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1. Introducción
En este sentido vale la pena tener en cuenta que es el juez quien tiene,
probablemente, la relación más significativa en la sociedad con la noción
de verdad. La existencia del juez responde a la antigua tensión verdad y
conocimiento. Como ha señalado Foucault:
No cualquier existencia puede llegar a la verdad, y quien quiera progre-
sar hacia esta debe adoptar un modo determinado de existencia, un modo
determinado de vida que es específico. Se trata de una idea propia de la filo-
sofía antigua; bueno, característica, en todo caso, de la filosofía antigua. No
le es propia porque la constatamos en otros lugares, pero sí es característica
de la filosofía antigua. No le es propia porque la constatamos en otros luga-
res, pero sí es característica de la filosofía antigua. Volvemos a encontrarla
aquí: el monje disfrutará del derecho a tener acceso a la verdad 4.
Foucault se preocupa de definir la relación entre el modelo de vida
monacal que administra centralmente la confesión de los pecados y el mo-
delo de vida filosófico que administra alocuciones acerca de la verdad. En
los sistemas jurídicos modernos podemos decir que el juez precisamente
se enfrenta a esta tensión. En alguna medida debe seguir un modelo de
vida diverso a la vida civil y en otra, debe acercarse especulativamente a
la verdad. Lo común es precisamente que tiene a la verdad como cometido
central de su actividad. El acceso a la verdad por parte del juez permite
describir a su función, los jueces son quienes en la vida pública adminis-
tran la manera en que las reglas se vuelven un tipo de verdad.
Es por ello que, aquello que el Derecho considera «sustantivamente»
relevante, como los acuerdos que constituyen contratos, o las infracciones
a reglas de comportamiento que constituyen «delitos» son «públicamente
verdaderas» a propósito de las sentencias de los jueces.
En este trabajo quisiéramos defender la tesis según la cual la actividad
del juez debe ser comprendida teniendo en cuenta, entonces, su modo de
aproximación a la verdad a través de la prueba y con ello, a la necesidad
de convivir con el error como propiedad de sus decisiones.
En esta medida la generación de reglas por parte de los jueces merece
ser observada desde la perspectiva en la que la judicatura puede sostener
que un determinado hecho ha tenido lugar en el mundo como parte de la
estructura de la decisión racional que supone la generación de una sen-
tencia.
A estos efectos, creo que un punto ineludible es el relativo a la función
que cumplen las reglas procesales de cara a la comprensión de la actividad
de los jueces.
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Foucault (2014), 143.
180 Jonatan Valenzuela S.
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Aunque existen algunas notables excepciones como las reflexiones de Hugo Alsina so-
bre el ejercicio jurisdiccional: «Cuando las personas conforman su conducta en sus relaciones
jurídicas a los preceptos de la ley, ninguna alteración se produce, y se dice entonces que la
norma se cumple por el solo imperio de su fuerza moral. Pero en caso contrario, es decir,
cuando a la pretensión de una parte se opone la resistencia de otra, sea porque se niegue su
legitimidad o porque contra ella se alegue una pretensión contraria, se produce un estado que
se llama de litis o controversia. Todo litigio supone un conflicto de intereses, cuyo contenido
puede ser de diversa naturaleza, como diferente su posición en orden de valores. Sujetos del
litigio pueden ser dos o más individuos, en cuyo caso se afectan intereses de orden privado;
pero también la litis puede surgir entre un individuo y la Comunidad, afectándose entonces
intereses colectivos» (1956), 26.
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Este exactamente la idea presente, por ejemplo, en Nieva (2014), 13-15. La conceptuali-
zación de Derecho procesal supone separar las cuestiones de fundamento de la naturaleza de
la actividad de los jueces. De hecho, el mismo Nieva se refiere al «estudio doctrinal y científico»
del Derecho procesal situando al mismo como objeto de reflexiones de diverso tipo durante la
historia.
El juez y la prueba: sobre una comprensión del derecho procesal... 181
Existen, empero, ideas generales en esa visión. Entre las más repetidas
encontramos aquella que indica que el Derecho procesal es un Derecho
adjetivo. Esto quiere decir que es una rama del Derecho por la cual no se
regulan asuntos de fondo, que se opone a una clase de Derecho sustantivo
que regula precisamente relaciones jurídicas de fondo de modo tal de con-
centrarse tan solo en la manera en que tiene lugar el ejercicio de la potestad
pública de adoptar decisiones vinculantes respecto de ciertos asuntos.
Por ello, el Derecho procesal debería ordenarse desde alguna idea de
principios que permitirían dotar de cierto marco limitador al mismo pro-
ceso de modo de poder organizar a quienes conocen de los asuntos ju-
diciales, y luego simplemente reglamentar los modos rituales en que ese
conocimiento tiene lugar.
En general, la doctrina procesal no ha abordado con razonable escepti-
cismo la sola idea de Derecho procesal de manera de superar la noción de
adjetividad y de, entonces, permitirse ser reconocido como una parte del
Derecho que tiene una propiedad saliente: es la única que se relaciona di-
rectamente con los hechos y su fenomenología en el mundo.
Casi está demás decir que todo este entramado de relaciones norma-
tivas se despliega, hoy por hoy, sobre una idea más o menos vaga de con-
flicto de relevancia jurídica, que tiene lugar en el orden temporal y a cuya
resolución se encuentran abocadas las instituciones procesales ocultándo-
se entonces que lo que es propio de las reglas procesales es su capacidad
particular de confirmar los enunciados que las partes realizan respecto de
los hechos del Derecho y limitando subsecuentemente a la figura del juez.
Ciertamente la principal conclusión que puede ofrecerse en este con-
texto es la necesidad de volver la vista sobre los hechos del Derecho y
con ello a una clase de teoría de la prueba como fundamento del Derecho
procesal.
Desde mi punto de vista, la teoría racional de la prueba debería ser el
camino a partir del cual se reconstruya la fisonomía y el sentido de las re-
glas procesales y con ello de la actividad judicial. Es por ello que la prime-
ra regla de cualquier procedimiento es, como bien ha apuntado Laudan,
la regla de estándar de prueba. Es decir, la regla que describe a un deter-
minado procedimiento es aquella que determina el umbral de suficiencia
probatoria para un determinado grupo de casos y que permite distribuir
los errores que se producirán en el conocimiento de los hechos.
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Esta noción de adjetividad de las reglas como vehículos de otras reglas que permiten ha-
cerlas cumplir se encuentra presente en Bentham (1825), 2: «Estas leyes no producirán efecto
alguno, si el legislador no crease al mismo tiempo otras leyes, cuyo objeto es hacer cumplir las
primeras: estas son las leyes que prescriben el modo de enjuiciar. Para señalar las diferencias
entre unas y otras, llamaremos a las primeras, leyes substantivas, y a las segundas, leyes adjec
tivas».
184 Jonatan Valenzuela S.
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Véase sobre esta decisión Larroucau (2012).
El juez y la prueba: sobre una comprensión del derecho procesal... 185
El juez tiene una clara vocación por decir el Derecho al caso concre-
to atada a su improbabilidad de determinación de los supuestos de he-
cho. Sin embargo, esa imposibilidad permite observar la necesidad de dar
cuenta de su conocimiento de los hechos.
En esa medida el Derecho se presenta como una manera de reconoci-
miento de los hechos en el mundo. Esta es una manera imperfecta. El cono-
cimiento que se canaliza a través del Derecho obliga al juez a conocer ciertos
valores que en algunos casos limita su pretensión de búsqueda de la verdad.
Pero los valores definen centralmente lo previsto en el proceso y en
la actividad judicial. Un juez debe usar la regla de duda razonable asu-
miendo la preferencia por la evitación de la condena del inocente. Esta
preferencia es política, o sea valorativa. El juez en un caso civil debe pre-
ferir la hipótesis de hecho de la demanda en la medida que reconozca la
concurrencia de un ideal restablecimiento de la igualdad.
Este enfoque puede ser en alguna medida cuestionado por el riesgo
que comporta del uso de argumentos morales en el contexto de la decisión
probatoria. Como ha apuntado agudamente Bayón, el prisma marcada-
mente benthamiano ha supuesto dejar de lado de la idea de valores como
integrantes de la decisión probatoria. De hecho, el paroxismo de este argu-
mento permite una visión escéptica de la labor judicial al punto de negarse
a reconocer la pertinencia de los argumentos morales para esa decisión.
Creo que la visión propiamente benthamiana no resulta aclaratoria
para conocer la actividad judicial. Los jueces se abocan al conocimiento de
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los hechos determinados por ciertas reglas. En esta medida, más Derecho
probatorio es en alguna medida mayor seguridad para la actividad de los
jueces. Mientras más sofisticadas y más claras sean las reglas probatorias
mejor será la actividad del juez.
Con ello, es probable que los denominados sistemas de prueba legal o
tasada (antitéticos con la idea benthamita sobre prueba) puedan resultar
una buena versión de reglas probatorias que permitan al juez convivir con
esa «supra determinación moral» que ineludiblemente aparece en el cam-
po del Derecho y su aplicación.
Creo que en la medida en que el Derecho pueda dotar al juez de pautas
claras de evitación y distribución del error, la actividad de los jueces se
vuelve más clara y con ello más segura de cara a la ciudadanía.
Las reglas probatorias pueden ser interpretadas por todos como esas
pautas a las que el juez se sujeta para definir la verdad o falsedad de un
enunciado a efectos de poder decir el derecho del caso concreto.
En el contexto actual, pareciera que esta clase de argumentos deben
ceder el paso a la defensa de sistemas de «libertad probatoria» particu-
larmente, a la sana crítica. No son pocos los académicos que asumen con
fervor que solo un sistema de valoración probatoria de sana crítica puede
conducir a un juez, sanamente, a la averiguación de la verdad.
Creo que esto no es necesariamente así. Es posible concebir integra-
damente la sana crítica con reglas sobre valor probatorio, que creo dan
mejor cuenta de la necesidad por parte del juez de administrar una clase
de acuerdo moral. Los acuerdos morales siguen una lógica inestable en la
cual lo que es moralmente correcto depende de circunstancias fundamen-
talmente políticas.
Por ello, creo que las reglas jurídicas sobre prueba pueden resultar
buenos marcos para llevar adelante la actividad del juez. Creo que la exis-
tencia de reglas es compatible con la búsqueda de la verdad y creo que
comporta un sistema probatorio que puede enfrentarse con claridad a los
dilemas morales que indefectiblemente conlleva el Derecho.
7. Bibliografía