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CARTA A MI AUTOESTIMA

Querida autoestima,

no sé bien cómo dirigirme a ti, supongo que no es nada nuevo ya que siempre estoy dudando
de todo, así que, simplemente escribiré. Para empezar, diré que creo que la persona que más
daño puede hacernos al final soy yo, por mi forma de pensar, ya que eso es lo que muchas
veces me lleva a sentirme mal. Y no, no me considero culpable de que no estés en las
condiciones óptimas en las que podrías estar, pero sí responsable. A veces no me digo las
cosas con el cariño que debiera y eso nos duele. Aunque en contadas ocasiones, también
intento corregirme, por nuestro bien. Muchas veces dudo de mi capacidad para hacer cosas y
entro en bucle negándome poder hacerlo e imaginando la posible situación negativa que se
podría dar. Intento contrastar con la versión positiva, aunque después vuelvo a
autosabotearme pensando que eso no va a pasar o que eso no va a ser así. Esto sobre todo me
pasa al relacionarme con otra gente. Básicamente para entablar conversaciones, entrar en
grupos, exponerme delante de personas, porque me siento juzgada o creo que se van a reír de
mí. Pero supongo que todo tiene su razón y su origen, que no digo que sepa cuál es, pero hay
cosas que me llevan a pensar en ciertas situaciones en las que me encontré de niña o ya de
más adulta.

La verdad es que desde siempre me ha costado relacionarme con los demás, aunque quisiera.
Era la típica niña que quería jugar a la pelota con los niños que había jugando en el parque,
pero no les preguntaba si podía jugar con ellos, sino que se quedaba sentada mirando cómo
jugaban. La que, por no hablar con otros niños en un camping, se quedaba en la caravana
jugando con la consola o se iba con sus padres por ahí. De pequeña, en el cole, hice pocos
amigos, siempre estaba con mi prima y era con quien jugaba normalmente a la hora del patio y
después de clase. Y tuve un novio de los 5-7 años, ni siquiera recuerdo cómo empezó aquello.
Un novio que me enseñó cómo demostrarle a alguien que no le quieres. Un novio que me hizo
dudar ya tan pequeña de si era suficiente, con ayuda de otras niñas que me decían que eran
sus novias, que él no me quería y que me estaba engañando. Un novio que le dijo a su mejor
amigo que ya no me quería delante de mí, el cual le retó a demostrarlo y él, que estaba a mi
lado, decidió tirarme de los pelos y arrastrarme. Obviamente me sentí ridiculizada, osea que el
niño con el que llevaba saliendo 2 años aprox. me había tirado de los pelos delante de la gente
y se había quedado tan pancho. Y después, en el descanso, vino a buscarme a un rincón, en el
cual yo estaba llorando, a pedirme perdón y decirme que me quería. Sinceramente,
autoestima, no era consciente de si esto te afectaba también a ti, lo interpreté como una
discusión de niños y ya, pero con el paso de los años creo que también le he dado otro
significado.

De esos amigos que tenía, perdí el contacto con todos menos con una chica al pasar a la ESO,
ya que se fueron todos al mismo instituto y ella y yo al otro que había en Badia. Tomé la
decisión de que no iba a ir al mismo instituto que mi prima, no quería que pasara como años
atrás, quería estar con otras personas, como había hecho ese último año en 6º que ella no
estaba. No quería dedicarle todo mi tiempo, sabía cómo era ella y que me absorbería. También
se habían burlado de mi por cosas que hacía ella y estaba cansada de todo eso. Necesitaba
cambiar de aires y pienso que a pesar de todo nos fue bien.

La que había sido una de mis mejores amigas en el cole y fue al mismo instituto que yo, quiso
convertirse en la líder de un grupo, empezó a decirme cómo vestir y que dejara el judo, que
era un deporte de chicos, etc. Obviamente cuando me encaré a ella, esa amistad se rompió. Le
dije que ella no era quién para decirme cómo ser o cómo vestir y le molestó. Yo ya sentía que
ella ya no era la misma persona con la que había estado en el cole, cambió de manera radical,
pero no había crecido, simplemente se había vuelto rebelde, por decirlo de alguna manera, y
yo seguía siendo yo y no quería cambiar, quería definirme a mí por lo que yo era y no por lo
que los demás quisieran que fuera. Para aquel entonces había conocido en clase a un par de
chicas que pensaban como yo y dentro del caos hubo un poco de calma. Eso nos sentó bien,
autoestima, me sentía un poco sola y estuvo bien sentir un poco de calor.

De cara a las colonias de primero de la ESO se descubrió que habían organizado hacer ciertas
cosas por la noche a algunas de las personas de la clase, éramos dos o tres. Depilarme las cejas
con crema mientras dormía estaba en esa lista. Lo cual hizo que me diese miedo dormirme
aquellas dos noches, aunque se les advirtió que si pasaba algo tendría repercusiones, pero al
final me dormía del cansancio y recuerdo despertarme las dos mañanas y lo primero que hacía
era llevarme las manos a las cejas y al comprobar que las tenía iba al baño, a ver si me habían
dibujado una polla en la cara o algo. Pero ¿qué había hecho yo para ser merecedora de ese
odio?

Fue una época difícil para nosotras, los repetidores de la clase también tenían el foco puesto
en tres o cuatro de la clase, entre ellas, yo. Que yo recuerde, no hubo agresiones físicas más
allá de algún empujón y algún pellizco en el brazo. Todo era más psicológico, más de observar
cada mínima cosa que decía o hacía, de infravalorarme y de proyectar en mí cosas suyas, con
las cuales no me sentía identificada, pero me molestaba que me dijeran.

Salí con un chico de los 13 a los 15. Todo muy bonito e inocente, pero no me sentía querida,
me sentía engañada. Soy consciente, y lo era también en su momento, que yo hablaba con su
padre por Messenger, haciéndose pasar por su hijo, lo sé por su forma de escribir. Y nunca
supe por qué ¿le daba palo al hijo hablar conmigo? Cuando íbamos por la calle con nuestras
familias solo se acercaba a mi si su padre se lo decía, era como estar saliendo con su padre,
nada salía de él.

Mientras, en esos dos años no quedaba con nadie, mi vida era estudiar, estar con mis padres,
entrenar y los domingos por la tarde verle a él. Tenía mis amigas en clase y ya. Ellas quedaban,
pero yo nunca iba con ellas, a pesar de que mi madre insistía en que saliera. También es que
no me sentía identificada con cosas que hacían, como fumar, etc. Cuando él y yo lo dejamos,
empecé a salir más con una de ellas y alguna vez iba en grupo (3º de la ESO). También nos hizo
bien tener con quién salir y con quién hablar.

Al acabar la ESO, el grupo se dividió, quedamos 3. Una de nosotras suspendió 4º y otra chica y
yo empezamos bachillerato, ambas suspendimos ese curso y volvimos a coincidir en clase.
Cuando quedaba con una de ellas, todo iba bien, pero cuando quedaba con las dos, se reían de
mí por cualquier cosa. La sensación que yo tenía era la de que la otra chica era la que metía
mierda y ella se dejaba llevar. Me sentí sola otra vez cuando empezaron a quedar ellas sin mí,
porque yo no quería ir con ellas, porque la verdad es que para que se rieran de mí, pasaba. Y a
la hora del patio, como también me sentía incómoda tampoco quería juntarme con ellas. En
esa clase había coincidido con una chica con la que hice la comunión y nos llevábamos muy
bien, así que hablé con ella de lo que pasaba y me dijo que me uniese a su grupo, que no me
quedara sola. Fue entonces cuando al acercarme y hablar con su grupo, los amigos de esta
chica se iban corriendo como huyendo, en plan “no nos molestes”. Ella más tarde me dijo que
no sabía por qué habían actuado así y que lo sentía mucho. Obviamente sentía que ahí
sobraba. Así que aproveché que había gente de clase con la que me llevaba bien y aunque
fuese hablar de cosas de las que no entendía, al menos no estaba sola y podía aprender de
ellos. No recuerdo en qué momento ni cómo hablamos las cosas y se solucionaron. Pero en el
viaje que hicimos a final de curso, nos llevábamos bien las tres y, de hecho, empezó a
estrecharse la relación con aquellos que habían huido anteriormente de mí, sobre todo con
una de ellas.

En segundo de bachillerato me empezó a atraer una chica de mi clase, con la que casi no
hablaba, pero sentía que ella también me miraba y había cierta tensión. Compartíamos risas
en clase, pero poco más. En aquella época estaba de moda el Snapchat, nos seguíamos por ahí.
De vez en cuando recibía alguna notificación de que ella o alguna de sus amigas había hecho
una captura de alguna historia mía y eso me ponía nerviosa y me hacía pensar en porqué y
para qué. A pesar de casi no conocerla, yo con mis dudas y la curiosidad de no saber por qué
sentía eso por ella, ya que era la primera chica por la que lo sentía, al menos de manera
consciente, acabé enviándole un whatsapp diciéndole lo que sentía, pensó que era una broma.
Luego, salí a cenar con la familia para celebrar el cumpleaños de mi madre y resultó que ella
estaba allí. Fue bastante incómodo coincidir, el momento en que nos encontramos yo estaba
con mi prima pequeña y ella rodeada de sus amigas. Obviamente se lo había dicho a todas. Se
hizo el silencio y se escucharon risas y un “díselo, tía”. Mi prima sin entender nada decidió que
se iba dentro y yo me fui con ella.

A todo esto, empezamos a interaccionar por Snapchat y a contestarnos historias casi cada día.
En las fiestas mayores en las que nos encontrábamos, siempre venían su mejor amiga y ella a
saludarme como si fuésemos amigas de toda la vida. Yo, como ya le había dicho lo que sentía y
no recibí ninguna explicación por su parte tampoco le quise dar importancia, me autoconvencí
de que estaban siendo majas y ya. Pero entonces empecé a conocer a un chico y colgué una
foto, entonces dejaron de dar MG a fotos, dejó de reaccionar a mis historias de Snapchat, etc.
Y entonces entendí que quizás había algo más, pero no lo sé, ni me interesó saberlo ya.

Con este chico, estuve un año, me hacía sentir bien, quizás la relación estaba más centrada en
él y sus sueños, pero me sentía querida y tenía la sensación de que había una buena
comunicación y que nos lo contábamos todo. Lo conocí en clase, al suspender 2º de
bachillerato y quedábamos casi cada tarde y hablábamos bastante. Entonces, empezamos
cada uno en una universidad distinta y pasamos a compartir muy poco tiempo y dejé de
sentirme bien, ya no le echaba casi de menos y se me hacía difícil decirle “te quiero”, por eso
cada vez se lo decía menos. Ya habíamos hablado de que nos estábamos distanciando así que
finalmente, lo dejé. Se me desmontó todo en aquel momento. Para un chico que me
demuestra que me quiere y le hago daño. Aún me duele y no me lo acabo de perdonar, pero
en parte sé que son cosas que pasan, no lo hacemos queriendo.

A todo esto, conforme iba dejando de sentir cosas por él, empezaba a sentir cosas por una
chica con la que iba a la uni en el tren. Sigo pensando en ella y sigo creyendo que era mútuo,
aunque nunca dije nada ni ella tampoco. Me sentí culpable mucho tiempo por sentir cosas por
otra persona que no fuese mi pareja, intenté forzarme a volver a sentir, pero obviamente, no
funcionó y lo dejé. Por otro lado, ella no sabía que yo tenía pareja porque tampoco había
salido en ninguna conversación, pero hubo un día en que se me puso delante y me fue como a
coger la mano y entré en pánico y me fui a otro sitio, cogí el móvil y me reí. Ella vino y me
preguntó que de qué me reía y le dije “nah, mi novio”. ¿Puede haber peor forma de decirle a
alguien a quien crees que le gustas y que te gusta, que tienes pareja? También me he
torturado bastante con eso. No lo hice así de mal queriendo, supongo que hacía tiempo que
me lo estaba guardando, que sentía que eso que creía que había entre nosotras no podía ir a
más y fue la forma más instintiva de hacerle saber que tenía pareja. No sé, quizás eran
películas que yo me monté en su momento y que no he sabido desmontar, pero noté un
cambio de su actitud hacia mí a partir de aquel momento. Y claro, en mi imaginación también
le había hecho daño a ella de alguna manera. Por lo tanto, en aquel momento, había hecho
daño a tres personas, a él, a ella y a mí.

En clase, en 1º de carrera me empecé a juntar con un grupo, pero no me sentía cómoda, como
que no acababa de encajar. Yo solía comer en una escalera en la calle mi tupper al medio día, y
un día vi pasar a una chica de la otra clase y la invité a quedarse allí conmigo e hicimos muy
buenas migas. Decidí cambiarme de clase porque no me sentía cómoda y así estar más con ella
junto con otra gente de la clase que conocí después. Lo que nos hizo daño, autoestima, fue
cuando un día se enfadó, entiendo que por un malentendido y dejó de hablarme. Por más que
yo hice por averiguar qué era lo que le había molestado, no hubo respuesta, así que decidí
dejarla tranquila. Un mes y algo después me mandó un Whatsapp diciendo que no quiere que
sigamos enfadadas y yo le dije que no era manera de hablarlo y que sabía donde podía
encontrarme si lo quería hablar de verdad, en persona. Autoestima, hoy en día, tenemos la
misma duda, porque le volví a preguntar cuando vino a hablar conmigo y “no fue capaz” de
decirme o no quiso decirme por qué se había enfadado. Y yo, que siempre había estado ahí
para ella, no volví a confiar tampoco en que eso fuese estable, ni ella iba a hacer nada por mí,
sobre todo porque tampoco me sentía cómoda contándole mis cosas, ni yo iba a meterme
mucho en su vida porque creo que fue por un consejo malinterpretado o mal expresado por mi
parte incluso, que acabamos así. Así que tenemos un contacto bastante cordial. En el cual me
dice que me quiere ver, pero no se concreta día ni nada y si se acaba concretando, al final lo
cancela, está comprobado.

Hasta aquí te he hablado de mis relaciones, pero a nivel académico también hay cositas,
autoestima, hay más, sobre todo en la ESO me topé con profesores y profesoras que yo no sé
porqué estaban ahí, si no empatizan con las posibles dificultades de aprendizaje que se pueden
encontrar sus alumnos. Obviamente, no todos, me topé con profes de calidad, pero también
con profes que te dicen cosas como “esto ya deberías saberlo” o “lo dimos el año pasado”,
pues no sé chica, refréscame la memoria. Profes que te hacen salir a la pizarra cuando les estás
diciendo que no has sabido hacer ese ejercicio y encima te echan porque no sabes por dónde
empezar, que te hablan mal y, autoestima, yo no he sido nunca de callarme, obviamente les
contestaba y eso a algunos les molestaba y yo ya les decía “te hablaré y te trataré como lo
hagas tú conmigo”. Nunca he sido de provocar problemas ni discusiones, siempre me ha
gustado la calma en ese sentido, pasar desapercibida. Pero cuidado, porque tampoco me voy a
quedar callada si te estás riendo de mi en mi cara. Además, me tocó una generación chunga y
no paraban de decirnos una y otra vez que éramos la peor generación, los que más sanciones
tenían, los que más problemas daban, los que más habían suspendido, los más liantes. Incluso
alguna vez recibimos insultos para decirnos lo tontos que éramos. En fin, no creo que esto nos
ayudara tal y como estaba la cosa.

Espero que te mejores y podamos estar bien, más tranquilas.

Jen

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