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Condenado

Ahora, más despierto que nunca, abrió la puerta para ver la sombra de la luz. Una forma
deteriorada y carente de vida. Después del soso mensaje, le entregó a Frank un traje y un
casco igual al suyo.

– Póntelos, no puedes salir sin eso. – dijo el repartidor. – Morirás si insistes en no usarlos.
– advirtió.
– ¿Por qué?
– Nadie lo sabe. Simplemente mueres dos días después de la exposición prolongada al aire
de la calle. – con increíble tranquilidad afirmó.

Mudo por la rotundidad del comentario, Frank se puso la vestimenta de La Polis y, acto
seguido, caminaron ambos por la avenida hasta encontrar la entrada del metro. No hubo
tiempo para apreciar gran cosa, calles desoladas como si sólo existieran dos personas en el
mundo. Al bajar las largas escaleras del metro, la curiosidad de Frank comenzó a saltar.

– ¿A dónde vamos?
– A la sede de La Polis, es todo el sistema de vías del metro, es la mejor manera de llegar a
todas partes exponiéndonos lo menos posible. Todo está aquí: comida, medicina,
combustible y casi cualquier cosa que se te ocurra.
– ¿Quiénes viven allí?
– Nosotros y los administradores.
– ¿Qué es un administrador?
– En realidad, nadie sabe mucho sobre ellos, yo jamás he visto a uno, se encargan de
ordenar los pedidos y dejárnoslos a nosotros para entregarlos, todo ocurre a través de una
puerta metálica, por eso nunca vemos a ninguna persona más que a nosotros mismos. Las
personas a las que les servimos, normalmente, nos ignoran o nos tienen miedo, pero creo
que eso está bien, de cualquier forma, nadie quiere morir.
– ¡¿Morir?! – exclamó Frank.
– Por supuesto, el traje sí nos protege, pero más que salvarnos sólo retrasa el efecto de lo
que sea que haya afuera, moriremos todos igualmente, la personas a las que servimos, los
administradores y nosotros, sólo que en nuestro particular caso el tiempo es más corto y sí,
sé que te lo preguntas, nos “sacrificamos” por los demás y nadie lo sabe, pero lo que
tampoco saben es que nos quedan alrededor de tres meses para que todo termine, si
sobrevives quizá puedas verlo. – con seguridad expresó el repartidor. – Llegamos a la zona
de dormitorios, éste es el tuyo. Debo despedirme, hay que hacer entregas, mañana
comienza tu entrenamiento. No te preocupes, no es nada físico sólo te enseñaremos a
moverte afuera, por cierto, mi nombre es Henry Mar. – y así se despidió.

Y allí estaba Frank desconcertado, en un amplió salón con una estructura de rieles y
cortinas que dividían el espacio en pequeños cubículos cual hospital con una especie de
camilla y poco más. Al entrar, enseguida notó las pertenencias del ocupante anterior y
sintió el miedo de saber que podría no ser el último usuario de ese dormitorio. En ese
momento, paró a reflexionar sobre las palabras de Henry, pensó en huir, escapar, salir a la
calle y tratar de decírselo a todos, pero que sentido tendría, se acabará la vida igualmente,
aquellos que están en casa sólo tienen la felicidad del ingenuo, que desalmado arrebataría a
alguien lo ultimo que le queda. Sabiendo las condiciones, la búsqueda de Frank seguía en
pie, ahora incluso más que antes, sería algo así como un último, morboso y perverso deseo.

Solo, desconsolado y algo asustado, él con los ojos abiertos en plena oscuridad se
encontraba ahogado en el más profundo insomnio, si hasta hace un día le desagradaba ser
un muerto con vida, ahora era exactamente lo contrario, un condenado a muerte. Perdido en
su sentencia, de un momento a otro desvaneció.

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