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Con todo lo vivido, y todo lo sentido, puedo decir que toqué fondo por primera vez en mi

vida, y no era todo tan fácil, tal vez entrar si, caer y caer era sólo lo que me ocurría, el
problema fue intentar salir, agarrándome de las rocas más dolorosas que iba encontrando
en esa caída.
Si hubiese querido, me rendía y no hacía nada, pero en el transcurso de la caída fueron
pasando varias cosas que nunca me hubiera imaginado, y no miento cuando digo que
nadie merece pasar por eso, no se lo deseo a nadie, porque es lo peor. Caer y no ver más la
luz que tanto anhelabas es algo que nadie puede evitar, pero que si se puede escapar.
Es sabido que éstas formas de sentir son un tema tabú en ciertas partes de la sociedad,
porque se está acostumbrado a una falsa “vida feliz y perfecta”, mostrando las cosas
siempre en color de rosa. Pero no todo es así, si existe el bien, debe existir el mal, y ese
contraste es lo que siempre se pretende ocultar. Mostrar lo bueno, ocultando lo malo con
el miedo de que alguien diga o haga algo que nos pueda perjudicar, o que se aprovechen
de nuestra situación emocional para hacernos caer más en ese pozo maldito llamado
“DEPRESIÓN”.
Sentirse sólo, aun estando rodeado de muchas personas; sentirse vacío por dentro, aun
teniéndolo todo, son cosas por las que todas las personas pasaron o están pasando. No es
algo que se pueda evitar, como anteriormente mencioné, pero si el que sufre en silencio
decide que quiere salir, hay muchas chances de que mejore la situación en la que se
encuentra.
No se debería tratar de estigmatizar a una persona que está pasando por un mal momento
en su vida, todo lo contrario, se lo tiene que ayudar y apoyar en cada momento que se
pueda, a veces con hacerse un tiempo para escuchar ya es suficiente, otras, puede ser
necesario aconsejar y guiar, y, principalmente, hacerle saber a la otra persona que no está
sola, y que puede ganar esa batalla contra la depresión.

“A veces, creemos que todas las personas que vemos sonriendo por las calles
están felices, pero lo cierto es que algunos usan esa sonrisa para ocultar sus
dolores y sus batallas internas perdidas”
Leonardo Lator, 2022
CAPÍTULO I
EL ORIGEN
Podría empezar contando que tuve una infancia que un niño de clase media-baja
promedio puede llegar a tener: padres que se esforzaban trabajando para llevar la comida
a la casa, ropa barata que al poco tiempo se estropeaba o se rompía, juguetes frágiles que
trataba con cariño, etc.; siempre estaba rodeado de mi familia, ya sea en reuniones o cenas
familiares, o porque recibíamos sus visitas, o porque íbamos a visitarlos, cuestión que de
ellos nunca me separé, ya la distancia se hizo más notoria cuando me fui acercando a mi
adolescencia, principalmente en la etapa del secundario, ahí comenzó a cavarse mi tumba.
Mis compañeros, al ver que era callado, bajo, flaco y débil, empezaron a hacerme bromas,
al principio no era nada grave, pensaba que eran las típicas “bromas” que se hacían los
jóvenes de esa edad (12-18 años), los típicos empujones con el hombro, los tropezones con
el pie, los golpes con los nudillos, ponerse sobrenombres o apodos que destacaban las
debilidades de cada alumno; no los tomaba como algo malo, porque veía en las series de
televisión que a todos se lo hacían, pero no sabía que lo que me estaban haciendo era algo
muy grave.
El bullying en la secundaria fue lo que me empujó a la tumba emocional, en el primer año
no era nada, a medida que iban pasando los años, se iba intensificando más, pasaron de
simples “bromas” a ser directamente acoso y violencia, tanto verbal como física y
psicológica, en el quinto y último año fue vivir en una pesadilla, dos chicos del otro curso
se encargaron de dejarme traumas y secuelas, haciendo chistes que atacaban
directamente a mi persona, por mi forma de ser, mi forma de vestir, lo que me gustaba y
no me gustaba hacer, básicamente por ser el diferente del curso.
Nunca sentí tanto miedo como lo que sentí en la adolescencia, más que nada miedo a ir a
la escuela, a ese lugar en el que las peores cosas siempre me pasaban, miedo a salir al patio
para no encontrarme con los que me molestaban, no quería socializar por miedo a que me
llamen raro, no salía de casa por no querer sentir la presión social caer de mala manera
sobre mi cara y agobiarme y estresarme más, quería estar solo, encerrado en mi cuarto
escuchando música y jugando en la computadora, de vez en cuando se organizaba una
juntada con mi grupo de amigos que tenía, pero la mayoría de las veces ni me incluían en
los planes.
Aunque no todo lo malo pasaba en la escuela, si la mayoría, rescatando algo de lo bueno,
tuve profesores con los que me hice amigos, entre ellos se destaca mí profesora de Lengua
y Literatura, Miriam, de Sauce, Corrientes, conocí a jóvenes de otros años cuando pasaba
por sus aulas en los recreos, chicos del otro curso que me hacían sentir que ahí sí encajaba
(por nombrar a algunos: Lucas, Nelson, Seba, Giuliana, Bárbara, Agustina), todo lo
contrario al curso en el cual estaba yo (desde quinto hasta sexto año de Ciencias
Naturales), donde tenía mi grupo de amigos que hasta el día de hoy sigue firme (Javier,
Germán y otros dos Lucas, porque si, mi vida está plagada de Lucas).
Me sentía bien y a la vez mal, como nulo, neutro. Tuve mi primer amor platónico en ese
tiempo, una compañera de curso en secundaria llamada Maite, que duró toda mi
adolescencia, y digo “toda” porque fue unos meses antes de cumplir los 20 que me animé
a hablarle, estamos hablando de casi 7 años sin decirle lo que sentía, y cuando me animé,
sentí ese “NO” implícito en sus palabras, y me dolió. Ya venía cargando con el dolor del
bullying en mis espaldas, y quería ver si hablando o teniendo algo con esa persona especial
me podría llegar a hacer bien, pero fue todo lo contrario.
En ese momento yo estaba viajando con mis viejos y mi hermano hasta Purmamarca, un
pueblo turístico de la Provincia de Jujuy, en el noroeste argentino, famoso por tener una
cadena de cerros y uno en particular llamado “Cerro de los Siete Colores”, por las capas
de colores que éste poseía.
Todo parecía estar bien, pasamos unos días espectaculares y conocimos mucho acerca de
la cultura de esa región, nos compramos varios recuerdos que todavía están en algún lugar
de casa.
El problema acá es que, al haber viajado dos meses después de terminar el secundario, los
recuerdos seguían ahí, solo que ahora estaban más escondidos, esperando el momento
adecuado para escapar del subconsciente y atacarme desde mis pensamientos. En esos
momentos estaba en un dilema existencial y en una especie de batalla con mis padres,
debido a que yo no quería continuar con los estudios y dedicar tiempo completo a la
música, que era lo que me realmente me gustaba, y ellos querían que estudie una carrera
para tener un título, título que después no me iba a servir para nada, porque no iba a
ejercer de docente.
Otro peso más se sumó a la mochila: bullying, el rechazo amoroso, ahora, la presión de
mis viejos para que estudie algo que no me gustaba.
Al principio les costó entender que no me gustaba, y yo solo estudiaba para hacerlos
sentir bien y despreocupados, después de todo, ellos siempre quisieron lo mejor para mí
y para mi hermano, nunca hicieron lo que hicieron de mala gana, solo no se dieron cuenta
por lo que estaba pasando, puesto que al ser alguien callado y reservado, no contaba lo
que venía cargando en mi mente para no alertarlos.
No voy a ahondar mucho en esos primeros meses porque no sucedió nada fuera de lo
normal, avancé en la carrera, me hice amigo de varios profesores: Clarisa, Susana, Álbaro,
Sergio, Walter, Sonia, la mayoría era de Sauce, Corrientes, hasta que conocí a una persona
que no pensé que iba a conocer, su nombre era Anahí. El problema fue que a ella solamente
la veía unas pocas veces a la semana, porque era recursante en pocas materias, y eso me
frustraba de cierta manera, porque tenía el miedo a empezar a sentir algo por ella y que
pase lo mismo que me pasó hace 2 años atrás, en ese entonces, yo ya estaba cursando el
tercer año de la carrera.
CAPÍTULO II
GUERRA CONTRA MÍ MISMO

Todo iba bien hasta ese año de la carrera, a finales de junio, después de sacar todos mis
males a la luz al contárselos a Anahí y empezar a encariñarme mucho con ella, (aunque
ella no tiene la culpa, hasta ahora). Empezaron a pasar muchas cosas malas, no prestaba
atención en clases, no leía los textos que dejaban los profesores, no hacía las tareas, no
estudiaba para los exámenes y parciales, con suerte llegaba a dar la asistencia. Me empecé
a estresar muchísimo más que el año anterior, que tuve que hacer práctica docente en una
escuela de un pueblito cercano a Feliciano llamado San Víctor; cuestión es que la mochila
de malos recuerdos y malos pensamientos ya había alcanzado un peso que no pude
sostener y ahí fue cuando todo empezó a caer en picada, había profesores que se dieron
cuenta de eso, e intentaron ayudarme, pero digamos que no alcanzó, y me rendí ante todo
el caos que había en mi interior, por no saber cómo reaccionar.
Desde el momento en que decidí rendirme, no hacía nada, cuando estaba en casa solía
acostarme en mi cama y llorar por las noches, imaginando qué pasaría si yo muriera, o
cómo sería la vida de mi familia si yo no hubiese nacido, y ahí me empecé a sentir sólo, no
hablaba con nadie, si antes de que la burbuja explote no hablaba con casi nadie, ahora, no
hablaba con nadie literalmente, solo con mi gata; ya no jugaba tanto en la computadora,
me costaba agarrar la guitarra y tocar una canción, no comía nada, no prendía las luces
de mi pieza, ni abría las ventanas, era todo el día oscuridad y música triste sonando por
los parlantes y los auriculares por las noches.
Pensaba que al menos así mis padres se darían cuenta de lo que estaba pasando por mi
mente, pero no hubo resultados. Pensaban que estaba inventando una excusa para dejar
la carrera, sabiendo que yo les había prometido terminar la carrera y luego dedicarme a la
música.
Ahí es cuando entra en juego nuevamente Anahí, me empecé a apegar demasiado a ella,
puesto que era la única persona que mostraba preocupación por lo que me pasaba, e
intentaba ayudarme desde la distancia (la burbuja explotó en vacaciones de inverno, en
Julio, y ella no era de Feliciano), fue una buena manera de distraerme y olvidarme de mis
problemas, aunque no la podía ver físicamente, la veía siempre en mis sueños, siempre
ayudándome en esos malos momentos, solo en mis sueños hacía que ella estuviera cerca
de mí apoyándome.
En ese lapso de tiempo empecé con la escritura de un diario, y, al no saber expresarme de
forma extensa, decidí escribir lo que sentía en forma de poesía y canciones, pensando las
posibles melodías y ritmos que puedan llegar a tener en algún futuro.
Ese diario fue una buena forma de desahogo contra los males que sentía en ese momento,
a pesar de que no eran cosas positivas, en lo que escribía siempre intentaba ver el lado
bueno de lo malo, y en algunas, sólo se reflejaba el dolor que sentía
“Hoy me desperté queriendo saber
Cuál es la mejor forma de salir adelante
Ignorando a todo el mundo sin saber porqué
Desaparecer es la única opción”

Fragmento de la página 4 del diario titulada “Desaparecer (Una Última Vez)”.


La mayoría de las páginas que escribía siempre tenían como la heroína de todo a Anahí,
la persona que cursaba ese año.

“Me visitas en mis sueños


Un lugar de salvación
Ahí estoy siempre a tu lado
Sin importar la condición”

Fragmento de la página 5 del diario titulada “En Mis Sueños”.


Aunque en cierta parte de mí había algo que me decía que no me apegue tanto a ella, la
mayor parte opuesta insistía en que siga por ese camino que parecía el correcto, pues
Anahí era esa mujer que siempre había soñado.
Y así fui pasando el tiempo, chateando con ella, día y noche, empezando siempre con un
“buen día” y terminando con un “buenas noches” y “hasta mañana”, fue una linda
experiencia el sentir que alguien me quería, porque toda mi vida sentí lo contrario,
traumado por lo vivido en la secundaria, que me hacían sentir que no era de ahí, que no
pertenecía a su grupo por tener un estilo de vida diferente a lo que se espera en el pueblo.
No sé cómo, pero un día me surgió decirles a mis viejos que quería una cita con el
psicólogo, ellos, como siempre, me miraron raro, y me dijeron que yo estaba bien y que no
necesitaba ir al psicólogo, grave error, porque no se esperaban lo que iba a pasar semanas
después.
Comenzaba julio, y, por ende, empezaban las vacaciones de invierno en Argentina, en esos
días que parecían eternos y lentos, mi única compañía fue la música, debido a que las
charlas con Anahí eran más bien cortas. Así fue creciendo el dolor dentro de mí, y no
encontraba una solución para eso, más que la muerte: día y noche pensaba, ¿qué podría
pasar si yo muero?, ¿acaso le importo a alguien?, ¿mis padres realmente me quieren como
ellos dicen? Esas eran preguntas que siempre me hacía por las noches a la hora de dormir,
puesto a que, si les hablaba sobre ese tema a mis viejos, ellos se iban a enojar y
seguramente me iban a gritar como si me hubiese portado mal cuando era más joven.
Julio pasó muy lento, parecía infinito, todo el día encerrado en mi pieza, publicando
historias en Instagram para ver si alguien se acordaba de mí, pero no pasaba nada, nadie
contestaba, y así caía y caía más profundo. Hasta llegar al 31 de ese mes, cumpleaños de
un amigo. Ese día fue un punto clave en todo esto, yo volvía a casa SOLO desde la casa de
Brandon, y me puse a pensar que, no solo tenía la oportunidad de matarme tirándome a
la calle, sino que, como nadie me conocía, no iba a importar, ni siquiera iba a tener algún
impacto en el pueblo, porque siempre me vi en las sombras de los demás, siempre me
hacían sentir como si mi valor fuera inexistente en ese pueblo.
En este punto puedo afirmar que la música me salvó la vida, porque sentir en las canciones
eso que yo estaba pasando fue el mejor refugio que pude encontrar, saber que otros
sienten como yo, y no tienen miedo de expresarlo mediante el arte, algunas de las
canciones que más solía escuchar eran “Creep” de Radiohead, “Last Resort” de Papa
Roach, “Somewhere I Belong” y “Given Up” de Linkin Park, “Boulevard of Broken
Dreams” de Green Day, etc. Ahí fue cuando yo empecé a aferrarme más aún a la música, y
empecé a tener de a poco esa inspiración para componer una vez más, “como en los viejos
tiempos”. Pensaba que iba a mejorar si mantenía mi cabeza ocupada, pero no podía
concentrarme, era tan grande la herida que tenía que no me permitía hacer nada (y
cuando hablo de nada, es NADA).
No sabía qué más hacer, esperaba algún momento en que me quede solo en casa para
buscar un cuchillo y cortarme el brazo, pero cuando tenía la oportunidad un reflejo me
detenía, como si de verdad no quisiera hacerlo, recordándome que Anahí iba a volver,
puesto que en agosto volverían a empezar las clases, y tendría la oportunidad de verla
otra vez, y poder abrazarla una vez más, pero… no fue tan así.
CAPÍTULO III
EL REGRESO A CLASES
Agosto no fue lo que yo pensaba que iba a ser, primero: tuve una especie de pseudo
discusión con Anahí, porque según yo, no me prestaba la suficiente atención y parecía
como si hablar conmigo fuera algo aburrido para ella, ahí fue cuando volví a caer, volví a
tocar fondo y no querer hacer nada, una vez más…

“Sé que no soy el mejor, ni tampoco el peor


Pero para vos siempre seré el real
Yo no quise hacerte sentir mal
Mi inmadurez mental no me deja pensar con claridad”
Fragmento de la página 75 del diario titulada “El Mejor”

Pensé que viajar iba a ser una buena forma de olvidarme de lo que pasó, pero no, viajamos
con mis viejos a Los Conquistadores, y, en el viaje, la única música que escuchaba era la
que estaba en mi lista de “Sad Rock” (Rock Triste), no podía escuchar alguna canción de
Heavy Metal ni Rock sin volver a escuchar las canciones tristes, era como que no podía
asimilar lo que las otras canciones intentaban transmitirme. Al llegar a Los
Conquistadores, paramos en la plaza a tomar gaseosa que habían llevado mis viejos y a
comer galletitas, obviamente por los sentimientos que tenía en ese momento no comí ni
tomé nada, nada de nada, mis padres se empezaron a preocupar desde ese momento, pero
yo no percibía eso, como si me estuviera complotando a mí mismo diciéndome que ellos
no me pueden ayudar.
Volvimos a Feliciano y todo fue de mal en peor. Unos días después, mis padres me
encontraron tirado en la cama, tapado de pies a cabeza y llorando, ahí fue cuando se
dieron cuenta que realmente no estaba bien, y que necesitaba ayuda profesional, otra vez.
Hasta este punto ya habíamos vuelto a clases, yo ya no quería ir al instituto, solo quería
estar con Anahí, me empecé a olvidar de mis amigos por ella, hasta que un día sentía que
algo no iba bien, como que ya no me hablaba tanto como antes, ni un hola me decía,
obviamente después de tener una discusión con alguien, lo último que vas a hacer es
saludarlo, ¿no?, ¿posta?, yo pensaba que por educación si, pues estaba equivocado
entonces, en fin, sospechaba que algo pasaba, un amigo que tenía en ese instituto se
empezó a acercar más a ella, y yo dije: “bueno, van a ser amigos, déjalos tranquilos”, hasta
que cada vez los veía más y más juntos por todos lados, y ahí fue cuando empecé a pensar:
“estos se habrán juntado y no me invitaron”, puesto que siempre hacíamos planes para ir
a algún lado a comer, o a la plaza a la tarde, o al parque, o a caminar. Pero no, nunca
pasaron, y cuando quería proponer algún lugar, ninguno de los dos podía, en cambio,
cuando salía de casa, los veía juntos el día en que propuse ese plan, como si lo hubiesen
pensado ellos y no se acordasen de que yo existía, como si me borraron de sus recuerdos
y solo fuera un fantasma entre la gente.
Ahí llegué a tocar fondo otra vez, pero esta vez por sentir otra cosa más que dolor, de a
poco, ese dolor se fue transformando en odio, no podía verlos juntos, no quería verlos
juntos, quería separarlos a toda costa, quería sacar ese odio de mí, porque yo sabía que en
el interior todavía había algo que los quería perdonar, pero no fue así.
Agosto pasaba como siempre, yo frustrado porque no tenía a nadie para ver, hasta que
apareció otra persona que me hizo replantearme las cosas, un chico mayor que yo (unos
4 o 5 años mayor), junto al que había tocado en 2019, en un acto por los 60 años de la
escuela en que yo terminé la secundaria, había empezado a hablarme y a querer ayudarme,
Lucas, y su hermana Giuliana, fueron dos personas que me ayudaron dándome consejos,
algunos referidos a Dios, otros más normales (dentro de lo que se puede catalogar como
normal), pero al fin y al cabo, me intentaban ayudar, y yo valoré mucho sus consejos, no
rezaba ni hacía cosas relacionadas a Dios, porque yo nunca creí en él, ni en las religiones,
pero sí que ayudó mucho a mis viejos, en darles la fuerza para acompañarme en esto,
supongo que por primera vez en mi vida, Dios me ayudó aunque no lo necesitara.
Entre esos días, dejé la carrera que tanto me estresaba, pasaban los días y empezaba a
verme más seguido con Lucas: empezamos a juntarnos más seguido a tocar en casa, el con
el teclado y yo con la guitarra, en la plaza a “hacer ruido” y comer y tomar algo, etc.
También me empecé a juntar más y a hablar con Giuliana (la chica del otro curso del
secundario, no la hermana de Lucas), visitaba a mi profesora de Lengua y Literatura del
secundario, Miriam.
Sentía que nada podía salir mal, los consejos que Lucas y su hermana me dieron realmente
me sirvieron de mucho, empecé a deshacerme de personas que no servían en mi vida ni
aportaban nada, entre ellas Anahí y Brandon, mis dos “amigos”, mandándolos a la mierda
sin importarme si les hacía sentir mal o si les chupaba un huevo, así empecé a tener más
fuerzas y empecé a pensar en mí mismo, en qué quería ser y hacer, qué me gustaba y qué
no, cuáles eran mis límites, y me “planté a la vida”. Empecé a trabajar en mi aspecto físico
y psicológico, yendo al gimnasio, saliendo a caminar, visitando a mis familiares y a viejos
amigos de la secundaria, cambiando aires, viajando a otros pueblos y otras ciudades más
grandes que Feliciano, visitando a mi hermano en La Paz cada sábado que había una
función en el Centro Cultural.
Entre esos viajes destaco uno que hicimos con mis viejos a Federación, el primer día fue
tranquilo, el segundo fue el momento decisivo, mandar a la mierda a Anahí y a Brandon,
o seguir sufriendo por ellos haciéndolos pensar que son el centro del universo;
obviamente me decanté por la primera opción, ese día los mandé a la mierda, los mensajes
fueron lo más hiriente que pude mandar en mi vida, les tiré todas las verdades en menos
de dos minutos, trataba de ofenderlos, así como ellos me ofendieron a mí, trataba de
causar algo malo en ellos, como lo hicieron en mí.

“Con todo lo que pasé me di cuenta de muchas cosas


Solo depende de mí ser feliz y salir adelante
No puedo esperar a que venga alguien más
Y que por su bien me lastime otra vez”

Fragmento de la página 124 del diario titulada “Aléjense de Mí”


Ya no quería saber nada de esos dos, todo iba marchando de diez, todo el tiempo que
estuve en Federación me olvidé de ellos y no me pasó nada, el problema fue cuando
volvimos a Feliciano, el ambiente se sentía pesado, como si algo fuera a pasar, y pasó, me
llegó un mensaje de alguien diciéndome que los vieron a Brandon y Anahí muy juntos en
la plaza a la noche, y ahí toqué fondo otra vez, empecé a temblar y mi viejo tuvo que venir
desde la casa de mi abuela (que la estaba cuidando esa noche), hasta nuestra casa para
ver cómo estaba, cuando llegó me preguntó si estaba bien y empecé a llorar diciéndole
que no, que quería irme de Feliciano otra vez, que afuera soy feliz…
Desde ese día empecé a creer muy poco en lo que decía la gente de Feliciano, ya había
perdido las esperanzas en encontrar a alguien que pueda llamar “amigo” o “amiga” en ese
pueblo, pero ahí estaba Lucas para salvarme, él siempre hizo todo de buena manera sin
querer lastimarme, porque él pasó por lo mismo que yo, y sabía lo doloroso que era ese
proceso de curación.
Desde que empecé a ir al gimnasio tuve más confianza en mí mismo, empecé a valorarme
más y a creer más en mí, pues sabía que lo hacía para sentirme bien, y no para tener un
cuerpo de fisicoculturista, era más a modo de terapia: el gimnasio, escribir, visitar a mis
familiares y amigos, salir a caminar, visitar a la poca gente que me caía bien, salir a comer
a otros lados, viajar a otros pueblos; todo eso yo lo consideraba como terapia, gracias a
eso, puedo decir que hoy estoy bien, y mañana voy a estar mejor que ayer.
CAPÍTULO IV
NACIMIENTO DE UN NUEVO YO
Hoy me pongo a leer las primeras hojas que escribí en el diario y no pude dejar de repetir
las mismas palabras: que boludo fui al pensar esto, ¿de verdad estaba yo escribí esto?, me di cuenta
de que realmente no era yo quién escribió eso, no el yo que quería ser, el yo que intentó
ser algo para caer bien a los demás, el yo que había renunciado a sus ideales para
sobrevivir y entrar en algún grupo social al que no pertenecía ni aunque le pongan
calzador, el yo que realmente quería ser no estaba plasmado en esas hojas, el yo que
realmente quería ser estaba esperando afuera de Feliciano, en una ciudad, no en un pueblo
fantasma, el yo que realmente quería ser libre y poder vivir lo que nunca pudo mientras
estaba encerrado en el sufrimiento de tener que soportar las burlas y la exclusión social
por ser diferente ya se había cansado de ser lastimado por todos lados, quería descansar,
empezar de cero y demostrarles a las personas de Feliciano que sí puedo valerme y sí
tengo más valor del que todos pensaban.
Ya avanzados los días, empecé a planificarme una rutina diaria, que a medida que iba
avanzando, cambiaba algunas cosas. Empecé a prepararme mentalmente para afrontar la
situación que vendría a futuro: vivir sólo en una ciudad llamada Paraná, ciudad en la cual
iba a realizar mis estudios en música, y poder vivir y sentir lo que siempre quise.
Menos mal que ese nuevo yo logró perdurar hasta el día de hoy, tengo un grupo chico de
personas que puedo llamar amigos, pero no me importa, no necesito ser amigo de todo el
mundo para ser feliz, no necesito tener las mejores cosas, ni el último teléfono celular que
salga, ni la ropa más cara, todo el tiempo la vida me dio señales de que nunca necesitaba
lo novedoso, porque mis ideas iban en contra de cualquier moda.

“Hoy me deshago de todo lo inservible


Ya no soy aquel chico invisible
Mi vida va cuesta para arriba
La mochila ya no pesa tanto como antes”
Fragmento de la página 217 del diario titulada “Inservible”
Por suerte, puedo decir que voy bien en el transcurso de la terapia, ya las sesiones con la
psicóloga y el psiquiatra se ven más distanciadas, las pastillas médicas están
desapareciendo de a poco de la receta del psiquiatra, y lo mejor es que con ayuda de mi
familia y mis amigos, estoy sintiéndome mejor y con más ganas de salir adelante.
No hay nada mejor que sentirse bien con uno mismo, aunque el proceso cuesta y duele
mucho más de lo que una persona puede soportar, la recompensa siempre se disfruta el
triple.
Si algo aprendí durante todo este tiempo, es saber elegir la junta, no porque uno sea
“popular” significa que sea una buena persona, o no porque ella sea físicamente atractiva
significa que va a ser buena persona. A veces, nos fijamos en cosas que no tienen mucha
relevancia, y no definen a las personas realmente, porque para saber cómo es alguien y
por qué actúa como actúa hay que conocer su pasado, saber interpretarlo y tratar de que
su historia no se repita una y otra vez…
Buenos y malos momentos se pasan y no hay forma de evitarlos, los buenos momentos se
deben disfrutar hasta lo máximo, y de los malos momentos se debe aprender, aprender a
no cometer esos mismos errores, aprender a tomar las decisiones correctas, aprender a
conocerte en esos momentos específicos y aprender a quererte ya sea antes, durante o
después de esos malos momentos. Siempre de lo malo se saca algo bueno.
Yo encontré la salida mediante la música y la escritura, que es algo que fui desarrollando
durante los meses en que tuve esos ataques de angustia y depresión, me dolió salir de ese
lugar, porque había dejado atrás a personas que consideraba importantes para mí, pero al
final de todo, no me aportaban nada.

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