Es indiscutible el hecho de que el ser humano siempre ha sido consciente de sus propias
capacidades y limitaciones funcionales en comparación con otros animales. Ello puede
evidenciarse en nuestros antepasados, los mismos descubrieron que órganos eran vitales para un animal mediante la caza; de tal forma que, conocían las zonas vulnerables de su propio cuerpo. Asimismo, sabían que los músculos servían para la locomoción y eran una fuente importante de alimento; que la piel con pelaje de mamíferos servía de cubrir y proteger nuestra piel vulnerable de escaso pelo; que los huesos podían romperse por accidente y que una curación inadecuada provocaría una discapacidad permanente, y que había diferencias sexuales evidentes. Esto, aunque delimitado a conocimientos básicos, fue el comienzo del estudio comparativo para identificar estructuras corporales. Dicho interés innato llegó a convertirse en una ciencia dinámica que comprende el estudio de la estructura y relación espacial de las partes de un cuerpo, llamada “anatomía”. El término deriva de una palabra griega que significa "cortar". Debido a su enfoque, suele considerarse como la otra cara de una hoja de papel con respecto a la fisiología, dado que esta última comprende las funciones de tales estructuras y para ello, es fundamental la comprensión de la anatomía en primer lugar. Historia Se describió anteriormente como dinámica en vista de tener una herencia larga, variada y problemática; la cual avanzó en paralelo a la medicina siendo su disciplina científica más antigua. Existen registros de las primeras investigaciones sobre el cuerpo en Mesopotamia, en escritura cuneiforme, describiéndose qué órganos en específico se creía que conformaban el alma. Uno de ellos fue el hígado, estudiado mucho en los animales sacrificados, considerado como un guardián vital del alma y sentimientos posiblemente debido su gran tamaño. Por otro lado, los vecinos de Mesopotamia: el Antiguo Egipto, perfeccionaron la practica de embalsamar a los muertos en forma de momias; aunque no hicieron estudios anatómicos ni patológicos con los cadáveres al ser estrictamente religioso. Durante la primera dinastía en 3400 a.C, el emperador Djer podría haber escrito el primer manual o tratado de anatomía. Escritos posteriores como el de papiro de Edwin Smith contienen las primeras observaciones anatómicas: suturas craneales, las meninges, la superficie del cerebro y las pulsaciones intracraneales. Ya para el siglo IV a.C, filósofos griegos declaraban al alma y el cuerpo como distintos. Un siglo después, se explora la anatomía mediante disecciones de animales y se documentan las primeras en humanos con carácter científico, en Alejandría; siendo Aristóteles quien establece la distinción entre nervios y tendones y cómo se ramifican los vasos sanguíneos de lo grande a pequeño. No obstante, fueron las conclusiones del médico griego Claudio Galeno las que dominaron hasta el Renacimiento, basadas exclusivamente en el estudio animal y que consistía de teorías erróneas. Con el fin de entender mejor las estructuras del cuerpo y mejorar sus obras, Leonardo Da Vinci y Miguel Angel realizaron disecciones y sus bocetos tenían las proporciones correctas. En 1543, el médico Vesalius empieza a describir lo observado: músculos, tendones y nervios de forma detallada, demostrando errores en las obras de Galeno; y poniendo en exposición a esqueletos, revolucionando la medicina. En 1725, Bernhard Albinus empieza el proyecto de elaborar un atlas de anatomía de órganos con sistemas, concibiendo también que había una comprensión de la función de los mismos (fisiología). Nikolai Pirogov, de forma similar, publica un siglo después ilustraciones anatómicas transversales, incluyendo el de una mujer embarazada. El manual Anatomía de Gray es publicado por primera vez en 1858 por el anatomista Henry Gray, siendo revisado hoy en día. Desde 1991 a 1994, el Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Colorado desarrollaron el proyecto “Humano Visible” que comprendía secciones digitales de un hombre de 39 años que había donado su cuerpo después de haber sido condenado a muerte.