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Semana 2

Ética y Práctica Profesional

Unidad 3
La convivencia ética,
lugar por excelencia de
la concreción ética

Material compilado con fines académicos, se prohíbe su


reproducción total o parcial sin la autorización de cada autor.
3. La convivencia ética, lugar por excelencia de la concreción
ética
Desde el apartado anterior quedó claro que la ética se da no sólo en el comportamiento
individual, en las acciones que realizamos en busca de nuestro bien auténtico, sino tam-
bién en el de nuestro entorno y los que nos rodean. Así, la ética solamente puede mani-
festarse en toda su dimensión cuando se realiza en el plano de la vida social, y cuando
nos ayuda a resolver problemas relacionados con la forma en que interactuamos con los
demás.

3.1 La persona humana: un ser relacional


La persona humana es un ser relacional. La relación entre el individuo y la sociedad es
muy estrecha. El ser humano no existe sin la relación que mantiene con los demás que
le rodean. Es un ser social que, por más que a veces insista en no desear ni necesitar la
compañía de sus congéneres, la requiere como algo fundamental. Se han visto innume-
rables casos de gente que, estando aislada, disminuye gran cantidad de capacidades
mentales y neurológicas, e incluso su capacidad de reconocerse y distinguirse a sí mismo
se ve socavada.

Establecemos relaciones “uno a uno” con los demás y formamos vínculos con los grupos
sociales a los que pertenecemos, y para lograr comprender cómo ocurren estas relacio-
nes podemos explorar la forma en que se establecen mediante ritos, tradiciones o fór-
mulas de cortesía. A través del estudio y conocimiento de estas tradiciones, costumbres,
términos lingüísticos y muchos otros elementos, podemos comprender qué cosas son
las que tienen valor para un grupo determinado. Aquí la Antropología juega un papel
importante para la comprensión y el establecimiento de las normas éticas.

El punto es entender que la sociedad no existe independientemente del individuo. El


individuo vive y actúa dentro de ella, y para que ésta tenga significado y valor, debe sig-
nificar la combinación de individuos para el esfuerzo cooperativo, pues “esta visión, la
del ser relacional, busca reconocer un mundo que no está en las personas sino en sus
relaciones y que en última instancia elimina las delimitaciones tradicionales de separa-
ción” (Gergen, en línea).

Por otro lado, la sociedad existe para servir a las personas, y no al revés. Es importante
entender esto porque a veces parece que las personas se vieran obligadas a mantener
funcionando, de manera obligatoria, ciertos sistemas sociales, como si el ser humano
fuera su sirviente y no al revés.

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La religión es uno de estos sistemas que existen para brindar al hombre consuelo,
compañía, un sistema de apoyo espiritual, pero no al revés: el ser humano no es un
esclavo al servicio de una fe, como parece ser en algunos cultos y religiones.

La vida humana y la sociedad se han desarrollado históricamente a la par. El hombre


posee entre su arsenal de herramientas todo lo que necesita para poder vivir en grupo,
que se refiere a una serie de herramientas psicológicas, neurológicas y biológicas. Desde
nuestros ancestros más primitivos, hemos desarrollado, a lo largo de muchos siglos, las
habilidades que nos permiten convivir con otros: no sólo nuestro lenguaje verbal, sino
también, y sobre todo, el lenguaje corporal, instintos, sistemas de cortesía variados, nor-
mas y leyes que nos permiten habitar todos juntos de la forma más armoniosa posible:

El término “sociedad” significa relaciones. Los seres sociales, los hombres, expresan
su naturaleza creando y recreando una organización que guía y controla su conduc-
ta de muchas maneras. La sociedad libera y limita las actividades de los hombres y
es una condición necesaria de todo ser humano y la necesidad de la realización de
la vida. La sociedad es un sistema de usos y procedimientos de autoridad y ayuda
mutua, muchas divisiones de control del comportamiento humano y de las libertades.
Este sistema cambiante lo llamamos sociedad y cambia continuamente. La sociedad
existe solo donde los seres sociales se “comportan” unos con otros de maneras de-
terminadas por el reconocimiento mutuo (Hossain y Ali, 2014).

Pero no siempre ocurre así, la verdad es que la mayoría de las veces los seres humanos
encuentran la forma de complicarse la vida enfrentándose unos a otros por culpa de sus
egos mal diferenciados de su dignidad, cuando en realidad las relaciones interpersonales
implican conocimiento recíproco, comunicación, diálogo y la posibilidad de colaboración
o cooperación.

Entonces, la relación entre el individuo y la sociedad es, en última instancia, uno de los
más profundos de todos los problemas de la filosofía social. Es un asunto más filosófico
que sociológico, porque involucra la cuestión de los valores y de cómo éstos se articulan
para que el ser humano se relaciona.

Así, es importante comprender que la sociedad no existiría sin los humanos y vice-
versa. El humano que pretenda vivir absolutamente sin una sociedad que lo cobije,
¿puede seguir siendo humano? Es decir, sigue siendo un homo sapiens en cuanto a
que es la especie a la que pertenece, pero si el humano es un ser social por defini-
ción, no se le puede seguir considerando totalmente una persona, en el sentido de
que el término asocia su convivencia e integración con los demás.

Hay que tomar en cuenta también otro aspecto importante del ser relacional. Cuando el

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ser humano se entiende a sí mismo como un ser aislado, comienza a tener problemas
para encontrar sus sentido de vida. Claro que este sentido de vida puede (y debe) estar
puesto en nuestra autorrealización, pero sin que esa realización personal se enfoque en
algo que tenga que ver con ayudar a otros, corremos el riesgo de sentirnos solitarios y
vacíos:

En nuestra sociedad sufrimos mucho de soledad. Una parte importante de nuestra


vida es un intento por no estar solos: “Hablemos con los demás, hagamos cosas jun-
tos para no estar solos”. Pero inevitablemente estamos realmente solos en estas for-
mas humanas. Podemos disimular, podemos distraernos, pero eso es caso lo máximo
que podemos hacer. Cuando se trata de la experiencia real de la vida, estamos muy
solos, y esperar que alguien haga desaparecer nuestra soledad es pedirle demasiado
(Gergen, en línea).

Pero cuando el ser humano actúa para ayudar a otros, su sentido de vida cobra una nueva
dimensión. Ya lo decía Viktor Frankl cuando ayudaba a las personas a encontrar su senti-
do de vida después de haber pasado por experiencias terribles, como los sobrevivientes
del Holocausto. Agregaba que para él su sentido de vida estaba en ayudar a los demás
a encontrar su sentido de vida, y eso lo enriquecía mucho porque es precisamente en el
ser relacional que el ser humano adopta su responsabilidad de vida y encuentra, por lo
tanto, el sentido.

La sociedad se ha convertido en una condición esencial para que la vida humana surja y
continúe. La razón es que somos el otro: cada ser humano está en estrecha relación con
sus semejantes. Martin Buber así lo expresa cuando habla de que el ser humano, si bien
ha creído estar solo, sin dios, en varias etapas de su vida, se tiene a sí mismo. Solamente
en el reconocimiento del yo en el otro es que me llamo persona.

Así, atribuimos dignidad personal o valor a las personas debido a que en la relación que
cada uno de nosotros mantiene con los demás existe la presencia de otra persona. No
podemos simplemente abstraer lo que se llama “la persona”. Estamos hablando de una
realidad en la que las personas entran en la experiencia, la aspiración, el sentido del yo,
de los demás.

Referencias
Gergen, K. (2016). El ser relacional. Más allá del yo y de la comunidad. NY: Desclée De Brouwer.

Hossain, F. and Ali, M. (2014). “Relation between Individual and Society”, en Open Journal of Social Scien-
ces, 2, pp. 130-137.

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3.2 Exigencias éticas de la relación interpersonal.
El bien común
Uno de los aspectos más importantes de la ética como ciencia que se ocupa del bien
hacer entre las personas y hacia ellos mismos es la cuestión del bien común. Muchas
de nuestras decisiones se basan en lo que está bien para nosotros, pero no tomamos
en cuenta si esa decisión que nos conviene es también algo conveniente para los
demás. Aquí debemos hablar del concepto del bien común, aquello que beneficia a la
sociedad como un todo, en contraste con el bien privado de individuos y de sectores
reducidos de la sociedad.

Si bien no se ha trabajado siempre bajo el mismo concepto, la idea del bien común existe
desde la era de las antiguas ciudades-estado griegas, y su uso se extiende hasta la filo-
sofía más reciente. Platón lo abordaba en sus trabajos, y Cicerón hizo de este tema uno
de sus estandartes favoritos en sus famosos Discursos.

Ejemplo:
Pensemos en países altamente industrializados, como Alemania o Francia, donde
el individuo lucha colectivamente por sus derechos, pues sabe que si renuncia
a la comodidad individual del silencio logrará un bien común mucho mayor que
el individual. En efecto, la noción del bien común niega que la sociedad esté
compuesta de individuos que viven aislados y separadamente unos de otros,
porque, como ya vimos en el apartado anterior, no es así. Más bien, hemos visto
que las personas pueden y deben vivir sus vidas como ciudadanos hondamente
enraizados en las relaciones socioculturales que los integran. Tenemos que estar
conscientes de que necesitamos siempre una sociedad donde la gente acepta
sacrificios modestos por un bien común, en lugar de una sociedad donde el grupo
protege egoístamente sus propios beneficios individuales.

A todo esto, ¿qué es exactamente “el bien común” y por qué ha llegado a tener un lugar
tan importante y a veces polémico en las discusiones actuales sobre los problemas de
nuestra sociedad?

A grandes, rasgos podríamos decir que el bien común se define como ciertas con-
diciones generales que son igualmente ventajosas para todos. La noción del bien
común ha sido un tema constante en la filosofía y la ética de occidente a lo largo
del tiempo, sobre todo en la obra de personalidades como Aristóteles, Santo Tomás,
Maquiavelo y Jean-Jacques Rousseau.

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Ejemplo:
En su obra La Política, Aristóteles afirmó que sólo mediante la participación con-
junta se podía alcanzar un equilibrio para lograr un bien común para todos:

para Aristóteles una democracia debería ser plenamente participativa (con


algunas notables excepciones, como las mujeres y los esclavos) y que su
meta debería ser buscar el bien común. Para lograrlo, debe asegurar una
relativa igualdad, ‘propiedad moderada y suficiente’ y ‘prosperidad dura-
dera’ para todos (Chomsky y Barsamian, p. 10).

Aristóteles traslada todo esto a terrenos de la política, donde argumenta que el


hombre es político por naturaleza y, por lo tanto, sólo a través de la participación
como ciudadanos en la comunidad política (o polis), brindada por el Estado, los
hombres pueden lograr el bien común de la seguridad comunitaria:

En otras palabras, Aristóteles consideraba que es imposible hablar de de-


mocracia donde hay pobreza y riqueza extremas. Una democracia verda-
dera debe ser lo que hoy llamamos un estado benefactor –en realidad, una
forma extrema de éste, que supera cualquier cosa vista durante el siglo
pasado […] Aristóteles también señaló que si en una democracia perfecta
hay un pequeño número de ricos y un gran número de pobres éstos utili-
zarán sus derechos democráticos para quitarles propiedades a aquellos.
Como le pareciera injusto, propuso dos soluciones: reducir la pobreza (lo
cual recomendaba) o reducir la democracia (Chomsky y Barsamian, p. 10).

Sólo como auténticos ciudadanos y mediante el compromiso activo con la política, ya sea
como servidores públicos, como participantes en la deliberación de las leyes y la justicia
o como un soldado que defiende la polis, es que el bien común se puede lograr. Por su-
puesto, cuando los gobernantes actúan en su propio beneficio, no hay bien común, y por
supuesto que están obrando mal.

En la Edad Media el concepto de bien común estuvo en gran medida supeditado a las
enseñanzas teologales, y en realidad bajo los sistemas económicos feudales era difícil
que el concepto floreciera de otra manera.

Sin embargo, incluso en el feudo el trabajo colectivo era entendido como una coo-
peración entre las diferentes partes que lo integraban. Cosechar las tierras para que
todos, incluido por supuesto el señor feudal, tuvieran grano y comida representaba
una forma colectiva de buscar el beneficio. Mientras, en el seno de la Iglesia, persona-
jes como Santo Tomás propusieron ideas acerca del bien común como un concepto

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implicado necesariamente en el análisis de la esencia de la sociedad humana.

Santo Tomás definió a la sociedad como la unión de los hombres que se reúnen para
lograr hacer algo conjuntamente y en beneficio de todos:

El hombre es por naturaleza un animal político o social; cosa que ciertamente se


pone de manifiesto en que un solo hombre no se bastaría a sí mismo, si viviese solo,
en razón de que la naturaleza en muy pocas cosas ha provisto al hombre suficiente-
mente, dándole una razón por la cual pueda procurarse las cosas necesarias para la
vida, como ser el alimento, el vestido y otras semejantes, para obrar todas las cuales
no basta un solo hombre viva en sociedad (Aquino, 1967, p. 85).

La noción del bien común se retomó a fines del siglo XV y principios del XVI en la famosa
obra de Maquiavelo, El Príncipe.

Una de las mayores preocupaciones de Maquiavelo era encontrar la forma de promover


relaciones entre nobles y plebeyos para que juntos sirvieran al bien común. El problema
político surge del choque entre nobles, que buscan dominar, y plebeyos, que buscan no
ser dominados. Están en desacuerdo, pero se necesitan mutuamente para mantener el
orden y luchar contra el peligro.

Así, Maquiavelo sostenía que asegurar el bien común dependería de la existencia de


ciudadanos virtuosos (inventa este concepto). Dado que la comunidad no puede durar
si algunos se salen con la suya por completo, el bien común debe servir a todos, y
la única forma de garantizar esto es la libertad bajo la ley. Para Maquiavelo, la parte
nuclear de su argumento es que la vida política no surge por naturaleza, sino para
protegernos de los demás.

Por su parte, Rousseau, a mediados del siglo XVIII, escribió sobre la noción del bien
común, la cual se logra a través del compromiso activo y voluntario de los ciudadanos,
lo cual debía distinguirse de la búsqueda de la voluntad individual de una sola persona.

Para este importante pensador, la sociedad sólo puede funcionar en la medida en que
las personas tengan intereses en común; por lo tanto, el objetivo final de cualquier
Estado es el bien común. Rousseau supone que todas las personas son capaces de
tomar el punto de vista moral que les permita apuntar a un bien común y que, si lo
hicieran, llegarían a una decisión unánime acerca de lo que conviene a todos.

Por supuesto, Rousseau es un hombre de su tiempo, y expresa que el bien común sólo
puede lograrse al prestar atención a la voluntad general expresada por el soberano.
Desde este punto de vista, el soberano es inalienable:

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• No puede aplazar su poder a otra persona ni ser representado por un grupo más
pequeño.

• Expresa la voluntad general, que nunca coincidirá exactamente con ninguna vo-
luntad particular.

• Como la voluntad del pueblo, el soberano sólo puede existir mientras la gente
tenga una voz política activa y directa.

Por lo tanto, la voluntad general de los ciudadanos de un gobierno, actuando como un


organismo corporativo, debe distinguirse de la voluntad particular del individuo.

La autoridad política sólo se consideraría legítima si fuera de acuerdo con la voluntad


general y hacia el bien común. La búsqueda del bien común permitirá al Estado actuar
como una comunidad moral.

Por lo tanto, y como podemos ver, la idea del bien común ha señalado la posibilidad
de que ciertos bienes, como la seguridad y la justicia, sólo se puedan alcanzar a tra-
vés de la ciudadanía, la acción colectiva y la participación activa en el ámbito público
de la política y el servicio público.

Muchas religiones también tienen la noción del bien común como uno de sus temas más
importantes, pues si bien la religión busca el bienestar espiritual del individuo, también
se entiende que no puede ser alcanzado sin involucrarse activamente con los demás, en
busca, precisamente, de un bien común.

Ejemplo:
Pensemos en el cristianismo. Sus mandamientos son claramente normas de vida
para poder convivir entre todos de la mejor forma posible. No matar, no desear
lo que el otro tiene y no mentir son cuestiones que nos incumben a todos para
poder mantener el respeto necesario entre las personas. De forma similar operan
otros credos. En el Islam, por ejemplo, el dar limosna, dar hospedaje y ayuda a
quien lo necesite son dos de los pilares fundamentales de la religión. Así, para
muchas religiones el bien común podría definirse como la suma de aquellas con-
diciones de la vida social que permiten a los grupos sociales y a sus miembros
individuales el medio para su propia realización.

El bien común, entonces, consiste principalmente en hacer que los sistemas sociales, las
instituciones y los entornos de los que todos dependemos funcionen de una manera que

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beneficie a todas las personas.

En los entornos donde esto no sucede surge la corrupción, pues se ha movido un com-
ponente social importante para que funcione solamente en beneficio de unos cuantos.

Ejemplo:
Algunos ejemplos de instituciones que deben estar enfocadas al bien común son
las instituciones de salud, la educación pública, un sistema eficaz de seguridad
pública, un sistema legal y político justo, un entorno natural no contaminado y
un próspero sistema económico. Así, las apelaciones al bien común también han
surgido en las discusiones sobre las responsabilidades sociales de las empresas,
sobre la contaminación ambiental, sobre la falta de inversión en educación y en
las discusiones sobre los problemas del crimen y la pobreza.

Podría parecer que, dado que todos los ciudadanos se benefician del bien común, todos
responderíamos gustosamente a las instancias de que cada uno de nosotros coopere
para establecer y mantener el bien común.

A pesar de que esto pareciera no tener ninguna complicación en la teoría, ya puesta


en la práctica podemos ver que en la era moderna el énfasis se ha puesto en la maxi-
mización de la libertad del individuo, como consumidor y propietario, más que como
ciudadanos que logran el bien común en el dominio público.

Establecer y mantener el bien común requiere los esfuerzos cooperativos de algunas


personas, a menudo de muchas. Se trata de cosas tan simples como evitar el beneficio
de deshacernos de la basura tirándola en la calle, en lugar de depositarla en los sitios
destinados para ella. Todas las personas, por ejemplo, disfrutan de los beneficios del aire
limpio o un medio ambiente no contaminado. De hecho, algo cuenta como un bien común
sólo en la medida en que es un bien al que todos tienen acceso.

¿Por qué es tan difícil para una sociedad mantener o lograr el bien común? En una
sociedad donde las voces son cada vez más plurales, muchas personas insisten en
que será imposible para nosotros ponernos de acuerdo acerca de qué tipo particular
de sistemas sociales, instituciones y entornos apoyaremos todos.

Ejemplo:
Está claro que la preferencia sexual no tendría nada que ver con la elección de
un candidato político, pues lo que está en juego es su capacidad para legislar o

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gobernar, pero para muchas personas esto involucra una serie de valores con
los que no están dispuestos a transigir. E incluso si estuviéramos de acuerdo con
lo que todos valoramos, sin duda estaríamos en desacuerdo sobre los valores
relativos que las cosas tienen para nosotros. Frente a tal pluralismo, los esfuerzos
para lograr el bien común sólo pueden llevar a adoptar o promover los puntos
de vista de algunos, mientras excluyen a otros violando el principio de tratar a
las personas por igual.

Sin embargo, uno de los problemas más grandes al que se enfrenta la búsqueda del bien
común es el del individualismo.

Nuestra cultura considera que la sociedad está compuesta de individuos independientes


que son libres de perseguir sus propios objetivos e intereses sin la interferencia de los
demás.

En esta cultura individualista es difícil, quizás imposible, convencer a las personas de


que deben sacrificar parte de su libertad, algunos de sus objetivos personales y al-
gunos de sus propios intereses, en aras del bien común. Incluso, muchas de nuestras
tradiciones culturales le otorgan un gran valor a la libertad individual, a los derechos
personales y a permitir que cada persona se enfoque únicamente en la obtención
de sus beneficios.

Ejemplo:
Hay ciudades que ya están muy contaminadas, y aun así los automovilistas no
dejan de usar sus autos en lugar de usar bici o transporte público. Es más cómo-
do ir en mi propio auto. Pero ¿y los demás? ¿Y el daño que puedan causarles las
emisiones de mi auto? Es debido a que muchos se niegan a sacrificar la propia
comodidad en bien de todos que el planeta está tan desgastado desde hace
unos años. Nuestras tradiciones culturales, de hecho, refuerzan a la persona que
piensa que no debe contribuir al bien común de la comunidad, con acciones que
pueden ser muy sencillas.

Es por esto que actualmente la idea del bien común se ha retomado, ya que nos permite
hacer muchas preguntas: sobre el mercado y el Estado, sobre la sociedad civil y la Iglesia,
sobre el individuo y la comunidad, sobre la participación y la privación de derechos, sobre
la forma en que salvaguardamos el futuro del planeta, nuestro hogar común.

A partir de aquí, tenemos que replantear la forma en que hacemos las cosas desde

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nuestra postura individualista y comenzar a pensar que un pequeño esfuerzo perso-
nal será por el bien de la mayoría. Este concepto nos recuerda nuevamente que si
queremos llegar lejos, debemos ir juntos.

Es claro que en la política mexicana la idea de bien común ha sido desterrada, y actual-
mente las personas han sido desvinculadas de una auténtica preocupación por la forma
en que se ejerce el poder en México desde ella, por lo que es importante hacerse cons-
ciente de la importancia de repasar y mantener vivo este concepto que hemos estudiado,
para lograr un verdadero cambio.

Como podemos ver, el bien común a veces requiere de acciones muy importantes,
como interesarse en la política y tratar de participar activamente en ella, en lugar de
simplemente mirar hacia otro lado cuando no nos gusta lo que vemos, en lugar de
cambiarlo. La búsqueda del bien común debería impactar todas las decisiones que
tomamos en nuestra vida personal, familiar, vocacional, financiera, congregacional,
comunitaria y pública. Son esas elecciones individuales y comunitarias, desde cómo
criamos a nuestros propios hijos hasta cómo nos relacionamos con nuestras comu-
nidades locales, o el aceptar nuestra responsabilidad para elegir a nuestros gober-
nantes.

Referencias
Aquino, T. (1967). Summa contra los gentiles. Buenos Aires: Club de lectores.

Chomsky, N. (2016). El bien común. Entrevistas por David Barsamian. México: Siglo XXI.

3.3 Principales actitudes éticas de la convivencia humana


Como hemos visto, la convivencia entre las personas puede llegar a ser difícil, y como
decía Maquiavelo, hacen falta hombres virtuosos para que esto suceda. Los hombres a
los que se puede llamar de esta manera son los que poseen las siguientes cualidades
morales.

Lealtad
El término lealtad expresa que una persona que se ha comprometido de alguna manera
con una cuestión sigue comprometida con ella gracias a que media un sentimiento de
respeto y fidelidad hacia dicho compromiso, comunidad, principio moral o persona. Ser
leal significa que existe una disposición práctica para persistir en un vínculo asociado a
algo intrínsecamente valioso (es decir, que es valioso por sí mismo).

La lealtad es una actitud ética muy valiosa porque significa que, sin importar lo difícil que

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sea, prevaleceremos en apoyar una causa que creemos justa, que nos quedamos de pie
junto a la gente y las cosas que amamos y consideramos valiosas para nosotros, incluso
en los momentos más oscuros.

Solidaridad
En los últimos años el término solidaridad se ha vuelto muy importante porque implica
generar un estado de colaboración y cooperación entre un grupo de personas. La solida-
ridad es la idea de que todos juntos podemos lograr algo importante. Recupera la noción
de que es mejor trabajar por un bien común que por uno individual, y para que esto ocurra
la solidaridad incluye la idea de que debemos valorar a nuestros semejantes y respetar
quiénes son como individuos, para así trabajar codo a codo con ellos.

En la actualidad, las ideologías caracterizadas por el individualismo desenfrenado, el ego-


centrismo y el consumismo materialista debilitan los lazos sociales. La falta del espíritu
solidario es la causa de las numerosas situaciones de desigualdad, pobreza e injusticia.
Sin un espíritu solidario animando a las personas, éstas comienzan a verse entre ellas
con desprecio y se produce el abandono de los más débiles y de los considerados “inúti-
les”. De esta manera, la convivencia humana se vuelve en exceso pragmática y egoísta.
Sin embargo, la solidaridad incluye también a la empatía, por medio de la cual podemos
vernos en otro, comprender sus problemas y entender que debemos ayudarle, y así, nos
ayudamos nosotros también. Afortunadamente, también las ideas asociadas con el con-
cepto “ganar-ganar” han avanzado mucho últimamente. Si hay menos niños en las calles
pidiendo limosna, habrá menos adultos delinquiendo algún día en esas mismas calles, y
habrá más personas trabajando y produciendo, moviendo la economía, con lo cual nos
movemos todos. Por eso los programas de desarrollo social, educación y salud son tan
importantes. Pero es necesario que entendamos que todos formamos parte de esto.

Tolerancia
Muchas personas se dicen tolerantes porque pueden “aguantar” a los otros alrededor
sin enojarse o discriminarlos. Pero esto no es tolerancia. Otros piden tolerancia para sus
creencias, pero condenan las de otros, por considerarlas perjudiciales. Esto tampoco es
tolerancia.

Para que en verdad la tolerancia exista, debemos, en verdad, aceptarnos unos a otros.
Esto significa, en primera instancia, conocernos a nosotros mismos, aceptarnos con todo
y nuestros defectos, y desde esta base podremos aceptar y respetar a todos los demás.
Pero además, la tolerancia implica que, aunque no estemos de acuerdo con las ideas de
los demás, no debemos ofenderlos o discriminarlos. Simplemente, se trata de ideas con
las que no concordamos, así que no discriminaremos o haremos menos a alguien sola-
mente porque en algo no piensa igual a nosotros. Le trataremos con respeto y cordialidad,
aunque sus ideas no sean como las nuestras.

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Es decir, si la ley no prohíbe alguna actitud, idea, comportamiento o forma de actuar, en-
tonces nadie tiene por qué sancionarla tampoco. Por ejemplo, algunas personas no están
de acuerdo con el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero la ley lo permite en
varios lugares, por lo tanto podemos no estar de acuerdo con este actuar, sin embargo,
no podemos ni debemos tratar de impedir que ocurra. Ni tampoco debemos insultar a
quienes lo llevan a cabo ni a las personas que están a favor. Tenemos derecho de expre-
sar nuestro disgusto, pero en términos respetuosos.

Honestidad
A través de las redes sociales vemos todo el tiempo diversos ejemplos de gente que es
honesta y merece por eso el reconocimiento de los demás. También, vemos llamados
continuos a serlos, a través de expresar las propias opiniones con sinceridad. Lo triste es
que la honestidad se haya vuelto tan rara que cuando alguien la practica es noticia. La
honestidad es definida como la imparcialidad y sencillez de conducta. Una persona ho-
nesta procura siempre anteponer la verdad en sus pensamientos, expresiones y acciones.

Ser honesto es decir la verdad, sin fingimientos ni mentiras. Hacer esto requiere de la con-
dición de valorarse a sí mismo y de tener conciencia de lo que realmente es significativo.
Ser honesto significa elegir no mentir, robar, engañar o engañar de ninguna manera, por lo
tanto, hay que estar muy convencido de que la acción elegida es la correcta, y se deben
tener argumentos válidos para ella. Hace falta tener congruencia entre lo que se hace y
lo que se piensa, y tanto el pensar como el actuar deben encaminarse a valores positivos.

Respeto
Cuando hablábamos de tolerancia, mencionábamos que es importante en la medida en
que la convivencia entre las partes que no están acordes unas con otras se haga con
respeto. Pero ¿qué es el respeto? Es tener “la debida consideración” por las creencias de
la otra persona, y tener consideración es poder voltear a mirar lo que otros hacen, dicen o
piensan, sin desacreditarlos. A veces, cuando personas de otras religiones llegan a nues-
tra puerta a predicar sus creencias, mucha gente no los trata con respeto y eso está mal.
Que no compartamos sus ideas no significa que debamos insultarlos. El respeto significa
escuchar con amabilidad y discreción, y si no estamos de acuerdo, podemos debatir con
calma o simplemente agradecer y retirarnos.

El respeto es la llave de oro de la convivencia, pues se refiere a tratar a otros como quisié-
ramos ser tratados. Si no queremos que nos insulten o descrediten, no debemos hacerlo
con los demás, sin importar qué tan lejos estemos de sus ideas.

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3.4 Responsabilidad social
En la actualidad, muchas empresas han tenido que luchar contra el escrutinio público que
inquiere acerca de la calidad de sus productos o del bien que estos hacen a la sociedad.

Ejemplo 1
Uno de los ejemplos más notables es el de Coca Cola, debido a que se cuestiona mucho
que sus productos tengan grandes cantidades de azúcar y que provocan obesidad en
las personas, por lo que su consumo no debería ser promovido, y la empresa ha tenido
que equilibrar esta mala publicidad al punto de involucrarse en campañas de responsa-
bilidad social, por ejemplo, a favor de la naturaleza. Lo que Coca Cola está haciendo es
hacerse eco de la idea de que las empresas deben equilibrar las actividades lucrativas
con actividades que beneficien a la sociedad.

Ejemplo 2
Otra forma de ser socialmente responsable es a la manera de Cemex, donde este concep-
to ha significado que las personas y las organizaciones se pueden comportar éticamente
y con sensibilidad hacia los problemas sociales, culturales, económicos y ambientales.
Así, Cemex está en el top de las empresas con responsabilidad social porque ha trabajo
mucho para tener varios programas para sus empleados, como voluntariado corporativo,
campañas mensuales de salud y hasta un comedor con comida nutritiva.

Pero la responsabilidad social no se reduce a esto. Significa también hacerse responsable


de sus productos hasta donde más se pueda.

Éste es el ejemplo de Hewlett-Packard, donde adquirir responsabilidad social implica


poseer un buen programa para el manejo de residuos, especialmente con la basura elec-
trónica, con lo que la empresa es capaz de desarrollar negocios que tengan una relación
positiva para con la sociedad en la que opera.

Entonces, ¿qué es la responsabilidad social? Podríamos definirla como “Actuar con


preocupación y sensibilidad, consciente del impacto de sus acciones en los demás,
especialmente en los desfavorecidos” (Entrepeneur).

Hasta aquí, como podemos ver, la responsabilidad social se desempeña en dos ámbitos:

• uno está al interior de la empresa, donde un buen puntaje lo obtienen aquellas que
otorgan beneficios y un muy buen trato a sus empleados, dándoles lugares seguros
y cómodos de trabajo, buenas prestaciones, promocionar la salud y la buena alimen-
tación entre ellos y asegurándose de que el empleo sea parte de su construcción de
sentido de vida, y no solamente un empleo pesado. Obviamente, esto repercute a la
larga en beneficios para la empresa. Empleados felices trabajan mejor, se enferman

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menos y generan un ambiente de cordialidad donde las cosas pueden fluir favora-
blemente.

• El otro ámbito donde la empresa puede y debe hacerse socialmente responsable


es con el exterior, el contexto en el que opera y donde presenta sus productos o
servicios. Mediante la contribución activa y voluntaria al mejoramiento social, econó-
mico y ambiental por parte de las empresas, se puede elevar la buena opinión de las
personas respecto a ella y atraer más clientes. Por ejemplo, muchas empresas, como
las que tienen políticas “verdes”, han convertido la responsabilidad social en una
parte integral de sus modelos comerciales. La gente está más dispuesta a consumir
los productos o servicios de una empresa que tiene programas de mejoramiento o
ayuda social o ecológica, porque así sienten que son parte de un cambio y no de un
problema.

El consumidor y las empresas están cada vez más concienciados de sus respectivas
responsabilidades sociales en calidad de stakeholders del proceso de fabricación,
distribución y venta/consumo. La empresa debe obtener beneficios, pero no a cual-
quier costa, u para ellos tendrá que considerar el impacto inmediato y futuro de sus
actuaciones. Tendrá que considerar a otros nuevos actores, distintos del tradicional
triunvirato socios-accionistas-clientes. La forma de cómo lo hace y en qué campos de
actuación es lo que hoy damos en llamar Responsabilidad Social Corporativa. Si la
empresa no actuara con responsabilidad, el consumidor sensibilizado la deslegitimará
socialmente y la deslegitimación tiene una repercusión a medio plazo en la cuenta
de resultados (Navarro, 2012, p. 25).

De esta manera, el esfuerzo por la responsabilidad social ayuda a las personas, las orga-
nizaciones y los gobiernos a tener un impacto positivo en el desarrollo, los negocios y la
sociedad, con una contribución positiva a los resultados finales.

1. Tan sólo basta con recordar cuánto se elevan los rankings de opinión en favor de
actores, empresas u organismos que han estado presentes en situaciones de desas-
tre ambiental o que mantienen constantemente programas de apoyo a la comunidad
en diversos ámbitos.

2. La inversión en responsabilidad social puede convertirse en pingües beneficios


para la empresa, ya que la imagen de la empresa socialmente responsable atrae a
los inversionistas a invertir y a los consumidores a comprar bienes y servicios de la
empresa, porque les gustaría unirse a la buena causa.

3. Hay que agregar que si la empresa desea verse como socialmente responsable,
en verdad debe invertir en alguna causa, porque tanto inversores como clientes y

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consumidores pueden “olerse” desde lejos una falsa inversión.

4. En breve, requerirán pruebas, no sólo fotografías, sino datos, videos, testimonios,


noticias y otras evidencias de que en verdad la empresa se ha inmiscuido en alguna
práctica benéfica para la comunidad.

Así, en el caso de las empresas, la responsabilidad social se conoce como respon-


sabilidad social corporativa (RSE), y ha demostrado ser un pilar efectivo en la cons-
trucción y sostenimiento de una buena reputación empresarial. Incluso, algunos in-
versionistas utilizan la responsabilidad social de una empresa, o la falta de ella, como
un criterio para decidir si invierten o no en dicha empresa.

Pero la responsabilidad social no es algo que les atañe únicamente a las empresas. Fi-
nalmente, como hemos visto en los apartados anteriores, todos formamos parte de una
comunidad, la cual puede ser, desde un pueblo o una pequeña ciudad hasta el complejo
residencial en una enorme ciudad, es decir, la zona donde vive cada uno de nosotros, y
cada comunidad vive su propia vida, que se somete a un proceso de desarrollo todo el
tiempo. Todos nosotros podríamos participar en ese desarrollo de diferentes maneras,
por ejemplo, participando en la limpieza de la calle, barriendo nuestra entrada, partici-
pando en la organización de un evento de beneficencia, comprendiendo con la historia y
riqueza de nuestra ciudad o promoviendo la prestación de servicios sociales a animales
abandonados o personas mayores.

La responsabilidad social individual también podría expresarse al hacer donaciones sig-


nificativas para las causas de la sociedad, culturales o ecológicas, y no sólo donar dinero,
sino también nuestro tiempo.

Así, como podemos ver, la responsabilidad social individual incluye el compromiso de


cada persona con la comunidad donde vive, que puede expresarse como un interés
por lo que está sucediendo en la comunidad, así como en la participación activa en
la solución de algunos de los problemas locales.

Recordemos, como vimos en el apartado anterior, que finalmente estas acciones se hacen
para el bien común, y el hecho de que todos formen parte activa de ello repercute en un
beneficio para todos.

Ejemplos:
La esterilización de perros y gatos, a la larga, significará menos animales aban-
donados en las calles, lo que significa que habrá menos riesgos de zoonosis, es
decir, de enfermedades transmisibles a los humanos, como rabia, pulgas, garra-

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patas, y menos contaminación por los desechos de los animales en las calles.

Entonces, la responsabilidad social significa que las personas y las empresas tienen el
deber de actuar en el mejor interés de sus entornos y la sociedad en general.

Referencias
Navarro García, F. (2012). Responsabilidad social corporativa. Madrid: ESIC.

3.5 La conciencia del otro. El prójimo, su dignidad y su


libertad
Hemos hablado ya extensamente acerca de lo importante que es que estemos cons-
cientes de que el ser humano no existe como un ente individual, aislado del resto, sino
que estamos inmersos en la cultura y la sociedad. Por lo tanto, nuestro actuar tiene que
ir acorde a mantener la armonía y la cordialidad en la medida de lo posible.

Para ello, debemos ser conscientes de que el otro, aquel que está fuera de mí, si bien es
una persona diferente de mi ser, con una vida e historia distintas a las mías, es también
una persona, un ser humano. Por lo tanto, el trato que le demos es el trato que nos damos
a nosotros mismos.

Ejemplos:
Pongamos por ejemplo a las personas que van en el tráfico insultando a todo
mundo, desesperados porque todos se quiten para que ellos puedan pasar. Pero
el trato que dan a los otros automovilistas repercute mucho más en ellos mismos
que en los otros. Porque, hagan lo que hagan las personas que insultan, el resto
de los autos no se moverán; en cambio, existe el riesgo de que alguien se enoje
y agreda al que insulta, como ya se ha visto. Además, el trato que esa persona
da a los otros refleja el trato que él ha tenido toda su vida. Hacemos aquello que
sabemos y si lo único que conocemos y recibimos son el maltrato y un compor-
tamiento desvalorizado, entonces eso será lo que demos a los demás.

Existe un concepto que se llama la “otredad”. Para abordar este concepto, pensemos que
los individuos y grupos se apropian las categorías sociales establecidas dentro de sus
grupos de convivencia, como sus identidades culturales, étnicas, de género, de clase, etc.

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Estas categorías sociales moldean nuestras ideas sobre quiénes pensamos que somos,
cómo queremos ser vistos por los demás y los grupos a los que pertenecemos. Pero el
establecer la identidad mediante estos dispositivos hacemos una distinción sobre aquellos
que no pertenecen al conjunto establecido.

Esta distinción es la otredad, es decir, es la conciencia de que existen otros grupos


y personas fuera de los nuestros, que se diferencian de nosotros porque tienen ca-
racterísticas distintas.

La otredad genera la idea de individualización y de identidad, que a veces son muy nece-
sarias para mantener cierta cohesión y cooperatividad entre los miembros de un grupo.
Sin embargo, esta cohesión también genera un sentimiento de exclusividad.

Es decir, del mismo modo que cuando nos unimos formalmente a un club o una organi-
zación, la membresía depende de cumplir un conjunto de criterios.

La otredad es la cualidad de pensamiento que se atribuye a alguien o algo que es dife-


rente de nosotros o de nuestro grupo de identidad.

Es muy grato poder decir alguna vez “nosotros” para referirse a un grupo un tanto selecto
de gente, pero eso desde luego implica desterrar a los otros de dicha categoría. Estos
criterios son de construcción social (es decir, creados por sociedades y grupos sociales).
Como tal, “nosotros” no podemos pertenecer a ningún grupo a menos que “ellos” (otras
personas) no pertenezcan a “nuestro” grupo.

De ahí que a la gente le gustan las denominaciones como VIP, Club Platino y otras
similares, porque implican que solamente un grupo selecto pertenecerá a ellas, re-
legando al resto.

En contraste con el concepto de otredad, está el de la alteridad. Esta idea implica no


solamente la distinción entre “yo” y “el otro”, sino que también significa alterar entre mi
visión del mundo para intentar acomodarla a la suya.

Es decir, es claro que los otros son diferentes, pero la alteridad implica tratar de ver desde
sus perspectivas, y con esto se reconoce la dignidad y fuerza de las otras personas, su
riqueza y sobre todo una voluntad de entendimiento que fomenta el diálogo.

Para filósofos como Levinas, solamente a través de la alteridad nos podemos reconocer
a nosotros mismos, pues finalmente vemos en el otro nuestro reflejo.

¿Quién es el otro en la filosofía levinasiana? De acuerdo con Levinas, "el otro que me

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domina con su trascendencia, es también el extranjero, la viuda y el huérfano con los
cuales estoy obligado" (Lovo, 1999).

El ser humano tiende a reconocer sólo lo que vive dentro de él, y si lo que vemos en
el otro es odio y mentira, es porque eso es a lo que hemos estado acostumbrados
toda nuestra vida. En cuanto nos abrimos a la experiencia y a la posibilidad de que
en nosotros exista amor, comprensión y respeto, encontraremos eso en los demás.

Referencias
Lovo, C. M. (1999). “La ética como filosofía primera”, en E. Levinas, Theorethikos. Revista Web de la Uni-
versidad Francisco Gavidia, enero-febrero 1999.

3.6 Ethos y Eros, el valor ético del amor


Este último punto del bloque se refiere a la relación estrecha entre el amor y la ética.
Veíamos desde el primer bloque que ética proviene de ethos, palabra griega que significa
“costumbre y conducta”, de ahí que la ética sea la ciencia que se ocupa de la correcta y
adecuada forma de actuar de las personas.

• Por un lado, en cuanto al amor, si se le ve sólo como un fenómeno físico-químico


que ocurre entre dos o más personas, sin conexión con una filosofía universal u on-
tológica, corre el riesgo de ser un concepto problemático para ser puesto dentro de
los límites de estudio de la ética.

• Si, por otro lado, se considera como la base ontológica de los actos de ética, enten-
deremos entonces por qué el amor ha sido la base para configurar sistemas religiosos
y filosóficos a lo largo de la historia.

Comencemos a hablar del amor a uno mismo, el cual es fundamental para poder entregar
amor a los demás. Cuando la gente se ama a sí misma, cuando tiene un buen autocon-
cepto y una buena autoestima, entonces la calma entra en su vida y es capaz de ver en
los demás las mismas cualidades buenas que ve para sí mismo.

Es entonces cuando asume que el otro, aunque es diferente y está más allá de sus
límites, con sus propios intereses y su libertad, de todas formas está en estrecha
relación con la primera persona. Porque cuando se asume que el otro no está tan
distante de mí mismo, al grado que me puedo reconocer un poco en él, que soy capaz
de actuar con amor hacia esa otra persona.

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El amor es la base fundamental de la ética. Al mismo tiempo, el amor es uno de los valo-
res éticos fundamentales. No por nada es la base de muchas religiones en el mundo. A
través de un comportamiento ético, lo que vemos es la expresión de los propios valores.

Tomemos en consideración que, desde el punto de vista de la ética, el amor es altamente


meritorio cuando busca la felicidad ajena, aun en medio de sacrificios personales.

Es aquí donde entra la parte donde hablábamos de que es bueno buscar el bien co-
mún a cambio de un pequeño esfuerzo personal. En cambio, como también hemos
visto, insistir en la propia comodidad, a sabiendas de que ésta puede derivar en mo-
lestias o daños para los otros, se convierte en una simple satisfacción hedonista que
sólo pretende el propio placer.

Pero precisamente la distinción entre lo placentero y el amor es la clave. El placer es tan


pasajero, es sólo la sensación de un instante. Es embriagador, pero no trasciende. En
cambio, el amor sí lo hace, enriquece a largo plazo y en gran medida.

Podemos retomar también la idea de la alteridad que veíamos en el tema anterior, en


donde amar es afirmar al otro, porque al amar a otro, estamos permitiéndole ser distinto,
y al mismo tiempo le respetamos por eso. Es por esta razón que se insiste tanto en que
amar es en realidad querer un bien para otro. El amor como benevolencia y desinterés
consiste en afirmar al otro, querer que el otro crezca y se desarrolle.

Esta forma de amor no refiere al ser amado a las propias necesidades o deseos, sino que
lo afirma en sí mismo, en su alteridad.

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