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Eduardo Sarmiento

Se amplía el descuadre de la economía

El deterioro de la economía se acentúa. La agricultura y la industria, que son los principales determinantes de
la actividad productiva, crecen menos de 2%. La construcción, que constituye la principal fuente del gasto de
consumo en arrendamientos y amortizaciones, lleva tres años en declive. Lo propio sucede con las matriculas
de las universidades privadas. Aún más diciente, en el último año se perdieron más de un millón de puestos de
trabajo, la mitad por la reducción del empleo y la otra mitad por los trabajadores decepcionados que dejaron
de buscar empleo porque no lo encuentran.

La verdad es que el modelo económico dominante fracasó en América Latina. La globalización no dio los
resultados previstos. Lo que los países ganaron adquiriendo bienes a menor precio en el exterior lo perdieron
con estructuras productivas rudimentarias dominadas por los recursos naturales y bienes intensivos en baja
productividad del trabajo. En todas partes se conformaron balanzas de pagos deficitarias y se amplió la brecha
salarial con los países desarrollados. Segundo, los bancos centrales autónomos resultaron inefectivos para
lograr el balance interno con tasas de interés cero y grandes déficits en cuenta corriente. Las economías
operan con exceso de ahorro que impiden el pleno empleo y colocan el salario por debajo de la productividad.
Tercero, la política fiscal de transferencias basada en la privatización de las empresas de salud seguridad
social y educación ha sido un total fracaso. El gasto público llega a los sectores pobres en una proporción muy
inferior a su participación en la población. La mayor parte de los beneficios se quedan en los intermediarios
que obtienen ganancias excesivas por la naturaleza piramidal de las instituciones. El coeficiente de Gini es
similar antes y después de impuestos.

Para completar, los países han demostrado una total incapacidad para coordinar los déficits. Argentina y
Colombia operan con déficits en cuenta corriente superiores al déficit fiscal que generan exceso de ahorro,
salario por debajo de la productividad y desempleo. Por su parte, Brasil opera con un déficit fiscal muy
superior al déficit en cuenta corriente qué congestiona y asfixia al sector privado.

Los esfuerzos en Colombia no giran entorno analizar las partes del sistema para encontrar las causas y las
soluciones, sino se concentran en juegos de cifras para qué el conjunto supere la suma de los componentes.
Las fallas descritas se diluyen ante el cálculo del crecimiento del producto, que está expuesto a alto margen de
error. El estado de la economía se juzga con las predicciones del FMI y la OCDE, que se han incumplido
sistemáticamente en los últimos cinco años. El análisis económico dominante se aparta del procedimiento
histórico basado en los fundamentos científicos y se sustituye por las comparaciones entre países y la última
cifra global del producto nacional.

Las causas del mal funcionamiento de la economía colombiana se deben buscar en los detalles. El ejercicio no
resulta de la comparación de los desempeños con otros países y de las cifras globales. Tampoco se resuelve de
un plumazo con baja de tasas de interés, devaluaciones del tipo de cambio y represión salarial. Lo que se
plantea es la estricta coordinación entre la política monetaria y fiscal, la abierta intervención con el comercio
internacional con aranceles, subsidios y, sobre todo, con políticas industriales, para modificar la estructura de
importaciones y exportaciones, el apoyo a la industria y la agricultura, y un ajuste de los salarios que
compense el deterioro con respecto de la productividad del trabajo en los últimos 15 años. El descuadre de la
economía no es de altos salarios sino de demanda.
Salomón Kalmanovitz
“El triunfo de la injusticia”

Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, colaboradores de Thomas Piketty, han escrito este esclarecedor libro en el
que se detalla cómo el triunfo y consolidación de la derecha en el mundo desarrollado ha afianzado la
injusticia económica y social. El subtítulo del libro es “Cómo los ricos evaden impuestos y cómo hacer para
que los paguen”.

El libro parte de dos frases que capturan la filosofía de la derecha en Estados Unidos. Una de Donald Trump
cuando, en el debate con Hillary Clinton, ella lo acusó de no pagar un centavo de impuestos al fisco, a pesar
de ser un multimillonario. Él contestó descaradamente: “Es que eso es lo que me hace inteligente”. En la
campaña presidencial de 1981, Ronald Reagan había afirmado que el régimen tributario de Estados Unidos
era “un atraco cotidiano” y en ejercicio comenzó a destruir el carácter progresivo que tuvo la tributación
gracias al New Deal demócrata (1934-1945).
La paradoja de esta ideología es que el egoísmo sin límites destruye las normas de confianza y cooperación
que están en el corazón mismo de una sociedad avanzada, supuestamente civilizada. Una sociedad obtiene
prosperidad solo cuando sus ciudadanos más ricos financian las infraestructuras que garantizan la prosperidad
de sus negocios, construyen el alcantarillado que elimina sus excretas, da lugar a la educación que permite
que científicos desarrollen inventos y nuevos productos, que entrena a los doctores y financia la investigación
pública que los mantienen sanos, sin dejar de contar las cortes y el derecho que defienden su propiedad
privada.

Esas dos frases reflejan el surgimiento de una nueva forma de injusticia en Estados Unidos. Desde hace cuatro
décadas, los ingresos de los ricos se expandieron. En la medida en que se apropiaron de los beneficios de la
globalización, su riqueza se disparó a niveles nunca vistos, al mismo tiempo que se redujeron sus tasas de
tributación. Simultáneamente, para los trabajadores y las clases medias, los salarios se estancaron, las
condiciones de trabajo y vida se deterioraron, sus deudas se inflaron y sus impuestos se elevaron. Ello no fue
producto de decisiones de los ciudadanos ni de debates democráticos, sino de las fuerzas económicas de la
globalización y de las políticas de las corporaciones y de los ricos que se impusieron para desarrollar sistemas
tributarios que los beneficiaron.

La globalización permitió la perforación de los códigos tributarios nacionales puestos a competir en una
carrera hacia abajo que benefició a empresas trasnacionales e individuos que aprovecharon también paraísos
fiscales que brotaron por doquier. Pero, sobre todo, la injusticia tributaria resultó de la negación de la
democracia. Puede que los recortes de impuestos tengan un efecto económico positivo o no lo tengan, en todo
caso su aprobación no fue producto de una deliberación democrática, vulnerando el principio de tributación
con representación.

En Colombia tenemos un trumpismo tropical que practica el uribismo desde 2002, hoy en cabeza del ministro
de Hacienda Carrasquilla. Él nos quiere convencer de que los recortes de impuestos tienen un efecto positivo
sobre el crecimiento económico que nos beneficiará a todos, pero nada garantiza que las empresas los
invertirán en sus negocios: Anif señala que gracias a las exenciones aumentó más la importación de vehículos
que la de bienes de capital. Los beneficios pueden terminar en Panamá o en otros paraísos fiscales que el
ministro conoce bien.

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