Está en la página 1de 3

Capítulo 6

Con este título, el autor hace referencia a 1984, la novela que describe una sociedad dirigida
por el Gran Hermano que controla los movimientos de todos los ciudadanos a los que engaña
con publicidad gubernamental.
En este capítulo, Stiglitz estudia los mensajes y estudios sesgados que lanzan los más ricos
para convencer al resto de que bajar los impuestos a las rentistas es bueno para la economía
porque generará crecimiento y beneficiará a todos. Lo cierto, dice el autor, es que la
desregulación iniciada por Reagan en 1980 ha reducido los ingresos de las clases medias y
sus oportunidades mientras aumentó la desigualdad con los más ricos y los buscadores de
rentas.
Pero el discurso público se centra en la eficiencia y equidad, especialmente de los mercados y
de los ingresos de los altos directivos. Pero eso requiere una justificación porque podría ser
percibido como injusto. Así los salarios de los directivos se denominan recompensa por
rendimientos y si hay pérdidas se le cambia el nombre. Luego está el dogma de que los
mercados y lo privado son eficientes y de que los fallos son culpa del inútil Gobierno que lo
que debe hacer es desregular las normativas y privatizar el sector público.
Lo mismo para los negacionistas del cambio climático, las tabacaleras o industrias tóxicas.
Stiglitz sostiene que el 1% ha convencido al 99% de sus intereses a través de la publicidad y
otros medios de influir en la opinión pública. El resultado es que el americano medio ignora
que la desigualdad ha crecido en los últimos diez años o tiene una percepción equivocada del
nivel de desigualdad, cree que es menor de lo que debería ser.
El autor menciona varios trucos publicitarios y psicológicos para manipular a los votantes
porque no son individuos que eligen consumidores racionales. Por ejemplo, el "encuadre"
puede llevar a error, decir a alguien un número al azar, preguntarle luego un porcentaje sobre
algo y ambas cifras serán parecidas.
Otro método es apelar al equilibrio y la equidad. Por ejemplo, es opinión generalizada que el
esfuerzo merece recompensa y que el más rico se lo ha ganado, Stiglitz recuerda a los
directivos de banca con contratos millonarios incluso tras llevar a la empresa a la quiebra.
Una de las formas de influir en los ciudadanos es en la educación de, por ejemplo, los jueces,
para que reciban una formación académica centrada en la economía y no en las personas
importante para que ejecuten los desahucios sin pestañear. Lo mismo para los estudiantes de
Economía, para que vean el mundo "desde la estrechez de miras de la derecha conservadora".
Otra forma de influir en la opinión pública es a través de los lobbies que convencen al
político para que saque adelante sus propuestas como la generosa rebaja de impuestos para
las rentas altas. Pero Stiglitz recalca que las ideas circulan libremente y que por mucho que se
diga que los mercados son eficientes la Gran Depresión probó lo contrario y hubo que
intervenir el Gobierno. Lo mismo pasa con la Gran Recesión, pero la derecha culpa al
Gobierno de las chapuzas de la banca.
El autor dedica unas páginas a criticar el actual sistema de medición de la producción y
riqueza de un país mediante el Producto Interior Bruto (PIB). Sostiene que, aunque el PIB de
EE.UU. ello no ha favorecido a los ciudadanos pues han sufrido una caída de sus ingresos,
realidad enmascarada por la fluidez de los créditos. Muchas multinacionales deslocalizadas
computan sus ingresos obtenidos en el extranjero pero que no crean empleo en EE.UU. Y
todo eso engrosa el PIB, que además no resta los daños medioambientales y que suponen un
coste para el país. Stiglitz concluye que los países escandinavos son, en términos reales, más
ricos que EE.UU. Porque la riqueza está mejor distribuida. Cree que el PIB debe ser
sustituido por otro corregido. el rey de Buttan hace tiempo que propuso el índice de felicidad.
Otro concepto que destaca el autor es el de las subvenciones ocultas por el que las empresas
que contaminan sin que haya una normativa que castigue el daño medioambiental. En
realidad, esa falta de legislación es una subvención encubierta.

CAPÍTULO 7
"Una justicia para todos?"
Stiglitz cree que hay una conexión entre los grupos empresariales y el Gobierno para que la
legislación favorezca sus intereses, aunque lo vendan como un "interés general" aunque en
realidad aumentan la desigualdad. Esta ayuda legal es una subvención encubierta porque
permite a las industrias contaminar más sin miedo a multas. Lo mismo para leyes sobre
quiebras, limitación de responsabilidades por accidentes, costes para acceder a la Justicia, la
competencia o la propiedad intelectual.
En los apartados siguientes, Stiglitz estudia los fracasos para regular los créditos usurarios, la
legislación sobre quiebras y el proceso de desahucio en EE. UU.
En el primer caso, durante la bonanza, el estado de Georgia descubrió préstamos abusivos en
sus bancos y quiso regularlo, pero una agencia de calificación amenazó con no calificar
ninguna hipoteca del estado y se retiró la ley. Las financieras también lograron que no fuese
elegida la profesora Warren, defensora del consumidor, para una comisión que protegiese al
cliente de créditos malos.

CAPITULO 8
La Batalla de los presupuestos
Stiglitz cree que el déficit no es un problema urgente y principal y es fácil de reducir
aumentando los impuestos a los ricos que se bajaron desde el 2.000 y bajarlos a los pobres.
Sus ideas don las siguientes:
-Subir los impuestos a los más ricos.
-Eliminar la asistencia a las empresas y las subvenciones ocultas.
-Aumentar los impuestos a las sociedades que no invierten ni crean empleo en Estados
Unidos o el país que sea y ayudar los que sí lo hacen. eso supondría poner más impuestos a
las grandes multinacionales que contratan su producción en Asia y cierran fábricas en
Occidente, lo que parece justo, no puedes disfrutar de las buenas autopistas europeas y no
pagar impuestos
- Gravar con impuestos y tasas a quienes contaminan.
-Poner fin a los regalos de lis recursos de un país.
- Recortar el despilfarro en gastos militares y no pagar de más por las compras del Estado, ya
sea las farmacéuticas o las contratistas de Defensa.
Por otra parte, cree que hay mitos por parte del lado de la oferta.
-Gravar a los ricos reduce el ahorro y el trabajo y que todo el mundo sale perjudicado.
-No perdonar impuestos o no dar subvenciones a empresas tóxicas o del carbón supone
perder puestos de trabajo y nadie quiere eso.
Y el autor replica que, hoy en día, la crisis es de demanda.
Añade que culpar a los parados de ser unos vagos porque no buscan empleo con ahínco es
culpar a la víctima. Critica la doctrina que defiende que un periodo extenso de prestaciones
por desempleo supondría un "riesgo moral" porque desincentivaría la búsqueda de empleo.
ideas como esta han sido defendidas en libros de Tim Hanford como "El economista
camuflado" y sus secuelas que hace cálculos de lo máximo que tendría que cobrar un
chabolista respecto al salario mínimo para que no le saliese más rentable vivir del subsidio.
Stiglitz responde que cuando hay una oferta de trabajo por cada cuatro candidatos, el
problema no es del parado.
Pero, siempre según el autor Stiglitz, el peor mito es que la austeridad trae el empleo y que el
gasto del Gobierno no lo hace.

También podría gustarte