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Eje Temático 1

EL PROBLEMA ÉTICO
La Ética es, lo mismo que la Lógica, una materia filosófica. Pero a diferencia de ésta,
la Ética tiene un carácter eminentemente humano, o mejor, humanístico. Y la razón
es que los problemas propios de la Ética atañen a cada persona de un modo íntimo.
Cada uno puede sentirse hondamente implicado dentro de la solución de los temas
que aquí vamos a estudiar. Todo el mundo, al menos en su madurez, ha tenido que
plantearse estos problemas, ha tenido que buscarles una solución, y ha tenido que
adoptar vivencialmente una postura frente a ellos.
Por esto la Ética adquiere un interés primordial en la mentalidad de cada estudiante.
Llega un momento en que resulta imprescindible la solución a las cuestiones morales.
No sólo por curiosidad, sino por necesidad vital, cada persona juzga inaplazable la
respuesta satisfactoria a preguntas como las siguientes.

El problema de la diferencia entre lo bueno y lo malo.

¿Cómo se puede distinguir objetivamente lo bueno y lo malo?


Es decir, ¿qué diferencia objetiva existe entre un acto bueno y otro que se dice malo?
O, acaso, ¿no hay diferencia objetiva, y todo depende de las personas que juzgan
conforme a costumbres, educación, conveniencias o imposiciones? La solución de
este problema es capital en la vida de cada uno. Quien de veras estuviera convencido
de que todo es lo mismo y que no hay diferencia entre lo bueno y lo malo, seguramente
llevará a cabo una conducta muy diferente a la de aquella persona que esté
convencida de lo contrario. Y por supuesto, aun dentro de esta última posición todavía
hay muchas variantes, pues algunos juzgan lo bueno y lo malo de acuerdo con un
criterio que para otros resulta equivocado, o al menos insuficiente. De lo cual puede
inferirse un nuevo problema de la Ética, que plantearemos a continuación.

El problema de la norma de moralidad.

¿Cuál es el criterio correcto para juzgar el bien y el mal?


Podríamos señalar desde luego algunos de ellos, que de hecho se utilizan en la vida
diaria, para hacer notar enseguida la utilidad que prestan y la insuficiencia de que
adolecen ante ciertos casos prácticos. Por ejemplo: actuar conforme a la conciencia,
o bien de acuerdo con la propia utilidad, o la intuición del momento, etc.
Para algunos basta actuar conforme a las leyes. Actuar de acuerdo con la ley es aduar
bien, y por lo tanto ya no insisten más sobre este asunto. Desde luego que en la
mayoría de los casos este criterio es suficiente. Pero se les puede plantear la siguiente
pregunta: ¿con qué criterio se hacen buenas leyes? ¿O acaso todas las leyes son
buenas? Claro está que el criterio definitivo para juzgar lo bueno y lo malo debe ser
mucho más amplio que la adecuación con la ley. Hasta se podría objetar contra él
(como lo hizo Kant) que hay personas que cumplen la ley de tal manera que-su valor
moral deja mucho que desear; cumplen materialmente, pero su intención es torcida,
interesada, caen en un puro legalismo; en fin, carecen de valor moral. Como se puede
ver, el criterio de moralidad, el criterio verdaderamente apto para juzgar lo bueno y lo
malo, tiene que estar por encima de estas dificultades. Es, evidentemente, otro, y a su
debido tiempo quedará propuesto y discutido dentro de este libro. Por lo pronto lo que
interesa es el planteo del problema para que se note cómo es fácil caer en soluciones
inadecuadas, y cómo es necesario poseer una solución definitiva.

El problema del fin y los medios.

¿Basta la buena intención para actuar bien?


Hay infinidad de personas que así piensan. "Hagas lo que hagas —aconsejan a los
demás—, lo importante es que lo hagas con buena intención". Sobrevalorizan la buena
intención. Claro está que este grupo de personas ya piensa con mayor sentido moral
que aquellas otras que todo lo hacían consistir en la adecuación a la ley. Por lo pronto,
han notado que la moralidad tiene mucho que ver con el interior de la persona, con
sus intenciones o finalidades, con el secreto de sus propósitos. Pero han
sobrevalorizado este aspecto interno y han descuidado el aspecto externo del acto
que materialmente se está ejecutando. Como lo veremos a su debido tiempo, los dos
aspectos deben tomarse en cuenta.
En torno a este problema es cómo surge aquella famosa tesis de Maquiavelo que
decía: "El fin justifica los medios". Es una verdadera lástima que haya personas que
así piensen todavía. Este libro tiene la intención de refutar tesis tan falsas como la
anterior.

El problema de la validez universal de las normas morales.


¿Las normas morales son fijas o cambian con el tiempo?
He aquí uno de los mayores problemas de la Ética. Hasta en las cafeterías se discute
sobre este asunto; y no faltan algunos, aunque sea por esnobismo o por darse aires
de suficiencia, que inmediatamente lo resuelven en el sentido del relativismo moral,
es decir, "todas las normas morales son cuestión de costumbres o de necesidades
que van cambiando con el tiempo, con el lugar y con las personas. Cada uno debe
hacerse sus propias normas. No hay normas efectivamente universales; cada caso es
distinto al otro y, por lo tanto, no admite la misma regla de solución". El relativismo
moral ha sido muy socorrido en estos tiempos. Algunos llegan hasta el amoralismo,
que en la práctica se realiza como una completa indiferencia hacia toda norma moral.
El existencialismo es la bandera que han adoptado éstos para apoyarse en su vida
amoral. Pero ya estudiaremos a fondo el asunto para juzgar si tienen razón los que
pretenden desligarse de la moral y de sus normas invariables. También veremos si
efectivamente el existencialismo les concede la razón en esto.
El problema de la obligación y la libertad.

¿Hay algunas leyes que efectivamente sean obligatorias en conciencia? y ¿en


qué se fundamenta dicha obligación?
La obligación, el "deber ser", es quizás el tema más típico de la Ética. Es un hecho del
que todo el mundo tiene conciencia: el sentimiento de obligación. En nuestro interior
percibimos la obligación, el deber, que nos impulsa en determinada dirección. Pero
entonces surge el problema: ¿tiene un fundamento dicho sentimiento de obligación?
¿No es, más bien, producto de la presión social o de la educación que nos han
inculcado nuestros padres? ¿No es un rebajamiento del hombre el decidirse a actuar
influido por una obligación que se impone desde el exterior? ¿No es acaso mucho
más valiosa la conducta del hombre autónomo que no se somete a otros, sino sólo a
sus propias decisiones?
Aquí está en juego el problema de la libertad, de la autenticidad de la propia conducta;
en una palabra, lo que se considera como lo más íntimo y valioso en cada uno, su
decisión libre y sin presiones, por la cual se va forjando la propia vida. Tal pareciera
que la obligación moral le quita al hombre la única posibilidad de ser él mismo, de
acuerdo con su propia mentalidad, de acuerdo con su propio criterio.
Y, sin embargo, no es así. Gano lo estudiaremos en un capítulo próximo, la obligación
moral ha sido muy mal interpretada, y lejos de ser un obstáculo a la autenticidad y
autonomía del hombre, es más bien su condición.
Filosofía
¿Qué es?
Etimológicamente la palabra filosofía viene de dos voces griegas, en una traducción
excesivamente convencional, «amor a la sabiduría» o «afán por saber», donde la
palabra sophía, en lugar de ser traducida como «sabiduría», término con
connotaciones grandilocuentes, debe traducirse como «saber teórico», o, en palabras
de Aristóteles, como «entendimiento y ciencia» (Diccionario de Filosofía Herder,
1998). Las palabras sophía y sophós en la primitiva literatura griega tenían un sentido
más amplio significando toda clase de saber; de igual manera, philia que significa
amor, aspiración, tendencia e investigar (Sanabria, 1999, pág. 19) o philos, el «amigo»
o el «amante» de este saber intelectual puede entenderse, a la manera de Platón,
como aplicado a aquel que desea o está ávido de saber (Diccionario de Filosofía
Herder, 1998)
Según Martínez Huerta (2001, págs. 11-12) las concepciones antiguas de la filosofía
pueden ser:

• Es la ciencia que tiene por objeto el ser, Platón.


• La ciencia que estudia las causas, Aristóteles.
• Es saber con precisión y detalle qué es esto de los dioses, de los deseos y de
las opiniones, Epicteto.
• Es la ciencia de la verdad; mas no de cualquier verdad, o sea la que pertenece
al primer principio por lo cual todo lo demás existe, Tomás de Aquino.

El mismo autor señala que las concepciones actuales de la filosofía pueden ser:

• Es el sondeo de lo racional, justamente es la aprehensión de lo presente y de


lo real, y no la indagación de un más allá, que sabe Dios dónde estará, Hegel.
• Es una autorreflexión del espíritu sobre su conducta valorativa teórica y
práctica, y a la vez una aspiración al conocimiento de las últimas conexiones
entre las cosas, a una concepción racional de universo, Hessen.
• Es el extraordinario preguntar por lo extraordinario, Heidegger.

Se podría cerrar este apartado diciendo que la filosofía es “Históricamente, la


invención – hecha por los griegos de las colonias jonias de Asia Menor, hacia el s. VI
a.C., - de hacer frente con la reflexión racional a los problemas que les presentaba la
naturaleza. La invención consistió –es la tesis de Karl R. Popper- en un cambio de
actitud ante las afirmaciones tradicionales acerca del mundo y el lugar que ocupa el
hombre en el mundo, sobre todo acerca de los orígenes de ambos, debido a profundas
transformaciones sociales. De una actitud tradicional, conservadora y acrítica, basada
en el mito, se pasa a una actitud nueva, innovadora y crítica, que se expresa mediante
teorías sobre el mundo, al comienzo rudimentarias. Esta actitud llega a convertirse en
la tradición de criticar teorías, de modo que la filosofía, primero, y luego la ciencia, que
irá naciendo de aquélla, no son más que la actitud crítica del hombre ante las cosas –
la naturaleza, el universo y él mismo-, tal como se ha desarrollado a lo largo de la
historia” (Diccionario de Filosofía Herder, 1998)
En este ámbito aparecen los primeros modelos o sistemas morales, mismos que
responden a una forma particular de concebir las cosas o de ver el mundo, entre ellos
destacan el relativismo de los sofistas y el intelectualismo de Sócrates.

FILOSOFÍA Y ÉTICA

Durante mucho tiempo la ética fue concebida como un tratado de la filosofía, dicha
concepción parte del hecho que hasta el siglo VI a.C., todo conocimiento acumulado
por el hombre se insertaba en el campo de la filosofía, principalmente debido a la
cantidad limitada de conocimiento racional que se poseía, “en este sentido, la filosofía
se presentaba como un saber total que se ocupaba
prácticamente de todo” (Ibarra Barrón, 1998, pág. 20), no obstante, con el tiempo ha
sido evidente su concepción como una ciencia aparte.
En tiempos modernos, “la ética reclama, gracias a sus métodos de trabajo, disciplina,
interacción con otras ciencias y sobre todo a las características de su objeto de
estudio, independencia y autonomía con respecto a la filosofía” (Ibarra Barrón, 1998,
pág. 20). La independencia y autonomía ha de entenderse de manera relativa, ya que
la ética al igual que el resto de las ciencias que con el tiempo se desprendieron de la
filosofía, vuelven a ésta para retroalimentarse.
De la misma manera que otras ciencias, la ética se nutre de principios, postulados y
enunciados de muchas disciplinas sociales como son la antropología, la sociología y
la psicología. Lo anterior en congruente con el principio de comunicabilidad de las
ciencias acuñado por Descartes, donde los saberes de un campo del conocimiento se
trasvasan a otros para completarse o robustecerse.

Origen etimológico de la ética.


El término ética se deriva de la palabra griega “ethos”, las acepciones históricas más
comunes según Escobar Valenzuela (2001, pág. 22) son las siguientes:

• “Lugar habitado por hombres y animales” (Homero)


• “Lugar o morada”. “La morada o ethos del hombre es el ser” (Heidegger)
• “Fuente de vida de la que manan actos singulares” (Zenón de Citio)
• “temperamento, carácter, hábito, modo de ser” (Aristóteles)

Para algunos, el vocablo ethos tiene un sentido mucho más amplio que el que se da
a la palabra ética. Lo ético comprende la disposición del hombre en la vida, su
carácter, costumbre y moral, tal y como puede extraerse de las anteriores acepciones.
Se puede traducir como “el modo o forma de vida” en el sentido más profundo de su
significado.
Ethos significa carácter, pero no en el sentido de cualidad sino en el sentido “del modo
adquirido por hábito” (Aranguren, 1995, pág. 133). Lo que significa que el carácter se
logra mediante el hábito y no por naturaleza, por ello suele llamársele “segunda
naturaleza”. Dichos hábitos nacen por repetición de actos iguales, en otras palabras,
los hábitos son el principio intrínseco de los actos.
Debe agregarse aquí el término moral (que se abordará ampliamente en los apartados
siguientes), para poder comprender a plenitud la concepción del ethos. La moral
procede del latín “mos”, que también significa costumbre, hábito, en el sentido de
conjunto de normas o reglas adquiridas por medio del hábito.

Origen científico de la ética.

Hay que aclarar en primer lugar lo que es ciencia. Una de las concepciones más
tradicionales de lo que es ciencia la concibe como el “estudio sistemático de las cosas
por sus causas, para el beneficio del hombre”, en la medida que puede explicarse de
manera ordenada y racional el origen de los diferentes fenómenos o hechos que se
estudian, evidenciando la razón de las cosas y, cuyos hallazgos beneficien a la
humanidad misma, entonces se puede hablar de que un conocimiento en particular es
científico. Pero si se quiere aseverar lo que hoy en día se entiende por ciencia, ha de
partirse de su origen etimológico, la ciencia viene del latín scientia, de scire, que
significa, saber.

“Es la actividad humana productora de conocimiento científico. Aquella actividad


cultural humana que tiene como objetivo la constitución y fundamentación de un
cuerpo científica se distingue de otras similares por sus características específicas: el
conocimiento del que trata es un conocimiento racional, que se refiere al mundo
material o naturaleza, cuyas regularidades quiere explicar y predecir; obtenido
mediante un método experimental, del cual forman parte la observación, la
experimentación y las inferencias de los hechos observados; es sistemático porque
se organiza mediante hipótesis, leyes y teorías, y es un conocimiento objetivo y
público, porque busca ser reconocido por todos como verdadero o, por lo menos, ser
aceptado por consenso universal” (Diccionario de Filosofía Herder, 1998).

Si aplicamos éste último concepto de ciencia descubriríamos más adelante que en la


ética no puede experimentarse, pero ello no le resta a su carácter de cientificidad, ya
Roger Bacon1 (1214-1292), acuñó por primera vez la expresión “ciencia experimental”,
para separar aquellas ciencias que experimentan de las que no lo hacen, como son la
teología y la filosofía. A lo anterior agregamos, tal como lo plantea Pérez (1967, pág.
123) a mediados del siglo pasado, que la ética debe su origen o fundamentación a la
observación de los hechos reales de la conducta o comportamiento humano.
Ética
Como ya se ha dicho, proviene del griego éthos que significa carácter o costumbre.

Rama de la filosofía cuyo objeto de estudio es la moral. Si por moral hay que entender
el conjunto de normas o costumbres (mores) que rigen la conducta de una persona
para que pueda considerarse buena, la ética es la reflexión racional sobre qué se
entiende por conducta buena y en qué se fundamentan los denominados juicios
morales. Las morales, puesto que forman parte de la vida humana concreta y tienen
su fundamento en las costumbres, son muchas y variadas (la cristiana, la musulmana,
etc.) y se aceptan tal como son, mientras que la ética, que se apoya en un análisis
racional de la conducta moral, tiende a cierta universalidad de conceptos y principios
y, aunque admita diversidad de sistemas éticos, o maneras concretas de reflexionar
sobre la moral, exige su fundamentación y admite su crítica, igual como han de
fundamentarse y pueden criticarse las opiniones. En
resumen, la ética es a la moral lo que la teoría es a la práctica; la moral es un tipo de
conducta, la ética es una reflexión filosófica (Diccionario de Filosofía Herder, 1998).

De la concepción propuesta anteriormente, puede evidenciarse un triple carácter de


la ética: el racional, el práctico y el científico.

Carácter racional

El carácter racional que robustece a la ética sostiene que

“la ética no es producto de la emoción o del instinto. Tampoco es el resultado de una


intuición del corazón, ni mucho menos de la pasión. La ética tiene como órgano básico
la razón. Y es que… para encontrar la razón de ser de algo, la facultad justamente
indicada es la razón. Solamente así se puede garantizar el nivel científico de la ética
y, por tanto, el acuerdo unánime de los hombres en determinados juicios. Los hombres
empiezan a encontrarse y a unificarse en el plano de la razón” (Gutiérrez Sáenz, 1996,
pág. 18).

El carácter racional viene dado entonces por el uso de la razón. La ética no es una
ciencia experimental, como ya se explicó con anterioridad, sino racional, ya que
fundamenta sus modelos éticos por medio de la razón. Ésta razón nos proporciona
causas, razones, el porqué de la bondad en una conducta realizada. La ética va a
aparecer, como lo afirma Etxeberria (2003, pág. 22), desde el proceso combinado de
reflexión sobre el hecho moral en sentido más estricto. La reflexión exige el análisis,
la crítica y la fundamentación desde la racionalidad para constituir la teoría.

Carácter práctico

La ética es una ciencia práctica, eso quiere decir que es para vivirla en el día a día de
nuestra existencia, con ello se pretende llevar a la concreción en la realidad cotidiana
aquello que teóricamente se construye, buscando mejorar la situación de ser y estar
en el mundo, favoreciendo la convivencia en sociedad y el desarrollo de la propia
persona.

No es lo mismo saber simplemente por saber que saber para actuar. La ética es un
saber para actuar. La contemplación puramente teórica del asunto no es la finalidad
de la ética, va más allá y sólo cumple su finalidad propia cuando se encarna en la
conducta humana. (Gutiérrez Sáenz, 1996, pág. 19)

Carácter científico.

Para que una ciencia sea una ciencia se requiere que cumpla mínimamente con tres
condiciones: que tenga un objeto de estudio propio, que sea autónoma y que tenga
un método de estudio particular para estudiar su objeto.

El objeto de estudio de la ética

El objeto de estudio de cualquier ciencia está compuesto por el objeto material y el


objeto formal. El objeto material, tema o materia a tratar (la cosa que se estudia) puede
ser un punto coincidente de varias ciencias, por el ejemplo las ciencias humanas que
se encuentran en el estudio del hombre, de esta manera dos o más ciencias pueden
convenir en un mismo objeto material de estudio. Lo que diferencia a una ciencia de
otra es su objeto formal, aspecto del tema o materia a tratar (el aspecto de la cosa que
se estudia).
Tal y como se presenta en la definición el objeto de estudio de la ética es la moral,
pero éste ha de ser descompuesto como en toda ciencia, en material y formal.

Objeto material de la ética

El objeto material de la ética son los actos morales2, es decir, los actos humanos libres
y conscientes, medidos y regulados por la regula morum.

“La ética enfoca sus actividades en esa zona netamente humana, como es la conducta
del hombre, su realización como hombre, sus decisiones libres, sus intenciones, su
búsqueda de la felicidad, sus sentimientos nobles, heroicos, torvos o maliciosos. Éste
es el objeto material de la ética”. (Gutiérrez Sáenz, 1996, pág. 21)

La preocupación primera entonces ha de ponerse precisamente en los “actos”.

En latín la distinción entre el carácter o modo de ser apropiado y el hábito o costumbre


como su medio de apropiación, no aparece tan clara (Aranguren, 1995, págs. 133
134), porque la palabra la palabra “mos”, como ya se ha visto, traduce a la vez a ethos,
por ello la noción de ethos se debilita y pasa a significar habitus.

Con respecto al hábito, Aranguren afirma que:


Hay que traducirlo a la manera de Santo Tomás como habitud, que significa,
primeramente, “haber” adquirido y apropiado; pero significa además de este “haber”
consiste en “habérselas” de un modo o de otro, consigo mismo o con otra cosa; es
decir, en una “relación”, en una “disposición a” que puede ser buena o mala. Los
hábitos consisten, pues, en disposiciones difícilmente admisibles para la pronta y fácil
ejecución de los actos correspondientes. Los hábitos se orden, pues, a los actos, y,
recíprocamente, se engendran por repetición de actos (Aranguren, 1995, pág. 136).

Por otra parte, y al vincular los conceptos de hábito y acto, el mismo autor sostiene
que:

Hay pues un “círculo virtuoso” entre ethos (modo ético de ser), hábitos y actos, puesto
que el primero sustenta a los segundos y estos son los “principios intrínsecos de los
actos”. En efecto si ethos es el carácter adquirido por hábito, y el hábito, nace por
repetición de actos iguales, ethos es a través del hábito “fuente de los actos” ya que
será el carácter, obtenido (o que llegamos a poseer –héxis) por la repetición de actos
iguales convertidos en hábito (Aranguren, 1995, pág. 136).

Concluyendo que:

Los actos, por pequeños que sean, no nacen por generación espontánea, ni existen
por sí mismos, sino que pertenecen a su autor, el cual tiene una personalidad, unos
hábitos, una historia que gravitan sobre cada uno de estos actos (Aranguren, 1995,
pág. 136).

En síntesis, se puede decir que el objeto material de estudio de la ética lo constituyen


los actos, los hábitos, la vida en su totalidad unitaria y lo que de ella retenemos
apropiándonoslo, a saber, el éthos, carácter o personalidad moral (Aranguren, 1995,
pág. 199).

Objeto formal de la ética

El objeto formal lo constituirán los actos humanos en cuanto ejecutados por el hombre
y regulados y ordenados por él para percibir la bondad o la maldad de esos actos. En
este sentido se sostiene que:

El objeto formal se descompondría en el estudio del objeto material en su


especificación moral. Es decir, los actos en cuanto buenos o malos; los hábitos en
cuanto virtudes o vicios; las formas de vida desde el punto de vista moral y, en fin, lo
que a lo largo de la vida hemos querido y logrado o malogrado ser (Aranguren, 1995,
pág. 199). Si se consideran los actos en sí mismos, aisladamente, los actos tendrán
de bondad lo que tengan de realidad, y serán malos en la medida en que no alcancen
la plenitud de ésta (ética-metafísica). Si se consideran referidos a su autor, dentro de
la secuencia temporal de la vida, serán buenos en cuanto contribuyan a la perfección
de su realidad personal, a la planificación de sus éthos o carácter moral.
Aspectos relevantes para tomar en cuenta respecto al aporte del objeto material al
formal de la ética:

• La plenitud de la realidad es lo que da la especie moral, a saber, el objeto adecuado


o conveniente a la razón, el objeto racional o razonable.
• Los actos se especifican por las circunstancias, quedando por tanto fuera de su
sustancia.
• Los actos humanos se especifican moralmente por el fin que, al ejecutarlos, movió
a su autor.

En resumen: el objeto otorga a las acciones su bondad intrínseca; las circunstancias


que en el acto concurren pueden modificar, también intrínsecamente, esta bondad. Y
el fin también da o quita bondad, pero por modo extrínseco (Aranguren, 1995, pág.
200).

Autonomía de la ética

Con respecto a ésta característica,


todas las ciencias que se constituyan como tales han de establecer sus propias leyes,
principios y metodologías.

Hay que aclarar que no existe una sola ciencia que sea estrictamente autónoma, ya
que no hay ciencias aisladas..., esta autonomía o independencia es relativa, es decir,
todas las ciencias, unas más que otras, se retroalimentan, pero nunca una ciencia
busca imponerle sus leyes y principios a otra, su campo de estudio, material o formal
está bien determinado. Se puede sí, en esa autonomía relativa, retomar los resultados
que ofrece la investigación de otra
ciencia u otras ciencias y no por ello perderla o ser dependiente. (Ibarra Barrón, 1998,
págs. 22-23)

Método de estudio

La posibilidad de la unificación de un método para el estudio de las ciencias se alcanzó


con la introducción por Descartes de su “método”. Hasta entonces, las ciencias
diferían no sólo en el objeto sino también en el método particular al que recurrían para
estudiar su objeto. La introducción de ese método, hoy reconocido como científico, en
sus múltiples adecuaciones, ha permitido hacer posible la “comunicabilidad de las
ciencias”. Si bien es cierto que el método científico tiene características propias, cada
ciencia, a partir de su objeto de estudio, lo adapta para obtener los resultados que
busca.

Se extrae entonces que la utilización de un método en particular está determinado, en


principio, por el mismo objeto de estudio y, en segundo lugar, entre otras razones, por
intereses del investigador, por sus objetivos. Entre otros pueden mencionarse:
analítico, sintético, deductivo, inductivo, mayeútico, dialéctico, fenomenológico,
trascendental, de análisis lógico, psicoanalítico, de las ciencias racionales, de las
experimentales, de las del espíritu. (Ibarra Barrón, 1998, págs. 22-23)

La ética, como ciencia, no se reduce a un conjunto de normas y prescripciones. Su


tarea es investigar, sistematizar, ordenar y esclarecer, un tipo de práctica humana: la
moral.

Al estudiar la moral, la ética se encuentra con una experiencia histórico – social


múltiple y variada, es decir, una serie de morales efectivas, ya dadas, las cuales, para
su explicación, necesitan de un tratamiento científico que determine su esencia, las
condiciones objetivas y subjetivas del acto moral, las fuentes de valoración moral, la
naturaleza y función de los juicios morales, los criterios de justificación de dichos
juicios y el principio que rige el cambio y la ausencia de los diferentes sistemas
morales (Ibarra Barrón, 1998, págs. 24-25).
ÉTICA Y MORAL

Función social de la moral


Parafraseando a Sánchez Vásquez (1998, pág. 59), se puede decir que la función
social de la moral consiste en regular las acciones de las personas, en sus relaciones
mutuas, o las de la persona con la comunidad, con el fin de preservar a la sociedad
en su conjunto o a la integridad de un grupo social en particular, con lo que se asegura
el mantenimiento de un determinado orden social. Aunque el orden social también se
mantiene mediante el derecho y las regulaciones del estado, pero, mediante las
normas morales se persigue una integración de las personas en forma más profunda
e íntima, por convicción personal, consciente y libre.

¿Qué es la moral?

La palabra moral viene del latín moralis y del griego mos, relativo a las costumbres.
Se entiende como el conjunto de normas, usos y leyes que el hombre percibe como
obligatorias en conciencia. Su estudio es objeto de la ética (Diccionario de Filosofía
Herder, 1998).
Ese conjunto de normas, usos y leyes son prescritas por la sociedad a la que
pertenece la persona y su obligatoriedad de conciencia (aceptación libre y con
conocimiento) busca hacerlo responsable ante sí mismo y ante la sociedad que las
establece. En este sentido, la moral puede ser entendida como el conjunto de normas,
usos, leyes o costumbres (mores) establecidas por la sociedad, que rigen la conducta
individual y social de los hombres.
Según Escobar Valenzuela (2001, pág. 40), existen algunos elementos que pueden
destacarse del concepto de moral: ésta contiene, ante todo, un conjunto de normas,
sin las cuales no es posible concebirla. Estas normas tienen como propósito regular
la conducta del hombre en la sociedad; además, deben ser realizadas en forma
consciente y libre, e interiorizadas por el sujeto; mediante ellas, el individuo pretende
llegar a realizar el valor de lo bueno.

Moral y moralidad
Un hecho innegable es la existencia de un conjunto de conductas y realizaciones
humanas que están afectadas por el carácter moral, éstas se reconocen como el
“hecho moral”, que se han sucedido históricamente a través del tiempo, tal y como se
ha citado anteriormente. Si retomamos los conceptos acuñados de moral, se percibirá
con facilidad la existencia de dos planos o niveles de la moral: uno teórico – normativo
y otro fáctico – efectivo o real. Es decir, uno referido al “deber ser” (ideal) y otro al “ser”
(real), o lo que es lo mismo al “deber hacer” y al “hacer realmente”. Al primero de estos
planos o niveles, estaría referido el concepto de moral, mientras que, al segundo, el
de moralidad. La “moral” designaría el conjunto de principios, normas, imperativos o
ideas morales de una época o una sociedad, en tanto que la “moralidad” haría
referencia al conjunto de relaciones efectivas o actos concretos que cobran un
significado moral con respecto a la moral dada (Sánchez Vásquez, 1998, pág. 57).
Al plano normativo pertenecería la norma de derecho, que ordena y manda cómo debe
comportarse la persona; mientras que al fáctico pertenece la norma de hecho, es decir
los actos concretos que se realizan conforme a las normas establecidas.

Ética y moral

A pesar de la sinonimia de los términos latino “ethos” y griego “mos”, el desarrollo


histórico de la filosofía práctica los distingue. Tradicionalmente, el término moral se
utiliza para referirse al conjunto de reglas, normas, mandatos, tabúes y prohibiciones
que regulan y guían la conducta humana en la vida cotidiana, así como las normas
internas que rigen al sujeto. En términos generales, la moral se asocia con el contenido
de las normas, los juicios de valor, las instituciones morales: la moral vigente, se
encuentra en el nivel de lo fáctico. En cambio, la ética, como lo afirma Carvajal (o.c.
Eso que llamamos ética):

se usa para designar a aquel saber teórico (ethica docens) que reflexiona sobre la
moral vivida, ya sea para ponerla en tela de juicio o justificarla. Por esta razón, también
se la denomina moral pensada. La ética es pues aquella disciplina que indaga sobre
la finalidad de la conducta humana, de las instituciones sociales y de la convivencia
en general. Es una investigación filosófica sobre el conjunto de problemas
relacionados con la acción. Además, reflexiona sobre el lenguaje moral: es teórica.
Por otra parte, la ética tiende a ser universal por la abstracción de sus principios.
CONCEPTOS BÁSICOS DE LA MORAL
Existen un conjunto de conceptos básicos que concurren en torno a la moral, los que
deben ser conocidos y estudiados por todos aquellos que pretendan tener una
comprensión mayor del hecho moral, entendiendo éste como un conjunto de
conductas y realizaciones humanas que están afectadas por el carácter moral, o en
palabras de Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 53), “el fenómeno humano en donde se dan
las cualidades necesarias para formular un juicio de valoración ética”. Estos conceptos
son los que se abordan en los apartados siguientes:

Acto del hombre, acto humano y acto moral.

No todos los actos son interés de la ética, sino solamente aquellos que pueden ser
catalogados de morales, por ello hay que hacer una distinción básica entre lo que es
un acto de hombre y uno propiamente humano.

Actos del hombre

Son todos los actos, que realiza el hombre, pero que carecen de conciencia o de
libertad, o de ambas cosas. Por ejemplo: digerir, caminar, respirar, etc. Se denominan
del hombre en cuanto que corresponden a la naturaleza animal de uno mismo.

Actos humanos
Son aquellos que el hombre realiza con deliberación de la razón, y con libertad de
voluntad. Por ejemplo: amar, razonar, leer, escribir, trabajar, etc., son actos humanos,
porque se ejecutan de un modo libre y consciente. Estos son originados en la
naturaleza humana del hombre: su racionalidad y voluntad.

Acto moral

Es un acto humano donde puede percibirse el hecho moral, es decir, aquel


acontecimiento, acto o comportamiento sobre el que podemos pronunciarnos
calificándolo de bueno o malo, de justo o injusto, de honesto o deshonesto (Martínez
Huerta, 2001, pág. 42), es decir, que es susceptible de aprobación o condena, de
acuerdo con normas comúnmente aceptadas (Sánchez Vásquez, 1998, pág. 66). Esto
no quiere decir que todos los actos humanos son actos morales, sino solo aquellos
que consciente y libremente obrados, son objeto de valoración moral.

Estructura del acto moral.

Se parte de que el ejercicio de la conciencia y de la libertad son las condiciones


indispensables para que exista el acto humano, no obstante, deben de sucederse
determinadas fases para que éste se convierta en un acto moral, estas son:
La elección del fin.

Se debe destacar el motivo del acto moral, es decir, aquello que impulsa a actuar o a
perseguir determinado fin. El agente moral (la persona que obra el acto moral) debe
estar consciente del motivo o fin que persigue con el acto obrado, para que puede ser
tomado en cuenta el momento de calificar moralmente el acto, ya sea en un sentido o
en otro. Al respecto afirma Sánchez Vásquez (1998, pág. 67) que

“toda acción específicamente humana exige cierta conciencia de un fin, o anticipación


ideal del resultado que se pretende alcanzar… Pero el fin trazado por la conciencia
implica asimismo la decisión de alcanzarlo. Es decir, en el acto moral no sólo se
anticipa idealmente, como fin, un resultado, sino que además hay la decisión de
alcanzar efectivamente el resultado que dicho fin prefigura o anticipa. La conciencia
del fin, y la decisión de alcanzarlo, dan al acto moral el carácter de un acto voluntario”.

Un mismo acto puede realizarse por diferentes motivos y, a su vez, el mismo motivo
puede impulsar a realizar actos distintos con diferentes fines. La pluralidad de fines en
el acto moral exige: la elección de un fin entre otros y la decisión de realizar el fin
escogido.

La elección de los medios.

El acto moral no se cumple con la decisión tomada; es preciso llegar al resultado


efectivo. Para ello, es preciso dar los pasos necesarios que permitan plasmar el fin
elegido, es decir, elegir y emplear de manera consciente los medios para realizar el
fin escogido. Al respecto, nuevamente Sánchez Vásquez (1998, pág. 67) comenta que
“el empleo de los medios adecuados no puede entenderse – cuando se trata de un
acto moral- en el sentido de que todos los medios sean buenos para alcanzar un fin o
que el fin justifica los medios”.

Realización del acto moral.

El acto moral, por lo que toca al agente moral, se consuma en el resultado, o sea, en
la realización o plasmación del fin perseguido. Pero, como hecho real, tiene que ser
puesto en relación con la norma que aplica y que forma parte del “código moral” de la
comunidad correspondiente. Sánchez Vásquez (1998, pág. 67) agrega que “el acto
moral supone un sujeto real dotado de conciencia moral, es decir, de la capacidad de
interiorizar las normas o reglas de acción establecidas por la comunidad, y de actuar
conforme a ellas”.
A manera de resumen, el acto moral es una totalidad o unidad indisoluble de diversos
aspectos o elementos: motivo, fin, medios, resultados y consecuencias objetivas.
La conciencia moral

Tal como se ha anticipado, el agente moral requiere para obrar moralmente ser
poseedor una elevada conciencia moral, que le permita interiorizar las normas y reglas
existentes en un colectivo.

La conciencia moral es la actividad de la mente humana por la que se representa la


rectitud, o la ausencia de rectitud, de una decisión, acción u omisión. Es, por tanto, la
capacidad humana de juzgar sobre la bondad o la maldad, la capacidad de realizar
juicios morales o la de comprender la obligación incondicional que impone el deber.
Se suele llamar conciencia antecedente a la que precede a la realización del acto, o a
la decisión de actuar o no actuar, y que se percibe como una sugerencia de la razón
a hacer el bien, y conciencia consecuente, a la que es posterior a la acción, decisión
u omisión, y que consiste en una reflexión o juicio de la razón sobre lo hecho, decidido
u omitido. No es sino la misma conciencia humana, en cuanto se refiere, no al
conocimiento de «objetos», sino al conocimiento de la moralidad de los «actos» y es,
por tanto, lo que se denomina razón práctica y, en cuanto autoconciencia, coincide
con el sujeto personal, libre y responsable.

Se considera a la conciencia norma última de moralidad (última en el sentido de «más


próxima»), lo cual implica la obligatoriedad de atenerse a ella en el terreno práctico.
La conciencia es principio de moralidad justamente porque obliga. No debe, sin
embargo, entenderse que se trata de una obligatoriedad subjetivamente entendida,
sino objetivamente fundada por el carácter eminentemente social de la conciencia
(Diccionario de Filosofía Herder, 1998).

Existen dos posturas para explicar el origen de la conciencia moral, una que la
considera innata, es decir, que nace junto al individuo; por otra parte, se encuentra la
postura empírica, ésta afirma que la conciencia moral se adquiere en el proceso de
socialización. De éstas dos posturas se ha de optar por la última de ellas para ser
congruente con lo anteriormente expuesto sobre el origen y desarrollo social de moral.
Sobre el origen y desarrollo social de la conciencia moral, Sánchez Vásquez (1998,
pág. 154) agrega que ésta

“se halla sujeta a un proceso de desarrollo y cambio. A su vez, como conciencia de


individuos reales que sólo lo son en sociedad, es facultad de juzgar y valorar la
conducta que tiene consecuencias no sólo para sí mismo, sino para los demás.
Únicamente en sociedad el individuo adquiere conciencia de lo que está permitido o
prohibido, de lo obligatorio y no obligatorio en sentido moral”.

En la persona puede notarse cuando se están adquiriendo niveles mayores de


conciencia moral, éstos se evidencian cuando se cumplen las normas que regulan sus
actos, no por sometimiento pasivo a ellas, o simplemente para ajustarse a la opinión
de los demás, sino cuando de manera consciente y libre comprende el deber de
cumplirlas, también cuando en su interior se generan diversos sentimientos ante su
obrar, por ejemplo: satisfacción, complacencia o regocijo por el correcto actuar, o bien,
culpa, vergüenza y remordimiento por un accionar incorrecto.

Conducta moral

La conducta moral es libre, obligatoria y conforme al deber, es decir, el agente moral


se haya obligado a comportarse de acuerdo con una regla o norma de acción y a
excluir o evitar los actos prohibidos por ella. La obligatoriedad moral impone, por tanto,
deberes al sujeto, por ello se afirma que toda norma establece un deber (Sánchez
Vásquez, 1998, págs. 147-148).
A lo meramente individual o particular se le agrega, el carácter social de la obligación
moral. Parafraseando a Sánchez Vásquez (1998, págs. 150-151), éste se da por las
razones siguientes: en primer lugar, existe obligatoriedad moral para un individuo
cuando sus decisiones y sus actos afectan a los demás, o a la sociedad entera; en
segundo lugar, lo obligatorio de un acto no es algo que el individuo establece, sino
que lo encuentra ya establecido, en una sociedad dada y, en tercer lugar, las normas
morales, no son modificadas por cada individuo, sino que cambian de una sociedad a
otra; por tanto, el individuo decide y actúa en el marco de una obligatoriedad dada
socialmente.

El deber moral

Etimológicamente viene del latín debere, deber, que significa estar obligado. En
general, es la obligación moral, o la obligación – la necesidad- de actuar moralmente.
Esta obligación se expresa en juicios o enunciados deónticos: por ejemplo, «no
matarás». El contenido de estos diferentes enunciados constituye el conjunto de
«deberes» concretos a los que el hombre se siente moralmente obligado.
El deber es el concepto fundamental de los sistemas éticos deontológicos, a saber,
aquellos que se fundan en un principio de obligatoriedad libremente aceptado. La
obligatoriedad y necesidad que emana del orden moral proviene, de acuerdo con los
presupuestos de las diversas teorías éticas, por ejemplo, de naturaleza, según los
estoicos, de la ley moral natural enraizada en la ley divina, según el cristianismo, o de
la razón práctica, según Kant, esto es, de la libertad humana (Diccionario de Filosofía
Herder, 1998).
Para otros autores el deber es, la necesidad moral de hacer u omitir algo (Fagothey)
o la coerción ejercida por el intelecto sobre el libre arbitrio (Maritain) o la presión que
ejerce la razón sobre la voluntad enfrente de un valor (Gutiérrez). En todos los casos,
se trata de una presión especial, de una coerción puramente intelectual, causada por
la visión o apreciación de lo que es valioso (Martínez Huerta, 2001, pág. 48). En otras
palabras, el deber es el mandato u obligación de realizar algo cuyo cumplimiento se
considera útil para el individuo y la comunidad. Siguiendo la división propuesta por
Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 192), los deberes se clasifican por su naturaleza, en
imperativos (los que nos manda a hacer), prohibitivos (los que estamos impedidos de
hacer) y permisivos (los que expresan lo que es lícito).
Hay que tipificar la concepción de la auténtica obligación moral, misma que no se
origina en la autoridad, en la sociedad, en el inconsciente, en el miedo al castigo o en
la búsqueda del premio, como afirma Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 199), cuando una
persona capta un valor con su inteligencia, se ve solicitada por dicho valor, y entonces
la inteligencia propone a la voluntad la realización de tal valor.
Pero la inteligencia presiona sutilmente, sin suprimir el libre albedrío. Es, por lo tanto,
autónoma y compatible con el libre arbitrio.

Norma moral

Etimológicamente viene

del latín norma, escuadra, y por extensión regla o modelo; y del griego, gnomon,
(ángulo recto
formado por dos piezas de madera unidas, que servía como instrumento geométrico
de medición). En general arquetipo, modelo que se tiene en cuenta al actuar. En su
principal sentido prescriptivo –la norma que obliga-, propio de la ética y del derecho,
se define como un comportamiento que se impone (Diccionario de Filosofía Herder,
1998).

Al respecto afirma Gatti (1997, pág. 18) que

“cualquier forma de discurso moral incluye de un modo o de otro, indicaciones muy


precisas, deberes o normas de tipo imperativo, que aspiran a orientar y dirigir el
comportamiento humano, de manera que persiga determinados ideales morales,
realice determinados bienes o valores morales, actúe el perfeccionamiento moral del
hombre tal como está concebido dentro de ese particular tipo de visión de la realidad”.

Para no ser arbitrarias, estas indicaciones imperativas deben a su vez soportarse en


uno o más valores, que precisamente las normas se proponen promover o defender.
Lo que es totalmente coherente con lo que se definía como auténtica obligación moral.
En pocas palabras, las normas morales son las que regulan de manera imperativa la
conducta moral del hombre en sociedad. Para que sean valiosas, deben ser realizadas
en forma consciente y libre, e interiorizadas por la persona. Éstas dirigen la actividad
humana en orden al bien, buscando no la perfección de las obras elaboradas y
producidas por el hombre, sino la bondad o la perfección misma del hombre que las
opera.
La vida en sociedad se encuentra ordenada por diversas clases de normas, las hay
culturales, religiosas, morales, jurídicas, estéticas, usos sociales, educativas y
profesionales, etc., dentro de todas ellas, las más importantes resultan ser las normas
morales, las normas jurídicas y las de usos sociales, principalmente las dos primeras.
Normas jurídicas

Son aquellas referidas al derecho (expresiones sociales acompañadas de sanciones


legales) que toman forma de reglas transitorias prescritas de la Ley Positiva y que
poseen un carácter obligatorio para el hombre, regulando la actividad externa de la
persona en sociedad para evitar conflictos con otras.

Normas de usos sociales

Son aquellas reglas que por opinión de los demás, de la sociedad, convencionalismos,
costumbres o tradiciones de la época han sido adoptadas por los pueblos de manera
tal que regulen el comportamiento de la persona en determinadas circunstancias de
la vida.

Distinción entre normas morales y jurídicas

Sobre las normas, hay que plantear la distinción existente entre la norma moral y la
jurídica, ya que en algunos casos suelen confundírseles. Las diferencias más notorias
son las siguientes:

• Las normas morales regulan el comportamiento interno de la persona, mientras que


la norma jurídica se centra en actuar u obrar, en lo externo.
• Violentar, contradecir o desobedecer una norma moral trae como consecuencias
sanciones de tipo personal como el remordimiento o el reproche de la conciencia,
mientras que hacerlo con una norma jurídica traerá como consecuencia una sanción
de tipo legal (multa, cárcel, etc.)
• El cumplimiento de una norma moral se origina en el interior de la persona luego de
un discernimiento de esta (autónoma), mientras que el acatar una norma jurídica parte
del carácter imperativo de la misma, es decir, de una fuerza obligatoria extraña a la
persona (heterónoma).

Sanción moral

La sanción moral es el correspondiente premio o castigo que se merece por el


cumplimiento o violación de la ley, norma o regla y, consiste también en la aprobación
o desaprobación, que merece el incumplimiento o la violación del deber moral.
La finalidad de cualquier sanción correcta es la de inclinar a las personas hacia el bien
y apartarlos del actuar incorrecto. Esto quiere decir que tiene una función preventiva.
Además, trata de corregir al que ejecuta actos deshonestos procurando que no
reincida; ésta es la función remediadora de la sanción (Gutiérrez Sáenz, 1996, pág.
214). Las sanciones se clasifican en:
Sanciones materiales.

Consisten en las consecuencias naturales de nuestros actos: el alcohólico sufre gran


decaimiento físico que transmite a su descendencia; la riqueza para el hombre que
trabaja y es honesto, fiel a los preceptos morales.

Sanciones personales

Son las que se manifiestan en la intimidad de la persona, mediante la tristeza o el


remordimiento, para quien infrinja las normas morales, y la satisfacción del deber
cumplido, para quien se mantenga fiel a los preceptos morales.

Sanciones sociales
Estas se presentan en los juicios públicos de reproche o alabanza sobre el
comportamiento observado; por ejemplo, la estimulación social para quien lleva una
vida virtuosa y el menosprecio de la comunidad para quien infrinja el orden moral.

Sanciones civiles

Son las que vienen dadas por el quebrantamiento de las leyes, reglas o normas que
conforman el orden jurídico, por ejemplo, las multas, las prisiones y la pena de muerte.

Sanciones religiosas
Estiman que el orden moral es sancionado por Dios con el establecimiento de penas
y castigos ultraterrenos, por ejemplo, el catolicismo nos habla del cielo, del purgatorio
y del infierno. Es sobre todo el espectro del infierno y la ilusión de un paraíso, lo que
el cristianismo ofrece ante los ojos de los hombres.

Responsabilidad moral
Se deriva del

latín respondere, responder, que referido a «actos» significa que se asumen como
autor. En sentido amplio, es la madurez psicológica de una persona que la hace apta
para realizar adecuadamente una tarea determinada y la vuelve capaz de tomar las
decisiones pertinentes.
La responsabilidad moral obliga a uno a reconocerse autor de sus actos, ante la propia
conciencia, ante la sociedad y ante la vida. Tradicionalmente se vincula la existencia
de responsabilidad moral a la afirmación de libertad, de modo que ésta es condición
necesaria de aquélla. Una persona es moralmente responsable de lo que ha hecho
sólo si hubiera podido actuar de forma distinta a como lo ha hecho, y podría haber
actuado de forma distinta, si los motivos que la movieron a actuar no la indujeron de
forma determinista (Diccionario de Filosofía Herder, 1998).
En la medida que el hombre actúa de manera consciente y libre, es responsable
moralmente de sus actos. En este sentido, la responsabilidad moral estará referida a
la capacidad que tiene la persona de actuar libre y asumir las consecuencias que se
derivan de sus acciones. Las condiciones que desde tiempos de Aristóteles hasta
nuestros días se han señalado para que existe responsabilidad moral son: en primer
lugar, que el agente moral no ignore las circunstancias ni las consecuencias de su
acción, es decir, que su conducta tenga un carácter consistente; en segundo lugar,
que la causa de sus actos este en él mismo y no en otro agente, es decir, debe partir
de una causa interior, mas no de una causa exterior que le obligue a actuar de cierta
forma, pasando por encima de su voluntad; su conducta ha de ser libre.
De esta manera, solo el conocimiento del acto, por un lado, y la libertad de realizarlo,
por el otro, permiten hablar legítimamente de responsabilidad moral. Por el contrario,
la ignorancia, de una parte, y la falta de libertad de otra permite eximir al sujeto de la
responsabilidad moral (Valverde, s.f.). Esto origina los dos tipos de coacción que se
presentan a continuación:

Coacción externa y responsabilidad moral

Para que una persona sea responsable de sus actos, la causa que origina el acto debe
encontrarse en él mismo y no en el exterior de la persona (en algo o alguien que lo
obligue a actuar de determinada manera contra su voluntad). En otras palabras, se
requiere que la persona en cuestión no se halle sometida a una coacción exterior.
Cuando el agente moral se encuentra bajo el imperio de una coacción exterior, pierde el
control sobre sus actos y se le cierra el camino de la elección y la decisión propia, realizando
así un acto no escogido ni decido por él. En cuanto que la causa del acto está fuera del agente,
escapa a su poder y control, y se le cierra la posibilidad de decidir y actuar de otra manera,
no se le puede hacer responsable de la forma en que ha actuado (Sánchez Vásquez, 1998,
pág. 97).

Coacción interna y responsabilidad moral

Tal y como se citaba en el apartado anterior, para que a una persona se le impute
responsabilidad moral sobre sus actos, el origen de éstos debe encontrarse en él
mismo, en su interior. No obstante, sólo ha de responder moralmente por aquellos
actos cuya naturaleza conoce y cuyas consecuencias puede prever, así como de
aquellos que, por realizarse en ausencia de una coacción externa, se hallan bajo
dominio y control (Sánchez Vásquez, 1998, pág. 97).

Cuando la persona actúa bajo una coacción interna, es decir, bajo impulsos que le es
imposible resistir (una neurosis, por ejemplo), aunque sus actos tengan su causa en
el interior de él mismo, no son propiamente suyos, ya que no puede controlarlos (por
el ejemplo el deseo de robar de un cleptómano), por lo tanto, no puede ser
responsable moralmente por el acto obrado, ya que no lo hizo libre ni
conscientemente.
Juicio moral

Para Sánchez Vásquez (1998, pág. 193) son enunciados acerca de la bondad o
maldad de actos realizados, así como respecto a la preferencia de una acción posible
con respecto a otras, o sobre el deber u obligatoriedad de comportarse de cierto modo,
ajustando la conducta a determinada norma o regla de acción.
También son los juicios que se emiten desde un punto de vista moral, o con los que
se expresa el dictamen moral, o la valoración moral, acerca de las personas, sus
acciones, omisiones, motivaciones, etc. Por ejemplo, emitimos juicios morales cuando
juzgamos si una persona ha actuado conforme a su deber, o no, o si una acción es o
no es moralmente correcta, o si los motivos para actuar son o no correctos. Por otra
parte,

Se distingue entre juicios de obligación moral o juicios deónticos (enunciado que


expresa obligaciones o deberes, o que trata acerca de lo obligatorio y lo permitido), y
juicios morales de valor. Los primeros tienen por objeto acciones y omisiones,
mientras que los segundos tienen por objeto personas, decisiones, motivos, etc. Los
fundamentales son, al parecer, los juicios que expresan obligaciones morales, o juicios
deónticos, puesto que la ética es, ante todo, una praxis y la moral se refiere
primariamente a las actuaciones; ahora bien, la persona que actúa moralmente es
objeto de valoración moral: de ella hacemos juicios morales. «Debe o no debe» se
refiere, ante todo, a la actuación; en consecuencia, la actuación que es conforme a
deber es «buena» y la que no lo es, es «mala». Valoramos si una actuación es buena
o mala mediante juicios morales y, a su vez, éstos deben fundarse en criterios
morales, o teorías éticas (Diccionario de Filosofía Herder, 1998).
Clasificación de las Éticas
Ética descriptiva

La ética descriptiva, por su naturaleza, desempeña funciones completamente distintas


de las que desempeña la ética normativa; se puede afirmar que:
a) No pretende valorar para prescribir

b) No trata de juzgar para establecer cuál deba ser la actitud moralmente buena
o el comportamiento moralmente recto.

c) Se limita a constatar el dato que de hecho existe y a describirlo detallada y


minuciosamente

d) No trata de lo que debería ser ni del ideal hacia el que tender, sino de lo que
en la realidad de los hechos caracteriza al fenómeno moral. El fenómeno
MORAL se objetiva en la historia, en la cultura, en la práctica de las relaciones
socio-personales y en la mutua interferencia de la esfera sociopolítica con la
individual personal. Por eso mismo se le puede describir en todas sus
características y en todas sus estratificaciones diacrónicas y sincrónicas. Toda
persona individual y todo grupo social, todo pueblo y toda cultura poseen su
propia moral, su propio ethos, es decir, un código de normas que guía la vida
de los individuos y de la sociedad y que sanciona la orientación de las
relaciones interpersonales.

El objeto de la Ética descriptiva (es el ETHOS)

Lo constituye la sedimentación histórico-cultural del fenómeno moral dentro de un


pueblo y el modo práctico de vida con el que se identifica el fenómeno moral.
En cuanto descriptiva, la ciencia ética resalta la manifestación histórica del
fenómeno, sus variantes evolutivas e involutivas, su caracterización estática o
dinámica, las justificaciones teóricas que se le dan, la coherencia o no entre los
comportamientos prácticos y las justificaciones teóricas, su importancia, la
divergencia o convergencia de algunas convicciones o de algunos
comportamientos que se encuentran en un fenómeno moral con respecto a los
que se manifiestan en otros grupos o sociedades. La ética descriptiva toma en
consideración sobre todo la dimensión sociocultural del fenómeno moral.
Aunque también se tome en consideración como fenómeno personal, pero sólo por su
relación a la dimensión sociocultural, para que pueda evidenciarse la homogeneidad
o heterogeneidad más o menos parcial de los comportamientos individuales respecto
al ethos vigente.

Ejemplo de aplicación de la ética Descriptiva

El estudio de la cultura y el pensamiento de uno de los mayores imperios de la tierra.


El espíritu de lucha de la cultura romana
* Texto basado en el sitio Web “IDUS: El Imperio Romano”

En el siglo VIII A.C, la península Itálica estaba ocupada por diversos pueblos. En el
centro-norte sabemos que vivían los estruscos y los sabinos. Un poco más al sur, en
la zona donde fue fundada Roma, habitaban los latinos nombrados así porque
ocupaban las planas de una región que se llamaba Latium; en el sur peninsular y en
la isla de Sicilia, juntamente con los samnitos, los lucanos y los sículos, vivía sombrosa
población griega que había establecido colonias. Era tan importante la presencia de
colonos griegos que esta zona se conocía en la Antigüedad como la Magna Grecia
(Gran Grecia).
Hacia la mitad del siglo VIII A.C, los latinos fundaron el pequeño poblado de Roma
alrededor de siete colinas. Dominada casi desde el principio por los etruscos, Roma
se convirtió en un poblado que comenzó a desarrollar ideas de DOMINIO y
CONQUISTA, basándose su objetivo de vida y su razón de vivir en el hecho de
CONQUISTAR y DOMINAR; fue de ese modo que se transformó poco a poco en una
civilización con tendencia clara a expandirse.
Esta mentalidad conquistadora del pueblo Romano le llevó a que se levantaran
grandes masas humanas comandadas por líderes cuyos únicos “VALORES
MORALES Y CULTURALES” eran el ORGULLO, el DOMINIO y el PODER, el ansia
de demostrar a otros pueblos su SUPERIORIDAD.

¿Qué patrones de conducta moral nos brinda este pueblo?


Básicamente nos define los siguientes puntos:
a) EL CORAJE: la lucha incansable y sin cuartel por su real superación como
pueblo y civilización.
b) RESPONSABILIDAD: Una gran disciplina y un elevado nivel de cumplimiento
en las tareas asignadas a cada individuo, sobre todo en el área militar y
gubernamental.
c) LA VALENTÍA: El no escatimar en cuanto al tamaño o nivel tecnológico de
otras civilizaciones ni las estrategias de éstos para la batalla.
d) EL INGENIO: La tremenda inteligencia, así como la creatividad para desarrollar
estrategias para ganar sus batallas
e) LA PERSEVERANCIA: Siendo caracterizado como un pueblo lleno de
CONSTANCIA y de mentalidad INSISTENTE para no detener la lucha hasta
conseguir el triunfo.
f) LIDERAZGO: tanto de los generales de batalla, como de sus legisladores,
capaces de desarrollar códigos morales, gubernamentales y de crear un
SISTEMA POLÍTICO y JUDICIAL que continúa VIGENTE hasta nuestros días.
g) LA DISCIPLINA MILITAR: Indiscutiblemente algo que todos los ejércitos del
mundo han tomado como base para sus códigos y formación.
Si hay un tremendo ejemplo de la supremacía de la cultura Romana, esto es, sin lugar
a duda, el establecimiento del DERECHO ROMANO, EL PERFECCIONAMIENTO DE
LA REPÚBLICA y la creación del SENADO, un grupo de consejeros cuyo fin principal
es dictaminar normas y leyes para llevar a todo un conglomerado humano a su
realización como pueblo y nación.

¿Qué lección nos deja la Ética descriptiva en este ejemplo?

Si bien no podemos negar las injusticias y los abusos que el pueblo Romano llegó a
cometer y aún las atrocidades que implicaron sus métodos de conquista, los
Emperadores opulentos y sus políticas a los pueblos conquistados, es innegable el
fruto positivo que los romanos nos demostraron con su DISCIPLINA y sobre todo con
su ESPIRITU DE LUCHA para llegar a constituirse en uno de los mayores IMPERIOS
HUMANOS de la historia misma. Así entendida, la ética es sólo descripción de los
múltiples modos humanos de ver la realidad de una cultura o forma de vivir y su
influencia en el mundo actual; las muchas actitudes y comportamientos cuya
diversidad se identifica con el acto de decisión de quien los realiza y se agota en su
mismo aspecto descriptivo empírico. La vida y base de una cultura no podrían ponerse
como ejemplo de perfección que imitar o ideal al que tender, aunque muchos de sus
aspectos sean dignos de imitar.
Más allá de la decisión humana inicial sólo habría vacío, algo que no es posible captar
o algo que crea la misma decisión humana. Más acá de la decisión sólo habría
diversidad de decisiones fundamentales, múltiples decisiones individuales graduadas
de modos distintos, posibilidad de describirlas, pero no de valorarlas. La ética, si se la
reduce a una simple ciencia descriptiva, se identificaría con la inutilización de su
aspecto valorativo. La imposibilidad de aceptar este planteamiento tanto a nivel
filosófico como teológico salta a la vista.

Ética Normativa

Es la rama de la ética que se encarga de señalar a las


personas lo que se considera bueno y malo, es decir las
acciones humanas que se consideran adecuadas en el
entorno social donde se habita. Dentro de esta
rama también se encargan de elaborar las normas
sociales de una sociedad.
La ética normativa es una parte de la ética que intenta
formular principios generales que justifiquen los sistemas
normativos; argumenta por qué se deberían adoptar
determinadas normas. Frecuentemente se entiende a
la ética en el sentido de ética normativa, es decir, se
confunde esta parte con el todo.
La ética normativa Se encarga de guiar el
comportamiento del hombre y es
un método de carácter científico para analizar tipos de
normas, la ética normativa es la búsqueda de los
fundamentos de las normas y valoraciones esta
búsqueda va asociada a la crítica es decir al
permanente municionamiento de cada fundamentación.
En la Ética normativa hay un saber prefilosófico que se
vincula con la facultad de juzgar, es un saber espontaneo
que se complementa con un saber moral y lo
encontramos presente en todos los hombres, pero puede nos, es por eso que necesita
de la ética normativa para poder reconstruir este saber moral y librarlo de cualquier
ambigüedad.
La ética normativa se interesa por determinar el contenido del comportamiento moral
.busca proveer guías de acción y procedimientos para responder la pregunta practica
¿Qué debo de hacer? Es el intento por llegar a distinguir lo correcto de lo incorrecto
cabe aclarar que la ética normativa no se sujeta a las instituciones que las sociedades
imponen como normativas, ya sea el estado, la religión, etc.

Ejemplo de aplicación de la ética Normativa

Las clásicas interrogantes del hombre en todos los siglos, acerca de lo que “DEBE”
y “NO DEBE” hacer, el dejarse llevar por sus impulsos o sujetarse a las normas.

Conducta humana versus normas

Si bien la ética normativa nos ayuda a tener conocimiento de lo BUENO y lo MALO,


bajo ningún punto de vista nos define cuál es la conducta que el ser humano
verdaderamente va a tener; consideremos los siguientes casos:
EL ROBO: La ética normativa nos enseña que ROBAR ES MALO; Todos sabemos
que robar es malo, pero muchas personas constantemente ROBAN, ya sea que lo
hagan por necesidad o por amor a lo ajeno o incluso simplemente por placer; sea cual
sea el caso, el hombre SIGUE ROBANDO, aún con el conocimiento de que hace algo
en contra de las LEYES y NORMAS.
LA MENTIRA: Todos hemos sido instruidos desde niños acerca de las serias
consecuencias que el MENTIR trae a la vida del hombre, y, sin embargo, TODO EL
MUNDO MIENTE; alguna vez en nuestras vidas hemos mentido, y hemos incluso
APOYADO MENTIRAS, buscando nuestra conveniencia o incluso por “salvarnos” de
una situación comprometedora; miente el POLÍTICO, miente EL POLICÍA, miente el
ALUMNO, miente el PROFESOR, miente EL PROFESIONAL… e incluso EL
RELIGIOSO.
LA FORNICACIÓN: O llamada también el SEXO FUERA DEL MATRIMONIO, ha sido
una de las cosas más condenables por casi todas las culturas conocidas, y, sin
embargo, en todo país ha sido un patrón en ambos sexos las relaciones sexuales
ilícitas y fuera del compromiso matrimonial.
EL FRAUDE: ¿Qué político no ha realizado acciones fraudulentas estando en el poder
o teniendo al alcance los medios para hacerlo? ¿Qué instituciones o empresas no han
“alterado números” para salir favorecidos en un
presupuesto? El fraude es claramente condenado por la
ética normativa y, sin embargo, es una práctica muy
común en todos los estratos sociales.
EL EGOÍSMO: Es uno de los más terribles males en
nuestra sociedad; en todas las culturas se nos ha dicho
que cada ser humano debe velar por los intereses
comunes y el bien de la sociedad en la cual habita, y,
sin embrago, como decimos comúnmente: “YO HAGO
LO QUE ME CONVIENE Y POCO O NADA ME
IMPORTA CUANTO LOS DEMÁS SALGAN
AFECTADOS”; el hombre es egoísta por naturaleza y
probablemente lo seguirá siendo en toda su existencia
sobre la tierra.
Y así podríamos mencionar una inmensa cantidad de
normas planteadas por los códigos morales y que, a simple vista, pareciera que, como
dice el conocidísimo dicho:

“LAS LEYES SE HICIERON PARA ROMPERSE”

Conclusión

El problema de la ética normativa no es verdaderamente si el hombre CONOCE las


normas morales y las leyes de una sociedad; el problema es básicamente LA
CONCIENCIA y EL SENTIDO DE CUMPLIMIENTO de estas, que el hombre alcance
un nivel de MADUREZ que le lleve a comprender y asimilar que el objetivo primordial
de las normas es UNA MEJOR Y MÁS AGRADABLE CONVIVENCIA CON SUS
SEMEJANTES.

La Ética profesional
Se entiende con esta denominación aquella disciplina de la ética que estudia los
derechos y deberes que deben cumplir los individuos que ejercen una PROFESION,
o UN ESTUDIO SUPERIOR, adquiriéndose este compromiso una vez egresando,
graduándose o especializándose en una rama profesional.
La ética profesional se aplica tanto de manera individual como colectiva a cada oficio,
carrera o especialización.
El objetivo de la ética profesional radica en los siguientes principios:

a) RESPONSABILIDAD
b) TOMA DE CONCIENCIA
c) INTEGRIDAD
d) OBJETIVIDAD
e) CONFIABILIDAD
f) EXCELENCIA

Todos estos son parámetros que determinan las REGLAS que rigen ésta ética, según
la cual, se entiende por PROFESIONAL a aquel individuo con la suficiente capacidad
calificada, conocimiento, talento e inteligencia requerida para servir y dar un aporte
positivo a la sociedad en beneficio del BIEN COMÚN y con un profundo RESPETO a
sus miembros.
La ética profesional se conoce también con el término de DEONTOLOGÍA, la cual se
define como la “ciencia de los deberes de una determinada profesión”, derivado este
término del griego ONTOS = DEBER y LOGOS = TRATADO. (E. Filippi – L. Medina,
1845)
Es así como la Deontología establece una serie de códigos basados en el principio
de: “EL BUEN HACER Y EL BUEN DEBER”

Relaciones entre la Ética y la Moral


La palabra moral viene del latín mos, morís, y significa costumbre. La Moral sería,
pues, una ciencia de las costumbres. En la actualidad, o se la toma como sinónimo de
Ética, o designa el nivel en que de hecho se realizan los valores de la Ética. La Ética
aparece cuando uno se pregunta: "¿Por qué debo hacer esto? ¿Es válida esta
obligación que siento?” La Ética estudia reflexivamente el fundamento de la conducta
moral. De nuevo, pues, la Moral está en el plano de hecho; y la Ética, en el plano de
derecho.
El problema del Bien y su tratamiento desde las diversas
corrientes de pensamiento
El bien en la filosofía de Sócrates

Sócrates vive en la segunda mitad del siglo V, ateniense, pertenece a una familia
humilde; su padre, Sofronisco, era escultor y su madre, Fenarete, partera. Sócrates
afirma que heredo el oficio de sus padres en cuanto que se considera un escultor de
hombres en la brusquedad de la verdad.
Sócrates no dejó testimonios escritos, su doctrina es transmitida a la posterioridad por
sus discípulos Jenofonte y Platón. El pensamiento filosófico de Sócrates descansa en
dos divisas fundamentales, los atenienses de aquellos días no escribían libros; fue
una edad de grandes tragedias, pero no de literatura en prosa.
En el año 399 A.C Sócrates fue acusado de impiedad y de corromper a la juventud
con sus enseñanzas; por lo cual fue condenado a beber cicuta (planta umbelífera
venenosa parecida al perejil.
Sócrates llamó “virtud” aquello que era común para toda la raza humana y en todas
las circunstancias, por ejemplo, la justicia, la valentía o el autocontrol. De esta manera
no sólo se opuso al relativismo de los sofistas, sino que extrajo de todas las virtudes
aquellas que hoy llamaríamos “virtudes morales”. Por esa razón a Sócrates se le
considera como el fundador de la ética.
Sócrates no dejó testimonios escritos, su doctrina es transmitida a la posterioridad por
sus discípulos Jenofonte y Platón. El pensamiento filosófico de Sócrates descansa en
dos divisas fundamentales:
El saber fundamental para Sócrates es el saber acerca del hombre (de ahí su máxima:
“Conócete a ti mismo”) que se caracteriza por esto tres rasgos:

• Es un conocimiento universal válido, contra lo que sostienen los sofistas.


• Es ante todo un conocimiento moral
• Es un conocimiento práctico (conocer para obrar correctamente).

La ética de Sócrates es racionalista. En ella encontramos:

• una concepción del bien (como felicidad del alma)


• lo bueno (como lo útil a la felicidad)
• la tesis de la virtud como conocimiento
• vicio como ignorancia (el que obra mal es porque ignora el bien; por tanto, nadie
hace el mal voluntariamente)

la tesis de origen sofista de que la virtud puede ser transmitida o enseñada.


Para Sócrates, bondad, conocimiento y felicidad se enlazan estrechamente.
Intelectualismo moral, Contemporáneo de los sofistas, Sócrates fue uno de los
personajes más curiosos de su época y su fama ha perdurado a lo largo de los siglos.
Platón, discípulo suyo, le rindió homenaje en su obra, haciéndolo aparecer como
interlocutor principal en gran parte de sus diálogos.
Sócrates se opone al relativismo y escepticismo de sus contemporáneos los sofistas,
y considera que es necesario llegar a establecer una moral no relativista, válida para
todos. El método para llegar a conocer qué es lo bueno o lo justo es el diálogo, o arte
mayéutica, que es el arte de ayudar sacar a la luz la verdad mediante preguntas
dirigidas hábilmente (Sócrates era un "artista" en hacer decir a los demás lo que él
quería, de ahí que, por esa faceta suya algo manipuladora, algunos de sus
contemporáneos lo tomaran por un sofista, también artistas en ese mismo campo: la
retórica y la erística)
Además de la mayéutica, Sócrates es conocido por su defensa del intelectualismo
moral. Según esta posición el SABER = VIRTUD, o lo que es lo mismo: El obrar mal
o injustamente es fruto de la ignorancia: nadie obra mal a sabiendas. Cuando hacemos
algo que no es muy ortodoxo lo hacemos porque creemos que ese es nuestro bien,
aunque estemos equivocados. Así, para obrar bien basta saber qué es el bien. El mal
es la falta de saber, es ignorancia. Si esto es así, el criminal no es malo, es un
ignorante y antes que encarcelarlo, debería ser educado.

El bien como felicidad en la filosofía de Aristóteles

Aristóteles cree que la felicidad es el objetivo principal de todas las personas. Ahora
bien, el problema está en cómo definimos ese estado de sumo bienestar. Antes de
ofrecernos sus propias conclusiones, tal y como era su costumbre, examinará las
opiniones que considera más relevantes sobre el tema. El filósofo parte de la tesis de
que el bien y la felicidad son concebidos por los hombres a imagen del tipo de vida
propio de cada cual. Una mayoría y los más vulgares identifican el bien con el placer,
y por eso aman la vida voluptuosa. Aristóteles, en cambio, cree que el placer causa
deleite corporal por medio de la percepción sensorial, pero el placer no es un bien
perfecto del hombre si se le compara con los bienes del alma.
Otras personas apuntan al honor: la felicidad es para ellos «el premio a la virtud», y
el honor parece ser el premio a la virtud. Pero el honor depende más de quien lo da
que de quien lo recibe, mientras que el fin de la vida debe ser alguna cosa que nos
sea propia. El honor se otorga a alguien por alguna excelencia suya, y por ello es un
signo y testimonio de la excelencia que tiene el honrado; por lo tanto, el honor es una
consecuencia de la felicidad, pero ésta no puede consistir principalmente en el honor.
La felicidad puede consistir en la fama o la gloria, porque por ellas los hombres
alcanzan en cierto modo la eternidad. Pero la fama o la gloria pueden ser falsas.
Dependen de los admiradores, por lo cual no tienen consistencia propia, luego la
felicidad no puede consistir en la fama o en la gloria.
La posesión de riquezas también puede producir felicidad. Las riquezas ejercen un
fuerte domino sobre el afecto del hombre. Con el dinero
se compran casi todas las cosas. Además, mientras más riquezas se poseen, más se
desean.
La felicidad puede, entonces, consistir en la posesión del poder. La cosa que más
rehúyen los hombres es la servidumbre, a la cual se contrapone el poder; luego el
poder de gobernar a los demás es un bien. Pero el poder no es un bien perfecto porque
es «incapaz de ahuyentar la angustia de las preocupaciones y de evitar los aguijones
del miedo». Además, el poder sirve para el bien y para el mal; por consiguiente, la
felicidad podría consistir en el buen uso del poder mediante la virtud, más que en el
poder en sí mismo. Otra de las desventajas que tiene el poder es que al igual que las
riquezas, puede ser arrebatado por otros hombres.
De todo esto concluimos que la felicidad es el bien más final que pueda existir; aquello
que es apetecible siempre por sí y jamás por otra cosa. La felicidad es algo
autosuficiente porque el bien final debe bastarse a sí mismo. La felicidad es la
actividad de la parte mejor del hombre, la que posee la razón y la que piensa.
Resumiendo, la felicidad consiste en la actividad de la inteligencia según la virtud
que le es propia; es decir, el pensamiento. Como Aristóteles es ante todo un
hombre realista, presupone que para que un individuo pueda dedicarse a la actividad
contemplativa debe disponer de bienes exteriores suficientes, una familia que le acoja
y un carácter moderado (máximo exponente de su sabiduría).

El bien en la filosofía platónica

Para Platón la felicidad verdadera para el hombre es lograr el desarrollo pleno de su


genuina personalidad dentro de la razón y la moral, el crecimiento de su alma y el
bienestar armónico general de su vida.
El bien se encuentra entre el placer y la sabiduría. Es un estado del alma que no puede
reducirse al placer corporal, sin tener en cuenta las necesidades del espíritu, porque
si así fuera, el hombre sería como una ostra; ni tampoco centrarse únicamente en el
espíritu dejando de lado los placeres corporales, porque, aunque el intelecto sea lo
esencial del hombre no es lo único en él.
En cuanto a los placeres mundanos Platón se refiere a la satisfacción de los deseos
inocentes con moderación.
Una vida verdadera y buena no implica alejarse del mundo ni despreciar los placeres
de la vida, sino reconocer que esta realidad no es la mejor, porque es sólo una
modesta copia de la vida verdadera.
El secreto es tener en cuenta la medida para tener una buena vida, porque el bien es
un aspecto de lo bello que tiene su justa proporción.
La felicidad contiene también el conocimiento de Dios, ya que la perfección de las
formas son su obra y con sólo contemplarlas lo harían semejante a Él.
El Sumo Bien se alcanza con la práctica de la virtud que significa ser lo más semejante
posible a Dios con ayuda de la sabiduría.
Por lo tanto, también el culto religioso es un bien para el hombre, porque este bien es
más que nada una condición del alma.
Platón coincidía con Sócrates al considerar la virtud como conocimiento, porque lo
que es realmente bueno es de sabios.
Todas las virtudes se unen en la prudencia del conocimiento de lo que es verdadero.
La bondad no puede ser nunca relativa, sino que es algo absoluto, porque sólo lo
inmutable se puede conocer. Lo que no es bueno es ininteligible.
Platón estaba convencido que nadie hace mal sabiéndolo o a propósito. La persona
que actúa mal no sabe y cree que lo que hace es bueno.
Platón reconocía el carácter urgente de las pasiones, pero sólo el que no conoce se
deja llevar por sus impulsos.
En “La República” Platón señala las cuatro virtudes más importantes: la sabiduría, el
coraje o la fortaleza de ánimo, la templanza y la justicia.
La sabiduría corresponde a lo racional del alma, el coraje es la vehemencia, la
templanza es el equilibrio entre la razón y la pasión, y la justicia es la armonía del
alma.
La Buena Forma no admite la presencia de su opuesto, la mala. El alma es la Forma
de la vida por lo tanto no admite la muerte, de manera que cuando el cuerpo físico
deja de existir el alma o perece con él o lo abandona y se aleja. Para Platón no perece.
No hacer el bien no destruye al alma de los hombres injustos, cobardes, intemperantes
e ignorantes, ya que pueden vivir tantos o más años que un hombre bueno, de modo
que es lógico pensar que tampoco puede ser destruida por algo externo.
En los mitos del Fedón, del Giorgias y de la República, Platón propone la teoría de la
inmortalidad del alma, poniendo en labios de Sócrates que esta vida es la oportunidad
de prepararse para la eternidad, ya que el alma es eterna y podrá vivir en el más allá
de acuerdo a como haya sido la conducta en este mundo.
Sólo el hombre sabio podrá liberarse del ciclo de reencarnaciones mientras el necio
se precipitará en el Tártaro (el lugar más oscuro del Hades donde irán después de
muertos los enemigos de los dioses y los terribles criminales).
EL HOMBRE COMO ÚNICO SER LIBRE
No hay palabra más preciosa, más usada y más ambigua que la palabra libertad. De
la libertad se podrían afirmar las cosas más contradictorias: por la libertad estamos
dispuestos a morir, y por la libertad se desatan guerras fratricidas.
Por el hecho de ser libres, podemos hacer las cosas más opuestas: amar y odiar, vivir
construyendo un mundo más humano y también fabricar armas para atemorizar a los
otros. Podemos trabajar para socorrer a tantos hombres hambrientos, a niños
desamparados y podemos también despilfarrar bienes inmensos en objetos de lujo
para la satisfacción de unos pocos.
Por la libertad el hombre se hace siempre más hombre y por la misma libertad se
reduce a un nivel más bajo que un animal.
¿Qué es, pues esta libertad que se usa en sentidos tan dispares y opuestos? Para
aclarar bien este problema que inquieta a cada generación, vamos a decir algo de dos
facultades que le sirven como base: La INTELIGENCIA y la VOLUNTAD.

Por la inteligencia buscamos y descubrimos la verdad

Por la inteligencia el hombre vive en la luz de los valores, de los ideales; se abre al
mundo del “deber ser”, del futuro que “hay que realizar”.
El hombre vive así en la frontera de dos mundos: la realidad, en el ser fáctico o en lo
que ya existe; por otro, se proyecta hacia el mundo futuro, que todavía no es y que
será como el hombre mismo decida. El abanico de los posibles, indeterminados y
oscuros, se presenta al hombre como espacio amplio para sus elecciones.
Los hechos ya sucedidos, del tiempo pasado, es el mundo de la realidad ya
determinada, ya hecha e inmutable. Haciendo hincapié en el pasado, en los hechos,
en lo fáctico, el hombre se proyecta y mira hacia el futuro. El mundo de la libertad es
el futuro. Por la inteligencia se fija en lo posible y en los valores; por el “deber ser” el
hombre nace a la libertad.
Kant sostiene: “si debemos, significa que podemos, si oímos la voz del deber, de la
ley moral que resuena en el interior de nosotros, significa que somos libres”.

Por la voluntad tendemos al bien

El hombre es esencialmente un sujeto que piensa y quiere. Todos buscamos el bien,


todos tendemos hacia aquel bien que por naturaleza queremos como fin último, valor
supremo, plenitud y felicidad.
La dificultad surge cuando nos damos cuenta de que la voluntad, a veces, busca
también el mal; que no siempre queremos el bien o si lo queremos no lo realizamos.

Análisis de un acto voluntario


El acto de la voluntad se llama volición y comprende las siguientes fases:
❖ Concepción de un fin. La inteligencia presenta el fin y los medios para
conseguirlo. Requiere reflexión.
❖ Deliberación. La inteligencia examina las razones en pro y en contra. Cuando
estas razones son de orden intelectual se llaman motivos. Cuando son de
orden sensible o afectivo se llaman móviles.
❖ Decisión. La voluntad concede la preponderancia a una de las razones y dice:
“quiero esto”. La elección es el acto esencial de la voluntad y el momento capital
en que se muestra la libertad. Si el cumplimiento es inmediato se llama:
decisión. Si el cumplimiento es futuro se llama: propósito.
❖ Ejecución. Realizada por la facultad correspondiente (por ejemplo, si la
decisión fue dar un paseo, lo ejecuta la facultad locomotriz). El papel de la
voluntad en la ejecución consiste en mantener el juicio práctico que ha motivado
la decisión.

Por la libertad, elegimos entre el bien y el mal


Quizás la mejor definición de la libertad la encontramos en la primera carta de San
Pablo a los Corintios: “dominio sobre la voluntad”. Todos tendemos al bien con una
fuerza espiritual que llamamos “voluntad”. Sin embargo, podemos desviar la voluntad
del camino que nos conduce al bien, no porque tenemos el poder de convertir un bien
parcial y limitado y preferirlo al bien verdadero; podemos trastocar la realidad, y obligar
a la voluntad a querer un bien de baja calidad y preferirlo al bien auténtico.
La voluntad sigue a la razón y tiende hacia el bien que la razón le presenta. No
podemos querer lo que no conocemos. Si la razón presenta a la voluntad un bien falso,
relativo, parcial, que al fin y al cabo resulta un mal para la persona, aunque placentero
para el cuerpo, la voluntad dejada a su espontaneidad se orientará hacia aquel bien.
De esta manera, aunque todos queremos ser felices, podemos crear nuestra
infelicidad por querer un bien muy limitado y parcial y perder el bien verdadero.

Vivimos en libertad condicionada


Siendo personas que debemos realizarnos con otros en el mundo, partiendo de una
cultura ya existente que vamos asimilando desde la primera infancia, es evidente que
nuestra libertad se halla “en situación”, en un amplio contexto de “facticidad”.
La facticidad es algo “dado”, impuesto, no librado al arbitrio del espíritu: es “la
circunstancia” en que insistía Ortega y Gasset. Nuestra libertad es solamente una
libertad humana, siempre en lucha dramática con una legión de factores deterministas,
tanto que muchos no pueden repetir el axioma orteguiano: “Yo soy yo y mi
circunstancia”; ellos sólo son “su circunstancia”, una red de relaciones, una
encrucijada de encuentros…
Algunos de estos condicionamientos son:

❖ El mundo material, natural y biológico, con las fuerzas que lo dominan, las
condiciones climáticas, las enfermedades, etc., constituye una situación
fundamental. Si queremos dominar el mundo, tenemos que atenernos a las
leyes que lo rigen.

❖ La condición corpórea, el patrimonio genético, el temperamento, los defectos


innatos, etc., pueden ser una fuerte situación para la realización de nuestra
libertad. Uno nace varón o mujer o transexual, chino, esquimal, alto o bajo, etc.
La herencia traza muchas fronteras a nuestra libertad. No nacemos como una
página en blanco, sino que estamos escritos desde siempre. Somos lo que nos
permite ser nuestro patrimonio hereditario; lo cual no impide que muchas
particularidades puedan ser modificadas por el ambiente y, sobre todo, por la
educación.

❖ El cuerpo es, además sede de los dinamismos involuntarios y de la vida


afectiva: hambre, sed, impulsos sexuales, necesidad de un espacio vital y de
movimiento libre, de distensión y de reposo, miedo agresividad, etc. Son
pulsiones que mueven el obrar humano y lo orientan hacia determinados fines.
Sigmund Freud planteo las pistas para alcanzar una libertad humana
equilibrada. Según él esto es posible, aceptando e integrando los dinamismos
involuntarios, especialmente la sexualidad, en el conjunto de la existencia
humana. No es tarea fácil: sólo es posible en una permanente tensión y
humanización.
Esta tensión no es patológica. Es saludable y empuja al hombre hacia adelante,
hacia una humanización siempre mayor. El hombre logrado y equilibrado no es
el que no siente el peso y la pulsión de los dinamismos involuntarios, sino aquel
que, aceptándolos, logra integrarlos en su existencia humana total.

❖ Las condiciones culturales. La transmisión de la cultura se realiza en forma


casi inconsciente. El individuo es absorbido por la manera de actuar del grupo
a que pertenece, sin darse cuenta. Tanto que muchos sostienen el
determinismo social.
Sin embargo, sólo a partir de una cultura es posible obrar humanamente. Su
nivel determinará en gran parte las posibilidades de superación.
En el ámbito de la cultura gravita mucho la estructura del lenguaje: la manera
de pensar de un pueblo está en gran medida fijada en su lenguaje. Uno nace
en un mundo en que el significado de las cosas ya está ampliamente fijado, en
un mundo humanizado en el curso de una larga historia común.
La opinión pública o social condiciona a menudo fuertemente. Los medios de
comunicación masiva pueden llevar a la alienación más profunda. Ha
disminuido el autocontrol individual; somos controlados por otros. Con todo,
puede el hombre distanciarse críticamente de los medios de comunicación,
como también puede sustraerse al influjo determinante de los factores
económicos.
❖ La historia personal con sus elecciones y opciones orienta la existencia en
una determinada dirección. Quién, por ejemplo, ha vivido como sacerdote hasta
los 50 años, queda marcado por esta opción. Quién ha elegido una
determinada profesión, difícilmente a los 50 años puede elegir otra. Cada
elección abre caminos, pero son más los caminos que se cierran. “Los jóvenes
son formados, y mediante su formación llegan a ser libres, reciben muchas
posibilidades. Al mismo tiempo, empero, su formación imprime en ellos su
forma.
El subconsciente cristaliza muchas experiencias, especialmente de la primera
infancia (Freud). Las frustraciones, los traumas sufridos pueden seguir
influyendo profundamente en el comportamiento humano.

Libertad y liberación
La libertad es un “don”, pero también una “tarea”, un quehacer. Ser libres es estar
liberándose continuamente.
La liberación es, en primer lugar, el esfuerzo por superar los obstáculos que se oponen
a la libertad interior del hombre, es decir, el esfuerzo por alcanzar “las libertades”, la
libertad exterior, la libertad de hacer. Como estamos tan condicionados, nuestra
libertad está siempre en camino de liberación.
La libertad implica una desvinculación, “liberarse de”, desligarse; pero interesa mucho
el “para que” de esa liberación: lo elegido. Una libertad irresponsable, anárquica, sin
metas, es una libertad deficiente. Ya lo decía Santo Tomás de Aquino: el poder pecar
no es una cualidad, sino un defecto de la libertad. Asumiremos el lenguaje de Erich
Fromm, para quien la libertad es una “actividad espontánea de la personalidad total
integrada”. Y es él, E. Fromm quien nos habla de estos dos elementos
complementarios e inseparables: liberarse de todas las esclavitudes, liberarse de
todas las esclavitudes, y liberarse para el crecimiento progresivo en el ser.

1. “Liberarse de” significa romper las cadenas que traban al hombre y le impiden
ser él mismo, significa no estar a merced de las propias tendencias, emociones
sentimientos, significa ser dueño de sí mismo, auto poseerse. La libertad se
convierte en madurez personal. “Liberarse de” significa también suprimir las
alienaciones que afligen al hombre en una determinada cultura o sociedad:
alienación económica, social, religiosa, etc. Es decir, abarca la praxis
revolucionaria con que la humanidad intenta convertirse en protagonista de su
propia historia, artífice del propio destino, sacudiéndose de encima las múltiples
esclavitudes que le impiden realizar todas las posibilidades de humanización.

2. La imagen del esclavo que rompe sus cadenas y queda desligado de su amo,
no basta para describir al hombre libre. La liberación se da cuando se realiza
algo con la propia vida, cuando se es libre para amar, para servir, para construir.
La libertad, más que la propiedad que permite eliminar todo vínculo es la
posibilidad de atarse con los vínculos que uno elige.
Nos liberamos para facilitar el acceso a un mundo de valores y de relaciones
humanas que dan sentido a la existencia, para realizar un proyecto fundamental
de vida y mantenernos fieles a ese proyecto, para ser capaces de escuchar la
llamada que el otro nos dirige y responder a ella.
Nos liberamos de lo que aliena, a fin de quedar disponibles para lo que es
propio del hombre, para la empresa de ser persona. Nos liberamos “de ser
impulsados para ser responsables”.
En la sociedad de consumo se respira un clima de libertad (“libertad de”), pero
una libertad vendida a valores que despersonalizan: el dinero, el poder, el
estatus. Es una forma de alienación. Liberarnos de la miseria, sin la menor
duda, pero también de la abundancia y de la saciedad, de esa persecución del
viento que constituye la creación sin fin de necesidades nuevas y de medios
siempre insuficientes para satisfacerlas.

El problema moral y antropológico de la libertad


La libertad en la existencia humana

Voluntad y valores

A diferencia de los animales, predeterminados (“programados”), el obrar humano


puede nacer de las decisiones de la voluntad, iluminadas por la inteligencia.
Decir que el hombre tiene voluntad, equivale a afirmar que es capaz de percibir los
valores y hacerlos propios.
¿Qué son los valores? ¿Qué es lo que hace que las cosas resulten valiosas?
No podemos desligar los valores de las personas. Las cosas están “revestidas de
valor” en la medida en que merecen nuestra estima, nos agradan, nos resultan útiles,
bellas, amables, verdaderas, saludables, dignas de aprobación, apetecibles,
deseables…
Los valores no son puramente subjetivos. No es el hombre quien determina en forma
caprichosa y autónoma el valor de las cosas. Independientemente del sujeto una fruta
tiene valor nutritivo; no, en cambio, una piedra. Ciertas acciones son “dignas” del
hombre, otras no.
El valor, para existir, tiene que encarnarse en el ser: lo que existe es siempre “la cosa
valiosa”, lo que se denomina un bien.
Los componentes del valor son: de parte del objeto su utilidad, su importancia; y de
parte del sujeto, la necesidad y la estimación (el aprecio).
“Llamamos valor a lo que es capaz de sacar al hombre de su indiferencia y provocar
en él una actitud de estimación, porque contribuye de alguna manera a su realización
personal, respondiendo a algunas de sus necesidades: necesidades vitales,
intelectuales, afectivas, estéticas, etc.”
Cuando nos referimos a “la realización de la persona”, hablamos de una vida en
plenitud que afecta todas las dimensiones de la persona, incluso su dimensión
trascendente. Los valores son medios para lograr esa vida en plenitud.

Libertad y valores éticos

Muchos valores perfeccionan al hombre en alguna zona de su personalidad:


inteligencia, sensibilidad, sentido estético, contextura física, etc., pero no lo afectan de
tal manera que por ellos se convierta en “hombre bueno” u “hombre malo”.
En cambio, existen valores que afectan a la persona en su totalidad, afectan al hombre
en cuanto hombre; valores que le llevan al desarrollo y realización plena de su ser
propiamente humano. Son los valores morales, valores por los cuales el hombre se
hace no sólo un buen músico, un buen deportista, un buen médico…, es decir, no sólo
se hace “bueno” en este o aquel sector particular de la actividad humana, sino que se
hace hombre bueno, una persona que en lo esencial de su ser humano ha llegado a
su realización.
Se puede ser un buen profesional, pero si falta a la verdad, si estafa a sus clientes no
es un “hombre bueno”.
Los valores morales suponen la libertad. Sin libertad se pueden dar actos útiles, actos
bellos, pero no actos moralmente buenos…, como no es moralmente “buena” la lluvia
que fecunda la tierra, ni moralmente malo el rayo que mata al hombre.
Los valores morales provocan, como respuesta específica, la experiencia de la
obligación, del “tú debes”. Afectan al nivel práctico de la acción humana libre, no al
nivel teórico, artístico, técnico, etc. A ellos debe ajustar su acción el hombre si quiere
realizarse como persona. Son un cauce que, sin forzarla, orientan el ejercicio de la
libertad y la defienden de los engaños de otros bienes apetecibles.

Asumir los valores

Así, pues, el hombre que quiere realizarse tiene que optar libremente por los valores,
asumirlos y encarnarlos en su obrar.
Es verdad que el hecho de ser persona, autoconsciente y libre, es el supremo valor.
Pero la persona, además de ser valiosa en sí misma, se enriquece y se vuelve más
digna de ser apreciada cuando adopta una actitud positiva frente a los valores y, al
apreciarlos interiormente, los vive y los realiza.
La libertad le permite al hombre asumir los valores y realizarse. Su “angustia
existencial” radica especialmente en que debe cargar con su propio destino, sin que
esa carga le ayude nadie a llevarla, al menos en lo que tiene de más decisivo.
Pero hay que entender bien lo que afirmamos al decir que somos libres. Podríamos
formular este enunciado provisorio: “La voluntad hace al hombre dueño de sí,
aunque no de modo absoluto; en esto consiste el hecho de nuestra libertad. Y por esta
libertad, con sus limitaciones, adquiere la vida humana su significado personal y
responsable”.
Concepto de libertad sicológica
Libertad, en general, significa “ausencia de constricción”, estar exento de coacción.
Pero la coacción puede depender de diversas causas; por eso se pueden distinguir
varios tipos (análogos) de libertad, que se pueden reducir a dos formas principales:
libertad exterior y libertad interior.
Libertad exterior
Libertad exterior o libertad de hacer, o libertad de ejecución, es una situación en la
que no existen trabas, presiones, impedimentos, estorbos exteriores. Estas
“libertades” se refieren al ejercicio de la libertad (interior) y no a su existencia. En este
grupo caben las siguientes:

a) La libertad física que es la capacidad de podernos mover de un lugar a otro, de


circular libremente, sin que ninguna fuerza externa nos lo impida (cárceles,
cadenas, fronteras…).

b) La libertad moral: estar exento de obligaciones o prohibiciones relativas al


orden moral. Por ejemplo: gozo de libertad física para envenenar al vecino, pero
no de libertad moral (no me es “lícito” hacerlo).

c) La libertad civil, política, religiosa, etc. De ellas gozo cuando no existen leyes
positivas -dictadas por la autoridad- que traban mi libre acción (libertad de
asociación, de prensa, de opinión, de comercio, etc.).

d) La libertad social es distinta: es ausencia de determinismos sociales, de influjos


sociales que me inclinen fatalmente en una dirección sin que yo lo advierta
(manipulación de la propaganda, ambientes corrompidos, etc.).

e) Libertad ascética o “liberación”: de ella goza el que domina sus instintos, sus
pasiones.

Libertad interior

Se da esta libertad interior o libertad de querer, si en nuestra actividad no estamos


determinados ni siquiera “desde dentro”, por el propio ser, por una “necesidad” o
constricción interna.
Se llama libertad sicológica o libertad de elección o libre albedrio, y se la puede definir,
provisoriamente, como “el poder que tiene el hombre de obrar o no obrar, hacer esto
o aquello, cuando ya se dan todas las condiciones requeridas para obrar”.
El hombre, puesto ante un abanico de posibilidades, de valores (bienes limitados), no
está determinado por su naturaleza, ni es atraído fatalmente por uno de los valores en
juego, sino que puede autodeterminarse por uno de ellos. En este dominio sobre los
actos consiste la libertad sicológica.
En el animal, que forma bloque con el entorno, los estímulos se arrojan sobre él y lo
dominan por completo. El hombre, en cambio -que aprehende las cosas como
realidades-, se libera de la esclavitud del estímulo, adquiere una independencia
especial frente a las cosas, puede “distanciarse” de ellas. Comparando los bienes que
se le presentan, con la idea de Bien Absoluto (que se ha formado) puede calibrar el
valor de las cosas y, al descubrir sus límites, aunque sigue atraído por ellas, no se
siente ya determinado por las mismas. Esta es la raíz metafísica de la libertad.

El hecho de la libertad

Pruebas de la libertad

La libertad es un hecho y entre los hechos que se comprueban es el más evidente”:


es una experiencia fundamental de nuestra existencia humana. Si no tuviésemos esa
experiencia, ni siquiera se nos habría ocurrido “la idea” de libertad… Nos formamos
las ideas a partir de la experiencia.
Víctor Frankl, después de haber descrito los horrores de los campos de concentración
nazis, concluye: “Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá
mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que
siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero
asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración”.
Tenemos la experiencia de ser libres: nos enfrentamos constantemente a nuevas
decisiones, en las cuales tenemos que optar esta o aquella acción, por este o aquel
valor que nos sale al paso reclamando una respuesta. A veces el tener que elegir nos
atormenta. Cuando decidimos algo, lo hacemos con la convicción de que podríamos
decidir algo distinto, permaneciendo idénticas las condiciones. Si alguien predice que
vamos a hacer algo, podríamos destruir la predicción y hacer algo distinto.
El hecho mismo de la deliberación, de que sopesemos los motivos en “pro” y en
“contra” de nuestros proyectos, es un índice claro de que la decisión está en nuestras
manos.
De nuestras decisiones morales nos sentimos responsables. Sentimos remordimiento
o satisfacción según hayamos obrado mal o bien. ¿Qué explicación tendría esto si no
fuéramos libres, si no hubiéramos podido obrar de una manera distinta?
En el trato con los otros hombres, suponemos que son libres. No intentamos actuar
sobre el otro de modo mecánico, como sobre un robot. Recurrimos al consejo y la
exhortación, exponemos los motivos, etc., para que ponga a contribución su propia
libertad, incitándole a que se decida. La educación humana, a diferencia del
adiestramiento de los animales, supone la libertad del educando.
Toda la vida comunitaria de los hombres se caracteriza por unas relaciones que dan
por supuesta la libertad.
Conceptos éticos y jurídicos, como el bien y el mal, lo justo y lo injusto, el premio y el
castigo, etc., no tendrían sentido alguno al margen de esta experiencia de la libertad.
Sin libertad no tendría sentido reivindicar derechos, ni nadie podría exigir el
cumplimiento de deberes. Habría realidades que se imponen fatalmente, pero no
valores éticos que obliga. Se destruyen los fundamentos de toda ética prescriptiva y
sólo queda el poder arbitrario.
Toda obligación, en efecto, supone que el hombre a quién se dirige “puede hacer o no
hacer” lo que se le manda. Si “debes” “puedes”, había intuido Kant.

BIBLIOGRAFÍA

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