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MAGIDE HERRERO
PRÓLOGO
Llama la atención el énfasis con el que se trata la independencia de los jueces en el Discurso
preliminar de La Constitución gaditana de 1812. Las sucesivas constituciones han plasmado las
garantías fundamentales de esa independencia. La constitución española actual predica de los
jueces y magistrados del poder judicial la condición de “independientes, inamovibles,
responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley”. Este texto constitucional acierta a
predicar la independencia de los jueces y magistrados, y no del poder judicial como un todo.
Las administraciones públicas se comprenderían como poderes de raíz política que habrían de
depender del pueblo, permaneciendo bajo el impulso, dirección u orientación y control de la
colectividad pública en la que se erigen.
El Estado de Derecho marcará la exigencia de que la administración solo podrá actuar bajo el
imperio de la ley, sometida a la ley fijada por el Poder Legislativo, necesitando una previa
habilitación legal para intervenir en materias vinculadas con la dignidad de la persona.
Pero ese sometimiento a la ley no deja de ser distinto del propio de los órganos del Poder
Judicial, porque la función de la administración la de justicia son también diferentes. Es
consustancial a la tarea de la administración en orden a la promoción de los intereses
generales, tener que adoptar disposiciones, tomar decisiones o realizar gestiones que, o no
pueden predeterminarse por las leyes o no es conveniente que se predeterminen por el Poder
Legislativo, por estar condicionadas o por depender de la diversidad del caso concreto.
A través de la aplicación de la ley, ya hay una forma de someterse a la dirección del pueblo
plasmada en los criterios expresados en las leyes. Pero el gobierno y administración que se
ejercen en el ámbito de la discrecionalidad administrativa, deben quedar bajo la orientación
del pueblo. Los miembros de las administraciones públicas dependerán de la confianza
popular.
En este contexto emerge la idea de las administraciones independientes, a las que se trata de
colocar al margen de toda dirección política. Se pretende proteger ciertas actuaciones
administrativas del eventual influjo de las confrontaciones partidistas. O se trata de erigir
autoridades administrativas que velen por el orden de ciertos servicios de gran relevancia
social.
Elaborado como tesis doctoral del autor, su objeto fue definido a partir de una intuición: la
idea de que la legitimidad de las administraciones independientes habría de guardar relación
con su limitada aplicación a ámbitos de decisión en los que, existiendo razones ancladas en el
ordenamiento constitucional para asegurar su independencia, no comportasen una
discrecionalidad configuradora de sustancia política, por consistir solo en la aplicación de
medidas o en la adopción de decisiones regladas o sometidas discrecionalidad técnica.
Una de las aportaciones del libro será el repaso sobre los criterios hermenéuticos utilizados en
la interpretación constitucional. También establecerá su propuesta de interpretación
sistemático-teleológica sobre la función gubernativa de dirección de la administración en la
economía constitucional, anclada en el principio democrático.
El gran escollo con el que el autor ha elaborado su libro ha sido el Banco de España y el Banco
Central Europeo y el Sistema Europeo de Bancos Centrales. Su difícil encaje de estos supuestos
en las condiciones de constitucionalidad por él mismo preestablecidas, no permitiría amparar
constitucionalmente su independencia si no fuera por la prevalencia de la voluntad
constitucional de hacer posible la integración supranacional de España en una organización
como la Comunidad Europea, cuya naturaleza interestatal comporta mecanismos de ejercicio
de la función gubernativa de dirección que no resultarían operativos para proporcionar las
respuestas con que debe afrontar una autoridad monetaria los dinamismos de la realidad
actual, haciendo necesario un sistema institucional monetario dotado de suficiente
independencia.
INTRODUCCIÓN
Dos tareas: hacer una caracterización de la categoría y establecer sus límites constitucionales.
El objeto de este libro condiciona su enfoque metodológico que pretende dejar de lado la
apertura a otras disciplinas. Desde la ciencia económica se ofrecen buenos e interesantes
argumentos en favor de las administraciones independientes. Este dato, junto con el carácter
complejo de los sectores en los que la mayoría de estas organizaciones operan, conducen a
abordar el estudio de la materia desde una perspectiva flexible, que evite que la
argumentación jurídica desconozca las ventajas que la creación de administraciones
independientes pueda ofrecer.
El objeto del libro condiciona también el tratamiento que se hace del derecho comparado. En
las aproximaciones al tema que la literatura española ha hecho hasta el momento, la
referencia a las organizaciones que en otros países responden a las mismas pautas que las
administraciones independientes ocupa un lugar destacado. En línea con el enfoque que ha
caracterizado a esta primera literatura española, estas referencias estaban dirigidas a dar
cuenta del origen de esta fórmula de organización administrativa en el derecho
estadounidense.
A.- Concepto
Antes de la promulgación de la LOFAGE, se había visto en el hoy derogado art 6.5 de la Ley
General Presupuestaria el reflejo de esta categoría. Este precepto no configuraba un concepto
de administración independiente, pues solo señalaba que a los entes públicos no mencionados
en los puntos restantes del precepto, la LGP solo les era aplicable supletoriamente.
El art 6.5 LGP era una manifestación del proceso de huida del derecho presupuestario,
financiero y contable de las administraciones públicas, y la esencia de las administraciones
independientes no responde a esto.
El primer reconocimiento normativo de la categoría lo llevó a cabo el art 2.2 de la ley 30/1992.
En este precepto se sustituye la referencia clásica a las instituciones sometidas a la tutela del
estado por la referencia a las entidades de derecho público con personalidad jurídica
“vinculadas o dependientes” de una administración territorial.
La LOFAGE regula de forma más general que la LGP las relaciones entre la administración
general del estado y las administraciones institucionales, lo que hace más comprensible la
excepción de su aplicación desde el punto de vista de la garantía de la posición de las
administraciones independientes respecto de la administración gubernativa.
Esta previsión deja clara la falta de conexión conceptual entre el fenómeno de las
administraciones independientes y el de la huida al derecho privado. Supone también un
avance desde la perspectiva del atajamiento de esta última, pues actualmente las
administraciones independientes están sometidas por sus leyes al ordenamiento jurídico-
privado en cuanto a sus adquisiciones patrimoniales y régimen de contratación, lo cual carece
de justificación.
La ley 24/1988 del Mercado de Valores creó y reguló la Comisión Nacional del Mercado de
Valores. La Comisión se encarga de la supervisión e inspección de los mercados de valores y de
la actividad de las personas que actúen en los mismos, ejerciendo una potestad sancionadora y
facultades relativas a la obtención y difusión de información en pro del objetivo de
transparencia de los mercados de valores.
La Agencia de Protección de Datos fue creada por la Ley Orgánica 5/1992 de Regulación del
Tratamiento Automatizado de Datos de Carácter Personal (LORTADP), texto legal que ha sido
derogado por la Ley Orgánica 15/1999 de Protección de Datos de Carácter Personal (LOPDP).
La nueva ley se ha dictado con el fin de adaptar nuestro derecho a la Directiva 95/46/CE del
Parlamento Europeo y del Consejo relativa a la Protección de las personas en lo referente a sus
datos personales y a la libre circulación de estos. La Agencia es un “ente de derecho público,
con personalidad jurídica pública y privada, que actúa con plena independencia de las
administraciones públicas en el ejercicio de sus funciones”.
Las funciones del Banco de España se han desarrollado en dos frentes: la supervisión del
sistema crediticio y la instrumentación de la política monetaria. El grado de independencia del
banco respecto del gobierno es diferente en cada una de estas dos vertientes. Este nivel de
independencia se explica teniendo en cuenta que la posición independiente del banco es
consecuencia de las exigencias comunitarias, y estas se refieren a los bancos centrales como
autoridades monetarias. Así, mientras que en el ejercicio de sus funciones de política
monetaria el banco está protegido de las interferencias del gobierno, cuando cumple
funciones de supervisión del mercado crediticio mantiene una relación con la administración
gubernativa que se acerca más a la existente entre aquella y la administración institucional
tradicional que a la que se da entre las administraciones independientes y la administración
gubernativa.
Con la creación por el Real Decreto-ley 6/1996 de la Comisión del Mercado de las
Telecomunicaciones, regulada por el art 1 de la Ley 12/1997 de Liberalización de las
Telecomunicaciones (LLT), comienza a consolidarse un subtipo dentro de las administraciones
independientes: el de los Entes supervisores de determinados mercados. El objeto de la
supervisión es el mercado de las telecomunicaciones y de servicios audiovisuales, telemáticos
e interactivos, en relación con el que la Comisión ha de salvaguardar las condiciones de
competencia efectiva, velar por la correcta formación de los precios y ejercer de órgano
arbitral.
También hay que incluir al Tribunal de Defensa de la Competencia, regulado en la Ley 16/1989
de Defensa de la Competencia (LDC). Sus miembros gozan de Represión de las Prácticas
Restrictivas de la Competencia y de las garantías personales de independencia propias de la
categoría.
Es necesario señalar que la dirección del ente recae sobre el director general, y no sobre el
Consejo de composición plural. Es cierto que los titulares de los órganos incluidos como
administraciones independientes son designados por el gobierno, pero se trata de órganos
colegiados en los que se producen renovaciones parciales y en los que el mandato de sus
miembros no coincide con la legislatura.
Pero el principal defecto del estatuto del ente es el de que está diseñado para ser dominado
por la mayoría política del momento.
Tampoco la designación parlamentaria es una garantía de neutralidad política, y puede dar
lugar al reparto de cuotas de representación por partidos, de modo que solo se pueda
transmitir al interior del organismo el reparto político del poder del Parlamento.
También tiene gran importancia el tipo de función que lleva a cabo la organización
administrativa, pues existen unas funciones administrativas más neutralizables que otras.
Todas las organizaciones que se incluyen como administraciones independientes se pueden
calificar como administraciones de supervisión, a excepción del Banco de España en el
desarrollo de la política monetaria definida por el BCE. Pero en el caso del Banco central
existen otros factores que respaldan su neutralidad a partir de criterios técnicos de actuación,
principalmente el consenso sobre cuál ha de ser el objetivo de la política monetaria:
estabilidad de precios, objetivo institucional del SEBC en la definición y ejecución de la política
monetaria comunitaria.
Las funciones decisorias de la Comisión son reducidas, y gran parte de sus actuaciones se
integran sin carácter vinculante en procedimientos que concluyen con decisiones de la
administración gubernativa.
La última exclusión es la del Consorcio de la Zona Especial Canaria (ZEC), creado por la ley
19/1994 de Modificación del Régimen Económico y Fiscal de Canarias (LMREFC). Esta ley
preveía el establecimiento de un espacio de baja fiscalidad en las islas, del que podrían
beneficiarse las empresas que cumplan ciertos requisitos. Sin embargo, la ZEC aún no se ha
puesto en marcha, porque la Comisión de las Comunidades Europeas no ha dado luz verde a su
creación.
Durante los casi seis años de negociaciones entre el gobierno español y la comisión, se han
producido sucesivas reformas de las previsiones legales sobre la ZEC, con el fin de adecuarlas
al derecho comunitario de las ayudas públicas.
La aplicación del criterio expuesto obliga a excluir a las universidades públicas de la categoría
de las administraciones independientes. La autonomía universitaria responde a la autonomía
en la gestión de una serie de intereses a los que se reconocer una sustantividad, y no a la
independencia de una organización administrativa con el fin de neutralizar su actividad.
Martínez López-Muñiz plantea dos tipos de administraciones fuera de la órbita del poder
ejecutivo: las Administraciones de apoyo y las Administraciones para el control parlamentario.
Resulta pertinente una referencia a la administración electoral, que algunos autores incluyen
en la categoría de las administraciones independientes. Esta administración, la cual actúa con
personalidad jurídica del estado, a falta de personalidad propia, no se integra en el poder
ejecutivo. Su independencia no responde al proceso de neutralización política de ciertas
funciones del poder ejecutivo, sino que es exigida por la necesidad de impedir que los titulares
de los órganos que se van a ver afectados por los resultados del proceso electoral participen
en el control de este.
Las administraciones son independientes cuando son administración activa, la cual es la que
dicta actos administrativos o emite disposiciones generales que inciden en la esfera jurídica de
los particulares. Entonces, quedan fuera del fenómeno de las administraciones independientes
las organizaciones administrativas que limitan su actividad al control de órganos activos, a
desempeñar funciones consultivas, o a realizar propuestas que se integran en procedimientos
que concluyen con decisiones de los órganos activos.
Además de esta insuficiencia del término tutela, resulta que la contraposición entre los
binomios jerarquía-relación interorgánica y tutela-relación intersubjetiva tampoco es
convincente.
Los problemas comienzan por la escasa claridad conceptual de la jerarquía: ¿es una
ordenación de órganos o competencias, o un tipo de relación? La acepción más sugerente es la
de la jerarquía como relación. Lo decisivo son las previsiones normativas aplicables, que a
veces contradicen las definiciones doctrinales de la jerarquía, lo que obliga a los autores a
hablar de jerarquías imperfectas o debilitadas.
El régimen jurídico aplicable a la actuación del ente jurídico-público de que se trate, no influye
en la relación que este mantenga con la administración gubernativa del estado.
Entre los instrumentos que se podrían calificar de funcionales hay que referirse a la facultad de
los órganos de la administración matriz de revisar en vía de recurso, o de oficio, las decisiones
de los órganos superiores del organismo público en cuestión.
Se plantea también la cuestión de cuál sería la vinculación que resulta de estas directrices,
problema ligado al de su distinción respecto de las normas reglamentarias y de las órdenes o
instrucciones de servicio.
En cuanto a la diferenciación entre las directrices y las instrucciones u órdenes de servicio, hay
que tener presente las diversas acepciones del término directriz. Este término se ha usado
para caracterizar un mecanismo de dirección distinto de las órdenes jerárquicas tradicionales
según su distinto grado de obligatoriedad: mientras las órdenes son obligatorias para su
destinatario, las directrices permiten que este se separe motivadamente de ellas con cierta
autonomía.
La clave del control por parte de la administración gubernativa del funcionamiento de los
organismos públicos instrumentales está en el elemento personal. La facultad discrecional de
nombramiento y remoción de los titulares de estos órganos asegura la dirección gubernativa
de la administración institucional instrumental.
Lo que interesa constatar es la pervivencia de una gran discrecionalidad del gobierno o del
ministro para nombrar y cesar a los titulares de los órganos directivos de los organismos
públicos. En cuanto a los titulares de los órganos de dirección de los organismos autónomos,
esa discrecionalidad es la misma que tiene el gobierno o el ministro para nombrar y cesar a los
secretarios de estado y a los órganos directivos de la administración general del estado.
El control del gobierno sobre el gasto de las entidades que integran la administración
institucional se realiza mediante su intervención en el proceso presupuestario. La Ley Anual de
Presupuestos Generales del Estado surge de la colaboración del gobierno y el parlamento.
El gobierno también tiene una influencia en la determinación de los ingresos que puedan
derivarse de la actividad de cada organismo, que adquirirán una forma diferente dependiendo
de si la prestación del servicio se realiza en régimen de derecho público o de derecho privado.
IV.- ELEMENTOS SOBRE LOS QUE SE FUNDA LA ESPECIAL POSICIÓN DE LAS ADMINISTRACIONES
INDEPENDIENTES RESPECTO DEL GOBIERNO
Betancor se ha manifestado en contra de esta opinión, pues afirma que el gobierno tiene la
potestad de imponer directrices a las administraciones independientes, basándose en cuatro
argumentos. En primer lugar, en que la prohibición de impartir directrices debe estar
expresamente recogida en la ley por tratarse de una modificación radical de los poderes del
gobierno. En segundo lugar, en la prohibición de dictar instrucciones, que se recoge en las
normas reguladores de algunos entes. En tercer lugar, en que la independencia de estas
organizaciones se garantiza respecto de la administración y no del gobierno. Y finalmente, en
el hecho de que cualquier solución que excluya el poder de gobierno de dictar directrices
podría vulnerar las previsiones del art 97 CE.
A.2.- La exclusión del conocido como recurso de alzada impropio y de las facultades de revisión
de oficio de la Administración gubernativa; la legitimación para recurrir ante la Jurisdicción
contencioso-administrativa las decisiones de la Administración gubernativa
Los estatutos legales de las administraciones independientes determinan que las resoluciones
de sus órganos rectores ponen fin a la vía administrativa. Estas previsiones han venido
singularizando a las administraciones independientes respecto del resto de los entes
encuadrables en la administración institucional del estado. La exclusión de la posibilidad de
revisión en vía de recurso de los actos de las administraciones independientes supone una
garantía de su independencia.
En el caso del banco de España no solo son recurribles los actos dictados en ejercicio de su
potestad sancionadora en materia de supervisión de entidades de crédito, sino todos los actos
que dicte en ejercicio de sus funciones no monetarias. El banco de España tiene dos funciones:
la supervisión de las entidades de crédito, y definir y ejecutar la política monetaria
comunitaria; y su grado de independencia en ambas esferas es distinto: mientras como
autoridad monetaria es independiente, como autoridad crediticia mantiene una relación con la
administración gubernativa.
Puede surgir la duda de por qué no se ha considerado entre los instrumentos de dirección en
manos de la administración gubernativa la potestad reglamentaria de esta, cuando las normas
de ella rigen la actividad de la administración institucional.
B.1.- Designación y mandato de los titulares de los órganos rectores de las Administraciones
independientes
El gobierno sigue conservando la competencia para designar a los titulares de los órganos
rectores de estas administraciones.
De modo que el gobierno conserva el poder de nombrar los titulares de los órganos rectores
de estos entes, poder de nombramiento que es uno de los rasgos característicos de las
relaciones de la administración general del estado con los organismos públicos de ella
dependientes.
Hay que considerar que las facultades de nombramiento y remoción están unidas, de modo
que la imposibilidad de libre cese por parte de los órganos competentes para el nombramiento
diferencia la situación de estas organizaciones de la del común de las administraciones
institucionales.
Esta asimetría entre los mandatos de los órganos rectores de las administraciones
independientes y los de los sucesivos gobiernos contribuye a excluir a estas administraciones
de los vaivenes del juego político partidista. Siempre es posible que el nuevo poder pretenda
someter a estos organismos con el nombramiento de personas más leales a cierta facción
política que a la finalidad institucional del ente en cuestión, y si ese partido se mantiene un
largo tiempo en el poder estará cerca de conseguirlo.
Un factor para asegurar que los titulares de los órganos rectores de estos organismos
desempeñen con independencia sus funciones es la limitación de la posibilidad de renovación
de sus mandatos.
El sistema de gobierno parlamentario vigente hace que la orientación política del gobierno y
de la mayoría parlamentaria sea la misma. Este problema se puede resolver mediante la
exigencia de mayorías reforzadas. Sin embargo, se corre el riesgo de caer en el reparto de
cuotas entre los partidos, que en lugar de promover la neutralización supone la politización del
órgano, pues traslada a su interior la lucha entre las facciones políticas.
La negación a las instancias que han nombrado a los titulares de los órganos rectores de un
determinado organismo de la facultad de cesarlos discrecionalmente es una garantía central
de su independencia. La limitación de esa potestad de remoción es una conditio sine qua non
para la existencia de administraciones independientes.
Entre las causas de cese se repite la del “incumplimiento grave de sus obligaciones”. Cabe
preguntarse si el cumplimiento de sus funciones de manera ineficaz es subsumible en esta
causa de cese. La respuesta ha de ser negativa. En primer lugar, de acuerdo a una
interpretación teleológica del texto, que apunta a una independencia de estas
administraciones en el ejercicio de sus funciones que se frustraría si se interpretara esta
cláusula en favor del gobierno. En segundo lugar, porque está prevista pensando en una
conducta individual gravemente irregular de alguno de los miembros de los órganos rectores,
mientras que la responsabilidad por la mala gestión del organismo debería hacerse valer sobre
el colegio en general o sobre su presidente.
En el primer aspecto hay que destacar el carácter colegiado del órgano sobre el que recaen la
dirección del organismo y las decisiones de mayor trascendencia.
Pero las consideraciones hechas resultarían parciales si no se tuviese en cuenta el papel del
presidente del órgano rector, quien en algunos casos es un órgano unipersonal con
competencias decisorias. Esta preeminencia diluye la colegialidad de su funcionamiento.
La manera más reveladora de enfocar este tema es estableciendo como punto de referencia el
régimen presupuestario que mayor protección aseguraría contra la influencia gubernativa. Ese
régimen sería aquel que permitiese a la administración en cuestión la posibilidad de proponer
a las cortes su proyecto de presupuesto, o al menos que previese que el envío del proyecto al
ministerio de hacienda o al gobierno se hiciera solo a efectos de su integración en el proyecto
de presupuestos generales del estado.
En cuanto al patrimonio de estas entidades hay que entender que no les son de aplicación las
disposiciones que configuran la titularidad patrimonial del común de los organismos públicos
como una titularidad fiduciaria. La ley de patrimonio del estado se refiere a los organismos
autónomos, y la LOFAGE solo resulta de la aplicación supletoria a la mayoría de las
administraciones independientes. No existe ninguna laguna que deba ser cubierta por el
recurso a la ley supletoria, porque, ante la inaplicabilidad de las previsiones citadas, la
personalidad y la capacidad jurídica que las leyes otorgan a las administraciones
independientes distintas al tribunal de defensa de la competencia les confieren la titularidad
sobre su patrimonio. Sin que esta titularidad tenga gran trascendencia desde el punto de vista
del ejercicio independiente de sus funciones, pone de relieve el grado de separación de estas
administraciones respecto de la administración gubernativa.
Algunos autores han defendido que las peculiaridades sobre las que se estructura el estatuto
jurídico de las administraciones en estudio no las hacen realmente independientes. De hecho,
y como se vio al diferenciar entre autonomía e independencia, consideran que sería más
propio utilizar el primero para referirse a su posición institucional. La dirección del gobierno
perduraría, con lo que se garantizaría el respeto al art 97 CE cuando establece que el gobierno
dirige la administración.
En segundo lugar, afirma Betancor que la dependencia personal de los titulares de los órganos
rectores respecto de la administración gubernativa, no desaparecería en el caso de las
administraciones independientes, sino que solo quedaría amortiguada al no ser libres ni el
nombramiento ni la separación.
Es cierto que el gobierno conserva las facultades de designación y cese, pero de lo que se trata
es de examinar el director que se manifiesta en ellas. El poder de dirección queda mermado
debido a las asimetrías entre los mandatos de los titulares de los órganos rectores de estas
organizaciones y los de los sucesivos gobiernos. La merma de este director se acrecienta con
las limitaciones a las posibilidades de renovación, asi como con la limitación de las
posibilidades de cese a comportamientos irregulares de los titulares de los órganos rectores.
Entonces, no queda nada del elemento que asegura la instrumentalidad de la administración
institucional, y de eso se trata con el diseño del estatuto de las administraciones
independientes.
El primer apartado del art 103 de la CE dispone que “la administración pública sirve con
objetividad los intereses generales”, y su tercer apartado establece que la ley regulará las
garantías para la imparcialidad de los funcionarios en el ejercicio de sus funciones. Puede
afirmarse que el art 103 recoge un principio de objetividad de la administración, del cual la
imparcialidad de los funcionarios es una pieza esencial.
La aparente tensión entre estos dos preceptos deberá resolverse precisando su significado
para hacerlos compatibles. El análisis del significado del art 97 CE se hará en el siguiente
capítulo. Intentar aclarar el significado del art 103 CE es una tarea innecesaria, pues será
suficiente determinar qué es los que no significa para establecer su compatibilidad con el art
97 CE.
El art 103 no excluye la dirección gubernativa de la administración pública, pues afirma que “la
administración pública sirve con objetividad los intereses generales”. La constitución en el art
103 rechaza que la administración pública esté al servicio del gobierno, aunque este la dirija: a
quien sirve la administración es a los intereses generales. Pero estos intereses generales no
tienen una existencia objetiva e independiente, sino que resultan de la publificación que
realizan los poderes públicos de intereses sociales. Publificación que acece mediante los
procedimientos democráticos y respetando las garantías, derechos y libertades reconocidos en
el ordenamiento, y que implica una ponderación entre los diferentes intereses sociales.
Estos intereses generales pueden estar apuntado en la constitución, pero se fijan por obra del
legislador. La objetividad de la administración supone la aplicación objetiva, imparcial y
estricta de la ley. Pero la determinación del interés general no se concluye en el nivel
legislativo, sino que penetra en la actuación de las administraciones públicas a través de la
discrecionalidad. La sujeción de la administración a la dirección del gobierno asegura que
cuando la fijación del interés general no se agote en la ley, se realice bajo la dirección del
gobierno, lo que le atribuye a una instancia responsable ante los ciudadanos.
Con este planteamiento, Schmitt pretende expulsar lo político del interior de la sociedad
estatal, donde resulta disgregador, y remita su posibilidad de pluralismo a la sociedad
internacional: el único pluralismo político de su teoría del estado se identifica con la pluralidad
de estados. Schmitt quiere acabar con la manifestación de la política en forma de estado
pluralista de partidos, para alcanzar una política estable, unitaria y nacional.
Son precisas otras matizaciones con relación a las conclusiones de Schmitt. En primer lugar, el
mecanismo de reacción contra el partidismo que el autor alemán encontraba en la neutralidad
de los técnicos era uno de los que se podían atisbar en la realidad político-constitucional de su
tiempo. Por otro lado, los ejemplos que maneja relativos a la neutralidad de los técnicos se
refieren a supuestos en que la función de estos es la de asesoramiento.
Volviendo al presente, hay que plantearse si las administraciones independientes pueden ser
un instrumentos para superar el faccionalismo de lo político y recuperar la objetividad del
interés general mediante la preeminencia de soluciones técnicas.
Sin embargo, difícilmente pueden solucionarse con la apelación a criterios técnicos los
conflictos de valores e intereses presentes en ellos, que demandan una decisión política y
responsable. Quiebra así uno de los presupuestos sobre los que se funda la tecnocracia.
Sin embargo, no siempre la opción tecnocrática resulta excluida, y aquí se presentan dudas
sobre la constitucionalidad de las administraciones independientes. Esto ocurre cuando las
normas otorgan a estos organismos una amplia discrecionalidad conformadora. Esto es,
cuando tales organismos deben realizar opciones valorativas sobre los intereses en conflicto
para concretar el interés general. En estos casos, no puede pensarse en que la técnica otorgará
la solución óptima. La solución será finalmente política, por implicar una opción entre
intereses contrapuestos.
Es preciso señalar que existen diferencias entre las independent regulatory commissions y las
administraciones independientes de supervisión. Las comisiones reguladoras de derecho
norteamericano tienen una mayor capacidad conformadora del sector en el que operan que
nuestras administraciones independientes de supervisión.
El parámetro que se debe usar para pronunciarse sobre estas cuestiones es el telos que anima
la categoría de las administraciones independientes: su neutralización destinada a evitar su
conquista por una determinada facción. La neutralización política no tendría sentido si no se
prevén mecanismos de defensa contra la apropiación de la administración por cualquier
facción o grupo que pretenda imponer su interés propio. Lo particular de las administraciones
independientes es que el proceso de definición del interés general es previo a su actuación. La
ponderación de los intereses sociales en conflicto se realiza por instancias políticamente
responsables al llevar a cabo la ordenación del sector.
Resulta difícil trazar un círculo reducido de interesados en los sectores en los que se han
establecido las administraciones independientes en nuestro país. La participación orgánica de
los administrados solo puede tener sentido cuando se puedan localizar uno o varios colectivos
con un interés específico y cualificado en el funcionamiento de la administración en cuestión.
En caso contrario, se estarían recuperando fórmulas corporativistas del pasado e incoherente
con el principio democrático en la organización administrativa: la previsión de que sea un
gobierno políticamente responsable ante los representantes de los ciudadanos el que dirija la
administración.
La solución a esta cuestión ha de buscarse en las causas que están en la base de la necesidad
de consenso: la crisis de las fuentes tradicionales de legitimidad administrativa, y de la
legitimación democrática típica de la administración institucional, que surge de su
dependencia de instancias políticamente responsables ante los ciudadanos. La necesidad de
acudir al consenso para paliar un supuesto déficit de legitimidad se diluye si se evita ese
déficit.
En el caso concreto: trazar las constricciones constitucionales con que se enfrentan las
administraciones independientes, llama a este planteamiento tópico. La conclusión que se
extraiga sobre la admisibilidad constitucional de las administraciones independientes depende
de la interpretación que se haga de las constricciones constitucionales.
La tópica supone la aceptación de las peculiaridades del razonamiento jurídico. Pero este
reconocimiento no supone la claudicación de la razón, sino la conciencia de que esta debe
conducir a argumentar, y que difícilmente se pueden presentar las conclusiones a que tales
argumentos conduzcan como ciertas, sino como más o menos convincentes.
En este sentido apuntan los esfuerzos de la doctrina española dirigidos a encontrar a estas
organizaciones administrativas un hueco en un texto constitucional cuyas palabras parecen
rechazarlas.
De ser el resultado lo único que debe ser aceptable, sobraría el razonamiento jurídico, que
quedaría reducido a mera palabrería. Y el modo de razonar es esencial en la tópica. Son los
presupuestos de la discusión y es el itinerario de la razón el que ha de ser susceptible de
aceptación por la comunidad jurídica.
Esto exige que los diferentes criterios de interpretación sean aceptables para la comunidad
jurídica. Pero con esto no se resuelve la cuestión, pues los criterios utilizados para fundar las
posiciones doctrinales relativas a las constricciones constitucionales con las que se enfrentan
las administraciones independientes, resultan aceptables para la comunidad jurídica.
Ante esta situación hay que analizar las implicaciones que en relación a otros acuerdos previos
tiene la utilización de uno u otro criterio interpretativo. Es decir, se trata de evaluar cómo
afecta la utilización de un determinado enfoque interpretativo a una serie de acuerdos más
básicos sobre los que existe un amplio consenso, y que se refieren a la concepción de la
constitución. En este capítulo 2 pretendo demostrar que las argumentaciones que subyacen a
las interpretaciones que se han hecho de las constricciones constitucionales en el debate sobre
las administraciones independientes, no se concilian bien con esos acuerdos previos y básicos.
Dos son las ideas sobre la constitución que concitan un acuerdo suficiente para funcionar
como las premisas más básicas de la discusión. En primer lugar, su carácter jurídico-normativo,
su condición de norma jurídica suprema protegida por una rigidez. En segundo lugar, la
necesidad de una flexibilidad del propio texto constitucional que le permite adaptarse a la
evolución de la sociedad.
La afirmación de que la constitución es una norma jurídica es vaga, pero lo que aquí se quiere
denotar con ello es asumible desde cualquier posición que se relacione con los efectos
jurídicos predicables de la constitución como norma. En este sentido, el planteamiento del que
se parte en este trabajo puede calificarse como de corto alcance. En primer lugar, el carácter
normativo de la constitución se ha centrado en su parte dogmática, sin considerar su parte
orgánica, la cual interesa más para este trabajo. En segundo lugar, la posición que aquí se
defiende es ajena a la cuestión de la aplicabilidad directa de la constitución, que para algunos
autores parece estar comprendida en la propia idea de la constitución como norma,
planteamiento criticado por otros.
La proposición “la constitución es una norma jurídica” se emplea para significar que es
vinculante, que pretende ser observada, y que representa un límite para el legislador en el
ejercicio de su poder de organización de la administración que no puede ser franqueado por
consideraciones extrajurídicas. La evidencia de esta afirmación excusa su fundamentación,
pero no anula su valor para el proceso argumentativo de este trabajo. Este valor surge de que,
siendo esta afirmación incontrovertida en el marco de la teoría de la constitucional del estado
democrático de derecho, al momento de resolver problemas jurídicos no siempre se actúa en
coherencia con ella.
Dejar bien sentada esta afirmación sirve para recordar que el legislador, al crear una
administración independiente, se enfrenta con límites constitucionales que no puede ignorar.
Podría pensarse que si la textura abierta está destinada a permitir el libre juego de las fuerzas
políticas y a acomodar las opciones valorativas fundamentales incluidas en la constitución al
devenir del tiempo, cabría predicar una mayor rigidez de las disposiciones orgánicas y
procedimentales que establecen las reglas en que se desarrolla ese juego político, al que
corresponde reflejar una evolución social.
Debe tenerse en cuenta que la diferenciación entre parte orgánica y parte dogmática es
artificial y tiene utilidad ilustrativa, y no puede considerarse que solo la segunda tiene carácter
sustantivo, de forma que pueda verse afectada por la evolución de la interpretación que la
sociedad pueda ir haciendo de los principios y opciones valorativas recogidos en la
constitución. La teoría de la interpretación como traducción ha sido aplicada en la literatura
estadounidense a cuestiones relacionadas con la parte orgánica.
El mantenimiento de la idea de que la constitución es una norma jurídica, exige mantener que
toda interpretación adaptativa a las nuevas realidades sociales tiene límites. Esto es, que la
interpretación adaptativa y la reforma son dos cosas distintas. Puede que sea imposible
establecer tales límites en abstracto. Sin embargo, la asunción de la diferenciación entre
interpretación evolutiva y reforma resulta necesaria.
Pueden apuntarse algunas directrices orientativas sobre los límites de estas interpretaciones
adaptativas, siendo conscientes de su potencial limitado.
Entre los dictámenes del consejo de estado sí se puede encontrar alguna referencia a la
problemática constitucional de las administraciones independientes.
B.1.- Alemania
B.2.- Francia
IV.- REVISIÓN CRÍTICA DE LOS CRITERIOS DE INTERPRETACIÓN CONSTITUCIONAL EMPLEADOS
EN EL DEBATE SOBRE LAS ADMINISTRACIONES INDEPENDIENTES
La primera de las premisas es la de que la constitución es una norma jurídica. En realidad, esta
idea está ligada a la consideración de que el telos de la constitución es de ser un instrumento
de control del poder. La segunda es la de que la constitución ha de poseer una mínima
capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias sociales.
De estas dos premisas se pueden extraer los siguientes corolarios. De la primera se deduce que
si la interpretación de la constitución ha de ser coherente con su carácter de norma jurídica
solo caben en ella argumentos jurídicos, y que este proceso interpretativo no puede acabar
con el carácter de límite del poder que presenta la constitución. De la segunda, que la
interpretación de la constitución ha de ser flexible para permitir su adaptación a las nuevas
circunstancias. De la conjunción de las dos premisas se deduce un tercer corolario: cualquier
proceso de interpretación adaptativa a las nuevas realidades sociales ha de estar guiado por
alguna pauta jurídica que lo haga controlable.
El análisis semántico permite adoptar una primera conclusión. Se vio en su momento que uno
de los argumentos usados para afirmar la compatibilidad de las administraciones
independientes con la constitución de 1978 era la afirmación de que en el caso de estas
administraciones no desaparece la dirección del gobierno. Del análisis del capítulo 1 se
desprende que no puede afirmarse que las facultades que tiene el gobierno sobre estas
administraciones le permitan encaminar las operaciones de estas administraciones a un
determinado fin. Puede que tales competencias basten para asegurar la compatibilidad de las
administraciones independientes con la constitución, pero tal conclusión requiere un examen
de las constricciones constitucionales, pues la capacidad que atribuyen al gobierno no
corresponde al sentido del término dirección.
Un criterio interpretativo que permite llegar a la posición defendida por Parada es una
concreta forma de argumentación histórica: el recurso a la tradición legislativa vigente en el
momento de la aprobación de la constitución.
En el marco de las teorías subjetivas puede resultar lícito suponer que si el constituyente utiliza
un determinado concepto, y de la constitución no se desprende una intención de ruptura con
el estado de cosas anterior, está empleando dicho concepto en el sentido que
tradicionalmente ha tenido en el ordenamiento. En el caso de la dirección de la administración
por el gobierno, si dicha relación se ha basado tradicionalmente en la facultad del gobierno de
nombrar y cesar a los titulares de los órganos rectores de las organizaciones, no resulta
infundado suponer que al referirse a la idea de dirección, el constituyente estuviese pensando
en semejante mecanismo.
Las reservas son de carácter sistemático. La constitución tiene un carácter informador del
ordenamiento, que se verifica en la necesidad de interpretar y aplicar las leyes según los
preceptos y principios constitucionales.
Un segundo tipo de reservas relativas a este argumento tiene también que ver con la función
de la constitución en el ordenamiento, y explica por qué no resulta imprescindible para
resolver la cuestión de la constitucionalidad de las administraciones independientes dotar de
un contenido concreto y unívoco a la atribución que el art 97 CE hace al gobierno de la
dirección de la administración.