propusiste lograr. Sigues fijándote metas,
encontrando nuevas montañas para escalar, pero las nuevas
montañas comienzan a parecerse mucho a las antiguas, y a veces te
preguntas por qué escalas montañas.
¿A Blake le gusta nuestro juego?
Sé que la estoy haciendo sentir bien. ¿Pero ella lo anhela como yo?
¿Se obsesiona con eso como yo?
Es como si descubriéramos un nuevo continente. Uno que estoy
desesperado por explorar. Uno que no se parece en nada a los lugares
que he visitado antes...
Descanso mi palma sobre su cabeza, deseando poder leer sus
pensamientos con mis manos de la misma manera que puedo leer su
cuerpo, deseando que estuvieran tatuados en su piel en braille.
Le pregunto:
―¿Te gusta esto?
Ella levanta la cabeza de mi regazo y me mira.
―¿Puedo hablar?
Desabrocho su collar y se lo quito, dejándolo plano sobre la mesa
de centro de piedra.
―Ahora puedes hacerlo.
Ella sonríe.
―Me encanta.
Me río, y el calor inunda mi pecho.
―¿Qué te gusta de esto?
Ella lo piensa por un momento.
―Usar el traje me hace sentir todo mucho más. Cuando actúo como
gato, siento las cosas como un gato... el sol se siente más cálido, el sofá
es más suave. Pareces más grande, más fuerte, casi como un ogro. Es
tan intenso. Tus manos en mi cuerpo… ―Ella se estremece―. Me
domina.
―¿Un ogro? ―Finjo estar ofendido, aunque no lo estoy en
absoluto.
Quiero parecer fuerte y poderoso para ella. Intimidante, incluso.
Porque Blake me intimida hasta la mierda a veces, es tan dueña de sí
misma que es como si nada pudiera tocarla, ni siquiera yo.
―Tal vez no seas un ogro... ―Baila sus dedos arriba y abajo de la
parte posterior de mi pantorrilla con su cabeza en mi regazo. Le gusta
tocarme como a mí me gusta tocarla, por diversión. Creando
sensaciones para su propio disfrute tanto como para el mío.
Me pregunto si puede sentir mi polla hincharse debajo de ella,
nunca se ablandó del todo y ahora actúa como si no hubiera
explotado.
Ella me mira, y su hoyuelo aparece.
―Se siente como si fueras de una especie diferente, más grande,
más fuerte, controlando todo lo que te rodea. Me dan ganas de
impresionarte.
No hay forma de que ella no pueda sentir la forma en que mi polla
acaba de saltar.
Mi voz sale en un gruñido.
―Eso me hace sentir muy feliz contigo.
―¿Por qué? ―Tiene una curiosidad genuina, quiere entender esto
como yo, como si fuéramos científicos del sexo.
Respondo como si fuéramos a resolver el teorema.
―Me excita mucho cuando me demuestras que quieres
complacerme. No es lo que haces, es la expresión de tu rostro
mientras lo haces.
Blake sonríe, le gusta esa respuesta.
Acaricio mi mano por su espalda, queriendo mantenerla en este
estado de honestidad medio vidrioso.
―¿Qué más te gustó?
―La leche… ―Su lengua sale disparada, tocando sus labios―. Era
como si debiera tenerla. La forma en que sabía... y la forma en que
sabías mezclado con ella... salado y dulce...
Sus ojos se cierran exactamente como lo hicieron en la casa de April
cuando estaba probando el condimento de su arroz.
Para mí, todo se trató de lo visual: la mirada de esa leche
derramándose de su boca, mezclada con mi semen...
Acaricio su cabello para calmarme.
―Eso es tan relajante... ―murmura contra mi muslo.
Su peso parece aumentar con cada caricia. Estamos en silencio, la
luz de la televisión parpadea en nuestra piel.
Elegí una de las películas de Marvel, casi al azar. Es la de Ultrón,
llegamos a la parte en la que intenta comprarle vibranium a un
mercenario y transfiere mil millones de dólares al sistema bancario
mundial usando su complemento de robot.
―Todo está en tus posesiones ficticias ―dice Ultrón―. Las
finanzas son tan raras.
Por alguna razón, esto nos parece hilarante tanto a Blake como a mí
y comenzamos a reírnos.
Le quité el collar, pero no he dejado de acariciar su cabello. Es largo
y lacio, azul negruzco a la luz de la televisión. Todavía lleva las orejas
de gato. Le rasco alrededor, haciéndola reír suavemente y se acurruca
contra mí.
Su respiración se hace más profunda y deja de reaccionar a la
película. Sigo acariciando su cabello, suave y lento...
Ella se queda dormida en mi regazo acurrucada en la manta, y yo
veo el resto de la película, acariciándola todo el tiempo.
Cuando aparecen los créditos, tengo la tentación de cubrirla con
otra manta y dejarla dormir en el sofá, o mejor aún, llevarla a mi cama.
Está tan profundamente dormida que dudo que se despierte.
Absolutamente planeo hacer que rompa su regla de “no dormir
fuera de casa”. Rojo significa parar, y puedo respetar eso, pero el resto
de la lista tiene que irse, comenzando con sus otros clientes.
La quiero toda para mí.
Pero no voy a engañarla para que se quede a dormir. Aún no.
Suavemente, la despierto.
Ella se sienta, sorprendida de haberse quedado dormida.
―¿Qué hora es?
―Cerca de la una.
―Debería irme.
La desperté para llevarla a casa, pero mientras se frota los ojos para
quitarse el sueño, le digo:
―Nunca cenamos. ¿No tienes hambre?
Su estómago gorgotea tan pronto como piensa en eso.
―No mientas ―me río―. Ya te delataste.
Caliento nuestra comida y la pongo en platos limpios, llevándola a
la sala de estar y Blake pone la próxima película de los Vengadores
mientras comemos.
A veces vemos y a veces hablamos. Hacia la mitad de la película, le
arrancamos el resto del traje a Blake y follamos en el sofá. Cuando la
llevo a casa, son las cuatro de la mañana y hemos visto una película
y media y hemos tenido sexo dos veces más.
Cuando la dejo, le digo:
―¿Qué vas a hacer el próximo fin de semana?
―¿Por qué?
―Quiero llevarte a Bali.
Ella duda, mordiéndose el labio, y sin verme a los ojos, dice.
―No puedo.
―¿Por qué no?
―Ya estoy ocupada.
Me da un beso rápido en la boca y sale del auto para que no pueda
discutirlo con ella.
No sé si en realidad está ocupada o simplemente está tratando de
restablecer los límites porque se quedó dormida en mi casa. De
cualquier manera, no me gusta.
La observo subir los escalones y desaparecer dentro de su edificio,
esperando confirmar que la luz se enciende dentro de la unidad de la
esquina del tercer piso.
Este no es el momento de discutir.
Pero definitivamente es hora de limpiar su lista.
¿Qué demonios estoy haciendo?
Ese es el último pensamiento en mi cabeza cuando golpeo mi
almohada y lo primero que pienso cuando me despierto alrededor de
las diez.
No puedo creer que me haya quedado dormida en su sofá.
Romper mis propias reglas es echarle gasolina al incendio forestal
que es Ramses. Va a arder de cualquier manera, pero depende de mí
poner barricadas para que no incendie mi casa.
Lo que dije en su auto fue mentira. No tengo nada reservado este
fin de semana, y me encantaría ver Bali, especialmente volando en
privado.
Pero esto con Ramses está atado a un cohete y necesito ir más
despacio.
Ramses es un empujador de límites y un cruzador de líneas.
Yo soy el problema real.
Me quedé dormida en su casa porque estaba demasiado cómoda.
Cuando me desperté, debería haberme ido a casa. En vez de eso, me
quedé otras tres horas porque quería, porque me la estaba pasando
bomba.
Esto no se supone que sea una explosión. Se supone que es mi
trabajo.
Nunca creas que es real.
He hecho esto antes.
Juré, juré, juré que nunca lo volvería a hacer.
No existe Mujer Bonita, los hombres que contratan trabajadoras
sexuales no buscan amor.
Cuando aprendes algo de la manera difícil, no deberías tener que
aprenderlo dos veces.
Eso me haría ser una idiota. ¿Soy una maldita idiota?
Estoy segura de que estoy actuando como una.
Dejé que Ramses asustara a Zak Simmons y ni siquiera traté de
recuperarlo. Yo misma dejé a Anthony Keller cuando su salida a la
bolsa cayó. Ese fue siempre el plan, pero no lo he reemplazado. El
único cliente que me queda es Lukas Larsen, y siempre ha sido el
cliente que menos veo porque tenemos un acuerdo muy específico.
No trabajará para equilibrar a Ramses.
Necesito clientes para que mi negocio no se marchite y para
mantener a Ramses bajo control. Darle su camino en esto sería
acostarme y rogarle que pase una excavadora sobre mí cuando
quiera.
Además, me lo prometí a mí misma.
Si no puedes confiar en ti misma, entonces realmente no puedes
confiar en nadie.
Voy a conseguir otro cliente, hoy. Puedo escoger de la lista de
espera.
Y no voy a ir a Bali con Ramses, no este fin de semana. Sus juegos
son lo suficientemente alucinantes aquí en Nueva York.
Ya me está jodiendo. Minx es tan seductora, me encanta ser ella.
Todo es placer, todo es liberación. Hacer lo que quiere Ramses es
demasiado fácil y se siente demasiado bien.
Veo lo que está haciendo y, lo que es peor, lo veo funcionar.
Ha invadido mi cabeza y corrompido mis procesos de
pensamiento. Colorea mis pensamientos como Ultrón infestando
Internet.
Sonrío para mis adentros pensando cuánto disfruté esa ridícula
película. La había visto antes y la encontré completamente olvidable,
pero ahora las escenas brillan en mi mente, ligadas a las bromas de
Ramses, sus comentarios, los momentos que disfrutamos juntos.
Él no es tu maldito novio.
Sacudo ese pensamiento de mi cabeza y abro mi computadora
portátil en su lugar.
Estoy sentada en la mesa de mi cocina, bebiendo té. Por primera
vez, pienso en lo vacío que puede sentirse mi apartamento.
Por lo general eso es exactamente lo que me encanta. Mantengo mis
mostradores desnudos, con todo el espacio impecable para que nada
salte a la vista, y nada deslumbre con su fealdad, su desorden. Todo
se queda exactamente donde lo puse, nada se rompe ni se
descompone.
Viví en muchos lugares feos, y odié cada minuto. Los gritos y
golpes de los otros niños, los gritos de los papás, el olor a platos
sucios, pañales usados, cubos de basura desbordados. Alfombras
andrajosas, perros sarnosos, arte que no son más que palabras en
placas que gritan valores que no compartes. Lo que habría dado por
una habitación blanca y desnuda para mí sola.
Ahora pienso... debería conseguir una planta. ¿Por qué soy lo único
vivo aquí?
Tal vez incluso un gato.
Pienso en lo tranquilo y pacífico que se vuelve Ramses cuando
acaricia mi espalda con la mano.
Podría tener un gato en mi regazo en este momento, haciéndome
compañía mientras trabajo.
Nunca quise una mascota porque odiaba verme obligada a cuidar
de los niños y los animales con los que ni siquiera quería vivir, y
mucho menos trabajar para mantenerlos.
Pero me gustan los gatos, siempre me han gustado. El que está
detrás de mi oreja es un gato específico, Luna. Ella no me pertenecía,
pero solía venir a dormir en mi cama. Me eligió a mí por encima de
cualquier otra persona de la casa, incluso de Sadie, y los animales
siempre quieren más a Sadie.
Esa fue la peor casa en la que viví. Odio pensar en esa época, años
que son solo un borrón negro en mi cerebro. Los recuerdos están ahí,
pero los mantengo en la oscuridad.
Algunos de esos días, lo único bueno que sentía era el momento en
que Luna se deslizaba bajo mis sábanas y se acurrucaba a mi lado. Por
eso la mantengo detrás de mi oreja.
Pero tampoco quiero pensar en eso.
Quiero hacer lo que siempre hago, que es perderme en el trabajo.
Subo el volumen de mi música y empiezo a desplazarme por los
informes de ganancias, los análisis de empresas y el índice de fuerza
relativa. Los números fluyen a través de mi pantalla y mi cerebro hace
lo que mejor sabe hacer, donde comienza a encontrar las conexiones,
los patrones, las cosas que se destacan.
¿Cómo compone la gente la música? ¿Cómo escriben libros? No
tengo ni puta idea, eso es un idioma extraño para mí. Yo hablo
números. De hecho, podría decir que es mi lengua materna.
Analizo los datos durante el resto de la mañana y luego paso la
tarde creando mis estrategias de opciones para las empresas en mi
lista de observación que están a punto de publicar sus ganancias.
No pienso en Ramses en absoluto. Excepto por las tres o cuatro
veces que aparece en mi cabeza.
Tal vez fueron seis, pero ¿quién está contando?
Ramses no me llama ni me envía mensajes de texto en todo el día,
lo que me parece un silencio algo siniestro. Podría estar molesto
porque lo rechacé con lo de Bali, pero no lo creo. Creo que se está
reagrupando, planeando su próximo ataque.
O mierda, tal vez solo está ocupado. Su vida no gira en torno a mí.
Quedo con mi amiga Magda para cenar, me envió un mensaje de
texto cuando la vi en Harry’s anoche: Atención, Desmond también está
aquí.
De hecho, no vi el texto hasta más tarde por lo que no fue muy
bueno como advertencia, pero fue un excelente recordatorio de que
Magda me respalda.
No nos hemos visto cara a cara en un par de semanas. Me cuenta
cómo le va en la clase de cerámica y cómo le va a su mamá: tiene
esclerosis múltiple y vive con Magda.
―Todo el mundo piensa que las personas en silla de ruedas son
santas, pero ella era una perra antes de enfermarse y ahora está peor,
y mierda, no puedo culparla. Tiene cincuenta y cuatro años y algunos
días no puede sostener una cuchara, pero que no me grite, yo soy la
que está aquí ayudándole.
―Lo siento. ―Ojalá hubiera algo mejor que decir que eso.
Probablemente lo haya, pero no puedo pensar en eso. Así que
agrego―. Ella tiene suerte de tenerte.
Magda resopla.
―Dile que tiene suerte con cualquier cosa y te atropellará el pie.
―¿Todo el mundo se vuelve malo cuando envejece?
―Definitivamente les importa menos ser amables.
―Vi a Tabitha.
Magda se ríe.
―Hablando del diablo.
Magda es una de las favoritas de Tabitha al igual que yo, pero eso
no significaba que nos diera un trato preferencial.
Yo digo:
―Ella no se ve bien.
Magda suspira.
―A veces me pregunto si es la mejor amiga que he tenido o mi peor
enemiga, y eso me hace preguntarme si te hice un favor.
Magda está hablando de cómo me consiguió mi primer trabajo
como escort cuando yo era una desertora arruinada demasiado
deprimida para ponerme pantalones por la mañana.
Le digo:
―Me salvaste la vida.
―Oh, cállate, eso no es cierto.
―Sí, lo es.
Cuando estaba perdida en la oscuridad, sin esperanza ni opciones,
Magda abrió una puerta. No todo lo que pasa por esa puerta tiene
que ser ponis y rosas porque todo es mejor de lo que estaba planeando
ser.
Magda pone su mano sobre la mía y la aprieta una vez con fuerza
antes de soltarla.
―En fin ―Ella sonríe―. Quiero escuchar sobre tu cita con el
faraón.
―Oh, Dios ―pongo los ojos en blanco―. Por favor, no lo llames
así.
―¿Por qué no?
―Porque lo haría muy feliz.
Magda se ríe.
―¿Y si quiero hacerlo feliz…
Le doy una mirada traviesa.
―Entonces serías ricamente recompensada.
Se sienta derecha, presionando ambas palmas de las manos sobre
la mesa.
―Cuéntamelo todo.
Los sacerdotes guardan sus secretos, pero no de otros sacerdotes.
―Es bueno ―le digo―, demasiado jodidamente bueno.
Magda hace un gesto que en parte es una mueca, y en parte asiente
con la cabeza.
―Es peligroso cuando el sexo es demasiado bueno.
Magda tiene su propio Desmond, su nombre es Kyle, y él es un
cliente convertido en novio convertido en un furioso adicto a la
cocaína que arruinó su vida durante unos tres años, pero antes de eso,
solía contarme historias de las formas escandalosas en que él la hacía
gritar.
Tal vez todos tenemos que aprender de la manera difícil.
―Ramses es sexy. ―Reconoce―. Pero parece que se comería un
bebé en un sándwich.
Eso es lo que pensé al principio.
Ahora pienso en todas las otras expresiones que he visto en su
rostro que eran cualquier cosa, menos brutales.
Pienso en cómo se ve cuando me toca. Pienso en cómo me abrazó
mientras lloraba y cómo no me hizo sentir mal por eso después, pero
también considero mi sospecha constante de que todo lo que hace es
para joderme la cabeza.
―Él es... complicado.
Magda se muerde el nudillo, dándome una mirada furtiva.
―¿En qué está metido? ¿Puedo adivinar?
―Puedes probar.
―Ooh, eso suena desagradable… él quiere que lo orines encima,
¿no?
―Aún no.
―¡Aún no! ―canta―. Esa es una pista... dame una pista...
¿involucra... cuero?
―Sorprendentemente, no.
―¡Pero podría!
Me río.
―Nunca vas a adivinar.
No me preocupa que alguien nos escuche. Cuando Magda y yo
salimos juntas, evitamos los elegantes lugares con estrellas Michelin
en el Distrito Financiero, donde estamos seguras de encontrarnos con
clientes. Ramses me llevó a Harry’s a propósito, quería que lo vieran
conmigo.
Magda y yo estamos sanas y salvas en una pequeña tienda de
shawarma completamente desprovista de tipos de Wall Street, así
que le doy una breve descripción del juego y sus reglas improvisadas.
―¡Perra pervertida! ―Ella se ríe―. ¿Te gusta esa mierda?
―Soy adicta.
Ramses no me ha llamado en todo el día, que era exactamente lo
que quería: calmar las cosas, reducir el ritmo, pero ya estoy soñando
con subir en ese ascensor de vuelta a su apartamento en las nubes,
para meterme dentro de mi traje de gato.
―Nunca se cansan de mandar a la gente, ¿verdad? ―me pregunta.
―Mmm… pero es más que eso.
―¿Cómo?
Estoy tratando de pensar cómo decir esto.
Si Ramses solo quisiera dominarme, usaría látigos y cadenas.
Pienso en cuánto tiempo pasó acariciándome, en cómo me envolvió
en la manta, y el cuidado con que sirvió mi comida.
Y recuerdo lo sin vida que se sentía mi apartamento esta mañana.
―Es casi como… él realmente solo necesita una mascota.
Magda resopla.
―Una que puede follar legalmente.
―Es eficiente.
Ahora las dos nos reímos.
―Eso es por lo que realmente nos están pagando ―me dice―. Para
que no se sientan solos, pero nosotras lo estamos.
Mi risa se detiene cuando me golpea con esa pequeña pepita.
Solía soñar con la hermosa soledad de un castillo en medio de la
nada.
Pero ahora me pregunto si se sentirá como estar sola en mi
apartamento.
Estoy de pie en medio de la sala de estar de Lukas Larsen, usando
un corsé de cuero y un par de tacones de aguja de plataforma que me
hacen medir más del metro ochenta. Lukas se acurruca en la
alfombra, completamente desnudo, con la frente pegada al suelo.
―¿Puedo besar su pie, señora?
―Puedes lamer mi pie, comenzando con mis dedos.
―Sí, señora ―grita Lukas, con el rostro brillante de alegría. Agarra
mi estilete con ambas manos, lamiendo y chupando los dedos de mis
pies recién pedicurados, gimiendo de placer como si estuviera
devorando una comida de doce platos.
Yo he sido la que lame los pies. No importa. Puedo hacer cualquier
cosa con mi cuerpo cuando desaparezco dentro de mi cabeza. Es mi
mayor fortaleza. Mi única fuerza a veces.
Ramses no me deja escapar, exige contacto visual todo el tiempo y
orgasmos reales. Me obliga a estar presente con él.
Eso fue difícil para mí al principio. No tengo sexo de esa manera,
dentro o fuera del horario.
Pero estoy aprendiendo, Ramses solo tuvo que recordármelo una
vez la última vez que follamos.
Lukas está empapando mi pie con su lengua, con su polla goteando
semen en un hilo largo y delgado como el hilo de una araña.
Descansando mi fusta ligeramente sobre su hombro, le digo:
―Sube por mi pierna. Despacio.
Sube lentamente por mi pie, lamiendo la correa del tobillo de mi
zapato, avanzando gradualmente hacia mi espinilla. Su lengua
mojada baña cada centímetro del camino.
Es un esclavo obediente, y si se olvida de serlo, se lo recordaré. Su
espalda ya está rayada por errores menores.
Ama la corrección. A veces la caga a propósito, así que lo golpeo de
nuevo.
Cuando llega a mi rodilla se pierde un punto y lo golpeo justo en
el trasero, haciéndolo gritar.
―Cada pulgada.
―¡Sí, señora!
Cuando llega a mi muslo, le digo:
―Toma mi teléfono.
Lukas se apresura a recuperar mi teléfono celular de la ordenada
pila de ropa que dejé en su sofá.
Me asalta una idea y le apunto la fusta.
―¡Ah, ah! Llévalo con tu boca.
Con entusiasmo, sujeta el teléfono entre sus labios y se arrastra para
dejarlo caer en mi mano. Se parece a un cachorro que busca un palo y
me ve de la misma manera, buscando aprobación.
Puedo ver por qué Ramses se entusiasma con esto.
Me siento en el sofá, abriendo las piernas.
―Cómeme el coño mientras compro ropa.
Lukas jadea de emoción. Esta es su cosa favorita, favorita.
Se arrodilla entre mis piernas, lamiendo mi coño mientras recorro
mis tiendas favoritas.
Estoy comprando con la tarjeta de crédito de Lukas. Le encanta
cuando le subo la cuenta, y le encanta aún más cuando modelo lo que
compré.
Elijo 2 mil de lencería sedosa de Fleur du Mal, luego cambio al
siguiente sitio. Lo máximo que he gastado en una sola vez son 12 mil,
pero honestamente, es difícil mantenerlo por mucho tiempo porque
Lukas no es muy bueno con el oral. En este momento se siente como
si estuviera tratando de quitarme el clítoris con la lengua.
―¡Suave! ―le espeto, azotándolo con fuerza con la fusta.
―Lo siento, señora ―murmura en mi coño.
Se calma por un minuto, pero no por mucho tiempo. Realmente es
como un perro, jodiendo y babeando.
Mientras me desplazo, llega una llamada de Ramses.
Por lo general nunca contestaría una llamada mientras estoy con
un cliente, especialmente no de otro cliente.
Pero han pasado tres días completos desde que hablé con él, si lo
ignoro pensará que estoy enojada.
Además... quiero escuchar su voz.
Y cuando soy la amante, puedo hacer lo que me dé la gana. Ese es
todo el punto.
Contesto la llamada.
―¿Finalmente dejaste de estar enojado?
La risa profunda de Ramses me pone más mojada que cualquier
cosa que Lukas haya logrado entre mis piernas.
―Creo que me conoces mejor que eso.
El terror y la excitación me recorren de pies a cabeza. Los vellos de
mis brazos parecen electrocutados.
―Entonces, ¿has estado conspirando tu próximo movimiento?
―No conspirando ―me dice―. Maquinando.
―¿Me vas a decir qué es?
―Lo sabrás cuando suceda.
Eso no suena bien. Y, sin embargo, tengo tanta curiosidad por saber
qué cosas horribles ha planeado para mí que estoy casi emocionada
de ver. ¿Qué diablos me pasa, en serio?
―¿Qué estás haciendo en este momento? ―me pregunta.
Veo la cabeza rubia de Lukas Larsen entre mis muslos y se me
escapa una risita.
―¿Realmente quieres saber?
La voz de Ramses cae otra octava, retumbando en mi oído.
―¿Estás haciendo algo que me daría celos?
―Extremadamente.
―Chica mala, es como si quisieras ser castigada.
Me río en silencio. Soy como Lukas. Tal vez todos lo somos.
―¿Estás tratando de arreglar nuestra próxima cita?
Puedo oír su sonrisa.
―¿Estás libre mañana por la noche?
―Podría estarlo.
Cuando termino la llamada, Lukas levanta su rostro mojado y
desordenado. Con entusiasmo, dice:
―¿Era Ramses?
Jesús, ya se corrió la voz.
―De vuelta al trabajo ―le digo, empujando su cabeza hacia abajo.

Mi sesión con Lukas dura dos horas.


Cuando termino, es un desastre tembloroso y sudoroso. Preparo un
baño para él y le coloco una toalla limpia y esponjosa antes de irme.
Me cambio los zapatos en el ascensor. Los tacones de aguja vuelven
a mi mochila de lona para poder caminar de regreso a casa en tenis.
Es casi medianoche.
Estoy agotada.
Es una mierda de mucho trabajo ser la dom. Tengo que planificar
estas sesiones con anticipación, empacar mis herramientas, dedicar
una hora y media a peinarme, maquillarme, uñas y guardarropa.
La sesión de dos horas es una representación teatral para una
audiencia de una persona a la que hay que azotar, provocar, burlar y
seducir a través de una secuencia creciente de excitaciones, todo lo
cual conduce al clímax final.
El BDSM es un arte.
Por eso me impresionó tanto Ramses.
Creó una experiencia, y al final, me hizo llorar como una maldita
bebé. Fue poderoso.
No es menos poderoso porque sé lo que está haciendo. De hecho,
eso me impresiona más: es jodidamente más difícil trabajar con la
prestidigitación en un compañero mago.
Me río, recordando lo que me susurró mientras me acostaba en su
regazo:
Incluso cuando puedo verte manipulándome, quiero que lo hagas...
Podría decirle lo mismo a él.
Lo que más me gusta de Ramses son las cosas que tenemos en
común.
Mataría por revisar su lista de seguimiento, para ver qué
compañías está rastreando y pedirle sus números.
Una fantasía pasa por mi cabeza donde puedo preguntarle a
Ramses lo que quiera y él tiene que contarme todo, todas sus
estrategias y secretos. En una tarde averiguo todo lo que me he
preguntado sobre Ramses Howell y Obelisk.
La idea de estar sentada dentro de su oficina, teniendo ese tipo de
conversación íntima y honesta es tan extraña y repentinamente
erótica que mi rostro se pone rojo y me doy cuenta de que me he
equivocado de camino.
Estoy caminando por un vecindario destartalado, la pintura se está
desprendiendo de los edificios como si fuera corteza de eucalipto, y
la basura se desborda en los contenedores, pero aún es mejor que
muchos lugares en los que he vivido.
Una pareja de trabajadoras sexuales comparte un café frente a una
bodega. Una es más joven que yo y rubia, la otra lleva un abrigo de
pelo azul y medias de rejilla, sin nada más debajo. Tiene una bonita
sonrisa torcida y hace reír a su amiga. Se toman el resto de su café, y
luego regresan tambaleándose a la calle con tacones altísimos.
El trabajo sexual es trabajo sexual, pero los clientes privados no son
lo mismo que trabajar en una esquina, como crecer en la pobreza en
Coney Island no es lo mismo que crecer en la pobreza en Mumbai,
incluso las escorts tienen privilegios, supongo.
He tenido algunas experiencias de mierda, especialmente cuando
empecé. Apuesto a que estas chicas lo han pasado peor. Tengo suerte
y tengo mala suerte. Exitosa y jodida de la cabeza.
Paso junto a las chicas, preguntándome si sienten alguna conexión
conmigo. ¿Pueden decir que todas estamos haciendo lo mismo esta
noche? ¿O me veo como otra perra rica con un abrigo de 1600?
Una vez leí un libro llamado Pimp, escrito por un proxeneta real.
Dijo que solo podía hacer trabajar a sus chicas durante tanto tiempo
antes de que se volvieran locas. Lo llamó “kilometraje en una puta”.
Cuando doy vuelta en la esquina, pienso: tengo muchos kilómetros
por delante.
Puedo sentirlo. Las cosas que antes eran fáciles ya no lo son tanto.
Dios, estoy rara esta semana.
Es culpa de Ramses.
No puedo creer que lloré frente a él.
¿Y qué planea hacer? Ha tenido tres días completos para estar
enojado y planear.
Elegí un nuevo cliente de la lista, pero aún no lo he llamado.
Ramses me tiene ocupada y distraída.
Y, sin embargo, lo único que espero con ansias esta semana es
volver a verlo.
Presiono mis palmas contra mis mejillas, mi rostro aún está en
llamas.
Ojalá estuviera caminando a su casa en este momento...
Cinco minutos con sus manos en la parte delantera de mis
pantalones y mi corazón no estaría tan acelerado. Conseguiría lo que
necesito y podría irme a dormir...
Ojalá pudiera contratar a Ramses para hacer lo que quiero durante una
hora...
Me río realmente imaginando eso. Mis tenis golpean el pavimento,
y la mochila de lona rebota contra mi trasero. La noche huele a
cervecerías al aire libre y gardenias. Me estoy acercando a mi casa.
Soy yo quien necesita un escort. Uno con las manos exactas de
Ramses... porque tampoco quiero estar sola ahora.
Ese pensamiento pasa por mi cerebro como una broma, pero
cuando mi llave toca la cerradura, suena en mis oídos como una
campana:
No quiero estar sola ahora.
Mi apartamento está silencioso como una tumba.
Mi cerebro todavía está zumbando por la sesión. No me corrí ni
una sola vez. La mayoría de los clientes no son como Ramses, no les
importa una mierda si me corro.
Tengo un vibrador, varios de hecho. Podría encargarme de esta
picazón persistente y enviarme a dormir.
En vez de eso, me encuentro sacando mi teléfono.
Le envío un mensaje de texto a Ramses:

Yo: Tengo miedo de verte mañana. ¿Qué estás planeando?

Su respuesta llega con una velocidad agradable:

Ramses: No tengas miedo.

Eso es una orden más que una garantía, pero estoy sonriendo de
todos modos. Le devuelvo:
Yo: ¿Por qué sigues despierto?

Tan rápido que debe estar en un teclado, responde:

Ramses: Siempre estoy despierto así de tarde.

Solo espera un respiro antes de agregar:

Ramses: ¿Estás en tu casa ahora?

Es difícil distinguir el tono de un mensaje de texto, pero eso se


siente como una invitación, no como celos. Le escribo de vuelta:

Yo: Estoy desvistiéndome.


Me quito los zapatos y empiezo a desabrocharme el abrigo para
hacerlo realidad.
Espero que Ramses muerda el anzuelo.
Desnudarme para la cámara y tocarme mientras Ramses ve sería
mucho más divertido que hacerlo sola.
Su respuesta es aún mejor:

Ramses: Ya es mañana.
Ven a hacer eso aquí.

Riendo como idiota, agarro mis zapatos.


Estoy en su casa a las 12:49.
Estoy haciendo el resumen de la mañana con Briggs y no puedo
dejar de sonreír.
Esto es un problema porque la rutina no va bien y la sonrisa es
sospechosa.
Después de la tercera o cuarta mala noticia, Briggs dice:
―¿Qué te pasa?
―¿Qué quieres decir?
Sé exactamente lo que quiere decir, pero es divertido interpretar a
Briggs.
Estoy sonriendo tan fuerte que me duelen las mejillas. No están
acostumbrados a este tipo de ejercicio.
Briggs se siente muy incómodo.
―¿Por qué estás tan feliz?
Porque anoche Blake maulló como un gatito mientras cabalgaba mi polla,
y me hizo explotar como el Vesubio.
En voz alta, digo:
―Es una linda mañana.
―¿Una linda mañana? ―Briggs me ve como si estuviera hablando
swahili―. ¿Me estás jodiendo? ¿Olvidé algo? ¿Estás realmente
enojado?
―Pareces tenso ―le comento, abriendo todas las persianas.
Realmente es un día magnífico. Mi oficina tiene la mejor vista del
edificio, ¿por qué las mantengo cerradas?
Mi asistente entra y comienza a enumerar mis mensajes. Esto es
perfecto porque hace que Briggs se calle para que pueda examinar
mentalmente los aspectos más destacados de la noche anterior con
maravillosos detalles.
Llevaba una cosa de cuero negro con tiras que no cubría sus tetas. Se dio
un baño durante los primeros diez minutos, lamiéndose los brazos, lavándose
la cara... estaba tan duro que mi polla podría haber atravesado mis
pantalones... sus ojos brillaban como si no hubiera Blake, solo Minx. Ella…
Briggs le está ladrando a Melanie sobre algo. Debería dejar de
permitir que otras personas entren en mi oficina.
―¿Cuál es el problema?
―No es un problema, es una invitación. ―Melanie me pone en las
manos una tontería grabada en relieve.
―¡Dije que la sacaras de aquí! ―grita Briggs.
Finalmente descifro la placa de cobre. MaxCap Investments se
enorgullece en anunciar su cuarto evento anual...
―No, iré.
―¿Qué? ―Briggs se gira para verme con los ojos desorbitados.
―Y dile que llevaré una cita.
Briggs espera hasta que Melanie se va, luego se da la media vuelta
y comienza a graznar.
―¿Hablas en serio? ¿De verdad quieres ir a esa cosa?
Lanzo la invitación de Desmond Lowe sobre mi escritorio.
―Tú también vendrás.
Está atónito y consternado.
―¿Por qué queremos pasar tres días viendo a ese hijo de puta
pajearse públicamente por su cuenta…
Vuelvo a pensar en lo salvaje que estuvo mi pequeña Minx anoche,
como si estuviera poseída. Ella era la que empujaba los límites,
rogando por más...
―Por favor, dime que esto no se trata de Blake ―me dice.
Él ya sabe que no debe llamarla de otra manera que no sea su
nombre.
No diría que se trata de Blake, exactamente...
Pero me di cuenta de algo anoche.
Saber que venía directamente de la casa de otro hombre fue muy
excitante. Cuando ella terminó con él, ella me quería a mí.
Sonrío y le doy una palmada en el hombro a Briggs.
―Se trata de divertirse. ¿Cuándo fue la última vez que nos
divertimos?
Briggs se ve tan festivo como la malaria.
―Si vas a llevar una cita, entonces yo también tengo que encontrar
una.
―Sí, y tu propio transporte.
―¿Mi propio transporte? ―Es como si le hubiera dicho que iba a
tener que hacer autostop hasta los Hamptons desnudo―. ¿Qué pasa
con el avión?
Le encanta viajar en avión, lo llevaría de Manhattan a Queens si se
lo permitiera.
―Nada de avión ―le digo con firmeza―. Blake y yo nos vamos en
auto.
Tengo planes para ese viaje, y definitivamente no involucran a
Briggs.

Recojo a Blake a las siete. Ella es tan puntual como siempre, aunque
se ve un poco nerviosa cuando se sube al auto.
―¿Me vas a decir a dónde vamos?
―No te preocupes ―le digo―. Te gustará.
Mientras conducimos dejo que mi brazo descanse sobre el respaldo
de su asiento. Ella se inclina hacia mí, con su cabeza en mi hombro.
Su cuerpo se derrite contra el mío, me gusta que sea sustancial, alta y
con curvas. Algunas de las chicas con las que he salido eran mucho
más pequeñas que yo, parecía que se romperían con un abrazo
entusiasta.
Nos detenemos frente al Billionaire Traders Club y Blake se anima
inmediatamente, reconociendo el edificio.
―¿Has estado alguna vez en uno de estos?
Ya sé que no ha estado, tienes que tener mil millones bajo
administración solo para ser considerado.
La reunión ya está en pleno apogeo. Operadores, corredores y
ángeles inversores se arremolinan, comen comidas costosas y beben
demasiado.
Pennywise y Briggs están aquí. Pennywise es uno de mis
operadores más exitosos. Lo saqué furtivamente de Oakmont, y ha
duplicado su libro desde entonces.
Él se apresura tan pronto como nos ve, dándole a Blake un curioso
arriba y abajo.
―Pero si es la Dama de la Suerte... ¿Ramses te ha hecho escoger
acciones tan bien como ponis?
―Sí ―dice Blake sin perder el ritmo―. Dice que logre un par de
ganadores más y puedo quedarme con tu oficina.
―No quieres la oficina de Penn ―le digo―. Duerme ahí cuando su
esposa está enojada con él y huele a Takis.
―Desayuno de campeones ―dice Pennywise sin vergüenza. Es
casi imposible avergonzar a Penn porque es tan duro como un
rinoceronte y tiene muy poca moral, dos de mis rasgos favoritos en
un operador.
Llevo a Blake por la habitación y la presento a todos los demás. Ella
ya conoció a Briggs, pero él viene de todos modos para joderme el
día.
―¡Blake! ¿Tienes alguna amiga atractiva que pueda contratar para
la fiesta de Desmond? Estuve saliendo con una mesera de Staten
Island, pero ha pasado como un mes, así que espera que vaya a su
casa de vez en cuando, e hice un voto solemne de no volver a tomar
ese ferry nunca más.
La sonrisa de Blake llega medio segundo tarde.
―Podría, pero vas a tener que decirme qué hiciste para boicotear
Staten Island.
Briggs niega con la cabeza obstinadamente.
―Es solo una regla. Cuando haces un paseo de la vergüenza, no
puede haber transbordadores involucrados.
La risa de Blake suena natural, pero veo cómo se inclina para verme
a la cara y a Briggs.
―¿Cuál es tu tipo?
―Rubia, alta, tetazas, súper sucia, católica.
―Pero no eres católico ―le recuerdo a Briggs.
―Eso es para asegurarme de que no se pierda la parte 'súper sucia'.
No hay nadie más sucia que una chica que fue a la escuela católica.
Blake asiente con la cabeza.
―Toda esa caliente represión religiosa. Lo entiendo.
―La necesito para todo el fin de semana ―dice Briggs―. Esa es la
única forma en que voy a pasar tres días completos con ese hijo de
puta agrio.
Esa pequeña línea aparece entre las cejas de Blake. Es difícil ver
debajo de su flequillo, pero estoy mejorando en captar sus señales.
Sus ojos se posan en los míos y luego vuelven a Briggs.
―Podría conocer a alguien.
Deslizo mi brazo a través del suyo, alejándola de Briggs y
resistiendo el impulso de golpearlo en el camino. No estaba
planeando mencionar la fiesta de Desmond todavía.
Blake no dice nada al respecto, lo que probablemente no sea una
buena señal.
La paso entre la multitud, con mi brazo aún unido al suyo.
En voz baja y tranquila, dice:
―Me sorprende que me hayas traído aquí.
―¿Por qué?
―Porque hay una diferencia entre ser visto en Harry’s y ser vistos
juntos aquí.
―Explícame.
―La gente pensará que en realidad estamos saliendo.
―Seguro que pensarán eso cuando nos vean juntos en la fiesta de
Desmond.
Me suelta el brazo y se gira para verme.
―No voy a ir a eso.
―Podemos hablar sobre eso.
―No necesitamos hacerlo.
Nos interrumpe un conocido mío, luego uno de Blake. Esta es la
razón por la que vinimos, así que no hay manera de mantenerlos
alejados.
Blake conoce a algunas personas, pero no a tantas como yo. The
Billionaire Trader’s Club es tan exclusivo como parece. Solo las cuotas
anuales son de 150 mil. Ya pagué la de Blake.
Cuando le digo eso, no está tan eufórica como esperaba. De hecho,
parece un poco molesta.
―¿Por qué hiciste eso?
―Porque es el mejor club de inversión de la ciudad. Harás
conexiones y recogerás una tonelada de información.
Ella solo frunce el ceño más fuerte.
―Es lo que pensaba.
Ahora estoy molesto.
―¿Cuál es el problema?
―El problema ―sisea, alejándome del grupo y acercándome a las
ventanas―, es que no quiero que nadie sepa que estoy invirtiendo, y
unirse a un club de inversores no es exactamente sutil.
―Tal vez es hora de graduarse de eso.
Ella sacude la cabeza, sus mejillas están llenas de color.
―No es tu elección cuando me gradúe de nada, y por cierto, eso es
condescendiente como la mierda.
―Te estoy haciendo un favor…
―Te estás haciendo un favor a ti mismo ―espeta―. Estás tratando
de reemplazar a mis otros clientes con este club.
Cuando puede ver a través de mí, me siento tan barato como el
cristal.
Y esto no fue jodidamente barato.
Doy un paso cerca, cerniéndome sobre ella.
―Tuve que pedir un montón de favores para traerte aquí.
Blake cruza los brazos sobre su pecho, con los ojos entrecerrados.
―¿Eres miembro?
Hago una pausa de medio segundo.
―No, pero...
Ella se burla y se aleja de mí. Agarro su brazo y la jalo hacia atrás.
―¿Y qué si no lo soy? Podrías aprender mucho aquí.
―Podría, pero no tú ―dice con desdén.
―Los operadores darían un brazo por entrar aquí.
―Sí ―Blake gotea sarcasmo―. Pennywise, Briggs, el resto de tus
títeres... pero no tú, y nadie más en tu nivel. ¿Crees que pertenezco
aquí? Yo creo que pertenezco a donde tú vas.
La miro fijamente, sin palabras.
Blake... tiene un punto.
No pierdo mi tiempo en clubes. Ni siquiera en este.
Pero Blake no soy yo y todavía tiene mucho que aprender, incluso,
no le escupas a la cara a alguien cuando te ofrezca un regalo.
Con frialdad, le digo:
―No estás a mi nivel, ni siquiera cerca. Tengo diez años de
experiencia sobre ti y no sabes todo lo que crees que sabes.
―Bien. ―Blake dice aún más fría―. Aceptaré la membresía, pero
no dejaré a mis otros clientes.
―Cliente ―le digo―. Solo tienes a Lukas.
―De hecho, volví a tres.
El resto de la habitación parece quemarse hasta que todo lo que veo
es el rostro testarudo de Blake. Me gustaría ponerla sobre mis rodillas
y azotarla.
―¿Quién?
―No es asunto tuyo. ―Ella se libera de mi agarre.
Está mintiendo.
¿Está mintiendo?
¿A quién diablos aceptó?
Estoy escaneando su rostro, pero no puedo leerla. Todo lo que veo
son esos ojos verdes ardiendo en mí, esa piel ahumada, esa boca
apretada. Cuando no lleva su máscara encantadora, está molesta por
dentro.
Lo cual puedo entender.
Yo estoy enojado, también.
Agarro su mano, entrelazando mis dedos con los suyos.
―¿A dónde vamos? ―pregunta mientras la saco de la habitación.
Pulso el botón del ascensor.
―Fuera de aquí.
―No puedes actuar así ―dice, todavía con esa calma constante―.
Te lo dije desde el principio…
―¡Lo sé! ―ladro.
Las puertas del ascensor se abren.
En el momento en que estamos adentro, estoy sobre ella. Manos en
su rostro, sus pechos, bajando su vestido. La levanto y la estrello
contra la pared de metal, con sus piernas alrededor de mi cintura. El
ascensor se balancea sobre su cable.
―Toma todos los clientes que quieras ―le gruño―. Eres mía esta
noche, y esto es lo que yo quiero hacer.
Jalo su falda, la tela se desgarra y Blake la rasga hasta el muslo para
que podamos jalarla hasta arriba. El ascensor se hunde como un
submarino.
Me desabrocha los pantalones y jalo su ropa interior hacia un lado,
y estoy dentro de ella antes de que hayamos bajado cuatro pisos.
Ella grita al primer empujón, y me la follo con cada piso que
pasamos: 29, 28, 27, 26, 25, 24…
Muerde un lado de mi cuello, lamiendo y chupando con fuerza. Sus
dientes muerden debajo del cuello de mi camisa, mientras sus tacones
de aguja arañan la parte posterior de mis muslos.
Su olor me abruma cuando estoy enterrado en su cabello, con mi
nariz contra su cuero cabelludo. Nada huele como ella, lo noté en el
momento en que me paré en esa puerta buscándola.
Ahora estoy bañado en Blake, en esta cajita de metal que se hunde.
Su cabello y su aliento, el calor de su piel, la humedad de su coño
alrededor de mi polla... ese es el perfume que me da vida, que me
carga como un estimulante. La respiro una y otra vez mientras me
empujo profundamente dentro de ella, acariciando y olfateando
contra su cuello.
Sus gritos resuenan en la caja mientras caemos. Ella siempre es
ruidosa, no puede contenerse. Recuerdo la burla de Desmond,
Preguntémosles a mis vecinos cuánto disfrutaste nuestro tiempo juntos, lo
escucharon todo... y sé que debe haber algo de verdad en eso. Mis celos
se encienden y la follo más, más y más duro contra la pared,
balanceando el elevador sobre su cable, tratando de borrar cualquier
recuerdo físico de alguien que no sea yo. Tratando de probar que
nadie la ha hecho sentir así.
15, 14, 13, 12…
Sus dedos se clavan en mi espalda, y mi camisa de vestir se hace
trizas como papel debajo de esas uñas. Los cortes arden como la sal
en el profundo y el placer carnal que siento al follarla tan fuerte como
puedo.
Su coño se cierra alrededor de mi polla y sé que esto es todo. El
ascensor se desacelera, los últimos números avanzan poco a poco: 4,
3... 2...
El sudor rueda por mi espalda, ardiendo en los cortes. Mis piernas
son pistones, penetrándola profundamente. Me la follo rabioso,
furioso, queriendo tomar cada parte suya y no dejar nada para nadie
más.
Ella grita y hago un sonido que definitivamente nunca había hecho
antes. Llámalo grito de guerra, porque sé lo que quiero y haré lo que
sea necesario para conseguirlo. El placer cálido y húmedo lo
confirma. He probado esto ahora, y no lo voy a compartir.
Dejo a Blake en el piso, apoyándola mientras guardo mi polla y me
abotono los pantalones.
Las puertas del ascensor se abren, dejando escapar una ráfaga de
aire cálido y el aroma del sexo directamente en el rostro de Halston
Reeves.
Tengo muchos enemigos en esta ciudad, pero solo odio a una
persona.
No puedo estar solo en una habitación con Reeves porque lo
mataré.
Él observa el vestido desgarrado de Blake, nuestro cabello salvaje
y la humedad, y su duro rostro se retuerce.
―Realmente eres solo un animal, ¿no, Ramses?
Por primera vez, la rabia no llega. Me río, agarrando la mano de
Blake y jalándola más allá de él.
―Tienes razón, hijo de puta.
No tenía un tercer cliente cuando le mentí a Ramses anoche.
Ahora es el momento de conseguir uno. Basta de andar jodiendo.
Llamo a Sean Martin, un ejecutivo de unos cincuenta años que
trabaja en dispositivos médicos, no en finanzas, y me digo a mí misma
que no estoy eligiendo intencionalmente a la persona con menos
probabilidades de enojar a Ramses.
Por su parte, Ramses pasa desapercibido el resto de la semana. Lo
veo un par de veces más, reuniéndonos para un almuerzo rápido el
jueves y luego una sesión completa de Minx el sábado por la noche.
No insiste en la fiesta de Desmond, y yo tampoco lo menciono de
nuevo.
Después de que Desmond me vio con Ramses, me envió un
mensaje de texto dos veces y envió cien rosas rosadas a mi casa.
Ignoré los mensajes y tiré las flores a la basura. No voy a ser el juguete
masticable por el que pelean.
Aunque tengo que admitirlo...
Durante mi cita para almorzar con Ramses, cuando vi que
regresaba a la oficina y no tenía tiempo para tener sexo... me sonrojé
al darme cuenta de que me llamó solo para verme.
Me gusta pasar tiempo con él. No sé cómo decirlo más claramente
que eso. Su conversación enciende mi cerebro y es el mejor sexo que
he tenido.
Pero él no es mi novio, y soy una tonta por pensar que alguna vez
podría serlo.
Los Johns9 no te quieren, no pueden porque están tratando de
comprarte, y están tratando de comprarte porque en realidad no
quieren amarte. No es una línea a un destino, es un círculo que da
vueltas y vueltas.
Ramses trató de comprarme de nuevo con la membresía del BTC y
seguirá intentándolo porque esa es su naturaleza. Quiere ser dueño
de todo, controlarlo todo y, sobre todo, conseguir lo que quiere.
No soy una acción.
Soy una jugadora.
Y lo mejor para mí es mantener mi lista de clientes llena y seguir
jugando.
Eso es lo que me digo a mí misma cuando vuelvo a revisar mi
teléfono para ver si Ramses me envió un mensaje de texto.
Te usará y te desechará cuando termine. Eso es lo que hacen.

A la semana siguiente, mi nuevo cliente me pide que lo acompañe


a una gran gala en el hospital. Ramses me envía un mensaje de texto
para que nos reunamos esa misma noche, pero le digo que estoy
ocupada y fijamos una cita para el viernes.
Todo va bien con Sean, un viudo de voz suave con cabello gris y
lentes con montura de carey, hasta que entramos en el Rainbow Room
en el Rockefeller Plaza y veo las pancartas colgadas por todas partes:
Hospital infantil Lenox Hill
Y debajo, en una fuente de buen gusto, pero muy legible:
Patrocinado por Obelisk Inversiones
Veo a mi alrededor con desesperación en busca de Ramses. No me
lleva mucho tiempo buscar en una habitación algo tan grande:
9
Se les dice así a los clientes de las prostitutas.
cuando veo que no está ahí, me permito respirar de nuevo y
reconozco que probablemente no asiste a todos los eventos que
patrocina su empresa.
―¿Pasa algo? ―pregunta Sean.
―Nop. ―Tomo una copa de champán y me la tomo―. Todo está
perfecto.
Sean me lleva a su mesa justo al frente de la sala. Me presenta a
nuestros compañeros de asiento, luego todos charlamos hasta que se
apagan las luces y comienzan los discursos.
El primer orador es Tom Brewer. Tengo un puesto importante en
su compañía de biotecnología, pero él no dice nada útil, solo dice la
misma jerga de mierda que obtendrías en un comunicado de prensa.
Debo haber asistido a cien eventos como este a estas alturas, quizás
más. Pienso en la cadena interminable de noches casi exactamente así:
panecillos en la mesa, pequeñas esferas de mantequilla, agua helada,
vino tinto o blanco. Pantallas de video sobre el escenario,
presentaciones de diapositivas, premios, aplausos, conversaciones
educadas que se convierten en conversaciones menos educadas a
medida que las bebidas toman fuerza.
¿Cuántas personas he conocido que nunca volveré a ver?
¿Cuántas veces he soltado mi mierda: nombres falsos, carreras
falsas, historias falsas de cómo se conocieron ustedes dos?
Sean me ha pedido que finja que soy la administradora de un
hospital del norte del estado. Por lo general, es una mala idea
pretender estar en el mismo campo que las personas a las que les
mientes, pero he salido con suficientes médicos que probablemente
podría extirparme un apéndice.
El tipo de mi otro lado es un representante farmacéutico, lo cual es
oro para obtener información sobre medicamentos que aún no se han
lanzado. Aprovecharé mi oportunidad para interrogarlo la próxima
vez que Sean vaya al baño.
No debería tardar mucho: se ha bebido tres copas de chardonnay y
le está haciendo señas al mesero para una cuarta.
―Te ves tan hermosa esta noche ―dice, apoyando su mano en mi
muñeca―. Genevieve solía usar un vestido del mismo color.
Genevieve era la esposa de Sean. Murió buceando en las Maldivas.
―Debes tener tantos recuerdos felices con ella.
Los ojos de Sean se nublan.
―Ella era un ángel en la tierra. Solíamos esquiar juntos en Aspen.
Ella...
Escucho el flujo de historias de Sean, asintiendo, sonriendo y
comentando en todos los lugares correctos. El trabajo de una escort es
30% sexo, 10% estilista personal, 20% acompañar a las personas en
eventos a los que no quieren asistir y el resto terapeuta de guardia.
En algún momento alrededor del filete de lenguado, Sean agarra
mi mano y me susurra al oído:
―Lo siento, estoy divagando. Estoy un poco nervioso. Esta es mi
primera vez desde… desde…
Mierda.
Los viudos siempre lloran la primera vez. A menos que odiaran a
su esposa, e incluso entonces, a veces gritan.
―Lo estás haciendo muy bien. ―Aprieto su hombro―. Tengo que
correr al baño de damas.
Llevo mucho tiempo en el puesto, simplemente sentada ahí. Me
pregunto por qué cada minuto de esta noche se ha sentido tan
malditamente largo. Es aburrido, seguro, pero estas cosas siempre
son aburridas.
No hay nada malo con Sean, es lo suficientemente bueno. ¿Por qué
la idea de ir a casa con él me llena de pavor?
Apenas he dado dos pasos afuera del baño, con las manos todavía
mojadas, cuando me topo con una espalda ancha y extremadamente
familiar. Ramses se gira, igual de sorprendido de verme.
―Blake ¿Qué haces aquí?
―Escuchando a Brewer a escondidas ―bromeo, soltando lo
primero que me viene a la cabeza.
Ramses no sonríe, está escaneando la habitación, mirando para ver
con quién estoy realmente aquí.
―Así que en realidad lo hiciste ―gruñe.
―Te dije que lo haría.
Su expresión es sombría, su mandíbula está apretada.
Pongo mi mano en su brazo.
―Ramses, yo…
Sean interrumpe, acercándose con cautela.
―Blake... estabas tardando tanto... estaba preocupado...
―Lo siento ―le digo―. Me encontré con un amigo. ¿Conoces...
Me giro para presentarlos, pero Ramses ya no está.

A la mañana siguiente, me despierto con una resaca aplastante.


Después de que Ramses se fue, regresé a la mesa de Sean y bebí
tanto del vino de mierda gratis que los dos estábamos completamente
mareados cuando se retiraron los platos de tiramisú.
Sean, borracho, confesó que les había estado mintiendo a sus hijas
acerca de que estaban limpiando las joyas de su esposa porque
todavía no podía soportar dárselas, yo le conté sobre la vez que
accidentalmente le di un mordisco al sándwich de mi jefe y luego se
lo clavé al chico en el cubículo contiguo al mío.
Mientras apoyaba a mi cita llorosa y tropezando en un taxi, admitió
que no estaba preparado para nada de esto. Lo dejé tranquilo,
diciéndole que me llamara en unos meses más.
Sentí una intensa sensación de alivio al ver que el taxi se alejaba de
la acera.
Las palabras de Ramses han estado resonando en mis oídos.
Es hora de graduarse...
Tenía sus propias razones egoístas para decir eso, pero eso no
significa que esté equivocado.
¿Por qué he seguido haciendo esto durante tanto tiempo? ¿Para
llegar a los cien millones más rápido?
Esa no es la verdadera razón.
Me gusta la caza. Me gusta engañar a estos hombres, y si estoy
siendo honesta conmigo misma... estas son las únicas relaciones que
conozco. La única persona con la que paso tiempo que no es un cliente
o una prostituta es Sadie.
La idea de dejarlo es aterradora.
Estaba en un lugar oscuro cuando comencé este trabajo, a un mal
día de hacer algo irreversible. Magda abrió una puerta a un mundo
diferente, uno donde yo tenía poder, dinero, oportunidades, pero
tuvo un precio.
No están solos... pero nosotras aún lo estamos.
Los pensamientos se agitan en mi cabeza, ordeno mi apartamento
y riego mis plantas. Compré algunas la semana pasada, y estoy
pensando en agregar más aunque apenas las mantengo vivas.
Abro las ventanas para que entren los sonidos del tráfico de la calle
y el aroma de las flores. Me mudé al Flower District a propósito
porque pensé que las flores frescas en la mesa eran el colmo del lujo:
comprar algo para disfrutar durante un par de días antes de que se
marchite y muera.
Pensé que cuando tuviera dinero compraría flores todos los días,
pero han pasado meses desde que compré un ramo o incluso entré en
una de las tiendas que bordean mi calle.
Tal vez debería hacerlo hoy.
Eso es lo que estoy pensando cuando me siento en la mesa de mi
cocina con mi computadora portátil y una tostada de aguacate con
aceite balsámico. Hago mi cuenta de corretaje y todas mis cuentas,
planeando verificar el estado de las cien bolas diferentes con las que
estoy haciendo malabarismos.
Tardo unos dos segundos en ver mi cuenta caer seis millones de
dólares.
¿Qué demonios?
Saco mis acciones, escaneo la lista, tratando de averiguar qué acaba
de pasar.
Eso tampoco toma mucho tiempo: la compañía de biotecnología de
Tom Brewer acaba de hacer una mierda enorme. La bolsa cayó veinte
puntos en una sola noche.
La pantalla de mi computadora desaparece detrás de una furiosa
neblina roja.
Ramses hizo esto.
Blake entra como una tromba en mi oficina a las 10:22, una hora
después de que la esperaba.
―¡Qué demonios, Ramses! ―es como me saluda.
Lleva pantalones de seda, mocasines y una camisa abotonada no
muy metida. Su cabello está recogido en un moño desordenado y sus
mejillas son de un rojo llameante. Su aspecto frenético y a medio
vestir me excita casi tanto como la forma en que entra a mi oficina y
da un portazo.
―Dormiste hasta tarde, debes haber estado despierta toda la
noche.
―Pequeña perra celosa ―dice, acechando hasta mi escritorio y
mirándome con el ceño fruncido.
Me levanto. Blake se mantiene firme, aunque ya no parece tan
segura. Se agarra al borde del escritorio y observa cómo cierro el
espacio entre nosotros.
Espero hasta que estoy justo en frente de ella, mirándola al rostro.
―Nunca reveles tu posición. Ni siquiera a mí.
―¡Oh, vete a la mierda! ―me grita―. ¡Esto no es una lección!
Golpeaste mi capital porque estás enojado porque conseguí otro
cliente. ¡Aunque te lo dije desde el principio, este es el trato!
―Tienes toda la razón, lo hice.
Su boca se afloja con sorpresa porque realmente lo admita.
―Y esa es la lección ―gruño, apoyándola en el escritorio―. Estás
jugando con personas que pueden aplastarte como un insecto. Podría
borrar todo tu capital en una semana si realmente me haces enojar.
Su barbilla tiembla de rabia.
―¿Me estás amenazando?
―Te estoy haciendo una nueva oferta. Te ayudaré a alcanzar tu
número, incluso te enseñaré cómo hacerlo más rápido, pero te quiero
toda para mí. No quiero ningún otro cliente.
Su rostro se oscurece y se aleja de mí, viendo por los ventanales.
Tengo todas las persianas abiertas con la vista en exhibición. Quería
que la viera en el momento en que entrara.
Envuelve sus brazos alrededor de sí misma con los hombros
rígidos, viendo hacia abajo.
Espero, sin decir nada. Contando sus respiraciones.
Finalmente, dice:
―Me desharé de Sean, pero me quedaré con Lukas.
Me encanta una buena contraoferta.
―Bien, pero vienes a los Hamptons conmigo.
A Blake parece que le gustaría gritar en una almohada, y no de la
manera sexy.
―Bien ―murmura.
―Pobre Sean ―dejo escapar mi sonrisa―. Después de todo lo que
ha pasado...
―¿Lo conoces? ―Se olvida de enojarse cuando tiene curiosidad.
―Conozco a todos.
―Empiezo a pensar que eso es cierto.
Se está derritiendo como la escarcha al sol, ya regresando de la
ventana, apoyándose en mi escritorio, mirándome por debajo de su
flequillo.
Rozo mis dedos contra los suyos.
―¿Sabes? Algunas personas piensan que él asesinó a su esposa.
―¡No, no lo hacen!
―Lo harán si sigo difundiendo ese rumor.
Blake se ríe con esa deliciosa y malvada risa suya, entrelazando sus
dedos con los míos.
―Será mejor que te tomes en serio estas lecciones... quiero que me
devuelvas mis seis millones.
―Harás mucho más que eso si me escuchas.

El resto de la semana, estoy en llamas. Cuando no estoy con Blake,


estoy matando todo lo que toco, montando un mercado alcista en una
de las semanas más rentables de mi vida. Es casi suficiente para
hacerme pensar que todos esos hijos de puta supersticiosos tenían
razón: Blake tiene suerte.
De hecho, no creo en la suerte.
En lo que creo es en el impulso: las victorias crean más victorias, y
nunca me he sentido más como un campeón.
Durante todo el día espero con ansias el momento en que las
puertas del ascensor se abran en mi apartamento y llame a mi
pequeña Minx. Ella viene corriendo hacia mí con el rostro
resplandeciente, la tomo en mis brazos y la acuno contra mi pecho,
llevándola a la sala de estar.
No me he cansado de nuestro juego, todo lo contrario. Cada vez
que jugamos, se siente más real y más correcto.
Estoy obsesionado con la forma en que se acuesta en mi regazo,
dejándome tocarla como quiera. El tacto siempre ha sido mi sentido
más fuerte: no siento que realmente haya visto algo hasta que lo toco.
Mi Minx me da acceso completo: horas de caricias, toques,
provocaciones, exploración... hago que se corra de mil maneras
diferentes, a veces suave como un suspiro, a veces creciendo como
música, a veces explotando bajo dedos rápidos.
Es un instrumento que estoy aprendiendo a tocar. Pronto la
conozco tan bien como la guitarra en mi dormitorio: cada curva, cada
sonido que hace.
Incluso estoy aprendiendo a leer su rostro, aunque es muy buena
fingiendo. Cuando viene un martes por la noche, me doy cuenta de
que no se siente bien. Está uno o dos tonos más pálida de lo normal,
y sus ojos están ligeramente cansados.
―¿Qué pasa?
―Nada.
Llegué a casa antes que ella, así que todavía no se ha puesto su traje
de gato. Estamos sentados en la barra de la cocina, compartiendo la
tabla de embutidos preparada por mi chef. Blake picotea los dátiles y
las almendras confitadas, sin comer mucho. Cuando cree que no estoy
viendo, presiona su mano contra su costado.
―No te sientes bien.
―No es nada ―dice de nuevo―. Solo… probablemente estaré
fuera de servicio de tres a cinco días, a partir de mañana.
―Oh ―me río―. Lo siento.
―Las alegrías de ser mujer.
Pienso por un momento, luego la levanto del taburete y la llevo a
mi dormitorio. Me encanta cargarla, no puedo explicarlo. Me encanta
cómo se acurruca cada vez.
La dejo en la orilla de la bañera y empiezo a correr el agua.
Mi baño es de piedra oscura. La bañera parece una roca ahuecada.
Le quito los zapatos y empiezo a desvestirla y ella me deja hacerlo,
sonriendo en silencio. No le he puesto el collar, pero de todos modos
estamos entrando en escena.
La tina se llena rápidamente, y el vapor sale de la superficie. La
sumerjo en el agua y deja escapar un gemido bajo de placer y alivio.
Su piel es resbaladiza y suave, su cuerpo flota en el agua tan lleno de
pequeñas burbujas que parece carbonatada como una gaseosa.
Se gira para dejar que el grifo corra por su espalda, luego se da la
vuelta para dejar que fluya directamente sobre sus pechos desnudos.
Entonces se acuesta con la cabeza apoyada en el borde de la bañera.
Su flequillo se vuelve un resorte con la humedad, pequeños rizos
aparecen alrededor de su rostro y sus mejillas se tiñen de un rosa
oscuro.
Paso mis manos por su cuerpo bajo el agua, frotando los músculos
tensos de sus piernas. Alcanzando debajo, presiono mis dedos a cada
lado de su columna para liberar la tensión en su espalda baja.
―Oh, Jesús ―ella gime.
Enjabono una toallita y le lavo los pies primero, frotando
suavemente sus plantas, incluso entre los dedos. Ella sonríe y se
muerde el labio, tratando de no reírse cuando le hace cosquillas. Sus
pies tienen arcos altos, dedos largos, las uñas cuidadas del mismo
color vino oscuro e intenso del traje que eligió para mí.
Levanto su pierna afuera del agua, pasando la toallita por la
hermosa curva de su pantorrilla y sobre su rodilla hasta su muslo. Su
cuerpo es una caligrafía, cada línea se une a la siguiente.
Coloco su talón en el borde de la bañera y levanto su otra pierna,
abriendo sus muslos, revelando el hermoso coño en medio. Su
pequeño coño es el más bonito que he visto: oscuro por fuera, rosado
en los pliegues internos. Su clítoris es del tamaño de la punta de mi
dedo meñique y sobresale por debajo de los labios. Lo acaricio con el
pulgar, haciendo que se hinche en el vapor reluciente que sale del
agua.
Ella gime con los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia atrás.
Masajeo su coño con mi mano, con los dedos tibios y mojados por
el agua. Su humedad es resbaladiza como el aceite, la froto alrededor
de sus labios vaginales y en círculos sobre su clítoris, acariciando
hacia arriba con mi pulgar, imitando el movimiento cuando ella me
muele. Mece sus caderas, y sus párpados revolotean.
Tiene las piernas abiertas y las rodillas enganchadas en el borde de
la bañera. Abro el grifo para que el agua caiga directamente sobre su
coño abierto, jadea y baja la temperatura un par de grados, luego se
echa hacia atrás y deja que el agua caiga sobre su clítoris.
Sin que yo pregunte, sus ojos se encuentran con los míos a través
del vapor plateado y sostiene mi mirada mientras su rostro se sonroja
con el calor. Balancea sus caderas contra el flujo del grifo, la subida y
bajada de sus pechos desnudos se acelera.
―Usa el agua ―le digo―. Nada más.
Abre más las piernas y levanta las caderas para que el agua caiga
como un trueno justo en el lugar correcto. El azulejo oscuro está opaco
por el vapor, el baño está más caliente que una jungla. Estoy sudando
a través de mi camisa, así que me la quito y la tiro a un lado, sin
apartar los ojos de ella ni por un segundo.
Está follando el brillante chorro de agua, jadeando y moviendo sus
caderas contra él, el agua se rompe y rocía ese hermoso clítoris erecto.
Empujo un dedo dentro de ella.
Eso es todo lo que necesita y ella comienza a correrse, apretándose
contra mi dedo como si estuviera cabalgando sobre mi polla. El grifo
fluye sobre su coño como miel derretida, bajando por mi brazo.
Disminuye la velocidad, frotando su coño contra la palma de mi
mano, borrando los últimos fragmentos de sensación. Los tendones
sobresalen en su cuello y sus pezones apuntan al techo.
Cuando termina, se hunde completamente bajo el agua y
desaparece.
Ella se levanta un momento después, con el cabello mojado retirado
del rostro, bautizada.
Me sonríe y sacude lentamente la cabeza.
Sé exactamente lo que quiere decir.
Y estoy sonriendo de vuelta de la misma manera.
Descubrimos algo juntos, y es jodidamente increíble.
¿Alguien más ha jugado este juego?
No como nosotros.
―Buena gatita ―le digo.
Blake echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
Me encanta esa risa. Haré cualquier cosa para escucharla. Chistes,
impresiones... ofenderé a cualquiera, me enojaré con mi mejor amigo
solo para verla sonreír.
Me quito los pantalones y me meto en la bañera con ella, haciendo
que el agua salpique por todo el suelo.
No me importa, todo desaparece cuando estoy aquí con ella.
Es la única vez que el ruido se calma, la única vez que mi cerebro
está despejado.
Sus ojos verdes son todo lo que veo, mirando fijamente los míos.
La beso, largo y lento.
Sus labios están calientes e hinchados por el agua. Sus manos
también están calientes, presionan los músculos de mi espalda con
una fuerza sorprendente, sus piernas rodean mi cintura y coloca sus
caderas para dejar que mi dura polla se deslice dentro de ella.
Dejo escapar un sonido cuando me deslizo en algo más caliente que
el agua, algo que se aprieta a mi alrededor y aprieta mi polla hasta
arriba, incluso alrededor de la cabeza. No sé por qué los hombres
siempre hablan mal de las mujeres promiscuas: saben montar. Sus
músculos internos son fuertes como una mano, cálidos y húmedos
como una boca. Ella me ordeña con su coño, cada golpe es tan intenso
que lucho por controlarme como nunca.
La bañera es enorme, hay espacio para los dos sin golpear las
paredes laterales. Cada vez que la penetro, el agua se derrama sobre
el borde como un pequeño tsunami.
Una mujer normal podría decir, estás haciendo un desastre o vas a
inundar el piso debajo de nosotros, pero mi pequeña Minx no dice nada
porque tiene un carácter profundo.
Ella protege la fantasía para mí, y para ella también, creo.
Lo disfrutamos más cuando se siente real. Cuando estamos
sumergidos, como en el agua tibia de un baño. Tienes que llegar hasta
el fondo para flotar.
Me suelto. No pienso en nada más que en esta criatura en mis
brazos.
Nunca había sentido este tipo de placer. Sigue y sigue, es el mejor
momento del sexo, pero todos son mejores momentos. Cada vez que
follamos es mejor que la vez anterior, y creo que nada puede superar
esto, pero de alguna manera la siguiente vez lo hace.
¿Cuál es el final de esto?
No lo sé, pero no quiero un final.
No quiero que esto termine.
Exploto dentro de ella.
Mi orgasmo desencadena el suyo. Le encanta cuando me corro
dentro de ella, la vuelve salvaje durante horas después.
La observo correrse y ella me ve a los ojos, nuestros rostros están
separados por centímetros. Entro en ella, lento y profundo, haciendo
ondas en el agua.
PROFUNDO.
PROFUNDO.
PROFUNDO.
Cada embestida es la marea de su orgasmo, implacable como el
océano. Dale suficiente tiempo y lo lavará todo.
No puede sostener mi mirada, sus ojos se cierran y hace un sonido
largo e impotente, con sus uñas arrastrándose por mi espalda. Todo
el día estoy duro en la oficina, solo por la sensación de mi camisa
deslizándose sobre esos rasguños.
Cuando se corre, el aroma más increíble se eleva desde su piel. Es
todo lo que amo de la lluvia y de ella. Lo inhalo y me despierto.
Creía que ya había acabado, pero ni de lejos. Lo reviento todo en
destellos de luz e imagen, como si así se hicieran los universos.
Ella me abraza fuerte, tocándome hasta el fondo.
Le susurro ”Te adoro” en el oído.
Los egipcios de antaño adoraban a los gatos, y yo soy el maldito
faraón.
Ella es mi Bastet, diosa de la protección, el placer y la portadora de
buena salud.
Nunca me he sentido mejor, con la piel resplandeciente, y el pecho
como un campeón.
¿Esos otros hombres pensaron que ella tenía suerte?
Yo sé la verdad.
Blake es poderosa.

Pasamos el resto de la noche viendo juntos mi lista de vigilancia.


Estoy haciendo algo que nunca había hecho en mi vida: abrir mis
libros y compartirlo todo.
Blake tiene una pequeña pila de fichas, así que no importa; ella no
puede afectar el mercado, pero está conectada con gente que podría.
Le confío mis próximos seis meses de movimientos.
Ella sabe lo jodidamente grande que es esto, y mantiene su mano
en mi muslo todo el tiempo, acariciando, apretando. A veces dejo que
sus dedos rocen mi polla cuando hace una pregunta, quiere que esté
de buen humor.
Le digo:
―La bolsa de valores es la relación más tóxica que jamás hayas
tenido. Es emocional, basada en el miedo, la felicidad... algo tan
simple como que a Estados Unidos le vaya bien en los Juegos
Olímpicos puede poner a todos de buen humor y las acciones
obtienen un impulso durante las próximas dos semanas. A las
acciones individuales les irá bien en función del rendimiento de la
empresa, pero cuando se publica el informe de ganancias, el daño ya
está hecho y no hay dinero que ganar. Debes identificar patrones
emocionales y predecir cómo responderán otros inversores. Eso es lo
que es el comercio de impulso: es el comercio emocional, y se hace día
a día utilizando la información más actualizada.
La mayor parte de eso ya lo sabe, pero asiente y presta atención de
todos modos porque sabe que la estoy conduciendo por un camino
sembrado de oro.
―Los gestores de fondos de cobertura no son operadores del día,
ni tampoco inversores de valor a largo plazo. Son swing-trading, que
está en medio. Es decir que creo que esta compañía se va a cagar en
la cama con sus ganancias en dos semanas, así que voy a comprar las
acciones de su competidor hoy y venderé sus acciones en corto, y
cuando salga el informe de ganancias, debería ganar dinero con
ambos. Creo que esta empresa constructora obtendrá este contrato
del gobierno, así que la compraré hoy y la venderé en tres meses
cuando obtengan el contrato. Mucho dinero significa grandes
movimientos, pero también significa que estoy cambiando lo que
estoy estudiando: no puedo hacer nada sin que la gente se dé cuenta.
Soy un creador de mercado, y pronto, tú también lo serás.
Me ve al rostro, y el suyo es tan vulnerable como nunca lo he visto.
―¿De verdad lo crees?
―Por supuesto que sí. ¿Tú no?
Ella sonríe y me golpea juguetonamente en el hombro.
―Sí, pero soy una imbécil arrogante.
Me río, pero niego con la cabeza.
―No, no lo eres.
Me ve fijamente a los ojos.
―¿Cómo lo sabes?
―Porque se necesita uno para conocer uno, y en realidad yo soy un
imbécil arrogante.
Eso la hace reír, rico y bajo.
Soy un adicto a eso, debo tenerlo. Más, más, más, más, más.
En voz baja, Blake me dice:
―Eso significa mucho para mí, especialmente viniendo de ti. Todo
el mundo pensaba que yo era estúpida. Peor que estúpida.
Me quedo quieto porque es la primera vez que Blake saca a relucir
voluntariamente algo de su pasado.
Ella me dice:
―No hablé hasta los cinco años, pensaron que era retrasada. Sé que
se supone que no debes decir esa palabra ahora, pero así es como me
llamaron durante años, incluso cuando se dieron cuenta de que podía
hacer álgebra mejor que su estudiante de octavo grado, me llamaron
la retrasada que solo sabe números.
Sé que está hablando de su familia adoptiva. No puedo respirar, no
puedo hablar, pero mierda, quiero hacerlo.
―Honestamente ―dice, viendo inexpresivamente a la mesa de
café, ya no a mi rostro―. Tenían razón. Eso es en lo que soy buena,
las otras cosas son falsas. No soy buena en situaciones sociales. Nunca
me siento cómoda. Es todo un acto, uno que practico y trabajo, y aún
así la cago.
Me arriesgo y acaricio mi mano suavemente por su espalda.
―Todo el mundo está actuando en situaciones sociales.
Ella levanta la barbilla para verme.
―¿Cómo lo sabes? ¿Solo porque tú lo haces? Eso no significa nada,
tú también eres extraño.
―Me gusta pensar en mí mismo como excepcional.
―Por supuesto que sí ―resopla―. Eso solo prueba mi punto
¿cuántas otras personas conoces que dirían eso sobre sí mismos?
Sonrío.
―No los mismos que yo llamaría excepcionales.
Ella no puede evitar reírse. Ninguno de los dos puede, cualquier
cosa parece divertida a través de la lente correcta, y eso es lo que Blake
es: ella es un estado de ánimo que cambia cómo me siento sobre todo
lo demás.
Pongo mi brazo a su alrededor y la acerco.
―Lamento que alguien te haya dicho eso. Eres brillante. Nunca he
conocido una mente como la tuya.
Tomo su barbilla, la inclino hacia arriba y hago que me mire a los
ojos mientras le digo:
―Te admiro.
Es cien por ciento cierto: admiro las cosas de ella que no puedo
hacer, y admiro las cosas de ella que puedo hacer, pero ella lo hace
mejor, o igual de bien.
No digo esas palabras fácilmente.
Blake lo sabe.
Sus ojos se vuelven brillantes y su cuerpo se queda quieto.
―Gracias ―me dice, y luego me besa profundamente.
Las dos horas que paso en el sofá de Ramses viendo sus libros son
literalmente un sueño hecho realidad. La realidad es incluso mejor de
lo que imaginaba, lo cual es raro. Llego profundo con mis fantasías.
Ramses va más profundo. Me enseña cómo funciona su mente,
cómo toma decisiones. Sus historias son lecciones con suficientes
pistas para que yo misma encuentre el mensaje.
Tenía razón: sabe cosas que yo no sé, y habría pagado un alto precio
por lo que me ofrece libremente.
A cambio, le cuento todo lo que he averiguado sobre las empresas
que seguimos. La emoción que siento cuando escribe algo, e incluso
cambia algunas de sus obras, no se parece a nada que haya conocido.
No, borra eso. El mejor momento de toda la noche es cuando
Ramses me ve a los ojos y me dice que me admira.
Maldito infierno. Si alguna vez quiso hacer que me corriera, esa es
la manera de hacerlo. Escuchar esas palabras de un hombre como él,
quiero frotar mi coño solo de pensarlo.
Todo es un sueño hasta que me levanto del sofá y se convierte en
una pesadilla. Mientras hablábamos, estaba sangrando en sus cojines.
El parche que dejé parece la escena de un crimen.
―Estoy tan jodidamente avergonzada.
Mis manos están sobre mi boca, debo estar tan roja como esa
sangre.
¿Tengo catorce? No he cometido un error como ese en mucho
tiempo. El baño debe haberlo traído temprano...
Si Ramses parece disgustado, moriré.
Apenas ve la sangre antes de levantarme y decir:
―De vuelta al baño.
Me retuerzo contra él, diciendo:
―¡Déjame limpiarlo! Mierda, lo siento, te estás manchando los
brazos...
Me abraza fuerte, obligándome a quedarme quieta. Con la frente
cerca de la mía, dice:
―No me importa. Mírame. ¿Parezco preocupado? Saldrá, o no lo
hará. Ni siquiera me gusta mucho ese sofá; me hiciste un favor.
¿Cómo me hace reír cuando me siento tan mal?
Hace un momento estaba empapada de vergüenza.
Sus brazos me llenan de su profunda y constante calma. Su voz
vibra desde su pecho hacia el mío.
―¿Crees que la sangre me apaga? Piénsalo otra vez, me gusta todo
lo que sale de ti.
Me lleva a su dormitorio, pero en lugar del baño, me tira sobre la
cama.
―Las sábanas…
Él pone su mano sobre mi boca.
―Lo único que quiero escuchar de ti es si esto se siente bien.
Desliza un dedo dentro de mí.
―¿Duele? ¿Estás adolorida?
Estoy sensible, pero de una manera que solo amplifica la sensación.
Su dedo es suave y su lengua lame mi clítoris.
―¿Qué tal esto? ¿Esto se siente bien?
―Más que bien ―jadeo.
―Avísame si te duele algo o si quieres que disminuya la velocidad.
Me recuesto y dejo que me lama suavemente mientras su cálida
mano descansa sobre mi vientre como una almohadilla térmica. Se
siente tan relajante que podría llorar, si alguna vez me permitiera llorar
frente a Ramses de nuevo.
Tal vez se escape un poco de humedad por las esquinas de mis ojos,
pero eso solo sucede cuando te acuestas a veces. No significa nada.
Pienso en cómo me miraba mientras me enseñaba en el sofá. Pienso
en cómo sus ojos se arrugaron cuando le di la respuesta correcta o dije
algo ingenioso.
Te admiro…
Empiezo a correrme, suave y lento.
No se detiene; me folla con cuidado con los dedos hasta que su
mano se empapa de rojo.
Cierro los ojos y todo lo que veo es rojo. Todo lo que siento es
placer.
―Eres un animal ―digo cuando puedo hablar de nuevo.
Ramses solo sonríe.
Todos somos animales, nos gusta pensar porque tenemos pulgares
y podemos hablar estamos por encima de ellos, pero no lo estamos.
Tenemos impulsos y deseos, y a diferencia de los animales, podemos
pretender controlarlos. A veces.
Pero esos impulsos son PODEROSOS. Cuando los reprimimos, es
cuando menos control tenemos porque se liberarán.
Ramses me folla como un animal en su cama, y no pienso ni una
vez en las sábanas o en mis malditos cólicos.
Estoy perdida en el placer y el frenesí.
Cuando terminamos, conmigo recostada sobre las grandes losas de
su pecho y Ramses acariciando suavemente mi cabello, dice, con una
extraña vacilación en su voz:
―¿Me acompañarías a algo que tengo que hacer?
―Seguro. ¿Qué es?
―Construí una preparatoria para reemplazar a la que fui. Es una
buena escuela, tienen buenos profesores, pero todo lo que tienen es
una mierda. Hablaré ante una multitud bastante grande, y pensé que
sería bueno tenerte en primera fila.
Me siento sobre mi codo, viendo su rostro.
―No estás nervioso, ¿verdad?
No puedo imaginarlo nervioso.
―No realmente ―se ríe―, pero será mucho más divertido si estás
ahí.
Le frunzo el ceño.
―¿Eres secretamente un buen tipo? Construyendo hospitales,
escuelas…
―Oh, no te preocupes ―me sonríe―. Voy a hacer que le pongan
mi nombre.
Me río, acurrucándome contra su pecho.
―Gracias a Dios. Si no hay nada para ti, me pongo nerviosa.
―Ramses Howell High ―dice como si ya pudiera verlo escrito en
piedra.
―Eso es sexy.
Envuelve sus brazos a mi alrededor, manteniéndome cerca.
―Quiero mostrarles a esos niños de dónde vengo. Es donde
aprendí lo que podría ser, donde comencé a trabajar con Briggs,
donde comencé a tener autoestima de que podía tener éxito.
Estoy caliente todo el camino, la pasión de Ramses irradia dentro
de mí.
―¿Crees que hay alguien ahí que podría ser como tú?
―Probablemente no. ―Se ríe porque realmente es así de
arrogante―. Pero quiero que sean mejores. Los quiero apuntando
hacia arriba en lugar de hacia abajo. Quiero mostrarles que se puede
hacer.
Lo beso, y el beso se convierte en sexo.
Después, estoy de vuelta en sus brazos, con un cielo estrellado
fuera de las ventanas, y un capullo de calor por todas partes. Su mano
me acuna en la parte inferior del estómago, desterrando los cólicos.
Me quedo dormida con él envuelto a mi alrededor, y me quedo ahí
toda la noche.

La próxima vez que visito a Tabitha, ella me ve y sabe exactamente


lo que está pasando.
―Maldita idiota.
Tabitha se ve horrible. Está encorvada, con una bata de terciopelo
agarrada a su alrededor con una mano que parece una garra.
Puedo verme en el espejo detrás de ella, yo estoy floreciendo. Todo
en mí se ve rico y vivo: cabello, piel, ojos, y así es como Tabitha me
está atrapando, así es como sabe que me estoy enamorando de nuevo.
Porque enamorarse se siente como vivir. Se siente como comer y
beber y respirar y correr y volar. ¿Por qué me morí de hambre tanto
tiempo?
―Él no es como Desmond ―digo.
Tabitha me ve con los iris tan nublados y descoloridos como una
canica vieja.
―Todos son como Desmond.
La ira sube a mi garganta.
―¿Los hombres o los Johns?
―¿Cuál es la diferencia? ―No es una pregunta―. Toman lo que
quieren o lo compran. Tenemos suerte cuando se molestan en
comprarlo.
Me levanto de su vieja silla mohosa, seriamente molesta.
―¿Cuándo te volviste tan odiosa?
Ya sé la respuesta. Se volvió odiosa cuando envejeció y se quedó
sola.
Por eso no salgo furiosa de su apartamento.
Me quedo y le preparo el almuerzo con los comestibles que traje.
Comemos juntas y jugamos cribbage. Barajo y reparto cuando es su
turno, sus manos han empeorado.
Incluso si su palabra ya no es un evangelio para mí, incluso si ya
no es mi maestra, sigue siendo mi amiga.
Y la amo. Me doy cuenta de que cuando la veo en su edad más
vieja, más enferma, más débil, más gruñona, todavía siento ese calor
cuando la veo.
Pongo mi mano sobre su vieja garra arrugada. Su piel es suave y
fina, con venas azules abultadas.
―Oye ―digo―. Te amo.
―Oh, Dios. ―Tabitha niega con la cabeza―. ¿Qué demonios te está
haciendo?
Me visto con especial cuidado para el gran discurso de Ramses.
Sé que esto le importa. Quiero que vea que a mí también me
importa.
Está sonriendo cuando me recoge con su nuevo traje burdeos.
―¡Te lo pusiste! ―grito, pasando mis manos sobre la tela.
―Llegó justo a tiempo.
Ramses se ve nada menos que espectacular en ese vino rico y
profundo, tal como sabía que lo haría. El azul es su color, el que más
elige, pero este rojo lo hace parecer un emperador.
Yo llevo un verde azulado profundo y oscuro que combina a la
perfección. Me hace sentir que hay una conexión cósmica entre
nosotros esta noche, aunque me río de ese tipo de pensamiento.
―Gracias por venir conmigo ―dice, pasando su brazo por detrás
de mis hombros. No creo que pueda volver a los asientos de cubo
después de esto. Me acurruco contra él y me quito los tacones de
aguja para poder apoyar los pies en el asiento.
Ramses estaba subestimando cuando dijo que hablaría ante una
multitud bastante grande. El jardín lleno de luces está repleto de
todos los que quieren lucir bien apoyando a las escuelas del centro de
la ciudad, desde el comisionado de policía hasta el alcalde.
El gran rostro de piedra de la nueva preparatoria se eleva detrás
con el nombre de Ramses en letras de tres metros de altura. Lo ve una
vez, con las manos en los bolsillos, sonriendo.
En el momento en que pisa el césped, está repleto de periodistas,
celebridades y tipos de finanzas que compiten por su atención. Él me
mantiene apretada contra su costado, con su brazo alrededor de mi
cintura. No le importa quién nos vea juntos, de hecho, se esfuerza por
presentarme a todos los que conoce.
Está sonriendo, su cabello está más peinado que de costumbre, y
su rostro recién afeitado. Huele tan malditamente bien que me estoy
drogando por la proximidad después de una hora en su brazo.
Briggs se apresura, su cuerpo está metido en un traje caro pero que
no le queda bien, tiene la constitución de un bulldog, una versión más
corta, pero aún más amplia de Ramses. Estoy bastante segura de que
levantan pesas juntos.
Briggs es guapo cuando no está hablando: en el momento en que
abre la boca, sale el acento neoyorquino más horrible. Tiene pómulos
altos, cara ancha, ojos estrechos y nariz ligeramente chata. Sus labios
están llenos, su piel es suave y dorada.
―Me encanta ver a todas estas perras ricas tener los tacones
clavados en el césped. ―Me ve y sonríe―. Excepto tú, por supuesto,
Blake.
―¿De qué parte estoy exceptuada? ―me río―. Porque
definitivamente me estoy quedando atrapada en el césped.
―Sí, pero no disfrutaré de eso ―me promete solemnemente―.
¿Me has elegido una bebé para los Hamptons?
―Sí.
Magda estaba perfectamente dispuesta cuando se lo pedí, y me
encantaría que me ayudara a pelear con Briggs si vamos a pasar un
fin de semana entero muy cerca.
―Ella tiene… ―Briggs hace un movimiento de copa debajo de su
pecho, el signo universal de enormes tetas.
―Lo mejor que jamás hayas visto.
―Sí ―sisea.
Su teléfono vibra en su bolsillo.
―¡Mierda! Esto es...
―Lo sé. ―Ramses asiente―. Vuelve rápido, están a punto de
empezar.
Briggs se va corriendo, respondiendo ya la llamada.
Tan pronto como se va, una culta voz femenina grita:
―¡Ramses!
El cuerpo de Ramses se pone rígido, con el rostro duro como la
madera.
Una elegante rubia se acerca acompañada de un hombre con rostro
de hacha que me resulta extrañamente familiar. Siento una oleada de
vergüenza y un fantasma de placer cuando me doy cuenta de que es
él quien nos atrapó follando en el ascensor.
La rubia pone su mano en el brazo de Ramses que no estoy
sosteniendo.
―Estoy tan orgullosa de ti, hijo.
Las cámaras están parpadeando. Ramses se ve furioso, y el hombre
con rostro de hacha apenas lo está menos. Solo la mujer está
sonriendo, la que aparentemente dio a luz a mi cita.
―¿Y quién es ella? ―pregunta, dirigiendo esa sonrisa tensa hacia
mí.
―Blake Abbott ―dice Ramses, con los labios tan rígidos que
apenas puede hablar. Envuelve su brazo a mi alrededor y me acerca
más―. Mi novia.
Ese es el único momento en que su voz tiene algo de calidez,
cuando dice esas dos palabras: Mi novia. Mi corazón está latiendo
muy fuerte.
―Oh, ¿en serio? ―Su mamá hace una expresión que conozco muy
bien mientras me ve de arriba abajo―. ¿Por cuánto tiempo ha estado
sucediendo esto?
Ya sea que sepa que soy una escort o no, nunca soy popular entre
las mamás. Creo que son las tetas, pero también podría ser mi
personalidad. Simplemente no hacemos clic.
Ramses ignora su pregunta, y entre dientes, dice:
―Yo no te invité.
―¡No seas tonto! ―Ella suelta la risa más falsa que jamás haya
escuchado―. Por supuesto que apoyaré los esfuerzos filantrópicos de
mi hijo. Estaré sentada justo en la primera fila.
―¿Con él? ―escupe Ramses, viendo fijamente a su cita―. Vete a la
mierda.
Gira sobre sus talones y se aleja de ella, con mi mano apretada con
fuerza en la suya.
―¿Era tu mamá? ―le digo, aunque estoy bastante segura de que
ya establecimos eso.
―Sí ―gruñe Ramses.
― ¿Por qué está aquí?
―Para llamar la atención, seguro. ―Entonces, disminuyendo un
poco la velocidad, admite―: Y probablemente para tratar de
reconciliarse conmigo.
No sé si debería hacer la siguiente pregunta, pero tengo que
hacerlo.
―¿Qué te hizo?
Está tan enojado que está temblando. Nunca lo he visto así. Lo alejo
de la multitud, detrás de una pantalla de flores de color crema.
―Oye. ―Pongo mis manos sobre sus hombros y lo veo a los ojos―.
¿Estás bien?
―Sí ―dice, y luego, niega con la cabeza―. En realidad, no.
Pongo mis brazos alrededor de su cintura y lo abrazo, con la mejilla
contra su pecho. Su corazón golpea contra mi oído. Después de un
momento, también me rodea con los brazos y lentamente me acaricia
la espalda. El latido de su corazón se estabiliza poco a poco hasta que
vuelve a un ritmo razonable.
―Ella nos dejó ―dice Ramses―. Dejó a mi papá por un hombre
mejor, y eso es lo que me mata: es un hombre mejor. Mi papá fue un
fracaso.
Su voz es espesa. Sus manos me aprietan cerca.
―Él se puso una pistola en la boca el día de su boda. Ella lo sabía,
y caminó por el pasillo con una sonrisa en su rostro. Que se vaya a la
mierda para siempre por eso.
Cada palabra es una piedra en mi estómago. Cuando Ramses
termina, sus hombros se desploman como si me hubiera pasado algo
de ese peso y lo abrazo con fuerza, feliz de que me lo haya dicho.
―Lo siento mucho.
Es lo que me dijo Ramses cuando le conté uno de mis recuerdos
más dolorosos, y aunque él no era el responsable de ese dolor, su
disculpa me hizo sentir mejor porque es la única que tendré.
Ramses suspira, con su rostro presionado contra mi cabello.
―Gracias. Gracias por estar aquí.
Nos quedamos ahí abrazados el tiempo que sea necesario para que
ambos nos sintamos mejor, luego me alejo un poco para preguntar:
―¿Quién es el ángel de la muerte con el que está?
―Halston Reeves ―me dice―. Dirige Oakmont.
―Ohhh ―digo con el particular placer de finalmente hacer
coincidir el nombre con el rostro―. Ese hijo de puta10.
―Literalmente ―dice Ramses.

10
En inglés motherfucker significa hijo de puta, pero la palabra literalmente significaría follador de
mamá.
Eso nos hace reír de la forma más inmadura.
―Vamos ―le digo―. No querrás perderte tu propio discurso.
―En realidad no pueden empezar sin mí.
Eso es cierto, aunque la organizadora parece extremadamente
apurada cuando finalmente nos ve.
―¡Ramses, ahí estás! Estaba empezando a ponerme nerviosa.
―No te preocupes ―le dice―. Solo estoy medio borracho.
La pobre mujer no sabe si reír o llorar.
―Es broma ―le dice suavemente.
Ramses sube al escenario, y yo tomo asiento en la silla de jardín tres
al lado de su mamá. Ella le sonríe con todos sus dientes y diamantes
a la vista, mientras su marido frunce el ceño.
Briggs cae a mi lado, jadeando levemente, metiendo su teléfono en
su bolsillo. Ve a la mamá de Ramses y murmura:
―¿Qué demonios?
La multitud está llena de ricos y exitosos, pero también veo las
caras de los estudiantes, niños que obviamente se han vestido lo
mejor posible, aunque no tienen esmoquin ni vestido, ni siquiera
camisas abotonadas. Aun así, se peinaron, se amarraron los tenis y se
pusieron las joyas bonitas y baratas que tenían. Están viendo a
Ramses, todos.
Ramses cruza el escenario, enorme y poderoso.
Cuando llega al podio, su mamá grita:
―¡Estoy orgullosa de ti, Ramses!
Su voz es alta y clara en el silencio expectante, y todos se giran para
ver.
El rostro de Ramses se sonroja, sus hombros se ponen rígidos y sus
notas se arrugan en su puño.
Todos están esperando.
Aún así, no habla.
Su mamá se abanica con su programa. Ramses se para detrás del
podio, tratando de ignorarla, pero el movimiento atrae sus ojos una y
otra vez.
Podría matar a esta perra.
En lugar de eso, hago lo que mejor sé hacer: robo la atención de
Ramses.
Descruzo las piernas lenta y deliberadamente, mostrándole que
este vestido no deja espacio para la ropa interior. Es solo un destello
de un segundo, pero él ve y se muerde el labio.
Ahora hay un tipo diferente de color en su rostro. ¿Acabo de hacer
sonrojar a Ramses?
Su sonrisa se abre paso, respira hondo y guarda sus notas en el
bolsillo del pecho.
Viendo a los estudiantes, dice:
―Ramses Howell High... he estado esperando este día por mucho
tiempo, pero si hay algo que he aprendido en los negocios es a no
tener miedo de admitir cuando se ha cometido un error.
La multitud se mueve con inquietud. Este no es el discurso que
esperaban.
Los niños se están animando, él ha captado su interés. Se inclinan
hacia adelante con entusiasmo.
―Cuando tuve la idea de retribuir a la escuela que me hizo, no
pude evitar poner mi nombre en ella. Estoy orgulloso de ser un Titán.
Crecí donde ustedes viven. Pensé que si ponía mi nombre en esa
pared, los inspiraría.
Al unísono, la multitud se vuelve para contemplar el grandioso
rostro de piedra con las letras talladas en forma de serif, de tres
metros de altura.
Ramses los vuelve a llamar con su voz profunda y rica:
―Pero no necesitan ver mi nombre en una escuela para lograr algo
grandioso, ya tienen todo lo que necesitan.
Hay un cambio en el aire, calidez cuando los estudiantes se inclinan
más cerca.
Ramses se pasa las manos por el cabello, alborotándolo.
―Crecí en estas calles. Vivía en la avenida Wyckoff. Mi mejor
amigo Briggs vivía dos cuadras más abajo en Cypress. Sigue siendo
mi mejor amigo y colega.
Briggs se mueve en su asiento, sonriendo tímidamente con los
labios hacia abajo.
―Mi maestro favorito sigue enseñando aquí ―dice Ramses―. Él es
quien me enseñó sobre inversiones. Señor Petersen, levante la mano.
Un hombre extremadamente anciano y de rostro amable con un
suéter tipo cárdigan verde levanta la mano. Los estudiantes gritan y
aplauden, claramente es popular.
Ramses ve a cada uno de los niños por turno.
―Son inteligentes. Tienen pasión. Cuando salgan al mundo,
encontrarán que hay muchos farsantes por ahí, pero cuando
encuentren algo real y auténtico, y les encante… ―Hace una pausa y
me ve directamente a los ojos y luego vuelve a ver a los niños―. No
dejen que nadie se los quite. Ni siquiera yo.
»Ustedes son los Titanes de Brooklyn. Los titanes son valientes. Los
titanes son poderosos. Los titanes cambian el mundo.
»Ahora que veo mi nombre ahí en el concreto, alguien tiene que
quitarlo. Afortunadamente conozco al tipo que lo pagó y está feliz de
hacerlo.
Los niños se ríen, y la mayoría de los adultos también, aunque
algunos todavía parecen preocupados.
―Vamos a quitar mi nombre de la escuela porque no es mi escuela,
es de ustedes, y el señor Petersen va a iniciar un club de inversión. Al
final de cada año habrá una competencia y yo vendré a juzgarla. El
equipo ganador recibirá una beca completa a la escuela de su elección.
Si quieren ponerle mi nombre a algo, llámenlo Ramses' Investment
Club, pero no dejen que NADIE toque a los Titanes de Brooklyn.
Los estudiantes rugen, y la multitud también.
Ramses grita:
―¡Y cuando lleguen a la cima, no se olviden de enviar el ascensor
de regreso!
Ahora los vítores son aullidos. Veo a Ramses con el pecho en
llamas, y él está viendo hacia mí, dándome un guiño. Porque como
sea que llamen al club, lo está haciendo por mí.
El resto del verano pasa velozmente en un hermoso borrón.
Cuando estoy en el trabajo, estoy volando, y cuando estoy con Blake,
estamos perdidos en nuestro propio mundo privado.
Viene dos o tres veces a la semana para jugar a Minx, y le robo horas
cada vez que puedo, quedando con ella para almorzar entre
reuniones o incluso para desayunar un sábado antes de ir a la oficina.
También la llevo a otras citas: asientos de palco en los Yankees,
baile en The Bowery Electric y cenas en el nuevo lugar de April
cuando abre. April nos trae tantos platos pequeños para probar que
no queda ni un centímetro de espacio libre en la mesa. Blake y yo
comemos hasta que suplicamos clemencia, e incluso entonces, April
todavía nos trae tres postres diferentes.
Blake se ha quedado a dormir en mi casa dos veces más desde la
noche en que se durmió en mis brazos. No la presiono para que se
quede, pero lo considero una victoria cada vez que me despierto con
ella todavía acurrucada a mi lado.
Ella nunca dijo nada acerca de que yo la llamara mi novia. No
planeé decirlo, pero seguro que sonó bien saliendo de mi boca.
Quiero que esto sea real.
Lo supe en el momento en que me paré en ese escenario, y mi mente
estaba en blanco mientras mi mamá me sonreía desde su asiento. No
me sacan de mi juego muy a menudo, pero estaba hecho un desastre
esa noche.
Blake supo exactamente qué hacer.
¿Te imaginas a la audiencia desnuda? No, imagina a la chica más
sexy que hayas visto mostrándote su coño, así es como aciertas.
Borró todos los pensamientos furiosos de mi cerebro, así que todo
lo que vi fue su rostro travieso sonriéndome. Recordándome que soy
el mejor porque tengo a los mejores sentados en primera fila.
Sabía exactamente qué hacer después de eso.
Titan High está nuevamente en la fachada de la escuela, y el señor
Petersen ya está aceptando solicitudes para el club de inversión que
comenzará en septiembre. La idea de que uno de esos niños podría
ser el próximo Ramses o Blake, el próximo cerebro brillante que solo
necesita un fuerte empujón para escapar de la gravedad de la pobreza
y lanzarse al espacio... esa posibilidad perpetua, fresca y viva, me
hace mucho más feliz que mi propio nombre en piedra fría y muerta.
El último viernes de agosto me encuentro esperando fuera del
edificio de Blake, con la capota abajo en el Lincoln para empaparme
del sol de color bronce.
Mi teléfono vibra.

Blake: Voy unos minutos tarde, ¿quieres subir?

Estoy en la acera antes de terminar de leer. Tenía muchas ganas de


ver el interior del apartamento de Blake.
Sostengo la puerta de entrada para una mujer que carga con la
compra y la sigo escaleras arriba. Blake parece sobresaltada cuando
responde a mi llamada.
―¿Cómo supiste qué puerta era la mía?
―Lo sé desde hace años.
―¿Y nunca me sorprendiste? Qué considerado de tu parte.
Sonrío.
―Tomó todo lo que tenía. Quería que me invitaras a subir.
―Bueno… ―Blake sonríe―. ¿Qué opinas?
Veo a mi alrededor en el espacio abierto de par en par. Blake tiene
un loft clásico de dos pisos de altura, las paredes son de bloques de
cemento gris pero los pisos son de cálida madera. El espacio es
espartano: no hay un solo electrodoméstico en las encimeras, nada en
la mesa de café. La pared al lado de las ventanas es un tumulto de
plantas: helechos, frondas, árboles en macetas y enredaderas largas y
colgantes.
―¿Te gustan? ―me dice mientras me acerco a su jungla del piso al
techo―. He estado agregando a mi colección. Aún no he descubierto
cómo mantener viva la alocasia, pero los filodendros son bastante
imposibles de matar.
―Hace que el aire huela fresco. ―Debería hacer eso en mi casa.
Estoy viendo alrededor al nivel del suelo―. Pensé que tendrías un
gato.
―He estado pensando en conseguir uno.
―Deberías. Es un cambio de vida.
Blake se ríe, exponiendo esa larga garganta morena y todos sus
hermosos dientes. Lleva un adorable conjunto de encaje con ojales,
una blusa que se ata al frente y una falda de la misma tela. Su
bronceado se ha profundizado durante todo el verano, haciendo que
sus ojos se vean verdes como la hierba de primavera. Su hoyuelo se
ha estado mostrando desde el momento en que entré por la puerta.
Su apartamento huele exactamente igual que ella, lo que significa
que quiero vivir dentro de él para siempre.
Frente a la pared de plantas hay una pared de libros, también de
dos pisos de altura con escaleras rodantes de hierro a ambos lados.
Los estantes están repletos de biografías, ficción, libros antiguos
encuadernados en cuero e incluso algunos libros de texto antiguos.
―¿Has leído todo esto?
―La mayoría ―me dice―. Es la única forma en que puedo dormir
por la noche, pero luego leo hasta las tres de la mañana.
―Yo también tengo problemas para dormir. ―Las palabras salen
antes de que me dé cuenta de que no ha sido tan cierto últimamente.
Especialmente las noches en que Blake se queda a dormir, cuando
duerme en mis brazos, mis sueños son demasiado oscuros y sensuales
para marcharme de ahí.
Paso mis dedos por la mezcla heterogénea de lomos, tratando de
encontrar los libros que hemos leído en común.
―¿Te gustó este? ―Saco Cómo ganar amigos e influir en las personas
de Dale Carnegie.
La copia de Blake está maltratada y amarillenta, el precio está
escrito a lápiz en la solapa interior. La mayoría de sus libros parecen
haber sido propiedad de otra persona primero.
―Me encantó ―dice ella―. ¿No es gracioso cómo un libro escrito
hace cien años es más cierto hoy que entonces?
―La gente no cambia tanto.
―No en las cosas que son ciertas sobre todos nosotros. ―Sonríe―.
Como cuánto nos gusta hablar de nosotros mismos.
―Tú no lo haces ―la contradigo―. Pero todo lo que he aprendido
sobre ti valió la espera.
No tiene fotografías en exhibición, ni recuerdos. Lo más personal
del espacio además de sus libros es el arte en las paredes: docenas de
grabados colgados al estilo de una galería con grandes toques de
color. Algunos los reconozco vagamente de la única clase de
apreciación del arte que tomé en la preparatoria.
Señalo a la exuberante pelirroja con una bata de terciopelo verde.
―¿Quién es esa?
―Bocca Baciata, la boca que ha sido besada.
Efectivamente, los labios pintados de la chica están más rojos que
su cabello y ligeramente hinchados.
―Entonces… ¿fue besada?
―Probablemente ―Blake se ríe―. La modelo era la amante de
Dante Rossetti.
Lucho por recordar una clase de hace veinte años.
―¿No eran la mayoría de las modelos trabajadoras sexuales?
Blake se encoge de hombros.
―La línea entre el trabajo y el trabajo sexual siempre ha sido
borrosa para las mujeres.
Ella ve la pintura, imperturbable, mientras un peso se asienta en mi
pecho. Mi lengua moja mis labios.
―¿Cuándo fue la primera vez que cruzaste esa línea?
Blake se da vuelta, su cabello negro como la tinta se arremolina y
se acomoda alrededor de sus brazos desnudos.
―Depende de cómo lo cuentes.
―¿Cómo lo cuentas tú?
Sus ojos sostienen los míos, claros y sin pestañear.
―Tenía trece años.
Mi estómago da un vuelco lento y mareado. Lo que sea que estaba
esperando que dijera... no era eso.
Ni por un segundo me sentí culpable por pagarle a Blake por sexo,
no hasta este momento.
―No lo hagas. ―me dice, con esa línea de furia apareciendo entre
sus cejas.
―¿No qué?
―No me mires así.
―¿Así cómo?
―Como si fuera una víctima.
―No lo hago. ―Me paso la mano por el rostro―. Es solo que…
¿trece? Jesús, Blake.
―Tengo veintisiete ahora. Eso fue hace más de la mitad de mi vida.
Lo que estamos haciendo aquí ―hace un gesto entre nosotros―, no
tiene nada que ver con eso.
Sé que es una adulta y sé que no quiere mi lástima, pero no puedo
quitarme la imagen de una versión mucho más joven de ella
mordiéndose nerviosamente el labio mientras una versión jodida de
mí saca un billete de cien dólares de su billetera…
―Es exactamente por eso que no hablo de eso ―me dice, con los
brazos cruzados sobre el pecho―. No necesito un caballero blanco, y
seguro que no necesito que te sientas culpable.
―Lo sé. ―Trato de eliminar cualquier mirada en mi rostro que me
esté delatando―. Simplemente me dan ganas de asesinar a alguien,
eso es todo.
―Perfecto ―resopla Blake―. Porque veremos a Desmond en un
par de horas.
Hago una mueca.
―Olvidé eso.
―Y todo es culpa tuya. ―Enlaza su brazo serenamente con el
mío―. Así que eres tú quien tiene que hablar con él.
Ella se inclina por su maleta de fin de semana, pero yo la atrapo
primero.
―¡Yo puedo llevarla!
―No tan fácilmente como yo puedo. ―Cuelgo la maleta sobre mi
hombro y la acerco con mi brazo libre.
No es hasta que estamos en el auto que me doy cuenta de que Blake
ya había empacado y estaba vestida. No se le había hecho tarde en
absoluto, lo que significa que me invitó a subir... simplemente porque
quería.
Ella dice:
―¿Por qué estás sonriendo?
―Estaba pensando que la próxima vez que venga, deberías cocinar
para mí.
Blake niega con la cabeza.
―Solo cocino para mí.
―Pero ese es el punto. ―Lanzo mi brazo detrás de ella mientras
me alejo de la acera―. Es por eso que te tomas tantas molestias, para
poder compartir la comida después, y recibir elogios por tus locas
habilidades.
Aprendí en nuestro primer encuentro cuánto ama los cumplidos.
Pero su expresión es desconcertada, incluso un poco perturbada.
―¿Qué pasa?
Ella deja escapar el aliento.
―A veces olvido lo rara que soy. Nunca he cocinado para nadie, ni
una sola vez. Cuando dices que ese es el punto, tal vez lo sea para
todos los demás. Están todas estas cosas comunes y cotidianas con la
familia y los amigos y la conexión humana... yo me lo perdí, nunca
aprendí, y a veces creo que nunca lo haré.
―Puedes cambiar cualquier cosa que quieras cambiar.
―¿Puedes? ―Es una pregunta genuina. Blake me mira, con el
rostro desnudo―. Hicieron este experimento con gatitos una vez: les
cosieron los párpados durante las primeras seis semanas de sus vidas.
―¿Qué demonios?
―Lo sé, el punto es que cuando abrieron los ojos seis semanas
después, no podían ver. Estaban ciegos para siempre porque la parte
de su cerebro que se marchitó y murió en la oscuridad nunca pudo
recuperarse.
Pongo mi mano alrededor de su nuca y la acerco para poder besar
sus labios calientes por el sol.
―No eres un gatito ciego. Tus ojos nunca han estado más abiertos.
Te estoy viendo experimentar el mundo de una manera nueva, y sé
que lo haces porque a mí me está pasando lo mismo. También me
cosieron los párpados, pero no estamos rotos más allá de la
reparación. Todavía podemos cambiar, lo estamos haciendo juntos.
Mira dónde estás, Blake.
Señalo a nuestro alrededor los imponentes edificios, los arces
azucareros centenarios, los bulliciosos cafés en las aceras, todas las
vistas, olores y sonidos de Manhattan, vivos y vibrantes desde el
descapotable abierto.
―Mira lo lejos que has llegado. Estás aquí donde todos quieren
estar, en la cima del mundo, pero esta no es su forma final: dentro de
diez años, ambos deberíamos ser mejores de lo que somos hoy, y
estoy más motivado que nunca cuando estoy contigo.
Blake me mira con los ojos muy abiertos y brillantes, y los labios
más rojos que la Bocca Baciata.
―Cambias cómo me siento ―susurra―. Cosas que pensé que
estaban talladas en mi alma se derriten y se convierten en algo nuevo
cuando me miras, cuando me tocas así.
Mi mano descansa pesadamente en la parte posterior de su cuello,
y la tensión debajo se libera lentamente.
Cuando está completamente relajada, finalmente le pregunto:
―¿Qué pasó con tu familia?.
La respuesta no estaba en el expediente de Briggs. Todo lo que sé
es lo que Blake ya me dijo: estuvo en un hogar de acogida, y
finalmente, durante dieciocho meses, en Crossroads Juvenile Center.
Su voz cae, apenas audible sobre la música de la radio y el viento
que sopla a nuestro alrededor.
―Realmente nunca tuve una. Mi mamá quedó embarazada a los
dieciséis, al igual que su mamá. Mi abuela era apenas mayor que yo
ahora ―suelta una risa amarga―, y estaba aún menos interesada en
lidiar con el error de mi mamá que con el suyo propio.
Su rostro se acomoda en esa expresión de distante torpeza que la
invade cuando la obligo a rebuscar en sus bancos de memoria.
―Pero por supuesto, no es tan simple si supieras de dónde vienen,
por lo que han pasado ellas mismas... Coney Island fue una mejora.
Todo el mundo elige su escape, el de la abuela fue el alcohol, el de mi
mamá fue la metanfetamina. Mi abuela sigue viva, pero mi mamá
estaba buscando en un hueco sin fondo tan profundo que nunca
regresaría, y un día... no lo hizo.
Blake cierra los ojos.
―Ella ya había dejado de ir a verme mucho antes de eso. En cierto
modo, fue mejor. Las horas que desperdicié en los porches
esperándola...
El espesor en mi garganta hace que sea difícil hablar.
―Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo y cuidar de ti.
Ella niega con la cabeza, rechazando la idea.
―Me hizo quien soy, y lo digo de la manera más literal. Solía vivir
en un mundo diferente a este. Cuando todo fue arrancado… ―sus
manos hacen movimientos en el aire alrededor de su rostro,
arrebatando, rasgando―. Cuando estaba sola aquí en el mundo real,
eso es lo que me obligó a cambiar. Las lecciones fueron brutales, pero
así fue como aprendí.
Su espalda se pone rígida bajo mi mano, el hierro de esas lecciones
atraviesa cada fibra.
―Todos eligen su escape ―repite Blake―. El mío solía ser el
dinero, pero ahora… es Minx.
Lo dice casi como si fuera una sorpresa, como si no se hubiera dado
cuenta del todo hasta este momento de cuánto había suplantado el
ídolo en su mente por algo que vive, respira, crece y cambia cada vez
que lo visitamos. No me canso de Minx porque Minx somos nosotros
experimentando juntos. Es lo que queramos que sea, lo que
necesitamos que sea.
Coloco mi mano sobre la suya.
―Siento lo mismo.
Ambos perseguíamos el mismo objetivo: el número en nuestras
mentes que significa que lo logramos.
Golpeé el mío e inmediatamente comencé a buscar otro. ¿Por qué?
Porque en realidad no sentí que lo logré.
Me sentí... exactamente igual.
Nada cambió hasta que conocí a Blake.
Ahora todo está cambiando, y por primera vez en mi vida, no tengo
un plan, todo lo que puedo hacer es aferrarme a lo que sea y rezar
para no arruinarlo.
Estamos saliendo de la ciudad, bajando por el atractivo Long
Island, una isla que ya no es una isla en absoluto. Cualquier cosa
puede cambiar.
En voz baja, Blake dice:
―Me puso en un hogar de acogida cuando tenía cuatro años.
Durante mucho tiempo, eso fue lo que más me jodió. La mayoría de
los niños bajo cuidado fueron llevados, te contarán sobre el día en que
aparecieron las autoridades y los secuestraron de su escuela, su
departamento vacío, sus papás gritando... pero mi mamá me dejó.
La situación de Blake era mucho peor que la mía, pero algo que
ambos experimentamos fue el día que se fueron nuestras mamás.
Le digo:
―Nunca olvidas la forma de la espalda de alguien cuando se aleja
de ti.
Blake asiente, con los labios pálidos y apretados.
―Ella fue la única persona con la que sentí alguna conexión, la
única persona con la que podía comunicarme. Teníamos estos
pequeños letreros para comida o bebida o mi manta favorita. Todos
los demás, ni siquiera podía entender lo que decían. Ella se agachaba,
me sostenía el rostro, hablaba despacio…
Me pregunto si Blake tiene una imagen de sí misma a esa edad. La
imagen de ella diminuta y vulnerable es una tortura, las palabras en
el aire son como el canto de los pájaros.
―Iba a todas partes con ella. Esperaba en las habitaciones y los
armarios mientras ella hacía lo que fuera en la puerta de al lado.
Dormíamos juntas en la misma cama. Era como si yo fuera parte de
ella y ella simplemente... me soltó. Ella era la lagartija y yo era un
trozo de su cola que quedó atrás.
Pienso en Blake rodeada de extraños balbuceantes, incapaz de
preguntar qué le había pasado a su mamá o si alguna vez volvería.
No sabían cómo cuidarla. No sabían lo que le gustaba.
Hay que prestar atención para entender a Blake. Me gusta bromear
con ella, presionarla, empujar sus límites, pero no voy a andar dando
tumbos como un maldito rinoceronte. Estoy probando esos límites
cuidadosamente, observando su expresión, su lenguaje corporal, su
respiración. A veces sé lo que siente antes que ella.
Pero yo también la cago, porque todavía estoy aprendiendo.
No quiero asustarla cuando comparte tanto, así que mantengo la
boca cerrada y trato con mis emociones imaginando que podría
haberla encontrado, llevado lejos, cuidado de ella. ¿Dónde estaba yo,
qué estaba haciendo entonces?
Vivía a solo un par de vecindarios de distancia en un apartamento
en Bushwick y tenía doce años.
Jesús. Mi mamá se fue ese mismo año…
Blake susurra:
―La extrañé tanto que era como una enfermedad. No comía, me
tuvieron que poner un tubo en el brazo, luego, más tarde… la odié.
Estaba tan jodidamente enojada y a veces todavía me siento así, pero
otras veces pienso… tal vez el día que me dejó fue el único día en que
no fue egoísta. El día que hizo algo difícil por mí porque esperaba que
estuviera mejor.
Hay una larga pausa antes de que agregue:
―No estuve mejor.
Apoyo mi mano en su cabello y la acerco para poder besarla en la
sien.
Un arroyo de árboles pasa por el auto abierto. Afortunadamente, el
tráfico está despejado porque salimos temprano cuando la mayoría
de la gente todavía está en el trabajo.
Incluso los hijos de puta lo suficientemente ricos como para tener
una casa en los Hamptons todavía son arrastrados a la oficina un
viernes, por sus propias compulsiones, si no por un jefe. Ese solía ser
yo, habría ido hoy, pero la atracción por ver a Blake era más fuerte.
Y es por eso que conduzco a través del aire cálido como la miel, con
el cuerpo bronceado de Blake acurrucado a mi lado en el asiento. Su
fascinante voz me dijo lo que he querido saber durante tanto tiempo.
Estoy aquí para escucharla porque dejé ir al ídolo y me agarré a algo
real.
―Cuéntamelo todo ―le digo, con mi brazo envuelto alrededor de
sus hombros.
Blake apoya la cabeza en mi pecho.
―Reboté alrededor de un par de lugares. La segunda pareja con la
que me quedé, en realidad me gustó. La esposa era planificadora
patrimonial y el esposo trabajaba en finanzas. Estaban en casa todo el
día, así que nunca estuve sola, pero estaban callados, solo tecleando
en sus computadoras, en cualquier habitación en la que estuvieran. El
refrigerador estaba lleno, la despensa estaba llena, me dejaban tomar
lo que quisiera. Toda la casa era una biblioteca, había libros en todas
las habitaciones, a veces incluso apilados en el suelo. Ella me dejaba
tomarlos y hojearlos, cualquier libro que quisiera. Yo aún no hablaba,
pero fue entonces cuando las palabras en una página comenzaron a
tener sentido cuando ella me leyó.
―¿Qué te leyó?
Blake se ríe.
―Parque jurásico. Estaba obsesionada con los dinosaurios, y
cuando vi la portada, lo agarré de inmediato. Lo leyó todo durante
un par de semanas, probablemente sin saber si entendía una palabra.
Blake se aferra a mí, recordando a esta mujer que le mostró bondad
en un momento en que todavía estaba flotando, perdida en la
desconexión, cuando todo su mundo era confusión y abandono.
―Y el marido… ―sonríe recordando―. Lo que él estaba haciendo
tenía sentido para mí mucho antes de eso. Puso esta pequeña silla en
su oficina, una diminuta mecedora. Me sentaba detrás de él y miraba
los números en su pantalla.
Su felicidad es dolorosa porque sé que no duró.
―¿Por qué no te quedaste ahí?
Se acurruca contra mí, sus sandalias se deslizaron y quedaron
abandonadas en el piso para poder meter sus pies descalzos debajo
de ella.
―Tuvieron una hija que murió unos meses después de que naciera.
Solía ir a su cuarto y ver sus fotos por todas las paredes. Entraba
Ingrid, la esposa, y me decía lo buena que era la niña Nora, cómo olía
a cielo y lo pronto que se reía…
Blake suspira, su cabeza se siente pesada sobre mi pecho.
―Creo que se suponía que yo tenía que llenar ese hueco, pero las
peleas empeoraron. Al principio lo hacían por la noche después de
que yo estaba en la cama, pero después era todo el tiempo. El marido
pensó que yo no entendía. Él decía: Ella no es Nora, nunca será Nora...
lo cual era cierto. En todas las formas en que lo dijo en serio.
Acaricio su cabello, feliz de que esté recostada contra mí para que
no pueda verme el rostro.
―Cuando se separaron, puede que Ingrid quisiera quedarse
conmigo, no lo sé, el sistema de acogida no deja a los niños con
adultos solteros. El siguiente lugar fue mucho peor, y el siguiente, en
el que me quedé… ese fue el peor de todos.
Estoy acariciando su cabello, calmándola. Calmándome a mí
mismo porque los sentimientos dentro de mí son feos en extremo.
Quiero escuchar más, pero por una vez no voy a preguntar. No voy a
cavar en su lugar más doloroso. Esos huesos pueden permanecer
enterrados para siempre en lo que a mí respecta.
Es Blake la que sigue, la que quiere seguir ahora que hemos
empezado. Se aferra a mí como si pudiera protegerla de todo lo que
sucedió antes, o al menos protegerla de los recuerdos.
―Odiaba a los Clayderman. Eran el peor tipo de papás adoptivos,
los que lo tratan como un trabajo y toman tantos niños como pueden.
Su casa era un ruido constante: los papás gritaban, los niños peleaban,
los perros ladraban, la televisión estaba a todo volumen. Todo estaba
monitoreado, cerraduras en el refrigerador, interminables tablas de
tareas. Algunos de los otros chicos estaban peor de jodidos que yo,
especialmente los adolescentes. Era aterrador, como vivir con perros
callejeros y la mitad de ellos con rabia.
Realmente no sé si puedo manejar esto, agarro el volante para que
no me tiemble la mano.
―Pero fue Davis, el papá... él fue quien realmente descubrió cómo
llegar a mí.
Blake ve fijamente la carretera, con ojos planos e inmóviles.
―Antes me trataba como al resto de los niños, como un recurso.
Para cuidar a los niños gratis, trabajar en el jardín, limpiar después de
ellos, las mascotas, los otros niños... pero luego llegó la pubertad.
―Suelta una risa que no es una risa en absoluto―. Y me puse buena.
Por primera vez veo su extraña y poderosa belleza como realmente
era para una chica en su situación: el peor tipo de maldición. Un
señuelo para los oscuros deseos de cada polla que se cruzaba en su
camino.
―Al principio me ayudó, Davis me dio mi propia habitación y
pensé que me estaba protegiendo de los demás. Hasta que me di
cuenta de lo que realmente quería.
Respiro entrecortada y superficialmente, inundado de todas las
sensaciones de mareo de antes multiplicadas por mil. No quiero
parecerme en nada a este degenerado de mierda.
―Podría haberlos mandado a la mierda, odiaba ese lugar de todos
modos, pero Sadie... ―Blake hace un sonido ahogado y deja de
hablar.
»Había otra chica ―dice por fin, y luego, muy suavemente―: Mi
hermana. No por sangre, pero decidimos... que lo éramos.
Mi pecho arde, y la beso en la coronilla de su cabeza.
―Si le decía a alguien lo que estaba haciendo Davis, nos hubieran
separado y nos hubieran enviado a nuevos lugares y nunca hubiera
vuelto a ver a Sadie. Ella era pequeña, pequeña como yo cuando
llegué. Mi mamá ya había muerto; Sadie era todo lo que tenía, y yo
era todo lo que ella tenía. Así que tomé una decisión.
Levanta la cabeza y me mira, finalmente respondiendo mi
pregunta en su totalidad.
―Cuando tenía trece años comencé a hacerle una mamada a la
semana. Ese fue el trato que hicimos. No presionó por más, y no le
dije a nadie, y eso continuó durante tres años.
―Eso no es… ―Tengo que parar e intentarlo de nuevo―. Eso no
es una elección. Eras una niña.
Se encoge de hombros.
―Menos niña que la mayoría.
No puedo detenerme ahora que ambos estamos en el fondo del
pozo.
―¿Qué pasó?
Su labio se curva, mostrando un destello de dientes.
―Él no cumplió con su parte del trato.
―¿Intentó tomar más?
―Y se lo di… seis veces con un cuchillo de cocina.
Dejo escapar el aliento que estaba conteniendo, bañado en un
placer al rojo vivo.
―Buena chica.
―El juez no estuvo de acuerdo. Me envió a Crossroads.
―Lo sé ―admito―. Estaba en el expediente de Briggs, pero eso fue
todo, eso es todo lo que sé que no me dijiste.
Ella se encoge de hombros.
―No me conocías entonces, y yo no te conocía.
―Pero lo haces ahora. ―Mis dedos acarician su hombro desnudo.
Su hoyuelo se asoma a la vista.
―Estoy empezando a hacerlo.
Sonrío con el tipo de sonrisa que solía aparecer una o dos veces al
mes, pero que ahora parece estar permanentemente pintada en mi
rostro.
―¿Y te gusta lo que ves?
En voz baja, me dice:
―Gustar no empieza a cubrirlo del todo.
De repente estamos en nuestra pequeña burbuja de aire. Blake me
mira a los ojos y yo veo a los suyos, y no decimos nada porque nos
hemos vuelto muy buenos hablando sin palabras.
La beso. El beso dura tanto que el auto se desvía.
―Será mejor que lo pongas en piloto automático si vas a actuar así
―bromea cuando he evitado por poco matarnos a los dos.
―Pero entonces perderíamos el asiento.
―Cambié de opinión. ―Ella se acurruca contra mí―. Vale la pena
morir por eso.
Mientras pasamos por Westbury, me siento lo suficientemente
tranquilo como para preguntar:
―¿Qué le pasó a Davis? ¿Está muerto?
―No ―dice, sonando un poco molesta.
―¿Alguna vez le dijiste a alguien lo que hizo?
Ella niega con la cabeza.
―Incluso Sadie no lo sabe, nunca le dije a nadie hasta ti.
No sé cómo eso podría hacerme sentir tan bien dadas las
circunstancias.
Debe ser esto: la confianza de Blake vale más para mí que cualquier
cosa que posea.
Me dejo caer en una fantasía al estilo Batman de conducir a la casa
de Davis Clayderman en medio de la noche para exorcizar alguna
emoción.
―¿Alguna vez te preocupa que pueda volver a hacerlo?
Blake resopla.
―No donde lo apuñalé.
Me río de su cara de satisfacción y ella se ríe de mi risa porque la
parte idiota de nuestro diagrama de Venn se solapa
maravillosamente.
―Tu turno ―dice Blake.
―¿Qué quieres saber?
―Dime…. ―Ella se asoma por debajo de su flequillo―. Dime algo
que nunca le hayas dicho a nadie antes.
Busco el recuerdo adecuado para ofrecerle a cambio del suyo.
―Te diré algo un poco vergonzoso.
―Perfecto. ―Ella sonríe.
―Como mencioné... fue mi papá quien eligió mi nombre.
Blake asiente, se recuesta en el asiento y me ve al rostro.
―Mis papás eran jóvenes cuando se conocieron. Trabajaban en el
mismo restaurante de panqueques, mi mamá como mesera, y mi papá
en el pozo de platos. Él era un soñador, tenía toda esta ambición,
todas estas ideas. Mi mamá quedó embarazada accidentalmente y
joven, no tan joven como la tuya, pero lo suficientemente joven como
para contarte cómo arruiné su cuerpo para siempre. Se casaron y se
fueron a vivir juntos, y fue entonces cuando comenzó a darse cuenta
de que los sueños no valen una mierda cuando tienes facturas que
pagar y un bebé en la cadera.
Blake sonríe con tristeza, con su mano en mi muslo.
Le digo:
―Mi papá se llamaba Chris y lo odiaba.
Una risa brota de Blake, y trata de sofocarla hasta que ve que la hice
reír a propósito.
―Así que me llamó Ramses y llenó mi cabeza con sueños del
imperio que construiríamos juntos.
Blake se anima, dejando caer su mano.
―¿Era egipcio?
―Si te refieres a si tenemos parientes que una vez vivieron en
Egipto, entonces sí, pero ninguno de nosotros ha visto nunca una
pirámide.
Está perdida en risas.
―¿Te llamas a ti mismo Faraón y nunca has volado tu pequeño
avión ahí?
―He estado ocupado, y quiero que sepas que mi jet es cualquier
cosa, menos pequeño.
No puedo dejar de hacerla reír, haré cualquier cosa para escucharla,
y si nunca llego al final de esta historia, ¿a quién le importa? Todo lo
que quiero es a esta mujer a mi lado, riéndose a mis expensas.
―Como sea ―digo, fingiendo estar molesto―. El problema es… que
mi papá no es tan inteligente como yo. Lo descubrí cuando tenía unos
ocho años. Sus esquemas, sus trucos, quedaron en nada porque eso
es todo lo que eran: grandes sueños con planes de mierda para
respaldarlos.
―Todavía hablas de él en tiempo presente ―dice Blake.
Me detengo para repetir mis propias frases.
―Tienes razón.
―Yo también, a veces. A pesar de que mi mamá tiene mucho
tiempo que murió.
Ninguno de los dos se ríe más.
Blake es una lente que magnifica todo lo que estoy haciendo con
ella. Haciéndolo lo más cercano, lo más intenso que jamás se haya
sentido, incluso cuando estamos perdidos en la fantasía.
Ahora ella ha apuntado ese foco hacia algún lugar donde nunca
veo, y no puedo ignorar lo que veo.
―Yo no lo respetaba. A veces lo odiaba, especialmente después de
que mamá se fue. Me sermoneaba, que debería hacer esto, que
debería hacer aquello... una vez que comencé a ganar dinero, le dije
directamente al rostro que no quería ser como él en nada.
Recuerdo cómo dejó de hablar, cómo su rostro se hundió
lentamente, sus hombros también. Como si le hubiera quitado todos
los huesos.
―Desearía nunca haber dicho eso. ¿Cuál era el punto? Ya la había
perdido. Ya estaba en espiral.
Estoy expresando mis pensamientos en voz alta, escuchándolos
cuando salen de mis labios.
El arrepentimiento es un río que fluye profundo y oscuro y para
siempre.
Las cosas que no puedes recuperar...
Las cosas que no puedes cambiar...
Mi papá se suicidó ese mismo año.
Siento la mano de Blake, fresca y suave contra mi mejilla. Gira mi
cabeza y me obliga a verla.
―Lo siento ―me dice―. Lamento que ella se haya ido y lamento
que él se haya ido.
La simpatía es diferente cuando proviene de Blake; de ella, se siente
como comprensión.
Envuelve sus brazos alrededor de mi cintura y me abraza fuerte,
con su cabeza contra mi pecho.
No estoy tratando de sentirme mejor. No estoy tratando de ser
consolado, pero cuanto más me abraza, más se extiende su calor por
mi cuerpo.
―Gracias ―le digo con una mano en el volante, y la otra acunando
su cabeza.
Pasamos por un parque de diversiones, los bucles distantes de las
montañas rusas se recortan contra el cielo.
Blake se sienta, y su hoyuelo parpadea a la vista.
―Entonces, ¿a quién querías parecerte? ¿Cuál era tu estrella
brillante?
Pregunta porque sabe que yo tenía una.
Blake también tenía una: el número en su mente y lo que
significaba: un castillo, una cocina, una biblioteca… esos eran los
sueños que usaba para escapar de su realidad. Las metas que la
motivaron a trabajar y trabajar y trabajar para salir de la mierda.
―Eso es lo que estaba tratando de decirte. El día que vi la vida que
quería...
Blake se acomoda contra mí, sonriendo.
🎶 Whole Lotta Money - BIA
―Entonces, en la preparatoria Briggs y yo comenzamos a comprar
autos en subastas y a venderlos. Compramos un Spyder del 67,
jodidamente hermoso. Hubiera matado para quedármelo, pero
entonces era una perra arruinada; me tomó todos mis ahorros solo
para comprarlo, y pasamos el verano arreglándolo. En septiembre, se
lo vendí a un operador.
Puedo imaginármelo perfectamente, deslizándose al volante de mi
auto: un saco de traje a medida tirado descuidadamente en el asiento
trasero, bronceado en abril de donde quiera que hubiera estado
viajando, viendo el mismo precio que una educación de Harvard
brillando en su muñeca. Pagó en efectivo por el auto, pero lo que
envidié fue su confianza: la forma en que me regateó y luego me dio
mil dólares extra 'por el ambientador', para mostrarme que todo era
un juego para él, uno que estaba ganando sin esfuerzo.
―¿Por qué es tan vergonzoso? ―me pregunta Blake.
―Porque viendo hacia atrás, él no era nadie, probablemente solo
un operador de piso como Jonesy o Pennywise, pero tomó mi auto, y
cuando se alejó… parecía que tenía todo lo que yo quería.
―Eso no es tan malo ―me dice―. Creí que te habías metido en las
finanzas para presentarte ante Halston Reeves.
Niego con la cabeza.
―Cuando elegí mi carrera, en realidad fue solo porque envidiaba
a un tipo al azar.
Blake sonríe.
―Me gusta más eso.
Su mano se desliza por mi regazo, encontrando fácilmente mi polla
dentro de mis pantalones. Sus afiladas uñas trazan su forma, rozando
contra la cresta donde la cabeza se encuentra con el eje.
Mi polla se hincha hasta que es extremadamente incómoda dentro
de mis pantalones. Implacablemente, traza cada centímetro de un
lado a otro, bajando por el eje, subiendo por la cabeza, hasta que estoy
palpitando como un tambor.
Me desabrocha los pantalones, la cremallera se abre como un dique
y mi polla salta libre, caliente en el aire fresco. Toma la cabeza en su
boca asfixiándome en sus labios aterciopelados e instantáneamente
todo se siente el doble de bien: el sol en mi piel, la brisa en mi cabello,
el volante bajo mi palma. Todo es placer cuando mi polla flota sobre
la superficie de su lengua.
Se desabrocha el cinturón de seguridad para poder arrodillarse en
el asiento con la cabeza balanceándose en mi regazo y el trasero hacia
la ventana lateral. Apoyo mi mano en la parte baja de su espalda en
el parche de piel calentada por el sol entre su blusa y la cintura de su
falda.
Conduzco en el carril de la izquierda lo suficientemente rápido
como para que la mayoría de las personas no se den cuenta de lo que
sucede un automóvil más allá. El tráfico es escaso, y los otros
conductores están encerrados en su propio pequeño mundo.
Pero el trasero de Blake contra la ventana lateral es difícil de
ignorar. Pasamos a un tipo de veintitantos en un Civic que mira hacia
arriba y luego se congela como si hubiera visto un ciervo, solo que
esto es un maldito unicornio.
Dejo que mi mano se deslice hacia abajo para que el trasero de
Blake llene mi palma, presionando el acelerador para que el auto
avance.
Volamos por el camino con la boca de Blake empapando mi polla.
El viento acaricia como dedos mi cabello y mi piel. El placer crea más
placer, eso es lo que estoy aprendiendo.
El tipo del Civic no puede evitarlo, acelera para igualar mi ritmo
manteniendo su auto justo al lado del mío para que sus ojos puedan
recorrer el cuerpo de Blake mientras ella me da el tipo de mamada
que un hombre solo podría soñar recibir una vez en su vida. Esto
podría ser lo más cerca que este chico jamás estará.
Lo dejo ver durante un buen minuto y medio antes de seguir
adelante, sonriendo para mis adentros.
El auto ruge por la carretera con Blake atacando mi polla. Ella me
chupa como un demonio, acariciándome con la mano. Es una batalla
entre mi atención en el camino y el clímax que ella está decidida a
sacar de mí. Ni siquiera lleva el cinturón de seguridad, podría
estrellarme y matarnos a los dos.
Es el riesgo lo que me pone más duro que el hierro, y su boca me
empuja más cerca del límite. Estoy montando en la línea, con los ojos
fijos en el asfalto mientras mis caderas se empujan en esa calidez y
humedad, y mi mano libre sujeta detrás de su cabeza.
Me chupa más fuerte y más rápido, su mano bombea al mismo
tiempo que su boca, pero son los ruidos los que me atrapan, cuando
comienza a hacer pequeños jadeos ansiosos, hambrienta, no, voraz...
El primer chorro golpea su lengua, ella agarra la base de mi polla y
gruñe de placer, chupándome con fuerza la cabeza, y exploto en su
boca con ambas manos agarrando el volante.
El mundo se convierte en un rayo de luz y color a medida que
avanzamos por el camino, y el tiempo se deforma con cada caricia de
sus labios. El volante parece temblar bajo mis manos, o tal vez yo
estoy temblando, todo lo que sé es el puro y perfecto placer de estallar
en toda su lengua.
Blake se sienta sonriendo, limpiándose la boca con el dorso de la
mano.
―No nos mataste.
―Todavía podría, así que abróchate el cinturón.
Todo se siente flojo y tambaleante, especialmente el volante debajo
de mi mano.
Su rostro brilla con satisfacción.
―No sé si alguna vez te he sentido tan duro.
―Bueno... ―No puedo ocultar mi sonrisa.
Le cuento lo que pasó con todos los mismos sentimientos surgiendo
de nuevo: el exhibicionismo de sacar mi polla en un descapotable, el
placer del viento y su boca cálida, la emoción cuando el otro auto se
detuvo junto al nuestro y vi los ojos de ese chico salirse de su cabeza.
Blake se sienta de rodillas en el asiento, con el viento formando un
tornado con su cabello. Las partes más brillantes del verde en sus ojos
brillan como el cristal.
―¿Él estaba viendo? ¿Cuánto tiempo?
―Mientras yo lo dejé.
Presiona ambas manos contra sus mejillas, avergonzada pero más
excitada.
―¿Qué hiciste?
―Le di una mirada así ―levanto una ceja y doy un pequeño tirón
de mi barbilla―, para decir, Sí, es exactamente tan bueno como crees que
es.
Blake se echa a reír a carcajadas encantada con esta mini narración
que ocurrió justo a sus espaldas, o detrás de su trasero, supongo.
―Mierda, eso me excita.
Sus mejillas se vuelven rosadas y sus hombros también. Su cuerpo
se ve tan malditamente bien en ese top atado. Cuando se mueve
parece bailar, incluso cuando solo levanta una mano.
Toca el medallón de San Cristóbal que cuelga del espejo.
―¿Era de tu papá?
―Sí. Él me lo dio cuando era niño. Después de que mi mamá se
fue, me lo quité y lo tiré en un cajón, luego, cuando él… lo encontré
cuando limpié su casa, y lo colgué en ese espejo. ―El medallón brilla
como un ojo parpadeante―. Aunque me hace sentir como una mierda
cada vez que lo veo.
―Probablemente por eso lo colgaste ahí.
Miro a Blake, sobresaltado.
Ella dice, como si fuera obvio:
―Eres un poco masoquista. Las horas que trabajas, la forma en que
entrenas ese cuerpo... he visto esas cajas de pollo y arroz apiladas en
el refrigerador.
―Eso es disciplina, no masoquismo.
―Okey ―Se encoge de hombros―. Pero sé cómo se ve castigarte a
ti mismo.
―Prefiero castigarte a ti. ―Mi mano se extiende para agarrar la
base de su cuello.
―¿En serio? ―Me da su sonrisa más malvada―. Porque creo que
te gusta recompensarme aún más…
Se recuesta contra el asiento, separando las rodillas. La falda de
encaje apenas cubre la parte superior de sus muslos largos y morenos.
Un delta de algodón suave se asoma en medio.
🎶 Go To Town - Doja Cat
―Desabróchate la blusa ―gruño.
Sus dedos me provocan abriéndose los botones uno a la vez,
revelando otra pulgada de piel. Desata la parte delantera de la blusa
y la deja caer, dejando al descubierto sus pechos. Sus pezones se
tensan bajo mi mirada.
―Buena chica, ahora quítate la ropa interior y pon los talones en el
tablero.
Obediente, engancha los pulgares en la cintura de su tanga y se la
baja por los muslos. Arroja su ropa interior al suelo del auto, y luego
apoya los pies descalzos en el tablero, con los dedos de los pies contra
el parabrisas.
Toco su coño, hundiendo dos dedos profundamente en su calidez
acolchada.
―Pequeña zorra sucia… ¿te mojaste tanto chupando mi polla?
Ella levanta sus caderas apretando alrededor de mis dedos, cierra
los ojos y gime suavemente. Presiono dentro de ella, deslizando mis
dedos lentamente dentro y fuera, sintiendo lo cálida que está, sus
paredes interiores palpitan…
Inhalo su aroma de mi mano, el bouquet de su excitación como el
vino. Pruebo su humedad resbaladiza, dejando que se disuelva en mi
lengua.
Conducimos a través de tierras de cultivo con puestos de productos
a la orilla de la carretera y pequeños cafés para camiones. Blake se
reclina, su cuerpo desnudo imita la forma ondulante de las colinas.
Los dedos de sus pies pintados brillan como joyas a la luz del sol que
se refleja en el cristal.
―Abre tus piernas ―le ordeno.
Mueve las rodillas para que tenga acceso completo a su pequeño
coño mojado. Separo sus labios con mis dedos, exponiendo el
delicado interior rosado al sol y al aire. Blake jadea, y su coño palpita
sin poder hacer nada. Sus rodillas se juntan y las empujo para
separarlas, ladrando:
―Mantenlas separadas.
Blake lanza miradas rápidas a los otros autos, su excitación lucha
contra su vergüenza, sus mejillas están ardiendo y su coño está
reluciente.
La mayoría de los vehículos están demasiado bajos para ver lo que
estamos haciendo, pero cualquier persona en un camión tiene una
vista elevada. A medida que nos acercamos a un camión de 16 ruedas,
el conductor mira por su espejo retrovisor.
―Abre ese coño y fóllame los dedos.
Blake levanta las caderas del asiento con los pies en el tablero como
si tuviera los talones en los estribos. Ella monta mis dedos con la
espalda arqueada y las tetas desnudas apuntando hacia el cielo.
Paso zumbando junto al camión, y la boca del conductor cuelga
abierta, con su nariz presionada contra la ventana lateral.
Poner celosos a los hombres es mi nueva perversión favorita.
Las mujeres nunca podrían entender el nivel de competencia entre
los hombres. Nuestro mundo es comparación, ya sean chicas, fustas,
patadas o pollas, queremos saber que estamos a la altura.
He hecho este viaje muchas veces en este auto, pero esta es la
primera vez que tengo a alguien conmigo.
Ese conductor y yo estamos viviendo dos vidas completamente
separadas, pasándonos por un momento en el tiempo. Yo me bajo en
los Hamptons, probablemente él tome la siguiente salida para
entregar aguacates. Él ya sabe quién de nosotros está ganando, pero
hoy no fue: Oh, mira, ese tipo tiene un buen auto... hoy fue: Ese tipo lo
tiene todo.
No soy el primer auto clásico por el que pasa; lo hace todo el día.
De hecho, probablemente vea a alguien enloqueciendo una vez a la
semana, pero él nunca ha visto algo así.
La comparación es el punto de control para medir tu propio éxito.
Mira quién soy, Mira en quién me he convertido, solía conducir este
auto en esta carretera... pero ahora tengo a esta jodida mujer
fenomenal conmigo, y la vida no podría ser mejor.
Blake se siente como un trofeo, pero no lo es. Me he alojado en los
resorts bougie, he comido en los mejores restaurantes, he pasado
tiempo con gente impresionante. No se siente así.
Blake entiende cosas sobre mí que nadie más entiende.
Algo en nosotros está cableado de la misma manera, y fluye entre
nosotros como una corriente.
El sexo ha ido mucho más allá del sexo. Es vinculación, es
relajación, es juego, es catarsis profunda y oscura.
Mis dedos hacen sonidos húmedos y descuidados mientras
bombeo dentro y fuera del coño de Blake. Mi polla se derrama fuera
de mis pantalones a media cremallera.
Volamos cada vez más rápido por la carretera, el motor emite un
gruñido bajo, mientras la ráfaga de viento combate el calor del sol. La
piel desnuda de Blake arde como el metal, el sudor cubre sus pechos.
Sus mejillas son carmesíes, su coño se aprieta como un tornillo de
banco en mi mano.
Mi brazo es de acero, mi bíceps arde. No me detendría aunque
estuviera a punto de perder una mano.
Blake cabalga sobre el límite, con la mandíbula apretada y
mostrando los dientes como si estuviera mordiendo un alambre.
―Córrete para mí ―le digo, y la veo explotar.
Ramses y yo nos detenemos para comer rollos de langosta en East
Hampton, luego hacemos el corto viaje en auto hasta una casa de
paredes azules apartada de la carretera en un bosque de magnolias.
El buzón dice Sundune.
―¿Es tuya?
Ramses asiente.
―Está un poco golpeada, pero me gusta estar en el límite de todo.
Sundune no es tan grandiosa como la propiedad de Desmond, pero
es mucho más privada, ubicada en una ventosa lengua de tierra en la
punta de la península. El jardín enredado da paso a dunas de color
blanco hueso y olas impetuosas.
Briggs sale por la puerta principal tan pronto como nos detenemos,
saca nuestras maletas del maletero y ayuda a Ramses a llevarlas
adentro.
―¿Dónde está mi cita? ―exige.
Yo digo:
―Ella viene en el tren.
―¿Estará aquí antes de la cena?
―Sí, en una hora o dos.
―Bien. ―Briggs asiente―. ¿Le dijiste que se vistiera de zorra? Voy
a ser un pavo real en toda esta fiesta.
―Sí ―le digo, manteniendo mi rostro cuidadosamente suave.
Ramses me da una mirada aguda.
Cuando Briggs está fuera del alcance del oído, dice:
―¿Invitaste a Magda?
―Sí, pero ella canceló esta mañana ―admito―. Tuve que
encontrar un reemplazo de última hora.
La mamá de Magda tiene una infección respiratoria. No estaba
molesta, pero tuve que luchar para encontrar a alguien que estuviera
libre todo el fin de semana.
―Briggs no se dará cuenta ―dice Ramses.
Hago una mueca.
―Él podría hacerlo.
Me dirijo al dormitorio para colgar mi ropa. Traje demasiados
conjuntos porque estoy nerviosa. Poner a Ramses y a Desmond juntos
en una habitación es una idea sumamente mala, especialmente
cuando sé que Ramses solo me trajo aquí para molestar a Desmond.
Ramses ya colgó sus camisas y pantalones, impecables en sus
perchas. Ahora está guardando nuestras maletas ordenadamente en
el armario del pasillo. Sus artículos de tocador se alinean como
soldados debajo del espejo del baño.
Todo lo que hace es intencional. Eso es lo que lo hace poderoso:
tiene el control de su mundo.
Cuelgo mis vestidos junto a sus camisas, divertida de que sus
camisas sean más largas. Es tan grande que hace que todos los demás
parezcan pequeños.
Me gusta cómo se ve nuestra ropa en el armario, como si nuestras
sombras estuvieran colgadas una al lado de la otra. Me gusta
compartir un lavabo doble, Ramses a la izquierda, yo a la derecha.
Sobre todo, me encanta saber que me voy a quedar dormida en sus
brazos esta noche. Solo me he permitido quedarme a dormir en su
casa tres veces. Fue el mejor descanso de mi vida, caliente como una
tostada y seguro como un ladrillo de oro en Fort Knox.
Me asusta lo mucho que estoy disfrutando mi tiempo con Ramses.
La felicidad me asusta. No estoy acostumbrada a esto, y me aterroriza
lo doloroso que se sentirá cuando me lo arranquen.
No sé cuándo sucederá ni cómo me estallará todo en la cara, pero
esto lo sé con certeza: nada dura. La gente cambia, envejece, muere,
decide que ya no te quiere. Venimos a este mundo desnudos y solos,
y así lo dejamos.
Aún así, esta mañana corté el último cordón que me ataba a la
cordura: llamé a Lukas Larsen y terminé nuestro acuerdo.
Todavía no le he dicho a Ramses.
La mitad de mí no puede esperar para hacerlo, pero la otra mitad
se esconde, temerosa de que incluso Ramses no se dé cuenta de
cuánto lo impulsa la persecución. Cree que me quiere ahora, pero una
vez que me tenga, ¿seré solo una casilla marcada?
Ese es el gremlin11 en mi mente.
Pero nada se sintió tan bien como conducir por esa carretera. Me
abrí a Ramses, en todos los sentidos de la palabra. Hay una libertad
brillante e imprudente en arriesgarse a ese tipo de daño.
Asoma la cabeza en el armario.
―¿Qué te está tomando tanto tiempo?
―Estaba tratando de decidir qué ponerme esta noche.
―Me gusta lo que tienes puesto.
―No creo que sea lo suficientemente elegante. Además, me puse
sudorosa en el camino hacia aquí.
Ramses me agarra, acariciando su rostro contra un lado de mi
cuello y lame justo debajo de mi oreja, saboreando la sal en mi piel.
―Me gustas sudada.

11
Un duende travieso imaginario considerado responsable de un problema o falla inexplicable.
El calor se propaga por todas partes que toca. Pongo mis brazos
alrededor de su cuello y lo beso profundamente, saboreando mi
propia sal en su lengua.
Cuando nos separamos, me dice:
―Briggs irá a recoger a su cita. ¿Quieres acompañarnos?
―Será mejor que lo hagamos.
Sigo a Ramses escaleras abajo, sobre tablas del suelo que crujen,
hinchadas por el aire salado del mar y arena en las grietas.
Briggs nos espera en la cocina, sirviendo bebidas.
―¿Qué es esta mierda? ―Ramses examina la botella con
desagrado.
―Las licorerías están vacías ―dice Briggs―. Los Hamptons están
inundados ahora que todo está abierto de nuevo. Dicen que será la
temporada de fiestas más grande desde Gatsby: hay escasez de
rosado y cloro en todo el estado.
Ramses toma un sorbo de su bebida, hace una mueca y tira el resto
por el desagüe.
Tomo un trago del terrible whisky escocés de Briggs, con la
esperanza de que me quite los nervios.
Briggs se toma su doble aún más rápido, aunque no parece
nervioso en lo más mínimo.
―Dios, esto es basura ―dice, tirando el resto de la botella a la
basura―. Robémosle algo mejor a Desmond.
―Iremos en mi auto. ―Ramses agarra las llaves.
Me divierte que ni siquiera permita que Briggs lo lleve.
Briggs apoya la mano en el marco y salta al asiento trasero del
convertible como si nunca hubiera oído hablar del whisky escocés. Es
irritantemente atlético y nunca lo he visto lucir incómodo.
Ramses nos lleva a la estación de tren de Montauk, que parece una
gran granja blanca. El tren de dos pisos se detiene y una cantidad
sorprendente de personas se derraman.
―¿Ves? ―pregunta Briggs.
Los fines de semana se apresuran a bajar de la plataforma con
maletas colgadas de los hombros, hieleras y toallas de playa debajo
del brazo. Escaneo la multitud en busca de una cabeza rubia familiar.
Sadie baja saltando los escalones con un top morado, pantalones
cortos de color amarillo brillante y lentes de sol en forma de corazón,
con el cabello recogido en coletas rechonchas. Briggs ve las picaduras
de mosquitos en su pecho con una expresión de horror.
―¿Qué diablos, Blake?
―Briggs, esta es Sadie. Sadie, este es Ramses.
―¡Hola! ―gorjea Sadie. Su nariz está quemada por el sol y pelada.
Briggs hace un puchero mientras Ramses toma la mano de Sadie y
la estrecha.
―¡Estoy tan feliz de que hayas podido venir!
Sadie ve a Ramses con los ojos muy abiertos, luego se vuelve y me
gesticula ¡Maldita sea!
—¡Blake! ―Briggs me susurra al oído―. ¡Específicamente pedí rubia,
alta, tetona, súper sucia y católica! Solo tienes uno de cinco.
―De hecho, obtuve dos de cinco.
Briggs hace una pausa.
―¿Cuáles dos? Espera, ¿cuáles dos, Blake?
Me acerco a Sadie para poder cortarle el paso antes de que se le
escape algo.
Ella está hablando con Ramses a toda velocidad, pero solo sobre
cronuts, así que estamos a salvo por ahora.
―Las donas son mi cosa favorita literal, y los croissants
definitivamente están entre mis seis primeros, pero de alguna
manera, cuando los juntas…
Briggs entrecierra los ojos hacia Sadie.
―Pareces familiar.
Sadie, que es una terrible mentirosa, hace una mueca como si se
hubiera tragado una rana.
―Tal vez hemos estado en algunas de las mismas fiestas. Fiestas
de corredores de bolsa. En Wall Street.
Le piso el pie para decirle que se calle.
―¡Ay! ―dice Sadie―. ¿Por qué me pisas?
―¿Deberíamos irnos? ―Ramses sonríe―. Briggs, sé un caballero,
ayúdala con sus cosas.
Parece que Briggs preferiría acostarse en las vías del tren que tocar
la desvencijada maleta con ruedas de Sadie y la pila de artículos de
playa metidos en dos bolsas de compras de CTown.
―Será mejor que me dejes a mí. ―Sadie levanta alegremente su
maleta―. El mango se sale.
―Creo que puedes pagarte una nueva ―bromeo con ella, tomando
sus bolsas de compras―. Hiciste dinero este año.
―Sí ―murmura Sadie para que los hombres no la escuchen―. Pero
me lo gasté todo...
―¿Qué? ―susurro y grito―. ¿Qué compraste?
―A Flightline ―dice Sadie con alegría culpable.
―Sadie…
―¡Ya sé, ya sé! Pero es increíble, Blake, lo digo en serio, apenas
estamos comenzando...
Los caballos de carreras son la apuesta más grande que existe. Es
una ruleta con sudor y monturas, y mi hermana me dice que acaba de
gastar las ganancias de su vida en un potro que apenas ha ganado un
puñado de carreras.
Me gustaría agarrarla a golpes, pero son solo unos pocos pasos
hasta el auto, por lo que probablemente eligió este momento para
decírmelo. Lanzo sus maletas en el maletero, frunciendo el ceño.
―¡Bonito auto! ―Sadie se sienta en el respaldo del convertible con
los pies en el asiento―. Puedo trabajar en mi bronceado.
El “bronceado” de Sadie es un rubor rosado mezclado con un
montón de pecas.
Briggs está furioso.
¿Por qué se parece a la compañera de casa que nunca sale de casa
de la chica que se suponía que ibas a traer?
―Deberías sentirte afortunado de tener una cita con Sadie
―siseo―. Ella es la mejor maldita persona que jamás conocerás.
Ramses está en el cielo. Nada lo divierte más que joder a Briggs.
―Me encantan tus lentes de sol ―le dice a Sadie―. ¿Dónde los
conseguiste?
―Los encontré en el metro. ¿Puedes creer que alguien dejó esto
atrás?
―Deben haber estado devastados.
No puedo decir si Briggs está más disgustado por los lentes de sol
huérfanos o por el hecho de que Sadie toma el metro. Él está sentado
lo más lejos posible de ella mientras ella se balancea en el respaldo
con el viento soplando sus coletas en forma de manillar como Pippi
Longstocking.
Tan pronto como llegamos a Sundune, sale disparado del auto.
Sadie se inclina sobre el asiento para susurrarme al oído:
―Todavía me va a follar, ¿verdad?
El camino privado a la casa de Desmond es como conducir tres
años en el pasado. El césped bien cuidado y los sauces llorones son
como los recuerdo, y la fachada de piedra blanca no ha cambiado en
un siglo.
Incluso Briggs está asombrado.
―Oh, mierda… entonces los Lowe son ricos ricos.
―Sí ―digo―. Creo que su bisabuelo inventó el imperialismo.
Ramses resopla. No parece impresionado.
―Vamos ―dice Briggs―. Él tiene la mejor casa en todos los
malditos Hamptons. La comprarías.
―Sí, yo la compraría ―dice Ramses―. Desmond no lo hizo.
―Tiene establos… ―Sadie suspira.
―Y su propio campo de prácticas ―señala Briggs―. Con caddies.
Ramses no se inmuta.
―Briggs, ¿recuerdas lo duro que trabajamos ese verano porque
estábamos obsesionados con comprar unos Rolex a juego? Y tú
estabas como, ¿por qué no compramos algunos falsos en la calle? Pero
no lo hicimos, nos rompimos el trasero durante todo el verano, y en
el otoño, usamos esos Rolex como malditas medallas olímpicas
porque nos lo ganamos. Sí, este lugar es hermoso, sí, es grandioso,
pero prefiero usar un reloj que gané que actuar como si esto fuera
mío.
Briggs se ríe.
―¿Estás llamando a una mansión de setenta millones un Rolex
falso?
―Sí, lo hago ―dice Ramses―. Porque la riqueza generacional no
es auténtica. Desmond es un administrador de dinero y es muy bueno
en su trabajo, pero nunca tuvo que esforzarse. Camina actuando
como si él hubiera construido esto, y ni siquiera estaba vivo cuando
lo compraron.
Miro a Ramses. Su expresión es tranquila y despreocupada. No solo
está diciendo mierda para sentirse mejor, honestamente creo que, si
alguien le diera la llave de la puerta principal, no la tomaría.
Está muy lejos de cómo me sentí cuando llegué a esta casa por
primera vez. Yo estaba intimidada, pero Ramses sabe lo que vale.
Se estaciona en la masa de autos relucientes que rodean una fuente
de diez pies. La fiesta ya está en pleno apogeo, los invitados
alfombran el jardín trasero. Saludo a alguien que conozco, una
compañera trabajadora, y Briggs murmura:
―¿Por qué no pudiste haberla traído?
Está siendo malditamente desagradecido porque Sadie en realidad
se ve muy sexy. Le presté uno de mis vestidos y peiné su cabello con
lindas ondas playeras.
Briggs también se ve bien: lleva una camisa abotonada y pantalones
cortos que muestran las protuberancias del tamaño de una pelota de
béisbol de sus bíceps y pantorrillas. Su piel es suave y dorada, su
rostro está recién afeitado.
Pero es Ramses quien sigue jalando mis ojos hacia atrás otra vez.
Lleva una camisa holgada de lino blanco desabrochada lo suficiente
para mostrar el bulto de los músculos debajo de la clavícula.
Finalmente entiendo por qué los hombres están tan obsesionados con
el escote: cada vez que Ramses se mueve o se inclina, atrapo un poco
más de su cálida piel y se me hace la boca agua...
A medida que damos vueltas, me sorprende la cantidad de
personas que reconozco. Están todos los que conocía antes, además
de docenas más que conocí a través de Ramses. Me saluda una nueva
amiga del club de inversores con un mojito en cada mano.
―¡Blake! ¡Ven aquí! Hay alguien a quien quiero que conozcas.
Angelique me presenta al presidente de la Fed, a quien he visto en
fiestas, pero con quien nunca he hablado antes.
Ramses circula muy cerca, charlando con todos los que conoce.
Cuando nuestros ojos se encuentran, él sonríe y me da un pequeño
asentimiento que se siente como un choque de puños. Cree que lo
estoy haciendo bien, y eso me hace sonreír, enderezarme un poco y
pensar en cosas graciosas para decirle a Angelique.
No hay droga como el subidón de impresionarlo.
Esta noche es la noche para montar un espectáculo. Esta fiesta es
quién es quién de los que mueven y agitan. Los fragmentos de
conversación que escucho son ricos en tentadores indicios de
información, pero no solo escucho por casualidad, estoy hablando
con los perros grandes, obteniendo una interacción directa de una
manera que nunca había tenido cuando solo era una cita del brazo de
alguien.
Es bastante obvio cómo la mayoría de los invitados aseguraron su
invitación: si no están cargados de dinero, son famosos y hermosos.
La única persona que me sorprende ver es Sinjin Rhodes. Desmond
lo detesta por sus días de internado, no puedo imaginar que Des
invitara a Sinjin, ni siquiera para presumir.
Una hora después, recibo una pista: uno de los operadores de
Desmond le susurra a su amigo:
―¿Qué está haciendo él aquí?
El otro operador ve a Sinjin y sonríe.
―Des está engordando el cerdo antes de la matanza.
―¿Está apretando el gatillo?
―Lunes.
Tomo ese pequeño bocado y lo comparto con Ramses en el
momento en que nuestros caminos se cruzan de nuevo.
―¿Qué crees que quiso decir?
Me encanta ver trabajar la mente de Ramses. Sus ojos se quedan
quietos mientras una lenta sonrisa se extiende por su rostro.
―No estoy seguro... pero tengo algunas ideas.
La fiesta se convierte en bacanal. Desmond ha hecho todo lo
posible: tiene camiones de tacos que sirven rebanadas de Wagyu
sobre tortillas de maíz hechas a mano. Abajo en la playa, un bar tiki
hace margaritas de piña adornadas con flores comestibles. Una pista
de baile elevada se cierne sobre la arena, adornada con luces, mientras
algunos de los invitados más valientes se deslizan por el agua en
motos acuáticas e hidro deslizadores.
Me las he arreglado para evitar al anfitrión: Desmond está
ocupado, rodeado de aduladores y sirvientes, manteniendo la fiesta
en marcha y tratando de cortejar a las ballenas que invitó aquí a
propósito.
Me pongo al día con Sadie con el chef de sushi.
―¡Dios, Blake, él hará lo que quieras! ¡Tiene atún rojo! ¡Creo que
está en peligro de extinción! Le acabo de costar a Des como
ochocientos setenta dólares.
―Se lo puede permitir.
Briggs aparece a mi lado, inquieto y molesto.
―Muéstrame cómo entrar al palacio. Quiero un baño de verdad.
―Están ahí. ―Sadie señala las instalaciones detrás de una pantalla
floral.
―No voy a usar un orinal portátil, no importa lo bonito que lo
hagan ―gruñe Briggs.
―Relájate ―digo―. Te mostraré.
Antes de que haya dado dos pasos, Ramses desliza un brazo
alrededor de mi cintura.
―¿A dónde te diriges?
Me ha estado dejando conectarme fuera de su sombra, pero
observándome todo el tiempo, ahí mismo por si lo necesitaba.
Probablemente estaba escuchando la mitad de mis conversaciones y
tendrá cosas que decirme cuando estemos solos.
―Voy a conseguirle un inodoro a Briggs ―digo―. Podemos entrar
aquí.
Desmond mantiene la fiesta al aire libre para proteger su mármol.
Dirijo a los demás a través de la entrada de los sirvientes y luego
por los pasillos por los que caminé todos los fines de semana durante
el verano que Des y yo salimos.
Ramses ve lo bien que conozco mi camino y cierto estado de ánimo
se apodera de él. Se ve igual, pero puedo sentirlo como un relámpago
en el aire.
―No puedo creer este lugar… ―susurra Sadie.
Me encojo de hombros.
―Lo recordaba un poco más grande.
El suave resoplido de Ramses me hace brillar.
Le muestro a Briggs uno de los innumerables baños de invitados.
Antes de que su mano toque la perilla, el ama de llaves entra en
picada.
―Hola, señor, ¿está perdido? Puedo llevarlo a la...
―Lo siento, Hattie, yo le dije que podía pasar.
Hattie se gira, sorprendida y complacida.
―¡Blake! No sabía que vendrías. ¿Te quedarás el fin de semana?
―No, aquí no.
―Ah. Esperaba que sí, bueno, me alegro de verte.
La abrazo porque también me alegra ver a Hattie. Solíamos hablar
todo el tiempo mientras Des estaba trabajando. A veces la ayudaba a
ordenar, aunque lo odiaba; solo me dejaba si Desmond estaba
encerrado a salvo en su oficina durante una llamada.
―¿Cómo están tus chicos? ―le pregunto.
―Más altos que yo ahora. ¡Incluso más altos que sus maestros!
Hattie solo me llega a la barbilla, por lo que su segundo alarde es
mucho más impresionante.
―Quiero ver fotos. La fiesta es espectacular; no puedo creer que
todavía estés aquí.
Ambas sabemos quién hizo el trabajo para que se quedara. Hattie
parece exhausta.
―Él todavía no se ha quejado, así que debo haberlo hecho bien.
Hattie se refiere a Desmond como “Él” como si fuera perfectamente
obvio de quién debemos estar hablando, y cuando solo éramos ella,
yo y los otros sirvientes, eso era cierto.
―¿Tus amigos quieren ver la casa? ―Ella se anima―. Podría darles
un recorrido.
―Oh no, yo no…
―Me encantaría un recorrido.
Me doy la vuelta para ver a Ramses, que me sonríe mientras mi
cerebro grita ¡PELIGRO! ¡PELIGRO!
Sadie aplaude.
―¡Me encantan los recorridos!
Ella ha estado viendo a todos lados como si estuviera en
Disneylandia. De hecho, Sadie nunca ha estado en Disneylandia. Yo
tampoco. Tiene el mismo aspecto que imagino que tendría una Sadie
de cinco años viva y encantada en su rostro.
―Odio los recorridos ―gime Briggs, saliendo del baño―.
Jodidamente mátenme.
Le doy un codazo en las costillas.
―No hasta que hayas visto la sala de trofeos de Des.
―Por favor, estás bromeando.
―Oh, desearía hacerlo.
La mansión de Desmond realmente es otra cosa, es como si sus
antepasados estuvieran tratando de recrear el tipo de palacio inglés
por el que alguien como el señor Darcy habría caminado, mientras
vivían al otro lado de la bahía de Fitzgerald, creando su propia marca
de héroe literario.
De verdad prefiero la casa de playa de Ramses. Eso al menos se
siente como si perteneciera con su vieja hamaca de red en el porche y
la arena tirada por sus pisos. Hattie no permite ni una mota de arena,
por eso las puertas de la mansión se mantienen cerradas. Las
ventanas de Des dan a una playa que no puedes oír ni oler.
Esta casa es un museo. Hattie nos muestra la sala de música y el
solárium. Solo a Sadie le importan los objetos.
―¿Escuchaste eso, Blake? ¡Este es el zapato de Shaq! ¡Podría andar
en canoa en él!
Bostezo.
―Des es una perra para las celebridades.
Es una de sus extrañas debilidades. Le fascinan las estrellas,
especialmente las que encarnan esa potente mezcla de carisma
personal que parece elevarlas al estatus de icono.
Si me voy a poner mi sombrero de Freud, probablemente sea
porque el propio Des, a pesar de su buena apariencia, de toda su
riqueza e inteligencia, todavía carece de esa chispa, esa cosa que hace
que la gente se gire y mire cuando entras en una habitación.
―¿Qué es esto? ―me murmura Ramses―. ¿El sofá de Prince?
Él presiona su rodilla contra la tapicería de gamuza púrpura.
―De hecho… ―digo―. Lo es.
―¿Hablas en serio?
Cuando ve que lo hago, Ramses se ríe. Su risa sale de su pecho y la
siento en mis huesos como un tambor.
Estamos en lo profundo de la mansión, en las habitaciones privadas
de Desmond donde guarda sus tesoros. Yo fui uno de esos tesoros
una vez, o eso pensaba... hasta que llegó el momento de presumirme.
Algo de oscuridad debe haber caído sobre mi rostro porque Ramses
me ve.
―¿Qué pasó con ustedes dos? ―gruñe, cerca de mi oído―. Sé
todas las razones por las que Desmond es un pedazo de mierda, pero
te gustó una vez. ¿Cómo la cagó? Dime para que no haga lo mismo.
Sonrío y niego con la cabeza.
―Tú no haces nada como él.
Ramses pone su mano en la parte baja de mi espalda y me acerca.
―Dime de todos modos.
Miro a los demás. Sadie está extasiada por todo lo que nunca había
visto, que es todo en este maldito lugar, es el receptor del recorrido
más atento que Hattie haya disfrutado jamás. Briggs se ha interesado
a su pesar en la colección multimillonaria de tarjetas de béisbol de
Des colocadas en hermosos estuches de palisandro en la pared del
fondo.
―Fue aquí, de hecho. El día que me di cuenta de lo jodidamente
estúpida que había sido.
Recuerdo ese largo y hermoso verano. La única vez que pensé que
estaba enamorada.
―Desmond me cortejó como nunca me habían cortejado: collares,
aretes, bolsos, idas de compras… me llevó a París y me dijo que me
amaba durante una cena a la luz de las velas en lo alto de la Torre
Eiffel.
Los labios de Ramses se curvan, y me río.
―Sí, es un cliché, sí, eres mucho más creativo, pero para mí, en ese
momento... se sentía como un cuento de hadas.
Yo tenía veinticuatro. Solo había sido escort durante un año.
Desmond se abalanzó como un caballero blanco, prometiéndome
todo lo que había soñado.
―Veníamos aquí todos los fines de semana. Me encantaba estar
justo en el agua, estaba aprendiendo a surfear. Des trabajaba mucho,
pero cuando estábamos juntos, me trataba como a una princesa.
Me detengo, pensando en esos largos días de verano. No operaba
tanto porque me había desprendido de todos mis clientes y dejado de
ir a fiestas y eventos. Pasé mucho tiempo en estas prístinas
habitaciones blancas, leyendo. Sola.
La mano de Ramses me trae de vuelta. Está tocando mi mejilla,
mirándome a los ojos, conectándome con él.
Él dice:
―No eres una princesa.
Podría ofenderme, pero sé que es verdad.
―Entonces, ¿qué soy?
Espero que no diga, una reina.
Su lenta sonrisa hace que el resto de la habitación desaparezca
hasta que todo lo que veo es a él.
―Eres una cazadora, como yo. Lo vi en el momento en que entraste
en el Belmont. Te he estado viendo hacerlo aquí toda la noche. Me
excita.
Siento una emoción profunda y visceral cuando Ramses dice que
somos parecidos.
Por todo lo que nos divide, en el fondo somos iguales. Tenemos el
hambre, y los dientes y la astucia para alimentarlo.
El rostro de Ramses nunca se había visto más atractivo cerca del
mío, el azul marino de sus ojos, la forma de su boca en esa mandíbula
delgada y dura. Él es ferozmente él mismo. La mansión de Desmond
no es nada comparada con el fuego en su pecho.
―Aunque a veces... ―murmura―, es difícil saber quién está
cazando a quién...
Cuando me besa, no es difícil saberlo en absoluto. Soy devorada.
Me suelta y el resto del mundo vuelve a caer lentamente en su
lugar.
―Ahora dime qué hizo ese idiota para perderte.
Me rindo tan fácilmente. Porque se siente tan bien.
―Estábamos aquí y me pidió que me mudara con él, aún no había
contestado cuando escuchamos a Hattie en la puerta. Des no esperaba
a nadie. Salimos a ver y una anciana entró goteando diamantes y
bufandas. Inmediatamente... él soltó mi mano.
La mirada de rápida satisfacción que cruza el rostro de Ramses se
convierte en simpatía, pero no antes de que lo atrape.
―Su abuela vino a sorprenderlo y Desmond me presentó como una
amiga. No dije nada delante de ella, pero cuando se fue tomé el tren
a casa y rompí con él. Dijo que nuestra relación era real, pero no lo
era. Seguía siendo su sucio secreto.
Ramses no intenta ocultar su presunción.
―Yo te mostraría a cualquiera.
―Ya lo haces, alardeaste de mí ante tu mamá.
―No estaba alardeando de ti. Estaba orgulloso de ti.
Todo mi cuerpo arde. Estoy aterrada de lo bien que eso me hace
sentir.
Ramses toca mi mejilla con su mano.
―Para un hombre que dirige un fondo de cobertura, Desmond
perdió la oportunidad de su vida, y puedo verlo en su rostro cada vez
que te mira.
Está completamente oscuro cuando regresamos al jardín, las hileras
de linternas doradas revelan cuán borrachos se han puesto todos.
Aparentemente, esa escasez de rosado se debió a Desmond, que tiene
fuentes fluyendo donde quiera que mire.
―¿Quieres un trago? ―me pregunta Ramses.
―Me encantaría un poco de agua.
―Vuelvo enseguida.
Observo su ancha espalda abrirse paso entre la multitud, incluso
los invitados más borrachos se abren paso.
―Tengo hambre ―dice Sadie.
―¿No acabas de comer ocho libras de atún? ―le dice Briggs.
―Tengo que alimentar a la bestia. ―Sadie flexiona su bíceps. Es
flaca como un látigo, pero su brazo está lleno de músculos.
Briggs levanta una ceja, impresionado.
―¿De dónde salió eso?
―Dah, de montar a caballo ―dice Sadie y luego se tapa la boca con
una mano.
Briggs entrecierra los ojos, y las piezas encajan entre sí a la
velocidad del rayo.
―¡Tú eres esa jockey! ―grita, dándose la vuelta para señalarme―.
¡Así es como supiste sobre ese caballo!
―Mi caballo ―proclama orgullosamente Sadie―. Yo lo compré.
Briggs parece que acaba de resolver el asesinato de Kennedy.
―¡Sabía que te había visto antes! ¿Eres siquiera una prostituta?
―No digas eso ―espeta Sadie, lo que solo lo confunde.
―Ella es mi hermana, idiota.
Briggs frunce el ceño.
―Tú no tienes hermanas.
―A la mierda que no.
Sadie se retuerce. Ella odia todo lo que suena como una pelea.
―Voy a pedir un taco.
―Iré contigo ―le dice Briggs, sorprendiendo a Sadie en un grado
cómico.
Detrás de él, ella se gira y me dice: ¡Mierda, sí!
―Ahora, dime quién te gusta para la Copa Oro… ―dice Briggs.
Sadie finge montarlo por detrás para divertirme, o tal vez para ella
misma, es difícil saberlo.
―¿Quién me gusta para qué? ―pregunta ella, poniéndose al paso.
Ramses todavía está esperando en la fila para obtener agua y puedo
decir por la postura de sus hombros que está molesto por eso. Sonrío
porque espera de todos modos. Por mí.
―Me sorprende que estés aquí ―dice una voz en mi oído.
Sé que es Desmond antes de darme la vuelta. En parte por cómo
me toca el brazo, que es muy diferente de cómo lo hace Ramses, y en
parte porque sabía que se arriesgaría en el momento en que pensara
que estaba sola y desprotegida.
Su rostro está demasiado cerca del mío. Me he acostumbrado a ver
a Ramses incluso con mis tacones más altos, Des es bonito como una
niña. Sus labios son rojos.
―No por elección ―le digo.
Desmond se ríe.
―Por favor, ambos sabemos que haces lo que quieres.
Su mano todavía está en mi brazo, su pulgar barriendo de un lado
a otro como si mi piel fuera tela y estuviera examinando la calidad.
―Si eso fuera cierto, le habría dicho a mi querida abuela lo mucho
que te gusta comer culo.
Desmond arruga la nariz.
―Con clase como siempre.
―Así es, no he cambiado ni un poco, y tú tampoco. Vi a Hattie
todavía conduciendo ese viejo Kia. ¿Por qué no le das un aumento,
maldito tacaño?
Desmond ignora esa última parte como ignora todo lo que no
quiere escuchar.
En voz baja y urgente, dice:
―¿Cuánto tiempo vas a seguir castigándome por un momento? Me
sorprendió, si me hubieras dado tiempo...
―¿Qué? ―espeto―. ¿Podrías haber trabajado para no sentirte
avergonzado de mí?
Sus dedos se clavan.
―¿Quieres que te haga desfilar como lo hace él?
―No, Des. No quiero nada de ti, excepto que me sueltes el brazo.
―En este jodido momento.
El gruñido de Ramses hace que Desmond suelte su agarre como si
mi piel estuviera al rojo vivo.
Intenta ocultar lo fuerte que saltó.
―¿Disfrutando de la fiesta, Ramses? Realmente no puedes hacer
una como esta en un ático, ¿verdad?
Solo Desmond podría hacer que un ático sonara como un
estacionamiento.
Ramses se para tan cerca que su calor quema mi espalda,
elevándose sobre mí, desafiando a Desmond a respirar sobre mí de
nuevo.
―Tienes razón, este lugar es bastante espectacular. Desearía que
mi abuelo me hubiera comprado uno en lugar de ser plomero.
Me río de la mirada en el rostro de Des y la forma en que la parte
delantera del muslo de Ramses se presiona contra la parte posterior
del mío. Soy invencible cuando nos unimos.
―Hay muchas cosas que tienes que yo nunca tendré. ―Ramses
toma mi mano―. ¿Pero ya conoces a mi novia?
Los ojos de Desmond se fijan en nuestros dedos entrelazados.
―Las sobras ―sisea―. Mías y de todos los demás.
Si antes pensaba que Ramses estaba enojado, eso no fue nada
comparado con la dureza que se apodera de él ahora. Es la mirada de
un hombre que ha estado no solo en una pelea, sino muchas. Ramses
cambia su peso y todo el estado de ánimo cambia.
―Blake es la mejor ―dice rotundamente―. Y lo sabes, por eso
estás aquí tratando de aprovechar en el segundo en que te doy la
espalda. Ni siquiera te culpo por eso, aunque te haré pagar por ello,
pero si alguna vez vuelves a llamarla 'sobras', te mataré.
―¿Me matarás? ―balbucea Desmond―. Por el amor de Dios...
―No sé cómo lo manejan ustedes, la gente del 'dinero antiguo',
pero la forma en que yo lo manejaré será que te pondré de rodillas
frente a todas estas personas a las que intentas impresionar y le
pedirás disculpas a Blake y luego te mataré.
Desmond parece como si acabara de recibir una bofetada en el
rostro con un guante. Está blanco de ira, pero es lo suficientemente
inteligente como para no decir una maldita palabra mientras Ramses
todavía está alterado.
Ramses me barre con un brazo alrededor de mi cintura. Mis pies
tocan la hierba, pero con pasos flotantes, todo mi peso está en el hueco
de su codo. La noche se siente más fresca, más limpia. Las linternas
son bonitas otra vez.
En el momento en que nos detenemos, lanzo mis brazos alrededor
del cuello de Ramses y lo beso.
―Gracias por defenderme.
―Lamento haberte hecho venir en primer lugar. Fue... ―Se detiene
a sí mismo, sonriendo levemente―. Es lo que hubiera querido antes.
―¿Ya no?
―No ―dice simplemente―. Ahora se siente como una pérdida de
tiempo cuando podría estar en cualquier lugar contigo.
Sé exactamente lo que quiere decir. Realmente no quería venir;
Pensé que me molestaría estar aquí de nuevo, pero ahora todo se
siente como una broma. ¿Por qué me importó lo que la abuela de
Desmond pensara de mí? ¿O el mismo Desmond?
Solo hay una persona a la que quiero impresionar.
Ramses me besa, y sus manos sobre mi cuerpo cuentan todo lo que
significa ser tocada por él.
Las linternas se convierten en luciérnagas, el oleaje se convierte en
susurros. El brillo dorado en su piel y en sus ojos es un sentimiento
que me traspasa cuando nuestros labios se encuentran, lo que
significa estar viva y ardiendo en la noche.
Esto es real. Vale la pena arriesgar todo lo que he ganado o lo que
alguna vez ganaré.
―Vámonos de aquí ―me dice.
Entrelazo mis dedos con los suyos, sonriendo.
―Lo haremos en un minuto.
🎶 7 Rings - Ariana Grande

Blake me vuelve a meter a escondidas en la casa con un brillo de


locura en los ojos, me empuja hacia abajo en el sofá de gamuza
púrpura y comienza a arrancarme la ropa.
Le digo:
―¿Estamos haciendo esto en honor a Prince o para fastidiar a
Desmond?
Ella se ríe.
―Ambos.
Está jalando mis botones, deslizando sus manos debajo de mi ropa,
frotándose contra mí mientras se sienta a horcajadas sobre los cojines.
Chupa un lado de mi cuello con su boca febril.
Estoy en un estado extraño que es mitad excitación, mitad rabia
residual. Estaba a dos segundos de arrancar la cabeza de Desmond
de sus hombros, y toda esa agresión sigue dando vueltas dentro de
mí. La boca salvaje de Blake y el calor de su piel me están volviendo
frenético incluso antes de que me haya calmado.
Quiero follarla en este sofá. Quiero destrozar todo lo que hay en
esta habitación. Quiero llevarla en avión a Bali y tener las vacaciones
que deberíamos haber tenido desde el principio. Lo quiero todo, todo,
siempre que la involucre a ella.
Las cosas que haría por esta mujer...
Por más oscuro que pensé que era, soy peor.
La agarro por las muñecas.
―Dime que no es nada comparado conmigo. Dime que nunca te
has sentido así.
―Nunca ―me dice, con sus ojos oscuros en la penumbra―. Ni
siquiera cerca.
Libero sus muñecas y agarra mi rostro en su lugar, besándome en
el olor a cuero y humo.
Dejo mi polla libre, y ella se desliza hacia abajo como si esta fuera
la forma en que encajamos mejor. Como si cada parte de mí hubiera
sido moldeada para ella.
―Te necesito. ―Le muerdo el cuello, empujándola―. Dame todo.
―Te daré lo que nunca le di.
Blake pone su brazo alrededor de mi cuello y se levanta para que
mi polla se deslice casi por completo, agarra la base y reposiciona la
cabeza contra su trasero.
Estoy mojado de su interior. Aun así, la presión y la fricción casi
me arrancan la piel. Al menos, así es como se siente cuando avanzo
un milímetro a la vez. Esto es morder el cable, este es el voltaje
máximo.
Blake está haciendo sonidos que podrían hacer que me arresten, y
no por allanamiento. Agarro un puñado de su cabello y la silencio con
mi boca.
No creo que esté empujando, no sé si me estoy moviendo en
absoluto. Todo lo que puedo sentir es el apretón más intenso de mi
vida, y no voy a durar mucho.
Su lengua sabe más rica y sucia que nunca. Su espalda está
sudando. Estoy experimentando un placer que debe ser ilegal.
―Tómalo ―me susurra al oído―. Te lo mereces.
Un calor candente explota a través de mi cerebro, desde el lugar
donde sus labios tocan el borde de mi oreja, todo el camino hacia
abajo a través de mi cuerpo y sale a través de mi polla.
Presiono hacia arriba en la parte más profunda de ella, como si
estuviera clavado en su alma. Blake deja escapar un gemido largo y
desgarrador y se estremece en mis brazos.
La acuesto suavemente, con cuidado de no ensuciar mientras me
saco, pero solo por respeto a Hattie.
Sostengo a Blake envuelta en la oscuridad, acunada por la suave
gamuza morada. Su respiración me tranquiliza, es más suave que la
lluvia, más firme que las olas.
Después de un tiempo, ella pregunta:
―¿Alguna vez estuviste enamorado?
―Pensé que amaba a mi novia de la preparatoria. Tal vez lo hice,
tanto como puedas a esa edad.
―¿Qué pasó?
Es tan fácil contar los secretos en la oscuridad. Cosas que nunca le
he dicho a nadie… cosas que nunca me he admitido a mí mismo.
―Ella siempre fue del tipo que coquetea un poco. Al principio no
me importó, pero una vez que nos pusimos serios, empezó a
carcomerme. Iba a 'estudiar' con chicos que conocía, chicos que eran
más grandes que yo, más fuertes que yo, más guapos que yo...
―Espera ―interrumpe Blake―. ¿Quién es más grande y más
fuerte que tú?
Me río suavemente.
―Nunca has visto una foto mía en la preparatoria, ¿verdad? Yo era
alto, pero larguirucho como la mierda. Era súper consciente de eso,
de hecho. Briggs y yo no ganamos hasta la universidad.
―No puedo imaginarte flacucho.
―¡Créelo, bebé! No era el chico más sexy de mi escuela, ni siquiera
cerca. Cada chica que tuve, tuve que trabajar para ello. Especialmente
Ashley. Era el final de nuestro último año. Ambos habíamos sido
aceptados en la misma universidad y justo antes del verano me sentó
y me dijo que, a partir del otoño, quería ver a otras personas.
―¿Qué le dijiste?
―Le dije: de ninguna puta manera. Si quieres estar soltera, puedes
estarlo en este momento.
―¿Rompiste?
―Sí, pero una vez que estábamos en la universidad en el mismo
dormitorio, trató de reavivarlo. Era la primera semana, estaban todas
las fiestas y eventos en marcha. Me pidió que me viera con ella. Y la
esperé todo el día, me perdí toda la mierda que podría haber estado
haciendo y más tarde escuché que ella había salido con otra persona.
Blake murmura:
―Odio los días perdidos.
―Estaba tan jodidamente furioso, le dije que nunca más me
hablara, pero una semana después decidió que había cometido un
gran error y regresó arrastrándose. Esperó afuera de mi dormitorio
durante horas, llorando en el pasillo. No solo un día, sino de forma
intermitente durante meses.
―¿No cediste?
―No. Tenía este fuego en mí porque ella me había jodido dos veces,
pero era difícil cuanto más tiempo pasaba. Sus amigas me decían el
desastre que ella era. Se disculpó y dijo todas las cosas que siempre
quise que dijera, me suplicó de rodillas.
Siento la ligera sacudida de la cabeza de Blake.
―Eres una piedra fría.
―No precisamente, simplemente no podía perdonarla porque ella
no me eligió a mí, y jodidamente me dolió.
Blake me abraza, presionando su mejilla contra mi pecho.
―Yo soy igual. Cuando he terminado, he terminado.
Me río.
―Lo vi, pobre Desmond.
―Él no me ama. ―Lo dice tranquila y segura―. Él nunca lo hizo,
y ese día, finalmente lo vi.
―Cuando sabes qué buscar, puedes ver cualquier cosa. ―Pienso
en cómo la cabeza de Ashley siempre giraba cuando alguien alto y
bien parecido entraba en la habitación―. ¿Pero puedo decirte algo?
―Cualquier cosa ―dice, y le creo.
―Cuando Ashley estaba de rodillas suplicándome, haciéndome
promesas... solía tener las fantasías más jodidas de lo que podía hacer
que hiciera.
Blake se presiona contra mí en la oscuridad, con su boca húmeda
contra mi cuello.
―Yo haría cosas muy malas para recuperarte.
Mi corazón late con fuerza.
―¿Qué tipo de cosas?
―Te mostraré cuando lleguemos a casa.
Me encanta que ella lo llamara casa.
―Siempre he tenido fantasías oscuras ―murmura―. Incluso
cuando era niña.
―¿Por qué crees que es?
―No sé. ¿Alguien elige qué los excita?
―Tal vez no, pero puedes alimentarlo.
―Me gusta alimentar esto. ―Agarra la parte delantera de mi
camisa y me besa con fuerza.
Le devuelvo el beso hasta que no estoy seguro de dónde termina
ella y empiezo yo.
Cuando volvemos a la noche estrellada, la fiesta ha descendido al
libertinaje nivel Gatsby. Los corredores de bolsa borrachos compiten
en marsopas de baterías a través de las olas mientras bailarinas de
fuego que usan nada más que pintura corporal iluminan la arena.
Blake toma para cada uno una rodaja de sandía.
―Para el camino ―me dice, dándole un gran mordisco a su
rebanada, con el jugo corriendo por su brazo.
Estamos cazando entre la multitud. Blake no quiere irse sin hablar
con su hermana y tengo instrucciones para Briggs. Esperaba
encontrarlo en la mesa de póquer al aire libre o tal vez junto a las
redes de voleibol. Todo lo que veo es un montón de británicos
borrachos y un Pennywise extremadamente achispado.
―¡Ramses! ―grita―. Le aposté a Jonesy mi reloj a que podría hacer
una voltereta hacia atrás.
―Sí, ¿y cómo estuvo eso?
―No muy bien ―me dice Jonesy, levantando la muñeca para
mostrar dos Breitling apilados uno encima del otro.
―Oh ―le digo―. Ahora tienes un conjunto a juego.
―Lo recuperaré ―me asegura Penn.
―También tengo su auto ―dice Jonesy, haciendo tintinear las
llaves.
Blake reaparece con más sandía, pero sin Sadie.
―¿A dónde crees que fue? ―me dice con más curiosidad que
preocupación.
―¡Blake! ―dice Penn―. Dame un poco de esa sandía.
― Yo… ―dice Blake, masticando los últimos bocados―. Pero todo
se ha ido.
Pennywise se ríe a carcajadas.
―Ahora veo por qué tú y Ramses se llevan bien.
―¿Porque los dos somos unos hijos de puta? ―Blake sonríe.
―Nunca llamaría así a mi jefe ―dice Pen―. Donde pueda oír.
―Vamos. ―Blake enlaza su brazo con el mío―. Vamos a revisar
en la playa.
Pasamos por las dunas antes de partir, pero Briggs y Sadie no se
encuentran por ninguna parte.

Esa noche solo me despierto una vez.


Las puertas de la terraza están abiertas, con las cortinas de gasa
desplazadas. La luna cuelga suspendida sobre su gemela acuosa.
Mi corazón sigue latiendo a causa de un sueño enredado, pero los
fragmentos se escapan antes de que pueda entenderlos: mi mamá con
su segundo vestido, mi papá con grasa en las manos, la puerta de
nuestro antiguo apartamento... mi mamá la pintó de azul, pero la
pintura era barata y en un año estaba astillada y descolorida de
nuevo...
¿No vendrás a mi boda?
¿Por qué no vienes?
Estará bien, te necesito ahí...
La vieja amargura llena mi boca, y mi mente empieza a dar vueltas,
pensando en lo que debería haber hecho, lo que podría haber hecho,
lo que yo haré de manera diferente.
Quiero tomar mi teléfono para ver la hora, aunque sé que ese rayo
de luz azul hará que sea más difícil que nunca volver a dormirme.
Blake siente que me muevo y rueda sobre mi pecho. Su rostro se
pliega contra mi cuello, y su muslo se cuelga sobre el mío, mientras
sus dedos se entrelazan en mi cabello.
Estoy atrapado de espaldas en una posición que no debería ser
cómoda, pero el peso de Blake es relajante, su calor es necesario
contra la frescura del mar. Huele a sal, a sandía y a té tibio con
especias.
Acaricio mi mano suavemente por su columna.
En lugar de recordar el sueño, pienso en la mirada en el rostro de
Blake cuando le dije que estaba orgulloso de ella.
Pronto me vuelvo a dormir con el sonido de las olas y su
respiración lenta y constante.

El olor a tocino me despierta por la mañana.


Dormí tan profundamente que Blake se escapó de debajo de mí.
Bajo las escaleras arrastrando los pies, pasándome la camisa por la
cabeza, pero sin molestarme en tratar de domar mi cabello.
Blake tiene tres sartenes en la estufa, fríe tocino, huevos revueltos
y saltea papas doradas. El olor me pone hambriento y saca a Briggs y
a Sadie de sus camas, aunque parece que solo han estado en casa un
par de horas.
El rostro de Briggs está hinchado por el sueño, y se quedó dormido
con una tira Biore todavía pegada a la nariz. El maquillaje de Sadie
de la noche anterior está corrido por el lado izquierdo de su rostro. El
cabello de ese lado posiblemente haya sido atacado por pájaros.
―¿A dónde desapareciste anoche? ―le exige Blake―. ¿Y qué les
pasó a tus rodillas?
Sadie se ve las rodillas desolladas como si hubiera olvidado que
tenía rodillas.
―Fútbol ―dice ella.
―¿Fútbol? ―Blake tiene que evitar que el tocino se queme, para
que no pueda ver la expresión en el rostro de Sadie.
Briggs ve atentamente su taza de café.
―¿A dónde fuiste tú? ―le digo, sobre todo para verlo saltar.
―Oh, eh, tenían un juego de póquer en la arena. Sadie es bastante
buena, de hecho.
―Eso es porque se ve emocionada sin importar lo que tenga ―dice
Blake desde la estufa.
Ella trae cuatro platos, llevándolos de esa manera que demuestra
que ha trabajado como mesera al menos una vez.
Deja el mío primero, el tocino, los huevos y las papas, bellamente
arreglado con ramitas de romero para decorar, incluso ha preparado
una jarra de sangría.
―No está mal ―dice Briggs, pinchando una papa y masticando
con deleite.
―Mmbbm brabrram mrabab, ―dice Sadie, con la boca llena.
Blake observa mientras le doy un bocado a los mejores malditos
huevos revueltos que he probado en mi vida, ricos, mantecosos y
derretidos.
―Jesús, nunca vas a dejar de restregármelo en el rostro, ¿verdad?
―le digo―. Tú haces los mejores huevos.
Blake nos sirve a todos monstruosos vasos de sangría.
―¡Por los mejores huevos!
―¡Por ganar! ―grita Sadie.
―Por brindis más tranquilos ―dice Briggs, presionando su dedo
en su oído.
―Por la mejor chef ―inclino mi copa hacia Blake.
―Por cocinar para otra persona ―dice Blake, mirándome solo a mí.
Bebemos la sangría y comemos toda esa deliciosa comida grasosa
hasta que ya no tenemos resaca y estamos en camino de volver a estar
borrachos.
Blake descansa en su silla, sonriendo, con las mejillas sonrosadas.

Blake y yo nos saltamos el resto de la fiesta de pajas de Desmond y


pasamos el fin de semana haciendo lo que queremos. Esto implica
principalmente follar, dormir, alquilar una goleta para navegar a
Shelter Island y asar almejas en la playa.
Espero que Briggs se una a Penn y a los demás en al menos la más
tentadora de las actividades programadas de Desmond, pero para mi
sorpresa nunca vuelve a poner un pie en la propiedad del “cuchara
de plata”. El sábado por la tarde se une a Blake, a Sadie y a mí en la
goleta, y el domingo por la mañana se ofrece como voluntario para
llevar a Sadie de regreso a la ciudad a una hora extrañamente
temprana.
―¿Crees que está pasando algo entre esos dos? ―me pregunta
Blake mientras hacemos las maletas.
―No estoy seguro, apenas hablaron en el desayuno.
―Eso es lo que me hizo sospechar ―me dice―. ¿Cuándo se calla
Sadie?
―Sería una terrible espía.
―También Briggs. ¿Lo escuchaste quejarse del tocino? ¿Y las
toallas? ¿Y el lavavajillas?
Me río.
―Él siempre fue así, Briggs tenía que ganar dinero porque es
demasiado quisquilloso para ser pobre.
―Y Sadie comerá papas fritas que alguien dejó en un tren. Así que
supongo que solo lo estoy imaginando.
―Probablemente ―le digo.
Aunque, antes, cuando Briggs se estaba cambiando de camisa, noté
que su lado izquierdo estaba rayado con marcas que se parecían
sospechosamente a una fusta.
A última hora de la noche del domingo, Ramses y yo conducimos
por un camino negro como un río a la luz de la luna. Ha puesto la
capota del descapotable y yo estoy recostada en el asiento con la
cabeza en su regazo, la suavidad de su camisa contra mi mejilla y
miro su rostro. De vez en cuando ve desde el camino hacia mí,
sonriendo levemente. Su mano izquierda descansa sobre el volante,
mientras la derecha vaga sobre mi cuerpo.
―Deberías quedarte a dormir esta noche ―me dice.
La petición me complace. Esperaba que me dejara, tal vez un poco
feliz de estar solo después de tantas horas juntos. Sería natural,
aunque en realidad no me siento así.
Quiero volver a su apartamento, me gusta más que el mío. Cada
parte huele y me recuerda a él en el estado de ánimo y la escala.
Además, hace tiempo que no jugamos Minx. Lo he estado deseando.
Sobre todo, me encanta dormir en su cama. Es más grande que la
de un rey, aparentemente de un acre de ancho con pesados edredones
y sábanas frescas. Cuando Ramses se mete debajo de las sábanas, crea
una especie de guarida con su masa. Me acurruco dentro de él, sus
brazos me rodean, y coloca su grueso pecho contra mi espalda.
Por lo general mis sueños harían que Salvador Dalí se volviera loco:
son estresantes, retorcidos, perturbadores. Algunas noches mi
cerebro está lleno de tantas pesadillas que apenas me despierto
descansada.
Pero no con Ramses. Dormimos con su pesada pierna sobre mi
coño, cálida y reconfortante, luego desliza un dedo dentro de mí en
la noche y mis sueños se vuelven sensuales en lugar de horribles. Su
olor llena mi nariz, su calor me mantiene en calma y mis sueños
húmedos empapan las sábanas.
Por la mañana me despierto con su cabeza entre mis muslos, y su
lengua recordándome por qué es bueno estar viva.
Así que no tiene exactamente que torcerme el brazo para que acepte
quedarme a dormir.
Me encantaría.
―Bien. ―Él sonríe―. Porque te necesito en la oficina conmigo
temprano.
―¿Para qué?
―Es una sorpresa.
Hago una mueca.
―Tienes una proporción de aciertos del cincuenta por ciento en
sorpresas.
―Eso es una mierda ―gruñe, inmovilizándome con su mano―.
¿Cuándo he hecho algo que no te haya gustado… eventualmente?
Deja que sus dedos bailen por mis costillas de una manera que es
casi tortuosa, luego ahueca mi pecho en su mano, áspero al principio,
luego suave y como una caricia, se burla de mi pezón hasta que tengo
que gemir.
Me pregunto si Ramses tiene alguna sonrisa que no sea malvada.

Cuando dijo que teníamos que estar en la oficina temprano, no


esperaba que a las cinco de la mañana Ramses me sacara de la cama
y prácticamente me lavara los dientes.
―Esta sorpresa apesta hasta ahora ―le digo cuando escupo la
pasta de dientes.
―Cambiarás de opinión cuando veas esto...
Oigo el suave ronroneo de las persianas. El panorama de cristal
revela las copas de los árboles cubiertas de rocío de Central Park y el
brillo plano de la bahía. Una raya naranja ilumina la base del cielo
azul profundo y me uno a Ramses, viendo cómo se propaga la luz.
Sus dedos se enlazan con los míos.
Se iluminan balsas de nubes, doradas en los bordes más próximos
al sol, todavía tormentosas por debajo. El cielo azul se aclara y se
vuelve transparente.
Cuando Ramses gira, todos los colores se ven reflejados en sus ojos.
Me doy cuenta de lo alto que estamos en el cielo y de lo lejos que
puedo caer.
―Okey ―digo, besándolo suavemente en la boca―. Me estoy
divirtiendo.
―No tanto como lo harás.
He estado en la oficina de Ramses una vez antes para gritarle.
Entrar como coconspiradores es mucho más divertido.
Tiene un enorme edificio de ladrillos en Hudson Yards, con el
último piso arrancado y reemplazado con cristal.
Ni siquiera somos los primeros en llegar: el mercado no abre hasta
las 9:30 de la mañana, pero los operadores ya están en sus mesas a las
7:00 de la mañana.
Ramses maneja su piso de manera diferente a Desmond: su oficina
es mucho menos opulenta y sus operadores están más hambrientos.
El ruido y la energía son inmensos.
Desmond tiene una suite privada en la esquina. La oficina de
Ramses está hecha de paredes de vidrio que se pueden esmerilar para
tener privacidad, pero vigila a sus empleados en todo momento.
Su asistente trae el correo con una mirada extrañamente nerviosa.
Ramses lo toma de ella, sacando un sobre plateado. Ve el matasellos
y su rostro se tensa. Él saca la invitación, la ve fijamente sin parecer
leer nada y luego la tira a la basura.
―¿Alguna vez te invitan a fiestas a las que realmente quieres
asistir? ―bromeo con él.
Él parpadea y la ira se rompe lo suficiente como para decir:
―Tal vez... ¿cuándo es tu cumpleaños?
―¿De verdad no lo sabes?
―Por supuesto que lo sé. ―Él sonríe―. Eres Géminis.
Eso me hace reír. No esperaba que le gustaran los signos del
zodiaco.
―¿Y tú qué eres?
―Sagitario.
Su orgullo me hace reír aún más fuerte.
―¿Es bueno?
―El mejor.
Ahora que está de buen humor otra vez, me pregunto si tengo las
agallas para sacar esa invitación de la basura para ver qué lo enojó.
Me apoyo en su escritorio, esperando mi oportunidad de echar un
vistazo a la papelera, donde capto las palabras, celebración del décimo
aniversario, en letra ornamentada y mi estómago se hunde.
Ramses abre su Terminal Bloomberg. Parece un niño en la mañana
de Navidad.
―¡Es casi la hora!
No me molesto en preguntar qué estamos haciendo. Ramses no me
lo dirá, pero me lo enseñará pronto.
Veo que está extrayendo los datos de Gab, la empresa de Sinjin
Rhodes. Dirige una plataforma de redes sociales que todo el mundo
dice que es el próximo Twitter, pero “todo el mundo” dice un montón
de mierda que nunca acaba pasando.
―Mira ―me dice Ramses.
Tan pronto como se abre la negociación, el precio de las acciones
de Gab sube dos puntos.
Ramses sonríe.
―Desmond mordió el anzuelo... ahora vamos a correr la línea.
Sus dedos parpadean sobre las teclas.
Observo, y los números se desplazan ante mis ojos.
El fondo de cobertura de Desmond acaba de comprar una
participación del dos por ciento en Gab. Diez minutos después,
compra otras cincuenta mil acciones.
Ahí es cuando Ramses comienza a dirigir su sinfonía.
Observo cómo se desarrolla ante mí, es un artista en la cima de su
habilidad.
Ramses libera primero a los operadores, con un grupo de pequeñas
compras que no se notarán de inmediato. A medida que la acción
sube otros dos puntos, comienza a hacer llamadas telefónicas a todos
los que conoce.
Verlo trabajar es jodidamente hermoso. Está de pie recortado ante
el banco de ventanas con las mangas arremangadas, y las manos
moviéndose como un mago.
Ramses dice:
―¿Sabes lo que pasó cuando Walt quiso abrir un segundo
Disneyland?
Niego con la cabeza, devolviéndole la sonrisa.
―Abrió un montón de corporaciones ficticias y comenzó a comprar
pantanos en Florida. Al principio todo iba muy bien: obtenía acres
por centavos de dólar, pero entonces un reportero notó las compras y
contó la historia. Las personas que poseían lo último de la tierra
arrastraron a Walt sobre las brasas.
Me río suavemente.
―Nunca reveles tu posición.
Ramses me guiña un ojo.
―Ni siquiera a mí.
Para cuando el mercado ha estado abierto una hora, la adquisición
hostil de Desmond está en ruinas. Ramses ha subido las acciones un
30%.
Desesperadamente, el fondo de cobertura de Desmond intenta
comprar el resto de las acciones lo más rápido posible.
Ramses sonríe.
―Está comprometido ahora.
Compra, compra, compra, compra, compra, Ramses lo golpea una
y otra y otra vez, cada compra eleva el precio, por lo que el resto de
las acciones que Desmond necesita se vuelven cada vez más caras.
Solo puedo imaginar lo que esto le está costando a Ramses en
favores y dinero en efectivo. No se inmuta cuando golpea las teclas,
cada golpe es el corte de un cuchillo para Ramses, pero un hachazo
para Desmond.
―¿Hasta cuándo vas a seguir? ―murmuro.
Él me mira, con los ojos oscuros y planos.
―Hasta que me digas que pare.
Observo la pantalla mientras la compra de Desmond aumenta a
más del doble de lo que esperaba pagar. El último 10% de las acciones
que necesita para una participación mayoritaria le costó tanto como
el 90% anterior.
―Está bien ―le digo al fin.
Ramses lo golpea una vez más por 100.000 acciones.
―Para que no olvide.
Niego con la cabeza, impresionada y ligeramente mareada.
―Recuérdame que me mantenga en tu lado bueno.
Ramses nunca se ha visto más serio.
―Eso fue una probada. Mira lo que pasa si te toca de nuevo.
A la mejor semana de mi vida le siguen dos de las peores.
Estoy volando alto después de mi viaje con Blake y la emoción de
joder juntos a su ex. Ella pasa casi todas las noches en mi casa y yo
paso una en la suya. Cocinamos la cena juntos, luego me acuesto con
la cabeza en su regazo mientras ella lee en voz alta Cómo ganar amigos
e influir en las personas para que podamos recordar cuando cada uno
leyó esas páginas a veinte kilómetros de distancia en dos de los
barrios más horribles de Brooklyn, soñando con el día que
grabaríamos nuestros nombres junto a los Carnegie del mundo.
A la siguiente semana el mercado se vuelve loco. es la peor caída
de tres días desde 1987. Eso no sería tan malo, excepto que Halston
Reeves aprovecha la oportunidad para destripar dos de las mayores
inversiones que tengo.
En un momento de mezquindad inusual saqué la invitación de mi
mamá de la basura, la rompí y se la devolví. Aparentemente Reeves
no apreció esa forma de responder a su invitación porque comenzó a
atacar mi negocio con una ferocidad que hace que lo que le hice a
Desmond parezca una palmada en la espalda.
Reeves es un peleador, ha estado en este negocio el doble de tiempo
que Desmond o yo, y es jodidamente astuto. Ahora que me ha
declarado la guerra tengo que estar en alerta máxima en todas partes
y tengo que devolverle el golpe porque un ataque como ese no puede
quedar sin respuesta.
Cuando te conviertes en el tipo al que la gente teme, no te disparan
deliberadamente. Tienes menos contendientes viniendo detrás de ti
porque saben que se enfrentarán con brutalidad.
Parte de la razón por la que a mi fondo le va tan bien es que cuando
mis rivales deciden a quién quieren joder, no me eligen a mí.
Si no le devuelvo el golpe a Reeves lo suficientemente fuerte como
para enviar un mensaje, los chacales descenderán.
Podría manejar todo eso si pudiera mantener mi jodida
concentración, pero el aniversario de mi mamá es una rata que me roe
el cerebro. Cada día se acerca más, comiendo más profundamente en
mi psique porque también es el décimo aniversario del suicidio de mi
papá.
Me digo a mí mismo que diez años es mucho tiempo. Ya debería
haberlo superado. De hecho, nunca debí dejar que me afectara como
lo hizo.
Pero empiezo a despertarme en la noche otra vez. Viendo al techo,
con un silencio enfermizo resonando en mis oídos. Deseando haberle
pedido a Blake que viniera en lugar de decirle que estaba demasiado
ocupado con el trabajo.
Me da vergüenza que ella me vea así. Tengo cólicos en el estómago
y un sudor húmedo que me hace pensar que podría tener gripe,
excepto que solo parece empeorar.
Para cuando llega el fin de semana, no puedo soportarlo más, tengo
que ver a Blake, aunque no esté en mi mejor momento. Reservo una
cena para el viernes por la noche, la noche en que estaría en esa
espantosa fiesta si alguna vez hubiera cedido ante las mierdas de mi
mamá otra vez.
Todo el día trato de no pensar en las cosas en las que no quiero
pensar. No visito la tumba de mi papá. Nunca he ido a verlo, no desde
su funeral.
Reeves no ha dejado de joder. De hecho, lo ha aumentado. Él sabe
qué día es este al igual que yo. Mi mamá ha intentado llamarme dos
veces, y cada golpe que Reeves me da es una represalia por sus
lágrimas.
Quiero que este sea un día como cualquier otro. Me digo a mí
mismo que lo es.
A través de todos los ataques, a través de las furias inusuales que
tengo que manejar con mis operadores y Briggs y la SEC, sigo
imaginando a Blake sonriéndome a través de una mesa iluminada con
velas mientras el resto del mundo se derrite...
Son más de las siete antes de que pueda salir de la oficina. Le envío
un mensaje de texto a Blake para que se reúna conmigo en mi
apartamento para que pueda ducharme y cambiarme de ropa.
Tan pronto como las puertas del ascensor se abren a mi suite, capto
el aroma de su perfume y mi corazón salta. Dejo caer toda mi mierda
en el suelo y cruzo la habitación en tres zancadas, levantándola y
respirándola.
Su vestido azul abraza sus curvas. Su cabello es tan brillante que
parece laqueado, su flequillo está recién cortado, sus uñas limadas en
punta, con delgados anillos de plata en sus dedos. La sensación de
ella en mis brazos se convierte instantáneamente en la mejor parte de
mi semana.
―¿Te mueres de hambre? Me daré prisa.
―No hay prisa. ―Me sonríe―. Tengo algunos correos electrónicos
que limpiar.
Su computadora portátil está abierta sobre la mesa de café, las fotos
del club de inversión aparecen en la pantalla. Blake me confesó que
le cuesta reconocer rostros. Practica unir imágenes con nombres para
poder saludar correctamente a sus conocidos en las fiestas. Solo la he
visto cometer un error una vez. Después me dijo que era porque se
había guiado de una fotografía vieja.
Me impresiona la forma en que continuamente encuentra formas
de burlar los obstáculos de su existencia. Sé lo difícil que es para mí
hacer lo que hago, tratar de hacerlo con la mitad de mi tamaño, como
una chica hermosa con un cerebro extraño, sería como intentar llegar
a la NBA con una sola mano.
Abro el lavabo de mi baño y dejo correr el agua para poder
afeitarme el rostro de nuevo. Lo quiero perfectamente suave cuando
le coma el coño más tarde. Mierda, no puedo esperar. Me lo merezco
después de la semana que tuve.
Me apresuro al armario para tomar ropa limpia. Mientras estoy ahí,
Briggs llama con más malas noticias. Tomé represalias contra Reeves,
y ahora está jodiendo con mis operadores individuales. Pennywise
acaba de recibir un gran golpe y Jonesy es el siguiente, por lo que
parece.
Esto se está saliendo de control. Necesito una manera de devolverle
el golpe a Reeves lo suficientemente fuerte como para lastimarlo. No,
para ponerlo sobre su maldito trasero...
Mi mente trabaja frenéticamente, mi estómago vuelve a tener
cólicos y espontáneamente pensamientos sobre mi papá pasan por mi
cabeza.
Fallé en lo único que me importa...
Lo siento, Ramses...
Hiciste bien en elegirla...
El sonido del agua golpeando el suelo me hace retroceder y corro
al baño. El fregadero se ha desbordado, inundando no solo la
encimera y el suelo, sino también los cajones entreabiertos. Mis
artículos de tocador están empapados, los cajones están tan llenos que
tendré que sacarlos con un balde.
Veo el desorden, la presión enfermiza de tratar de arreglar esto y
todo lo demás en mi vida finalmente se derrumba.
Blake entra al baño.
―Oye, escuché…
Se detiene viendo el desastre frente a ella. Cuando ve mi rostro,
cierra el grifo y viene a abrazarme. Mi corazón late con tanta fuerza
que levanta la cabeza de mi pecho.
―Bebé, ¿estás bien?
Abro la boca para decir que sí, pero es una mentira demasiado
pesada y niego con la cabeza en su lugar.
―Ven aquí... ―Me jala hacia la cama.
Me hundo en la orilla, vuelve a rodearme con los brazos y me besa
suavemente en la frente. Sus ojos buscan mi rostro.
―¿Qué pasa?
Hay presión alrededor de mi pecho, como bandas de hierro bien
atadas.
Sigo viendo el agua desbordando los cajones, inundando el piso,
mis cuchillas de afeitar, pomada y pasta de dientes, todo flota en el
desorden. No puedo creer que haya hecho algo tan jodidamente
idiota. ¡MIERDA!
Pongo mis manos sobre mi rostro, ardiendo de vergüenza.
―No quiero que me veas así.
Espero que Blake retroceda, que me quite el brazo de los hombros.
Puedo sentirla mirándome.
Debo parecer un maldito tonto. Estoy sudando. Mis hombros se
contraen. Sé que ella también sintió eso. Mierda, mierda, mierda.
Cada vez es más difícil respirar, el dormitorio se presiona diminuto
y cerrado, luego se infla enorme como si me estuviera encogiendo. Mi
corazón se acelera, golpeando en mis oídos.
La presión está en todas partes, apretada en mi pecho, apretada
contra mis sienes. La habitación se oscurece, la cama cae como un
ascensor, y mi cuerpo se sacude.
Todo lo que queda son los brazos de Blake envolviéndome.
Mientras todo lo demás se hincha y se encoge, se precipita y cae, ella
me abraza fuerte, su respiración es constante, su corazón es como un
metrónomo.
―Está bien ―murmura en mi oído―. Todo está bien, estoy aquí
contigo.
¿Qué me está pasando?
―Estás bien. Va a estar bien.
Creo que estoy teniendo un ataque al corazón…
―Shh, está bien, te tengo, estoy aquí…
Gradualmente, eventualmente, el latido en mis oídos comienza a
disminuir. Las oleadas de náuseas se separan cada vez más, y la
habitación parece solo oscura en lugar de negra. Puedo ver la mano
de Blake agarrando mi brazo, y luego puedo sentirla, junto con su
otra mano acariciando mi espalda.
Tan pronto como hay espacio para pensar, la vergüenza está al
alcance de la mano.
―Lo siento ―murmuro, tratando de alejarme.
―Ramses. ―Blake toma mi rostro entre sus manos―. Está bien. Yo
también tengo ataques de pánico.
¿Alguna vez escuchas algo, lo niegas automáticamente, lo escuchas
realmente, lo piensas, te golpea con la verdad, lo piensas más, cambias
toda tu idea de ti mismo y luego no tienes idea de qué decir?
Nunca pensé que sería una persona que tiene ataques de pánico.
Entonces, en un momento, supe que eso era exactamente lo que
había tenido. Porque Blake estaba ahí, vio y entendió.
Tengo miedo de verla al rostro. Si veo asco, repugnancia, incluso
lástima... me destruirá. Porque no puedo soportar ser débil frente a
ella.
Pero tengo que arriesgarme, o no podré verla en absoluto. Tendré
que levantarme y salir de la habitación porque no puedo ocultar nada
en este momento, y no creo que ella pueda, tampoco.
Veo a Blake a los ojos: son amplios, claros y escrutadores. Ella toma
mi rostro entre sus manos, me besa en la boca, y luego presiona su
frente ligeramente contra la mía.
―¿Qué pasa? ―pregunta entre besos, entre caricias―. ¿Qué te
tiene tan alterado? ¿Es una mierda de trabajo? ¿Es esto con tu mamá?
Si sintiera vacilación en sus manos, si ella retrocediera, lo notaría.
Soy hipersensible, observador, pero su cuerpo se presiona contra el
mío, sus manos agarran mis brazos, su boca es tan cálida y ansiosa
como siempre. Más, cuando siente que yo respondo.
Todavía tiene hambre de mí.
Me hundo contra ella, y el calor inunda mi pecho. Mi brazo se
desliza alrededor de su cintura, descanso mi cabeza en su hombro y
giro mi rostro contra su cuello, inhalando.
Su olor me trae de regreso a millas de tierra.
―Hoy es el aniversario.
―Oh ―dice Blake.
Esa pequeña sílaba contiene todo el peso del mundo. Ella me
abraza con sus brazos envueltos tanto como puede alcanzar.
La acerco a mi regazo y la beso, mis manos se meten
profundamente en su cabello.
―Mi mamá fue a verme unos días antes de su boda. Tienes que
entender, antes de que se fuera… mi papá y yo la adorábamos.
Las imágenes vienen rápidas y dolorosas. Todos vestidos con
nuestras mejores ropas para ir a Blue Marble a tomar helados.
Películas de los martes por la noche a precios de matiné, metiendo
palomitas de maíz en los bolsillos de nuestros abrigos. Bailando sobre
la alfombra gastada en la sala de estar, con mi mamá ajustando mi
mano en su cintura, diciendo: “Sé un caballero, Ramses”. Yo rodando
los ojos, respondiendo: “¿Qué es un caballero?” Ella sonriéndome
porque yo ya era más alto que ella a los doce años. “Un caballero es un
lobo paciente”…
Le digo:
―Un hijo único es un participante íntimo en el matrimonio de sus
papás. Mi papá adoraba a mi mamá, y yo también. Cuando ella estaba
molesta, y a menudo lo estaba porque mi papá no era de fiar, era un
mentiroso, un intrigante, me metía en sus grandes planes para ganar
su perdón. Fui entrenado para complacerla, quería hacerla feliz.
Pienso en ella el día que se fue, todavía en el último rubor de sus
treinta y dolorosamente hermosa como una muñeca. Demasiado
frágil e impecable para ver alguna vez el hogar donde vivíamos.
Pienso en la casa por la que solía pasar todos los días en el autobús,
la que me parecía tan elegante. Me imagino lo feliz que habría sido
mi mamá si de alguna manera hubiera podido comprársela, en cómo
nunca habría tenido que preocuparse por una estufa que echaba
humo o unas escaleras chirriantes o unos viejos espeluznantes que
orinaban en el callejón, y habría estado orgullosa de llevar a sus
amigas. Lo planeé febrilmente, incluso después de que ella se fue,
incluso cuando alguien más compró la casa, incluso cuando
arrancaron los rosales. Pensé que si podía comprarla de alguna
manera, ella aún hubiera vuelto a casa...
Mi rostro se retuerce.
―Cuando fue a verme, eso dijo: “¿No quieres que yo sea feliz?” Ella
lloró y me rogó que fuera a su boda.
Pienso en sus ojos azules mirándome, mojados por las lágrimas.
Blake me dice:
―No estuvo mal que fueras. Los papás de muchas personas se
vuelven a casar, y la tuya había estado divorciada durante años.
―Lo sé, pero también sabía que mi papá no estaba bien.
Hiciste bien en elegirla...
Blake agarra mi mano.
―Eso no es tu culpa.
Recuerdo el agua golpeando el suelo. Pienso en mi propio estupor.
Ups.
―La cagué. Sabía que él estaría molesto, pero no pensé...
Las bandas alrededor de mi pecho no han desaparecido. De hecho,
se están apretando...
―No fue tu culpa ―repite Blake―. Él tomó su propia decisión.
―Ella no me lo dijo. Sabía que estaba muerto cuando caminó por
el pasillo, pero no me lo dijo hasta que terminó la recepción. Nunca
la perdonaré por eso.
―No tienes que hacerlo. El perdón está sobrevalorado.
Eso casi me hace sonreír, pero todavía puedo ver el agua
empapando la alfombra.
―Necesito limpiar ese desastre. ―Cubro mi rostro, clavándome las
uñas―. No puedo creer que hice eso.
El pánico sigue ahí, y ahora que sé que es pánico, eso solo lo
empeora. Un ataque al corazón sería menos castrador.
―Yo lo limpio ―dice, sin lugar a discusión―. En un minuto.
―No puedo creer que hice eso. No sé por qué estoy tan molesto
por eso, puedo comprar cosas nuevas...
Mis manos están temblando.
Blake dice:
―Estás molesto porque odias estar fuera de control.
Me giro para verla.
―Por eso te molestan tanto los cajones ―repite―. Puedes comprar
cosas nuevas, puedes comprar cajones nuevos, pero cometiste un
error. Tu disciplina es lo que te hace poderoso. Cuando estás distraído
y cometes errores, piensas que tienes menos control y te sientes
menos poderoso, y luego te sientes.... ―Sus ojos caen, y su voz
también―, jodidamente aterrorizado.
Lentamente, asiento.
―Eso es exactamente correcto.
Blake lo entiende porque ella también ha sentido esto.
Nada ha cambiado, pero todo ha cambiado.
El calor inunda mi pecho, las bandas de hierro se relajan.
Blake me besa en la boca, luego en la mejilla y, sobre todo, en el
borde de mi ceja.
―Métete en la ducha ―me dice―. Limpiaré los cajones. No, no
discutas, puedo hacerlo rápido. No vamos a salir, nos quedaremos
aquí mismo.
Sonrío, disfrutando de la severidad de su rostro cuando se hace
cargo.
―¿Puedes poner algo de música para nosotros?
―Lo haré. ―Ella rebota, feliz de que le haya dado el visto bueno
para establecer el estado de ánimo.
Mientras me meto bajo el chorro de la ducha, una canción familiar
suena a través de los parlantes, la que puse la primera vez que toqué
a Blake con el traje de gato. Mi polla, inquietantemente muerta hasta
este momento, finalmente cobra vida.
La agarro en mi mano, sintiéndola responder, sensible, cálida e
hinchada en lugar de odiosamente entumecida. Eso solo me pone un
nudo en la garganta. Detesto cuando mi polla no se siente bien.
Subo el agua caliente y el vapor llena la caja de cristal. Puedo oír a
Blake moverse, pero ya no puedo verla. Enjabono mi cuerpo,
acariciando mi polla, pensando en el momento en que rasgué ese traje
y vi su coño desnudo por primera vez...
La siguiente canción que toca estaba en la radio la noche que
manejamos a la casa de April. La siguiente es una que escuchamos de
camino a los Hamptons. Mientras me enjuago, suena una canción que
cantamos juntos en un partido de los Yankees. Blake hizo una lista de
reproducción completa de música que escuchamos en nuestras citas.
Cada fragmento del estribillo me recuerda alguna broma entre
nosotros, algún sabor a Cherry Coke en sus labios. Cada momento
brillante está vinculado para siempre a estas canciones, ensartadas en
mi cerebro, brillando como luces navideñas.
Me seco con una toalla, rociando la colonia que a Blake parece
gustarle más, la que hace que se aferre más a mí. Salió del baño sin
que yo me diera cuenta, no sé a dónde fue.
Dejo la botella y me doy cuenta de que Blake se las arregló para
limpiar el agua de los cajones, trapear los mostradores y el piso y
secar mis artículos de tocador. Todo lo que aún esté empapado, como
mi brocha de afeitar, las ha colocado cuidadosamente para que se
sequen al aire. Un montón de toallas empapadas se escurre en la
bañera.
Observo el baño milagrosamente restaurado y luego me pongo
ropa suave y cómoda en una especie de aturdimiento.
Blake me espera en el estudio, con los ojos brillantes y despeinada
como si acabara de ganarme aquí. Lleva puestas las orejas y el collar
y un traje de gato nuevo.
Se ve tan jodidamente tentadora que quiero correr a su lado, pero
dudo en la entrada dolorosamente consciente de que mi polla todavía
no responde como debería. Si ella me toca y no estoy completamente
duro...
Aparto ese pensamiento y me dirijo al sofá. No tengo problemas
para hacerlo.
Me siento y pongo a mi pequeña Minx en mi regazo, pasando mis
manos por su cuerpo. La sensación elegante del traje bajo mis palmas
hace que mi corazón salte, y mi polla también, aunque no tan rápido
como me gustaría. El retraso me provoca una sensación de calor y
picor en la nuca.
Minx puede sentir la tensión en mis manos. Se gira en mi regazo y
me ve al rostro. Intento sonreír, pero estoy rígido; estoy cagando esto.
Ella me sonríe de todos modos.
Con delicadeza, saca una mano del guante negro. Toca con sus
dedos rizados el vaso de agua vacío que descansa sobre un posavasos
sobre la mesa de café, empujándolo lentamente hasta que el vaso llega
a la orilla. Hace una pausa y luego empuja un poco más hasta que el
vaso se derrumba, cayendo sordamente sobre la gruesa alfombra de
abajo.
Una sonrisa tira de mis labios.
―Ah, ¿así vas a ser?
Con los ojos muy abiertos y sin pestañear, Minx sostiene mi mirada
mientras empuja lentamente una pequeña pila de libros de la mesa.
Caen en cascada al suelo en rápida sucesión, thud, thud, thud.
―Eso es adorable ―digo―. Eres una idiota adorable.
Toca con la mano el vaso de agua lleno, cerca de donde antes estaba
el vacío.
―Ni siquiera lo pienses ―gruño.
Hace una pausa. Espera dos segundos, y luego lo empuja justo
fuera de la orilla.
Salto sobre ella, gruñendo y besándola por todas partes, haciéndola
gritar. Se está riendo y me olvido de preocuparme por mi polla hasta
que la saca de mis pantalones y trata de ponérsela en la boca, y me
doy cuenta de que aunque su lengua se siente jodidamente fenomenal
y quiero estar dentro de ella como si quisiera respirar, todavía estoy
duro en un sesenta por ciento.
―Lo siento ―murmuro―. No eres tú, yo…
Ella me besa, con su lengua húmeda y hambrienta en mi boca.
―Eres perfecto ―me dice―. Jodidamente perfecto.
Es la primera vez que habla durante una escena de Minx, por lo
general esperamos hasta después.
Me alegro de que esté hablando ahora, se siente exactamente
correcto en el momento. Las reglas son solo reglas hasta que haces
otras mejores.
―Tú eres perfecta ―le digo, besándola en todas partes que puedo
alcanzar―. No quiero que pienses que no te deseo, porque me estoy
muriendo por ti. Mi cuerpo está jodido porque estoy jodido de la
cabeza.
―¿Me deseas? ―pregunta Minx, besándome como yo amo.
―Sí.
―¿Qué es lo que más te excita?
―Tu olor. ―Ni siquiera tengo que pensar en eso―. La forma en
que hueles aquí... ―Pongo mi rostro contra su cuello, debajo de su
cabello, y respiro profundamente. Su aroma inunda mi nariz,
llenando cada célula de mi cuerpo―. Y aquí... ―Presiono mi nariz
contra el trozo de piel entre sus senos, inhalando hasta que mis ojos
se ponen en blanco―. Aquí... ―Levanto su brazo, respirando la fina
especia de su sudor. Ella grita y trata de alejarse, pero hago que me
deje. Ahora mi polla está completamente dura, apuntando
directamente al techo. Ahora está jodidamente furiosa.
»Y aquí... ―Abro la entrepierna de su traje, acariciando sus muslos
y acariciando mi rostro en su dulce y empapado coño. Lleno mis
pulmones con su olor, una y otra vez hasta que sus muslos tiemblan
alrededor de mis oídos―. Ese es mi favorito.
Tomo un largo golpe con mi lengua entre los labios de su coño. Está
empapada y resbaladiza. Doy vueltas mientras sus piernas tiemblan
a mi alrededor.
Este es el sabor que amo. Este es el sentimiento que amo, esos
pliegues aterciopelados que se derriten en mi lengua, cálidos, dulces
y satisfactorios. Cierro los ojos y me ahogo en ella.
Se sube a mi rostro, sus rodillas dobladas descansan en parte sobre
mis hombros y en parte en el respaldo del sofá, y tomo su trasero en
mis manos, comiendo su coño como una sandía. Mueve las caderas,
mete las manos en mi cabello y me araña el cuero cabelludo con las
uñas.
Sus muslos abiertos permiten que mi lengua profundice. La lamo
como un animal, sumergiendo mi lengua en su calor, sacando su
humedad.
Sus manos agarran mi cabeza mientras folla mi rostro. Nunca
terminé afeitándome. La fricción de mi barba incipiente contra su
coño resbaladizo solo la amplifica, volviéndola loca. Ella mueve sus
caderas más rápido, sus muslos se están enrojeciendo.
Empieza a correrse y la dejo caer sobre mi polla, empujándome
dentro de ella para que su primer grito pase de alto y claro a profundo
y desgarrador.
―Oh, Dios, ¡oh, JESÚS!
Salta arriba y abajo en mi polla más rápido, más fuerte. Cada golpe
acerca un poco más su orgasmo.
―¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ―Los músculos se destacan en mi pecho y
brazos, el sudor me corre por el rostro. Hago rebotar todo su peso
sobre mi polla, observando las ondas del impacto a través de sus
deliciosas curvas.
Rasgo la parte delantera del traje de gato, y sus tetas se derraman.
Las ahueco en mis manos, apretando sus pezones tan gruesos y duros
como gomas de borrar. Ordeño sus pechos al ritmo de las embestidas
de mi polla hasta que sus ojos se ponen vidriosos y su boca se abre.
Cuando se corre por última vez, su espalda se arquea y sus pezones
se vuelven diamantes, cada ola estremecedora de placer parece fluir
hasta sus puntas, y su coño se aprieta alrededor de mi polla con el
mismo movimiento que mis manos.
Es lo más excitante que he experimentado, y creo que me corro al
mismo tiempo.
Pero cuando Blake se baja de encima de mí, niega con la cabeza.
―No llegaste hasta el final.
Me río.
―¿Qué significa eso?
―Significa que todavía hay más.
Ella se agacha y agarra mi polla.
―Whoa ―digo mientras se sacude en su mano.
―¿Ves? ―Sonríe, su mano me acaricia lentamente.
Mi polla ha vuelto a ese odioso nivel de dureza, gruesa y palpitante
pero flexible en su mano. Tiene razón, puedo sentir ese pulso ansioso
como si hubiera más para desatar, pero no creo que pueda despejar
mi mente y liberarme. No esta noche.
―No creo…
―¿Confías en mí? ―me pregunta.
No puede quitar esa mirada traviesa de su rostro ni siquiera para
hacer la pregunta.
―Sí… aunque no debería.
Blake sonríe.
―Confía en mí para cuidar de ti.
Mi cuerpo se vuelve cálido y pesado porque eso es exactamente lo
que confío en que ella haga.
Me siento en el sofá, y Blake corre hacia el dormitorio. Su trasero se
flexiona en el traje transparente, y las plantas de sus pies descalzos
brillan. Vuelve en un momento con la botella de lubricante que está
junto a la cama y unas tijeras.
―Relájate ―me dice―. Ponte cómodo. No intentes correrte, solo
déjame disfrutar la sensación de tu polla en mi boca.
Se arrodilla frente a mí sobre la alfombra gruesa, extendiéndome
las tijeras para que pueda cortar los guantes de su traje.
Solo la revelación de sus manos desnudas hace que mi polla se
estremezca. Su piel es suave y clara, del color de la madera de fresno,
brillando con esa tenue luz interior que es parte de Blake, como su
hoyuelo, como su voz.
Esta es una chica que está destinada a brillar en la oscuridad como
una estrella plateada.
La encontré. La traje aquí. Ahora ella está iluminando mi noche.
―Gracias por estar aquí conmigo ―le digo―. Si no te tuviera esta
noche…
Blake sonríe, su lengua sale disparada, bailando alrededor de la
cabeza de mi polla.
―Entonces tendrías que hacer esto tú mismo. Cuando soy mucho
mejor en eso…
Ambos sabemos que, si Blake no estuviera aquí, todavía estaría
llorando en el armario. Mi pene estaría muerto, y me estaría
preguntando por qué diablos hago algo en mi vida.
Pero ella está aquí. Me ve con esos ojos que hacen que el resto del
mundo se desvanezca. Sonríe alrededor de mi polla, frotando la
cabeza contra esos labios exuberantes, forzándola en su boca y luego
suspirando de placer cuando golpea su lengua.
―Me encanta así, cuando me cabe más en la boca. Me encanta
sentirla contraerse en mi lengua...
Pasa la lengua por la parte inferior, chasqueando, provocando,
dando un pequeño gemido de placer cuando siente que mi polla salta
en respuesta.
―Mmm… así…
La música cambia a una canción que conozco muy bien porque
Blake la toca todo el tiempo mientras baila por mi apartamento,
sacudiendo su trasero hacia mí.
🎶 Turn Up - S3nsi Molly
Ella acaricia mis bolas con su mano, ahuecando, tirando, haciendo
un juego de cómo juega con mi polla, cómo se burla de la sensación.
Crea combinaciones con su boca y sus manos, no como si estuviera
tratando de hacer que me corra, solo tratando de hacerme sentir bien.
Cada vez que mi polla late en su boca, gime de satisfacción.
Persigue lo que parece estar funcionando como un zorro tras un
conejo. Cuando no respondo de la manera que quiere, cambia a otra
cosa hasta que me tiene flexionando y gimiendo con cada
movimiento de su lengua como una marioneta en sus cuerdas. Todo
sin que ella me hiciera sentir como si quisiera que me pusiera duro.
Aprieta debajo de la cabeza con una mano, masajeando mis bolas
con la otra. Mientras tanto, tiene su boca sujeta en la parte inferior de
mi polla, chupando la base como si estuviera tratando de dejarme un
chupetón monstruoso donde solo nosotros dos podemos verlo.
―¡Jodido JESÚS! ―grito mientras me arrastra más y más cerca del
límite.
La forma en que construye su ritmo es diabólicamente engañosa:
pura tortura, pero poderosa, como una tormenta bajo su estricto
control.
Ella construye y construye y construye, luego, justo cuando creo
que me va a soltar, captura la sensación, la acorrala y comienza a
construir de nuevo.
Acaricia el eje de forma ligera y rápida, más rápido, más rápido,
más rápido, su brazo se vuelve borroso, hasta que mis bolas están
hirviendo como una botella de champán agitada con fuerza, luego
cambia a movimientos cálidos y deslizantes, sus palmas desnudas
acarician la cabeza, ordeñando mi polla mientras me derrito...
A la segunda o tercera vez, me doy cuenta de que está jugando
conmigo, como un gato con un ratón. Haciéndome pensar que estoy
corriendo libre hacia el puro placer hasta que ella me captura y
comienza a torturarme de nuevo.
―Tú, pequeño monstruo… ―respiro, con mis ojos rodando hacia
atrás.
Blake solo sonríe, rociando lubricante en sus manos, frotando todo
como una loción.
Cuando sus dedos están cubiertos, comienza a acariciar debajo de
mis bolas.
―No te preocupes ―ella ronronea―. Voy a hacerte sentir tan
bien...
―Me vas a matar.
―No puedes estar enojado si estás muerto ―dice, cerrando su boca
firmemente alrededor de la cabeza de mi polla.
Su lógica es impecable.
Estoy empezando a esperar que este sea mi camino. No se me
ocurre mejor despedida...
Su boca es puro nirvana. Es como si ella supiera exactamente cómo
me siento, como si estuviera leyendo cada escalofrío y movimiento
con su lengua, con sus manos en mi cuerpo, y sus ojos viendo mi
rostro.
Sus dedos se deslizan más abajo, masajeando alrededor de mi
trasero. Siento el impulso de decirle que no, de mover su mano, pero
ese impulso tiene sus raíces en la incomodidad, no en lo que
realmente quiero. Sus manos se sienten bien como siempre, no,
incluso mejor, porque sus dedos cálidos y resbaladizos presionan y
juegan en un espacio que nunca había intentado erotizar.
La curiosidad es más fuerte que el tabú, y el placer los gobierna a
todos.
Sus dedos acarician y masajean, paciente, seguro, firme,
mostrándome que esta parte de mi cuerpo tiene tantas terminaciones
nerviosas como mi polla, y cada una de ellas siente por Blake como el
resto de mí…
Su boca envuelve la cabeza de mi polla, cálida y húmeda. Su dedo
sensible se presiona contra mi trasero. Con cada empujón, deja caer
su boca más abajo alrededor de mi polla palpitante.
La sensación es incómodamente intensa y desesperadamente sucia.
No puedo creer que un pequeño dedo pueda hacerme sentir así, al
revés. Las mujeres están jodidamente locas por dejar que una polla
entre en ellas.
Ese es el último pensamiento consciente en mi cabeza. El dedo
medio de Blake hace contacto con mi próstata y ya no estoy a cargo.
Ese pequeño botón es la llave del reino: se lo doy todo y mi cerebro
se queda en blanco.
Su dedo trabaja dentro de mí, presionando contra ese lugar
delicado y crucial. Mi polla se ha convertido en un nuevo tipo de
sustancia, fundida, bombeando magma, clavada profundamente en
su garganta. Blake agarra la base de mi polla, su otra mano se
introduce dentro de mí, trabajando mi cuerpo como una maestra.
Yo soy bueno en el sexo, pero este es su trabajo.
Y Blake no es una chica de nueve a cinco, que llega y marca una
tarjeta. Ella es más del tipo que si dieran premios Nobel para esto,
tendría cinco. Ha inventado algo espectacular, y desearía poder
invertir todo mi dinero en ello, porque esta acción se va a la luna.
Su boca se balancea sobre mi polla, con su dedo presionando
profundamente.
―¿Te gusta eso? ―murmura, con sus ojos fijos en los míos―. Así
es como se siente cuando estás dentro de mí.
En un arrebato de claridad mental, por fin comprendo el orgasmo
femenino: la estimulación interior y los apretones indefensos,
combinados con la succión exterior de lo que parece un clítoris
enorme e hinchado.
No tengo el control, ni siquiera un poco.
A medida que mete el dedo más profundo, con más fuerza, al
compás de su boca, fuerza el orgasmo fuera de mí como si me tuviera
clavado a una pared.
Es jodidamente aterrador, un placer tan grande, tan abrumador
que me destroza.
No quiero ceder, pero no tengo elección. Esto es lo que significa ser
penetrado, empalado, con tus lugares internos más poderosos y
vulnerables a merced de alguien decidido a explotarlos por todo lo
que valen.
Su mano izquierda aprieta mis bolas como si estuviera
exprimiendo fruta, mientras su mano derecha me folla, lento, firme y
profundo. Su boca es un agujero negro cálido y húmedo del que nada
puede escapar.
Me precipito por un túnel de luz y sonido, corriéndome mientras
sigo construyendo, con el cuerpo temblando, las caderas levantadas,
la espalda doblada como un arco. Alguien brama:
―¡OhDiosmierdaJesús!
Luego me quedo tirado en una oscuridad palpitante y jadeante en
el sofá mientras Blake me limpia con un paño tibio.
―Ahora ya terminaste.
Cuando terminamos de follar, ninguno de los dos tiene ningún
interés en dormir. Blake se quita el traje de gato arruinado y se pone
una de mis camisetas de béisbol.
Saco la prensa para panini y preparo dos de queso a la parrilla
perfectamente tostados, que Blake y yo hemos acordado que es el
único plato que cocino mejor que ella.
Soy consciente de que es una exageración llamar a esto “cocinar”
pero estoy jodidamente orgulloso de mi innovación personal de
cortar los sándwiches en diagonal con la espátula a la mitad del
proceso de prensado para que el queso se derrita y se vuelva
masticable y crujiente en el borde del pan.
Eso y una jodida tonelada de mantequilla por ambos lados ha dado
como resultado un sándwich de queso asado que ni siquiera Blake ha
intentado mejorar. Ella se sienta pacientemente al otro lado de la isla,
saltando sobre su comida en el momento en que le paso el plato.
Le doy la mitad superior del sándwich mientras mantengo la parte
inferior caliente en la prensa. A Blake le gusta comer su comida a la
temperatura de la lava.
―¡Oh, mierda! ―grita, mordiendo la parte más crujiente y
pegajosa, quemándose los dedos, dejando caer el sándwich de queso
asado y agarrándolo para poder hacerlo todo de nuevo―. Dios, eso
es tan bueno.
La observo comer, sintiendo diez veces la satisfacción que sentiría
al comer yo mismo.
―¿No tienes hambre? ―me pregunta.
―Sí. ―Tomo mi sándwich y lo mastico, aunque de hecho, solo la
estoy viendo.
Ella está absorta en su comida, encantada como una niña.
Le digo:
―¿Quieres un poco de leche chocky?
Blake sonríe.
―Tienes toda la razón, sí quiero.
Me dirijo a el refrigerador para sacar la leche entera y el jarabe de
Hershey. Blake me dijo que esa era su comida favorita cuando era
niña, lo primero que aprendió a pedir por su nombre. Chocky milk...
Pienso en ella, pequeña y decidida, y sonrío mientras me duele el
pecho.
Mi refrigerador solía verse como si un culturista viviera aquí:
montones de comidas preparadas dejadas por mi chef en cajas de
plástico transparente. Ahora está lleno de todas las comidas ridículas
que creo que Blake querría comer cuando está feliz, cuando está
vegetando: uvas Candy Hearts y alcachofas en escabeche, cuñas de
quesos elegantes, los últimos melocotones del mercado de granjeros,
jamón rallado de su charcutería favorita…
Mezclo la leche chocolatada y se la paso. Ella toma un sorbo
profundo, lamiendo el bigote de sus labios.
―Me cuidas tan bien.
Mi pecho se siente suave y magullado, sus palabras se entierran y
hacen un hogar ahí.
―Eso es lo que quiero. Quiero cuidarte.
Blake me mira, dejando su vaso.
El silencio entre nosotros está lleno de tantas cosas. Sé lo que quiero
decirle. Ojalá supiera lo que ella quiere decirme.
Blake se muerde el borde de su labio, sus ojos buscan mi rostro.
¿Tiene esperanza? ¿Nervios?
Mierda, no puedo decirlo.
Al final, dice abruptamente y tal vez como si fuera una idea
diferente:
―¿Podrías revisar mi plan para la semana? O tal vez no tienes
ganas de trabajar...
―Me encantaría. Toma tu portátil.
🎶 Like Real People Do - Hozier
Ella la lleva a la isla de la cocina, deslizándose de nuevo en su
taburete. Tomo el que está al lado del suyo, leyendo la pantalla sobre
su hombro. Me muestra las inversiones que tiene y sus estrategias
para la próxima semana.
Tal vez realmente quiere mi ayuda, o tal vez sabe que esta es otra
forma de hacerme feliz, de distraerme de mis problemas
centrándome en ella.
Sus inversiones son inteligentes y mucho más divertidas que las
mías. Se pone a zumbar como un avispón, picando aquí y allá,
demasiado pequeña para que alguien la golpee.
Me gusta ver cómo funciona su mente engañosa. Cuando puedo
ayudarla, siento una satisfacción que ha comenzado a eclipsar el
placer de mis propios tratos.
Blake es absorbida por los números en la pantalla, sus ojos brillan,
sus manos se mueven rápidamente sobre las teclas. Mientras me
muestra los detalles de su juego, su mano se abre y tira la leche con
chocolate por todo el teclado.
―¡Mierda! ―grita con verdadera frustración. Agarra una toalla de
papel y limpia el teclado, con el rostro rojo.
Dejo el vaso en el fregadero y limpio la encimera.
Sus labios se presionan, y toda la emoción se desvanece de su
rostro. La leche chocolatada ha goteado a través del teclado,
arruinando cualquier posibilidad de seguir trabajando y
probablemente bloqueando la computadora portátil.
―No te estreses ―le digo―. Te compraré una nueva. Esa se estaba
poniendo vieja de todos modos.
Blake mira fijamente las llaves, y el fajo de toalla marrón empapada
que tiene en la mano.
―No es la computadora portátil. Desearía no ser así.
Su cabeza cuelga hacia abajo, su flequillo cubre sus ojos.
Sé que no está hablando de un solo vaso de leche. Blake sabe que,
por muy cuidadosa que intente ser, siempre derramará bebidas,
comida, romperá platos, chocará con los marcos de las puertas o
confundirá los nombres de las personas.
Estaba molesto antes porque casi nunca cometo errores. La
disciplina y la precisión me llevaron a donde estoy.
Blake comete pequeños errores todo el tiempo porque así es como
funciona su mente: en saltos creativos y en un reconocimiento de
patrones increíblemente rápido.
Cierro la portátil y la rodeo con los brazos.
―No te disculpes, no te sientas mal. A veces cometes errores
porque estás muy concentrada en lo que estás enfocada, y ese es tu
regalo, ese es tu poder, eso es lo que te permite hacer tantas cosas
increíbles. Nunca estés triste por lo que te hace ser, eso es lo que amo.
Ambos nos damos cuenta en el mismo momento de lo que acabo
de decir.
Blake parpadea y una lágrima cae.
Cuando la beso, la pruebo en sus labios.
―Te amo. ―Le digo de nuevo, clara y nítidamente―. Te amo
exactamente como eres.
La emoción lucha en su rostro y esta vez lo veo por lo que es:
esperanza y miedo en igual medida.
Tomo su mejilla.
―No es un juego. Te amo, y es real, y si hubiera sabido cómo es, no
habría pasado ni un minuto de mi vida persiguiendo nada más.
Está temblando. Lo sé, sé que quiere devolvérmelo, pero mi niña
ha sido herida y la vida ha sido cruel con ella. Ella no es un gigante
como yo, debe tener cuidado.
―Tengo miedo ―me dice, apenas más fuerte que un susurro―. No
quiero volver a cagarla…
La tomo en mis brazos y la llevo de vuelta al dormitorio, al cálido
nido de la cama donde sé que se sentirá segura. La sostengo en mis
brazos y la beso y la toco de la manera que sé que la hace sentir
tranquila, calmada y protegida...
En las horas más oscuras de la noche, nos contamos todo.
Blake me cuenta lo horrible que fue en Crossroads, encerrada con
solo una hora al día bajo el sol. Me cuenta que no le permitieron ver
a Sadie, ni siquiera después de que la liberaron y la pusieron en un
nuevo hogar de acogida para terminar los últimos seis meses de la
preparatoria. Ganó la competencia de selección de acciones y se ganó
su viaje a Columbia, pero ahí fue cuando todo se fue a la mierda.
―No sé por qué pasó… ―dice desde el refugio de mis brazos―.
Finalmente era libre. Tenía una beca completa, lo único que tenía que
pagar era comida y libros. Me gustaba la escuela, me gustaban las
clases, pero justo cuando todo estaba ahí esperándome... me
desmoroné.
Me cuenta cómo la comida dejó de saber bien, cómo las palabras
dejaron de tener sentido en las hojas. Dormía hasta tarde en las
mañanas, luego se acurrucaba durante horas en la ducha,
perdiéndose las clases.
―Era como si hubiera estado escalando toda mi vida, tratando de
salir del hoyo, pero cuando finalmente pisé tierra firme, todos mis
problemas habían venido conmigo, y ahora me estaban destrozando.
Se queda en silencio. Aunque las luces están apagadas, puedo ver
esa mirada en blanco en su rostro, la mirada cuando se pierde en la
oscuridad de su cabeza.
Tomo su rostro entre mis manos y la beso para traerla de vuelta a
mí.
―Desearía haber estado ahí para ti.
Sonríe un poco.
―Yo también.
―¿Fue entonces cuando dejaste la escuela?
Ella asiente.
―Estaba reprobando de todos modos, pensé en tomarme un
semestre libre y volver, pero una vez que estuve sola todo el día, sin
trabajo, sin clases... empeoró.
El pavor presiona hacia abajo cuando siento lo que está a punto de
decir a continuación.
―Fui a un lugar oscuro. Empecé a pensar... que el dolor y la fealdad
eran más que las partes buenas de la vida. Empecé a pensar que había
algo malo en mí, profundamente malo. No imperfecciones como las
que tiene todo el mundo, sino algo realmente jodido. Lo suficiente
como para que mi mamá no pudiera esperar para deshacerse de mí y
Davis se enfocó como si pudiera ver dentro de mi cabeza, como si ya
supiera lo que estaría dispuesta a hacer.
―Eso no es cierto.
No quiero discutir, no quiero interrumpir, pero no puedo dejar
pasar eso.
―La primera parte lo es. El mundo es trágico y doloroso, y duele.
―Blake sonríe levemente―. Incluso cuando eres multimillonario.
Pasa sus dedos por mi brazo, creando una sensación como chispas.
―Pero también es demasiado hermoso para perdérselo.
Me ve a la cara, la suya está desnuda y hermosa. Cierra los ojos y
me besa, un beso que se siente como una bendición, como la
adoración de todo lo sensual y espiritual que hay entre nosotros.
Cuando abre los ojos, le digo:
―¿Crees que sé lo que estoy haciendo?
Blake sonríe completamente, y su hoyuelo parpadea a la vista.
―Definitivamente.
―Nadie detecta una oportunidad más rápido que yo. En el
momento en que te vi en el Belmont, le dije a Briggs, quiero saber todo
sobre esa criatura, y no he dejado de perseguirte desde entonces.
Blake brilla de placer, su cuerpo está apretado como si se estuviera
abrazando a sí misma.
―No hay nada malo contigo ―repito―. Excepto el tiempo que te
estás tomando para contarme esta historia.
Blake se ríe, bajo y rico.
―Básicamente llegamos al final. Me quedé sin dinero, tuve que
conseguir una compañera de casa. Esa compañera era Magda. Yo era
un maldito desastre, apenas salía de mi habitación, pagaba tarde el
alquiler. Me despidieron de una cafetería, así de jodidamente patética
fui.
Hace una pausa. Aunque está tratando de mantener la misma
diversión en su voz, vacila cuando dice:
―Estaba tratando de pasar la Navidad porque, porque quería que
Sadie tuviera eso al menos.
Mi estómago es un nudo hirviendo, todo el miedo enfermizo de
nunca haber conocido a Blake pasa corriendo por mi rostro como un
autobús. Tomo sus manos entre las mías y las sostengo con fuerza.
―Magda dijo que, si quería comprarle algo a Sadie, podría
ayudarme a ganar algo de dinero. Probablemente esperaba que yo
también pagara el puto alquiler. ―Blake se ríe un poco―. Pero sobre
todo, ella podía ver que me estaba ahogando, y me tiró una cuerda.
Blake me cuenta cómo se preparó para esa primera cita, nerviosa,
temblando, preguntándose si terminaría en un basurero.
―Fue un desastre. El tipo era incómodo, yo era peor, no había
ninguna atracción por mi parte, todo se sentía tan mecánico y falso.
Lloré cuando llegué a casa, pero me dio una propina de quinientos
dólares, lo que me permitió pagarle a Magda la mitad de lo que le
debía y comprarle a Sadie un magnífico juego de acuarelas para
Navidad. Por primera vez en meses, sentí que había logrado algo. La
siguiente cita fue un poco mejor, y para la siguiente... me di cuenta de
que podía ser buena en esto.
Solo puedo imaginar lo rápido que Blake debe haber detectado los
patrones de lo que quieren los hombres y lo fácil que pueden ser
manipulados. Conozco su determinación. De una manera extraña
envidio a Tabitha, esta versión joven y hambrienta de Blake, ruda y
sin formación, pero una estudiante hambrienta.
Me cuenta cómo se unió a la agencia de Tabitha, cómo construyó
su lista de clientes y finalmente se independizó.
A cambio, comparto los detalles de cómo Briggs y yo convertimos
nuestros ajetreos en un espacio de oficina real. Le cuento los altibajos,
las peores cosas que he hecho y las cosas que más me enorgullecen.
Hablamos durante horas, deteniéndonos solo para asaltar el
refrigerador en busca de uvas, queso y una botella de champán.
Brindamos, bebiendo directamente de la botella, sonriendo como
idiotas y sin decir nada en voz alta.
Ambos sabemos que es una alegría estar enamorado.
Ramses y yo pasamos el fin de semana más increíble juntos, incluso
mejor que en los Hamptons.
Nunca me había sentido conectada con alguien así. Le estoy
contando a Ramses cosas que nunca le he contado a nadie: todos mis
secretos, mis inseguridades, mis pasiones, mis planes.
La honestidad es como quitarse una prenda: estás viendo el rostro
de la otra persona para ver cómo responde.
Cuando le cuento estas cosas íntimas, a veces vergonzosas, si se
burlara de mí, si viera un juicio en su rostro, me cerraría como una
almeja, pero cada vez que rompo mi caparazón por él, responde con
calidez y comprensión.
Me encanta la forma en que funcionamos juntos.
Cuando sacamos nuestras computadoras portátiles y repasamos
nuestros números uno al lado del otro, es como si fuéramos un par de
patinadores azotando el hielo, a veces girando juntos, a veces
separándonos para lograr nuestro propio truco antes de flotar de
regreso en sincronía.
Reemplazamos mi computadora portátil jodida a primera hora del
sábado por la mañana, y luego Ramses pasa la mayor parte del día
formateando la nueva máquina. Copia todos mis archivos, restaura
mi software e incluso se asegura de que mis contraseñas se hayan
guardado.
Podría haber hecho esas cosas yo misma, pero habría sido
miserable todo el tiempo, enojada conmigo misma por crear una
cantidad tan inmensa de trabajo por un error tan estúpido.
Visitar la tienda de Apple con Ramses es divertido. Elegir una
nueva foto de escritorio juntos es divertidísimo. Pretende aprobar mi
selección de un paisaje desértico estrellado, pero cuando abro la
pantalla más tarde, me recibe una foto sin camisa de Tom Selleck, con
vello en el pecho de los años 70.
Tomo represalias haciendo que el protector de pantalla de Ramses
sea una foto vergonzosa de él y Briggs, proporcionada por el mismo
Briggs, quien guarda una selección completa de fotos de Ramses flaco
con acné, frenillos y cabello esponjado, para los días en que se olvida
de que yo tengo tres décadas de suciedad sobre él.
La próxima vez que abro mi computadora portátil, veo un ovillo
gigante de hilo, y después de eso, una foto de la niña del Aro
arrastrándose por la pantalla que me hace gritar. Ramses obtiene una
captura de pantalla de su propio escritorio, luego un primer plano de
los pies descalzos de Biden.
Él sabe mi código de acceso y yo sé el suyo, eso es lo más íntimo
que he compartido con alguien.
Además de comprar computadoras portátiles, visitamos los
mercados de flores cerca de mi casa y elegimos una hermosa higuera
de hoja de violín para la casa de Ramses para calmar sus celos de mi
floreciente muro de la jungla, luego pasamos por el mercado de
agricultores para que podamos intentar hacer gazpacho juntos para
la cena.
Todo el día, a través de todos los mandados y juegos tontos, estoy
bailando en mi piel porque esta canción está sonando en mi cabeza:
Me ama, me ama, me ama...
El domingo, vamos a un partido de béisbol. Los Yankees están
haciendo una carrera por el campeonato, así que me sorprende que
Briggs no esté aprovechando sus boletos de temporada junto a los de
Ramses.
―No sé dónde está. ―Ramses ve los asientos vacíos con fastidio―.
Algo pasa, salió temprano del trabajo dos veces esta semana.
―Wow ―digo―. Espero que no sea grave.
Ramses sabe que me estoy burlando de él, pero no se dejará
engañar.
―Es un jodido mal momento, lidiando con esta mierda de Reeves.
―¿Todavía está encima de ti?
―Peor que nunca.
No hace falta decir que Ramses no asistió a la fiesta de su mamá.
Me pregunto si ella sabe cuán despiadadamente su amante está
golpeando a su hijo. ¿O ella le está diciendo que lo haga?
―¿Cuál es tu plan?
―No lo sé ―me dice, y puedo decir que eso es lo que más lo irrita.
Cuando Ramses tiene un problema sin resolver, se obsesiona y
obsesiona hasta que sabe qué hacer. Ya he visto el ciclo varias veces.
Cuando se da cuenta en un par de días, no es gran cosa, pero cuando
el problema se prolonga, es como un motor demasiado caliente hasta
que comienza a desmoronarse.
Nos sentamos en silencio durante unos minutos, observando a los
jugadores en el campo, pero cada uno pensando en Halston Reeves y
su enorme e intocable fondo de cobertura.
―Él sabe que quiero devolverle el golpe ―murmura―. Se ha
agachado...
Deslizo mi mano en la suya, enlazando nuestros dedos.
―Lo resolveremos.

El lunes, es volver al trabajo. Tengo un par de estrategias de


opciones en ejecución, pero en lugar de concentrarme en mi propia
mierda, paso todo el día haciendo una inmersión profunda en el
fondo de Reeves. El martes revisé sus archivos de PF y el miércoles
encontré algo útil. Llamo a Magda para pedirle un gran favor.
Ramses me está esperando en su casa y me obligó a hacer ejercicio
con él a pesar de que ese es el tipo de sudoración y jadeo que no
disfruto.
Ya llego tarde, pero cuando suena mi teléfono y veo el nombre de
Sadie en la pantalla, contesto de inmediato. Si está llamando en lugar
de enviar mensajes de texto, probablemente necesite algo.
―¿Qué pasa?
―Nada ―responde un poco demasiado rápido―. Me preguntaba
si querías almorzar esta semana.
―¿Qué tal el viernes?
―¿Qué tal mañana? ―me pregunta.
―Mañana está bien.
En realidad, no he revisado mi agenda, pero puedo hacer que
funcione. Algo en su tono me pone nerviosa.
―¿Estás bien? Suenas un poco...
―No, no, estoy bien. ―Está un poco sin aliento como si estuviera
caminando―. Te veré mañana al mediodía. ¿Frankie’s?
Ahí es donde solemos encontrarnos. La comida es una mierda, pero
su batido de fresa es la relación a largo plazo más apasionante de
Sadie.
―Sí, está perfecto.
―Genial ―me dice―. Te amo, hermana.
Mis ojos se calientan. Estoy atrapada entre mi profundo amor por
Sadie y el miedo persistente de que algo anda mal.
Eso es lo que significa preocuparse por otra persona: significa que
nunca estarás libre de temores, preocupaciones y responsabilidades,
pero también disfrutarás con el sonido de su voz y el calor en tu pecho
cuando imagines su sonrisa.
Una vez más, pregunto:
―¿Estás segura de que estás bien?
―Estoy genial ―dice Sadie con firmeza―. Lo prometo.
Esta vez, le creo.

Ramses me espera en el gimnasio en el nivel más bajo de su ático.


Lleva un par de pantalones sueltos de algodón y una camiseta sin
mangas, todo en negro como un ninja. Su pecho y hombros se ven
escandalosamente fuertes. La idea de levantar un peso a su lado se
siente como un ejercicio de humillación.
Está sonriendo, pero sus ojos están cansados. Por muchas veces que
lo anime, no estará feliz hasta que se resuelva este problema de
Reeves.
―Entonces… ―Finjo estirarme para que pueda admirarme en mis
pantalones cortos de entrenamiento―. ¿Eres mi nuevo entrenador
personal?
Ramses sonríe.
―Estoy aquí para ponerte en forma.
―¿Dónde está tu látigo?
―Justo aquí. ―Blande su pesada mano para recordarme cómo se
siente un golpe en el trasero.
―¿Por dónde empezamos? ―le digo, viendo el equipo de cardio,
las pesas, la máquina de cable.
Su gimnasio privado está más cerca de un Equinox que de un
sótano habitual. Todas las paredes son espejos y el piso es de un
material gomoso y esponjoso. Su selección con mancuernas haría
llorar de orgullo a Schwarzenegger.
―Quítate la ropa ―me dice con severa profesionalidad―. Necesito
ver con qué estoy trabajando.
Él, por supuesto, me ha visto desnuda casi tantas veces como me
ha visto vestida, pero le sigo el juego, fingiendo ser tímida mientras
me desvisto lentamente.
Primero me quito la blusa y los pantalones cortos, así que estoy de
pie con un sostén deportivo, una tanga y tenis deportivos.
―Ropa interior también.
Dejo mi sostén y las bragas encima del resto de la ropa, pero me
quedo con los tenis.
Camina a mi alrededor en un círculo lento, con sus ojos recorriendo
mi piel desnuda. Se para detrás de mí, así que ambos vemos mi
cuerpo en el espejo.
Podría examinar todos mis defectos, y hay muchos, pero lo que en
realidad estoy viendo es el rostro de Ramses. Sus ojos arden y su
lengua humedece sus labios.
―Increíble… ―Se estira para ahuecar mis senos, levantándolos y
dejándolos caer―. Hermosas líneas... ―Desliza sus manos por mis
costados.
Mis pezones están rígidos, y se me pone la piel de gallina.
Hay algo increíblemente erótico en ser examinada por Ramses.
Cuanto más me mira, más dócil me vuelvo, como un paciente en el
consultorio de un médico.
Toma mi nalga en su mano y luego me da una palmada.
―Vamos a reforzar eso.
Me río de su rudeza.
Me pega más fuerte del otro lado.
―Será mejor que estés lista para trabajar.
Me encanta cuando me toca así, feroz e intenso. Quiero que se
sienta real.
―Comienza con el AMT ―ordena.
No tengo idea de qué es un AMT, así que Ramses tiene que
mostrarme la máquina de cardio que parece un cruce entre una
elíptica y una escaladora. Me subo desnuda en mis tenis de deporte,
disfrutando de la divertida vista de mí misma en los espejos a mi
alrededor.
Él ajusta el nivel y yo agito los reposapiés de la máquina, los senos
rebotan y el trasero se flexiona en el espejo. No soy atleta, pero la
apariencia de mi cuerpo desnudo en movimiento es jodidamente
genial. Nunca me había visto así: la piel cubierta de sudor, enrojecida
en todo tipo de lugares interesantes.
Ramses observa desde atrás, tan alto como yo incluso cuando estoy
parado en la máquina.
―Así es… trabaja ese culo.
Veo por encima del hombro para ver la tienda de campaña en sus
pantalones. Sonriendo, me inclino hacia delante y bajo con más fuerza
los talones, formando largas líneas con mis piernas.
Ramses pone su mano en mi trasero, sintiendo el trabajo muscular.
―Buena chica ―gruñe.
Después de los únicos diez minutos que he disfrutado en una
máquina de cardio, bajo de un salto y espero sus siguientes
instrucciones.
Me lleva al banco donde ha instalado una barra olímpica. Me
muestra los conceptos básicos de un press de banca adecuado, que
pensé que se explicaban por sí mismos, pero aparentemente no.
Resulta que hay mucha técnica para levantar una barra hacia arriba
en el aire.
Pone sus grandes y cálidas manos sobre mi cuerpo, mostrándome
cómo arquear mi espalda, cómo poner el peso sobre mi pecho en el
lugar correcto. A medida que me lleva a través del movimiento, en
realidad se siente bastante bien. Tal vez sea porque estoy muy
cachonda, pero cada contracción de los músculos es extrañamente
placentera. Mis pezones están duros como rocas.
Es muy pervertido hacer ejercicio desnuda, ver cómo se ve mi coño
con las piernas abiertas alrededor del banco. Sigo imaginando cómo
sería hacer esto con otras personas a mi alrededor, si Ramses me
llevara a un gimnasio Gold y me pusiera a hacer este mismo
entrenamiento sin nada más que tenis deportivos.
Él no puede quitarme los ojos de encima, que es precisamente lo
que más me gusta. Nada me hace sentir más segura que saber que
está observando cada uno de mis movimientos.
En mi segundo juego, desliza un dedo dentro de mí.
Jadeo, con la barra temblando en mis manos.
―Haz tus repeticiones ―gruñe―. Baja la barra lentamente y
empuja hacia arriba.
Lento y controlado, bajo la barra hasta mi pecho. Cuando la empujo
hacia arriba de nuevo, mi coño se aprieta alrededor de su dedo y el
placer me sacude hasta los dedos de mis pies.
―¡Mierda! ―jadeo.
―Sigue adelante ―me dice.
Hago mis repeticiones, dos, tres, cuatro, cinco, cada contracción
enviando un pulso de placer por mis piernas. Mis pechos palpitan, y
el músculo debajo bombea caliente.
Ramses desliza su dedo fuera de mi coño y lo chupa antes de
ayudarme a volver a colocar la barra.
―Dos juegos más.
―¡Dos juegos más! ―grito.
―De este ejercicio ―Sonríe maliciosamente―. Entonces pasamos
a hombros.
Yo gimo.
―Aw. ―Finge hacer un puchero―. ¿Necesitas un descanso?
―Sí ―digo, agarrando su polla a través de sus pantalones.
Agrega dos platos de cincuenta libras a cada lado de la barra.
―Chúpame la polla mientras te tomas un descanso.
Saca su polla, gruesa, pesada y colgante, y se acuesta en el banco.
Me arrodillo entre sus rodillas, tomando su polla en mi boca mientras
él desmonta la barra y comienza su set.
Cada vez que levanta el peso, la fuerza se mueve a través de su
cuerpo y su polla se golpea contra mi lengua. Siento su fuerza
impactante, la facilidad con que levanta una barra que pesa el doble
que yo. Su cuerpo es un horno, sus muslos arden bajo mis palmas.
Verlo levantar me está excitando. Su pecho se hincha, sus hombros
y brazos se vuelven monstruosos. Nunca me importaron mucho los
músculos antes de conocer a Ramses, pero una vez que te conectas,
no puedes volver atrás. Cualquier otro hombre se vería diminuto en
comparación.
Espero a que comience su segundo set, luego me subo a su polla.
Parece un semental, y quiero follarlo como tal.
Su polla salta dentro de mí con cada empujón. Su fuerza fluye en
mi interior y estoy borracha por el poder.
Cuando golpea la barra, el suelo tiembla.
Lo monto en el banco, agarrándome de la barra para estabilizarme.
Ramses es enorme debajo de mí, reflejado en el espejo. Ni siquiera
parecemos de la misma especie.
Él agarra mis caderas y me folla con más fuerza, su rostro está
sonrojado, y sus músculos hinchados. Ya estábamos sudando antes
de empezar, respirando con dificultad, ahora mi corazón está
galopando, las gotas de mi sudor caen sobre su pecho.
Me hace rebotar sobre su polla y yo me agarro con fuerza a la barra,
mis dedos de los pies apenas rozan el suelo. El orgasmo que se ha ido
acumulando a bajo nivel lucha contra mis músculos temblorosos y
mis pulmones adoloridos.
Ramses espera hasta que lo veo a la cara, luego dice:
―Córrete para mí, como una buena chica.
Me corro como si estuviera corriendo a través de una línea de meta,
con el pecho ardiendo, el coño palpitando, y cada músculo en llamas.
Me corro como una jodida campeona, luego me desplomo sobre el
pecho de Ramses.

Más tarde esa noche, recibo un mensaje de Magda:

Magda: Dile que revise su correo electrónico.

Tratando de ocultar mi emoción, le digo a Ramses:


―Hice algo que te va a gustar.
Él me sonríe.
―Hiciste muchas cosas que me gustaron hoy.
―Bueno, esta es la cereza del helado.
Estamos acostados en el sofá del estudio, viendo una película, pero
sobre todo charlando mientras él me frota los pies. Nos duchamos
después del gimnasio, y su cabello todavía está ligeramente húmedo,
su rostro recién afeitado.
Ramses presiona su pulgar en el arco de mi pie, haciéndome gemir.
―¿Qué has estado haciendo?
―Bueno, estaba investigando el fondo de Reeves...
Ramses asiente, con sus manos en mis pies, pero sus ojos en mi
rostro.
―Y me di cuenta de algo. ¿Sabías que un gran trozo de los ingresos
de Oakmont proviene de su división aeronáutica?
―¿Qué tan grande es un trozo? ―me pregunta. Su voz es tranquila,
pero el ángulo de su cabeza cambia como un perro captando un olor.
―Lo suficiente como para que esto realmente vaya a doler.
Los fondos de cobertura no son solo empresas que compran
acciones. Un fondo de cobertura es una caja negra que puede incluir
casi cualquier cosa. Berkshire Hathaway, por ejemplo, es propietaria
de GEICO, una empresa que no cotiza en bolsa con un valor total de
treinta y dos mil millones.
Cuando busqué entre la mierda de Reeves, encontré una
vulnerabilidad evidente. El treinta y seis por ciento de los ingresos de
su fondo de cobertura proviene de un solo contrato gubernamental
para la aeronáutica, y el funcionario del gobierno a cargo de asignar
ese contrato... resulta ser el cliente favorito de Magda. El mismo
senador que la llevó a cenar a Harry's Steakhouse.
―Abre tu correo electrónico ―digo.
El pulgar de Ramses se mueve por la pantalla de su teléfono. La
quietud cae sobre su rostro mientras lee, seguida de una perversa
diversión. Sus ojos suben a los míos.
―Eres una pequeña Minx. ¿Cómo hiciste esto?
Le explico, diciendo:
―Magda le pidió que te enviara con copia oculta en el correo
electrónico para que pudieras leer lo amablemente que le dice a
Reeves que el gobierno de Estados Unidos se moverá en una nueva
dirección. No eres tú, somos nosotros...
Ramses ruge de risa.
―No todos los días puedes leer un correo electrónico de ruptura
de tu enemigo. Después de una cuidadosa consideración... dios, desearía
poder ver su rostro. Reeves va a tener un mal día mañana.
Sonrío.
―Nadie se mete con mi hombre.
Ramses me toma en sus brazos y me besa salvajemente.
―Así es, pequeña perra alborotadora; los joderemos juntos, a
cualquiera que se interponga en nuestra dirección.
Me baja de nuevo, con la expresión repentinamente seria.
―Me resolviste un problema, Blake. Solo hay un par de personas
en este mundo que alguna vez me han resuelto un problema.
―Solo yo y Briggs.
Ramses niega con la cabeza.
―Incluso Briggs no puede cuidarme como lo haces tú.
―Por supuesto que no. ―Le sonrío―. Soy la única que cabe en el
traje de gato.
Briggs entra en mi oficina mientras estoy recostado en mi silla,
viendo hacia el techo con las manos entrelazadas detrás de la cabeza.
―¿Ocupado? ―me dice, medio en broma, pero listo para irse si no
quiero que me interrumpan.
Estaba tratando de averiguar qué podía hacer para agradecerle a
Blake por golpear a Reeves por mí, y no solo un puñetazo: un jodido
machete con el treinta y seis por ciento de su línea superior. Fue tan
malditamente hermoso, que las flores no serán suficientes.
Y no es solo Reeves. Es la forma en que me consoló la noche que
inundé los cajones. Habría estado jodidamente avergonzado de que
alguien me viera así, cualquiera menos ella.
―¿Qué pasa? ―le digo. Tiene una mirada extraña en su rostro
como si algo horrible hubiera pasado.
Cierra la puerta detrás de él, lo que es aún peor.
―Tengo que hablarte de algo.
Toma su posición habitual en la silla acolchada frente a mi
escritorio, pero inmediatamente salta y cambia a la ventana, donde
parece que no puede decidir entre ver hacia afuera y verme a mí.
―Escúpelo ―le digo―. Me estás poniendo nervioso.
―Sí, por supuesto.
Briggs respira, se pasa las manos por el cabello, las pone en las
caderas y luego las deja caer.
―Sadie está embarazada ―dice todo a toda prisa.
Eso está tan lejos de lo que esperaba que tengo que repetir la
oración en mi cabeza un par de veces antes de que tenga sentido.
―¿La hermana de Blake?
―Sí, esa. ―Briggs se ve extremadamente tonto.
―¿Con tu bebé?
― Sí ―sisea, molesto.
―¡Pensé que la odiabas!
―No la odiaba. Pensé que era ruidosa, molesta, poco atractiva y
que tenía un estilo terrible.
―No escribas eso en su tarjeta del Día de la Madre.
Briggs me da una mirada larga y silenciosa.
―Lo siento ―digo―. Continúa por favor porque tengo que saber
cómo sucedió esto.
―Nos juntamos la noche de la fiesta, y fue... jodidamente increíble.
Estaba loca, me folló en bruto en la playa, luego fuimos a este motel
de mierda. Me inmovilizó en la cama y me azotó con su fusta mientras
me montaba como a un caballo...
Los ojos de Briggs se nublan como si estuviera contando un
recuerdo preciado.
Me pregunto cómo diablos voy a explicarle todo esto a Blake.
―Nos hemos estado viendo desde entonces…
―Espera, ¿qué? ¿Has estado saliendo con la hermana de Blake?
Estoy sorprendido de que no me lo haya dicho y molesto conmigo
mismo por no darme cuenta. Tiene sentido por qué ha estado
saliendo temprano del trabajo con tanta frecuencia.
―No estábamos exactamente saliendo ―dice Briggs incómodo―.
Era más como sexo pervertido con una extraña que se convirtió en un
par de cervezas, y ahora... no sé, me gusta un poco. Es graciosa y es
una maldita salvaje. La vi correr el fin de semana pasado; no tenía
miedo, como en el Belmont. Ella compró ese caballo, ¿puedes creerlo?
El gran bayo, el que vimos ganar.
―Blake me lo dijo ―le digo distraídamente.
No puedo creerlo, en realidad. Briggs ha estado saliendo con Sadie.
¡Y la dejó embarazada!
Ese pensamiento está extrañamente coloreado por los celos.
Me imagino enloqueciendo dentro de Blake, con mis nadadores
surgiendo profundamente en su cuerpo, y una parte de mí echando
raíces dentro de ella... los dos unidos para siempre...
―¿Qué vas a hacer? ―le pregunto.
―Sadie quiere quedárselo, y de hecho... estoy un poco
emocionado. ¿Eso es una locura?
―No, no es una locura en absoluto. ―Le doy una palmada en el
hombro y lo jalo para abrazarlo―. Felicidades, hombre. ¡Vas a tener
un hijo!
Deja escapar una bocanada de aire como si realmente lo estuviera
asimilando por primera vez.
―Sí ―dice―. ¡Sí! ―Y luego, su rostro se vuelve extrañamente
vulnerable―. ¿Crees... crees que seré buen papá?
El papá de Briggs ha estado en prisión la mayor parte de su vida,
lo que en realidad es una mejora de cómo se comportaba cuando
estaba en casa.
―Vas a ser el mejor maldito papá ―le digo―. Mira lo bien que
cuidas a Chumley.
Chumley es su Bulldog Británico, que vive la existencia más
mimada imaginable. Tiene su propia piscina, una cama sin patas
completa con sábanas, mantas y almohadas, y un armario lleno de
suéteres.
―¡Es verdad! ―Briggs se ilumina―. ¡Chumley está jodidamente
malcriado!
Me dice que Sadie planea mudarse a su apartamento mientras dure
el embarazo.
―Su casa tiene moho, y así puedo llevarla a las citas con el médico
y esas cosas.
―¿Se van a mudar juntos? ―Los martillazos siguen llegando. No
sé por qué todo esto me hace sentir tan agitado. Estoy feliz por Briggs,
pero, mierda, es mucho de la nada.
―Sí, y si podemos hacer todo eso sin matarnos entre nosotros...
Creo que le pediré que se case conmigo antes de que nazca el bebé.
―¡Jesús, Briggs! Se acaban de conocer.
―No me importa. ―Sacude la cabeza, con la mandíbula apretada,
por lo que se parece mucho a Chumley―. No quiero que este niño
crezca como yo lo hice. Haré todo lo que pueda para asegurarme de
que tenga todas las oportunidades. Todo tipo de personas hacen que
funcione, ¿por qué no Sadie y yo?
―Me alegro por ti ―le digo, y lo hago en serio.
Pero por dentro, mis entrañas se están hundiendo lentamente
porque sé cuánto van a cambiar las cosas. “Briggs, el esposo y papá”
no va a ser como “Briggs, mi mano derecha y mejor amigo”. La
persona en la que se convertirá es probablemente aún mejor, pero la
persona que he tenido a mi lado toda mi vida se va para siempre.
Todo cambia, nada permanece igual.
Pienso en el momento en la cama cuando entré en pánico, cuando
la habitación se hinchó y cayó, y lo único que quedó fueron los brazos
de Blake envueltos con fuerza a mi alrededor.
Cuando Briggs se va, me siento durante mucho tiempo viendo por
las ventanas el cielo sin nubes.
Él está dando este salto salvaje con Sadie sin un plan, sin ninguna
garantía de que funcionará, pero nada le impedirá aprovechar su
oportunidad de ser feliz.
Estoy celoso.
Celoso de que un accidente momentáneo lo haya unido a Sadie con
un vínculo más brillante que el destino.
Y aún más celoso de que no tiene miedo.
Eso es lo que decide por mí.
No soy un maldito cobarde.
Si hay algo que quiero, y lo hay, ahora lo sé con certeza, entonces
estoy tan dispuesto como Briggs a arriesgarlo todo para conseguirlo.

Paso todo el día siguiente preparándome para lo que espero sea la


noche perfecta con Blake. Cuando la retomo, estoy impecablemente
arreglado, fresco como una selva tropical, con un enorme ramo de
orquídeas en la mano. Lo sostengo frente a la lente de ojo de pez para
que cuando Blake se asome, no vea nada más que un mar de color
púrpura.
Ella se ríe, barriendo las flores en sus brazos y enterrando su rostro
en las flores.
―Me estás echando a perder.
Acerca su boca a la mía, me besa, luego se mueve como si fuera a
llevar las flores a la cocina y ponerlas en agua.
―No te atrevas a besarme solo una vez ―gruño, jalándola hacia
atrás de nuevo.
Me besa más y más profundamente, con su cuerpo pegado
obedientemente al mío.
―¿Eso está mejor?
―Sí ―digo, dándole un pequeño golpe en el trasero mientras se
lleva las flores.
―Oh, Dios ―grita, echando agua en un jarrón―. ¿Briggs te dio la
noticia?
―Espero que estén planeando nombrar al bebé como nosotros.
Blake sonríe.
―Es apropiado.
―Podrían llamarlo Bramses.
―¡O Rake! ―Se está riendo, pero veo esa pequeña línea de
preocupación entre sus cejas―. Briggs cuidará de Sadie, ¿no?
―No hay nadie más leal que Briggs.
―Bien ―me dice―. Entonces no tengo que matarlo por dejarla
embarazada.
―No sé si puedes culpar a Briggs. Por lo que escuché, él fue la
víctima…
Blake se ríe, arreglando las orquídeas en el jarrón.
―Dios, desearía haber sabido lo que estaba pasando cuando
cojeaba por la playa como si hubiera robado el pastel de su abuela de
la ventana.
―Tu hermana es una sádica, y ella parece tan dulce...
―Es como una pequeña ardilla asesina, ¿no? ―Blake sonríe con
cariño y luego suspira―. Sadie está encantada; ella siempre quiso
tener hijos.
―Vas a ser tía.
Blake parece sorprendida y luego complacida.
―Sí, es verdad. Tendré una hermana y un sobrino, y un novio.
Nuestros ojos se encuentran con calor repentino.
―Quería hablar contigo sobre eso, de hecho…
Tenía todo planeado: una cena, un paseo en helicóptero sobre la
ciudad, pero no quiero esperar ni un minuto más.
Tomo las manos de Blake entre las mías y la acerco al sofá. Ella se
sienta a mi lado, girando expectante, con los ojos brillantes y curiosos,
y su hoyuelo coqueteando en el borde de su boca.
Le digo:
―Cuando te llamé novia delante de mi mamá, y de nuevo con
Desmond, no me detuviste. De todas las cosas que te he empujado a
hacer, esa me emocionó más porque es lo que más quiero. Eres tan
buena haciendo realidad mis fantasías... pero la parte en la que haces
que mi vida cante es cuando es real. Quiero que sea real.
Las mejillas de Blake están llenas de color, sus labios tiemblan. Está
agarrando mi mano con tanta fuerza como yo estoy sosteniendo la
suya.
―Abre tu teléfono ―digo.
Ella parpadea, confundida.
―Okey…
―Accede a tu cuenta.
Observo su rostro, pensando que estoy a punto de ver una oleada
de alegría y emoción.
En vez de eso, la oscuridad cae como un velo. Se queda quieta, y su
respiración se desvanece.
―¿Por qué hiciste esto?
No es la respuesta que esperaba. El estado de ánimo ha cambiado,
hay nubes sobre el sol, frío en el aire.
Acabo de depositar 37 millones en su cuenta, pero ella está viendo
la pantalla de su teléfono con los labios pálidos y los nudillos blancos.
Casi como si estuviera furiosa.
―Pensé que estarías feliz.
Su cabeza se levanta, con ácido en sus ojos.
―¿Pensaste que estaría feliz de que marcaras mi número por mí?
Levanto mis manos.
―Mira, yo estaba jodido y tú me ayudaste. Me hizo darme cuenta
de que quiero que comencemos un nuevo capítulo juntos...
Blake grita:
―¿Se trata de Lukas?
―¿Qué? No yo...
―¡Porque lo solté hace un mes! ―Blake salta del sofá, y su teléfono
cae al suelo―. Pensé que lo sabías.
No lo sabía, pero tampoco lo había pensado. Ya no me importa una
mierda un viejo cliente.
Me pongo de pie con la intención de calmarla. En el segundo en
que me elevo sobre ella, me doy cuenta de que eso también está mal:
ella se encoge en mi sombra, su respiración es rápida, tiene el rostro
rojo y los ojos demasiado brillantes.
Cuidadosamente, le digo:
―Llegar a cien millones era tu antigua meta, quiero que hagamos
nuevas metas juntos.
Ella niega con la cabeza, con el cabello volando.
―Qué benevolente de tu parte decidir eso por los dos, Ramses,
pero no es así como comienzas una sociedad con alguien. Todavía
estás tratando de comprarme.
―Solo quería ayudarte.
―Sí. Es lo que tú querías, lo que yo quería era ganármelo como tu
maldito reloj, y me lo quitaste.
Las lágrimas se derraman por sus mejillas.
En voz baja, dice:
―Nunca me verás como un igual.
Eso me pone jodidamente enojado. Nadie nunca ha cuidado mejor a
Blake, nadie la ha atesorado como yo.
Furioso, le digo:
―¿Cuándo te he tratado como menos? Te he respetado desde el
momento en que abriste la boca, incluso antes de eso, desde el
momento en que te vi trabajar en una habitación. Por el amor de Dios,
Blake, te dije lo mucho que te valoraba la primera vez que hablamos.
¡Tres millones por una puta cita!
―Sí, tres millones ―dice ella―. Es mucho, me sentí halagada, pero
déjame preguntarte algo, Ramses... ¿yo podría comprarte por tres
millones?
―Eso no es...
―Vamos ―espeta―. ¿Cuánto necesitaría para comprarte? ¿Qué
valor te das a ti mismo?
Cuando no respondo inmediatamente, ella lo dice por mí:
―Miles de millones. Bueno, adivina qué, yo también. Soy tan
inteligente como tú, soy igual de capaz.
―¡Yo lo sé! ¡Te abrí mis libros! ―No quiero gritar, pero es
jodidamente escandaloso que ella no entienda esto―. Nunca he
compartido con nadie como lo he hecho contigo.
Blake tiembla, el color se sonroja a través de su rostro antes de
quedarse apagada y quieta.
―Me encantó ese día ―susurra―. Me sentí como una socia ese día.
No me siento como una socia hoy. Siento que me robaste mi logro y
estás a punto de decirme cuál es el nuevo. Déjame preguntarte algo:
¿cuándo fue la última vez que Briggs decidió la dirección de Obelisk?
Ramses, no tienes socios. Quieres el mundo para ti y solo compartes
partes de él.
Eso me da una bofetada de mierda.
Mi control se desliza, y la muerdo de regreso.
―Cada día desde que te conocí, he compartido más y más de mí
mismo. Eres tú la que se aleja, asustada. ¿Me estás diciendo que
necesito tratarte como a un igual? Blake, no somos iguales. La razón
por la que yo soy multimillonario es porque tomo todas las decisiones,
y cada vez que quieras actuar como si supieras más que yo, ¿por qué
no revisas el marcador?
El rostro de Blake se queda en blanco, así es como sé que la lastimé
porque ni siquiera puede fingir.
―Rojo ―dice ella.
Luego camina hacia la puerta principal y la abre, esperando a que
me vaya.
―Blake…
Ella gira hacia mí, furiosa como nunca la he visto.
―¿Dices que no soy tu igual hoy? Bueno, maldita sea, lo seré
mañana, pero nunca seré tu igual en nuestra relación si no me tratas
como tal.
―Blake…
―Sal.
Cuando estoy de pie en el pasillo, ella dice:
―No quieres una pareja, quieres una mascota.
Y me cierra la puerta en la cara.
Horas después de que Ramses se fuera, sigo recorriendo el mismo
ciclo de pensamientos una y otra vez.
No es que esté enojada, aunque estaba enojada en ese primer
momento de violación de abrir mi cuenta y ver que había jodido mi
saldo nuevamente.
Lo que realmente estoy es demasiado jodidamente decepcionada.
Creí que me entendía.
Y tal vez solo soy una idiota que está enojada con alguien por darle
treinta y siete millones. Esa es una posibilidad clara.
Pero aún estoy decepcionada.
Cometí el error cardinal.
Creí el sueño. Giré la fantasía y me perdí dentro de ella como si
realmente pudiera encontrar una conexión, como si realmente
pudiera encontrar el amor.
Los hombres que compran mujeres no regalan sus corazones.
Las mujeres que venden su cuerpo ya han perdido todo lo demás.
Eso es lo que me digo a mí misma, acostada sola en la oscuridad.
Todos los viejos y feos pensamientos han regresado, más
poderosos que nunca.
Es mejor no sentir nada que sentir este tipo de dolor.
La única manera de protegerse es estar sola.
Y el peor de todos:
Nadie realmente te ama una vez que te conocen.
Ese es el cuchillo en las costillas que gira y gira.
Mi mamá me dejó. No pude hacer felices a Ingrid y su esposo.
Desmond estaba avergonzado de mí, y Ramses…
Ni siquiera puedo imaginarme su rostro sin otra ronda de lágrimas
sucias y tragando saliva.
¿Me ama? ¿O solo ama poseerme?
No estoy segura de qué es peor.
Porque si Ramses realmente me ama... entonces lo arruiné todo.
Cada día desde que te conocí, he compartido más y más de mí. Eres tú la
que se aleja, asustada...
He tenido miedo.
Ese es el problema de preocuparse, ese es el problema de que te
importe una mierda: lo que está en juego aumenta.
Amar a alguien es darle un bate y decir: “Esto es lo mucho que me
importa lo que pienses de mí. Golpéame con él cuando quieras”.
Me hice vulnerable a Ramses, luego, en el momento en que cometió
un error, le cerré la puerta en la cara. Literalmente.
Sabía que esto sucedería: cuanto más alto volamos, más sabía que
me dolería cuando todo se derrumbara.
Pero seguí batiendo mis alas porque cada minuto con él valía la
pena. Cada vez que me miraba, me tocaba o me hacía reír, volaba
directamente hacia el sol. Ahora mis alas se han derretido y me estoy
hundiendo.
Pienso en el momento en que abrí mi cuenta, ese pico de furia al
rojo vivo seguido de una sensación de vergüenza de sentirme barata...
Te puso un número. Es un poco más alto ahora, pero todavía cree que
puede escribir un cheque por tu alma.
Entonces recuerdo la indignación en el rostro de Ramses, cómo le
temblaba la voz cuando dijo, te abrí mis libros... nunca he compartido con
nadie como lo he hecho contigo... y estoy bañada en miseria y
arrepentimiento.
Pienso en sus ojos fijos en los míos, suplicando:
Tú eres la que se aleja...
Pero luego el destello de sus dientes y las palabras que no puedo
perdonar ni olvidar:
No somos iguales, Blake.
Y ardo de rabia y amargura, y el ciclo vuelve a empezar.
Piensa en lo que ha hecho por ti...
Solo lo que quería hacer por sí mismo.
Está orgulloso de ti...
Le gusta presumirme.
El sexo…
Es una trampa.
Pero el sexo...
Me engaña para que tome decisiones terribles.
Él tiene buenas intenciones…
Quiere controlarme.
Dijo que te ama...
También dijo que no éramos iguales.
Él estaba molesto…
Dejó escapar la verdad.
Doy vueltas y vueltas, una y otra vez en el dormitorio a oscuras
hasta que he llorado hasta quedar ahogada.
Me quedo dormida enredada en las sábanas sudorosas solo para
ser despertada por una llamada. Me apresuro por el teléfono, con la
esperanza de que sea Ramses.
Cuando veo el número de Magda en su lugar, mi cerebro
confundido por el sueño decide que debe haberse quedado varada en
una cita o que su mamá ha empeorado.
―Hola ―grazno―. ¿Necesitas que te acompañe con tu-mmm-
mamá?
―¿Qué? ―Magda suena tan congestionada como yo.
Mis contactos están pegados a mis globos oculares. Parpadeo hasta
que estoy bastante segura de que la hora en mi teléfono marca las 2:23
a. m.
―Lo siento, estaba medio dormida.
―Estabas completamente dormida ―dice Magda―. Debería haber
esperado…
―No seas tonta.
Las dos hablamos de esta forma extrañamente educada, la tensión
en nuestras voces se elevó al máximo porque en cualquier momento
Magda me dirá por qué llamó a las 2:23 de la mañana, y aunque el
bulto en mi pecho significa que mi cuerpo ya lo sabe, estoy alargando
los segundos, una pequeña y fea parte de mí todavía espera que el
problema sea la mamá de Magda...
―Es Tabitha.
Eso es todo lo que Magda tiene que decir.
Ambas sabíamos que vendría. Y, sin embargo, estamos llorando a
ambos lados de la línea.
No puedes prepararte para el dolor.
Todo lo que puedes hacer es compartirlo.
El funeral de Tabitha es un día gris y ventoso donde las calles
todavía están mojadas por la lluvia y las nubes son una manta sólida.
Las hojas brillantes se pegan como tiritas a la acera húmeda y
despiden un olor a pimienta cuando las piso.
Pasé la mañana en su apartamento, empacando sus últimas cosas.
Lo que le quedaba, nos lo dio a Magda y a mí con una petición para
cuidar de sus pinzones.
Magda se llevó las aves y todo lo que quiso. Todo lo que pedí fue
el abrigo favorito de Tabitha. Lo llevo puesto ahora mientras camino
por los sinuosos caminos del cementerio.
Cuando soplan ráfagas de viento, caen lluvias de hojas oxidadas.
El largo abrigo de brocado silba contra mis piernas, todavía huele
levemente a humo y violetas.
El humo proviene del fuego en su antigua mansión, no de los
cigarrillos. Tabitha trató de rescatar tanto como pudo. Conservó
algunos hermosos espejos adornados, con sus marcos de madera
chamuscados y agrietados. Algunos de sus libros fueron rescatados
con las cubiertas ennegrecidas. Lo más triste de todo fueron las
fotografías en sus marcos: una Tabitha adolescente, esbelta y
encantadora con su tutú, Tabitha y su primer amante estadounidense
de pie afuera del Majestic en ropa de noche, Tabitha en una gala,
Tabitha en un yate en las afueras de Mónaco...
Nadie la tocaba en ninguna de esas fotos, no había ningún brazo
alrededor de sus hombros, ni ninguna mano unida a la suya.
Y cuando llego al jardín abierto donde se llevará a cabo el servicio,
ni una sola persona de esas fotografías está esperando en las sillas.
Solo han venido unas pocas chicas de la antigua agencia. No hay
antiguos clientes y muy pocas personas que parecen amigos.
―Allie tenía que trabajar, pero pensé que Kirsten vendría ―dice
Magda, angustiada por la escasa participación.
Le digo:
―Hiciste un trabajo increíble.
Magda se encargó de todos los arreglos mientras yo hacía el
equipaje. Tabitha, tan eficiente como siempre, ya había comprado su
terreno en el cementerio veinte años antes.
Veo el ataúd cerrado, preguntándome si ella realmente está ahí.
¿Hay alguna parte de ella en algún otro lugar?
Me la imagino mirándome, aunque realmente no creo en eso.
Llorar en los funerales es sensiblero.
Tampoco creo que le gusten las flores, aunque nunca se lo diría a
Magda.
Solo los hombres son tan estúpidos como para pagar dinero por algo que
muere.
Definitivamente no le gustaría mi vestido.
¿Es esto un funeral o una sesión de espiritismo?
Sonrío un poco, aunque no dura. Mis entrañas son arenas
movedizas. Cualquier chispa de felicidad es succionada hacia abajo.
Nunca me he sentido más abajo que esto, incluso en los días más
oscuros después de que abandoné la universidad. En aquel entonces,
no había probado algo mejor.
Ahora lo tengo, y ya sea real o no real, no puedo volver a ser como
era antes.
Siento mi propia soledad ahora. La siento como frío, como hambre.
Un dolor constante que le roba la vida y el color a todo lo demás.
Mientras empaquetaba las pocas cosas hermosas que sobrevivieron
a las que Tabitha logró aferrarse hasta el final de su vida, pensé en lo
inútil que era todo. No puedes llevártelo contigo, e incluso si puedes
conservarlo hasta el final, se convierte en un montón de mierda que
alguien más tiene que resolver.
De todos los regalos que he recibido, lo que más brilla en mi mente
son las veces que Ramses me hizo reír. Devolvería cada dólar, cada
pieza de joyería, pero atesoraría esos recuerdos como el oro de un
dragón.
Tabitha fue mi mentora. Más mamá para mí que mi mamá real,
pero sentada aquí hoy... no quiero terminar como ella.
Los últimos años de su vida los pasó fumando en un callejón.
Murió sola en su apartamento, y sus pájaros cantaron tan alegremente
como siempre cuando Magda recogió su jaula.
Estaba tan jodidamente enojada con Ramses por marcar mi número
por mí, pero ¿por qué elegí ese número en primer lugar? ¿Por qué
elegí alguno de mis objetivos?
Pienso en el castillo de mis sueños.
Los castillos son fortalezas de la soledad. Cuando me imaginaba
ahí, siempre estaba sola. Leer, cocinar, hacer jardinería… sola, sola,
sola.
Ramses quería que hiciéramos nuevas metas, metas que
lográramos juntos.
Le grité y lo empujé.
Nunca me verás como un igual...
¿Le estaba gritando a él o a mí misma?
¿Me está frenando Ramses?
¿O soy yo la que finge tener confianza, mientras que en el fondo no
puedo verme más que deforme…
El servicio comienza. Un violonchelista toca una selección de
Giselle, el ballet favorito de Tabitha. El director nos colocó en un
rincón apartado del cementerio, rodeados de arces plateados y
sauces. Aún así, es dolorosamente evidente cuán pocas personas se
han reunido. De una docena de sillas, varias siguen vacías.
Magda se levanta para hablar. Me preguntó si quería, pero odio
llorar en público y no he podido parar, incluso ahora, las lágrimas
corren por ambos lados de mi rostro, enfriándose mientras caen.
Cierro los ojos con fuerza, pero todavía fluyen hacia abajo.
El viento se levanta y hace que las hojas se deslicen por la tapa
pulida del ataúd. Los pétalos caen de los arreglos florales y giran en
el aire como nieve magullada. Tengo frío incluso con el abrigo de
Tabitha. El cielo es color pizarra, el frío de la lluvia no derramada se
hunde en mis huesos.
Un pesado brazo cae alrededor de mis hombros y Ramses se sienta
en la silla junto a la mía, atrayéndome hacia su calor.
Vuelvo mi rostro contra su pecho y sollozo. Él acuna mi cabeza,
protegiéndome con su abrigo para que nadie me vea.
―¿Cómo supiste?
Él besa la parte superior de mi cabeza.
―Solo porque estés enojada conmigo no significa que deje de
prestar atención.
―Creo que ya no estoy enojada contigo ―le susurro―. De hecho,
me siento como una idiota.
Ramses se ríe.
―Iba a darte otro día para que te tranquilizaras, pero cuando
escuché…
―Gracias. ―sollozo―. Te necesitaba hoy.
Me acerca a él y murmura:
―Siempre voy a cuidar de ti, Blake.
Me abraza mientras Magda nos cuenta todo lo que amaba de la
mujer que nos puso en forma como un cuerpo de bailarina y nos envió
al mundo para atraer, seducir y entretener.
Cuando termina el funeral y bajan el ataúd al suelo, Ramses y yo
nos quedamos un rato más. Ya no tengo frío con su brazo envuelto a
mi alrededor, pero noto cierto movimiento en el bolsillo izquierdo de
su pecho.
―Ramses... creo que tu abrigo se está moviendo.
Mete la mano en el bolsillo de lana y saca lo que parece una bola de
hollín.
Un gatito se sienta en la palma de su mano, con la cola enroscada
alrededor de los dedos. Cada centímetro es negro como la noche,
incluso la punta de su nariz, excepto por los grandes ojos azules que
parpadean hacia mí.
―¿Ya me reemplazaste?
Ramses sonríe.
―Yo ya tengo un gatito, pero no podía soportar la idea de que te
fueras sola a casa esta noche.
Acuno la pequeña mancha de hollín, sintiendo el frágil latido de su
corazón. Mi propio corazón está ardiendo en mi pecho.
―¿Cómo se llama?
―Estaba pensando en Ramses II, pero desafortunadamente, ella es
una niña.
―Entonces sé exactamente cómo llamarla. ―La levanto para poder
plantar un beso en su pequeña nariz―. Esta es Bastet.
―Me estás poniendo celoso ―gruñe Ramses.
Meto a la gatita en el hueco de mi brazo para poder besarlo
también. El sabor de su boca es mucho mejor de lo que recordaba.
―Bonito abrigo, por cierto ―me dice.
―Era de Tabitha. ―Veo el agujero en el suelo, un vacío donde algo
debería estar, como la cavidad de un diente―. Esto es lo que compró
con su primer cheque de pago del Ballet Bolshoi. Era todo el dinero
que tenía, pero me dijo: la forma en que te tratas a ti misma les dice a todos
los demás cómo te tratan.
La palma de Ramses hace caricias largas y lentas por mi espalda.
―Desearía haberla conocido.
― Le hubieras gustado. ―Sonrío para mis adentros―. Aunque ella
no quisiera.
―¿Qué es lo que más amabas de ella?
Pienso en todas las cosas impresionantes de Tabitha, y al final,
digo:
―Ella nunca se compadeció de sí misma, y seguro como la mierda
que no nos dejaría poner excusas. El victimismo perpetuo puede ser
tan peligroso como lo que te lastimó: no puedes escapar de la prisión
de tu pasado hasta que sueltas esa muleta.
Ramses dice:
―Lo siento mucho.
Está hablando de Tabitha, pero lo rodeo con mis brazos de todos
modos, con cuidado de no aplastar a Bastet, y digo:
―Yo también lo siento.
Caminamos a través de las lápidas del brazo, con la gatita en el
bolsillo de mi abrigo ahora en lugar del de Ramses.
Él mira las lápidas maltrechas, apoyándose unas contra otras como
si estuviera exhausto.
―Mi papá está enterrado aquí.
―¿Dónde?
―En algún lugar de esa dirección. ―Ladea la cabeza.
―¿Deberíamos ir a ver?
Hay una larga pausa donde Ramses toma mi mano con fuerza, y su
pulgar acaricia el dorso de mi mano.
―Sí ―dice al fin―. Si vienes conmigo.
Serpenteamos a través de los árboles hacia un área muy
sombreada, con el suelo esponjoso y lleno de hojas.
Ramses camina infaliblemente hacia el lugar correcto y se queda
viendo una piedra gris lisa. El nombre de su papá y el breve lapso de
su vida son el único adorno.
―No sabía qué escribir, pero nunca me sentí bien por dejarlo en
blanco.
Las emociones pasan por su rostro en dolorosos espasmos. De
repente, cae de rodillas y limpia las hojas de la tumba de su papá.
Yo digo:
―Vuelvo enseguida.
Sosteniendo mi mano contra mi bolsillo para no empujar a Bastet,
corro hacia el terreno de Tabitha y regreso con un ramo de rosas
blancas. Las dejo sobre la tumba de su papá, las flores se ven
fantasmales en las sombras.
―Listo ―digo―. A Tabitha no le importará.
―Gracias ―dice Ramses.
Sus manos están sucias, pero entrelazo nuestros dedos de todos
modos, mientras mi otra palma acuna a la gatita dormida.
🎶 Love - Kendrick Lamar

Blake viene a casa conmigo, cargando a Bastet, quien se despertó


por un momento, pero se volvió a dormir tan pronto como encendí el
motor del auto.
Blake hace un nido con mantas para su nueva gatita mientras
preparo la cena. Pongo el agua de la pasta a hervir, luego sirvo dos
copas de vino, llenando la de Blake casi hasta el borde porque parece
que la necesita.
Se hunde en un taburete acolchado al otro lado de la isla de la
cocina, bebiendo su vino con gratitud, luego deja su copa, tomando
una respiración profunda.
―Ramses, lamento mucho lo de la otra noche. Me molestó que
hicieras eso sin preguntarme, pero no debí haber pensado que lo
hacías con mala intención. Sé que quieres cosas buenas para mí.
―Sí, pero aún así la cagué.
Blake parece sorprendida de que lo admita tan fácilmente.
No me he enojado con ella por los últimos días. He estado
obsesionado con este problema, tratando de averiguar dónde me
equivoqué, y creo que finalmente entiendo.
Bordeo la isla, me siento a su lado y tomo su mano en la mía.
―Siento mucho haber perdido los estribos. Eres lo más preciado
del mundo para mí, y has aguantado gran parte de mi escandalosa
personalidad, y aunque tenía la intención de que fuera una
celebración, nunca debí enojarme contigo, y nunca debí haber dicho
lo que dije.
Blake toma una respiración temblorosa, sus hombros se elevan
hasta las orejas y luego todo su cuerpo se relaja, la cabeza cuelga, las
lágrimas fluyen por sus mejillas, aunque apenas sé cómo le quedan.
La mordí y estoy jodidamente avergonzado de eso.
Parece tan resistente, tan indestructible. Pero ya sabía que podía ser
herida, y debería haber sabido que ella sería la más herida por mí.
La rodeo con los brazos y la siento en mi regazo, con nuestros
rostros a centímetros de distancia.
―Nunca había tenido a alguien que me hiciera frente de esa
manera, ni siquiera Briggs. Honestamente, me excitó un poco. Salí de
tu apartamento enojado, pero cuando llegué a las escaleras, se había
convertido en melancolía porque ya te extrañaba, y aunque el objetivo
era hacer algo especial por ti, tenías razón en que estaba haciendo lo
que yo quería.
Blake se da la vuelta, sentándose a horcajadas sobre mí. Toma mi
rostro entre sus manos y me besa suavemente en la boca. Está
llorando, pero ahora también sonríe.
Le digo:
―Nunca nadie me había llamado la atención de ese modo, y tuve
que caminar dos horas hasta casa para darme cuenta de algo que no
sabía sobre mí misma. Toda mi vida he enmascarado mis
insuficiencias con mis logros. Y cuando estaba más molesto, y era más
inmaduro, aprendí eso sobre mí mismo cuando te dije que vieras el
marcador. Porque sí, estoy en la cima. ¿Pero sabes lo que dice?
Ramses. Ramses el Conquistador, y cuando caminaba solo a casa, no
me sentía como un conquistador. Me sentía jodidamente miserable.
Porque me preocupaba haberte perdido para siempre.
Blake suspira, con su frente presionada contra la mía.
―Estaba tan deprimida. No podía creer que lo había cagado todo.
―No lo hiciste ―le digo―. No puedes. Hasta que te conocí, ganar
era todo lo que importaba, pero ahora que te tengo, nada de eso parece
importar si no puedo compartirlo contigo.
Pongo mis manos alrededor de su cintura y la levanto sobre la isla
de la cocina para que todavía esté frente a mí, pero puedo verla
claramente.
―La otra noche me preguntaste cuánto costaría comprarme, y no
tenía nada que decir porque sabía que tenías razón. Entonces, espero
poder hacerte una oferta final...
Pongo su celular en sus manos.
―Accede a tu cuenta.
Blake me da una mirada como si no pudiera creer que estoy a punto
de cagar todo esto de nuevo.
―¿Hablas en serio?
―No te preocupes, no cometo errores. ―Le guiño un ojo―. Dos
veces.
Su pulgar se mueve por la pantalla, con los hombros rígidos y su
expresión ansiosa.
Cuando ve el balance, se queda completamente inmóvil y sus ojos
se elevan lentamente hacia los míos.
Le digo:
―Sé que no puedes ser comprada, pero aquí está todo lo que tengo.
Ella ve la pantalla de nuevo, luego regresa hacia mí.
―¿Qué es esto?
Empujo mi silla hacia atrás y caigo de rodillas frente a ella.
―Blake, solo te quiero a ti. Quiero crecer contigo, quiero ser mejor
contigo, quiero reír y amar contigo, y sobre todo, quiero compartir
nuestros logros juntos. Sabía que eso era lo que quería cuando me
cuidaste cuando estaba dando vueltas por mi papá. Nunca nadie me
ha ayudado así. Sé que no es suficiente, pero aquí está cada dólar que
tengo.
Lo puse todo en su cuenta, 7.2 mil millones, todo mi cofre de
guerra. Cada centavo que tengo líquido.
No puede dejar de ver el número.
―No puedo hacer un movimiento sin él ―le digo, sonriendo―.
Así que supongo que tú tendrás la última palabra.
Deja su teléfono, se desliza de la isla y me levanto para encontrarme
con ella, estrechándola entre mis brazos.
Cuando nos besamos, sé que esto es lo que he anhelado toda mi
vida. Porque finalmente siento que lo logré.
―Me haces tan jodidamente feliz ―dice, besándome una y otra
vez.
Cuando la bajo, digo:
―Ahora que estás a cargo, ¿qué debemos hacer? ¿Quieres comprar
tu castillo? Podría aprender a montar a caballo.
Blake se ríe.
―Aplastarías a un caballo.
―Entonces, ¿qué debemos hacer? ¿A dónde debemos ir?
El mundo entero parece abierto a nosotros. Quiero hacer mil
planes, pero estoy esperando a ver qué piensa mi pequeña Minx:
Blake es mi compañera, y no lo arruinaré de nuevo.
La beso, luego tomo sus manos en las mías, mirándola a los ojos.
―¿Entonces qué quieres hacer?
Blake sonríe.
―Vamos a cazar.
Es el día de la mudanza.
Me mudaré a la casa de Ramses porque es mucho más grande que
la mía y Bastet lo prefiere a él, la pequeña traidora.
De hecho, no me he quedado en mi apartamento ni en el de Ramses
porque hemos estado en Sydney viendo la carrera de Sadie en el
Everest. Es la carrera sobre césped más rica del mundo, con una bolsa
de 15 millones de dólares. Ramses pagó para estacar a Sadie, lo que
hizo que tanto Briggs como yo quisiéramos asesinarlo.
Sadie no ha empezado a competir y, al parecer, que vomitara cinco
minutos antes de subirse a su caballo tampoco le afectó porque aun
así quedó segunda. Briggs saltó las barreras y la alcanzó antes que los
oficiales. Creo que se sentía aliviado, pero nunca he visto a Sadie tan
feliz como cuando saltó de Flightline a los brazos de Briggs.
Ella ha estado tratando de convencer a Ramses de que finalmente
debería apretar el gatillo para comprar un caballo propio, pero
Ramses le dice que lo hará si yo le presto el dinero.
Ese es su chiste favorito ahora. No paga cuando salimos a comer y
me hace pasar mi tarjeta negra, que en realidad es nuestra tarjeta
negra, vinculada a nuestra cuenta compartida. Nunca en mis sueños
más locos pensé que tendría una cuenta bancaria compartida con
alguien.
Esto es mucho más íntimo que el matrimonio. Esta es una
asociación real y completa. Ya no hay mis tratos y sus tratos, solo en lo
que estamos trabajando juntos.
El día que Ramses se sentó a mi lado y me abrió sus libros fue el
mejor día de mi vida. Ahora todos los días son así. Es conexión, es
desafiarse el uno al otro, es toda la estimulación y el escape que solía
obtener de mi trabajo infinitamente aumentado porque lo estoy
compartiendo con alguien más.
Eso es lo que me estaba perdiendo, aunque nunca lo supe en ese
momento.
Ramses era igual. Pensó que estaba apuntando exactamente a
dónde quería ir... hasta que creamos Minx juntos.
El juego era liberar nuestros deseos más profundos, la parte
subconsciente de mi mente tratando de decirme lo que necesitaba
para ser feliz. Esa parte enterrada de mí estaba gritando,
mostrándome el placer, la paz que podía sentir si solo cambiaba lo
que estaba persiguiendo.
Sabía lo que necesitaba antes de saber lo que necesitaba.
Ramses también.
Pensó que Minx se trataba de control, de conectarme con él. Lo que
en realidad necesitaba era a alguien a quien cuidar, y yo necesitaba a
alguien que me obligara a aceptar ese cuidado. Ninguno esperaba la
catarsis y la curación que siguió.
El sexo no es solo sexo. Es donde se disuelven todas las barreras. Es
fantasía y lo más real real. Es donde somos más humanos y más
animales.
Estoy esperando en el ascensor con unas cien plantas. Tengo todo
mi muro de la jungla más algunos extras que pensé que le gustarían
a Ramses. Estoy drogada con oxígeno y la emoción de saber que voy
a dormir aquí esta noche, en nuestro apartamento...
Las puertas se abren. Ramses salta dentro, haciéndome chillar y reír
mientras me levanta en sus brazos.
―¡Te extrañé! ―dice, besándome una y otra vez.
Han pasado unas tres horas desde que nos vimos. Anoche
dormimos en mi casa, quedándonos profundamente dormidos
después de nuestro vuelo a casa. El jet lag sigue existiendo, incluso
cuando vuelas en avión privado.
Pero eso es el amor: es cuán emocionados estamos de vernos, cada
vez. Porque todo es mejor cuando lo comparto con él.
Despertar aquí será mejor. Hacer el desayuno juntos será mejor.
Trabajar juntos será mejor.
Y algunos días, él realmente podría hacerme enojar, pero también
lo resolveremos. Ramses no es perfecto... pero me llena de felicidad.
Él hace que mi mundo crezca y florezca.
Sobre todo, me hace querer cambiar lo que sea que tenga que
cambiar para ser una buena compañera para él, y eso es lo más difícil
de encontrar: alguien que valga la pena el doloroso y difícil trabajo de
tratar de ser mejor.
―Tengo una sorpresa para ti ―me dice.
―Genial, porque tu porcentaje de sorpresa es de… casi un ochenta
por ciento positivo.
Ramses sonríe.
―Me lo merezco, pero esta vez, tengo más confianza…
Se hace a un lado para que pueda ver dentro de su casa. Dentro de
nuestra casa, quiero decir.
Sigo el rastro del polvo de yeso hasta lo que solía ser la oficina de
Ramses.
Dos sillas comparten un escritorio enorme con computadoras
gemelas y nuestras propias terminales Bloomberg. Ramses ha
eliminado los titulares del Wall Street Journal.
―Pensé que podríamos poner algunas de tus huellas...
definitivamente la Bocca Baciata.
Me duele tanto el pecho que tengo que besarlo hasta que ese
sentimiento estalla en calidez y fluye hasta los dedos de mis pies.
Tal vez estoy llorando, no lo sé. Me permito llorar ahora.
Ramses sabe que lo hizo bien. Está irradiando satisfacción, lo que
hace que incluso sus bordes más duros se vean cálidos y acogedores.
Quiero tocar esa mandíbula, quiero envolverme sobre su pecho...
Quiero vivir encima de él y convertirlo en mi hogar.
Ramses es mi castillo. Nunca me he sentido más segura que cuando
duermo en sus brazos, y lo mejor de todo es que puedo llevarlo a
donde quiera que vaya.
No puedo dejar de besarlo, y no lo voy a intentar.
―¿Pero qué hay de tu edificio?
―Todavía voy a ir ahí a veces. Cuando quieras venir conmigo,
despejé la oficina contigua a la mía. No la de Penn, no te preocupes,
esta huele genial. ―Acaricia su nariz contra mi cuello―. Olerá mejor
una vez que hayas estado ahí...
Muerdo el borde de su oreja.
―¿Por qué eres tan increíble?
Se encoge de hombros y finge ser modesto.
―No sé. Me viene naturalmente.
Agarra mi mano, y me jala hacia él.
―Eso no es lo único…
―¿Qué otra cosa?
Me siento un poco aturdida. Demasiadas cosas buenas a la vez me
ponen nerviosa.
Me lleva a lo que solía ser una habitación libre, en la que me cambié
de ropa la primera vez que me puse el traje de Minx.
Ha arrancado todo lo que estaba aquí antes y ha llenado el espacio
con estanterías. Todos los estantes están vacíos excepto uno.
Levanto una hermosa copia encuadernada en cuero de Cómo ganar
amigos e influir en las personas.
―Una semilla para tu biblioteca ―me dice―. Si crece lo suficiente,
podemos derribar otra pared.
El hecho de que él no haya llenado los estantes significa todo para
mí.
Aprieto el libro contra mi pecho y ahora definitivamente estoy
llorando.
La felicidad da miedo, pero no voy a dejar que me asuste.
―Gracias ―le digo, y dejo caer las lágrimas.
Sus ojos también brillan.
―Te amo, y estoy jodidamente feliz de que estés aquí.

Después de pasar horas desempacando mi mierda y compartiendo


comida para llevar y una botella de vino, Ramses me quita los nudos
de los hombros.
Se necesitan pulgares fuertes en el mejor de los días, y mucho
menos cuando he estado cargando cajas.
―Jesús, bebé... ―Él trabaja los músculos alrededor y luego
presiona firmemente la fuente del problema hasta que se libera―.
Creo que los deshice todos.
Digo algo que suena como: “oh, mierda, ooooooooh, tan bueno, tan
bueno, tan bueno, ohhh, dios, tan bueno…” y finalmente un ferviente,
“Gracias”.
Me siento extremadamente agradecida y un poco sucia.
Ramses lee la mirada en mi rostro.
―¿Qué quieres hacer ahora?
Su lenta sonrisa se extiende.
Yo digo:
―Tengo algunas ideas...
Lo que estoy a punto de hacer es un poco retorcido, pero creo que
a Ramses le gustará.
Encontré a su exnovia en Facebook. Quería su Facebook y no su
Instagram porque lo que realmente necesitaba eran fotos de su primer
año de universidad.
Ramses espera en el estudio mientras me pongo lo que podría ser
el “conjunto sexy” más específico jamás creado.
🎶 Woman - Emmit Fenn
Salgo vistiendo lo que Ashely habría usado en 2004: jeans
acampanados, Converse y un polo Lacoste, incluso me peiné como en
sus fotos antiguas, con el flequillo hacia un lado.
La boca de Ramses se abre.
―Oh, Dios.
Toma todo lo que tengo para no reírme.
―¿Cómo lo hice?
No puede dejar de ver, los ojos brillantes y el rostro enrojecido con
mucho más que vino.
―Si te dijera que eso es casi exactamente lo que ella estaba
usando…
Muevo un puño.
―Mierda, lo logré.
Entonces vuelvo al personaje.
Elevo un poco el tono de mi voz, haciéndolo más suave, más
dulce…
―Ramses, te extraño... lo siento mucho, sé que me equivoqué...
¿qué se necesita para que me perdones?
Ramses pone ambas manos sobre su rostro y luego lentamente
arrastra sus dedos por su cabello mientras me ve de reojo.
―Esto es tan jodido.
Tal vez lo sea, pero quiero sacar de su cabeza la idea de que tanto
su mamá como su primera novia fueron atraídas por un “hombre
mejor”.
Quiero darle a Ramses lo que nunca se permitió tener.
Así que hago un puchero.
―Por favor, por favor perdóname. Lo siento mucho, nunca debí
haberme ido. Haré lo que sea para tenerte de vuelta...
Caigo de rodillas a los pies de Ramses.
Todo el conflicto se desvanece de su rostro y sus ojos se oscurecen
mientras todo lo demás se relaja.
―Levántate. ―Su voz es baja, profunda y autoritaria.
Ya estoy de pie. Es pavloviano: tengo que obedecer cuando Ramses
toma el control.
―Quítate la ropa. Despacio.
Mis manos encuentran el botón de mis jeans. Me muevo, como en
un sueño, mientras mis ojos permanecen fijos en la mirada de Ramses.
Estoy usando el tipo de ropa interior que usaría una chica
universitaria: encaje en colores pastel de Victoria's Secret. El tipo de
lencería que una buena chica cree que es mala.
La verdad es que lo siento por Ashley. Cometió un error de
adolescente. No sabía que Ramses era excepcional, ¿cómo podría
saberlo? Apenas había salido con nadie más.
Cuando conocí a Ramses, probablemente me había follado a
trescientos hombres. Él fue quien me hizo reír. Él fue quien me miró
a los ojos y me elogió por todas las cosas que desearía que la gente
viera sobre mí.
Ashley ahora está casada y tiene un bebé y vive a mil millas de
distancia, pero aun así voy a deslizarme dentro de su piel de
estudiante de primer año para darle a mi amante la catarsis sexual
que necesita.
Finjo estar nerviosa mientras me quito la ropa.
―Ropa interior también ―dice Ramses sin piedad.
Me estremezco, pero no discuto, mi cabeza está llena de la fantasía
de cuán desesperadamente quiero recuperar a Ramses.
Esta es la diversión del juego de roles: todos los momentos más
altos y más bajos de la vida se vuelven sucios y fantásticos.
Veo el rostro delgado de Ramses, sus ojos severos y el cuerpo que
definitivamente no tenía en su primer año de universidad llenando
esa camiseta de béisbol con el grosor de un hombre adulto.
Todo lo que quiero es que me sonría de nuevo, y sentir esas manos
en mi cuerpo...
Desabrocho mi sostén, cubriendo brevemente mis senos con mis
manos antes de dejarlas caer, luego también me quito las bragas.
Es como si nunca hubiera estado desnuda frente a otra persona.
Cada centímetro de mi piel siente el aire y sus ojos.
―Baila para mí ―dice Ramses.
Bailo, tímida y torpe al principio, luego lento y sensual a medida
que el vino afloja mis músculos y mis inhibiciones. Él permanece
sentado, completamente vestido, su rostro no sonríe, pero sus ojos
vagan rabiosos sobre mi piel.
Mi cuerpo está palpitando. Nunca he estado más mojada.
―Date la vuelta ―me ladra―. Pon tus palmas en el suelo.
Me giro y me inclino lentamente hasta tocar la alfombra. No soy lo
suficientemente flexible para ser completamente obediente.
Lo escucho moverse detrás de mí, rápido y aterrador, y grito
cuando sus manos agarran mis muslos.
Separa mi coño con sus pulgares, abriendo los labios, exponiendo
todo a su vista.
Mi coño tiembla. Esa piel abierta y en carne viva lo siente todo: el
aire frío, su mirada caliente y esos dedos gruesos y ásperos...
Empiezo a retorcerme y apretarme alrededor de nada, los muslos
tiemblan... y solo la sensación de estiramiento me hace correrme...
Ramses toca mi humedad, está tan resbaladizo que es como si
estuviera rozando un nervio en carne viva. Si no estuviera ya con las
manos en el suelo, me caería.
―Estás empapada ―dice―. Mírate a ti misma.
Sabe que me gusta que me degraden, pero no puede ocultar el
deleite de su rostro.
Estoy medio riendo, medio desmayada. Estar así con la cabeza
colgando hacia abajo me está mareando de la mejor manera.
Lo que sigue es algo del sexo más oscuro y rudo que jamás
hayamos tenido. Ramses está probando lo que haré por él, pero de
hecho, me lo estamos demostrando a mí. Cada vez que mi cuerpo
realiza alegremente algún acto jodido, le dice a mi cerebro cuánto lo
respeto y prende fuego a mi excitación.
Hemos superado con creces el escenario original: se trata de mi
anhelo por él, lo que haría por su atención, su toque... y el placer que
obtengo al cumplir sus deseos más oscuros...
Progresamos del estudio al dormitorio y de vuelta al estudio otra
vez. Los juguetes sexuales están esparcidos por todas partes, y
podríamos haber arruinado otro sofá.
Estoy pensando en lo increíble que es no tener que empezar a
recoger mis cosas para irme a casa. Ya estoy ahí.
Ramses se recuesta sobre los cojines, sudando y fláccido.
―Debo haber pensado en esa situación miles de veces...
Está viendo hacia el techo, con los ojos desenfocados.
―La 'que se escapó' es una situación que no se puede arreglar. Es
una herida permanente en tu historia. Está casada y tiene un hijo,
somos personas completamente diferentes, no me gustaría estar con
ella de todos modos... pero el dolor que me causó es algo que nunca
me he curado por completo hasta hoy.
Se da la vuelta sobre su costado, mirándome.
Estoy sentada en la alfombra, tratando de quitarme el nido de ratas
del cabello con los dedos.
―Es como cuando fuimos a casa de Desmond y nos dimos cuenta
de que lo habíamos dejado atrás. Finalmente pude dejar de lado todas
las estupideces que todavía me molestaban.
―Exactamente ―asiente Ramses―. Tú me liberaste.
―Estoy feliz de que funcionara, fue un poco arriesgado.
Ramses niega con la cabeza.
―Estamos tan lejos de que solo hagas realidad una fantasía. Estar
contigo me está cambiando porque me siento motivado para ser la
persona que creo que te mereces, y mientras tanto, me ayudas a
despejar las telarañas de mi cabeza. Es solo... es todo, Blake. Me has
dado todo. ¿Qué puedo hacer por ti?
La pregunta me sorprende. Tenía la intención de devolverle a
Ramses todas las cosas que ha hecho por mí.
Pero hay algo que he querido probar desde hace bastante tiempo.
―¿Harías algo?
―Sí… ―responde con un poco más de cautela.
―¿Sin hacer preguntas?
―Ah...
―Perfecto. Porque tengo una sorpresa para ti.
Ahora Ramses parece claramente nervioso.
―Eso no suena bien.
―¿Pensé que te encantaban las sorpresas?
―Solo cuando yo te las dejo caer encima.
Está aún menos complacido cuando ve lo que le he traído.
Sostengo el collar, casi tan ancho como mi mano, con tachuelas
planas de metal. Este no es un collar cualquiera... es uno hecho para
un gigante.
―De ninguna manera ―me dice.
―Mala suerte ―le sonrío―. Ya lo prometiste.
Esto es algo que sé sobre Ramses: no faltará a su palabra, incluso
una promesa hecha a la ligera.
Pero está viendo el collar con verdadera incomodidad.
Me pregunto si debería presionarlo con esto.
―Lo haré ―dice como si se estuviera asegurando a sí mismo, luego
me mira, expuesto y desprotegido―. Me preocupa que no te sientas
atraída por mí.
Ahora que entiendo el problema, casi quiero reírme.
―Ramses, te lo prometo… esa es la única cosa de la que nunca
tendrás que preocuparte.
Cuando todavía se ve aprensivo, le digo:
―¿Podría ir a buscar la fusta de Sadie en su lugar?
Ramses se ríe.
―Está bien, tratos son tratos.
Eso es lo que es tan divertido, él piensa que me estoy vengando de
Minx, pero esto no es para mí en absoluto.
No estoy haciendo esto para que Ramses pueda experimentar la
degradación de ser una mascota. Lo hago para que pueda
experimentar la alegría de ser un chico bueno.
🎶 Kream - Iggy Azalea
―Abajo a cuatro patas…
Ramses toma su posición en la alfombra y abrocho el collar
alrededor de su garganta.
Es asombroso cómo una sola correa de cuero puede cambiarlo
todo.
El collar cubre el cuello de Ramses, haciendo que sus hombros se
vean más anchos y voluminosos que nunca. Desnudo de rodillas, su
cuerpo es bestial y poderoso.
Paso mi mano por su espalda, sintiendo las gruesas losas de
músculo.
―Mira ese cuerpo… eres tan fuerte…
Aprieta su cuerpo, levantando la barbilla.
Paso mis manos por sus brazos, apretando sus hombros, sus bíceps.
―Tus hombros son como granito... ―Paso mi palma por su flanco,
golpeándolo con fuerza en el trasero―. Apuesto a que ni siquiera
puedes sentir eso, ¿verdad? ―Lo abofeteo de nuevo―. ¿Puedes?
―Permanece duro como una piedra, con la barbilla levantada, ni
siquiera una mueca―. No, no mi Brutus…
Ramses mantiene su posición, pero hay un cambio en su
respiración.
Pensé largo y tendido sobre qué apodo se adaptaría mejor a mi
amante. Quería capturar lo que es esencial y animal en Ramses, tal
como él lo hizo conmigo.
―Mi Brutus es fuerte y poderoso ―susurro en su oído mientras
paso mis manos por su cuerpo―. En cada habitación a la que entras,
todos te tienen miedo...
Brutus no puede contenerse. Gira su cabeza contra mi cuello,
acariciando, gruñendo, lamiendo. Su polla cuelga hacia abajo, pesada
y llena. Agarro su cabeza y froto mis manos en su cabello, áspero y
desordenado.
―Sí, eres mi chico bueno... eres mi mejor chico bueno...
Me está besando como un animal, lamiéndome con lengua salvaje.
Nunca lo he visto así. Es salvaje, y está despertando algo
verdaderamente depravado dentro de mí.
Dominar a Ramses no es como dominar a nadie más. Tengo un
monstruo bajo mi control.
Agarro el anillo en su collar y lo jalo, llevándolo de regreso al
dormitorio.
Brutus salta sobre mí en el colchón, asfixiándome con su masa. Su
boca ataca mi cuello, caliente y húmedo, mientras su polla golpea mi
muslo. A veces, a pesar de toda la evidencia en mi rostro, olvido lo
fuerte que es, lo indefensa que estaría si él realmente no se detuviera.
―Okey, eso es suficiente. ¡Es suficiente!
Obediente, se sienta sobre sus talones y sus puños, esperando
instrucciones.
La vista envía un calor furioso a través de mi cerebro. Tener una
criatura como esta, tan astuta, determinada y poderosa como él a mi
entera disposición es una emoción como nunca había experimentado.
Podría decirle que hiciera cualquier cosa.
―Recuéstate en la cama.
Brutus yace en el centro del colchón, sin almohada debajo de la
cabeza. Tomé todas las almohadas y las tiré por la borda.
No puedo olvidar lo bien que se ve con ese collar. Siendo honesta,
estaba un dos por ciento preocupada de que esto pudiera ser
castrante. Ramses y yo nunca hemos intercambiado roles de esta
manera: él siempre ha estado firmemente en la posición dominante,
y nunca he sido la dom para mi propio placer, solo como un trabajo.
Pero nunca se ha visto más poderoso de lo que parece con ese collar.
Su cuerpo es brutal y enorme, su rostro delgado y feroz.
No solo me atrae él. Estoy jodidamente hambrienta por este
sentimiento de propiedad y posesión, por la emoción que todo lo
consume de saber que puedo hacer lo que quiera con él y tomarme
mi tiempo...
La sumisión es un regalo. Cuanto más poderosa es la persona,
mayor es el don.
Ponerle un collar al hombre que más admiro es incendiar mi
cerebro y mi cuerpo.
Mientras me siento a horcajadas sobre el rostro de Brutus, él me
mira, presionando su nariz en mi coño, inhalando profundamente, y
gruñe bajo en su garganta.
Paso mis dedos por su cabello, mirándolo.
―Saca la lengua.
Abre la boca y saca la lengua.
―Ahora déjala ahí mientras la monto.
Agarrando la parte superior de la cabecera, balanceo mis caderas,
deslizando mi clítoris por la parte plana de su lengua. Cada caricia es
húmeda, cálida y derretida. Me hundo en su boca, presionando más
fuerte, moliendo más profundo.
Monto su rostro como una silla de montar, sosteniendo la parte
superior de la cabecera, y mi cuerpo moviéndose como una ola. El
placer me inunda, junto con algo mucho más oscuro: el deseo de
dominar.
Lo veo a los ojos, lo único visible mientras lo asfixio con el coño.
―Agarra esa polla gruesa ―digo―. Acaríciala en tu mano.
Él gruñe en asentimiento y agarra su polla.
―Ahora iguala mi ritmo.
Cada giro de mis caderas se iguala con el movimiento de su mano.
Comienzo lento al principio, dejándolo construir, luego me suelto de
la cabecera y agarro su cabeza entre mis palmas mientras follo su
rostro en serio.
Nunca he montado un rostro tan duro como ahora, pero Brutus
puede soportarlo.
Su puño golpea su cuerpo con bofetadas carnosas mientras bombea
su polla al mismo tiempo que mis caderas.
―Me estás esperando, ¿verdad, chico bueno? Eres tan controlado...
eres el más inteligente, el mejor chico bueno... Dios, jodidamente te
amo... nadie podría amarme como tú. Nadie podría cuidarme como
tú... nunca me habían mimado así. Tu consideración, tu sorpresa, tu
trabajo, tu intuición, tu percepción de todo lo que necesito… necesito
que tú me cuides y me protejas. mira como me mimas, mira la vida
que me construiste…
Estoy elogiando a mi Brutus, y puedo ver cómo sus pupilas se
expanden, y cómo todo su rostro se sonroja. Su cuerpo tiembla debajo
de mí con cada poderoso movimiento de su brazo.
―E incluso cuando fui una mal ama y estaba asustada, gritando y
molesta, ¿no regresaste a mí? ¿No me amabas? ¿Quién ha estado
siempre ahí para mí?
Brutus emite un sonido ahogado como un gemido de dolor y un
suspiro del más profundo anhelo. Nuestros ojos están entrelazados,
con todo lo que siento y todo lo que él siente fluyendo juntos.
Agarrando la cabecera con mi mano derecha, alcanzo detrás de mí
con la izquierda, tomando esa gruesa polla de Brutus y acariciándola
yo misma. Su lengua se empuja dentro de mí mientras mi mano se
desliza hacia arriba y hacia abajo.
―Ahora, si quieres ser el mejor chico bueno, estoy construyendo el
orgasmo más grande y quiero que te corras conmigo... pero no chupes
hasta que esté lista...
Ya estoy lista, pero lo estoy llevando hasta el límite. No puedo
cerrar mi mano alrededor de su eje, está demasiado hinchado. Su piel
está caliente y bombeando, lo suficientemente resbaladiza para que
yo pase mi palma arriba y abajo.
―Eres increíble ―digo, mirándolo a los ojos―. Nunca me había
sentido tan atraída, nunca había sentido un placer como este… ¿Estás
listo?
Hace un sonido estrangulado y desesperado.
―Entonces córrete para mí.
Su polla explota en mi mano. Acaricio toda la cabeza, usando cada
nuevo estallido para crear el clímax más cálido y húmedo. Brutus
tiembla debajo de mí, sus sonidos animales son ahogados por mi
coño.
Me corro con él, lo más fuerte que puedo porque eso es lo que
necesita para saber que hizo un buen trabajo. No es difícil, todo lo que
tengo que hacer es abrir mi boca y estoy hablando en lenguas.
Agarra mis caderas con ambas manos, su pecho sube y baja debajo
de mi trasero, cada movimiento de su cuerpo envía un nuevo pulso
al mío. Estoy aferrada a la cabecera mientras ordeño las últimas gotas
de su polla.
Cuando termina, le quito el collar empapado de sudor y le retiro el
cabello del rostro, besando su boca sucia.
―¿Cómo estuvo eso?
Ramses parece que lo atropelló un camión de cemento. Está tirado
en la cama, su pecho es del color del ladrillo, su expresión está
aturdida y vidriosa.
―Oh, Dios…
Pasan varios minutos más antes de que esté respirando con
normalidad.
―Eso fue... jodidamente espectacular.
Tengo un resplandor como Bikini Atoll. Cada parte de mí está
radiante.
―¿No estaba montando tu rostro demasiado fuerte?
―Nunca. Literalmente mátame, así es como quiero morir.
Estoy tan orgullosa de mí misma por lograrlo, siento que acabo de
sumergirme en el Jordán.
―¿De verdad te gustó?
Ramses sacude la cabeza con asombro.
―Los hombres no son elogiados por sus papás, y mucho menos
por sus amantes. La forma en que me sentí contigo mirándome...
finalmente lo entiendo.
―Genial ―bromeo, tocando su polla floja y empapada―. ¿Quieres
correrte de nuevo?
―No puedo ―gime, dejando caer la cabeza como si nunca fuera a
caminar de nuevo―. Finalmente lo hiciste. Estoy agotado.
Está realmente angustiado, nunca lo habían superado.
―Yo gano. ―Me estoy regodeando descaradamente―. Pero
puedes volver a intentarlo mañana.

Cada mentor nos enseña algo diferente.


Tabitha me enseñó cómo usar mis dones y cómo tomar el control
de mi vida.
Pero la última lección que me enseñó fue la más importante.
Tabitha hizo todo lo que pudo para protegerse del dolor, pero nada
detuvo el fuego que arrasó su mansión.
No evitó todo el dolor, solo evitó la mayor parte, pero para hacerlo,
tuvo que ser silenciada. Vivió una vida de menos emociones, de
tesoros guardados bajo vidrio.
La vida te arrojará una tragedia sin importar lo que hagas. Entonces
la pregunta es, ¿quieres que alguien te acompañe cuando pases por
esto?
La ventaja es que tienes a alguien con quien compartir los aspectos
positivos. La desventaja es que te expones a vulnerabilidades. La otra
persona puede lastimarte y a veces lo hará.
Entonces, tendrás más placer, más dolor y lo compartirás con esa
otra persona.
¿Es un buen trato?
No.
Es el mejor trato que harás en tu vida.

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