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AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 24 de junio de 1992
(Lectura:
carta de san Pablo a los Corintios, capítulo 12, versículos 4-7. 11)
1. «El Espíritu Santo no sólo santifica y dirige al pueblo de Dios mediante los
sacramentos y los misterios y lo adorna con virtudes, sino que también
distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición,
distribuyendo a cada uno según quiere ( 1 Co 12, 11) sus dones, con los que los
hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles
para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia» ( Lumen gentium, 12).
Esto es lo que enseña el concilio Vaticano II.
3. Con todo, es preciso tener presente que los dones espirituales deben
aceptarse no sólo para beneficio personal, sino ante todo para el bien de la
Iglesia: «Que cada cual ―escribe san Pedro― ponga al servicio de los demás la
gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de
Dios (1 P 4, 10).
En virtud de estos carismas, la vida de la comunidad está llena de riqueza
espiritual y de servicios de todo género. Y la diversidad es necesaria para una
riqueza espiritual más amplia: cada uno presta una contribución personal que
los demás no ofrecen. La comunidad espiritual vive de la aportación de todos.
En el único cuerpo que formamos, cada uno debe desempeñar su propio papel
según el carisma recibido. Nadie puede pretender recibir todos los carismas, ni
debe envidiar los carismas de los demás. Hay que respetar y valorar el carisma
de cada uno en orden al bien del cuerpo entero.
5. Conviene notar que acerca de los carismas, sobre todo en el caso de los
carismas extraordinarios, se requiere el discernimiento.
b. La presencia del «fruto del Espíritu: amor, alegría, paz» (Ga 5, 22). Todo
don del Espíritu favorece el progreso del amor, tanto en la misma persona,
como en la comunidad; por ello, produce alegría y paz.
d. El uso de los carismas en la comunidad eclesial está sometido a una regla
sencilla: «Todo sea para edificación» ( 1 Co 14, 26); es decir, los carismas se
aceptan en la medida en que aportan una contribución constructiva a la vida de
la comunidad, vida de unión con Dios y de comunión fraterna. San Pablo insiste
mucho en esta regla (1 Co 14, 4-5. 12. 18-19. 26-32).
7. Entre los diversos dones, san Pablo ―como ya hemos observado― estimaba
mucho el de la profecía, hasta el punto que recomendaba: «Aspirad también a
los dones espirituales, especialmente a la profecía» ( 1 Cor 14, 1). La historia de
la Iglesia, y en especial la de los santos, enseña que a menudo el Espíritu Santo
inspira palabras proféticas destinadas a promover el desarrollo o la reforma de
la vida de la comunidad cristiana. A veces, estas palabras se dirigen en especial
a los que ejercen la autoridad, como en el caso de santa Catalina de Siena, que
intervino ante el Papa para obtener su regreso de Aviñón a Roma. Son muchos
los fieles, y sobre todo los santos y las santas, que han llevado a los Papas y a
los demás pastores de la Iglesia la luz y la confortación necesarias para el
cumplimiento de su misión, especialmente en momentos difíciles para la Iglesia.