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LA CAUSA SINGULAR
MÁS ALLÁ DEL ACCIDENTE
Miguel De Unamuno
Del sentimiento trágico de la vida
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INTRODUCCIÓN
Plantear la temática de los accidentes de trabajo desde una perspectiva profunda es,
entre tantas cosas, las que permiten diferenciar las competencias del psicólogo de tantas
otras ciencias, complementarias en parte, con las que convivimos a diario en la actividad
profesional y, más aún, en el ámbito laboral.
Aún así, para poder introducirnos en el tema debemos continuar con los cambios de
paradigma que nos exige esta hermosa profesión si queremos abordar las causas y no solo
las consecuencias de los sucesos. He aquí la razón de la cita de Miguel De Unamuno, quien
nos plantea partir de la esencia y luego ir hacia la superficie, aunque en la esencia no
contemos con algo más que con un agujero.
Si hay un Más allá del accidente es porque la propuesta busca ir a la causa y no a la
consecuencia de aquellas acciones que la psicología laboral (así como muchas otras)
intenta prevenir y que culminan – terminan, finalizan, concluyen – en un accidente, que
solemos definir de la siguiente manera:
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…cada vez que Lacan utiliza la noción de “más allá” está trabajando la metáfora freudiana de
la determinación: el “más allá” será determinante. (1993, p. 122)
“Más allá” quiere decir algo distinto de “al lado del Principio del Placer”, que es una forma
posible de entenderlo, “más allá” establece la determinación de algo sobre otra cosa. Se
suponía que lo determinante por excelencia, lo que dominaba toda la vida psíquica del ser
humano, era el Principio del Placer, el equivalente al Soberano Bien; “más allá” quiere decir
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que este principio se haya a su vez determinado, que hay algo que no está determinado,
comprendido, dominado por él, sino que, a la inversa, ese otro factor pasa a ser el elemento
determinante fundamental; en el texto de Freud se trata de la pulsión de muerte. (2008, p. 64
– 65)
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de confiar en los informes de las personas cuando desea conocer las razones reales que
están detrás de la conducta del hombre. (1960, p. 47)
El accidente es un hecho desafortunado del que debemos responsabilizarnos y que
si, frente a acciones concretas y efectivas de planes que involucren una mirada profunda de
la CAUSA que subyace en los accidentes (como en toda conducta humana), de todos
modos, “ocurren” inesperadamente. El paso siguiente y necesario es hacia la mirada
institucional. El azar, rodeado de muchos inconscientes articulados en la misma, es posible
solo en el registro imaginario.
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- Tratamiento
- Rehabilitación
Es el orden en el que conviene formular los objetivos del trabajo en las instituciones
si queremos abordar eficazmente la problemática de los accidentes.
LA INSTITUCIÓN ACCIDENTADA
Jugando un poco con la noción de sufrimiento institucional que nos plantea Kaës, en
donde no es la institución la que sufre, sino que sufrimos los sujetos en nuestra relación con
ella, es que he considerado oportuno la inclusión de este nuevo concepto.
Es claro que la institución no se accidenta del modo que lo hacemos los sujetos y, si
un terremoto destruye una fábrica, en todo caso el daño físico lo recibe la organización y
sus instrumentos, más que la institución.
Pero para abordar este tema, nos vamos a ir a la noción de Discurso de la Institución,
tal como lo plantea Imperiale (2004) y que nos va a facilitar entender la red que teje la
institución y que nos vincula en este hecho accidentado a todos los que están atravesados
por la misma. Lo que se plantea es que la institución produce permanentemente un discurso
acerca de ella misma, se hace sujeto de su propio discurso y siempre se habla de y sobre la
institución.
Es, a partir del discurso de la institución (continente del grupo, que es continente del
sujeto), que el sujeto queda sujetado a la misma y nombrado en dicha trama. El sujeto pasa
a pertenecer, a ser parte de la institución y pierde cierta autonomía para nombrarse fuera de
ella.
Cuando un accidente, que como vimos tiene una causa que conviene formularla en
términos del hecho institucional, ocurre en la institución, se pone en juego este aparato que
nuclea a los sujetos que en ella se encuentran sujetados. Mientras una tela permanezca
cocida, no voy a poder tirar de un solo hilo sin que se mueva todo el conjunto.
La institución, para bien o para mal (determinado esto por su funcionamiento sano o
patológico), es quien va a poder simbolizar un hecho desafortunado que ha ocurrido a sus
integrantes y quien va a permitir o no, mediante el buen estado de su función metafórica, el
re-tratamiento de la energía puesta para resolver la angustia instaurada de vuelta al
cumplimiento de los objetivos de la institución.
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la satisfacción plena de cualquiera de ellos, los defiende contra esa plenitud que es del
orden del goce.
Esta es la formación que posibilita el agrupamiento, que el sujeto busque ser parte de
un grupo en la institución, pueda poner de sí y dejarse influencia por el mismo. Así surge el
COMITÉ DE SEGURIDAD como el dispositivo que utiliza al grupo para formar a los obreros
y descubrir a los descuidados y a los riesgos en potencia. La presión social que ejerce
impopulariza al trabajador que no quiere utilizar las medidas de seguridad.
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Pese a que las frases con las que he decidido empezar este apartado no parezcan
muy esperanzadoras, dan una perspectiva más completa de los temas que requieren ser
abordados: la muerte y el fracaso.
Estos son tal vez dos de los temas más fundamentales a la hora de comprender el
trabajo y el vínculo con la institución en el que se desarrolla, porque, en esencia, las
instituciones son articuladoras de la vida y de la muerte.
Advertimos con el psicoanálisis que aquello que mueve el deseo es también lo que
nos habla de la muerte. Aquellos que nos atraviesa y nos permite dar significado a nuestra
existencia es, también, lo que marca un límite a la misma.
La primera institución que atraviesa al hombre (y no que atraviesa el hombre) es el
lenguaje: a través de ésta estamos castrados para bien y para mal: pasamos a ser sujetos
del deseo y surge la finitud como la única certeza en la vida.
A partir de que perdimos eso que nunca tuvimos (el instinto) es que surge la pulsión y
la compulsión, la fuerza que nos mueve hacia una satisfacción siempre parcial del deseo,
pero queriendo siempre aspirar al todo.
¿A qué viene tanta introducción? Continuaré la frase de Dejours:
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Aún así, lo que debe trabajar la institución para un funcionamiento sano, es que tanto
lo que es Eros (pulsión de vida) como lo que es Thanatos (pulsión de muerte) en el vínculo
institucional, ofrecen una satisfacción a las pulsiones. Tanto en la realización personal como
en el síntoma, así en el placer como en el sufrimiento, algo de nuestro singularidad está en
juego y el trabajo permite un lugar y en él una actividad donde esto surja y se articule. Como
es el caso del accidente.
Al igual que en el juego infantil del Fort-da, en el cual Freud (1920) nos indica la
necesidad, desde los primeros años, de repetir aquello que nos causa displacer para poder
tramitarlo, también en el vínculo con las instituciones es el papel de la pulsión de muerte la
que nos pide trabajo, tramitación, articulación para poder seguir perteneciendo a la misma.
Cuando no se logra, se vuelve síntoma y el síntoma se vuelve accidente, cuando este se
convierte en el carretel que arrojo para volver activo algo que sufrí pasivamente.
Precisamente, Kaës surge dentro de los autores que trabajan en torno a la pulsión de
muerte. Se puede observar, en su concepción de las formaciones intermediarias, un intento
por explicar las defensas frente a lo negativo que pone en peligro la vida institucional,
permitiendo así el surgimiento de lo positivo que remite a la vida dentro de la misma.
Nuestro sistema legal actual, muy precario aún, no logra dar respuestas a muchas
situaciones laborales que se generan en el vivir cotidiano y donde los accidentes – eso que
pone en peligro la vida y la capacidad de las personas – son los que más nos lo
manifiestan.
Las ART, las Superintendencias de riesgos de trabajo, las Aseguradoras y las
legislaciones laborales (en su estado actual) son instituciones que muestran sus
limitaciones diariamente en el caso por caso de las empresas (institución en particular) y de
los empleados de estas (constitución psíquica individual y particular del sujeto).
Aún hoy, las instituciones que deben hacer cumplir las leyes (dando protección a los
derechos y haciendo cumplir las obligaciones de cada una de las partes en el contrato)
conservan un poco del caos, de aquello indiferenciado en el que las pulsiones de vida y
muerte no se logran diferenciar del todo.
Uno creería que es muy fácil saber cuándo amamos y cuándo odiamos, cuándo
trabajamos con placer y cuándo sufrimos a causa de nuestro trabajo. Pero había un viejo
dicho que rezaba: los trabajadores quieren que les paguen más y trabajar menos y los
empleadores quieren que trabajen más y cobren menos.
Las expectativas de cada parte nunca coinciden del todo, y me remito aquí a la noción
de contrato psicológico como un malentendido vincular al que me dediqué en otro momento
(Caba, 2015); y esta diferencia hace cada vez más necesaria la emergencia de una
regulación que permita a ambas partes tramitar aquello que deben renunciar, a causa de la
dependencia mutua propia del vínculo: los empleados necesitan empleadores y viceversa.
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Aún no hay leyes que protejan a los empleados que no defienden sus propios
derechos: exceso de horas de trabajo a cambio de una compensación monetaria y/o
reconocimiento, miedo a ejercer sus derechos por creer que la ley siempre va a estar del
lado del empleador o que este tiene un poder extra-ley que le permite hacer lo que quiere o,
lo más elemental, no instruirse sobre sus derechos o confiar de la buena fe de los contratos
o cláusulas de palabra. En un nivel anímico, los trabajadores creen que ésto es pulsión de
vida, que está bien hecho y lo defienden de cualquiera que le diga lo contrario.
Esta supuesta pulsión de vida es oro puro para aquellos empleadores que requieren
de empleados poco instruidos, necesitados de reconocimiento y/o dinero – y que no sepan
que pierden más de lo que ganan en esa transacción – y, fundamental, que haya un sistema
legal precario que les permita este actuar.
Lo que se mezcla en este caos, es que las instituciones que posibilitan este
funcionamiento patológico son las que motivan el surgimiento de la pulsión de muerte por
parte de sus empleados ya que, incluso, premian a quienes van a trabajar enfermos y que
nunca presentan un parte de enfermo o nunca se toman sus vacaciones. Refuerzan sus
narcisismos para que atenten contra su propia salud.
También debemos entender que las legislaciones actuales también son fruto de las
generaciones que las redactan y las tratan en las cámaras, donde los mandatos
superyoicos aún se hacen escuchar: la idea siempre castrante de estar en deuda con quien
nos contrata, que se puede juzgar buena persona a alguien por tener trabajado y que hay
que conservar los trabajos a toda costa.
Aquello que es placer, puede volverse goce si se excede y la pulsión de muerte surge
en ese exceso. Freud (1920) las define bajo este término, pues en ella entrarían todo tipo de
síntomas de sufrimiento institucional, entre los cuales los accidentes laborales encabezan
hoy la lista, junto con el estrés y el mobbing y ponen de manifiesto los límites del sistema
legal y su dificultad para establecer un marco regulatorio que no ubique siempre la culpa en
una parte o en la otra; o no deje desprotegido siempre a una parte o a la otra; o, sobre todo,
un marco en el que, tanto sujeto como organización puedan apoyarse y sentirse contenidos.
Que la huelga sea un derecho inherente al trabajador y que, por lo menos en la cultura
de la República Argentina, ésta haya tomado la forma habitual de “no trabajar”, debe ser
una paradoja que nos tenga en vela hasta entenderla y comprender como prevenirla: la
huelga es un conflicto y pone de manifiesto una crisis. La violencia con que se presentan
hoy también deja a su paso trabajadores e instituciones accidentados. También hoy las
instituciones legales tienen sus intratables: trabajadores con discapacidades mentales a
nivel cognitivo (síndrome de Down y otros) o a nivel estructural (psicosis), personas que han
estados privadas de la libertad y, que más propio de este trabajo, personas que se
reincorporan después de un accidente que ha dejado huellas en su salud psíquica y/o física.
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A MODO DE CONCLUSIÓN
No quisiera concluir sin retomar a Dejours (2015), quien plantea la noción de trabajo
vivo, como una concepción diferente al del trabajo como un entorno, como un decorado, un
escenario, sobre todo diferente a una simple fuente de estrés. Pero considerar al trabajo
como algo sumamente influido por la singularidad de quienes lo conciben y ejecutan
(tomando estos dos términos casi como uno), requiere de entender lo siguiente:
Puede generar lo mejor y lograr en algunos casos que el trabajo se convierta en un medidor
esencial en la construcción de la salud. Pero también puede generar lo peor y conducir a una
enfermedad mental descompensada. (Dejours, 2015, p. 52)
Siguiendo esta concepción del trabajo y de la influencia de la personalidad de los
individuos en él, no podemos seguir hablando de los accidentes como algo que nadie
desearía. Esta es la propuesta que surge de la Causa Singular.
No podemos seguir escondiendo los descubrimientos del psicoanálisis sobre la
causalidad psíquica por creer que debemos adaptarnos a la mirada económico-conciente de
la empresa que, como institución comercial, tiene objetivos muy diferentes a los nuestros
como psicólogos.
Un accidente al igual que un acto fallido, un lapsus o un síntoma son actos plenos de
sentido desde el momento en que nuestro inconsciente causa nuestra conducta y este
inconsciente no nos pertenece en su totalidad, sino que le pertenece también al vínculo con
la institución. Es en la vida institucional y en su discurso que nuestro inconsciente se hace
escuchar y con más fuerza, cuanto más estancado puede estar nuestro deseo.
Cuando nos referimos a causa, sabemos que hablamos de objeto causa, ese objeto
que está en la génesis de la constitución subjetiva, que hace a lo singular y a la
determinación. Es la propuesta del psicoanálisis que plantea la clínica del objeto a: la
Clínica del Caso por Caso.
Ya habiéndonos ocupado como psicólogos durante muchas décadas de las fobias,
obsesiones, depresiones y psicosis y los síntomas que de ella derivan como fruto de un
inconsciente que busca una forma de expresar un conflicto o un deseo, debemos dejar de
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resistirnos al ámbito laboral e institucional, lejos del consultorio, donde tan cómodos nos
hemos sentido.
Una conducta de riesgo también es una forma en que nuestro inconsciente se hace
escuchar, se articula y cumple un deseo.
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