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2do encuentro

PRÁCTICAS DEL LENGUAJE 2DO AÑO

Temas:

Crónica

- “La biblioteca de Waldemar”


- “Colombia, bailar es requisito”

Género fantástico

- “Historia Fantástica” (Denevi)


- “Isis” (Ocampo)
- “Espiral” y “El cuchillo” (Imbert)
- “El almohadón de plumas” (Quiroga)
- “La ventana abierta” (Saki)
- “Las decisiones de Maese Samsagaz” (Tolkien)
- “El pintor de paisajes”
- “Una muerte” (Oesterheld)
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Género Fantástico

Lectura:
“Historia fantástica” de Marco Denevi

Cuenta fray Jerónimo de Zúñiga, capellán de la prisión del Buen Socorro, en Toledo, que el 7 de
junio de 1691 un marinero natural de las Indias Occidentales, de nombre Pablillo Tonctón o
Tunctón, de raza negra, condenado al auto de fe por brujo y otros crímenes contra Dios, se evadió
de la cárcel y de ser quemado vivo pidiendo a sus guardianes, tres días antes de marchar a la
hoguera, una botella y los elementos necesarios para construir un barco en miniatura encerrado
dentro del frasco. Los guardianes, aunque el tiempo de vida que le quedaba al reo era tan breve,
accedieron a sus deseos. Al cabo de los tres días el diminuto navío estaba terminado en el interior
del vidrio. La mañana señalada para la ejecución del auto de fe, cuando los del Santo Oficio
entraron en la celda de Pablillo Tonctón, la encontraron vacía lo mismo que la botella. Otros
condenados que aguardaban su turno de morir afirmaron que la noche anterior habían oído un
ruido como de velas, chapoteo de remos y voces de mando.
Actividades:
1) ¿Estamos en presencia de un cuento realista? Justifique.
2) Complete con información extraída del cuento:
*Fecha del suceso:
* Lugar del suceso:
* Suceso:
*Detalles del suceso:
*Palabras de los testigos:
3) Después de leer el cuadro que caracteriza a tres de los géneros que rompen con el realismo,
determine a cuál corresponde "Historia fantástica". Justifiquen la respuesta con ejemplos del relato.
4) Redacten una explicación lógica y una ilógica para lo sucedido.
5) Realicen el ejercicio "2" que aparece en la siguiente imagen
Relatos de Enrique Anderson Imbert
_____________________________________________________________________________
Espiral
Regresé a casa en la madrugada, cayéndome de sueño. Al entrar, todo oscuro. Para no despertar a
nadie avancé de puntillas y llegué a la escalera de caracol que conducía a mi cuarto. Apenas puse
el pie en el primer escalón dudé de si esa era mi casa o una casa idéntica a la mía. Y mientras subía
temí que otro muchacho, igual a mí, estuviera durmiendo en mi cuarto y acaso soñándome en el
acto mismo de subir por la escalera de caracol. Di la última vuelta, abrí la puerta y allí estaba él, o
yo, todo iluminado de Luna, sentado en la cama, con los ojos bien abiertos. Nos quedamos un
instante mirándonos de hito en hito. Nos sonreímos. Sentí que la sonrisa de él era la que también
me pesaba en la boca: como en un espejo, uno de los dos era falaz. «¿Quién sueña con quién?»,
exclamó uno de nosotros, o quizá ambos simultáneamente. En ese momento oímos ruidos de pasos
en la escalera de caracol: de un salto nos metimos uno en otro y así fundidos nos pusimos a soñar
al que venía subiendo, que era yo otra vez.

El cuchillo
Hoy, al revolver el baúl del desván, mis manos tropezaron otra vez con el cuchillo. Es viejo. Lo
he visto infinidad de veces, desde mi infancia. Según me dijeron, vino de Japón, junto con otras
cosas que dejó mi abuelo al suicidarse. Ya no sirve para nada, y me pregunto si alguna vez sirvió
para algo: más bien parece un cuchillo de puro adorno o vaya uno a saber para qué fútil ceremonia.
A mí no me sirve ni como cortapapeles, pues la hoja es demasiada larga y en curva. ¿Para qué lo
conservo? La verdad es que no soy yo quien lo conserva: él se conserva solo. Simplemente está
ahí, se queda ahí. Y hoy, al tropezar con él, he pensado en arrojarlo. Pero, ¡qué resistencia! No lo
puedo poner de patitas en la calle. Se prende a mi vida, con fuerza. Se quedará conmigo, ya lo veo,
hasta el final. Donde voy, va él, entre los muebles de la mudanza. Por lo visto no tiene otro sitio
adonde ir y permanece a mi lado. No nos decimos nada. Sólo tenemos de común el tiempo que
pasamos juntos. Inútil: inútil mi voluntad de arrojar el cuchillo a la basura. ¿Qué querrá? Empiezo
a preocuparme. Al empuñarlo me tira de la mano y su hoja me toca el vientre
El almohadón de plumas

Horacio Quiroga

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro
de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a
veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle,
echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora.
Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin
duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más
expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía
siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del
patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal
impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve
rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al
cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo
abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había
concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la
casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró
insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir
al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto
Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en
seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su
espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los
sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin
moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció
desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole
calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene
una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se
despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha
agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba
visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y
en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán
vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un
extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos
entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando
a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y
que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente
abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama.
Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar,
y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo
rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano
de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra
sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se
acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la
última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de
uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al
comedor.
—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio...
poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la
mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que
remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad,
pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de
noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la
sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el
tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No
quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores
crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y
trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las
luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el
silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la
cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un
rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que
parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a
ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas
oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil
observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél,
lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay?—murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del
comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron,
y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos
crispadas a los bandós: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente
las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba
tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente
su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre.
La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había
impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la
succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en
ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles
particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
La ventana abierta

Saki 1870–1916
Seudónimo de Hector Hugh Munro. Nacido en la antigua Birmania, hoy Myanmar, Saki creció en Devonshire, Inglaterra,
separado de sus padres. Después, en la juventud, viajó por Europa acompañando a su padre, oficial retirado de la policía
imperial. Trabajó como corresponsal en los Balcanes, Rusia y en París. En 1914, se alistó como voluntario en el ejército
francés y murió en 1916 en Beaumont Hamel. Refiriéndose a su obra, Jorge Luis Borges comentó: “Con una suerte de
pudor, Saki da un tono de trivialidad a relatos cuya íntima trama es amarga y cruel”.

–Mi tía bajará en un momento, Sr. Nuttel –anunció una imperturbable jovencita de quince años–;
mientras tanto usted deberá tratar de conformarse conmigo.
Framton Nuttel se esforzó por decir la cosa correcta que halagara de manera apropiada a la
sobrina presente sin que por eso desairara indebidamente a la tía por llegar. Ahora más que nunca
dudaba en secreto si todas estas visitas formales a una serie de completos desconocidos iban a
contribuir en algo con la cura nerviosa que se suponía estar sobrellevando.
–Ya sé cómo va a ser –había afirmado su hermana cuando él se preparaba para salir hacia su
retiro rural–. Te recluirás allá y no hablarás con ningún alma viviente, y tus nervios estarán peor que
nunca por el desánimo. Debería darte cartas de presentación para toda la gente que conozco allá.
Algunos, hasta donde puedo recordar, eran bastante agradables.
Framton se preguntaba si la señora Sappleton, la dama a quien se encontraba presentándole una de
las cartas, formaba parte de ese agradable grupo.
–¿Conoce a mucha de gente de por aquí? –preguntó la sobrina, cuando juzgó que ya habían tenido
suficiente comunión silenciosa entre los dos.
–A casi nadie –contestó Framton–. Mi hermana estuvo aquí, en la casa parroquial, sabe, hace unos
cuatro años, y me entregó cartas de presentación para alguna de la gente de acá.
Pronunció la última frase con un evidente tono de lamento.
–Entonces, ¿prácticamente no sabe nada sobre mi tía? –insistió la imperturbable jovencita.
–Sólo el nombre y la dirección –admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton estaría
casada o viuda. Algo indefinible acerca de la habitación parecía sugerir la presencia masculina.
–La gran tragedia le sucedió hace apenas tres años –dijo la muchacha–. Debió haber sido después
de la época de su hermana.
–¿La tragedia? –preguntó Framton; de alguna forma, en este apacible rincón rural las tragedias
parecían fuera de lugar.
–Tal vez usted se preguntará por qué mantenemos esa ventana completamente abierta en una tarde
de octubre –dijo la sobrina, señalando una puertaventana grande que daba hacia un jardín.
–Hace bastante calor para esta época del año –afirmó Framton– pero, ¿tiene algo que ver esa
ventana con la tragedia?
–Fue por esa ventana que, hoy hace tres años, su esposo y sus dos hermanos menores salieron para
su día de caza. Nunca regresaron. Cruzaban el coto en dirección a su terreno favorito para cazar al
acecho, cuando un pantano traicionero se los tragó a los tres. Había sido un verano terriblemente
húmedo, sabe, y lugares que en otros años fueron seguros cedían de un momento a otro y sin previo
aviso. Nunca se recuperaron los cuerpos. Es fue lo más espantoso de todo –En ese punto la voz de la
muchacha perdió el tono imperturbable y se volvió entrecortadamente humana–: La pobre tía cree
todo el tiempo que regresarán algún día, los tres y el pequeño spaniel castaño que se perdió con
ellos, y que entrarán por esa ventana justo como solían hacerlo. Esa es la razón por la que la ventana
se mantiene abierta todas las tardes hasta que está ya bastante oscuro. Pobre tía querida, a menudo
me ha contado cómo salieron, su esposo con el impermeable blanco colgado sobre el brazo, y
Ronnie, el menor de sus hermanos, cantando ‘Bertie, why do you bound?’ como hacía siempre para
tomarla del pelo, pues ella decía que le ponía los nervios de punta. ¿Sabe?, algunas veces, en tardes
silenciosas y tranquilas como esta, tengo la sensación horrorosa que ellos van a entrar cruzando esa
ventana…
Dejó de hablar con un ligero estremecimiento. Para Frantom fue un alivio cuando la tía irrumpió en
el salón con una serie de excusas por haber tardado en aparecer.
–Espero que Vera lo haya distraído –dijo.
–Ha sido muy interesante –respondió Frantom.
–Espero que no le importe la ventana abierta –dijo de pronto la señora Sappleton–, mi esposo y
mis hermanos volverán de su jornada de caza y siempre entran por ahí. Hoy estuvieron por los
pantanos cazando al acecho, así que van a ensuciar de lo lindo mis pobres alfombras. Pero así son
ustedes los hombres, ¿no es cierto?
Siguió hablando alegremente sobre la cacería y la escasez de pájaros y el prospecto de patos para
el invierno. Para Frantom, todo sonaba absolutamente espantoso. Hizo un esfuerzo desesperado,
aunque sólo parcialmente exitoso, por dirigir la conversación hacia un asunto menos aterrador; era
consciente de que su anfitriona le prestaba sólo un fragmento de su atención, con la mirada
desviándose constantemente de él hacia la ventana abierta y el prado más allá. Era ciertamente una
coincidencia desafortunada que él hubiera tenido que hacer su visita en este trágico aniversario.
–Los médicos coinciden en ordenarme descanso absoluto, ausencia de excitación mental y rehuir
cualquier cosa que tenga que ver con el ejercicio físico violento –anunció Framton, apoyándose en
ese mito bastante extendido de que los completos extraños y la gente recién conocida están ansiosos
por conocer el menor detalle sobre los achaques y las dolencias de uno, con su causa y su cura–. En
cuanto al asunto de la dieta, no se han puesto muy de acuerdo –continuó.
–¿No? –preguntó la señora Sappleton, con una voz que sólo consiguió reemplazar por un bostezo a
último momento. Entonces de repente se animó y prestó una atención inmediata, aunque no a lo que
Framton decía.
–¡Llegaron, por fin! –gritó–. ¡Justo a tiempo para el té, y no parecen estar de barro hasta los ojos!
Framton se estremeció ligeramente y se volteó hacia la sobrina con una mirada que intentaba
transmitir una comprensiva compasión. La muchacha miraba hacia afuera a través de la ventana
abierta con un aturdido terror en los ojos. Con la glacial sacudida de un temor sin nombre, Framton
se movió en la silla y observó en la misma dirección.
En la creciente oscuridad del crepúsculo tres figuras cruzaban el jardín y caminaban en dirección a
la puertaventana; cada una llevaba un arma bajo el brazo y una de ellas cargaba además un abrigo
sobre los hombros. Un agotado spaniel castaño se mantenía a sus talones. Se acercaban
silenciosamente hacia la casa, y entonces una ronca voz juvenil cantó bajo la oscuridad: ‘I said,
Berti, why do you bound?’
Frantom agarró el bastón y el sombrero frenéticamente; la puerta de entrada, el camino de gravilla,
y el portón del frente fueron etapas apenas advertidas en su precipitada retirada. Un ciclista que
avanzaba por el camino tuvo que lanzarse al seto para evitar la inminente colisión.
–Ya estamos aquí, querida –dijo el que llevaba encima el impermeable cuando cruzó por la
ventana–. Algo de barro, pero casi todo seco. ¿Quién era ese que salió corriendo cuando nos
acercábamos?
–Un hombre de lo más particular, un tal señor Nuttel –contestó la señora Sappleton–. Sólo
consiguió hablar de sus dolencias y se fue a toda prisa sin pronunciar una sola palabra de despedida
o de disculpa cuando ustedes llegaron. Cualquiera pensaría que había visto un fantasma.
–Imagino que fue el spaniel –dijo la sobrina con tranquilidad–. Me confesó que le tenía pavor a
los perros. Alguna vez fue perseguido por una jauría de perros parias hasta un cementerio en alguna
parte por las orillas del Ganges, y tuvo que pasar la noche en una sepultura recién excavada, con las
criaturas gruñendo, mostrándole los dientes y echando espuma por la boca justo encima suyo.
Suficiente para que cualquiera pierda el valor.
Las historias improvisadas eran su especialidad.
Actividades
Para trabajar con “Isis”

1) Realice una lista de las características que comparte Isis con un animal.
2) Relacione esas características comunes con el hecho fantástico que ocurre.
3) Teniendo en cuenta la teoría del género: interpreten el final del cuento. ¿Qué explicaciones
posibles le encuentran?

Para trabajar con “Espiral” y “El cuchillo”

1) Justifique su inclusión dentro de la literatura fantástica.


2) Señale similitudes y diferencias entre los cuentos leídos del autor.
3) ¿Observa elementos terroríficos en sus cuentos? Justifique.

Para trabajar con “El almohadón de plumas”

1) Mencione las razones por las que podríamos decir que el inicio del relato, aunque inquietante,
es realista.
2) ¿Aparece algún elemento que rompa con el realismo? Justifique.
3) Explique brevemente el final y a partir de eso, determine a qué género pertenece el cuento.
4) Realice una comparación entre el cuento original de Quiroga y la versión en Stop motion.
Señalen los cambios entre versiones y lo que tienen en común. No dejen de señalar la
importancia de la imagen científica del parásito.

Para trabajar con “La ventana abierta”

1) ¿A qué género pertenece? Justifique.


2) ¿Con qué relato de los ya leídos lo relaciona? Ejemplifique.
3) Caracterice el inicio (lugar, tiempo, carácter realista, fantástico o maravilloso).
Actividades
Para trabajar con “Las decisiones de Maese Samsagaz”

1) ¿A qué género pertenece? Justifique utilizando la teoría que les compartí.


2) Señale qué elementos encuentra propios del relato de aventuras.
3) ¿Quién es el protagonista? Caracterícelo.

Para trabajar con “El pintor de paisajes”

1) Ubiquen en el texto la explicación que da el artista al emperador para justificar su tardanza


en concluir la obra. Luego, determinen cómo puede relacionarse esa explicación con lo que
sucede al final del cuento.
2) ¿A qué género pertenece el relato? Justifique con características teóricas y ejemplos del
cuento.
3) Caracterice a los personajes y el ambiente, relaciónelos con el género señalado en el punto
anterior.

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