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“Nací en una ciudad triste suspendida del tiempo”.

A pesar de los intentos de mi familia de hacerme


feliz nunca lo lograron, siempre me preguntaban cuál era mi problema y yo me limitaba a mirarles
de forma cautelosa con el fin de evitar contestar algo que me revolvía las entrañas.

Jamás lo superé, fue la cosa más dura de mi vida, no podía pasar página. Rara vez alguien me había
entendido, para ser más exactos, en mi vida sólo me había entendido una persona, y esa persona ya
no está, no hay ni rastro de ella en esta ciudad tan triste e ignorante que solo se centra y presta
atención a las cosas o personas aparentemente perfectas, pero, a veces, dentro de la imperfección
existe lo perfecto.

Todo comenzó en un apagado y lluvioso día. Recuerdo que estaba en clase y que la lluvia no
cesaba. El sonido que hacían las gotas al chocar contra el cristal de la ventana me causaba una
soñolienta sensación; me sentía ausente, mi mente estaba en otro sitio y mis ojos cruzaban la sala de
un lado para otro lentamente, con la esperanza de que sonase el timbre y aquella larga y aburrida
clase de física terminase de una vez. Mientras mi mirada vagaba por el aula, noté una intensa
mirada sobre mi, me giré y ahí mi mirada se cruzó con la de Lea Stilinski.
Mucha gente le atribuía el adjetivo de rarita e incluso el de empollona o friki, había muchos
rumores de que ella tenía problemas en casa porque sus padres no tenían una reputación impecable.
Su padre había sido denunciado por violencia machista en varias ocasiones. En cambio, su madre
era la subdirectora del instituto, aunque era un poco odiada por los alumnos, a mi siempre me
pareció que su vida no había sido nada fácil. Tener que aguantar a tal marido, pasar por un divorcio
y tener que criar a tu hija la cual es obvio que no lo está pasando bien, es realmente complicado.

Nadie hablaba con Lea, todo el mundo se limitaba ignorarla y si no podían porque era evidente
aquel contacto visual, la mirada de indiferencia se convertía en una de asco y de vez en cuando
burlona.
En ocasiones me preguntaba en qué pensaría Lea Stilinski, de pronto sonó el timbre y me sacó de
mis pensamientos sobre aquella pobre chica. Cuando me disponía a salir, eché un último vistazo al
aula para ver si se me olvidaba algo, y, vi lo que cambió para siempre mi forma de pensar y de
comprender el mundo.

Cualquiera creería que estoy exagerando pero, ver la imagen de Lea en pleno ataque de pánico
mientras se autolesionaba me dejó paralizada, no sabía qué hacer, sólo se me ocurrió acercarme a
ella e intentar relajarla hablándola de cualquier tontería. A su vez, pensé que eso era una idea
terrible porque apenas hablábamos y seguramente se sentiría incómoda y la situación terminaría
empeorando.
Al final decidí ir hacia ella y tratar de entablar una conversación con el fin de tranquilizarla. Lo que
no sabía es que ella me llevaba observando un buen rato y cuando di un paso al frente para
acerarme a ella soltó una pequeña carcajada acompañada por un sollozo, automáticamente yo solté
una risa nerviosa, y ella que me estaba mirando con mucho recelo mientras sostenía unas tijeras
algo ensangrentadas en la mano izquierda me empezó a explicar que nada de aquello era lo que
parecía de forma muy nerviosa y de repente se calló como si estuviera esperando que yo dijera algo
lo suficientemente doloroso para que ella pudiera terminar de llorar ya sin tener que ponerme
pretextos. Para su sorpresa yo simplemente le dediqué una cálida sonrisa y acto seguido la abracé.
Lea no terminaba de comprender la situación del todo pero correspondió a mi abrazo y pareció
necesitarlo pues estuvimos abrazadas un buen rato y al separarnos me dedicó una mueca de
agradecimiento.

Tras este inimaginable encuentro supe que la hija de la subdirectora sería una persona realmente
importante en mi vida.
Conforme fue pasando el tiempo, Lea y yo nos fuimos haciendo más cercanas, con ella sentía lo que
nunca llegué a sentir por nadie, la quería en todas las formas posibles. Era de estas personas con las
que sientes una conexión instantánea y te saca una sonrisilla nada más verla.
Odiaba verla mal porque tras esa tímida chica había una gran persona que nadie nunca llegó a
valorar.
Ella siempre me decía que éramos polos opuestos, cosa que yo la discutía muy a menudo porque
aunque le costase creerlo, al igual que ella, yo también tuve una infancia difícil, de hecho, mi
hermano y yo nos pasamos viviendo la mayor parte de nuestras infancias con nuestra tía Bernarda y
siendo completamente honestos, mi hermano fue quien realmente me educó y enseñó mis
necesidades básicas porque mi tía era una empresaria internacionalmente conocida y no podía
dedicarle mucho tiempo a sus sobrinos de los que tanto hablaba y presumía en sus entrevistas.
En cuanto a mis padres todo lo que sé es que ambos murieron en un accidente de tráfico cuando yo
tenía apenas dos años. No recuerdo mucho sobre ellos, pero mi tía y, mi hermano, que tenía siete
años cuando nuestros padres fallecieron, siempre comentan que eran la verdadera representación de
alegría y júbilo.

Aparte de eso, yo me sentía muy identificada con Lea porque al haber crecido sin ninguna figura
maternal ni paternal también tuve una época en la que tuve una fuerte depresión. Entonces en cierta
forma me podía llegar a poner en su piel e imaginarme cómo se debería de estar sintiendo.

Una de las conversaciones que recuerdo con más cariño de las que tuve con ella fue un día en el que
empezó a llorar porque se sentía inferior a los demás por estar llorando y teniendo ataques de
ansiedad de forma reiterada. También me comentó que su madre no la ayudaba y lo máximo que
hacía era decirla que dejase de llorar y se pusiera a estudiar o a hacer cualquier otra cosa que fuera
más productiva que estar derramando lágrimas por los ojos. Mi reacción al escuchar aquella historia
no precisamente encantadora fue decirla que llorar no es algo de débiles y que como bien dijo
Federico García Lorca tienes que querer llorar porque te da la gana.

A medida que fue pasando el tiempo Lea parecía ir ganando confianza aunque no por mucho tiempo
porque la situación en la escuela no mejoraba y en su casa tampoco. Yo hice de todo por tratar de
hacerla feliz pero ni siquiera eso sirvió.
Un mal 29 de septiembre, Lea Stilinski terminó suicidándose porque no se vio capaz de seguir
adelante, pensó que nadie la quería a su alrededor exceptuándome a mi, yo era su único motivo para
seguir luchando contra ese trastorno mental. Las últimas palabras que crucé con ella fueron por
chat, me dijo que yo era la persona más importante en su vida pero que estaba malgastando el
tiempo en ella, porque según ella yo conocía a la Lea que ella me mostraba pero que detrás de esa
Lea había otra totalmente distinta. Una que era narcisista y manipuladora, por todo esto me dijo que
lo sentía mucho pero que ella quería descansar de una vez y no veía otra solución que no fuera optar
por la muerte. Ella quería hacerlo cuanto antes porque pensaba que yo, Ruby Argent, no le habría
podido llegar a coger tanto cariño como en realidad hice y sigo haciendo.

A día de hoy sigo pensando en ella, en cuanto la quería y en lo injusta que puede llegar a ser la vida
y las personas con un alma completamente inocente que no tenía culpa de nada. Siempre la dije que
este mundo no estaba hecho para personas incomprendidas como podíamos ser ella o yo, pero que
por nuestro propio bien nos tocaría regocijarnos en la idea de que éramos las únicas poetas de todo
el planeta y que el resto es sólo prosa como bien le dijo Emily Dickinson a su querida Susan.

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