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Besos y abrazos
― DOJA CAT
WHOLE LOTTA MONEY ―
― IGGY AZALEA
7 RINGS ―
― MAC MILLER
CHEMICAL ―
― REYANNA MARIA
TURN UP ―
― DOJA CAT
POWER ―
― EMMIT FENN
LIKE REAL PEOPLE DO ―
― KENDRICK LAMAR
WAIT 2.0 –
1
Es una carrera de caballos que se disputa desde 1867 en el área metropolitana de Nueva York.
examinar la imagen en mi mente. Fue ese maldito cuerpo en
movimiento lo que me mantuvo viendo tanto tiempo.
―Cada perro tiene su día. ―Briggs le da un trago a su cerveza y
observa con disgusto a Keller, que está al lado―, pero odio ver a ese
perro feliz.
Briggs odia a algunas personas solo porque yo las odio. Con otras,
él tiene sus propias razones. Keller es ambas.
Él era el clásico nerd tecnológico calvo con una nueva empresa.
Ahora tiene una peluca para el cabello y un entrenador personal y se
pavonea como el Rey de la Mierda porque su compañía se hace
pública mañana.
Quiero preguntarle a Briggs sobre la chica, pero eso es admitir en
voz alta que Keller hizo algo bueno. En este momento, no diría que
me gusta ni siquiera el color de sus calcetines.
En vez de eso, le digo a Briggs:
―El próximo año quiero ambos palcos y los quiero conectados.
Briggs asiente con un gruñido que significa que está archivando
una tarea que le pedí que hiciera. No lo escribe, pero siempre lo hace.
Sin preguntas, sin excusas, Briggs cumple.
Es por eso por lo que él es mi mano derecha, y lo digo de la forma
más literal posible. Hace todo el trabajo que yo haría si tuviera una
mano extra. Confío en que él actuará como yo, por mí. Es la única
persona en la que confío así. Si Briggs muriera o se retirara, no habría
otra mano, solo tendría a todos los demás que trabajan para mí.
―Aquí viene Bosch ―murmura.
John Bosch está sentado en mi palco, pero he oído que tiene el ojo
puesto en la empresa de Keller. Quiero saber si se llega a un acuerdo.
Quiero saber todo lo que pasa en Belmont Park hoy cuando el aire
está lleno de dinero. Todos tienen fichas sobre la mesa, estimulados
por la adrenalina de saber que alguien se va a casa como un ganador.
El alcohol y las bocas sueltas... ya sea que se vayan emocionados o
decepcionados, tienen menos control y esa es una oportunidad para
mí.
Estoy en el palco principal, completamente extendido sobre la
mesa, con cada una de las cervezas hechas en Alemania sobre hielo.
Todas estas pequeñas abejas ocupadas deberían estar zumbando a mi
alrededor, la información fluyendo…
En vez de eso, mis propios operadores se cuelan al lado.
―¿A dónde diablos acaba de ir Pennywise? ―pregunta Briggs.
Responde a su propia pregunta al ver a Penn pasar por la puerta
del palco de Keller.
―Ah.
Briggs dice esa sílaba como si ya supiera exactamente lo que está
pasando.
Finalmente me rompo.
―¿Quién es la chica?
Briggs sonríe.
―Blake Abbot.
―¿Quién es Blake Abbot?
―Probablemente la escort mejor pagada de Manhattan.
Mi rostro se relaja un poco y elimino el aguijón de Keller trayendo
a una chica tan buena, sabiendo que tuvo que pagar por ella. Ahora
tengo curiosidad en su lugar.
―¿Cuánto cuesta una noche con ella?
Briggs sonríe.
―No hay noche con ella, tienes que entrar en su lista. Es como ser
miembro de un country club.
Una prostituta con modelo de negocio. Jodidamente me encanta.
―No puede ser tan exclusiva si dejó entrar a Keller.
Briggs se encoge de hombros.
―Vickers trató de conseguir un lugar. Le ofreció 50 mil, ni siquiera
recibió una llamada telefónica.
Bufo.
―¿Su coño está chapado en oro?
Briggs toma un camarón del tamaño de su puño, lo sumerge en
salsa de cóctel, le da un enorme mordisco y habla sin dejar de
masticar.
―A la mierda si lo sé. Ella les hace firmar un acuerdo de
confidencialidad, pero Lukas Larsen dice que cambiará tu jodida
vida. Ve a Keller: hace un año apenas podía cerrar un trato, ahora es
el hombre del momento.
―Keller no es una mierda ―digo con más veneno del que
pretendía.
Nos ofreció una participación en VizTech. Lo rechazamos después
de ver sus libros. Una semana después, alguien presentó una
denuncia contra nosotros ante la SEC2. Briggs tardó una hora en
confirmar que era esa pequeña comadreja rencorosa.
No tengo ningún problema con un hombre que me apunta con un
hacha al rostro. El negocio es la guerra, pero si me apuñalas por la
espalda, será mejor que nunca descubra quién tenía la mano en el
mango.
―¿A quién más está viendo?
―Zak Simmons. ―Briggs tiene la respuesta preparada. Él es mi
reparador y mi perro de ataque, pero su trabajo número uno es vigilar
a todos los que importan.
―Larsen está teniendo un gran año. Simmons aún mejor.
―Sí. Bueno, eso es lo que dicen, sal con ella y tendrás suerte.
Apuesto a que lo hacen. Los de finanzas son supersticiosos como la
mierda. Todo nuestro trabajo son los números, pero no hay nada más
sujeto a la histeria que el mercado de valores.
2
Comisión de Bolsa y Valores.
―Desmond Lowe también solía verla, dijo que el sexo era una
locura, no se callaba al respecto ―sonríe Briggs―. Hasta que ella lo
soltó.
Lowe es un pedazo de mierda arrogante. La idea de que lo deje una
escort me hace sonreír.
―Ya me gusta.
―Bueno, no lo hagas. ―Briggs frunce el ceño.
―¿Por qué no?
―Porque sé lo competitivo que te vuelves.
Le doy una mirada de reojo.
―No por una chica.
―Claro ―resopla Briggs―. Solo todo lo demás.
Estiro el cuello tratando de ver dentro del palco de Keller y
vislumbro un corte tentador de la espalda de la chica, su hombro y el
borde de su oreja.
No creo en “tener suerte”, pero me intriga la idea del sexo como en
un country club.
Con los ojos en la curva de esa cadera, digo:
―Tengo lo mejor de todo lo demás... ¿por qué eso no?
―Mierda, no. ―Briggs niega con la cabeza.
―¿Por qué no?
―Porque ¿y si realmente es tan bueno? ¿Y si nunca se siente tan
bien otra vez? No, paso. Me quedaré con el sexo descuidado y
borracho de última hora, del tipo que puedo tener en cualquier
momento que quiera.
Sí. Eso definitivamente lo resuelve.
Cruzo la habitación para tomar un Reissdorf que no beberé. Desde
aquí puedo ver sin obstrucciones el palco junior.
Keller realmente se ve diferente: cabeza erguida, hombros hacia
atrás, bronceado y casi elegante, pero es Blake Abbot quien es el imán
en la sala. Las personas más importantes se han agrupado a su
alrededor, ella está hablando con Freidman, que dirige el sexto fondo
de cobertura más grande de la ciudad. No creo haber visto a ese frío
buitre bebedor de café esbozar una sonrisa. Ahora tiene toda su
dentadura a la vista, con sus hombros huesudos temblando de risa.
Si ella no es cuidadosa, le provocará un infarto a un futuro cliente.
Me repugna mi propio pensamiento.
La idea de las viejas garras arrugadas de Freidman tocando ese
cuerpo exuberante me provoca ganas de vomitar.
Además, eso es desdeñoso. Freidman no está pendiente de cada
una de sus palabras porque quiere follársela, ella realmente lo hizo
reír.
Quiero saber lo que dijo.
Me dirijo al pasillo, pasando la puerta del palco junior. No hay
palabras perspicaces del balbuceo de la conversación en el interior,
solo el olor de demasiados hombres, mezclado con un toque de su
perfume. Mis pies se tambalean como si me hubiera perdido un paso.
Observo la forma en que ella se para, cómo coloca su cuerpo, apoya
la punta de un dedo contra su mandíbula. La sonrisa lenta, el contacto
visual. Es buena en lo que hace, jodidamente buena.
No es la única mujer en la sala: Miriam Castro, operadora principal
de Bridgewater, se mueve entre la multitud como una asesina. Lo que
realmente me impresiona es cómo Blake charla con ella con la misma
facilidad.
Es tan natural que casi pierdo el momento en que se desliza. Keller
interrumpe su conversación con Castro, colocando posesivamente su
mano en la parte baja de su espalda y susurrándole algo al oído. Su
labio superior se curva, es un destello de irritación que oculta con una
sonrisa.
Ella es seductora. No quiero ser seducido, y estoy activamente
molesto, pero me encuentro deseando abandonar mi propio palco
para acomodarme junto a Keller.
De alguna manera he vagado todo el camino hasta la puerta.
Sus ojos se mueven hacia arriba y atrapa los míos, manteniéndolos
ahí exactamente un segundo completo.
―¿Necesita algo, señor Howell? ―Un mesero alarmado aparece a
mi lado.
―No. ―Paso a su lado y me dirijo de regreso al banco de monitores
a lo largo de la pared. Tengo monitores en mi propio palco, pero de
repente me gustan más estos.
Me tomo mi tiempo para desplazarme por los nombres en la
pantalla. Asteroid, Goldfinder, Handsome Chap... Los he estado
siguiendo a todos más de cerca que de costumbre este año, pensando
que finalmente podría comprarme un caballo de carreras.
El último nombre de la lista es un recién llegado. Flightline se
agregó esta mañana después de que Cobwebs fallara en la prueba de
orina. Me enteré una hora antes que los corredores de apuestas y le
di al potro peores probabilidades que ellos. Solo ha ganado una
carrera.
Apuesto por Asteroid, el segundo favorito.
Los tacones golpean contra las baldosas. La huelo de nuevo,
ahumada, almizclada, apenas dulce. Su perfume es especiado como
el té, la piel debajo es cálida como la miel, suave y dulce. Pagaría
mucho por embotellar ese aroma y rociarlo por mi casa, pero entonces
nunca haría ningún trabajo.
Me giro, pensando que vino a hablar conmigo. En vez de eso, toma
una posición tres monitores al lado y hace una apuesta.
Aún así estoy seguro de que vino aquí por mí.
Espero a que imprima su boleto y se dé la vuelta.
Cuando llega el momento, se siente como una ráfaga de aire contra
mi rostro.
Se veía bien de espaldas, incluso mejor de frente. No puedo decir
si sus ojos son azules o verdes.
Ninguno está hablando, nos estamos evaluando mutuamente.
Asiento con la cabeza hacia sus zapatos, elegantes, puntiagudos y
peligrosos.
―Me sorprende que no consiguieras que uno de esos idiotas
caminara por ti.
Ella sonríe, y un hoyuelo aparece y desaparece como un guiño.
―No pensé que se pudiera confiar en ellos.
Su voz recorre mi espina dorsal. Tiene su boleto en la mano para
que no pueda ver qué caballo eligió.
Ella es alta, pero yo lo soy más. Su respiración se vuelve más lenta
cuanto más me acerco.
Entro justo en su espacio para compartir el mismo aire, por lo que
tiene que levantar la barbilla.
Sus ojos son definitivamente verdes.
Le arrebato el boleto de la mano.
Ese destello de ira otra vez, estoy impresionado de lo rápido que lo
oculta, incluso cuando la estoy irritando a propósito.
Yo digo:
―Flightline es cuarenta a uno. ¿Qué sabes tú que yo no?
―Un montón de cosas. ―Me arrebata su boleto de regreso―. La
capital de Marruecos. Cómo escalfar un huevo perfecto.
―¿Qué te hace pensar que no puedo escalfar un huevo?
―No dije que no pudieras escalfar uno, dije que no puedes hacerlo
tan perfectamente como yo.
Finjo estar ofendido.
―No me subestimes.
Ella me sonríe, imperturbable.
―Nunca.
Estamos parados tan cerca que solo hay una pulgada de espacio
entre mi mano y su muslo. Quiero rozarla accidentalmente a
propósito, y creo que quiere que lo intente. Sé que es su trabajo actuar
como si quisiera, pero al igual que la ira, esto se siente real. Como un
calor que se filtra por debajo de esa calma tranquila y suave.
No nos hemos presentado. Sé quién es ella, y me sentiría insultado
si no me conociera.
Se cruza de brazos, inclina la cabeza, y deja que sus ojos deambulen
de mi rostro a mi pecho y de regreso.
―Me alegro de verte aquí.
Yo sonrío.
―¿Y eso por qué?
―Bueno, como sabes, todos los multimillonarios deben comprar
un caballo de carreras, un auto de carreras o un cohete a Marte.
―No he comprado ninguno de esos todavía.
Ella levanta un dedo.
―Pero lo harás... ―luego deja caer el dedo mientras emite un
juicio―, y me gustan más los multimillonarios de caballos.
Me divierte que ella tenga preferencias entre los multimillonarios.
―¿Cuál es la diferencia?
Tengo mi propia teoría. Quiero escuchar la suya.
Ella enumera con los dedos.
―Multimillonarios del espacio: megalómanos. Nadie es
demasiado bueno para la Tierra. Fórmula 1: eso es un tipo particular
de psicópata, afilando el lápiz más, más, más por un octavo de
segundo hasta que te vuelves loco, pero los dueños de caballos...
Espero a que me juzgue, preguntándome si me entenderá bien.
―Los dueños de caballos son soñadores. Con cuarenta y cuatro mil
potros registrados cada año, solo dieciséis llegan a Belmont.
Me gusta su teoría, pero es demasiado generosa.
―No son soñadores, son jugadores. Chocas un auto de carrera,
escribes un cheque de quince millones de dólares y compras otro.
Aquí pones todo tu negocio en juego. Ese caballo se cae y se rompe la
pata, no solo perdiste tu carrera, perdiste tu granja. El favorito hoy
tiene una tarifa de semental de un millón de dólares. Su dueño acaba
de poner una tarifa de semental de un millón de dólares al día en la
pista porque tiene que hacerlo, para mantenerlo.
―Oh, okey. ―Blake asiente con la cabeza como si estuviera
escarmentada, luego me sonríe―. Entonces nunca comprarías un
caballo...
Le devuelvo la sonrisa.
―Yo no dije eso.
La pausa que sigue es diferente a la anterior: es más como
descorchar una botella de vino y dejarla respirar.
Le pregunto:
―¿Por qué estás aquí? Y no me digas que por Keller.
Una pequeña sonrisa secreta revolotea en su rostro.
―Estoy aquí por lo mismo que todos los demás... para atrapar una
estrella en ascenso.
Suavemente me burlo de ella.
―¿Crees que Flightline es el próximo American Pharoah?
A su risa no le importa una mierda lo que yo piense.
―Probablemente no, pero ¿cuál es la diversión de ganar tres a uno?
―Pequeña descarada, viste mi pantalla.
―Es más sutil que robar tu boleto.
Keller asoma la cabeza por el palco junior. Ve a Blake hablándome
y se apresura.
―La carrera está a punto de comenzar.
―Lo sé ―dice Blake sin moverse.
Keller me da un asentimiento.
―Ramses.
―¿Por qué no vienen a ver desde mi palco? ―Tengo que extender
la invitación a ambos para asegurarme de que Blake acepte―. Tiene
una mejor vista del final.
Esto no es lo que Keller quiere en absoluto.
―Son bastante similares ―él murmura.
―Cerca solo cuenta con herraduras3 ―digo con un guiño a Blake.
No siempre soy así de idiota, pero se siente bien cuando lo soy.
Keller echa un vistazo al interior del palco y ve a Bosch junto al
buffet. Bruscamente cambia de opinión.
―Si, por qué no.
Bien por mí. Si esos dos quieren hacer un trato, tendrán que hacerlo
sentados a mi lado. Bueno... dos asientos más abajo. Porque senté a
Blake en el asiento junto al mío.
Briggs se para junto al barril de cerveza, dándome una lenta
sacudida con la cabeza.
Lo ignoro, lo cual es fácil de hacer porque Blake es una vista mucho
más agradable.
Su cabello es largo, negro y suave, pero no brillante. Es tan poco
brillante que casi parece un vacío, como un agujero en el que podrías
caer. Cuando roza el dorso de mi mano, todo mi brazo se estremece.
Sus uñas están sin pintar, limadas afiladas. Quiero que me rasquen la
espalda.
3
Se refiere a que acercarse a lo que se quiere no es igual o suficiente.
Cuando se mueve, el costado de su rodilla presiona contra la mía.
Solo nos separa una fina capa de lana.
Mi polla se está poniendo dura. Lo suficientemente dura como para
que en un minuto la gente se dé cuenta, especialmente Blake. Está
colgando de la pernera del pantalón más cercana a ella. Cada vez que
presiona su rodilla contra mí, palpita y se hincha un poco más. No
creo que esto me haya pasado desde la preparatoria. Sería cómico,
excepto que realmente parece que no puedo detenerlo.
Supongo que podría levantarme y alejarme de ella, pero no voy a
hacer eso.
Ella tiene los ojos fijos en las puertas donde se han alineado los doce
potros. Flightline tiene la litera exterior, la peor posición.
Las puertas se abren y los caballos avanzan, dos tropezando y
rezagándose desde el principio. Flightline corta un ángulo agudo,
moviéndose hacia la pista interior. Su jockey es agresivo,
zigzagueando entre la manada. Una vez que el potro llega a la vía, lo
monta como un tren de carga con los cascos atronando, levantando
terrones de tierra.
Asteroid tuvo un comienzo fuerte, está luchando por el liderato
contra Goldfinder, el favorito. Debería estar vigilando a mi propio
caballo, pero no puedo apartar los ojos de Flightline que se mueve
lentamente por la barandilla.
O apartarlos de Blake. Está inclinada hacia adelante en su asiento,
apenas respirando, con las manos en la boca.
Los potros están empezando a flaquear. Llaman al Belmont Stakes
la “prueba de un campeón”. Es la pista de tierra más larga de América
del Norte, un bucle de una milla y media. A veces los caballos corren
tan fuerte al principio que tienen que cruzar la línea de meta
caminando.
Flightline no está disminuyendo la velocidad, ese demente está
acelerando. Es un gran hijo de puta. Tiene un pecho ancho. Si hubiera
visto una foto de él antes de la carrera, podría haber revisado mis
probabilidades.
Asteroid y Goldfinder siguen a la cabeza, muy por delante de
cualquier otro caballo.
Flightline avanza a hombros por el pelotón hasta el tercer puesto.
Cierra la brecha detrás de los caballos de cabeza, acercándose incluso
a sus talones.
―¿Qué demonios…? ―gime Briggs.
El palco está lleno de gritos y vítores, amenazas salvajes y aliento.
De Blake, ni un susurro. No sé si ha respirado en todo este tiempo.
El jockey de Flightline se inclina completamente hacia adelante,
casi susurrándole al oído y avanza como un torbellino, lanzándose
directamente a través de la brecha entre Asteroid y los cuellos
crecientes de Goldfinder.
Cruza la línea de meta casi un cuerpo por delante. Blake acaba de
ganar 800 mil.
Ahora espero gritos o tal vez que se desmaye.
Lo que veo no es shock, ni siquiera es emoción.
Su rostro brilla con pura satisfacción.
Ahora estoy excitado y extremadamente intrigado.
Cuando el jockey se quita el casco, me doy cuenta de que es una
mujer. Todos son tan pequeños y musculosos que es difícil saberlo.
Su sonrisa es la mitad de su rostro cuando los oficiales arrojan la
manta de claveles blancos sobre la parte trasera de su caballo.
Briggs está enojado. Puso 100 mil de pago inicial en Goldfinder,
pero solo para colocarse, no para exhibirse.
―Perderlo por uno es peor que llegar último.
―No, no lo es ―dice Pennywise con tristeza. Su caballo en realidad
llegó último.
No puedo dejar de ver a Blake, tratando de averiguar qué diablos
está pasando. Ella sonríe serenamente mientras todos la felicitan.
―¿Cuánto apostaste? ―le pregunta Keller.
―Dos mil. ―Miente fácilmente.
Hay muchas razones para no decirle a tu cliente que acabas de
ganar 800 mil, pero tengo la sensación de que las razones de Blake no
son las que yo supongo.
Si alguien me pregunta qué hago, digo inversión, pero eso no es
realmente exacto. Lo que hago es recopilar información y decidir qué
significa.
He estado observando a Blake toda la noche.
Los números no cuadran.
Keller vuelve a ponerle la mano en la cintura, reafirmando su
reclamo, y ella lo deja hacerlo.
Verlos juntos de nuevo ahora no solo es irritante, es intolerable.
―Gracias por la vista ―me dice Keller, luciendo demasiado feliz.
Blake extiende su mano. La mía se traga la suya completamente.
Es la primera vez que nuestra piel realmente se toca. Se siente
exactamente como se ve, como una especie de animal leonado. Suave,
suave, suave con una ligera capa de vello dorado en la parte posterior
de sus brazos.
―Fue un placer conocerte ―dice Blake, como si eso fuera todo lo
que hicimos.
―Hablaremos después ―le dice Keller a Bosch, como ya lo había
hecho.
No presté atención a su conversación, ni siquiera usé la mitad de
una oreja.
Esa es la bofetada que necesito. No cometo errores.
Le doy la espalda a Blake y no la veo irse, lo que puede ser lo más
sacrificado que he hecho en mi vida.
En vez de eso, intercepto a Bosch y en diez minutos lo tengo
cantando sobre su trato con Keller, y en veinte más, ha accedido a
cancelarlo.
Keller no recibirá su pago. No si puedo evitarlo.
―¿Cuánto nos va a costar eso? ―pregunta Briggs después de que
Bosch se va.
― Menos de lo que ganaremos vendiendo las acciones.
―Eso es agresivo, y rencoroso.
―Tus dos cosas favoritas.
Briggs sonríe.
―Me alegro de que tengas la cabeza de nuevo en el juego.
―La tengo. Cien por ciento. Excepto…
Briggs gime y se pasa la mano por el rostro.
Le digo:
―¿Alguna vez has visto a alguien celebrar así ganando cuarenta a
uno?
Briggs se encoge de hombros.
―Desmond la llama Puta con Suerte.
El calor estalla en la boca de mi estómago.
No me gusta eso, ni siquiera me gusta que yo la haya llamado
prostituta en mi cabeza antes. Esa palabra no le sentaba nada bien
cuando hablamos.
―¿Suerte? ―resoplo―. Ella tenía un arreglo. Quiero que averigües
todo lo que puedas sobre ella.
Briggs parece que se está tragando lentamente todas las molestias
que ha tenido conmigo. Toma mucho tiempo.
Por fin, da su pequeño gruñido.
―Claro, jefe.
La mejor manera de cazar animales grandes es atrayéndolos.
Ramses Howell es el partido más importante de la ciudad. Su firma
de inversión no es la más grande, pero ha tenido los rendimientos
más altos en los últimos cuatro años consecutivos. Una vez es suerte.
Dos es impresionante. Cuatro veces... es jodidamente inaudito.
Le había echado el ojo desde hacía un tiempo. Esta fue mi primera
vez en una habitación con él.
Técnicamente, se suponía que debía estar en la habitación de al
lado, pero me aseguré de que me viera al entrar y no tardé mucho en
tentarlo para que saliera de su palco. Fue agresivo, grosero.
Exactamente lo que esperaba. Hasta que dejó de serlo.
Había oído que era persuasivo, aunque nadie mencionó que puede
persuadirte antes de abrir la boca. Dicen que es grande, pero eso no
te da la sensación de unas manos que podrían comerte y unos
hombros que tapan el sol.
Fue encantador e intimidante. El encanto fue para mí, la
intimidación para Keller, o tal vez ambos eran para mí. Todo lo que
sé es que fue un poco aterrador verlo intimidar a Keller para que
abandonara su propia fiesta en el palco.
Hablar con él es como pelear con un oso. No sabía si me iba a
abrazar o a mutilar.
¡Y maldito sea por arrebatarme el boleto! Es más rápido de lo que
parece.
Había planeado decirles a todos que le aposté al favorito. Ahora
Ramses sabe cuánto gané, y estoy segura de que sospecha. Debería
haberme comportado de otra manera, fingir llorar o algo así.
Puedes practicar y prepararte para muchas cosas. Nunca para todo.
No esperaba entrar en mi cuenta de corretaje esta mañana y
encontrarme tres millones de dólares más rica.
Alguien hizo una transferencia bancaria anoche alrededor de la
medianoche.
La transferencia es anónima, pero la línea del memorándum dice:
Quiero los tres puestos.
Sabía que Ramses iba a causar problemas. Es por eso que nunca he
disparado hacia él antes.
¿Sabes lo que le sucede al tipo de la película que cree que está listo
para cazar al T-Rex? Nunca termina bien.
Por otro lado… me encantan los hombres que saben cómo
tentarme.
Ramses me llama mientras me siento a tomar té y tostadas. Aparece
un número extraño y se me cae el estómago. El par de segundos que
estoy viendo la pantalla se sienten como una eternidad.
Pensé que quería esto, hice todo lo que pude para conseguirlo.
Ahora que está aquí, estoy jodidamente aterrorizada.
Contesto, rezando para que mi voz suene estable.
―Eso fue rápido.
Lo escucho al otro lado de la línea: el sonido profundo de su
respiración, el peso de este hombre que de alguna manera llega a
través del teléfono.
―No me toma mucho decidir cuando veo algo que quiero.
―Eso me halaga.
De hecho, estoy un poco enojada. ¿Cómo diablos encontró mi
cuenta de corretaje?
Con un borde de impaciencia, Ramses dice:
―¿Pero estás aceptando?
Tomo un sorbo de mi té y dejo la taza.
―No tengo vacantes en este momento. Solo veo tres clientes a la
vez.
Aún más impaciente, como un juez dejando caer un mazo:
―Suéltalos. Yo no comparto.
Este es un hombre que no ha escuchado la palabra “no” en mucho
tiempo.
El placer de decirle que no es casi más dulce que todos esos ceros
en mi cuenta.
―Así no es cómo funciona esto. Hay una lista de espera, y nunca
veo clientes exclusivamente.
Regla número uno. La que no se rompe.
El calor en la voz de Ramses no es tan contenido como le gustaría
creer.
―No uses la palabra nunca en una negociación.
No me digas qué hacer.
Me trago mi enojo y fuerzo una sonrisa, esperando que Ramses
pueda escucharla en mi voz cuando digo:
―Esto no es una negociación. Si no sigues mis reglas, no estoy
interesada en hacer negocios contigo.
Luego cuelgo el teléfono.
Mis manos están sudando y mi corazón podría hacer un agujero en
mi pecho.
No estoy realmente segura. Ni siquiera un poquito.
Pero soy una muy buena actriz.
Tomo el metro de regreso a Belmont Park. Sadie está ejercitando a
Flightline en una de las pistas más pequeñas, llevándolo a poco más
de un trote para que elimine el ácido láctico de la carrera. Me ve en
las gradas y trota hacia mí.
Su nariz está quemada por el sol y pelada, los mechones de su
cabello rubio sobresalen de sus trenzas rechonchas como paja. Su
sonrisa hace que Times Square parezca sombrío.
Me inclino sobre la barandilla para abrazarla.
―¡Maldita salvaje! La forma en que te abriste paso entre los dos
que iban a la cabeza...
―Tenía que arriesgarme por la galleta4. ―Ella sonríe―. Pero podía
sentir que Flighty se estaba poniendo en marcha.
―Corazón de campeón ―digo, dándole palmaditas en la nariz.
―Corazón de ballena azul ―se ríe Sadie―. Creo que podría haber
corrido la pista dos veces.
―Cómprale una sandía por mi cuenta. ―Intento pasarle un sobre.
Las sandías son las favoritas de Flightline.
Ella niega con la cabeza vigorosamente, empujando el dinero de
vuelta.
―Gané la bolsa grande, no necesito eso.
―No me importa. ―Lo meto en la parte delantera de su camisa―.
Siempre pago por buena información.
―No tienes que pagarme. ―Sadie se ofende.
―Por supuesto que te voy a pagar. ¿Crees que engañaría a mi
propia hermana?
Sabía que eso funcionaría.
4
Es una expresión idiomática que describe la necesidad de que una persona adopte un comportamiento
arriesgado para recibir una recompensa.
Sadie saca el sobre de su camisa, lo dobla por la mitad y lo guarda
cuidadosamente en su bolsillo. Su rostro está profundamente rosado
y parpadea con fuerza.
―Me gusta cuando me llamas así.
A veces todavía puedo ver su rostro infantil dentro de su rostro
adulto. Pondrá una expresión determinada y el aspecto que tenía a
los seis u once años saldrá a la superficie antes de desaparecer de
nuevo. Hace que me duela el pecho de la manera más extraña porque
todas esas otras Sadies todavía están dentro de ella, pero también se
han ido para siempre.
―Eres mi hermana ―le digo―, y estoy jodidamente orgullosa de
ti.
―Ah ―Hace un movimiento de aleteo con las manos, lo que
significa que, si digo algo más, perderá el control. Se siente
profundamente incómoda con los cumplidos―. ¡Y tú, en el palco
principal!
―Oh, ¿viste eso? ―Pretendo examinar mis uñas.
―Por supuesto que sí. ¿Quién es el tipo grande?
Sonrío para mis adentros, recordando la emoción de colgarle al
hombre más peligroso de la ciudad.
―Él es… ―Astuto. Vengativo. Un gran error―. Un nuevo conocido.
―¿Cliente?
―Posiblemente.
―¿Rico?
―Extremadamente.
―Bueno... hazme saber si tiene algún amigo atractivo. ―Su sonrisa
se vuelve acuosa.
―Joel no…
―Sí. ―Se limpia la nariz con el dorso de la mano―. Me dejó esta
mañana.
―¡BASTARDO! ―Eso fue más fuerte de lo que pretendía. Varios
entrenadores giran la cabeza. Diez por ciento más tranquila,
agrego―. Está jodidamente celoso, lo sabes, ¿verdad?
Sadie suspira.
―Todos piensan que es divertido salir con otro jockey hasta que
robo una bolsa.
―No la robaste. Te la ganaste.
―De cualquier manera... soltera de nuevo ―dice con voz apagada.
Estoy más que enojada porque Joel empañara su victoria, ¿no
podría haber esperado un par de días para terminar?
―Te volveremos a montar en el caballo. ―Eso es un juego de
palabras y no me importa―. Un mejor caballo. No un tonto de las
finanzas, te encontraré a alguien agradable.
―No necesito “agradable” para un rebote. ―Su sonrisa ya está
resurgiendo―. Solo necesito que tengan una gran polla.
―Bueno… es por eso por lo que no salimos con jockeys.
Sadie se ríe, dándole a Flightline un pequeño empujón con sus
talones.
―Te sorprenderías.
Me encantaría que un hombre me sorprendiera de buena manera
por una vez.
Y no me digas que Ramses lo hizo esta mañana… queda por ver si
algo bueno viene de Ramses.
Si eres tan buena como dices que eres, sabrás cómo comportarte.
Oigo las palabras como si me las dijera al oído.
El tejido destella contra mis dedos cuando lo desgarro.
No tengo ni idea de lo que voy a encontrar en la caja, e incluso
cuando saco la prenda de sus envolturas, todavía no estoy del todo
segura. Es tan delgada que podría arrugarla en una bola en mi mano,
liviana como una media, casi transparente.
Llevo la caja al dormitorio más cercano, una suite de invitados con
paredes de ante crudo y ropa de cama del color de una nube de lluvia.
Me desnudo, esparciendo mi ropa sobre la cama y poniéndome el
traje en su lugar.
Es todo de una sola pieza, un bodystocking que me deja los pies
descalzos. Las manos terminan en una especie de guante sin dedos,
solo sobresalen mis uñas.
Subo la cremallera de la parte trasera del traje. Aunque estoy
cubierta del cuello a los tobillos, estoy fresca y cómoda, la tela es tan
delgada que me siento casi desnuda.
Escarbando a través de la envoltura, encuentro un par de orejas, un
suave pelaje negro colocado en una diadema tachonada de diminutos
dientes. Coloco la diadema en su lugar, los dientes atrapan mi
flequillo y jalan todo mi cabello hacia atrás de mi rostro. Cuando
niego con la cabeza, diminutas campanillas plateadas tintinean detrás
de las orejas.
Me deslizo frente al espejo de cuerpo entero.
Un elegante gato negro me devuelve la mirada.
En la luz sombreada, el traje no parece un traje en absoluto: parece
piel viva. Cuando giro, la curva de mi trasero parece piel desnuda
pintada de negro. El traje se mueve conmigo, cada movimiento, cada
respiración.
La diadema cambia todo lo demás. Mi rostro está desnudo sin mi
flequillo, con mis cejas negras y feroces. Las orejas me añaden altura.
El traje sujeta mi cuerpo con fuerza, nada de movimiento, todo
curvas sinuosas. Doy unos pasos. Mis muslos crujen uno contra el
otro, mis brazos se deslizan a mis costados. Las puntas de mis uñas
brillan al final de los guantes.
Me encanta este traje.
Y me encanta merodear por la casa de Ramses sin él aquí. Ramses
se disfruta mejor a distancia... entro a escondidas en su oficina, le doy
vueltas en su silla, huelo su loción, y leo los titulares enmarcados en
su pared. WaMu incautado, vendido en el mayor fracaso en la historia
bancaria de EE. UU....
Ese es el tipo de mierda que pone duro a estos tipos: transferencias
de miles de millones de dólares.
A mí también.
El pobre sabe que el dinero absolutamente importa.
El rico sabe que también es solo un montón de unos y ceros volando
en el aire para que cualquiera los agarre.
Escucho el timbre del ascensor para cuando Ramses regrese a casa.
¿Cuánto tiempo planea hacerme esperar?
Salgo de puntillas de su oficina, deteniéndome en el cruce entre la
sala de estar y el pasillo más allá. ¿Me atrevo a entrar en su
dormitorio?
Antes de que pueda decidir, veo un paquete más pequeño en una
mesa en el pasillo. Este es plano como un joyero, con un sobre metido
debajo de la cinta.
Aturdida por la sensación de una búsqueda del tesoro, deslizo la
segunda nota de Ramses.
5
Una niña o mujer joven descarada , astuta o audazmente coqueta, que sabe cómo controlar a otras
personas para su beneficio.
Vuelvo corriendo al bolso que abandoné, tomo mi delineador de
ojos y realizo algunas mejoras. Cuando termino, tengo un delineado
cat eye que pondría celosa a Michelle Pfeiffer.
Perfecto.
No puedo dejar de tocarme con este traje.
Tengo un armario lleno de lencería, pero nunca me había vestido
como un animal.
Tal vez debería sentirme degradada por Ramses, tal vez lo hubiera
hecho si me hubiera dejado un traje de cachorrito.
Los gatos son diferentes.
Los gatos son sexys. Los gatos son poderosos.
Bajo los tres escalones hasta el estudio hundido, dejando que mis
caderas se balanceen de lado a lado, cruzando los pies uno sobre el
otro. Camino de puntillas a través de los últimos rayos de sol, la
habitación está bañada en una rica luz roja.
Ramses no está, pero una cámara se sienta en su lugar montada en
un trípode ya grabando. Me encuentro con su ojo negro en blanco,
segura de que en algún lugar Ramses me está viendo.
Paso más allá del ojo, me giro y regreso de nuevo. A veces veo a
Ramses. A veces lo ignoro por completo.
Me dejo caer en el sofá, colgando mi cabeza hacia atrás de los
cojines, poniendo mis pies en el aire. El sofá de Ramses tiene un acre
de largo, los cojines son tan lujosos que me hundo completamente.
Señalo con los dedos de los pies, flexiono, señalo de nuevo, luego
ruedo sobre mi estómago y me siento sobre mis talones, estirando mi
espalda.
Revolcarme así es ridículo y tonto, pero no puedo creer lo mucho
que me excita. La habitación está bañada por el sol, mi cuerpo se
siente pesado y cálido, es fácil dejar ir mis inhibiciones, solo en las
nubes.
El ojo de la cámara arde en mi piel, su luz roja pulsa como el latido
de un corazón.
Estoy sola pero no realmente. Ramses puede verme, pero yo no
puedo verlo a él.
Ruedo sobre mi espalda, dejando que mis piernas se abran.
Mi piel brilla a través del traje transparente, mis pezones apuntan
al techo. Paso mis palmas por mis curvas sedosas...
La adrenalina corre por mis venas como si Ramses estuviera justo
aquí, a mi lado, pero mi mente me dice que soy tan libre como en mi
propio dormitorio en casa, libre para deslizar mis manos por mi
cintura, para poner mi palma sobre mi coño, empapándolo y
aumentar el calor que irradia a través del traje...
Finjo que es la mano pesada de Ramses ahuecando mi coño. Me
imagino sus gruesos dedos rozando el nudo de mi clítoris,
deslizándose hacia adelante y hacia atrás, tentando, presionando...
Mis caderas se mueven hacia arriba, la luz del sol hace que mi mano
sea mucho más cálida de lo normal, cálida como la mano de un
hombre, cálida como una boca, húmeda y derritiéndose...
El más suave de los clímax rueda sobre mí, las gotas de lluvia
golpean mi piel. Me estremezco contra los cojines con los labios
entreabiertos, y suspiro un gemido.
Me doy la vuelta, dejando que una pierna cuelgue del sofá, con
todo mi peso presionado contra la almohadilla gruesa y suave entre
mis muslos.
Mi cuerpo está saturado de sol. El placer me invade en oleadas
lentas mientras balanceo mis caderas contra los cojines. Me siento
cálida, perezosa y completamente relajada.
El ascensor suena.
Mi mano se congela entre mis muslos.
Las puertas se abren, y una pesada pisada cruza el pasillo.
La sombra de Ramses lo precede en el estudio, arrastrándose por el
suelo y trepando por la pared hasta que la cabeza casi toca la línea del
techo, luego el hombre mismo entra en la puerta.
Su rostro está sonrojado y sus ojos brillan. Cuando me ve, una lenta
sonrisa se extiende por su rostro.
―Ahí estás. Te extrañé.
Cruza la habitación en tres zancadas, elevándose sobre mí. Su
pesada mano aterriza en mi cabeza y se desliza por mi columna.
Me está acariciando. Jodidamente acariciándome.
Su mano cubre mi espalda, el peso afloja mis músculos, y el calor
me tranquiliza. Ramses me mira con expresión juguetona y afectuosa.
―¿Tú también me extrañaste, Minxie girl?
Me habla como a un gato. Me ve como a un gato, me toca como a
un gato.
Esto es mucho más que un juego de roles: es como una
personalidad completamente diferente.
¿Por qué eres tan bueno en esto, psicópata?
Esto no es lo que esperaba, y me está asustando un poco.
Al mismo tiempo…
Me gusta la forma en que me mira, como si se hubiera apresurado
a llegar a casa solo para verme. Me gusta la forma en que sus dedos
amasan mi espalda. No puedo estar estresada con esas manos
grandes y cálidas sobre mí.
No me dio ninguna instrucción. ¿Quiere que responda? ¿Puedo
hablar?
Esto es parte de la prueba, parte del desafío.
Le dije que era la mejor en esto, él espera que lo descubra.
Bueno, soy jodidamente la mejor.
Giro mi mejilla contra su muslo, y acaricio mi rostro contra su
pierna, haciendo un profundo ronroneo en mi garganta.
Su muslo se endurece como el roble.
Su mano se desliza debajo de mi cabello, agarrándome en la base
del cuello. Se agacha y me dice justo al oído:
―Buena chica. Me gusta cuando ronroneas para mí.
Me derrito por completo.
Tal vez es la forma en que me está abrazando, tal vez es la expresión
de su rostro, tal vez es la forma en que lo veo, acurrucada en el sofá,
cuando Ramses me llama buena chica, mi cerebro se desborda.
Quiero ser una buena chica.
Quiero que me sonría así.
Pero tan rápido como llegó, Ramses se da la vuelta y se va,
abandonándome en el estudio.
Sus pesados pasos desaparecen por el pasillo.
Espero, pensando que volverá.
Pasan cinco minutos.
Ramses vuelve a salir del dormitorio, pasando a grandes zancadas
por el estudio. Escucho cubitos de hielo en un vaso, luego el crujido
de su cuerpo acomodándose en el otro sofá.
¿Qué demonios?
Espero un poco más.
No, definitivamente se quedará ahí afuera.
Me pongo de pie, confundida y molesta.
Aquí hay otro dilema: ¿se supone que debo gatear a cuatro patas?
Eso es incómodo.
Los gatos no son incómodos. Los gatos son elegantes y confiados.
Salgo del estudio por donde entré, sigilosa y lenta.
Ramses está sentado en la sala de estar principal, con el maletín
abierto y los papeles esparcidos. Está leyendo algún tipo de informe
y ni siquiera levanta la vista cuando entro.
Se cambió de ropa. El traje se ha ido, fue reemplazado por
pantalones de chándal grises y una camiseta de béisbol tan desteñida
que es difícil decir que las mangas alguna vez fueron azules. Sus
antebrazos están desnudos debajo, cubiertos de vello oscuro.
Toma un sorbo de su trago, todavía indiferente incluso cuando
cruzo su línea de visión.
Estoy empezando a irritarme.
¿Me trajo aquí y me hizo ponerme este traje solo para ignorarme?
Me apoyo contra un pilar, con los brazos cruzados, observándolo.
Ramses pasa otra página de su interminable y tedioso informe.
Sí, eso es exactamente lo que hizo.
Todo es parte del juego. Parte de la lucha por el poder.
Sonriendo para mis adentros, merodeo por la habitación de nuevo,
pero esta vez, más despacio, moviendo las caderas. Me detengo frente
a Ramses para estirarme, arqueando la espalda, sacando las tetas,
flexionando el trasero en el traje tan transparente como las medias,
luego doy otra vuelta.
A la tercera vez, Ramses ha dejado de pasar las hojas.
Me acuesto en la alfombra frente a él y ruedo alrededor de la densa
pila.
Las alfombras de su casa son gruesas y esponjosas, grises como un
conejo bebé y probablemente estén hechos de conejitos, y hayan sido
cosidas por huérfanos. Ramses parece del tipo.
Sean lo que sean, se siente espectacular contra mi piel. Me acuesto
de lado, pasando mis dedos descalzos a través de la suavidad.
Ramses ve en mi dirección, y luego vuelve a ver la hoja, no lo
suficientemente rápido.
Ja.
Ruedo sobre mi espalda, maniobrando para que ahora esté
recostada sobre su pie, con una de mis piernas sobre su regazo,
mientras los dedos de mis pies se deslizan por el bulto de sus
pantalones de chándal.
Él aparta mi pie descuidadamente, como lo harías con un animal
que se interpone en tu camino, pero su polla solo crece más dura.
Me muevo hacia el sofá en su lugar, dejándome caer sobre sus
papeles, arrugándolos deliberadamente.
Con severidad, pone su mano en mi espalda y la presiona hacia
abajo, manteniéndome inmóvil.
―Relájate.
No me voy a relajar, ahora estoy en su acto.
Espero unos momentos, luego empiezo a invadir su espacio de
nuevo, poniendo mi cabeza en su regazo, dejando que mis dedos
bailen y suban y bajen por la parte posterior de su pantorrilla.
No estoy del todo recostada sobre su polla, pero su calor está cerca
de mi mejilla, y sus pantalones de chándal se estiran con fuerza. El
calor irradia de sus muslos, grueso y sólido debajo de mí, cada uno
tan grande como mi cuerpo. Envolver mis brazos alrededor de su
pierna es como abrazar una secoya.
Lo veo al rostro.
Está tratando de no sonreír, tratando de mantener los ojos pegados
a su informe.
Me gusta verlo cuando él no puede verme.
Una barba negra perfila sus facciones haciendo que su mandíbula
sea más afilada pero sus labios más suaves. Tiene un rostro alargado
y delgado, una nariz que debería ser poco atractiva pero no lo es, y
unas cejas que añaden toda la ferocidad que su boca intenta
transmitir.
Su cabello necesita un corte. Es suave contra todas las formas y
líneas duras. Su ropa es suave sobre la firmeza de su cuerpo.
Su ático es el mismo: taciturno, masculino, pero con texturas que te
succionan como arenas movedizas. Es un sueño de medianoche aquí.
Este juego no es lo que esperaba.
Ramses parece un bruto, pero es brillante; he estado rastreando sus
operaciones durante meses.
Ninguno de los dos coincide exactamente con lo que parecemos por
fuera.
Me gustaría ver más de su exterior.
Es en lo que he estado pensando todo el día. Obsesionada, incluso.
Es tan... grande.
Y yo soy una gata curiosa.
Me acurruco de lado. Su polla está justo en frente de mi rostro.
Todavía no está completamente duro, solo hinchado y caliente.
Levanto mi mano en su guante de gatito negro hasta los nudillos.
Ligeramente, rasco mis uñas a lo largo de su polla, sobre el borde de
la cabeza, y se agita bajo mi palma.
Él sujeta su mano sobre la mía, atrapándola.
Me mira.
―¿Quieres atención?
Le sonrío.
Sí. Jodidamente en este momento.
Podría llegar a ser un gato. Los gatos son unos hijos de puta.
Ramses recoge los papeles, los mete en su maletín y lo deja a un
lado. Toma un sorbo de su trago, luego toma un control remoto y lo
usa para reproducir música.
🎶 Weekend - Mac Miller
Se recuesta contra el sofá, con los brazos extendidos sobre el marco,
y yo me recuesto en su regazo con el corazón acelerado porque sé que
estamos a punto de aumentar el ritmo.
Trato de sacar su polla de sus pantalones, pero él me detiene de
nuevo.
Ahora me estoy frustrando.
¿La primera vez en mucho tiempo que me siento atraída por un
cliente y no me deja tocarlo? Eso suena jodidamente bien.
¿Qué quiere, entonces?
Observo el rostro de Ramses.
Está lo que él cree que quiere y lo que realmente quiere. Pueden ser
iguales, o pueden no serlo.
Toma otro sorbo de su trago, el hielo tintinea en el vaso. Puedo oler
el limón en el borde. ¿Voy a seguir con esto de no hablar? Quiero un
trago.
Ramses moja su dedo en la ginebra y lo sostiene sobre mis labios.
El licor cae sobre mi lengua, fresco y delicioso.
Lo sumerge de nuevo y esta vez lo lamo directamente de la punta
de su dedo.
La forma en que solo estoy recibiendo el goteo más pequeño a la
vez me hace querer más, desesperadamente.
Mete dos dedos y las gotas caen hacia abajo, las lamo de mis labios,
luego agarro sus dedos entre mis dientes y los chupo para limpiarlos.
No soy del tipo de persona que come de las manos de otras, ni
siquiera comparto tenedores.
Pero en este momento, no soy Blake.
En este momento soy un animal, y los animales no tienen los
mismos escrúpulos.
Ramses juega el juego con tanta fuerza que me estoy hundiendo en
él, perdiéndome en el desafío.
No solo lamo sus dedos, los lamo como una bestia hambrienta,
frenética, incluso hago pequeños gemidos.
Él deja de respirar. Cuando lo veo, está aturdido y en blanco como
si fuera un robot y acabara de borrar su programación. La sonrisa que
brota es tan natural y real que, por un segundo, yo también me rompo
y le devuelvo la sonrisa.
Me agarra el rostro y me besa.
Lo beso como si lamiera sus dedos, salvaje y locamente, saboreando
tanto de él como sea posible con mi lengua.
Eso enciende su motor al máximo, mete las manos en mi cabello y
me besa profundamente.
Sus labios son llenos y firmes. Su boca sabe un poco a ginebra, pero
mucho más a él. Su beso me abruma, hay tanto de él, tanto de su olor,
su calor, sus manos cubriendo mi cuerpo.
Le devuelvo el beso como me pidió la otra noche, desordenado,
húmedo, desinhibido, agarro su rostro y lamo mi lengua por su
mejilla.
Se siente escandaloso y me dan ganas de reír, pero también es
jodidamente sexy, la forma en que su barba raspa contra mi lengua.
Cada parte de él sabe bien, se siente bien. El olor de su piel me vuelve
loca. Cuando lamo su cuello, es más salado que sus labios.
Estoy moliendo en su regazo, frotándome contra la dureza que
tanto deseo descubrir. Sus manos agarran mi cintura, luego se
deslizan por mi espalda. Trato de poner mi mano en sus pantalones
donde está húmedo y palpitante. Esta vez cuando me detiene gruño
y le muerdo el labio.
Me agarra por la garganta y me pone sobre su regazo, su brazo
presiona contra mi pecho inmovilizándome con su peso. Se inclina,
mirándome directamente al rostro.
―Ya basta.
Me desorienta lo fácil que puede moverme. No soy pequeña, pero
soy pequeña en comparación con él. Me hace sentir como si me
hubiera encogido.
El sol se ha puesto por completo, las paredes son una vista brillante
de las luces de la ciudad.
Me siento diferente en este traje, en este lugar. Ramses no es lo que
esperaba, todo lo que imaginaba que sucedería desapareció, estoy
vagando a ciegas.
Acaricia su mano por mi cuerpo, mirándome profundamente a los
ojos.
―¿Estás aquí por mí?
Levanto la mirada hacia él, dando el más pequeño de los
asentimientos.
―¿Quieres complacerme?
Sí.
―¿Quieres hacerme feliz?
Sí.
―Entonces quiero que te corras por mí tantas veces como puedas.
Él ve mi rostro para ver si entiendo.
Es una orden, un objetivo claro.
Tengo esa emoción que surge cuando sé exactamente qué hacer.
Cierro los ojos, dejando que la presión de su palma sature mi
cuerpo, mientras oleadas de placer me recorren. Mis labios se abren
y empiezo a flotar...
Ramses me da una leve palmada en la mejilla, sacudiéndome del
viaje.
―Mírame a mí. Te correrás para mí.
No puedo ocultar mi irritación. No quiero verlo. No quiero ver
nada, quiero cerrar los ojos y concentrarme en el sentimiento.
Ramses solo sonríe, un destello de blanco en toda esa barba negra.
―Eso es, quédate aquí conmigo.
Sus ojos son agua profunda, no hay oleaje. Al principio es difícil
sostener su mirada, pero pronto no puedo apartarla.
Un rubor se extiende desde mi vientre hasta mi cuello.
Sus caricias son lentas y mesuradas, bajando por mis muslos, sobre
mis pechos. Mis pezones están lo suficientemente duros como para
doler, asomándose a través del traje. Su palma se arrastra sobre sus
puntas y arqueo la espalda, gimiendo.
Él toca mis pechos, dejando que sus gruesos dedos circulen
suavemente alrededor de mis pezones como si estuviera dibujando
sobre mi piel.
Me retuerzo en su regazo, apretando los muslos.
Me pellizca el pezón, haciéndolo rodar suavemente. Cada tirón
envía olas de placer por mis piernas.
Es difícil concentrarse en la sensación cuando mis ojos están
abiertos, cuando lo veo. Son tantas cosas a la vez, distrayéndome,
atrayéndome como a las aves.
Creo que nunca había mirado a alguien a los ojos durante tanto
tiempo. Se siente como si las reglas cambiaran cuanto más tiempo
pasa. Ver hacia otro lado significa algo. Aguantar significa más.
Su mano se mueve hacia mis muslos, amasando suavemente los
músculos largos de los cuádriceps, los lugares apretados alrededor
de mis rodillas. La presión hace que me relaje. Me mueve como una
marioneta, con su pulgar trabajando en los puntos de tensión. La
sangre fluye suave como una presa desbloqueada, y siento un
hormigueo hasta los dedos de los pies.
Mis muslos se abren.
Ramses sabe lo que quiero, deja que su cálida palma pase por mi
montículo, divertido cuando gimo y trato de presionarme contra su
mano. Él pasa los dedos arriba y abajo por la hendidura entre los
labios de mi vagina, sintiendo la humedad empapando el traje.
―Buena gatita… te gusta que te toquen.
Gustar no comienza a cubrirlo. Estoy jodidamente rabiosa por eso.
La tela es delgada, pero bloquea la sensación. Muevo mis caderas
contra su mano, y sus dedos se deslizan a través de mi clítoris,
enloquecedoramente cerca pero incapaz de hacer contacto completo.
Hago sonidos desesperados, jadeando.
Ramses sonríe.
Sus dedos son ligeros y burlones. Las olas de placer crecen y crecen,
pero no alcanzan la cima.
Presiona un dedo contra mi entrada, y la tela cede lo suficiente
como para empujarse una pulgada hacia adentro. Gimo y separo más
las piernas, tratando de empujar su dedo, y el traje se estira un poco
más.
Me encorvo contra la palma de su mano, muriéndome de ganas de
que se desate el orgasmo. No puedo creer que esté dejando que me
vea así, mirándolo directamente al rostro mientras lo hago. Así de
loca me he vuelto colgando del límite demasiado tiempo.
Ramses rasga el traje por la entrepierna. No le cuesta ningún
esfuerzo, como si la tela fuera una telaraña. El aire fresco golpea mi
piel mojada, expuesta, abierta como una flor.
Humedece dos dedos en su boca y los presiona contra mi clítoris.
Empiezo a correrme al instante, la intensidad de esos dedos contra
mi botón desnudo es un cable vivo. Nunca me han tocado así hasta
este momento.
Mi coño se derrite contra su mano, y sus dedos se hunden. Frota
círculos lentos mientras el orgasmo se prolonga.
Los sonidos que hago son inhumanos. Mis ojos ruedan hacia atrás
y todo mi cuerpo tiembla. Estoy sobre su regazo como La Pietà.
Él sonríe y frota lentamente hasta que se apaga la última chispa.
―Buena chica. Eso es lo que quiero.
Estoy inerte en su regazo, enrojecida con los químicos, la marea
baja, y todos mis nervios están expuestos.
Pero Ramses no se detiene.
Su mano se queda donde está, frotando círculos profundos y lentos
alrededor de mi clítoris.
Estoy blanda e hinchada como un moretón. Palpitante con una
sensación demasiado buena mezclada con demasiado.
Él me mira, y un oscuro regocijo se extiende por su rostro. No está
mintiendo, está obteniendo una especie de profundo placer al verme
correrme de una manera un poco inquietante, como un científico
observando un experimento.
Soy el Proyecto Manhattan. Ramses es el doppelgänger de
Oppenheimer6.
Las olas se están formando de nuevo, surgiendo más rápido de lo
que podría haber imaginado.
Ya siento una especie de pavor enfermizo como si esta no fuera la
última vez o ni siquiera cerca de la última vez.
No puedo recuperar el aliento, no puedo contenerme por un
segundo. Ramses tiene el control de mi coño, está descifrando los
códigos de trucos más rápido de lo que yo puedo procesar, sus dedos
prueban, mientras sus ojos observan mi rostro.
Mi piel es seda y aceite, los pliegues están hinchados y adoloridos.
Ramses hunde un dedo dentro de mí y usa la humedad para jugar
con mi clítoris hasta que se pone rígido y palpitante, hasta que le clavo
las uñas en el brazo y me aferro a él, gimiendo.
Él empuja un dedo grueso dentro y estoy tan sensible en todos los
sentidos que un solo dedo se siente como el mundo entero. Lo mueve
6
una de las personas a menudo nombradas como padre de la bomba atómica debido a su destacada
participación en el Proyecto Manhattan, el proyecto que consiguió desarrollar las primeras armas
nucleares de la historia, durante la Segunda Guerra Mundial.
hacia adentro y hacia afuera unos pocos milímetros. Me aprieto a su
alrededor, haciendo un sonido como un sollozo.
Me folla con los dedos, lento y profundo.
Estoy flotando, hundiéndome, flotando de nuevo, atrapada bajo su
brazo, completamente en su poder.
Su voz es hipnótica, hace eco a través de mi cerebro.
―Planeaba hacerte esperar al menos una hora, pero en el momento
en que te vi con ese traje...
Me mira, y su sonrisa ilumina mi piel.
―Nunca había visto algo tan tentador. Tuve que llegar aquí.
Jodidamente corrí.
Pienso en Ramses corriendo hacia la puerta, sonrojado y sudoroso,
y me corro fuerte y rápido, apretando sus dedos.
Él me agarra por la barbilla, obligándome a verlo.
―Quédate aquí conmigo.
Me ahogo en sus ojos mientras el mundo se rompe y desaparece.
Ramses es lo único que se mantiene firme, el agujero negro que se
traga todo lo demás.
Sus dedos se deslizan en partes de mí que nunca han sido tocadas.
Encuentra el lugar que no puedo resistir y presiona como si fuera a
hacer que me corra hasta matarme.
Es una especie de jodida tortura en la que cada vez que trato de
alejarme, trato de disolverme en el sentimiento, Ramses me da una
bofetada en la mejilla y me sacude de nuevo. Me encierra en su
mirada mientras me hace sentir exactamente lo que él quiere que
sienta.
― No te atrevas a contenerte conmigo. Quiero que me lo des todo.
Todo. Muéstrame cuánto lo quieres. Muéstrame lo feliz que estás de
estar aquí conmigo.
Mete los dedos profundamente como un gancho y presiona ese
botón otra vez, otra vez, otra vez, mientras lo veo a los ojos,
temblando, retorciéndome, suplicando.
―¿Eso es lo más duro que puedes correrte? Pensé que eras la mejor,
puedes correrte más fuerte que eso. Sí, tú puedes. Dámelo,
jodidamente lo quiero. Muéstrame lo mucho que me deseas.
Muéstrame lo que harás para complacerme. Jodidamente córrete.
Eso da en el blanco.
Mi vientre se contrae en un solo punto, y luego explota. Esto no es
un clímax, es una detonación, explotando a través de mi coño como
si hubiera desgarrado algo. Rebota a través de mi cerebro
destruyendo todo a su paso y todo lo que pienso, todo lo que quiero,
todo lo que soy, desaparece.
Lo único que queda son los ojos de Ramses mirándome,
observándome salir de este mundo, y luego arrastrándome de
regreso.
Su sonrisa se extiende, traviesa y complacida.
―Buena chica. Ahora estoy satisfecho.
El alivio me recorre.
Tomo un respiro…
Y estalló en llanto.
Estoy tan sorprendida conmigo misma que me tapo el rostro con
las manos, tratando de esconderme como una niña.
No lloro. Nunca.
Especialmente no alrededor de otras personas.
Especialmente no delante de él.
Se pone rígido, pero me atrapa con sus manos, acostándome sobre
su pecho. Acuna la parte de atrás de mi cabeza como si fuera frágil y
sus brazos se envuelven por completo.
Vuelvo mi rostro hacia su pecho, tan jodidamente avergonzada que
lloro más fuerte. No tengo más control sobre esto del que tenía sobre
lo que vino antes. Los sollozos me sacuden al igual que el placer,
líquidos y sueltos.
Me acurruco en el hueco de sus brazos, feliz ahora de sentirme
pequeña y encogida porque eso hace que sea más fácil esconderme.
Ramses descansa su palma en medio de mi espalda, y hace
movimientos largos y lentos por mi columna.
―Shhh ―murmura en mi oído―. Lo hiciste muy bien, estoy muy
orgulloso de ti.
Llevo a Blake de regreso a su casa, cosa que no estaba planeando
hacer. Tengo chofer. Este arreglo habría sido la oportunidad perfecta
para que Tony finalmente hiciera su trabajo, pero Blake se negó a que
la llevara, probablemente por pura terquedad, y ahora quiero llevarla
a casa yo mismo.
Ella está callada en el asiento del pasajero.
Ojalá hubiera una forma de decirle que no se avergüence.
Lo entiendo, lo último que yo querría hacer en el mundo es llorar
delante de otra persona. Supongo que ella siente lo mismo.
Pero ese momento fue nada menos que increíble.
La sensación de poder que sentí con su cuerpo bajo mi control, con
sus ojos fijos en los míos... y luego la liberación completa. Fue como
si hubiera conquistado el Everest y saltado desde la cima.
No hace falta ser mentalista para darse cuenta de que el autocontrol
de Blake es su armadura. Así fue como entró en Belmont Stakes y
trabajó en esa sala como una guerrera, segura en el papel que ha
interpretado cientos de veces.
Esta noche, la pongo en un nuevo papel.
Uno que ella no controla.
Yo sí.
Todavía estoy tan jodidamente excitado que apenas puedo
quedarme quieto en mi asiento. Es como si pudiera sentirla en la
punta de mis dedos, derritiéndose, disolviéndose bajo mis manos.
Bajo la ventanilla para que entre aire fresco en el auto.
Blake hace lo mismo, apoyando la cabeza en el marco, cerrando los
ojos y respirando hondo.
Pienso en su peso en mis brazos, pesado y cálido. En cómo se
relajaba contra mí cuando le acariciaba la espalda, y la humedad de
su rostro empapando mi camisa.
―Lo siento ―me dice.
―No te disculpes, conseguí exactamente lo que quería.
Ella se gira y me mira divertida, aunque sus ojos todavía están
rojos.
―¿Vas a fingir que así es como querías terminar tu noche? ¿Con
alguien llorando encima de ti?
―No alguien ―le digo―. Tú.
El color se filtra en su rostro y se muerde el borde de su labio,
frunciendo el ceño ligeramente.
―Te gusta hacerme sentir incómoda.
Yo sonrío.
―No parecías tan incómoda antes.
Su rubor se profundiza.
―¿Has hecho eso antes? ¿Esa es tu perversión?
Sacudo la cabeza y me detengo suavemente en un semáforo en rojo.
―Nunca se me había ocurrido intentarlo.
―¿Qué te hizo elegirlo, entonces?
Me inclino sobre el asiento y coloco un mechón de cabello detrás
de su oreja, dejando que mis dedos se deslicen por el gato escondido.
―Tu tatuaje, pensé que te quedaba bien.
Ella se estremece ligeramente, sosteniendo mi mirada, me está
viendo por más tiempo ahora.
Los humanos pueden ser entrenados como animales. El castigo y
la recompensa nos controlan a todos.
―La forma en que me estabas tocando... ―Deja escapar un suave
suspiro―. Nunca había sentido algo así.
Yo tampoco.
Le digo:
―Quiero verte de nuevo mañana.
―No puedo mañana.
―¿Por qué no?
―Estoy ocupada.
―¿Con qué?
―No empieces ―me dice en forma de advertencia.
Cambio de ángulo, todavía en ataque.
―¿Cuándo puedo verte entonces?
―Martes.
―¿Qué tiene de malo el domingo o el lunes?
Deja que el silencio se prolongue entre nosotros, sin sonreír.
Espero con la misma paciencia.
Por fin, dice:
―Podría hacerlo el domingo.
Cada batalla es importante para la guerra en general.
―A las dos en punto ―digo―, y esta vez, yo te recogeré.
Cuando las puertas del ascensor se abren en mi apartamento, huelo
el perfume de Blake. El traje desgarrado yace fláccido sobre la cama
en la habitación de invitados, y su collar a salvo en su caja.
Me paro en la ducha y dejo que el agua hirviendo corra por mi
espalda, las nubes de vapor borran el resto del baño de la vista.
Mi polla está pesada e hinchada. Ha estado así casi doce horas
ahora. Me quema como una fiebre en la mano.
La acaricio lentamente, recorriendo la noche desde el momento en
que mi pequeña gatita se paró frente a la cámara.
Ella me aturdió. Jodidamente me aturdió.
Había planeado dejarla ahí por lo menos una hora o dos, para
ablandarla.
Pero la forma en que se movía, viendo hacia atrás por encima del
hombro, bromeando, coqueteando... se deslizó en el papel y lo
interpretó como si estuviera poseída.
Pienso en cómo se tocaba a sí misma, archivando exactamente
cómo se movían sus manos por su cuerpo. Pienso en cómo la toqué
yo, mirándola al rostro todo el tiempo, observando cada jadeo, cada
suspiro.
Trato de recordar los momentos en que su cuerpo se sacudió,
cuando perdió por completo el control. ¿Qué estaba diciendo? ¿Qué
estaba haciendo?
Nunca había visto algo tan tentador...
Muéstrame lo mucho que me deseas...
Muéstrame lo que harás para complacerme...
Recuerdo cómo me miró, impaciente, ansiosa…
Y cómo ella me lo dio todo.
Mi polla entra en erupción, y el flujo de lava bombea caliente por
mi mano.
Dejo correr el agua, llevándose todo por el desagüe.
Mis hombros se hunden, y la tensión se libera de mi espalda. Mi
cabeza se aclara y mi estado de ánimo flota.
Trabajo durante un par de horas, capaz de concentrarme mejor que
en semanas.
No he estado durmiendo bien, me despierto a las dos de la mañana,
luego a las cuatro... el silencio no es silencio, resuena en mis oídos.
Esta noche la cama se siente suave y las sábanas frescas. Apago la
luz sin encender el televisor.
El sueño llega más rápido de lo que me atrevía a esperar, rojo,
cálido y sensual. Descanso mi mano en mi polla, sintiendo que sube
y baja con cada sueño medio recordado.
Tarde en la noche, me despierto solo una vez.
El sueño no me ha abandonado, está cerca como las mantas y
puedo volver a ponerlo sobre mi cabeza.
Examino las imágenes que flotan en mi mente: Blake sonriéndome
con sus orejas de gato negro. La forma de los labios de su coño a
través del traje. Sus pequeñas uñas afiladas arañando mi polla...
Pero el recuerdo que me devuelve al sueño es la sensación de Blake
en mis brazos, pesada y tranquila. Mi respiración se desaceleró para
igualar la suya. Ella era una fuerza de gravedad que me atraía hasta
que sentí una paz tan plena y total que parecía que el mundo entero
finalmente se había equilibrado.
Me duermo profundamente y no me despierto hasta la mañana.
7
es una expresión francesa que significa textualmente Listo para llevar. Se refiere a las prendas de moda
producidas en serie con patrones que se repiten en función de la demanda; es por tanto la moda que se
ve en la calle a diario.
Me gusta darle órdenes. Ella lanza esa fría mirada verde hacia mí y
sonríe. Es como un chasquido de látigo: el rápido dardo de sus ojos y
luego el lento destello de sus dientes. Se mueve para hacer lo que le
pedí, sus caderas se balancean lentamente, mientras las yemas de los
dedos se deslizan por la ropa. Esto es lo que siente un domador de
tigres cuando cree que tiene el control.
Saca no una, sino muchas camisas y sacos de la pared, incluso unos
pantalones de sarga.
Los vestidores son del tamaño de una cabina telefónica. Robb es de
la vieja escuela, su tienda es de caoba oscura, accesorios de latón y
sofás verde bosque.
Él desaparece en la trastienda para darnos privacidad.
Me relajo en una de sus tumbonas mientras Blake entra y sale de la
cabina de caoba, probándose la ropa para mí.
Una mujer con una camisa de hombre es una excitación universal.
Ver a Blake desfilar con una sucesión de sacos deportivos en topless
debajo, con un par de tirantes que apenas cubren sus pezones, es un
nivel completamente nuevo de excitación.
Mi conjunto favorito es el chaleco y el pantalón de raya
diplomática, un pañuelo de bolsillo en el pecho, e incluso se calza un
par de mocasines italianos de Robb.
―Deberías usar pantalones más a menudo.
Blake sonríe.
―Pensé que te gustaba más sin pantalones.
La acomodo en mi regazo, deslizando mi mano dentro del chaleco
a rayas. Su pecho es suave como fruta calentada por el sol. Paso mi
pulgar sobre su pezón.
Ella presiona su boca contra la mía, y sus dedos se entrelazan a
través de mi cabello. Me encanta la forma en que me está besando
ahora, con los labios entreabiertos, la lengua ansiosa y húmeda como
si quisiera que la follaran.
Los pantalones de hombre le quedan sueltos. Es fácil deslizar mi
mano por la cintura y encontrar el calor de su coño. Sus bragas de
seda se aferran a los labios de su coño. Engancho mi dedo en el
refuerzo, jalando suavemente la tela delgada, frotándola suavemente
a través de su clítoris. Blake gime y su boca se abre un poco más.
Le meto el dedo corazón y se desliza dentro. Está empapada.
Empujo mi lengua en su boca mientras presiono mi dedo más
profundo. Ella chupa suavemente mi lengua como si fuera una polla
y la empujo dentro y fuera de su boca al mismo ritmo que mi dedo.
Sus paredes internas se aprietan mientras su lengua masajea la mía.
Sus caderas se mecen y se agarra con fuerza todo el camino. Mi
polla se muere por reemplazar ese dedo. Lo saco de ella y llevo su
humedad a mis labios. Su coño es fragante como el café, con mil capas
de aroma rico y embriagador. La beso para que ella también pueda
saborearlo.
―¿Encontraste algo que te gustara? ―Robb ha resurgido por fin.
Blake se desliza de mi regazo y dice:
―Muchas cosas.
Su cabello está desordenado y su rostro está sonrojado.
Probablemente yo estoy peor si pudiera verme a mí mismo, pero
Robb finge no darse cuenta, blandiendo su bloc de notas y su
bolígrafo.
Blake recita todo lo que me gustó, con algunas adiciones.
―¿Qué fue eso último? ―exijo.
Ella me muestra la tela que eligió, un burdeos profundo.
―Nunca me he puesto un traje rojo.
―Es bermellón ―dice Robb en tono escandalizado.
―Con botones de hueso ―agrega Blake amablemente.
Enrollo mi mano alrededor de su cintura y la engancho contra mi
costado.
―Espero que sepas lo que estás haciendo.
Ella sonríe.
―Yo también, porque no va a ser barato.
8
Disfunción eréctil.
Blake lo ve irse. Se ve pálida y ligeramente mareada cuando tomo
mi asiento frente a ella una vez más.
Para romper el hielo, digo:
―Espero que tenga razón.
Ella se ríe nerviosamente.
―¿Qué quieres decir?
―Quiero saber cómo eres realmente. Quiero saberlo todo sobre ti.
Eso no la tranquiliza exactamente y toma varios tragos de su Shiraz.
Espero hasta que deja su copa
―¿Qué pasó entre ustedes dos?
Ella niega con la cabeza, con la mirada fija en el mantel.
―No quiero hablar de Desmond.
Eso es un problema porque yo tengo como mil preguntas después
de ese breve encuentro.
Comienzo con la que más me molesta:
―¿Lo amaste?
Sus ojos se encuentran con los míos. Los ojos de Blake son del tipo
de verde que contiene muchos tonos, verde como hojas nuevas, como
esmeralda, como oliva, todo mezclado en un patrón de estrellas.
―Pensé que lo había hecho.
No puedo decir si eso me pone más celoso o menos.
―¿Lo...
―¿Por qué te importa? ―interrumpe―. ¿Qué importa lo que pasó
con Desmond?
―Ya te lo dije ―le sonrío―. Quiero ser tu favorito.
―Bueno, considera ese lugar asegurado. Preferiría no volver a ver
a Desmond mientras viva. ―Su sonrisa vuelve a aparecer en su
rostro, y su ceja se eleva como lo hace cuando está a punto de decir
algo malo―. Y ha pasado mucho tiempo desde que estaba tan
emocionada por una cita como lo estoy ahora...
Dejo que mi rodilla presione la suya debajo de la mesa.
―¿Por qué estás emocionada?
Sus labios se abren, su respiración se hace más profunda.
Ella susurra:
―Quiero perderme contigo.
Algo cálido se expande dentro de mi pecho. Todo el día de ayer,
mientras cada necesidad, oportunidad y contratiempo clamaban en
mi cerebro, seguí volviendo a las dos horas que Blake usó ese traje de
gato, cuando no pensé en el trabajo en absoluto.
Siempre tengo trabajo en mente.
Excepto cuando estoy con ella.
Alcanzo debajo de la mesa para deslizar mi mano por su muslo.
―¿Qué estamos esperando?
―Nuestra comida ―se ríe Blake.
―Pidámosla para llevar.
De vuelta en el ático, sin hablar, ponemos nuestras cajas para llevar
en el refrigerador.
Blake se mete a la habitación de invitados donde ya he dejado un
traje de gato nuevo sobre la cama.
―¿Tienes un armario entero de estos escondidos en alguna parte?
―me grita.
―Definitivamente puedo conseguir más, así que jódelos tanto
como quieras.
De hecho, soy yo quien le arrancará esa cosa, pero quiero verla en
ella primero. Hacer que Blake se vistiera como un gato podría ser la
idea más inteligente que he tenido: se veía tan jodidamente sexy que
casi choco por detrás con un policía cuando regresaba a toda
velocidad a mi apartamento.
🎶 So Pretty - Reyanna Maria
Ella reaparece, aturdiéndome de nuevo. Las insinuaciones de su
cuerpo a través de ese traje transparente son mucho más sexys que la
simple desnudez. Cada giro y flexión revela algo nuevo.
El collar de perlas brilla en la gruta fantasmal de su cabello largo y
oscuro. Solo leer el nombre Minx en su placa envía una oleada de
calor a mi polla.
Ya se ha puesto el personaje como se puso el traje, dando pasos
lentos y sensuales sobre la punta de los pies, balanceando las caderas.
La forma en que se mueve, la forma en que se para, la forma en que
me ve, se vuelve furtiva y felina.
Cuando usa ese traje, es mi pequeña Minx.
Se apoya en la encimera de la cocina, deteniendo la barbilla en su
mano, las afiladas uñas asoman por los extremos de sus guantes sin
dedos.
Yo le digo:
―Pareces hambrienta.
Ella sonríe, y sus ojos se deslizan por mi cuerpo hasta la cremallera
de mis pantalones.
Me gusta que no hable cuando tiene el collar puesto. Me gusta
tratar de adivinar lo que está pensando.
En este momento, no es difícil de adivinar. Minx tiene hambre, y
está a punto de ser alimentada.
Abro la puerta del refrigerador, sacando un cartón de leche. Su
pequeña lengua rosada se asoma, recorriendo sus labios.
Echo la leche en un plato y lo llevo con una mano. Con mi otro
brazo, la levanto y la cargo como un gato, con el codo enganchado
debajo de su trasero, y sus piernas pegadas a mi cuerpo.
―Vamos, Minxie girl.
La sorprende lo fácil que la levanto. Se pone rígida pero luego se
hunde, con la cabeza apoyada contra mi pecho, y sus adorables orejas
peludas haciéndome cosquillas en la barbilla.
Cargarla me da la misma sensación de paz que antes, aunque ahora
no llora, solo frota su nariz contra mi cuello. Es algo en la forma en
que su cuerpo encaja contra el mío, como si me perteneciera.
La dejo sobre la alfombra.
Minx se arrodilla, y las palmas de las manos descansan sobre sus
muslos, mirándome expectante.
Mojo mis dedos en la leche.
Ella me lame las yemas de los dedos, frías, ricas y espesas.
La sensación de su lengua hace que mi polla se hinche. Sumerjo mi
dedo medio en la leche y lo deslizo por su labio inferior. Ella cierra la
boca alrededor de la punta de mi dedo y chupa suavemente,
moviendo la lengua.
―Chica codiciosa.
Me sonríe, lamiendo sus labios.
Sumerjo mi dedo y lo toco con mi propia lengua, saboreando lo que
está saboreando. Me inclino hacia adelante para besarla y ella lame y
lame mis labios como un pequeño gatito, luego mete su lengua en mi
boca para robar más.
Mi polla aprieta la parte delantera de mis pantalones y Minx le da
una mirada hambrienta.
―Siéntate ―le ordeno.
Ella se sienta ordenadamente sobre sus talones, su pose es
obediente, pero sus ojos miran mi cremallera como un gato en la
ratonera. Todo lo que salga está a punto de ser devorado.
Mi polla salta a mi mano, elevándose como pan caliente. La agarro
por debajo de la cabeza y sumerjo la punta en el plato. Los ojos de
Minx se agrandan y sus labios se separan mientras ve mi polla,
goteando leche.
Una gota blanca y gorda cuelga suspendida de la cabeza y cae en
cámara lenta, aterrizando en la parte plana de su lengua. Minx cierra
los ojos y traga.
Coloco mi polla empapada de leche en sus labios, y ella muerde la
cabeza, chupándola suavemente como una paleta helada.
El calor de su boca después del frío de la leche es como un banco
de nieve en un sauna y me derrito en su lengua.
Ella masajea debajo de la cabeza de mi polla, chupando y lamiendo.
Intenta acariciar mi eje con la mano, pero el guante del traje se
interpone.
―Toma…
Busco unas tijeras y le quito los guantes de las manos, estirando el
traje para poder cortarlo a la altura de la muñeca. Ahora sus manos
están completamente desnudas.
Minx se abalanza sobre mi polla, agarrando el tronco y deslizando
su mano con fuerza hacia abajo hasta que se engancha debajo de la
cabeza. Ahí aprieta todo lo que puede, tirando hasta que mi polla
apunta hacia abajo.
Se siente como si toda la sangre de mi cuerpo estuviera siendo
forzada hacia mi polla hasta que palpita como un tambor, y sus dedos
se agarran como una tenaza debajo de la cabeza, mientras su otra
mano se desliza dentro de mis pantalones para ahuecar mis bolas.
―Jesús. ―Mis rodillas comienzan a temblar y mis talones
tartamudean contra el suelo.
Minx sonríe. Ella sujeta su boca alrededor de mi polla, moviendo
su mano arriba y abajo del eje mientras empuja suavemente mis bolas.
El efecto es un poco como tirar Mentos en una botella de Coca Cola
Light. Mi semen comienza a hervir.
Desliza mi polla más profundamente en su boca, cubriendo la
cabeza con saliva espesa de la parte posterior de su garganta. Su
mano permanece debajo de mis bolas, acariciando con las yemas de
los dedos.
Mierda. No solo es buena, es una maga en hacer desaparecer la
polla.
Nunca me han succionado en esta posición, jalado hacia abajo
implacablemente. Cada movimiento de su cabeza me pone más
caliente, más duro, palpitando como si fuera a estallar.
Sumerjo mis dedos en la leche y la dejo caer por el eje de mi polla
y ella abre la boca, dejando que gotee sobre su lengua y lame en largos
golpes, atrapando cada parte que se perdió.
Agarra mi polla sumergiéndola profundamente en el plato y
chupando la leche de la cabeza, lamiendo las gotas largas y lentas de
sus dedos. Una gota se desliza por su muñeca y se pasa la lengua por
todo el dorso de la mano, lamiéndola.
Agarro un puñado de su cabello y empujo su boca contra mi polla,
inclinando su cabeza, encontrando el ángulo correcto para empujar
profundamente en su garganta.
Las gargantas se calientan como lo hacen los coños, se vuelven
blandas, hinchadas y receptivas. Cuanto más follo su boca, más se
espesa su saliva y la cabeza de mi polla se desliza más
profundamente.
La grasa de la leche hace que su lengua se vuelva resbaladiza. El
calor brota de mi polla, mezclándose con la leche.
Minx se arrodilla entre mis piernas, moviendo la cabeza y las
manos. No es solo una profesional, es una maldita estrella. Nunca he
tenido una mamada tan salvaje e implacable. Es todo lo que puedo
hacer para evitar explotar.
―Espera. ―La detengo para darme un minuto para respirar.
Ella me sonríe, lamiendo la leche de sus labios.
Me agacho para rasgar la entrepierna de su nuevo traje, dejando al
descubierto su coño mojado y desnudo, de un rosa impactante contra
la tela oscura.
―Frota tu coño mientras chupas mi polla.
Minx se sienta sobre sus talones con las rodillas separadas como
mariposas para exponer la pequeña protuberancia de su clítoris. Sabe
cómo exhibirse, cómo mostrarme lo que necesito ver. Se frota el
clítoris con la mano izquierda, acariciando mi polla con la derecha.
Observo cómo se toca, a veces deslizando los dedos hacia arriba y
hacia abajo sobre su clítoris, a veces presionando y frotando en
círculos.
Al principio lo hace por mí, tocándose ligera y bonita como cree
que me gusta, pero se siente demasiado bien y pronto su ritmo se
acelera, presiona con más fuerza y sus ojos se ponen en blanco.
Ella hace pequeños sonidos ansiosos, levantando sus caderas,
follándose contra sus dedos, mientras su mano derecha se sacude en
el eje de mi polla.
La agarro por la parte de atrás de la cabeza y meto mi polla
profundamente en su boca. La cabeza toca la parte posterior de su
garganta, golpeando en el fondo como en un coño. Su garganta es
cálida y esponjosa, sus párpados revolotean mientras gime alrededor
de cada golpe.
Se está frotando la abertura lo suficientemente fuerte como para
provocar un incendio. Su agarre alrededor de mi eje sigue siendo tan
fuerte que a pesar de que mi polla late como un volcán, mi semen está
atrapado en mis bolas, furioso e hirviendo. La carga sube por el
tronco a través de una carne tan hinchada que apenas puede pasar.
Minx acaricia mi polla sin piedad, su brazo se mueve como un
pistón, sus dedos fluyen sensual y suavemente.
Tengo bastante buen control, puedo contar con una mano el
número de veces que me he corrido rápido, pero en este momento,
estoy tan al mando como un toro en un establo siendo ordeñado en
un vaso. Minx bombea mi polla sin piedad y cuando puede ver que
estoy cerca abre la boca con la lengua extendida, mirándome
directamente a los ojos como si me estuviera rogando que me corra.
Me corro en su boca, caliente y fundido. Ella cierra sus labios
alrededor de la cabeza, chupando hasta que chispas negras inundan
mi visión, hasta que todo lo que puedo ver es la explosión en mi
cerebro.
Levanta la cabeza y la leche le corre por la barbilla, y mi polla se
levanta como un signo de exclamación.
La agarro y la jalo hacia mi regazo, empalándola en mi polla antes
de que se ablande. Tengo un espasmo dentro de ella, empujando
hacia arriba en un coño aún más cálido y húmedo que su boca.
No puedo sentir lo suficiente de su piel, y arranco el traje de sus
hombros, recorriendo con mis manos la larga curva de su espalda,
agarrándola por las caderas, jalándola hacia abajo con más y más
fuerza.
En su oído, gruño:
―Eres una chica mala jalando mi polla hacia abajo de esa manera.
Minx me monta, gimiendo y jadeando, con los ojos en blanco.
Mi mano derecha está envuelta con fuerza en su cabello, el puño
cerrado contra la base de su cuello para que su cabeza se incline hacia
atrás, mis labios se presionan contra su oreja, mientras le hablo
directamente a su cerebro.
―Quiero que me demuestres lo buena chica que puedes ser...
Está gruñendo con cada embestida, apenas parece escucharme,
pero sé que cada palabra resuena en su cerebro.
―Muéstrame cuánto quieres complacerme corriéndote lo más
duro que puedas.
El efecto es instantáneo.
Su espalda se arquea, sus caderas se empujan hacia adelante, y su
coño se aprieta a mi alrededor como una mano. Sus pechos apuntan
al techo, mientras mantiene la cabeza echada hacia atrás, deja escapar
un largo grito con mi polla clavada profundamente dentro de ella,
con la cabeza apretada contra la pared de su interior.
―Ah…ah… ¡AHHHHH!
Ella se corrió porque yo le dije que lo hiciera.
Podría ser un dios.
Cae hacia atrás en cámara lenta, acostada sobre mis muslos con la
cabeza colgando de mis rodillas. Sus piernas abrazan mi cintura, mi
polla está ablandándose todavía dentro de ella.
Presiono mi pulgar contra su clítoris, viendo su rostro.
Ella deja escapar un gemido estremecedor, sus mejillas están
teñidas de rosa como flores de cerezo, el rubor corre por sus pechos y
sus rígidos pezones apuntan hacia arriba. Jalo uno suavemente y su
coño se contrae alrededor de mi polla.
Presiono su clítoris como un botón, frotando círculos lentos con mi
pulgar.
―Eres la gatita más hermosa que he visto en mi vida. Eres tan
hermosa, eres tan suave…
Minx gime, sus párpados revolotean mientras su cabeza cae contra
mis rodillas, su cuerpo se siente cálido y flácido. Mi polla está medio
dura dentro de ella, empapándose en mi propio semen derretido.
Su clítoris es la cosa más delicada que he tocado, es suave y elástico
debajo de la yema de mi pulgar.
El placer rueda sobre ella en oleadas estremecedoras.
En voz baja y persuasiva, le digo:
―Sé que te gusta vagar, pequeña gatita... no te pregunto a dónde
vas... pero solo yo puedo tocarte así. Nunca vas a pasar un mejor
momento que aquí conmigo...
Masajeo su clítoris con movimientos lentos y sensuales. Sus ojos se
nublan, mientras sus labios permanecen entreabiertos.
Mis manos sobre su cuerpo son tan relajantes para mí como para
ella, tal vez incluso más. El tacto siempre ha sido mi sentido más
fuerte, estoy aprendiendo cada centímetro de ella y todo lo que le
gusta.
Su cuerpo se siente cálido y pesado presionando mis muslos, su
respiración se hace más profunda. El cielo afuera de las ventanas está
negro y salpicado de estrellas, con volutas de nubes grises
fantasmales.
En voz baja le digo:
―Me sentí atraído por ti desde el momento en que te vi. Eres tan
poderosa... cada vez que hablo contigo, siento que estoy en llamas.
No puedo dejar de pensar en ti...
No suelo ser tan honesto, la otra noche no tenía intención de decirle
que corrí a casa para verla, pero me he vuelto tan relajado y soñador
como mi pequeña Minx.
―La primera vez que te llamé y me colgaste, fui y me masturbé.
Ella levanta la cabeza y sus ojos brillan con la luz de las estrellas.
Mi polla se está poniendo más gruesa dentro de ella, la muevo una
fracción y su coño se aprieta con fuerza.
―Eres tan inteligente, siempre trabajando en la habitación. No
puedo apartar mis ojos de ti, incluso cuando sé que me estás
manipulando, quiero que lo hagas...
Su coño tiembla convulsionándose alrededor de mi polla. Mi
pulgar frota círculos en su clítoris, y ella deja escapar un grito bajo.
―Me encanta lo buena chica que estás siendo. Cada vez que te
corres, soy tan feliz…
Su cuerpo tiembla, y su espalda se dobla como un arco. ¿Cuántas
veces puede hacer esto? Más de lo que ella piensa...
Se relaja contra mis muslos con la cabeza colgando hacia atrás,
lentamente libero la presión de mi pulgar contra su clítoris, y ella se
estremece.
La levanto de mi polla y la envuelvo en una manta, la acuesto en el
sofá para que su cabeza descanse en mi regazo. Suavemente paso mis
dedos por su cabello, comenzando una película primero para poder
acariciarla todo el tiempo que quiera.
Las yemas de mis dedos hacen cosquillas a través de las raíces de
su cabello, masajeo los músculos tensos en la base de su cuello, y
luego en la parte superior de sus hombros, deslizando mi palma por
toda su columna.
Es un trabajo deshacer todos los bultos, está hecha un nudo, y tengo
que masajearla como si fuera masa.
Acariciarla me tranquiliza.
De hecho, nunca he tenido una mascota. Al crecer, habría matado
por un perro, pero mi mamá era alérgica y ahora viajo demasiado.
Nunca consideré un gato.
Este juego que estoy jugando con Blake me está alimentando de
una manera que no entiendo muy bien. Llevo toda la semana con el
cerebro cargado de mil ideas nuevas. Tal vez sea solo la novedad,
pero Dios, espero que dure. No me había dado cuenta de lo aburrido
que estaba de todo lo demás.
Mi papá me llamó Ramses porque quería que fuera un
conquistador de mundos. Durante mucho tiempo, eso es exactamente
lo que fui.
Pero hay un punto de rendimientos decrecientes donde has
logrado lo que te propusiste lograr. Sigues fijándote metas,
encontrando nuevas montañas para escalar, pero las nuevas
montañas comienzan a parecerse mucho a las antiguas, y a veces te
preguntas por qué escalas montañas.
¿A Blake le gusta nuestro juego?
Sé que la estoy haciendo sentir bien. ¿Pero ella lo anhela como yo?
¿Se obsesiona con eso como yo?
Es como si descubriéramos un nuevo continente. Uno que estoy
desesperado por explorar. Uno que no se parece en nada a los lugares
que he visitado antes...
Descanso mi palma sobre su cabeza, deseando poder leer sus
pensamientos con mis manos de la misma manera que puedo leer su
cuerpo, deseando que estuvieran tatuados en su piel en braille.
Le pregunto:
―¿Te gusta esto?
Ella levanta la cabeza de mi regazo y me mira.
―¿Puedo hablar?
Desabrocho su collar y se lo quito, dejándolo plano sobre la mesa
de centro de piedra.
―Ahora puedes hacerlo.
Ella sonríe.
―Me encanta.
Me río, y el calor inunda mi pecho.
―¿Qué te gusta de esto?
Ella lo piensa por un momento.
―Usar el traje me hace sentir todo mucho más. Cuando actúo como
gato, siento las cosas como un gato... el sol se siente más cálido, el sofá
es más suave. Pareces más grande, más fuerte, casi como un ogro. Es
tan intenso. Tus manos en mi cuerpo… ―Ella se estremece―. Me
domina.
―¿Un ogro? ―Finjo estar ofendido, aunque no lo estoy en
absoluto.
Quiero parecer fuerte y poderoso para ella. Intimidante, incluso.
Porque Blake me intimida hasta la mierda a veces, es tan dueña de sí
misma que es como si nada pudiera tocarla, ni siquiera yo.
―Tal vez no seas un ogro... ―Baila sus dedos arriba y abajo de la
parte posterior de mi pantorrilla con su cabeza en mi regazo. Le gusta
tocarme como a mí me gusta tocarla, por diversión. Creando
sensaciones para su propio disfrute tanto como para el mío.
Me pregunto si puede sentir mi polla hincharse debajo de ella,
nunca se ablandó del todo y ahora actúa como si no hubiera
explotado.
Ella me mira, y su hoyuelo aparece.
―Se siente como si fueras de una especie diferente, más grande,
más fuerte, controlando todo lo que te rodea. Me dan ganas de
impresionarte.
No hay forma de que ella no pueda sentir la forma en que mi polla
acaba de saltar.
Mi voz sale en un gruñido.
―Eso me hace sentir muy feliz contigo.
―¿Por qué? ―Tiene una curiosidad genuina, quiere entender esto
como yo, como si fuéramos científicos del sexo.
Respondo como si fuéramos a resolver el teorema.
―Me excita mucho cuando me demuestras que quieres
complacerme. No es lo que haces, es la expresión de tu rostro
mientras lo haces.
Blake sonríe, le gusta esa respuesta.
Acaricio mi mano por su espalda, queriendo mantenerla en este
estado de honestidad medio vidrioso.
―¿Qué más te gustó?
―La leche… ―Su lengua sale disparada, tocando sus labios―. Era
como si debiera tenerla. La forma en que sabía... y la forma en que
sabías mezclado con ella... salado y dulce...
Sus ojos se cierran exactamente como lo hicieron en la casa de April
cuando estaba probando el condimento de su arroz.
Para mí, todo se trató de lo visual: la mirada de esa leche
derramándose de su boca, mezclada con mi semen...
Acaricio su cabello para calmarme.
―Eso es tan relajante... ―murmura contra mi muslo.
Su peso parece aumentar con cada caricia. Estamos en silencio, la
luz de la televisión parpadea en nuestra piel.
Elegí una de las películas de Marvel, casi al azar. Es la de Ultrón,
llegamos a la parte en la que intenta comprarle vibranium a un
mercenario y transfiere mil millones de dólares al sistema bancario
mundial usando su complemento de robot.
―Todo está en tus posesiones ficticias ―dice Ultrón―. Las
finanzas son tan raras.
Por alguna razón, esto nos parece hilarante tanto a Blake como a mí
y comenzamos a reírnos.
Le quité el collar, pero no he dejado de acariciar su cabello. Es largo
y lacio, azul negruzco a la luz de la televisión. Todavía lleva las orejas
de gato. Le rasco alrededor, haciéndola reír suavemente y se acurruca
contra mí.
Su respiración se hace más profunda y deja de reaccionar a la
película. Sigo acariciando su cabello, suave y lento...
Ella se queda dormida en mi regazo acurrucada en la manta, y yo
veo el resto de la película, acariciándola todo el tiempo.
Cuando aparecen los créditos, tengo la tentación de cubrirla con
otra manta y dejarla dormir en el sofá, o mejor aún, llevarla a mi cama.
Está tan profundamente dormida que dudo que se despierte.
Absolutamente planeo hacer que rompa su regla de “no dormir
fuera de casa”. Rojo significa parar, y puedo respetar eso, pero el resto
de la lista tiene que irse, comenzando con sus otros clientes.
La quiero toda para mí.
Pero no voy a engañarla para que se quede a dormir. Aún no.
Suavemente, la despierto.
Ella se sienta, sorprendida de haberse quedado dormida.
―¿Qué hora es?
―Cerca de la una.
―Debería irme.
La desperté para llevarla a casa, pero mientras se frota los ojos para
quitarse el sueño, le digo:
―Nunca cenamos. ¿No tienes hambre?
Su estómago gorgotea tan pronto como piensa en eso.
―No mientas ―me río―. Ya te delataste.
Caliento nuestra comida y la pongo en platos limpios, llevándola a
la sala de estar y Blake pone la próxima película de los Vengadores
mientras comemos.
A veces vemos y a veces hablamos. Hacia la mitad de la película, le
arrancamos el resto del traje a Blake y follamos en el sofá. Cuando la
llevo a casa, son las cuatro de la mañana y hemos visto una película
y media y hemos tenido sexo dos veces más.
Cuando la dejo, le digo:
―¿Qué vas a hacer el próximo fin de semana?
―¿Por qué?
―Quiero llevarte a Bali.
Ella duda, mordiéndose el labio, y sin verme a los ojos, dice.
―No puedo.
―¿Por qué no?
―Ya estoy ocupada.
Me da un beso rápido en la boca y sale del auto para que no pueda
discutirlo con ella.
No sé si en realidad está ocupada o simplemente está tratando de
restablecer los límites porque se quedó dormida en mi casa. De
cualquier manera, no me gusta.
La observo subir los escalones y desaparecer dentro de su edificio,
esperando confirmar que la luz se enciende dentro de la unidad de la
esquina del tercer piso.
Este no es el momento de discutir.
Pero definitivamente es hora de limpiar su lista.
¿Qué demonios estoy haciendo?
Ese es el último pensamiento en mi cabeza cuando golpeo mi
almohada y lo primero que pienso cuando me despierto alrededor de
las diez.
No puedo creer que me haya quedado dormida en su sofá.
Romper mis propias reglas es echarle gasolina al incendio forestal
que es Ramses. Va a arder de cualquier manera, pero depende de mí
poner barricadas para que no incendie mi casa.
Lo que dije en su auto fue mentira. No tengo nada reservado este
fin de semana, y me encantaría ver Bali, especialmente volando en
privado.
Pero esto con Ramses está atado a un cohete y necesito ir más
despacio.
Ramses es un empujador de límites y un cruzador de líneas.
Yo soy el problema real.
Me quedé dormida en su casa porque estaba demasiado cómoda.
Cuando me desperté, debería haberme ido a casa. En vez de eso, me
quedé otras tres horas porque quería, porque me la estaba pasando
bomba.
Esto no se supone que sea una explosión. Se supone que es mi
trabajo.
Nunca creas que es real.
He hecho esto antes.
Juré, juré, juré que nunca lo volvería a hacer.
No existe Mujer Bonita, los hombres que contratan trabajadoras
sexuales no buscan amor.
Cuando aprendes algo de la manera difícil, no deberías tener que
aprenderlo dos veces.
Eso me haría ser una idiota. ¿Soy una maldita idiota?
Estoy segura de que estoy actuando como una.
Dejé que Ramses asustara a Zak Simmons y ni siquiera traté de
recuperarlo. Yo misma dejé a Anthony Keller cuando su salida a la
bolsa cayó. Ese fue siempre el plan, pero no lo he reemplazado. El
único cliente que me queda es Lukas Larsen, y siempre ha sido el
cliente que menos veo porque tenemos un acuerdo muy específico.
No trabajará para equilibrar a Ramses.
Necesito clientes para que mi negocio no se marchite y para
mantener a Ramses bajo control. Darle su camino en esto sería
acostarme y rogarle que pase una excavadora sobre mí cuando
quiera.
Además, me lo prometí a mí misma.
Si no puedes confiar en ti misma, entonces realmente no puedes
confiar en nadie.
Voy a conseguir otro cliente, hoy. Puedo escoger de la lista de
espera.
Y no voy a ir a Bali con Ramses, no este fin de semana. Sus juegos
son lo suficientemente alucinantes aquí en Nueva York.
Ya me está jodiendo. Minx es tan seductora, me encanta ser ella.
Todo es placer, todo es liberación. Hacer lo que quiere Ramses es
demasiado fácil y se siente demasiado bien.
Veo lo que está haciendo y, lo que es peor, lo veo funcionar.
Ha invadido mi cabeza y corrompido mis procesos de
pensamiento. Colorea mis pensamientos como Ultrón infestando
Internet.
Sonrío para mis adentros pensando cuánto disfruté esa ridícula
película. La había visto antes y la encontré completamente olvidable,
pero ahora las escenas brillan en mi mente, ligadas a las bromas de
Ramses, sus comentarios, los momentos que disfrutamos juntos.
Él no es tu maldito novio.
Sacudo ese pensamiento de mi cabeza y abro mi computadora
portátil en su lugar.
Estoy sentada en la mesa de mi cocina, bebiendo té. Por primera
vez, pienso en lo vacío que puede sentirse mi apartamento.
Por lo general eso es exactamente lo que me encanta. Mantengo mis
mostradores desnudos, con todo el espacio impecable para que nada
salte a la vista, y nada deslumbre con su fealdad, su desorden. Todo
se queda exactamente donde lo puse, nada se rompe ni se
descompone.
Viví en muchos lugares feos, y odié cada minuto. Los gritos y
golpes de los otros niños, los gritos de los papás, el olor a platos
sucios, pañales usados, cubos de basura desbordados. Alfombras
andrajosas, perros sarnosos, arte que no son más que palabras en
placas que gritan valores que no compartes. Lo que habría dado por
una habitación blanca y desnuda para mí sola.
Ahora pienso... debería conseguir una planta. ¿Por qué soy lo único
vivo aquí?
Tal vez incluso un gato.
Pienso en lo tranquilo y pacífico que se vuelve Ramses cuando
acaricia mi espalda con la mano.
Podría tener un gato en mi regazo en este momento, haciéndome
compañía mientras trabajo.
Nunca quise una mascota porque odiaba verme obligada a cuidar
de los niños y los animales con los que ni siquiera quería vivir, y
mucho menos trabajar para mantenerlos.
Pero me gustan los gatos, siempre me han gustado. El que está
detrás de mi oreja es un gato específico, Luna. Ella no me pertenecía,
pero solía venir a dormir en mi cama. Me eligió a mí por encima de
cualquier otra persona de la casa, incluso de Sadie, y los animales
siempre quieren más a Sadie.
Esa fue la peor casa en la que viví. Odio pensar en esa época, años
que son solo un borrón negro en mi cerebro. Los recuerdos están ahí,
pero los mantengo en la oscuridad.
Algunos de esos días, lo único bueno que sentía era el momento en
que Luna se deslizaba bajo mis sábanas y se acurrucaba a mi lado. Por
eso la mantengo detrás de mi oreja.
Pero tampoco quiero pensar en eso.
Quiero hacer lo que siempre hago, que es perderme en el trabajo.
Subo el volumen de mi música y empiezo a desplazarme por los
informes de ganancias, los análisis de empresas y el índice de fuerza
relativa. Los números fluyen a través de mi pantalla y mi cerebro hace
lo que mejor sabe hacer, donde comienza a encontrar las conexiones,
los patrones, las cosas que se destacan.
¿Cómo compone la gente la música? ¿Cómo escriben libros? No
tengo ni puta idea, eso es un idioma extraño para mí. Yo hablo
números. De hecho, podría decir que es mi lengua materna.
Analizo los datos durante el resto de la mañana y luego paso la
tarde creando mis estrategias de opciones para las empresas en mi
lista de observación que están a punto de publicar sus ganancias.
No pienso en Ramses en absoluto. Excepto por las tres o cuatro
veces que aparece en mi cabeza.
Tal vez fueron seis, pero ¿quién está contando?
Ramses no me llama ni me envía mensajes de texto en todo el día,
lo que me parece un silencio algo siniestro. Podría estar molesto
porque lo rechacé con lo de Bali, pero no lo creo. Creo que se está
reagrupando, planeando su próximo ataque.
O mierda, tal vez solo está ocupado. Su vida no gira en torno a mí.
Quedo con mi amiga Magda para cenar, me envió un mensaje de
texto cuando la vi en Harry’s anoche: Atención, Desmond también está
aquí.
De hecho, no vi el texto hasta más tarde por lo que no fue muy
bueno como advertencia, pero fue un excelente recordatorio de que
Magda me respalda.
No nos hemos visto cara a cara en un par de semanas. Me cuenta
cómo le va en la clase de cerámica y cómo le va a su mamá: tiene
esclerosis múltiple y vive con Magda.
―Todo el mundo piensa que las personas en silla de ruedas son
santas, pero ella era una perra antes de enfermarse y ahora está peor,
y mierda, no puedo culparla. Tiene cincuenta y cuatro años y algunos
días no puede sostener una cuchara, pero que no me grite, yo soy la
que está aquí ayudándole.
―Lo siento. ―Ojalá hubiera algo mejor que decir que eso.
Probablemente lo haya, pero no puedo pensar en eso. Así que
agrego―. Ella tiene suerte de tenerte.
Magda resopla.
―Dile que tiene suerte con cualquier cosa y te atropellará el pie.
―¿Todo el mundo se vuelve malo cuando envejece?
―Definitivamente les importa menos ser amables.
―Vi a Tabitha.
Magda se ríe.
―Hablando del diablo.
Magda es una de las favoritas de Tabitha al igual que yo, pero eso
no significaba que nos diera un trato preferencial.
Yo digo:
―Ella no se ve bien.
Magda suspira.
―A veces me pregunto si es la mejor amiga que he tenido o mi peor
enemiga, y eso me hace preguntarme si te hice un favor.
Magda está hablando de cómo me consiguió mi primer trabajo
como escort cuando yo era una desertora arruinada demasiado
deprimida para ponerme pantalones por la mañana.
Le digo:
―Me salvaste la vida.
―Oh, cállate, eso no es cierto.
―Sí, lo es.
Cuando estaba perdida en la oscuridad, sin esperanza ni opciones,
Magda abrió una puerta. No todo lo que pasa por esa puerta tiene
que ser ponis y rosas porque todo es mejor de lo que estaba planeando
ser.
Magda pone su mano sobre la mía y la aprieta una vez con fuerza
antes de soltarla.
―En fin ―Ella sonríe―. Quiero escuchar sobre tu cita con el
faraón.
―Oh, Dios ―pongo los ojos en blanco―. Por favor, no lo llames
así.
―¿Por qué no?
―Porque lo haría muy feliz.
Magda se ríe.
―¿Y si quiero hacerlo feliz…
Le doy una mirada traviesa.
―Entonces serías ricamente recompensada.
Se sienta derecha, presionando ambas palmas de las manos sobre
la mesa.
―Cuéntamelo todo.
Los sacerdotes guardan sus secretos, pero no de otros sacerdotes.
―Es bueno ―le digo―, demasiado jodidamente bueno.
Magda hace un gesto que en parte es una mueca, y en parte asiente
con la cabeza.
―Es peligroso cuando el sexo es demasiado bueno.
Magda tiene su propio Desmond, su nombre es Kyle, y él es un
cliente convertido en novio convertido en un furioso adicto a la
cocaína que arruinó su vida durante unos tres años, pero antes de eso,
solía contarme historias de las formas escandalosas en que él la hacía
gritar.
Tal vez todos tenemos que aprender de la manera difícil.
―Ramses es sexy. ―Reconoce―. Pero parece que se comería un
bebé en un sándwich.
Eso es lo que pensé al principio.
Ahora pienso en todas las otras expresiones que he visto en su
rostro que eran cualquier cosa, menos brutales.
Pienso en cómo se ve cuando me toca. Pienso en cómo me abrazó
mientras lloraba y cómo no me hizo sentir mal por eso después, pero
también considero mi sospecha constante de que todo lo que hace es
para joderme la cabeza.
―Él es... complicado.
Magda se muerde el nudillo, dándome una mirada furtiva.
―¿En qué está metido? ¿Puedo adivinar?
―Puedes probar.
―Ooh, eso suena desagradable… él quiere que lo orines encima,
¿no?
―Aún no.
―¡Aún no! ―canta―. Esa es una pista... dame una pista...
¿involucra... cuero?
―Sorprendentemente, no.
―¡Pero podría!
Me río.
―Nunca vas a adivinar.
No me preocupa que alguien nos escuche. Cuando Magda y yo
salimos juntas, evitamos los elegantes lugares con estrellas Michelin
en el Distrito Financiero, donde estamos seguras de encontrarnos con
clientes. Ramses me llevó a Harry’s a propósito, quería que lo vieran
conmigo.
Magda y yo estamos sanas y salvas en una pequeña tienda de
shawarma completamente desprovista de tipos de Wall Street, así
que le doy una breve descripción del juego y sus reglas improvisadas.
―¡Perra pervertida! ―Ella se ríe―. ¿Te gusta esa mierda?
―Soy adicta.
Ramses no me ha llamado en todo el día, que era exactamente lo
que quería: calmar las cosas, reducir el ritmo, pero ya estoy soñando
con subir en ese ascensor de vuelta a su apartamento en las nubes,
para meterme dentro de mi traje de gato.
―Nunca se cansan de mandar a la gente, ¿verdad? ―me pregunta.
―Mmm… pero es más que eso.
―¿Cómo?
Estoy tratando de pensar cómo decir esto.
Si Ramses solo quisiera dominarme, usaría látigos y cadenas.
Pienso en cuánto tiempo pasó acariciándome, en cómo me envolvió
en la manta, y el cuidado con que sirvió mi comida.
Y recuerdo lo sin vida que se sentía mi apartamento esta mañana.
―Es casi como… él realmente solo necesita una mascota.
Magda resopla.
―Una que puede follar legalmente.
―Es eficiente.
Ahora las dos nos reímos.
―Eso es por lo que realmente nos están pagando ―me dice―. Para
que no se sientan solos, pero nosotras lo estamos.
Mi risa se detiene cuando me golpea con esa pequeña pepita.
Solía soñar con la hermosa soledad de un castillo en medio de la
nada.
Pero ahora me pregunto si se sentirá como estar sola en mi
apartamento.
Estoy de pie en medio de la sala de estar de Lukas Larsen, usando
un corsé de cuero y un par de tacones de aguja de plataforma que me
hacen medir más del metro ochenta. Lukas se acurruca en la
alfombra, completamente desnudo, con la frente pegada al suelo.
―¿Puedo besar su pie, señora?
―Puedes lamer mi pie, comenzando con mis dedos.
―Sí, señora ―grita Lukas, con el rostro brillante de alegría. Agarra
mi estilete con ambas manos, lamiendo y chupando los dedos de mis
pies recién pedicurados, gimiendo de placer como si estuviera
devorando una comida de doce platos.
Yo he sido la que lame los pies. No importa. Puedo hacer cualquier
cosa con mi cuerpo cuando desaparezco dentro de mi cabeza. Es mi
mayor fortaleza. Mi única fuerza a veces.
Ramses no me deja escapar, exige contacto visual todo el tiempo y
orgasmos reales. Me obliga a estar presente con él.
Eso fue difícil para mí al principio. No tengo sexo de esa manera,
dentro o fuera del horario.
Pero estoy aprendiendo, Ramses solo tuvo que recordármelo una
vez la última vez que follamos.
Lukas está empapando mi pie con su lengua, con su polla goteando
semen en un hilo largo y delgado como el hilo de una araña.
Descansando mi fusta ligeramente sobre su hombro, le digo:
―Sube por mi pierna. Despacio.
Sube lentamente por mi pie, lamiendo la correa del tobillo de mi
zapato, avanzando gradualmente hacia mi espinilla. Su lengua
mojada baña cada centímetro del camino.
Es un esclavo obediente, y si se olvida de serlo, se lo recordaré. Su
espalda ya está rayada por errores menores.
Ama la corrección. A veces la caga a propósito, así que lo golpeo de
nuevo.
Cuando llega a mi rodilla se pierde un punto y lo golpeo justo en
el trasero, haciéndolo gritar.
―Cada pulgada.
―¡Sí, señora!
Cuando llega a mi muslo, le digo:
―Toma mi teléfono.
Lukas se apresura a recuperar mi teléfono celular de la ordenada
pila de ropa que dejé en su sofá.
Me asalta una idea y le apunto la fusta.
―¡Ah, ah! Llévalo con tu boca.
Con entusiasmo, sujeta el teléfono entre sus labios y se arrastra para
dejarlo caer en mi mano. Se parece a un cachorro que busca un palo y
me ve de la misma manera, buscando aprobación.
Puedo ver por qué Ramses se entusiasma con esto.
Me siento en el sofá, abriendo las piernas.
―Cómeme el coño mientras compro ropa.
Lukas jadea de emoción. Esta es su cosa favorita, favorita.
Se arrodilla entre mis piernas, lamiendo mi coño mientras recorro
mis tiendas favoritas.
Estoy comprando con la tarjeta de crédito de Lukas. Le encanta
cuando le subo la cuenta, y le encanta aún más cuando modelo lo que
compré.
Elijo 2 mil de lencería sedosa de Fleur du Mal, luego cambio al
siguiente sitio. Lo máximo que he gastado en una sola vez son 12 mil,
pero honestamente, es difícil mantenerlo por mucho tiempo porque
Lukas no es muy bueno con el oral. En este momento se siente como
si estuviera tratando de quitarme el clítoris con la lengua.
―¡Suave! ―le espeto, azotándolo con fuerza con la fusta.
―Lo siento, señora ―murmura en mi coño.
Se calma por un minuto, pero no por mucho tiempo. Realmente es
como un perro, jodiendo y babeando.
Mientras me desplazo, llega una llamada de Ramses.
Por lo general nunca contestaría una llamada mientras estoy con
un cliente, especialmente no de otro cliente.
Pero han pasado tres días completos desde que hablé con él, si lo
ignoro pensará que estoy enojada.
Además... quiero escuchar su voz.
Y cuando soy la amante, puedo hacer lo que me dé la gana. Ese es
todo el punto.
Contesto la llamada.
―¿Finalmente dejaste de estar enojado?
La risa profunda de Ramses me pone más mojada que cualquier
cosa que Lukas haya logrado entre mis piernas.
―Creo que me conoces mejor que eso.
El terror y la excitación me recorren de pies a cabeza. Los vellos de
mis brazos parecen electrocutados.
―Entonces, ¿has estado conspirando tu próximo movimiento?
―No conspirando ―me dice―. Maquinando.
―¿Me vas a decir qué es?
―Lo sabrás cuando suceda.
Eso no suena bien. Y, sin embargo, tengo tanta curiosidad por saber
qué cosas horribles ha planeado para mí que estoy casi emocionada
de ver. ¿Qué diablos me pasa, en serio?
―¿Qué estás haciendo en este momento? ―me pregunta.
Veo la cabeza rubia de Lukas Larsen entre mis muslos y se me
escapa una risita.
―¿Realmente quieres saber?
La voz de Ramses cae otra octava, retumbando en mi oído.
―¿Estás haciendo algo que me daría celos?
―Extremadamente.
―Chica mala, es como si quisieras ser castigada.
Me río en silencio. Soy como Lukas. Tal vez todos lo somos.
―¿Estás tratando de arreglar nuestra próxima cita?
Puedo oír su sonrisa.
―¿Estás libre mañana por la noche?
―Podría estarlo.
Cuando termino la llamada, Lukas levanta su rostro mojado y
desordenado. Con entusiasmo, dice:
―¿Era Ramses?
Jesús, ya se corrió la voz.
―De vuelta al trabajo ―le digo, empujando su cabeza hacia abajo.
Eso es una orden más que una garantía, pero estoy sonriendo de
todos modos. Le devuelvo:
Yo: ¿Por qué sigues despierto?
Ramses: Ya es mañana.
Ven a hacer eso aquí.
Recojo a Blake a las siete. Ella es tan puntual como siempre, aunque
se ve un poco nerviosa cuando se sube al auto.
―¿Me vas a decir a dónde vamos?
―No te preocupes ―le digo―. Te gustará.
Mientras conducimos dejo que mi brazo descanse sobre el respaldo
de su asiento. Ella se inclina hacia mí, con su cabeza en mi hombro.
Su cuerpo se derrite contra el mío, me gusta que sea sustancial, alta y
con curvas. Algunas de las chicas con las que he salido eran mucho
más pequeñas que yo, parecía que se romperían con un abrazo
entusiasta.
Nos detenemos frente al Billionaire Traders Club y Blake se anima
inmediatamente, reconociendo el edificio.
―¿Has estado alguna vez en uno de estos?
Ya sé que no ha estado, tienes que tener mil millones bajo
administración solo para ser considerado.
La reunión ya está en pleno apogeo. Operadores, corredores y
ángeles inversores se arremolinan, comen comidas costosas y beben
demasiado.
Pennywise y Briggs están aquí. Pennywise es uno de mis
operadores más exitosos. Lo saqué furtivamente de Oakmont, y ha
duplicado su libro desde entonces.
Él se apresura tan pronto como nos ve, dándole a Blake un curioso
arriba y abajo.
―Pero si es la Dama de la Suerte... ¿Ramses te ha hecho escoger
acciones tan bien como ponis?
―Sí ―dice Blake sin perder el ritmo―. Dice que logre un par de
ganadores más y puedo quedarme con tu oficina.
―No quieres la oficina de Penn ―le digo―. Duerme ahí cuando su
esposa está enojada con él y huele a Takis.
―Desayuno de campeones ―dice Pennywise sin vergüenza. Es
casi imposible avergonzar a Penn porque es tan duro como un
rinoceronte y tiene muy poca moral, dos de mis rasgos favoritos en
un operador.
Llevo a Blake por la habitación y la presento a todos los demás. Ella
ya conoció a Briggs, pero él viene de todos modos para joderme el
día.
―¡Blake! ¿Tienes alguna amiga atractiva que pueda contratar para
la fiesta de Desmond? Estuve saliendo con una mesera de Staten
Island, pero ha pasado como un mes, así que espera que vaya a su
casa de vez en cuando, e hice un voto solemne de no volver a tomar
ese ferry nunca más.
La sonrisa de Blake llega medio segundo tarde.
―Podría, pero vas a tener que decirme qué hiciste para boicotear
Staten Island.
Briggs niega con la cabeza obstinadamente.
―Es solo una regla. Cuando haces un paseo de la vergüenza, no
puede haber transbordadores involucrados.
La risa de Blake suena natural, pero veo cómo se inclina para verme
a la cara y a Briggs.
―¿Cuál es tu tipo?
―Rubia, alta, tetazas, súper sucia, católica.
―Pero no eres católico ―le recuerdo a Briggs.
―Eso es para asegurarme de que no se pierda la parte 'súper sucia'.
No hay nadie más sucia que una chica que fue a la escuela católica.
Blake asiente con la cabeza.
―Toda esa caliente represión religiosa. Lo entiendo.
―La necesito para todo el fin de semana ―dice Briggs―. Esa es la
única forma en que voy a pasar tres días completos con ese hijo de
puta agrio.
Esa pequeña línea aparece entre las cejas de Blake. Es difícil ver
debajo de su flequillo, pero estoy mejorando en captar sus señales.
Sus ojos se posan en los míos y luego vuelven a Briggs.
―Podría conocer a alguien.
Deslizo mi brazo a través del suyo, alejándola de Briggs y
resistiendo el impulso de golpearlo en el camino. No estaba
planeando mencionar la fiesta de Desmond todavía.
Blake no dice nada al respecto, lo que probablemente no sea una
buena señal.
La paso entre la multitud, con mi brazo aún unido al suyo.
En voz baja y tranquila, dice:
―Me sorprende que me hayas traído aquí.
―¿Por qué?
―Porque hay una diferencia entre ser visto en Harry’s y ser vistos
juntos aquí.
―Explícame.
―La gente pensará que en realidad estamos saliendo.
―Seguro que pensarán eso cuando nos vean juntos en la fiesta de
Desmond.
Me suelta el brazo y se gira para verme.
―No voy a ir a eso.
―Podemos hablar sobre eso.
―No necesitamos hacerlo.
Nos interrumpe un conocido mío, luego uno de Blake. Esta es la
razón por la que vinimos, así que no hay manera de mantenerlos
alejados.
Blake conoce a algunas personas, pero no a tantas como yo. The
Billionaire Trader’s Club es tan exclusivo como parece. Solo las cuotas
anuales son de 150 mil. Ya pagué la de Blake.
Cuando le digo eso, no está tan eufórica como esperaba. De hecho,
parece un poco molesta.
―¿Por qué hiciste eso?
―Porque es el mejor club de inversión de la ciudad. Harás
conexiones y recogerás una tonelada de información.
Ella solo frunce el ceño más fuerte.
―Es lo que pensaba.
Ahora estoy molesto.
―¿Cuál es el problema?
―El problema ―sisea, alejándome del grupo y acercándome a las
ventanas―, es que no quiero que nadie sepa que estoy invirtiendo, y
unirse a un club de inversores no es exactamente sutil.
―Tal vez es hora de graduarse de eso.
Ella sacude la cabeza, sus mejillas están llenas de color.
―No es tu elección cuando me gradúe de nada, y por cierto, eso es
condescendiente como la mierda.
―Te estoy haciendo un favor…
―Te estás haciendo un favor a ti mismo ―espeta―. Estás tratando
de reemplazar a mis otros clientes con este club.
Cuando puede ver a través de mí, me siento tan barato como el
cristal.
Y esto no fue jodidamente barato.
Doy un paso cerca, cerniéndome sobre ella.
―Tuve que pedir un montón de favores para traerte aquí.
Blake cruza los brazos sobre su pecho, con los ojos entrecerrados.
―¿Eres miembro?
Hago una pausa de medio segundo.
―No, pero...
Ella se burla y se aleja de mí. Agarro su brazo y la jalo hacia atrás.
―¿Y qué si no lo soy? Podrías aprender mucho aquí.
―Podría, pero no tú ―dice con desdén.
―Los operadores darían un brazo por entrar aquí.
―Sí ―Blake gotea sarcasmo―. Pennywise, Briggs, el resto de tus
títeres... pero no tú, y nadie más en tu nivel. ¿Crees que pertenezco
aquí? Yo creo que pertenezco a donde tú vas.
La miro fijamente, sin palabras.
Blake... tiene un punto.
No pierdo mi tiempo en clubes. Ni siquiera en este.
Pero Blake no soy yo y todavía tiene mucho que aprender, incluso,
no le escupas a la cara a alguien cuando te ofrezca un regalo.
Con frialdad, le digo:
―No estás a mi nivel, ni siquiera cerca. Tengo diez años de
experiencia sobre ti y no sabes todo lo que crees que sabes.
―Bien. ―Blake dice aún más fría―. Aceptaré la membresía, pero
no dejaré a mis otros clientes.
―Cliente ―le digo―. Solo tienes a Lukas.
―De hecho, volví a tres.
El resto de la habitación parece quemarse hasta que todo lo que veo
es el rostro testarudo de Blake. Me gustaría ponerla sobre mis rodillas
y azotarla.
―¿Quién?
―No es asunto tuyo. ―Ella se libera de mi agarre.
Está mintiendo.
¿Está mintiendo?
¿A quién diablos aceptó?
Estoy escaneando su rostro, pero no puedo leerla. Todo lo que veo
son esos ojos verdes ardiendo en mí, esa piel ahumada, esa boca
apretada. Cuando no lleva su máscara encantadora, está molesta por
dentro.
Lo cual puedo entender.
Yo estoy enojado, también.
Agarro su mano, entrelazando mis dedos con los suyos.
―¿A dónde vamos? ―pregunta mientras la saco de la habitación.
Pulso el botón del ascensor.
―Fuera de aquí.
―No puedes actuar así ―dice, todavía con esa calma constante―.
Te lo dije desde el principio…
―¡Lo sé! ―ladro.
Las puertas del ascensor se abren.
En el momento en que estamos adentro, estoy sobre ella. Manos en
su rostro, sus pechos, bajando su vestido. La levanto y la estrello
contra la pared de metal, con sus piernas alrededor de mi cintura. El
ascensor se balancea sobre su cable.
―Toma todos los clientes que quieras ―le gruño―. Eres mía esta
noche, y esto es lo que yo quiero hacer.
Jalo su falda, la tela se desgarra y Blake la rasga hasta el muslo para
que podamos jalarla hasta arriba. El ascensor se hunde como un
submarino.
Me desabrocha los pantalones y jalo su ropa interior hacia un lado,
y estoy dentro de ella antes de que hayamos bajado cuatro pisos.
Ella grita al primer empujón, y me la follo con cada piso que
pasamos: 29, 28, 27, 26, 25, 24…
Muerde un lado de mi cuello, lamiendo y chupando con fuerza. Sus
dientes muerden debajo del cuello de mi camisa, mientras sus tacones
de aguja arañan la parte posterior de mis muslos.
Su olor me abruma cuando estoy enterrado en su cabello, con mi
nariz contra su cuero cabelludo. Nada huele como ella, lo noté en el
momento en que me paré en esa puerta buscándola.
Ahora estoy bañado en Blake, en esta cajita de metal que se hunde.
Su cabello y su aliento, el calor de su piel, la humedad de su coño
alrededor de mi polla... ese es el perfume que me da vida, que me
carga como un estimulante. La respiro una y otra vez mientras me
empujo profundamente dentro de ella, acariciando y olfateando
contra su cuello.
Sus gritos resuenan en la caja mientras caemos. Ella siempre es
ruidosa, no puede contenerse. Recuerdo la burla de Desmond,
Preguntémosles a mis vecinos cuánto disfrutaste nuestro tiempo juntos, lo
escucharon todo... y sé que debe haber algo de verdad en eso. Mis celos
se encienden y la follo más, más y más duro contra la pared,
balanceando el elevador sobre su cable, tratando de borrar cualquier
recuerdo físico de alguien que no sea yo. Tratando de probar que
nadie la ha hecho sentir así.
15, 14, 13, 12…
Sus dedos se clavan en mi espalda, y mi camisa de vestir se hace
trizas como papel debajo de esas uñas. Los cortes arden como la sal
en el profundo y el placer carnal que siento al follarla tan fuerte como
puedo.
Su coño se cierra alrededor de mi polla y sé que esto es todo. El
ascensor se desacelera, los últimos números avanzan poco a poco: 4,
3... 2...
El sudor rueda por mi espalda, ardiendo en los cortes. Mis piernas
son pistones, penetrándola profundamente. Me la follo rabioso,
furioso, queriendo tomar cada parte suya y no dejar nada para nadie
más.
Ella grita y hago un sonido que definitivamente nunca había hecho
antes. Llámalo grito de guerra, porque sé lo que quiero y haré lo que
sea necesario para conseguirlo. El placer cálido y húmedo lo
confirma. He probado esto ahora, y no lo voy a compartir.
Dejo a Blake en el piso, apoyándola mientras guardo mi polla y me
abotono los pantalones.
Las puertas del ascensor se abren, dejando escapar una ráfaga de
aire cálido y el aroma del sexo directamente en el rostro de Halston
Reeves.
Tengo muchos enemigos en esta ciudad, pero solo odio a una
persona.
No puedo estar solo en una habitación con Reeves porque lo
mataré.
Él observa el vestido desgarrado de Blake, nuestro cabello salvaje
y la humedad, y su duro rostro se retuerce.
―Realmente eres solo un animal, ¿no, Ramses?
Por primera vez, la rabia no llega. Me río, agarrando la mano de
Blake y jalándola más allá de él.
―Tienes razón, hijo de puta.
No tenía un tercer cliente cuando le mentí a Ramses anoche.
Ahora es el momento de conseguir uno. Basta de andar jodiendo.
Llamo a Sean Martin, un ejecutivo de unos cincuenta años que
trabaja en dispositivos médicos, no en finanzas, y me digo a mí misma
que no estoy eligiendo intencionalmente a la persona con menos
probabilidades de enojar a Ramses.
Por su parte, Ramses pasa desapercibido el resto de la semana. Lo
veo un par de veces más, reuniéndonos para un almuerzo rápido el
jueves y luego una sesión completa de Minx el sábado por la noche.
No insiste en la fiesta de Desmond, y yo tampoco lo menciono de
nuevo.
Después de que Desmond me vio con Ramses, me envió un
mensaje de texto dos veces y envió cien rosas rosadas a mi casa.
Ignoré los mensajes y tiré las flores a la basura. No voy a ser el juguete
masticable por el que pelean.
Aunque tengo que admitirlo...
Durante mi cita para almorzar con Ramses, cuando vi que
regresaba a la oficina y no tenía tiempo para tener sexo... me sonrojé
al darme cuenta de que me llamó solo para verme.
Me gusta pasar tiempo con él. No sé cómo decirlo más claramente
que eso. Su conversación enciende mi cerebro y es el mejor sexo que
he tenido.
Pero él no es mi novio, y soy una tonta por pensar que alguna vez
podría serlo.
Los Johns9 no te quieren, no pueden porque están tratando de
comprarte, y están tratando de comprarte porque en realidad no
quieren amarte. No es una línea a un destino, es un círculo que da
vueltas y vueltas.
Ramses trató de comprarme de nuevo con la membresía del BTC y
seguirá intentándolo porque esa es su naturaleza. Quiere ser dueño
de todo, controlarlo todo y, sobre todo, conseguir lo que quiere.
No soy una acción.
Soy una jugadora.
Y lo mejor para mí es mantener mi lista de clientes llena y seguir
jugando.
Eso es lo que me digo a mí misma cuando vuelvo a revisar mi
teléfono para ver si Ramses me envió un mensaje de texto.
Te usará y te desechará cuando termine. Eso es lo que hacen.
10
En inglés motherfucker significa hijo de puta, pero la palabra literalmente significaría follador de
mamá.
Eso nos hace reír de la forma más inmadura.
―Vamos ―le digo―. No querrás perderte tu propio discurso.
―En realidad no pueden empezar sin mí.
Eso es cierto, aunque la organizadora parece extremadamente
apurada cuando finalmente nos ve.
―¡Ramses, ahí estás! Estaba empezando a ponerme nerviosa.
―No te preocupes ―le dice―. Solo estoy medio borracho.
La pobre mujer no sabe si reír o llorar.
―Es broma ―le dice suavemente.
Ramses sube al escenario, y yo tomo asiento en la silla de jardín tres
al lado de su mamá. Ella le sonríe con todos sus dientes y diamantes
a la vista, mientras su marido frunce el ceño.
Briggs cae a mi lado, jadeando levemente, metiendo su teléfono en
su bolsillo. Ve a la mamá de Ramses y murmura:
―¿Qué demonios?
La multitud está llena de ricos y exitosos, pero también veo las
caras de los estudiantes, niños que obviamente se han vestido lo
mejor posible, aunque no tienen esmoquin ni vestido, ni siquiera
camisas abotonadas. Aun así, se peinaron, se amarraron los tenis y se
pusieron las joyas bonitas y baratas que tenían. Están viendo a
Ramses, todos.
Ramses cruza el escenario, enorme y poderoso.
Cuando llega al podio, su mamá grita:
―¡Estoy orgullosa de ti, Ramses!
Su voz es alta y clara en el silencio expectante, y todos se giran para
ver.
El rostro de Ramses se sonroja, sus hombros se ponen rígidos y sus
notas se arrugan en su puño.
Todos están esperando.
Aún así, no habla.
Su mamá se abanica con su programa. Ramses se para detrás del
podio, tratando de ignorarla, pero el movimiento atrae sus ojos una y
otra vez.
Podría matar a esta perra.
En lugar de eso, hago lo que mejor sé hacer: robo la atención de
Ramses.
Descruzo las piernas lenta y deliberadamente, mostrándole que
este vestido no deja espacio para la ropa interior. Es solo un destello
de un segundo, pero él ve y se muerde el labio.
Ahora hay un tipo diferente de color en su rostro. ¿Acabo de hacer
sonrojar a Ramses?
Su sonrisa se abre paso, respira hondo y guarda sus notas en el
bolsillo del pecho.
Viendo a los estudiantes, dice:
―Ramses Howell High... he estado esperando este día por mucho
tiempo, pero si hay algo que he aprendido en los negocios es a no
tener miedo de admitir cuando se ha cometido un error.
La multitud se mueve con inquietud. Este no es el discurso que
esperaban.
Los niños se están animando, él ha captado su interés. Se inclinan
hacia adelante con entusiasmo.
―Cuando tuve la idea de retribuir a la escuela que me hizo, no
pude evitar poner mi nombre en ella. Estoy orgulloso de ser un Titán.
Crecí donde ustedes viven. Pensé que si ponía mi nombre en esa
pared, los inspiraría.
Al unísono, la multitud se vuelve para contemplar el grandioso
rostro de piedra con las letras talladas en forma de serif, de tres
metros de altura.
Ramses los vuelve a llamar con su voz profunda y rica:
―Pero no necesitan ver mi nombre en una escuela para lograr algo
grandioso, ya tienen todo lo que necesitan.
Hay un cambio en el aire, calidez cuando los estudiantes se inclinan
más cerca.
Ramses se pasa las manos por el cabello, alborotándolo.
―Crecí en estas calles. Vivía en la avenida Wyckoff. Mi mejor
amigo Briggs vivía dos cuadras más abajo en Cypress. Sigue siendo
mi mejor amigo y colega.
Briggs se mueve en su asiento, sonriendo tímidamente con los
labios hacia abajo.
―Mi maestro favorito sigue enseñando aquí ―dice Ramses―. Él es
quien me enseñó sobre inversiones. Señor Petersen, levante la mano.
Un hombre extremadamente anciano y de rostro amable con un
suéter tipo cárdigan verde levanta la mano. Los estudiantes gritan y
aplauden, claramente es popular.
Ramses ve a cada uno de los niños por turno.
―Son inteligentes. Tienen pasión. Cuando salgan al mundo,
encontrarán que hay muchos farsantes por ahí, pero cuando
encuentren algo real y auténtico, y les encante… ―Hace una pausa y
me ve directamente a los ojos y luego vuelve a ver a los niños―. No
dejen que nadie se los quite. Ni siquiera yo.
»Ustedes son los Titanes de Brooklyn. Los titanes son valientes. Los
titanes son poderosos. Los titanes cambian el mundo.
»Ahora que veo mi nombre ahí en el concreto, alguien tiene que
quitarlo. Afortunadamente conozco al tipo que lo pagó y está feliz de
hacerlo.
Los niños se ríen, y la mayoría de los adultos también, aunque
algunos todavía parecen preocupados.
―Vamos a quitar mi nombre de la escuela porque no es mi escuela,
es de ustedes, y el señor Petersen va a iniciar un club de inversión. Al
final de cada año habrá una competencia y yo vendré a juzgarla. El
equipo ganador recibirá una beca completa a la escuela de su elección.
Si quieren ponerle mi nombre a algo, llámenlo Ramses' Investment
Club, pero no dejen que NADIE toque a los Titanes de Brooklyn.
Los estudiantes rugen, y la multitud también.
Ramses grita:
―¡Y cuando lleguen a la cima, no se olviden de enviar el ascensor
de regreso!
Ahora los vítores son aullidos. Veo a Ramses con el pecho en
llamas, y él está viendo hacia mí, dándome un guiño. Porque como
sea que llamen al club, lo está haciendo por mí.
El resto del verano pasa velozmente en un hermoso borrón.
Cuando estoy en el trabajo, estoy volando, y cuando estoy con Blake,
estamos perdidos en nuestro propio mundo privado.
Viene dos o tres veces a la semana para jugar a Minx, y le robo horas
cada vez que puedo, quedando con ella para almorzar entre
reuniones o incluso para desayunar un sábado antes de ir a la oficina.
También la llevo a otras citas: asientos de palco en los Yankees,
baile en The Bowery Electric y cenas en el nuevo lugar de April
cuando abre. April nos trae tantos platos pequeños para probar que
no queda ni un centímetro de espacio libre en la mesa. Blake y yo
comemos hasta que suplicamos clemencia, e incluso entonces, April
todavía nos trae tres postres diferentes.
Blake se ha quedado a dormir en mi casa dos veces más desde la
noche en que se durmió en mis brazos. No la presiono para que se
quede, pero lo considero una victoria cada vez que me despierto con
ella todavía acurrucada a mi lado.
Ella nunca dijo nada acerca de que yo la llamara mi novia. No
planeé decirlo, pero seguro que sonó bien saliendo de mi boca.
Quiero que esto sea real.
Lo supe en el momento en que me paré en ese escenario, y mi mente
estaba en blanco mientras mi mamá me sonreía desde su asiento. No
me sacan de mi juego muy a menudo, pero estaba hecho un desastre
esa noche.
Blake supo exactamente qué hacer.
¿Te imaginas a la audiencia desnuda? No, imagina a la chica más
sexy que hayas visto mostrándote su coño, así es como aciertas.
Borró todos los pensamientos furiosos de mi cerebro, así que todo
lo que vi fue su rostro travieso sonriéndome. Recordándome que soy
el mejor porque tengo a los mejores sentados en primera fila.
Sabía exactamente qué hacer después de eso.
Titan High está nuevamente en la fachada de la escuela, y el señor
Petersen ya está aceptando solicitudes para el club de inversión que
comenzará en septiembre. La idea de que uno de esos niños podría
ser el próximo Ramses o Blake, el próximo cerebro brillante que solo
necesita un fuerte empujón para escapar de la gravedad de la pobreza
y lanzarse al espacio... esa posibilidad perpetua, fresca y viva, me
hace mucho más feliz que mi propio nombre en piedra fría y muerta.
El último viernes de agosto me encuentro esperando fuera del
edificio de Blake, con la capota abajo en el Lincoln para empaparme
del sol de color bronce.
Mi teléfono vibra.
11
Un duende travieso imaginario considerado responsable de un problema o falla inexplicable.
El calor se propaga por todas partes que toca. Pongo mis brazos
alrededor de su cuello y lo beso profundamente, saboreando mi
propia sal en su lengua.
Cuando nos separamos, me dice:
―Briggs irá a recoger a su cita. ¿Quieres acompañarnos?
―Será mejor que lo hagamos.
Sigo a Ramses escaleras abajo, sobre tablas del suelo que crujen,
hinchadas por el aire salado del mar y arena en las grietas.
Briggs nos espera en la cocina, sirviendo bebidas.
―¿Qué es esta mierda? ―Ramses examina la botella con
desagrado.
―Las licorerías están vacías ―dice Briggs―. Los Hamptons están
inundados ahora que todo está abierto de nuevo. Dicen que será la
temporada de fiestas más grande desde Gatsby: hay escasez de
rosado y cloro en todo el estado.
Ramses toma un sorbo de su bebida, hace una mueca y tira el resto
por el desagüe.
Tomo un trago del terrible whisky escocés de Briggs, con la
esperanza de que me quite los nervios.
Briggs se toma su doble aún más rápido, aunque no parece
nervioso en lo más mínimo.
―Dios, esto es basura ―dice, tirando el resto de la botella a la
basura―. Robémosle algo mejor a Desmond.
―Iremos en mi auto. ―Ramses agarra las llaves.
Me divierte que ni siquiera permita que Briggs lo lleve.
Briggs apoya la mano en el marco y salta al asiento trasero del
convertible como si nunca hubiera oído hablar del whisky escocés. Es
irritantemente atlético y nunca lo he visto lucir incómodo.
Ramses nos lleva a la estación de tren de Montauk, que parece una
gran granja blanca. El tren de dos pisos se detiene y una cantidad
sorprendente de personas se derraman.
―¿Ves? ―pregunta Briggs.
Los fines de semana se apresuran a bajar de la plataforma con
maletas colgadas de los hombros, hieleras y toallas de playa debajo
del brazo. Escaneo la multitud en busca de una cabeza rubia familiar.
Sadie baja saltando los escalones con un top morado, pantalones
cortos de color amarillo brillante y lentes de sol en forma de corazón,
con el cabello recogido en coletas rechonchas. Briggs ve las picaduras
de mosquitos en su pecho con una expresión de horror.
―¿Qué diablos, Blake?
―Briggs, esta es Sadie. Sadie, este es Ramses.
―¡Hola! ―gorjea Sadie. Su nariz está quemada por el sol y pelada.
Briggs hace un puchero mientras Ramses toma la mano de Sadie y
la estrecha.
―¡Estoy tan feliz de que hayas podido venir!
Sadie ve a Ramses con los ojos muy abiertos, luego se vuelve y me
gesticula ¡Maldita sea!
—¡Blake! ―Briggs me susurra al oído―. ¡Específicamente pedí rubia,
alta, tetona, súper sucia y católica! Solo tienes uno de cinco.
―De hecho, obtuve dos de cinco.
Briggs hace una pausa.
―¿Cuáles dos? Espera, ¿cuáles dos, Blake?
Me acerco a Sadie para poder cortarle el paso antes de que se le
escape algo.
Ella está hablando con Ramses a toda velocidad, pero solo sobre
cronuts, así que estamos a salvo por ahora.
―Las donas son mi cosa favorita literal, y los croissants
definitivamente están entre mis seis primeros, pero de alguna
manera, cuando los juntas…
Briggs entrecierra los ojos hacia Sadie.
―Pareces familiar.
Sadie, que es una terrible mentirosa, hace una mueca como si se
hubiera tragado una rana.
―Tal vez hemos estado en algunas de las mismas fiestas. Fiestas
de corredores de bolsa. En Wall Street.
Le piso el pie para decirle que se calle.
―¡Ay! ―dice Sadie―. ¿Por qué me pisas?
―¿Deberíamos irnos? ―Ramses sonríe―. Briggs, sé un caballero,
ayúdala con sus cosas.
Parece que Briggs preferiría acostarse en las vías del tren que tocar
la desvencijada maleta con ruedas de Sadie y la pila de artículos de
playa metidos en dos bolsas de compras de CTown.
―Será mejor que me dejes a mí. ―Sadie levanta alegremente su
maleta―. El mango se sale.
―Creo que puedes pagarte una nueva ―bromeo con ella, tomando
sus bolsas de compras―. Hiciste dinero este año.
―Sí ―murmura Sadie para que los hombres no la escuchen―. Pero
me lo gasté todo...
―¿Qué? ―susurro y grito―. ¿Qué compraste?
―A Flightline ―dice Sadie con alegría culpable.
―Sadie…
―¡Ya sé, ya sé! Pero es increíble, Blake, lo digo en serio, apenas
estamos comenzando...
Los caballos de carreras son la apuesta más grande que existe. Es
una ruleta con sudor y monturas, y mi hermana me dice que acaba de
gastar las ganancias de su vida en un potro que apenas ha ganado un
puñado de carreras.
Me gustaría agarrarla a golpes, pero son solo unos pocos pasos
hasta el auto, por lo que probablemente eligió este momento para
decírmelo. Lanzo sus maletas en el maletero, frunciendo el ceño.
―¡Bonito auto! ―Sadie se sienta en el respaldo del convertible con
los pies en el asiento―. Puedo trabajar en mi bronceado.
El “bronceado” de Sadie es un rubor rosado mezclado con un
montón de pecas.
Briggs está furioso.
¿Por qué se parece a la compañera de casa que nunca sale de casa
de la chica que se suponía que ibas a traer?
―Deberías sentirte afortunado de tener una cita con Sadie
―siseo―. Ella es la mejor maldita persona que jamás conocerás.
Ramses está en el cielo. Nada lo divierte más que joder a Briggs.
―Me encantan tus lentes de sol ―le dice a Sadie―. ¿Dónde los
conseguiste?
―Los encontré en el metro. ¿Puedes creer que alguien dejó esto
atrás?
―Deben haber estado devastados.
No puedo decir si Briggs está más disgustado por los lentes de sol
huérfanos o por el hecho de que Sadie toma el metro. Él está sentado
lo más lejos posible de ella mientras ella se balancea en el respaldo
con el viento soplando sus coletas en forma de manillar como Pippi
Longstocking.
Tan pronto como llegamos a Sundune, sale disparado del auto.
Sadie se inclina sobre el asiento para susurrarme al oído:
―Todavía me va a follar, ¿verdad?
El camino privado a la casa de Desmond es como conducir tres
años en el pasado. El césped bien cuidado y los sauces llorones son
como los recuerdo, y la fachada de piedra blanca no ha cambiado en
un siglo.
Incluso Briggs está asombrado.
―Oh, mierda… entonces los Lowe son ricos ricos.
―Sí ―digo―. Creo que su bisabuelo inventó el imperialismo.
Ramses resopla. No parece impresionado.
―Vamos ―dice Briggs―. Él tiene la mejor casa en todos los
malditos Hamptons. La comprarías.
―Sí, yo la compraría ―dice Ramses―. Desmond no lo hizo.
―Tiene establos… ―Sadie suspira.
―Y su propio campo de prácticas ―señala Briggs―. Con caddies.
Ramses no se inmuta.
―Briggs, ¿recuerdas lo duro que trabajamos ese verano porque
estábamos obsesionados con comprar unos Rolex a juego? Y tú
estabas como, ¿por qué no compramos algunos falsos en la calle? Pero
no lo hicimos, nos rompimos el trasero durante todo el verano, y en
el otoño, usamos esos Rolex como malditas medallas olímpicas
porque nos lo ganamos. Sí, este lugar es hermoso, sí, es grandioso,
pero prefiero usar un reloj que gané que actuar como si esto fuera
mío.
Briggs se ríe.
―¿Estás llamando a una mansión de setenta millones un Rolex
falso?
―Sí, lo hago ―dice Ramses―. Porque la riqueza generacional no
es auténtica. Desmond es un administrador de dinero y es muy bueno
en su trabajo, pero nunca tuvo que esforzarse. Camina actuando
como si él hubiera construido esto, y ni siquiera estaba vivo cuando
lo compraron.
Miro a Ramses. Su expresión es tranquila y despreocupada. No solo
está diciendo mierda para sentirse mejor, honestamente creo que, si
alguien le diera la llave de la puerta principal, no la tomaría.
Está muy lejos de cómo me sentí cuando llegué a esta casa por
primera vez. Yo estaba intimidada, pero Ramses sabe lo que vale.
Se estaciona en la masa de autos relucientes que rodean una fuente
de diez pies. La fiesta ya está en pleno apogeo, los invitados
alfombran el jardín trasero. Saludo a alguien que conozco, una
compañera trabajadora, y Briggs murmura:
―¿Por qué no pudiste haberla traído?
Está siendo malditamente desagradecido porque Sadie en realidad
se ve muy sexy. Le presté uno de mis vestidos y peiné su cabello con
lindas ondas playeras.
Briggs también se ve bien: lleva una camisa abotonada y pantalones
cortos que muestran las protuberancias del tamaño de una pelota de
béisbol de sus bíceps y pantorrillas. Su piel es suave y dorada, su
rostro está recién afeitado.
Pero es Ramses quien sigue jalando mis ojos hacia atrás otra vez.
Lleva una camisa holgada de lino blanco desabrochada lo suficiente
para mostrar el bulto de los músculos debajo de la clavícula.
Finalmente entiendo por qué los hombres están tan obsesionados con
el escote: cada vez que Ramses se mueve o se inclina, atrapo un poco
más de su cálida piel y se me hace la boca agua...
A medida que damos vueltas, me sorprende la cantidad de
personas que reconozco. Están todos los que conocía antes, además
de docenas más que conocí a través de Ramses. Me saluda una nueva
amiga del club de inversores con un mojito en cada mano.
―¡Blake! ¡Ven aquí! Hay alguien a quien quiero que conozcas.
Angelique me presenta al presidente de la Fed, a quien he visto en
fiestas, pero con quien nunca he hablado antes.
Ramses circula muy cerca, charlando con todos los que conoce.
Cuando nuestros ojos se encuentran, él sonríe y me da un pequeño
asentimiento que se siente como un choque de puños. Cree que lo
estoy haciendo bien, y eso me hace sonreír, enderezarme un poco y
pensar en cosas graciosas para decirle a Angelique.
No hay droga como el subidón de impresionarlo.
Esta noche es la noche para montar un espectáculo. Esta fiesta es
quién es quién de los que mueven y agitan. Los fragmentos de
conversación que escucho son ricos en tentadores indicios de
información, pero no solo escucho por casualidad, estoy hablando
con los perros grandes, obteniendo una interacción directa de una
manera que nunca había tenido cuando solo era una cita del brazo de
alguien.
Es bastante obvio cómo la mayoría de los invitados aseguraron su
invitación: si no están cargados de dinero, son famosos y hermosos.
La única persona que me sorprende ver es Sinjin Rhodes. Desmond
lo detesta por sus días de internado, no puedo imaginar que Des
invitara a Sinjin, ni siquiera para presumir.
Una hora después, recibo una pista: uno de los operadores de
Desmond le susurra a su amigo:
―¿Qué está haciendo él aquí?
El otro operador ve a Sinjin y sonríe.
―Des está engordando el cerdo antes de la matanza.
―¿Está apretando el gatillo?
―Lunes.
Tomo ese pequeño bocado y lo comparto con Ramses en el
momento en que nuestros caminos se cruzan de nuevo.
―¿Qué crees que quiso decir?
Me encanta ver trabajar la mente de Ramses. Sus ojos se quedan
quietos mientras una lenta sonrisa se extiende por su rostro.
―No estoy seguro... pero tengo algunas ideas.
La fiesta se convierte en bacanal. Desmond ha hecho todo lo
posible: tiene camiones de tacos que sirven rebanadas de Wagyu
sobre tortillas de maíz hechas a mano. Abajo en la playa, un bar tiki
hace margaritas de piña adornadas con flores comestibles. Una pista
de baile elevada se cierne sobre la arena, adornada con luces, mientras
algunos de los invitados más valientes se deslizan por el agua en
motos acuáticas e hidro deslizadores.
Me las he arreglado para evitar al anfitrión: Desmond está
ocupado, rodeado de aduladores y sirvientes, manteniendo la fiesta
en marcha y tratando de cortejar a las ballenas que invitó aquí a
propósito.
Me pongo al día con Sadie con el chef de sushi.
―¡Dios, Blake, él hará lo que quieras! ¡Tiene atún rojo! ¡Creo que
está en peligro de extinción! Le acabo de costar a Des como
ochocientos setenta dólares.
―Se lo puede permitir.
Briggs aparece a mi lado, inquieto y molesto.
―Muéstrame cómo entrar al palacio. Quiero un baño de verdad.
―Están ahí. ―Sadie señala las instalaciones detrás de una pantalla
floral.
―No voy a usar un orinal portátil, no importa lo bonito que lo
hagan ―gruñe Briggs.
―Relájate ―digo―. Te mostraré.
Antes de que haya dado dos pasos, Ramses desliza un brazo
alrededor de mi cintura.
―¿A dónde te diriges?
Me ha estado dejando conectarme fuera de su sombra, pero
observándome todo el tiempo, ahí mismo por si lo necesitaba.
Probablemente estaba escuchando la mitad de mis conversaciones y
tendrá cosas que decirme cuando estemos solos.
―Voy a conseguirle un inodoro a Briggs ―digo―. Podemos entrar
aquí.
Desmond mantiene la fiesta al aire libre para proteger su mármol.
Dirijo a los demás a través de la entrada de los sirvientes y luego
por los pasillos por los que caminé todos los fines de semana durante
el verano que Des y yo salimos.
Ramses ve lo bien que conozco mi camino y cierto estado de ánimo
se apodera de él. Se ve igual, pero puedo sentirlo como un relámpago
en el aire.
―No puedo creer este lugar… ―susurra Sadie.
Me encojo de hombros.
―Lo recordaba un poco más grande.
El suave resoplido de Ramses me hace brillar.
Le muestro a Briggs uno de los innumerables baños de invitados.
Antes de que su mano toque la perilla, el ama de llaves entra en
picada.
―Hola, señor, ¿está perdido? Puedo llevarlo a la...
―Lo siento, Hattie, yo le dije que podía pasar.
Hattie se gira, sorprendida y complacida.
―¡Blake! No sabía que vendrías. ¿Te quedarás el fin de semana?
―No, aquí no.
―Ah. Esperaba que sí, bueno, me alegro de verte.
La abrazo porque también me alegra ver a Hattie. Solíamos hablar
todo el tiempo mientras Des estaba trabajando. A veces la ayudaba a
ordenar, aunque lo odiaba; solo me dejaba si Desmond estaba
encerrado a salvo en su oficina durante una llamada.
―¿Cómo están tus chicos? ―le pregunto.
―Más altos que yo ahora. ¡Incluso más altos que sus maestros!
Hattie solo me llega a la barbilla, por lo que su segundo alarde es
mucho más impresionante.
―Quiero ver fotos. La fiesta es espectacular; no puedo creer que
todavía estés aquí.
Ambas sabemos quién hizo el trabajo para que se quedara. Hattie
parece exhausta.
―Él todavía no se ha quejado, así que debo haberlo hecho bien.
Hattie se refiere a Desmond como “Él” como si fuera perfectamente
obvio de quién debemos estar hablando, y cuando solo éramos ella,
yo y los otros sirvientes, eso era cierto.
―¿Tus amigos quieren ver la casa? ―Ella se anima―. Podría darles
un recorrido.
―Oh no, yo no…
―Me encantaría un recorrido.
Me doy la vuelta para ver a Ramses, que me sonríe mientras mi
cerebro grita ¡PELIGRO! ¡PELIGRO!
Sadie aplaude.
―¡Me encantan los recorridos!
Ella ha estado viendo a todos lados como si estuviera en
Disneylandia. De hecho, Sadie nunca ha estado en Disneylandia. Yo
tampoco. Tiene el mismo aspecto que imagino que tendría una Sadie
de cinco años viva y encantada en su rostro.
―Odio los recorridos ―gime Briggs, saliendo del baño―.
Jodidamente mátenme.
Le doy un codazo en las costillas.
―No hasta que hayas visto la sala de trofeos de Des.
―Por favor, estás bromeando.
―Oh, desearía hacerlo.
La mansión de Desmond realmente es otra cosa, es como si sus
antepasados estuvieran tratando de recrear el tipo de palacio inglés
por el que alguien como el señor Darcy habría caminado, mientras
vivían al otro lado de la bahía de Fitzgerald, creando su propia marca
de héroe literario.
De verdad prefiero la casa de playa de Ramses. Eso al menos se
siente como si perteneciera con su vieja hamaca de red en el porche y
la arena tirada por sus pisos. Hattie no permite ni una mota de arena,
por eso las puertas de la mansión se mantienen cerradas. Las
ventanas de Des dan a una playa que no puedes oír ni oler.
Esta casa es un museo. Hattie nos muestra la sala de música y el
solárium. Solo a Sadie le importan los objetos.
―¿Escuchaste eso, Blake? ¡Este es el zapato de Shaq! ¡Podría andar
en canoa en él!
Bostezo.
―Des es una perra para las celebridades.
Es una de sus extrañas debilidades. Le fascinan las estrellas,
especialmente las que encarnan esa potente mezcla de carisma
personal que parece elevarlas al estatus de icono.
Si me voy a poner mi sombrero de Freud, probablemente sea
porque el propio Des, a pesar de su buena apariencia, de toda su
riqueza e inteligencia, todavía carece de esa chispa, esa cosa que hace
que la gente se gire y mire cuando entras en una habitación.
―¿Qué es esto? ―me murmura Ramses―. ¿El sofá de Prince?
Él presiona su rodilla contra la tapicería de gamuza púrpura.
―De hecho… ―digo―. Lo es.
―¿Hablas en serio?
Cuando ve que lo hago, Ramses se ríe. Su risa sale de su pecho y la
siento en mis huesos como un tambor.
Estamos en lo profundo de la mansión, en las habitaciones privadas
de Desmond donde guarda sus tesoros. Yo fui uno de esos tesoros
una vez, o eso pensaba... hasta que llegó el momento de presumirme.
Algo de oscuridad debe haber caído sobre mi rostro porque Ramses
me ve.
―¿Qué pasó con ustedes dos? ―gruñe, cerca de mi oído―. Sé
todas las razones por las que Desmond es un pedazo de mierda, pero
te gustó una vez. ¿Cómo la cagó? Dime para que no haga lo mismo.
Sonrío y niego con la cabeza.
―Tú no haces nada como él.
Ramses pone su mano en la parte baja de mi espalda y me acerca.
―Dime de todos modos.
Miro a los demás. Sadie está extasiada por todo lo que nunca había
visto, que es todo en este maldito lugar, es el receptor del recorrido
más atento que Hattie haya disfrutado jamás. Briggs se ha interesado
a su pesar en la colección multimillonaria de tarjetas de béisbol de
Des colocadas en hermosos estuches de palisandro en la pared del
fondo.
―Fue aquí, de hecho. El día que me di cuenta de lo jodidamente
estúpida que había sido.
Recuerdo ese largo y hermoso verano. La única vez que pensé que
estaba enamorada.
―Desmond me cortejó como nunca me habían cortejado: collares,
aretes, bolsos, idas de compras… me llevó a París y me dijo que me
amaba durante una cena a la luz de las velas en lo alto de la Torre
Eiffel.
Los labios de Ramses se curvan, y me río.
―Sí, es un cliché, sí, eres mucho más creativo, pero para mí, en ese
momento... se sentía como un cuento de hadas.
Yo tenía veinticuatro. Solo había sido escort durante un año.
Desmond se abalanzó como un caballero blanco, prometiéndome
todo lo que había soñado.
―Veníamos aquí todos los fines de semana. Me encantaba estar
justo en el agua, estaba aprendiendo a surfear. Des trabajaba mucho,
pero cuando estábamos juntos, me trataba como a una princesa.
Me detengo, pensando en esos largos días de verano. No operaba
tanto porque me había desprendido de todos mis clientes y dejado de
ir a fiestas y eventos. Pasé mucho tiempo en estas prístinas
habitaciones blancas, leyendo. Sola.
La mano de Ramses me trae de vuelta. Está tocando mi mejilla,
mirándome a los ojos, conectándome con él.
Él dice:
―No eres una princesa.
Podría ofenderme, pero sé que es verdad.
―Entonces, ¿qué soy?
Espero que no diga, una reina.
Su lenta sonrisa hace que el resto de la habitación desaparezca
hasta que todo lo que veo es a él.
―Eres una cazadora, como yo. Lo vi en el momento en que entraste
en el Belmont. Te he estado viendo hacerlo aquí toda la noche. Me
excita.
Siento una emoción profunda y visceral cuando Ramses dice que
somos parecidos.
Por todo lo que nos divide, en el fondo somos iguales. Tenemos el
hambre, y los dientes y la astucia para alimentarlo.
El rostro de Ramses nunca se había visto más atractivo cerca del
mío, el azul marino de sus ojos, la forma de su boca en esa mandíbula
delgada y dura. Él es ferozmente él mismo. La mansión de Desmond
no es nada comparada con el fuego en su pecho.
―Aunque a veces... ―murmura―, es difícil saber quién está
cazando a quién...
Cuando me besa, no es difícil saberlo en absoluto. Soy devorada.
Me suelta y el resto del mundo vuelve a caer lentamente en su
lugar.
―Ahora dime qué hizo ese idiota para perderte.
Me rindo tan fácilmente. Porque se siente tan bien.
―Estábamos aquí y me pidió que me mudara con él, aún no había
contestado cuando escuchamos a Hattie en la puerta. Des no esperaba
a nadie. Salimos a ver y una anciana entró goteando diamantes y
bufandas. Inmediatamente... él soltó mi mano.
La mirada de rápida satisfacción que cruza el rostro de Ramses se
convierte en simpatía, pero no antes de que lo atrape.
―Su abuela vino a sorprenderlo y Desmond me presentó como una
amiga. No dije nada delante de ella, pero cuando se fue tomé el tren
a casa y rompí con él. Dijo que nuestra relación era real, pero no lo
era. Seguía siendo su sucio secreto.
Ramses no intenta ocultar su presunción.
―Yo te mostraría a cualquiera.
―Ya lo haces, alardeaste de mí ante tu mamá.
―No estaba alardeando de ti. Estaba orgulloso de ti.
Todo mi cuerpo arde. Estoy aterrada de lo bien que eso me hace
sentir.
Ramses toca mi mejilla con su mano.
―Para un hombre que dirige un fondo de cobertura, Desmond
perdió la oportunidad de su vida, y puedo verlo en su rostro cada vez
que te mira.
Está completamente oscuro cuando regresamos al jardín, las hileras
de linternas doradas revelan cuán borrachos se han puesto todos.
Aparentemente, esa escasez de rosado se debió a Desmond, que tiene
fuentes fluyendo donde quiera que mire.
―¿Quieres un trago? ―me pregunta Ramses.
―Me encantaría un poco de agua.
―Vuelvo enseguida.
Observo su ancha espalda abrirse paso entre la multitud, incluso
los invitados más borrachos se abren paso.
―Tengo hambre ―dice Sadie.
―¿No acabas de comer ocho libras de atún? ―le dice Briggs.
―Tengo que alimentar a la bestia. ―Sadie flexiona su bíceps. Es
flaca como un látigo, pero su brazo está lleno de músculos.
Briggs levanta una ceja, impresionado.
―¿De dónde salió eso?
―Dah, de montar a caballo ―dice Sadie y luego se tapa la boca con
una mano.
Briggs entrecierra los ojos, y las piezas encajan entre sí a la
velocidad del rayo.
―¡Tú eres esa jockey! ―grita, dándose la vuelta para señalarme―.
¡Así es como supiste sobre ese caballo!
―Mi caballo ―proclama orgullosamente Sadie―. Yo lo compré.
Briggs parece que acaba de resolver el asesinato de Kennedy.
―¡Sabía que te había visto antes! ¿Eres siquiera una prostituta?
―No digas eso ―espeta Sadie, lo que solo lo confunde.
―Ella es mi hermana, idiota.
Briggs frunce el ceño.
―Tú no tienes hermanas.
―A la mierda que no.
Sadie se retuerce. Ella odia todo lo que suena como una pelea.
―Voy a pedir un taco.
―Iré contigo ―le dice Briggs, sorprendiendo a Sadie en un grado
cómico.
Detrás de él, ella se gira y me dice: ¡Mierda, sí!
―Ahora, dime quién te gusta para la Copa Oro… ―dice Briggs.
Sadie finge montarlo por detrás para divertirme, o tal vez para ella
misma, es difícil saberlo.
―¿Quién me gusta para qué? ―pregunta ella, poniéndose al paso.
Ramses todavía está esperando en la fila para obtener agua y puedo
decir por la postura de sus hombros que está molesto por eso. Sonrío
porque espera de todos modos. Por mí.
―Me sorprende que estés aquí ―dice una voz en mi oído.
Sé que es Desmond antes de darme la vuelta. En parte por cómo
me toca el brazo, que es muy diferente de cómo lo hace Ramses, y en
parte porque sabía que se arriesgaría en el momento en que pensara
que estaba sola y desprotegida.
Su rostro está demasiado cerca del mío. Me he acostumbrado a ver
a Ramses incluso con mis tacones más altos, Des es bonito como una
niña. Sus labios son rojos.
―No por elección ―le digo.
Desmond se ríe.
―Por favor, ambos sabemos que haces lo que quieres.
Su mano todavía está en mi brazo, su pulgar barriendo de un lado
a otro como si mi piel fuera tela y estuviera examinando la calidad.
―Si eso fuera cierto, le habría dicho a mi querida abuela lo mucho
que te gusta comer culo.
Desmond arruga la nariz.
―Con clase como siempre.
―Así es, no he cambiado ni un poco, y tú tampoco. Vi a Hattie
todavía conduciendo ese viejo Kia. ¿Por qué no le das un aumento,
maldito tacaño?
Desmond ignora esa última parte como ignora todo lo que no
quiere escuchar.
En voz baja y urgente, dice:
―¿Cuánto tiempo vas a seguir castigándome por un momento? Me
sorprendió, si me hubieras dado tiempo...
―¿Qué? ―espeto―. ¿Podrías haber trabajado para no sentirte
avergonzado de mí?
Sus dedos se clavan.
―¿Quieres que te haga desfilar como lo hace él?
―No, Des. No quiero nada de ti, excepto que me sueltes el brazo.
―En este jodido momento.
El gruñido de Ramses hace que Desmond suelte su agarre como si
mi piel estuviera al rojo vivo.
Intenta ocultar lo fuerte que saltó.
―¿Disfrutando de la fiesta, Ramses? Realmente no puedes hacer
una como esta en un ático, ¿verdad?
Solo Desmond podría hacer que un ático sonara como un
estacionamiento.
Ramses se para tan cerca que su calor quema mi espalda,
elevándose sobre mí, desafiando a Desmond a respirar sobre mí de
nuevo.
―Tienes razón, este lugar es bastante espectacular. Desearía que
mi abuelo me hubiera comprado uno en lugar de ser plomero.
Me río de la mirada en el rostro de Des y la forma en que la parte
delantera del muslo de Ramses se presiona contra la parte posterior
del mío. Soy invencible cuando nos unimos.
―Hay muchas cosas que tienes que yo nunca tendré. ―Ramses
toma mi mano―. ¿Pero ya conoces a mi novia?
Los ojos de Desmond se fijan en nuestros dedos entrelazados.
―Las sobras ―sisea―. Mías y de todos los demás.
Si antes pensaba que Ramses estaba enojado, eso no fue nada
comparado con la dureza que se apodera de él ahora. Es la mirada de
un hombre que ha estado no solo en una pelea, sino muchas. Ramses
cambia su peso y todo el estado de ánimo cambia.
―Blake es la mejor ―dice rotundamente―. Y lo sabes, por eso
estás aquí tratando de aprovechar en el segundo en que te doy la
espalda. Ni siquiera te culpo por eso, aunque te haré pagar por ello,
pero si alguna vez vuelves a llamarla 'sobras', te mataré.
―¿Me matarás? ―balbucea Desmond―. Por el amor de Dios...
―No sé cómo lo manejan ustedes, la gente del 'dinero antiguo',
pero la forma en que yo lo manejaré será que te pondré de rodillas
frente a todas estas personas a las que intentas impresionar y le
pedirás disculpas a Blake y luego te mataré.
Desmond parece como si acabara de recibir una bofetada en el
rostro con un guante. Está blanco de ira, pero es lo suficientemente
inteligente como para no decir una maldita palabra mientras Ramses
todavía está alterado.
Ramses me barre con un brazo alrededor de mi cintura. Mis pies
tocan la hierba, pero con pasos flotantes, todo mi peso está en el hueco
de su codo. La noche se siente más fresca, más limpia. Las linternas
son bonitas otra vez.
En el momento en que nos detenemos, lanzo mis brazos alrededor
del cuello de Ramses y lo beso.
―Gracias por defenderme.
―Lamento haberte hecho venir en primer lugar. Fue... ―Se detiene
a sí mismo, sonriendo levemente―. Es lo que hubiera querido antes.
―¿Ya no?
―No ―dice simplemente―. Ahora se siente como una pérdida de
tiempo cuando podría estar en cualquier lugar contigo.
Sé exactamente lo que quiere decir. Realmente no quería venir;
Pensé que me molestaría estar aquí de nuevo, pero ahora todo se
siente como una broma. ¿Por qué me importó lo que la abuela de
Desmond pensara de mí? ¿O el mismo Desmond?
Solo hay una persona a la que quiero impresionar.
Ramses me besa, y sus manos sobre mi cuerpo cuentan todo lo que
significa ser tocada por él.
Las linternas se convierten en luciérnagas, el oleaje se convierte en
susurros. El brillo dorado en su piel y en sus ojos es un sentimiento
que me traspasa cuando nuestros labios se encuentran, lo que
significa estar viva y ardiendo en la noche.
Esto es real. Vale la pena arriesgar todo lo que he ganado o lo que
alguna vez ganaré.
―Vámonos de aquí ―me dice.
Entrelazo mis dedos con los suyos, sonriendo.
―Lo haremos en un minuto.
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