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LA CEGUERA.

Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes
de que se encendiera la señal roja. En el indicador del paso de peatones apareció la
silueta del hombre verde. La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas
blancas pintadas en la capa negra del asfalto, nada hay que se parezca menos a la
cebra, pero así llaman a este paso. Los conductores, impacientes, con el pie en el
pedal del embrague, mantenían los coches en tensión, avanzando, retrocediendo,
como caballos nerviosos que vieran la fusta alzada en el aire.

Nadie lo diría. A primera vista, los ojos del hombre parecen sanos, el iris se presenta
nítido, luminoso, la esclerótica blanca, compacta como porcelana. Los párpados muy
abiertos, la piel de la cara crispada, las cejas, repentinamente revueltas, todo eso que
5 cualquiera puede comprobar, son trastornos de la angustia. En un movimiento
rápido, lo que estaba a la vista desapareció tras los puños cerrados del hombre, como
si aún quisiera retener en el interior del cerebro la última imagen recogida, una luz
roja, redonda, en un semáforo. Estoy ciego, estoy ciego, repetía con desesperación
mientras le ayudaban a salir del coche, y las lágrimas, al brotar, tornaron más brillantes
los ojos que él decía que estaban muertos. Eso se pasa, ya verá, eso se pasa
enseguida, a veces son nervios, dijo una mujer. El semáforo había cambiado de color,
algunos transeúntes curiosos se acercaban al grupo, y los conductores, allá atrás, que
no sabían lo que estaba ocurriendo, protestaban contra lo que creían un accidente de
tráfico vulgar, un faro roto, un guardabarros abollado, nada que justificara tanta
confusión. Tal como había dicho el ciego, su casa estaba cerca. Pero las aceras
estaban todas ocupadas por coches aparcados, no encontraron sitio para estacionar
el suyo, y se vieron obligados a buscar un espacio en una de las calles transversales.
Allí, la acera era tan estrecha que la puerta del asiento del lado del conductor quedaba
a poco más de un palmo de la pared, y el ciego, para no pasar por la angustia de
arrastrarse de un asiento al otro, con la palanca del cambio de velocidades y el volante
dificultando sus movimientos, tuvo que salir primero. Desamparado, en medio de la
calle, sintiendo que se hundía el suelo bajo sus pies, intentó contener la aflicción que
le agarrotaba la garganta. Agitaba las manos ante la cara, nervioso, como si estuviera
nadando en aquello que había llamado un mar de leche, pero cuando se le abría la
boca a punto de lanzar un grito de socorro, en el último momento la mano del otro le
tocó suavemente el brazo, Tranquilícese, yo lo llevaré. Fueron andando muy despacio,
el ciego, por miedo a caerse, arrastraba los pies, pero eso le hacía tropezar en las
irregularidades del piso, Paciencia, que estamos llegando ya, murmuraba el otro, y,
un poco más adelante, le preguntó, Hay alguien en su casa que pueda encargarse de
usted, y el ciego respondió, No sé, mi mujer no habrá llegado aún del trabajo, es que
yo hoy salí un poco antes, y ya ve, me pasa esto, Ya verá cómo no es nada, nunca he
oído hablar de alguien que se hubiera quedado ciego así de repente, Yo, que me
sentía tan satisfecho de no usar gafas, nunca las necesité, Pues ya ve. Habían llegado
al portal, dos vecinas miraron curiosas la escena, ahí va el vecino, y lo llevan del brazo,
pero a ninguna se le ocurrió preguntar, Se le ha metido algo en los ojos, no se les
ocurrió y tampoco él podía responderles, Se me ha metido por los ojos adentro un mar
de leche. Ya en casa, el ciego dijo, Muchas gracias, perdone las molestias, ahora me
puedo arreglar yo, Qué va, no, hombre, no, subiré con usted, no me quedaría tranquilo
si lo dejo aquí. Entraron con dificultad en el estrecho ascensor, En qué piso vive, En
el tercero, no puede usted imaginarse qué agradecido le estoy, Nada, hombre, nada,
hoy por ti mañana por mí, Sí, tiene razón, mañana por ti. Se detuvo el ascensor y
salieron al descansillo, Quiere 7 que le ayude a abrir la puerta, Gracias, creo que podré
hacerlo yo solo. Sacó del bolsillo unas llaves, las tanteó, una por una, pasando la
mano por los dientes de sierra, dijo, Ésta debe de ser, y, palpando la cerradura con la
punta de los dedos de la mano izquierda intentó abrir la puerta, No es ésta, Déjeme a
mí, a ver, yo le ayudaré. A la tercera tentativa se abrió la puerta. Entonces el ciego
preguntó hacia dentro, Estás ahí. Nadie respondió, y él, Es lo que dije, no ha venido
aún.

Cuando, horas después, el altavoz anunció que se podía ir a recoger la comida del
mediodía, el primer ciego y el taxista se presentaron voluntarios para una misión en la
que los ojos no eran indispensables, bastaba el tacto.

Las cajas estaban lejos de la puerta que unía el zaguán con el corredor, para
encontrarlas tuvieron que caminar a gatas, barriendo el suelo ante ellos con un brazo
extendido, mientras el otro hacía de tercera pata, y si no encontraron mayor dificultad
en regresar a la sala fue porque la mujer del médico tuvo la idea, que justificó
cuidadosamente aduciendo su propia experiencia, de rasgar en tiras una manta,
haciendo con ellas una especie de cuerda, una de cuyas puntas estaría siempre sujeta
al tirador de fuera de la puerta de la sala, mientras la otra sería atada cada vez al
tobillo de quien tuviese que salir a buscar la comida.

Fueron los dos hombres, vinieron los platos y los cubiertos, pero los alimentos
continuaban siendo para cinco, lo más probable era que el sargento que mandaba el
pelotón de guardia no supiera que había allí seis ciegos más, dado que, desde fuera
del portón, aun estando atento a lo que ocurriera del lado de dentro de la puerta
principal, sólo por casualidad, en la sombra del zaguán, se vería pasar gente de una
de las alas a la otra.

El taxista se ofreció para reclamar la comida que faltaba, y fue solo, no quiso
compañía, Que no somos cinco, somos once, gritó a los soldados, y el mismo sargento
le respondió desde fuera, Tranquilos, que van a ser muchos más, y lo dijo con un tono
que le debió parecer de mofa al taxista, si tenemos en cuenta lo que contó cuando
volvió a la sala, Era como si me estuviera tomando el pelo. Repartieron la comida,
cinco raciones divididas entre diez, porque el herido seguía sin querer comer, sólo
pedía agua, que le mojasen la boca, por favor.

Como no podía soportar durante mucho tiempo el contacto y el peso de la manta sobre
la herida, de vez en cuando descubría la pierna, pero el aire frío de la sala lo obligaba
a cubrirse de nuevo inmediatamente y así horas y horas.

Una de ellas era la empleada del consultorio, la mujer del médico la reconoció
inmediatamente, y los otros, así lo había decidido el destino, eran el hombre que había
estado con la chica de las gafas oscuras en el hotel y aquel policía grosero que la llevó
a casa. Sólo tuvieron tiempo para llegar a las camas y sentarse en ellas, al azar, la
empleada del consultorio lloraba desconsoladamente, los dos hombres permanecían
callados como si no pudieran entender aun lo que les pasaba. Los ciegos de las salas
volvieron toda la cara para el lado de la puerta, esperando. La mujer del médico,
sentada en la cama, al lado del marido, dijo en voz baja, Tenía que ocurrir, el infierno
prometido va a empezar.

Los gritos habían disminuido, ahora se oían ruidos confusos en el zaguán, eran los
ciegos traídos en rebaño, que tropezaban unos con otros, se agolpaban en el vano de
las puertas, unos pocos se habían desorientado y fueron a parar a otras salas, pero
la mayoría, trastabillando, agarrados en racimos o separados uno a uno, agitando
afligidos las manos como quien se está ahogando, entraron en la sala en torbellino,
como si fueran empujados desde fuera por una máquina arrolladora.

Aprisionados en el estrecho pasillo, los ciegos, poco a poco, se fueron liberando por
los espacios entre los camastros, y allí, como barco que en medio del temporal logra
al fin entrar en puerto, tomaban posesión de su fondeadero personal, que era la cama,
y protestaban diciendo que ya no cabía nadie más, que los de atrás buscasen otro
sitio. Desde el fondo, el médico gritó que había más salas, pero los pocos que se
habían quedado sin cama tenían miedo de perderse en el laberinto que imaginaban,
salas, corredores, puertas cerradas, escaleras que sólo en el último momento
descubrirían. Al fin comprendieron que no podrían seguir allí y, buscando
penosamente la puerta por donde habían entrado, se aventuraron en lo desconocido.

Buscando un último y seguro refugio, los ciegos del segundo grupo, el de cinco,
pudieron ocupar los camastros que, entre ellos y los del primer grupo, habían quedado
vacíos. Un cuarto de hora después, salvo algunas lamentaciones, unas quejas, unos
ruidos discretos de gente que ordena sus cosas, la calma, que no la tranquilidad, volvió
a la sala. Cuando calló la voz, se levantó un coro indignado de protestas, Estamos
encerrados, Vamos a morir todos aquí, No hay derecho, Dónde están los médicos que
nos habían prometido, esto era algo.

Conversaban el médico y su esposa, acerca de la situación por la que estaban


atravesando, se preguntaban quién había sido el culpable de la muerte de aquel
hombre y lo que el médico pensaba es que todos eran los responsables de aquel
suceso.

Por otro lado, la esposa del médico en lo que estaba pensando era en que habría que
dar un plazo a los soldados que les llevaban los alimentos, que si los mismos no
llegaban hasta el día siguiente ellos lo que debían hacer era avanzar. Lo que no les
había pasado por la cabeza es que alguno del club de los “ciegos malvados” podía
haberlos escuchado y de ser así eso se convertiría en un gran problema. En ese
momento empezó a sonar el altavoz que generalmente se escuchaba en
determinados tiempos, ahora estaba sonando a una hora que no le correspondía,
quizá se había descompuesto, eso era algo que no sabían, en todo caso se trataba
del Gobierno hablando sobre la situación que se estaba viviendo en la comunidad,
como ya se ha ido relatando en las demás páginas, esto se estaba considerando una
epidemia de ceguera y la mejor solución había sido aislar en un dos grupos a los
grupos afectados, por un lado estaban los que ya sufrían de ceguera y por el otro
aquellos que habían tenido contacto con los que ya se encontraban enfermos.
Además, se habían redactado muchas reglas para precautelar el cuidado de la
comunidad. Luego de dar el comunicado se apagaron todas las luces y se apagó el
altavoz que había sonado con las instrucciones que se debían seguir al pie de la letra.
Así pasaron muchos días y no se notaba rastro de aquellos que ocupaban el gobierno,
que eran las personas al cargo de todo lo que estaba ocurriendo, luego llego el día en
el que ya preocupados empezaron a reunirse en un lugar específicos personas no
videntes de todas las salas del edificio en el que se encontraban, a excepción de los
malvados que para ese entonces ya debían estar desayunando. Lo que esperaban
era que llegase la comida como era costumbre, escuchar el sonido de los carros
llegando, esperaron y esperaron hasta que la mañana se hizo tarde y la tarde noche,
pero esto no ocurrió, fue entonces cuando después de que algunos de ellos se
desmayasen de hambre y solo se encontrasen bien gracias a la ayuda de la mujer del
médico que se empezó a forjar un plan, el mismo que consistía en que ya que la
comida no llegaba a ellos, ellos irían por la comida. Para conocer cómo estaba la
situación enviaron a escuchas para, la mujer del médico fue con ellos y las noticias
con las que regreso no eran nada alentadoras, pues se había dado cuenta que habían
cerrado la entrada con cuatro camas superpuestas para que nadie pasara.

Entonces, fue cuando surgió la pregunta de ¿qué hacer? ¿Seguirían con la idea que
tenían en mente? Muchos de ellos decidieron no seguir porque tenían miedo de morir,
pero claras fueron las palabras del doctor al decir que ellos ya habían nacido
prácticamente muertos y que era mejor intentar ganar esa guerra que simplemente
esperar el momento. Aparentemente diecisiete personas fueron valientes y se unieron
a la causa, ¿Cómo saberlo si estaban ciegos? Pues ni idea. Mientras se disponían a
continuar con la misión acercándose todos a la puerta ya ahora más de diecisiete
personas, puesto que otros más se habían unido, al llegar se dieron cuenta que, así
como la cantidad de personas se había duplicado el número de camas también porque
ya no eran cuatro, sino ocho. Cuando ya se disponían a mover todo con las varillas,
se escucharon 3 disparos provenientes de adentro del lugar, era el ciego contable
haciendo puntería baja. Dos de los atacantes cayeron heridos, los otros retrocedieron
precipitadamente, atropellándose, tropezando con los hierros y cayendo, como locas
las paredes del corredor multiplicaban los gritos, también gritaban en las otras salas.
Después de esto la misión se convirtió en una de rescate conformada por 4 personas,
entre ellas la mujer del médico que a todas estas después de un rato conto su gran
secreto, que era precisamente que no estaba ciega.

Después de todo este alboroto algo peor ocurriría, pues se verían envueltos en un
incendio, todos con miedo y los que salieron peor de esta situación fueron los
malvados, ya que debido a como estaba construido el edificio quedaron encerrados
en su lugar y se quemaron. Los demás mientras tanto intentaban escapar, pudieron
salir al patio se podría decir y entonces la mujer del médico se percata que están los
soldados por fuera del edifico y se dispone a hablar con ellos, apelando a sus
sentimientos para que los ayuden.

La mujer del médico gritó, Por favor, por vuestras madres, dejadnos salir, no disparéis,
Nadie respondió desde el otro lado. El proyector seguía apagado, nada se movía. Aún
con miedo, la mujer del médico bajó dos peldaños, Qué pasa, preguntó el marido, pero
ella no respondió, no podía creerlo. Bajó los restantes peldaños, caminó en dirección
al portón, arrastrando siempre tras ella al niño estrófico, al marido y compañía, ya no
había dudas, los soldados se habían ido, o se los llevaron, ciegos ellos también, ciegos
todos al fin.

Entonces, para simplificar, ocurrió todo al mismo tiempo, la mujer del médico anunció
a gritos que estaban libres, el tejado del ala izquierda se vino abajo con horrible
estruendo, dispersando llamaradas por todas partes, los ciegos se precipitaron hacia
la tapia gritando, algunos no lo consiguieron, se quedaron dentro, aplastados contra
las paredes, otros fueron pisoteados hasta convertirse en una masa informe y
sanguinolenta, el fuego que se extendía rápidamente hará ceniza de todo esto. El
portón está abierto de par en par. Los locos salen.

Las vivencias en una sociedad en la cual el orden la pulcritud las buenas costumbres
una estructura sólida y firme que se ve afectada por una enfermedad muchas
personas entrando a un mundo oscuro por una ceguera blanca cómo se contraponen
los términos pero es de esta manera que se nota a personas que deben palpar con
sus manos para ver la realidad de las cosas una ciudad de grandes edificios carros
lujosos y deseos módicos sirven de refugio para quienes perdieron el camino pero aun
así se mantiene una esperanza por sobrevivir lastimosamente la esperanza está
marcada por el dinero el sistema bancario poco a poco perdiéndose el sentido de la
razón demostrando que llegamos a incoherencias por el simple hecho de no ver.
observando como cada estructura de ser una vivienda de ser un trabajo se vuelve una
tumba sin que alguien supiera que al pasar por allí un cadáver este tendido en el piso,
mientras que en otros hogares sus únicos ocupantes el polvo formándose en capas
sin que nadie las removiese poco a poco las personas caían en esta enfermedad
perdiendo su visión cambiándose del mundo donde la luz los colores las formas eran
una realidad transportarse a un mundo donde la silueta sobre una Mancha blanca es
la que los va a acompañar y además cómo explicarle a un niño lo que sucederá pues
estando acostumbrado a la electricidad ahora cambiarse a la oscuridad. Ahora
comenzamos con la dependencia quizás antes se jactaba de las cosas que las cosas
que se poseían pero al entrar en ese estado ya no vemos ya no se ve estatus social
la ropa que usas las joyas que tengas porque todos comparten un mismo dilema la
ceguera ahora el vago del barrio puede Estar sentado en la misma mesa que el doctor
ahora es cuando un vaso de agua un plato de comida es más valioso que el petróleo
que los fajos de dineros que tengas en casa, el agua de lluvia es una bendición la cual
se aprovecha cuando has perdido todo lo demás. El acostumbrarse a una nueva
realidad donde tus manos se convierten en ojos y tus pies son guiados por esto donde
al tacto tengas que acostumbrarte a saber dónde Vives por donde caminas encontrar
objetos que te ayuden a reconocer el sitio ver cómo a tu alrededor olores fuertes de
suciedad abandono podredumbre se unen y así transformar ese medio en el que se
vivía. También encontrará aquellos espacios para la parte intelectual que a la pérdida
de un sentido cambia tu manera de ver las cosas fijan sus esperanzas en tabúes en
ciencia ficción o se quedan solamente filosofando un futuro trágico por las pocas
ganas de vivir de una esperanza que empieza a extinguirse poco a poco. Y entre tanto
sufrimiento entre tanto dolor que incluso el dolor mismo ya no existía por la
desesperación de sobrevivir sabiendo que puede ser cazadora o presa por el simple
hecho de no morir. Una sola palabra que expresaron resurgirá, la fe hecha en un grito
ya los muertos no resurgen y los vivos se han quedado congelados en el tiempo
entonces el resurgir era la opción. Y es que estaban como lo dice el médico medio
muertos y así la mayoría de la sociedad se queda en ese estado no quiere ver más
allá no quiere ver el otro lado de la moneda todos al ver que las cosas flaquean dicen
que ya están medio muertos se quedan viendo el lado negativo pero el ver el otro lado
de la moneda como lo dijo la esposa sí estamos medio muertos pero también estamos
medio vivos que viene a ser el caso de que haya esperanza para cambiar las cosas
revertirlas no se puede pero sí forjar 1 nuevo forjar una realidad distinta forjar otra
esperanza.
Y situaciones así conducen a nuevos cambios o más que nuevos conducen a tomar
decisiones que antes no se atrevían a hacerse por ejemplo la declaración de amor
entre el ciego y la mujer de gafas oscuras pues tanto así que el ciego por ser como él
lo explica un viejo no lo decía por el miedo a la respuesta que le dé y es que a veces
la misma sociedad hace que ese temor entre en cada una de las personas que por la
edad que por el nivel económico en este caso ella era más joven que él pero él se
atrevió y ella aceptó pero aceptó tras estar en una situación difícil en una situación
donde cada uno comparte la realidad actual en este caso la ceguera blanca pero eso
no impidió tomar las riendas para poder hacer su propuesta y forjar esa nueva
realidad. Pero Mientras tanto la lucha por sobrevivir continúa llega a tal punto en que
se toca el piso llegar a lo profundo sucumbir hasta el límite de las fuerzas llegar a los
extremos donde la razón no cuenta donde solo las conjeturas bordean los
pensamientos, no le crea, aunque digan que lo blanco es blanco la irracionalidad hará
que sea negro todo por los conceptos de las masas. pero cuando ya se llega al
extremo la esperanza continúa y al final se ve la luz del camino es aquella luz que
todos deseaban y a veces entrar en esa luz invade el miedo de que vuelva a ser como
antes las mismas restricciones los mismos conceptos de vida las mismas reglas
sociales pero es allí donde se toma la decisión de cambiar y aceptar la nueva realidad
que se forjó en la oscuridad pero siempre hay que dar el espacio para una guía ya que
es muy difícil salir por sí solo siempre se necesita de esa guía para conducir en la
oscuridad depende de cada persona dejarse guiar, cuando existe la oportunidad de
ella ayuda a veces se reacciona con violencia porque se piensa con violencia, se es
ciego aunque se vea y cuando se quiere ver está el miedo del cambio pero si deciden
bien al recuperar la vista será día de gozo será día de fiesta y un nuevo empezar un
nuevo despertar una nueva historia que se puede continuar, es el cierre de un capítulo
para poder iniciar otro.

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