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DE LAS CAUSAS HUMANAS A

LA CAUSA SINGULAR
MÁS ALLÁ DEL ACCIDENTE

Autor: Lic. Pablo Nicolás Caba


Año: 2019
UNIVERSIDAD DEL ACONCAGUA
ASIGNATURA: PSICOLOGÍA LABORAL Y ORGANIZACIONAL

…como aquel sargento de artillería decía


que se construyeran los cañones: tomando
un agujero y recubriéndolo de hierro.

Miguel De Unamuno
Del sentimiento trágico de la vida

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INTRODUCCIÓN
Plantear la temática de los accidentes de trabajo desde una perspectiva profunda es,
entre tantas cosas, las que permiten diferenciar las competencias del psicólogo de tantas
otras ciencias, complementarias en parte, con las que convivimos a diario en la actividad
profesional y, más aún, en el ámbito laboral.
Aún así, para poder introducirnos en el tema debemos continuar con los cambios de
paradigma que nos exige esta hermosa profesión si queremos abordar las causas y no solo
las consecuencias de los sucesos. He aquí la razón de la cita de Miguel De Unamuno, quien
nos plantea partir de la esencia y luego ir hacia la superficie, aunque en la esencia no
contemos con algo más que con un agujero.
Si hay un Más allá del accidente es porque la propuesta busca ir a la causa y no a la
consecuencia de aquellas acciones que la psicología laboral (así como muchas otras)
intenta prevenir y que culminan – terminan, finalizan, concluyen – en un accidente, que
solemos definir de la siguiente manera:

Suceso desafortunado que ocurre inesperadamente.

A lo largo de este documento deberemos poner en duda esta afirmación, no sin


antes comprenderla y utilizarla, ante todo, para devolver el campo de la prevención de
accidentes y el de ambiente laboral a la rama de la salud, como tanto nos insiste José
Bleger (1966) con su concepto de psicohigiene, reduciendo las competencias de otras
ciencias (en especial las económicas) en este campo.
Para ello no podemos dejar de lado que nuestra labor y el rol ético que nos toca
encarar, traba fronteras constantemente con los objetivos económicos. Aún en empresas
que pertenecen al ámbito público, aquellas sin fines de lucro o incluso a aquellas cuyo
bien/servicio a prestar es la salud, siempre hay un presupuesto que parece actuar de límite.
Comprender las instituciones que se entrecruzan en el ámbito institucional, y en el de
las organizaciones allí comprendidas, nos permitirá tener una mirada más amplia y
ofrecerles a los distintos participantes una vista más amplia desde la perspectiva que cada
uno ocupa frente a los accidentes:
- Registrar los costos económicos
- Abordar las implicancias legales
- Controlar los efectos desmoralizantes sobre el grupo de pertenencia
- Frenar las incidencias en los estándares y status de tener un índice alto de
accidentes

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Para todo esto, debemos abordar el agujero, antes de recubrirlo de hierro.

PSICOANÁLISIS, ACCIDENTES Y SUJETO


Granel (2009) señala que los seres humanos somos víctimas y causantes de
accidentes como consecuencia de las relaciones ambientales, interpersonales,
intersubjetivas e intrapsíquicas.
Freud (1901) lo llama “trastrocar las cosas confundido” y así revela algo manifiesto y
algo latente en todo accidente.
Este es el concepto que toma Granel y comenta que todo está trastocado, todo está
fuera de su sitio, desde los objetos hasta el tiempo. El que Freud utilice el término
Confundido, implica un profundo sentido clínico: la experiencia de Freud a partir de sus
casos demuestra que un accidente siempre implica una situación de confusión.
Tomando estos aportes de Freud y su teoría sobre los actos fallidos, encontramos a
los accidentes como operaciones fallidas combinadas, las cuales tienen un sentido y un
significado, determinadas por el inconsciente. Para Granel, el accidente constituye una
operación fallida a partir de las elaboraciones que realiza del texto freudiano. Así los
accidentes se producen por movimientos que se presentan como una torpeza casual, pero
que están gobernados por una intensión y llegarían a su meta de forma involuntaria e
inconsciente.
Siguiendo esta idea, que nos habla de una relación inconsciente que trastoca las
cosas, empezamos a advertir la determinación que tienen los accidentes como productos o
formaciones del inconsciente, actos del sujeto del inconsciente.
Pero ¿qué quiere decir este término de “sujeto” para el psicoanálisis? El sujeto no es
una persona ni coincide con una, sino que es el asunto acerca del cual se habla o se
escribe, y que de ese sujeto pueden participar varias personas.
Un uso del español, ya un poco en desuso, habla del sujeto también como el “asunto”
(Moliner, 1999), y aunque no se utilice tanto en la actualidad, puede ser el que más
corresponde con la noción de sujeto en psicoanálisis.
Se trata de entender que, cuando ocurre un accidente, hay un sujeto puesto en acto,
articulado en ese accidente y no solo una persona que se accidentó. Lo que nos conduce a
las operaciones lógicas, como las plantea Lacan (1966, p. 798): “…las dos operaciones
fundamentales en que conviene formular la causación del sujeto. Operaciones que se
ordenan en una relación circular, pero no por ello recíproca”. Les recomiendo puedan leer la
articulación que hace Peusner (2010) con respecto a este punto.

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En adelante retomaremos esta articulación con la alienación y la separación en su


vínculo con el Otro, la institución y su papel en la constitución subjetiva.

MÁS ALLÁ DEL ACCIDENTE


Decir que, para llegar a entender las Causas Humanas de los accidentes, hay que
primero hacer el pasaje hacia la causa singular, no hace referencia a que convertiremos el
estudio de los accidentes y su prevención en un problema psicoterapéutico y mucho menos
personal.
Es un cambio de visión entender lo que queremos decir con este Más allá del
accidente y no les parecerá extraño que este más allá lo hayan leído en otras ocasiones y
suele tener dos grandes acepciones que son las que se suelen usar en psicoanálisis y que
intentaremos articular aquí también.
Primero suele referir a algo que queda por fuera, un más allá de lo que vemos,
oculto tal vez detrás de aquello que se nos presenta fácilmente a la vista. Plantear que hay
un más allá nos obliga a no quedarnos en la visión cómoda de los acontecimientos. Más
necesario se vuelve esto en el caso de los accidentes, que suelen tender a generar muchas
hipótesis sin tener que tomarse el trabajo de levantar la vista y percibir que algo suele
quedar oculto por el velo de la tragedia.
Demás está mencionarlo, que esto que queda oculto hace referencia a lo que ha
quedado en el inconsciente y que suele demandar, por tanto, una formación especial para
poder comprender los contenidos en juego a la hora de evaluar un accidente, implementar
acciones frente al mismo y prevenir hechos futuros. Más si entendemos que la institución
representa la parte de nuestra psiquis más indiferenciada y nos es accesible a partir del
sufrimiento que experimentan los sujetos en ella comprometidos.
Esto es lo que nos conduce a la segunda acepción, y es que eso que permanece en
el inconciente a la espera de ser articulado (nunca pudiendo serlo del todo) es algo que
pertenece al orden del determinismo, de lo que sostiene y crea ese suceso, conduce al
individuo al accidente y reduce la posibilidad del azar.
Eidelsztein hace referencia a estos puntos en más de una ocasión:

…cada vez que Lacan utiliza la noción de “más allá” está trabajando la metáfora freudiana de
la determinación: el “más allá” será determinante. (1993, p. 122)
“Más allá” quiere decir algo distinto de “al lado del Principio del Placer”, que es una forma
posible de entenderlo, “más allá” establece la determinación de algo sobre otra cosa. Se
suponía que lo determinante por excelencia, lo que dominaba toda la vida psíquica del ser
humano, era el Principio del Placer, el equivalente al Soberano Bien; “más allá” quiere decir

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que este principio se haya a su vez determinado, que hay algo que no está determinado,
comprendido, dominado por él, sino que, a la inversa, ese otro factor pasa a ser el elemento
determinante fundamental; en el texto de Freud se trata de la pulsión de muerte. (2008, p. 64
– 65)

¿Quién desearía accidentarse? Preguntaría cualquiera al que intentáramos


confrontarlo con la posibilidad de que haya un deseo, una más allá de la demanda (esa que
queda articulado por el lenguaje y por el principio del placer) que lo lleve a accidentarse.
Esta articulación con la pulsión de muerte nos muestra que, además de haber un
determinante inconsciente, este accidente implica la posibilidad de una satisfacción
pulsional en él.
Por lo cual, antes de clasificar y entender las causas humanas, debemos dirigir toda
la mirada de nuestro estudio hacia este hecho de que hay algo que causa la conducta, que
determina la posición desde la cual el sujeto (asunto – articulación simbólica) actúa, trabaja,
sufre y se accidenta.
Esta noción es la que pone en duda, habiendo encontrado aspectos de cronicidad o
rasgos de predisposición a los accidentes en los sujetos involucrados, la idea de suceso
desafortunado que ocurre inesperadamente.
Aún así, debemos entender que la conciencia nunca está preparada para lo que los
estratos profundos de su psique le condicionan a hacer y, menos aún, para las situaciones
que llegan sin previo aviso, aunque haya sido el propio inconsciente quien nos pone en
dicha situación.
Freud (1920) nos ilustra como los traumas se forman a partir de enfrentar una
situación de terror, donde a falta del apronte angustiado, los sistemas no están en buena
situación para ligar los volúmenes de excitación sobrevivientes. Define así el apronte
angustiado como la última trinchera y nos hace entender la importancia de ligar, a través de
la angustia, los hechos traumáticos que pueden ocurrir en el ámbito laboral y contenerlos,
dentro del marco institucional, para que esa angustia surja y cumpla con su objetivo.
Sin embargo, esto no nos puede llevar hacia la idea que se ha vuelto tan popular de
adjetivar de “inconciente” a todas aquellas acciones de las que no se quieren
responsabilizar los involucrados.
Maier nos plantea una posición digna de analizar:
Las excusas no son causas
Muchos de los así llamados propósitos o razones de la conducta son justificaciones más que
causas.
El psicólogo no puede correr el riesgo de usar tal material para basar en él un análisis de la
conducta. Por esta razón prefiere analizar los datos de la situación y de la conducta en lugar

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de confiar en los informes de las personas cuando desea conocer las razones reales que
están detrás de la conducta del hombre. (1960, p. 47)
El accidente es un hecho desafortunado del que debemos responsabilizarnos y que
si, frente a acciones concretas y efectivas de planes que involucren una mirada profunda de
la CAUSA que subyace en los accidentes (como en toda conducta humana), de todos
modos, “ocurren” inesperadamente. El paso siguiente y necesario es hacia la mirada
institucional. El azar, rodeado de muchos inconscientes articulados en la misma, es posible
solo en el registro imaginario.

EL HECHO INSTITUCIONAL Y LA CAUSA SINGULAR


Retomo aquí la idea que Lacan dijo en uno de sus escritos, al respecto de la
Alienación y la Separación que son: “las dos operaciones fundamentales en que conviene
formular la causación del sujeto” (1966, p. 798) y, teniendo en cuenta que se trata,
precisamente, de entender la causación, utilizaré un artificio parecido.
La dinámica inconsciente de las instituciones, en la que aparece el hecho institucional
como origen de la singularidad del individuo frente a la institución (Otro), es la mirada en la
que conviene formular la causa que subyace en todos los hechos que de éstos derivan y
que componen el actuar cotidiano de toda organización y, entre los mismos, los accidentes.
La propuesta, siempre que se aborda a una institución, es mediante el pasaje de la
mirada singular a la social, de lo particular a lo institucional. Bleger plantea el método clínico
para ello (Bleger, 1986) y Kaës nos propone esta mirada más profunda y que nos permite
entender también al accidente como un hecho institucional (Kaës, 1989, 1998).
Todo lo que funciona dentro de la institución lleva consigo la causa que los atraviesa
(el agujero sobre el que se construye el cañón) y nos abre el abanico de posibilidades para
actuar sobre las formaciones intermediarias, los síntomas de sufrimiento, las dificultades
para pensar la institución y demás conceptos muy ricos que no son el contenido propio de
este trabajo, pero que, seguramente el lector ávido de conocimiento, querrá consultarlo.
Por lo demás, lo que queda por entender en los accidentes es el sufrimiento que
subyace en el vínculo con la institución y que lo ata, lo sujeta a ese suceso no desprovisto
de causa y tampoco de causas.

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LAS CAUSAS HUMANAS


1 – LA INSTITUCIÓN EN PARTICULAR
Cuando nos trasladamos del agujero al hierro para formar el cañón, no podemos hacer
el pasaje directo hacia el individuo, sin detenernos en la institución en particular en la que
ocurren los accidentes.
Los tópicos que plantea la psicología son los que permiten conocer una institución y su
funcionamiento y comprender su participación en los acontecimientos.
Estamos llevados a pensar que un accidente es un suceso contrario a los deseos de la
institución en la que ocurre, que no querría otra cosa que el bienestar de sus empleados y
también percibir ganancias, las que se ven afectadas por los costos que implica un
accidente. Pero estas dos variables que hemos mencionado suelen entrar en contradicción
permanente y surge el término intermedio: los costos de un ambiente laboral sano y de
empleados motivados y saludables, es decir, el costo de una psicohigiene bien
implementada.
Es por esto por lo que, cada institución con su funcionamiento particular (cultura
organizacional, estructura formal e informal, sistema de administración, estilo de liderazgo,
sistemas de recompensas y castigos, programas de crecimiento, visión de hombre, etc.) va
a determinar el tipo de accidentes que ocurren e, incluso, la frecuencia de estos.
Por lo antes dicho podríamos identificar las siguientes causas humanas derivadas del
funcionamiento de la institución:
1. De funcionamientos sanos
2. De funcionamientos patológicos
En el primer caso nos encontramos con factores que suelen ser comunes a todas las
instituciones, en cuanto a que no constituyen un modo de funcionamiento sintomático:
horarios de trabajo, jornadas laborales, condiciones atmosféricas, iluminación, ruido,
temperatura, organización social, entre otros.
En el segundo de los casos entran otro tipo de funcionamientos que generan un plus
de sufrimiento y que se relacionan con grados de dinámica más propios del conflicto o
dilema y suelen surgir patologías institucionales como el burnout o el mobbing (o
enfermedades de riesgo psicosocial). Así como también las que surgen de aspectos
particulares de sufrimiento institucional que no está pudiendo canalizarse y ha empezado a
generar conductas sintomáticas y síntomas de sufrimiento.
En ambos casos, se observa la influencia de la estructura y dinámica institucional en el
origen, en el lugar de la causa.

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2 – LA CONFIGURACIÓN PSÍQUICA INDIVIDUAL Y PARTICULAR


DEL SUJETO
Pese a que el título parece denotar que volveremos al paradigma individual, no es el
caso. La mirada institucional no suprime lo que sobre constitución de la psiquis y de la
personalidad hemos ido aprendiendo los que nos dedicamos a la psicología. Es la mirada la
que se hace abarcativa al grupo y a los fenómenos de la grupalidad y a los individuos
integrantes.
En la prevención de accidentes es fundamental comprender el papel que el grupo
ocupa, pues es un continente de cada caso particular: del que llega cansado por haber
tenido una mala noche, del que anda anclado en otros problemas y no está pudiendo
prestar la atención necesaria, de aquellos que ya no asisten con el mismo entusiasmo a
desempeñar su tarea, de aquellos que no tienen los mismos reflejos que otros, de aquellos
que están padeciendo algún dolor físico o transcurriendo un momento de dolor emocional.
Debemos abordar al grupo desde una mirada grupal, pues este continente del individuo se
va a ver dañado frente al accidente de uno o más de sus miembros.
Las causas que hemos mencionado anteriormente se agrupan bajo el título de
circunstanciales, ya que devienen de una circunstancia o contingencia o momento
determinado, más que de una predisposición por parte de la persona que sufre el accidente.
Como ya lo mencionamos, esto no nos exime del trabajo de comprender aquello que
actúa como causa en cualquier sujeto del lenguaje y no solo de aquellos con estructuras
psíquicas y rasgos de personalidad que agrupamos bajo el término de causas crónicas:
rasgos obsesivos, fóbicos, psicopáticos y personas que estés atravesando una carrera
alcohólica.
El abordaje a los grupos que integran la institución, con el objetivo de prevenir
accidentes o de enfrentar las consecuencias de un accidente ocurrido, debe comprender el
papel preponderante que ocupa el grupo en la existencia misma de la institución y es por
eso por lo que las ciencias humanas deben ganar terreno a las económicas en lo que a la
labor del departamento de recursos humanos se refiere y esto va a depender de la
posibilidad actuar sobre la causa y no sólo sobre las causas. Abordar el vacío antes de que
se materialice en accidente,
Un programa de salud completo debe estar orientado, primero, a promover la salud y
luego a actuar sobre la prevención de los accidentes.
En términos de Bleger (1986):
- Promoción
- Prevención
- Diagnóstico

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- Tratamiento
- Rehabilitación
Es el orden en el que conviene formular los objetivos del trabajo en las instituciones
si queremos abordar eficazmente la problemática de los accidentes.

LA INSTITUCIÓN ACCIDENTADA
Jugando un poco con la noción de sufrimiento institucional que nos plantea Kaës, en
donde no es la institución la que sufre, sino que sufrimos los sujetos en nuestra relación con
ella, es que he considerado oportuno la inclusión de este nuevo concepto.
Es claro que la institución no se accidenta del modo que lo hacemos los sujetos y, si
un terremoto destruye una fábrica, en todo caso el daño físico lo recibe la organización y
sus instrumentos, más que la institución.
Pero para abordar este tema, nos vamos a ir a la noción de Discurso de la Institución,
tal como lo plantea Imperiale (2004) y que nos va a facilitar entender la red que teje la
institución y que nos vincula en este hecho accidentado a todos los que están atravesados
por la misma. Lo que se plantea es que la institución produce permanentemente un discurso
acerca de ella misma, se hace sujeto de su propio discurso y siempre se habla de y sobre la
institución.
Es, a partir del discurso de la institución (continente del grupo, que es continente del
sujeto), que el sujeto queda sujetado a la misma y nombrado en dicha trama. El sujeto pasa
a pertenecer, a ser parte de la institución y pierde cierta autonomía para nombrarse fuera de
ella.
Cuando un accidente, que como vimos tiene una causa que conviene formularla en
términos del hecho institucional, ocurre en la institución, se pone en juego este aparato que
nuclea a los sujetos que en ella se encuentran sujetados. Mientras una tela permanezca
cocida, no voy a poder tirar de un solo hilo sin que se mueva todo el conjunto.
La institución, para bien o para mal (determinado esto por su funcionamiento sano o
patológico), es quien va a poder simbolizar un hecho desafortunado que ha ocurrido a sus
integrantes y quien va a permitir o no, mediante el buen estado de su función metafórica, el
re-tratamiento de la energía puesta para resolver la angustia instaurada de vuelta al
cumplimiento de los objetivos de la institución.

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LOS DISPOSITIVOS PSICOLOGICOS DE SEGURIDAD EN EL


ESPACIO INSTITUCIONAL
Para abordar los dispositivos de seguridad psicológicos he considerado volver a los
aportes de Maier (1960), quien propone particularmente cuatro dispositivos y que tienen la
función de actuar sobre la voluntad del sujeto.
Entendemos que, para aquellos dispositivos de seguridad materiales que se
consideran “desligados” y que, por ello, dependen de la voluntad de los trabajadores el
utilizarlos o incluso el utilizarlos bien, es que recurrimos a dispositivos psicológicos con el fin
de actuar sobre dicha voluntad y orientarla hacia conductas seguras.
Por supuesto, todo esto no sucede fuera del ámbito institucional y poder contener en
ella las conductas de sus miembros para poder guiarlas requiere articular los conceptos que
venimos trabajando: causa singular y por lo tanto inconsciente, diferenciar causa (origen) de
consecuencia (accidente) y el rol que tiene la institución en la determinación de la conducta
de sus miembros.
La institución, al atravesar a sus miembros y mantenerlos sujetos a un funcionamiento
particular y, al mismo tiempo, sujeto de por sí (al lenguaje), es la que le da un marco y
contexto al actuar de los sujetos y así surgen cuatro FORMACIONES INTERMEDIARIAS
(Kaës, 1989), encargadas de instaurar y mantener el espacio institucional donde sucede la
vida institucional misma y donde los sujetos encuentran un marco para actuar y le brinda un
sistema de significados a los sucesos que allí acontecen.
Así, los dispositivos de seguridad psicológicos se correlacionan con las formaciones
intermediarias de una forma muy necesaria y respondiendo a la lógica que venimos
sosteniendo: entender los sucesos de adentro hacia fuera.
Así se puede observar que las formaciones intermediarias, responsables de mantener
la ligazón dentro de la institución y posibilitar la convivencia de los distintos sujetos y
lógicas, son las que permiten la existencia de los dispositivos psicológicos y estos, a su vez,
tienen como papel fundamental el mantener en buen estado a las primeras. Se influyen
mutuamente.

EL grupo como comunidad de cumplimiento de deseo y de la defensa:


Comité de seguridad
El grupo surge como ese espacio formado por los sujetos en el ámbito institucional,
por lo que no pertenecen ni a uno ni al otro, sino a la relación entre los dos. Permite que los
sujetos pongan en común sus deseos y consigan medios para conquistarlos. Permite la
socialización y que los sujetos queden ligados a la institución. Al mismo tiempo, la
emergencia de los deseos de cada uno de sus integrantes hace de límite a la posibilidad de

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la satisfacción plena de cualquiera de ellos, los defiende contra esa plenitud que es del
orden del goce.
Esta es la formación que posibilita el agrupamiento, que el sujeto busque ser parte de
un grupo en la institución, pueda poner de sí y dejarse influencia por el mismo. Así surge el
COMITÉ DE SEGURIDAD como el dispositivo que utiliza al grupo para formar a los obreros
y descubrir a los descuidados y a los riesgos en potencia. La presión social que ejerce
impopulariza al trabajador que no quiere utilizar las medidas de seguridad.

Renuncia pulsional y advenimiento de la comunidad civilizada:


Campañas y carteles de seguridad
Entendemos que vivir en comunidad – así como lo vimos anteriormente con el grupo –
implica que renunciamos a la posibilidad de la realización plena de nuestros deseos y esta
renuncia parcial o acotamiento de la satisfacción nos posibilita una cuota de seguridad,
pertenencia que, de otro modo, sería imposible. Cuando las reglamentaciones que regulan
el espacio institucional faltan, prevalece la arbitrariedad del sujeto singular (emergencia de
pulsiones sexuales y agresivas) y esto pone en peligro la vida institucional.
Estas CAMPAÑAS Y CARTELES DE SEGURIDAD responden a un problema de
educación, según Maier (1960). Esto hace referencia a que, no sólo hace referencia a lo
que los sujetos deben hacer y cómo, para que su actuar sea seguro, sino que también
conllevan el mensaje institucional, lo que esta valora y aquello que no y, por lo tanto, tiene el
sentido de reforzar aquello que los integrantes deben renunciar para pertenecer a la misma.

El contrato narcisista: motivación de la seguridad


La institución sólo puede brindar seguridad, contención y significados a aquellos que
ocupan el lugar que le corresponde dentro de ella, que se integran y se apuntalan en la
misma. El sujeto sostiene sus ideales en ella y la posibilidad de pertenecer como algo que
sostiene sus identificaciones. El sujeto queda apuntalado por esta institución en la que
puede realizar algo de su deseo y mientras sienta que es posible.
La MOTIVACIÓN DE LA SEGURIDAD es la tarea del psicólogo que va dirigida
directamente a mover el deseo del individuo, a generar en él el deseo de que su actuar y el
de sus compañeros sea seguro. Lo compromete con el fin general, sin dejar de lado su
beneficio individual en este proceso. Requiere conocer a los integrantes y articular ese
conocimiento en una estrategia, la cual represente una posibilidad de realización para los
trabajadores. Para que la seguridad se constituya en un incentivo tiene que,
necesariamente, cumplir una condición: satisfacer una necesidad del sujeto.

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El pacto de negación: hábitos de seguridad


Dicho pacto es una protección y una defensa. Condena al destino de la represión, la
forclusión y la renegación todo aquello capaz de cuestionar la formación y el mantenimiento
del vínculo. Aquello que ha quedado desligado, denegada su posibilidad de entrar en el
imperio del principio de placer, pone en riesgo a la institución (a su existencia). Es un pacto
cuyo enunciado nunca se formulo, porque implica la existencia de una renuncia y de algo
que, frente a cualquier satisfacción, algo debe quedar insatisfecho. Es condición de
existencia, de deseo, que algo va a quedar siempre en el plano de la represión. La
diferencia, lo conflictivo, lo originario reprimido, la parte de la satisfacción pulsional que
renunciamos.
Los HÁBITOS DE SEGURIDAD permiten que aquellos movimientos que no se
relacionan con el trabajo y que exponen al sujeto a lesionarse se puedan eliminar. Siempre
nos topamos con eso que queremos destituir, suprimir de nuestra realidad, y que tiene su
correlato en el inconsciente y, por tanto, va a pulsar siempre por salir. El automatismo que
implican las conductas que se han vuelto hábitos, permiten que el sujeto descanse en esa
seguridad, en la seguridad de que no se enfrenta constantemente con la elección en la que
eso va a compulsar por salir.
El concepto de Función Metafórica de la institución como la plantea Kaës, podría
pensarse en función del fantasma, como el correlato en la estructura individual de un sujeto.
Esto debido a que le permite a la institución cierta flexibilidad y tolerancia de diferentes
lógicas y discursos que se ponen en juego en la misma.
En situaciones negativas o angustiantes asaltan al individuo, es el fantasma el que
sale a darle una significación y lo integra a la trama, al guión de vida de la persona. La
función metafórica tiene la misma misión dentro del ámbito institucional.
Ligar elementos diferentes en un mismo ámbito implica una doble lógica: si existe es
porque hay una ruptura, una separación, son elementos diferentes que coexisten y no una
sola unidad; y, al mismo tiempo, viene a tejer una trama en la que volveríamos a ser parte
de ese todo a través del discurso y el deseo, que se sostiene por este mismo mecanismo:
fantasma en el sujeto singular, función metafórica en el espacio institucional.
Por estos dos recursos, es que el sujeto queda integrado en una trama institucional y
así, sujeto e institución, se influencian mutuamente, en lo bueno y en lo malo, en lo sano y
en lo patológico, en lo creativo y en lo destructivo.
Así, casi todos los fenómenos que tratamos de entender en el ámbito laboral-
organizacional quedan enmarcados dentro de la institución: la conducta del sujeto en el
trabajo, los sistemas de autoridad y los liderazgos, las estructuras formales e informales, la
cultura organizacional, las dinámicas, los procesos de vinculación y desvinculación, las
estrategias de motivación, la prevención de accidentes, etc.

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Podemos pensar en un quinto Dispositivo de seguridad psicológico, no planteado por


Maier, pero que siempre se plantea al hablar de prevenir accidentes y es un correcto
Proceso de Selección de Personal: donde éste se articula en función del discurso de la
institución y lo que esta pone en valor en los sujetos que desea que ingresen. No tiene un
mero valor utilitario, en cuanto que hay una función vacante a cubrir, sino que implica a toda
la institución en tanto a su Cultura Organizacional, su Grado de dinámica y, más
particularmente, la relación entre las características del puesto de trabajo (que puede
implicar riesgos) y las características psicológicas del postulante. Por lo cual, hay que
esforzarse porque el proceso se realice de una manera que refleje lo que queremos que
refleje, mediante la utilización de los métodos necesarios. No se puede hacer a medias,
pues los riesgos son altos.

EL TRABAJO DE MUERTE DE LAS INSTITUCIONES Y EL


ESTADO ACTUAL DE LA LEGISLACIÓN LABORAL
“Si no estuviéramos sólidamente apoyados en la certeza de que hay un fin, ¿acaso
podríamos soportar esta historia?” Jacques Lacan (1972)

“Trabajar es ante todo fracasar.” Christophe Dejours (2015)

Pese a que las frases con las que he decidido empezar este apartado no parezcan
muy esperanzadoras, dan una perspectiva más completa de los temas que requieren ser
abordados: la muerte y el fracaso.
Estos son tal vez dos de los temas más fundamentales a la hora de comprender el
trabajo y el vínculo con la institución en el que se desarrolla, porque, en esencia, las
instituciones son articuladoras de la vida y de la muerte.
Advertimos con el psicoanálisis que aquello que mueve el deseo es también lo que
nos habla de la muerte. Aquellos que nos atraviesa y nos permite dar significado a nuestra
existencia es, también, lo que marca un límite a la misma.
La primera institución que atraviesa al hombre (y no que atraviesa el hombre) es el
lenguaje: a través de ésta estamos castrados para bien y para mal: pasamos a ser sujetos
del deseo y surge la finitud como la única certeza en la vida.
A partir de que perdimos eso que nunca tuvimos (el instinto) es que surge la pulsión y
la compulsión, la fuerza que nos mueve hacia una satisfacción siempre parcial del deseo,
pero queriendo siempre aspirar al todo.
¿A qué viene tanta introducción? Continuaré la frase de Dejours:

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Trabajar entonces es primeramente fracasar. Luego es mostrarse capaz de soportar el fracaso,


tratar otros modos, volver a fracasar, volver a la obra, no abandonarla; pensar en ella fuera del
trabajo. (2015, p. 53)
El trabajo de la pulsión es devolver siempre algo del saber que perdimos junto con el
instinto. Pero, en realidad, no sabemos, sino que vamos aprendiendo y aprehendiendo. El
encuentro con el trabajo y con la institución, nos deja como resto un saber a medias que
nos va a llevar a querer siempre más (pulsión de vida), casi tocando el peligro de tenerlo
todo (pulsión de muerte).
Ya que el deseo es el motor de la vida, la satisfacción plena del mismo nos enfrenta a
la muerte. El trabajo vivo como lo nombra Dejours (2015), implica primero el encuentro con
lo real, es decir, perder esa posibilidad de satisfacción plena. Primero la frustración y, luego,
la posibilidad de una satisfacción.
De aquí en más, si algo podemos llegar a satisfacer, va a ser a través de la fuerza
pulsional con la que vamos al encuentro del mundo, siempre parcial (insatisfecha) y, por lo
tanto, indestructible.
El papel que juega la parcialidad en la vida institucional tiene que ver con un equilibrio
de fuerzas necesario para la existencia: vida y muerte, satisfacción y sufrimiento, placer y
displacer; es la elección dicotómica y forzada que nos enfrenta siempre a perder algo para
ganar otra cosa y quedan proyectadas, sobre el mismo objeto, lo que gano y lo que pierdo.
Cabe aclarar, que eso que se pierde, cumple un rol central en psicoanálisis. Desde la
articulación que hace Freud (1895) del objeto perdido (donde nace el deseo), a través del
resto insatisfecho de la repetición de la vivencia de satisfacción; pasando luego a Lacan
(1962) que nos plantea ese objeto como perdido por estructura, este objeto a que surge del
vel(o): de esa elección forzada que data del nacimiento del sujeto al lenguaje y, por lo tanto,
a la parcialidad de la vida.
Por eso la cita de Lacan nos advierte que el rol que juega la muerte (la finitud de la
existencia) es la de permitirnos sostener nuestra historia, la vida: el valor que tiene todo, a
costa de que algún día se termine. Lo que le da valor a la vida, es lo que le pone un límite a
la misma.
Pero el dilema de muerte, con el que nos enfrentamos en las instituciones, no es sólo
la parcialidad de la satisfacción, sino las formas que puede tomar lo no satisfecho, cuando
la dinámica de esta no permite retratarlo y darle el lugar y el valor que le corresponde.
Dejours (2015) plantea un pasaje que observamos también en Bleger (1966), con
respecto a descentrar la atención de la patología para tratar de abordar la salud, cuando
todavía la hay. Pero la posición del primero es más enigmática que la del segundo. Para
Dejours la normalidad – en tiempos de enfermedad – es un enigma que hay que estudiar:

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“La “normalidad” es la que se convierte en enigmática. ¿Cómo hacen para no enfermarse?”


(2015, p. 48)
Hace ya tiempo que entendemos (probablemente sólo desde lo consciente) que, frente
a una situación de angustia o dolor o estrés sostenido en el que no podemos implementar la
vieja y confiable acción de huida, lo normal o sano es enfermar. Quiere decir que
comprendemos el papel del goce en la enfermedad, cuando las condiciones dictan que uno
debe enfermar.
El papel de la pulsión de muerte parece ser concebido dentro de esta normalidad en la
vida institucional. Se nos apuntala en placer y realización cuando el contexto así lo
posibilita, y en sufrimiento y síntomas cuando el contexto no es propicio. Algunos dirán que
es envidia de una persona enferma hacia una sana, pero es más bien una situación
ominosa el ver a una persona sana en una institución enferma, el ver salud mental de parte
de una persona que está sujetada y atravesada por una institución que enferma, que sufre,
a la cual pertenezco y por la cual yo sufro.
Trataremos de definir el papel que cumple la pulsión de vida dentro de la institución:
es quien vincula a los sujetos entre sí, es capacidad metafórica que permite la reunión de
elementos heterogéneos bajo un ideal narcisista de completud, es socialización y
compañerismo, es contención, es cultura organizacional y, por lo tanto, significación de los
sujetos dentro del entramado institucional.
Tan tangible como que esa completud imaginaria se perderá, es que surge la pulsión
de muerte en una eterna compulsión a la repetición en busca de ese estado pleno: está
presente en lo que perdemos por pertenecer al vínculo, está en la base de la metáfora (lo
que nos re-enfrenta a lo castrado, a lo real), es lo que hace síntoma cuando la pulsión de
vida no logra sostener la promesa ilusoria de completud y permite hacer síntoma con el
sufrimiento institucional en los momentos de crisis, cuando aún hay dinámica con la cual
trabajar.
Sufrimos porque esperamos la realización de una promesa de plenitud y la institución
siempre nos devuelve solo una parte de eso que entregamos y, para colmo de males, en la
actualidad aún se sostiene la idea de que el empleado está en deuda con el empleador.
La pulsión de muerte es la fractura de ese orden, donde emerge algo que el pacto de
negación intentaba mantener en lo oculto: que la promesa de completud implicaría, en el
imaginario caso de que se cumpliera, la muerte.
Al igual que en el centro de los tres registros, el objeto a también hace de límite a las
pulsiones y las mantiene parciales, por lo que nunca hay un exceso de amor ni de agresión.
La renuncia a la plena satisfacción de ambas es a lo que debemos renunciar para que
advenga la comunidad civilizada.

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Aún así, lo que debe trabajar la institución para un funcionamiento sano, es que tanto
lo que es Eros (pulsión de vida) como lo que es Thanatos (pulsión de muerte) en el vínculo
institucional, ofrecen una satisfacción a las pulsiones. Tanto en la realización personal como
en el síntoma, así en el placer como en el sufrimiento, algo de nuestro singularidad está en
juego y el trabajo permite un lugar y en él una actividad donde esto surja y se articule. Como
es el caso del accidente.
Al igual que en el juego infantil del Fort-da, en el cual Freud (1920) nos indica la
necesidad, desde los primeros años, de repetir aquello que nos causa displacer para poder
tramitarlo, también en el vínculo con las instituciones es el papel de la pulsión de muerte la
que nos pide trabajo, tramitación, articulación para poder seguir perteneciendo a la misma.
Cuando no se logra, se vuelve síntoma y el síntoma se vuelve accidente, cuando este se
convierte en el carretel que arrojo para volver activo algo que sufrí pasivamente.
Precisamente, Kaës surge dentro de los autores que trabajan en torno a la pulsión de
muerte. Se puede observar, en su concepción de las formaciones intermediarias, un intento
por explicar las defensas frente a lo negativo que pone en peligro la vida institucional,
permitiendo así el surgimiento de lo positivo que remite a la vida dentro de la misma.
Nuestro sistema legal actual, muy precario aún, no logra dar respuestas a muchas
situaciones laborales que se generan en el vivir cotidiano y donde los accidentes – eso que
pone en peligro la vida y la capacidad de las personas – son los que más nos lo
manifiestan.
Las ART, las Superintendencias de riesgos de trabajo, las Aseguradoras y las
legislaciones laborales (en su estado actual) son instituciones que muestran sus
limitaciones diariamente en el caso por caso de las empresas (institución en particular) y de
los empleados de estas (constitución psíquica individual y particular del sujeto).
Aún hoy, las instituciones que deben hacer cumplir las leyes (dando protección a los
derechos y haciendo cumplir las obligaciones de cada una de las partes en el contrato)
conservan un poco del caos, de aquello indiferenciado en el que las pulsiones de vida y
muerte no se logran diferenciar del todo.
Uno creería que es muy fácil saber cuándo amamos y cuándo odiamos, cuándo
trabajamos con placer y cuándo sufrimos a causa de nuestro trabajo. Pero había un viejo
dicho que rezaba: los trabajadores quieren que les paguen más y trabajar menos y los
empleadores quieren que trabajen más y cobren menos.
Las expectativas de cada parte nunca coinciden del todo, y me remito aquí a la noción
de contrato psicológico como un malentendido vincular al que me dediqué en otro momento
(Caba, 2015); y esta diferencia hace cada vez más necesaria la emergencia de una
regulación que permita a ambas partes tramitar aquello que deben renunciar, a causa de la
dependencia mutua propia del vínculo: los empleados necesitan empleadores y viceversa.

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Aún no hay leyes que protejan a los empleados que no defienden sus propios
derechos: exceso de horas de trabajo a cambio de una compensación monetaria y/o
reconocimiento, miedo a ejercer sus derechos por creer que la ley siempre va a estar del
lado del empleador o que este tiene un poder extra-ley que le permite hacer lo que quiere o,
lo más elemental, no instruirse sobre sus derechos o confiar de la buena fe de los contratos
o cláusulas de palabra. En un nivel anímico, los trabajadores creen que ésto es pulsión de
vida, que está bien hecho y lo defienden de cualquiera que le diga lo contrario.
Esta supuesta pulsión de vida es oro puro para aquellos empleadores que requieren
de empleados poco instruidos, necesitados de reconocimiento y/o dinero – y que no sepan
que pierden más de lo que ganan en esa transacción – y, fundamental, que haya un sistema
legal precario que les permita este actuar.
Lo que se mezcla en este caos, es que las instituciones que posibilitan este
funcionamiento patológico son las que motivan el surgimiento de la pulsión de muerte por
parte de sus empleados ya que, incluso, premian a quienes van a trabajar enfermos y que
nunca presentan un parte de enfermo o nunca se toman sus vacaciones. Refuerzan sus
narcisismos para que atenten contra su propia salud.
También debemos entender que las legislaciones actuales también son fruto de las
generaciones que las redactan y las tratan en las cámaras, donde los mandatos
superyoicos aún se hacen escuchar: la idea siempre castrante de estar en deuda con quien
nos contrata, que se puede juzgar buena persona a alguien por tener trabajado y que hay
que conservar los trabajos a toda costa.
Aquello que es placer, puede volverse goce si se excede y la pulsión de muerte surge
en ese exceso. Freud (1920) las define bajo este término, pues en ella entrarían todo tipo de
síntomas de sufrimiento institucional, entre los cuales los accidentes laborales encabezan
hoy la lista, junto con el estrés y el mobbing y ponen de manifiesto los límites del sistema
legal y su dificultad para establecer un marco regulatorio que no ubique siempre la culpa en
una parte o en la otra; o no deje desprotegido siempre a una parte o a la otra; o, sobre todo,
un marco en el que, tanto sujeto como organización puedan apoyarse y sentirse contenidos.
Que la huelga sea un derecho inherente al trabajador y que, por lo menos en la cultura
de la República Argentina, ésta haya tomado la forma habitual de “no trabajar”, debe ser
una paradoja que nos tenga en vela hasta entenderla y comprender como prevenirla: la
huelga es un conflicto y pone de manifiesto una crisis. La violencia con que se presentan
hoy también deja a su paso trabajadores e instituciones accidentados. También hoy las
instituciones legales tienen sus intratables: trabajadores con discapacidades mentales a
nivel cognitivo (síndrome de Down y otros) o a nivel estructural (psicosis), personas que han
estados privadas de la libertad y, que más propio de este trabajo, personas que se
reincorporan después de un accidente que ha dejado huellas en su salud psíquica y/o física.

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Así como la institución es el continente del sujeto, las instituciones legales,


reguladoras del funcionar en un país, en una época histórica determinada, funciona como
continente de las instituciones, que sufren a su vez en su vínculo meta-institucional. Toda
acción instituyente debe venir cuando lo instituido ya ha agotado su potencial para brindar
seguridad y estabilidad al sistema. Hacer cambios nos lleva de nuevo a la cuestión de la
causa, al agujero del cañón.

A MODO DE CONCLUSIÓN
No quisiera concluir sin retomar a Dejours (2015), quien plantea la noción de trabajo
vivo, como una concepción diferente al del trabajo como un entorno, como un decorado, un
escenario, sobre todo diferente a una simple fuente de estrés. Pero considerar al trabajo
como algo sumamente influido por la singularidad de quienes lo conciben y ejecutan
(tomando estos dos términos casi como uno), requiere de entender lo siguiente:
Puede generar lo mejor y lograr en algunos casos que el trabajo se convierta en un medidor
esencial en la construcción de la salud. Pero también puede generar lo peor y conducir a una
enfermedad mental descompensada. (Dejours, 2015, p. 52)
Siguiendo esta concepción del trabajo y de la influencia de la personalidad de los
individuos en él, no podemos seguir hablando de los accidentes como algo que nadie
desearía. Esta es la propuesta que surge de la Causa Singular.
No podemos seguir escondiendo los descubrimientos del psicoanálisis sobre la
causalidad psíquica por creer que debemos adaptarnos a la mirada económico-conciente de
la empresa que, como institución comercial, tiene objetivos muy diferentes a los nuestros
como psicólogos.
Un accidente al igual que un acto fallido, un lapsus o un síntoma son actos plenos de
sentido desde el momento en que nuestro inconsciente causa nuestra conducta y este
inconsciente no nos pertenece en su totalidad, sino que le pertenece también al vínculo con
la institución. Es en la vida institucional y en su discurso que nuestro inconsciente se hace
escuchar y con más fuerza, cuanto más estancado puede estar nuestro deseo.
Cuando nos referimos a causa, sabemos que hablamos de objeto causa, ese objeto
que está en la génesis de la constitución subjetiva, que hace a lo singular y a la
determinación. Es la propuesta del psicoanálisis que plantea la clínica del objeto a: la
Clínica del Caso por Caso.
Ya habiéndonos ocupado como psicólogos durante muchas décadas de las fobias,
obsesiones, depresiones y psicosis y los síntomas que de ella derivan como fruto de un
inconsciente que busca una forma de expresar un conflicto o un deseo, debemos dejar de

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resistirnos al ámbito laboral e institucional, lejos del consultorio, donde tan cómodos nos
hemos sentido.
Una conducta de riesgo también es una forma en que nuestro inconsciente se hace
escuchar, se articula y cumple un deseo.

BIBLIOGRAFÍA
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