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escribir
Fernando Vásquez Rodríguez, 2014.
Pero no es solo el mínimo contacto con la lectura el que influye en el poco rendimiento
escritural. También está la eventual o esporádica relación con la palabra escrita. A no ser
que se empiece una carrera académica o se comience un posgrado, la mayoría de personas
poco escriben. Apenas se usa una escritura funcional, muy de llenar formularios o atender
solicitudes financieras. Al no frecuentar esta técnica de la mente el resultado es apenas
obvio: extrañeza ante una tipología textual, confusión entre los géneros, escasez en la
generación de ideas, desconocimiento de minucias y trucos del escribir. Por tener un trato
ocasional con la escritura cada vez resulta más difícil desentrañar sus pormenores y entrar
en sus dominios con alguna familiaridad.
Pienso que de igual modo ha influido la falta oportuna de corrección en los años de
escolaridad básica. Al afirmar esto me refiero a una corrección que supere la escueta
calificación. Es decir, al acto de sentarse con cada estudiante –hombro a hombro– a leer y
revisar con él sus productos escritos. Y hecho esto, solicitarle una nueva versión en la que
se haya corregido y enriquecido el texto presentado. Sé que para los maestros es un trabajo
arduo y dispendioso pero de eso depende, en gran medida, la suerte posterior de los
aprendices de escritura. Digámoslo fuerte: si la escritura no se corrige con cuidado, si no le
señalamos al estudiante el error, y si no le mostramos alternativas de salvación o ejemplos
en los que pueda ayudarse, seguiremos idealizando el escribir, dejando tal labor para genios
o personas extraordinarias. Aquí vale la pena advertir que escribir no se reduce a la
escritura literaria; el escribir abarca los textos expositivos, argumentativos y esos otros
centrados en el describir, informar, manifestar un deseo o exigir un derecho.
Se me ocurre otra razón de esta dificultad con la escritura: la falta de persistencia, de lucha
constante por un mejor logro. A veces se cuenta con el talento pero no se tiene la disciplina.
Tal vez sea un asunto de crianza o de época. Hoy queremos “todo ya” y sin el menor
esfuerzo. Nos dejamos influir por las recetas de lo instantáneo y descomplicado. Sin
embargo, escribir comporta una paciencia artesanal, una tarea de desbaste y pulimento
permanente. No es una labor de acierto sino de continuos tanteos y reelaboraciones. En
consecuencia, si no hay disciplina, si se pierde la batalla al primer enfrentamiento con las
palabras, será muy difícil evolucionar o mejorar en la elaboración de un ensayo, una reseña
o un informe de investigación.
Vistas así las cosas, bien podríamos ofrecerles a los estudiantes universitarios, ansiosos por
hallar una respuesta a las dificultades con la escritura, tres consejos. El primero:
acostumbrarse a leer pero, al mismo tiempo, ir escribiendo algo sobre lo leído. Se trata de
redactar frases cortas en las que se dé cuenta de una reacción o del impacto de cierto
aspecto de la lectura. He llamado a esa estrategia, contrapunto. Lo valioso acá es no
contentarse con pasar los ojos por las páginas sino en poner a trabajar a nuestra mente,
usando el arma potente de la escritura. Si esto se convierte en un hábito más fácil resultará
dialogar con la tradición y sentirnos partícipes de una cultura.
El segundo consejo es este: mirar con detalle, con ojo de relojero, cómo otros escritores
expertos confeccionan sus textos. García Márquez asociaba esta actividad con la del
mecánico que desarma el objeto para ver las tuercas y los tornillos con que está
ensamblado. El objetivo es claro: tomar un tiempo y detenerse para ver en un texto de
calidad cómo es su macroestructura, cómo se engarzan sus partes, cómo se distribuye la
información, de qué manera se emplea la puntuación, qué tipo de lenguaje utiliza. Ser
conscientes de las formas de elaboración de las producciones ajenas no solo sirve para
desmitificar la escritura sino, además, puede proveer al novato escritor de un repertorio de
ejemplos, útiles al momento de presentar o darle forma a su pensamiento.
El último consejo, que bien podría ser asumido por un maestro comprometido con su
quehacer, es el de tener lectores acuciosos para los textos que producimos. Siendo sinceros,
no ayudan mucho los colegas o amigos que apenas ojean nuestros textos, nos felicitan, pero
sin percatarse en verdad de lo que expresamos en esas hojas. Lo mejor –y eso puede ser
difícil– es hallar a alguien que se tome el tiempo suficiente para detectar en nuestros textos
una inconsistencia, señalar un descuido en la digitación, percatarse de una repetición
innecesaria, advertirnos de una flagrante equivocación o, sencillamente, señalarnos
apartados que no se entienden o carecen de claridad. Si se quiere aprender a escribir es
necesario pensar en los lectores. No es huyendo de ellos, de sus impresiones o críticas,
como mejoramos nuestros productos escritos. Son los lectores los que vigorizan la palabra
escrita; son ellos los que robustecen y dan vida a los grafismos inertes puestos en una
página.
Sobra decir que todo lo anterior resultará inútil si no se tiene la motivación o la pasión
suficiente por descubrir el ser y proceder de la escritura. Tal apasionamiento es el que
posibilita entrever en cada borrador o en cada intento fallido un pequeño avance o ir
descubriendo, con asombro, que el trato frecuente con la palabra escrita afina nuestra forma
de pensar y nos va convirtiendo en ciudadanos hábiles para participar en el mundo de la
ideas.
Sebastian martinez , juan manuel motato
R/: El autor pretende hacer una radiografía sobre la dificultad que presentan los estudiantes
de pregrado al momento de redactar textos; enmarca las posibles causantes de estos
inconvenientes y trata de brindar consejos y estrategias que permitan reforzar esta
competencia y ayuden a los estudiantes a mejorar su capacidad de escritura.
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