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En condiciones normales, que casi la mitad del grupo parlamentario haya expresado su
rechazo al líder del partido habría convertido a Johnson en un dead man walking (un
muerto andante, un zombi, vamos), como llamó George Osborne, una de las mentes más
ágiles y astutas del Partido Conservador, a May después de su pírrica victoria. Pero
Johnson pertenece a su propio género, y enseguida ha dado la vuelta al resultado para
presentarlo como una victoria liberadora. “Es un momento decisivo y concluyente. Es
un resultado extremadamente positivo. Nos permite dejar atrás toda esta situación, y
centrarnos en las cosas importantes, y en unir al partido”, decía Johnson a la BBC,
minutos después de conocerse el resultado de la votación.
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Videoanálisis| ¿En que situación queda Boris Johnson tras el voto de confianza?
La sensación general entre los tories, sin embargo, sugiere más bien que este nuevo
capítulo de la tragicomedia shakespeariana en que se ha convertido el mandato de
Johnson tiene aroma a principio del final. Por mucho que el primer ministro quiera
presentarlo como un momento concluyente, casi como un mandato renovado que le
permite pasar página y centrarse en otros asuntos.
“La historia nos demuestra que este es el principio del fin. Si uno mira lo ocurrido en
anteriores mociones de censura internas del Partido Conservador, incluso cuando el
primer ministro sobrevive, el daño ya está hecho”, aseguró el líder laborista, Keir
Starmer. “Los diputados conservadores han escogido ignorar a los ciudadanos británicos
y amarrarse firmemente, ellos y su partido, a Johnson, y a lo que Johnson representa”,
denunciaba Starmer.
Los rebeldes más veteranos, como el euroescéptico David Davis —crucial en las
maniobras internas para derribar a May, y uno de los primeros en exigir la dimisión de
Johnson por el partygate— señalaban de inmediato el error que ha permitido al primer
ministro salir vivo del intento de golpe. El momento, ha dicho Davis, no era el
adecuado. “Y ahora nos toca permanecer en el limbo durante un año. Además de que
todavía queda por delante la resolución del Comité de Privilegios [de la Cámara de los
Comunes]”, recordó el diputado. Dos datos muy relevantes, que anticipan que todo este
culebrón está lejos de terminar.
Según las reglas, una vez votada la moción de censura interna, no puede volver a
presentarse una nueva en el plazo de un año. Johnson dispone de 12 meses de aparente
seguridad. Sea cual sea el resultado de las elecciones parciales del 23 de junio, o sean
cuales sean las conclusiones del comité. Este organismo parlamentario, similar a la
Comisión española del Estatuto del Diputado, analiza el comportamiento ético de los
parlamentarios. En el caso de Johnson, debe determinar si el primer ministro incurrió en
desacato y mintió a la Cámara de los Comunes al negar su conocimiento de las fiestas
en Downing Street. El resultado de esa investigación, que los diputados conservadores
permitieron con su abstención que se pusiera en marcha —Downing Street intentó
maniobrar para frenarla—, parece ya evidente. Sobre todo después del demoledor
informe de la alta funcionaria, Sue Gray, que responsabilizó a Johnson de una cultura de
alcohol, exceso y falta de respeto en las dependencias del Gobierno.
Johnson está muy lejos de pensar en sí mismo como un pato cojo, a pesar de que la
historia apunte hacia otro lado. Ninguno de los seis primeros ministros conservadores
que sufrieron una moción de censura en las últimas décadas logró recuperarse de la
cojera.