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Nombre: Cervantes Ventura Heissel

Número de cuenta: 421150757


Asignatura: Historia Económica General II
Asesor: Erasto Antúnez Reyes
Semestre: 2022-2
Facultad: Economía
La Belle époque
Se ha observado que el desarrollo económico internacional procedió en el siglo
XIX a partir de su origen en Inglaterra como una mancha de aceite que se fuera
extendiendo en un círculo cada vez mayor desde los países más cercanos a los
más alejados de ese origen:; o que «la industria moderna» fue como una planta
que se originara por mutación, que floreciera en el clima hospitalario le Inglaterra y
cuyas semillas hubieran volado a través del Canal de la Mancha y fueran brotando
en países cada vez más alejados del plantel originario en Gran Bretaña.
Hemos visto ya cómo en muchos aspectos puede decirse que la modernización
económica, aunque originada en Inglaterra desde un punto de vista estricto, fue un
fenómeno europeo más que exclusivamente británico. Con la Revolución de 1830,
sin embargo, los belgas se sublevaron contra el Rey y, después de algunas
hostilidades, Bélgica se proclamó independiente y monarquía constitucional,
instalando en el trono a un príncipe de la familia real inglesa, Leopoldo de Sajonia-
Coburgo. Como país pequeño, Bélgica no podía modernizar su economía más que
compitiendo en el mercado internacional, porque ni podía producir todo lo que
necesitaba, ni el mercado nacional, con una población de poco más de 4 millones,
era lo suficientemente amplio para permitir que la industria alcanzara escalas
óptimas. Afortunadamente, emplazado con una encrucijada económica, entre
Francia, Alemania e Inglaterra, el país estaba muy bien situado para abrirse al
comercio.
Son dos excelentes vías de transporte, mejoradas por una red de canales, pero el
Mosa desemboca en el mar en Holanda y el estuario del Escalda está también en
Holanda, aunque parte de la orilla sur es belga. Como Inglaterra, Bélgica tenía
abundantes recursos mineros: carbón, hierro y cinc. Social y étnicamente, Bélgica
se caracteriza por su dualismo político y lingüístico: dos idiomas, francés y
neerlandés, dos etnias, valones y flamencos; el factor de unidad es el catolicismo,
aunque los liberales y los socialistas tienen una fuerte tradición anticlerical.
Durante el siglo XVIII se había desarrollado en Flandes, especialmente en Gante,
una industria textil linera y algodonera. Esta industria se mecanizó a continuación
de la inglesa: Liévin Bauwens, empresario textil importador, creó la primera fábrica
de maquinaria textil de hilar en Gante.
Afortunadamente, en el siglo XVII se había desarrollado también una industria
minera de carbón y los comienzos de la siderurgia y metalurgia, que pronto se
pusieron al servicio de la industria fabricante de maquinaria textil. A pesar de los
esfuerzos de Guillermo I, que además de fundar la Société Générale dio subsidios
a la industria textil, la unión de Bélgica y Holanda no dio resultado, porque, pese a
los esplendores del siglo XVH y al Imperio Holandés, este país estaba estancado y
su Parlamento no comprendía el dinamismo del sur.
Pese al entusiasmo inicial y al apoyo de Francia e Inglaterra, la independencia
planteó graves problemas porque la crisis de 1830 se hizo sentir por toda Europa y
los mercados exteriores, vitales para la industria belga, se redujeron.
La gran solución fue la construcción de la red ferroviaria, que mató dos pájaros de
un tiro: creó una fuerte demanda para la industria pesada belga y dio a Bélgica las
comunicaciones que necesitaba para comerciar con sus poderosos vecinos. La
construcción de los ferrocarriles, sin embargo, fue una decisión política: en esos
años eran una gran innovación, por lo que el Estado tuvo que acometer y financiar
las obras de la red principal por sí mismo. Además, se pensó que la red ferroviaria
iba a constituir el núcleo del nuevo país, y que si se dejaba a la empresa privada
podría ser comprada por holandeses, a quienes se veía como enemigos.
El Estado también emprendió la organización y armamento del ejército, otro
estímulo para la industria pesada belga. Para estas inversiones, sin embargo, se
necesitaba financiación, lo que sin duda contribuyó a salvar la Société Générale,
que era vista con desconfianza en círculos nacionalistas por ser obra del rey de
Holanda. También contribuyeron los Rothschild, que concedieron un préstamo al
nuevo Estado, probablemente con la recomendación de sus respectivos
gobiernos, lo que permitió al nuevo reino salir de apuros de momento.
La educación tiene en la temprana industrialización suiza un papel muy
importante: Bergier pone de relieve que, carente de materias primas, Suiza tenía
necesidad de elaborar las importadas y hacerlo con un gr un valor añadido, para lo
cual era fundamental una mano de obra capaz y educada. Las ideas de Johann
Heinrich Pestalozzi sobre educación popular tuvieron gran eco durante la
Revolución Francesa y se pusieron en práctica con mucho éxito en Suiza, de
modo que a comienzos del siglo XIX prácticamente toda la población suiza estaba
escolarizada y alfabetizada. Los textiles suizos se exportaron con éxito durante
todo el siglo XIX.
Francia es la gran contrafigura de Inglaterra en el continente, la Revolución
Francesa es una réplica de la inglesa, y ambos países son las gran- des potencias
que se disputan la primacía en Europa durante ese largo periodo revolucionario
que encabalga el final del siglo XVII y el comienzo del XIX. El crecimiento de la
economía francesa durante el siglo XIX fue vigoroso y continuo; ahora bien, a
diferencia del caso inglés, del belga, el suizo o el alemán, como veremos, el
crecimiento de la economía francesa no fue explosivo, ni siquiera uniformemente
acelerado.
Suecia y Dinamarca. Noruega estuvo unida a Suecia hasta su secesión en 1905, y
Finlandia no inició su desarrollo hasta bien entrado el siglo XX.
Las exportaciones de madera, recurso abundante en Suecia y otros países
nórdicos, crecieron tremendamente en la segunda mitad del siglo XIX, estimuladas
por la caída en los precios de transporte, a su vez debida a la generalización de la
navegación a vapor y a lo barato de los fletes de retorno por las considerables
importaciones suecas. A partir de entonces las exportaciones se nivelaron debido
a dos razones principales: el agotamiento de los recursos y la competencia de
Finlandia y Rusia. Las y explotadas desde la Edad Media. El yacimiento de la zona
central, rico y no fosforoso es explotado tradicionalmente, y se exportó a Inglaterra
para el procedimiento de obtención de acero de Henry Bessemer; pero el
transporte es más caro por estar lejos del mar. En el siglo XIX se pusieron en
producción los yacimientos del norte muy ricos, aunque fosforosos, cuyo mineral
se embarcaba por el puerto noruego de Narvik. A finales de siglo Suecia fue el
segundo exportador europeo (después de España. Lo característico de Suecia es
que del crecimiento estimulado por las exportaciones de materias primas se pasó
rápidamente a la industrialización basada a menudo en invenciones propias. Una
de las primeras ramas industriales en desarrollarse fue la de derivados de la
madera: la producción de pasta de papel se inició en 1860.
Dinamarca, se especializó en exportación agrícola y ganadera y practicó el
librecambismo a pesar de la crisis finisecular. La industrialización danesa tuvo
lugar gradualmente, a remolque del desarrollo agrícola: las primeras industrias
fueron alimentarias y fabricantes de maquinaria agrícola, especialmente
centrifugadoras y desnatadoras. Tanto Dinamarca como Suecia conocieron un
fuerte desarrollo de las cooperativas agrarias y de la educación agraria. Dos
países no europeos habían alcanzado altos niveles de desarrollo a comienzos del
siglo XX: Estados Unidos y Japón. Ambos se convertirían en grandes potencias
tras la Guerra Mundial y ambos muestran entre sí fuertes contrastes en sus
dotaciones físicas: Estados Unidos por su abundancia, Japón por su escasez.
Japón fue primer país asiático que se industrializó. Como el resto de los líderes
económicos, Japón está situado en la zona templada del planeta: se trata de un
archipiélago que tiene algunas semejanzas con las islas británicas en su latitud y
clima, y en su situación a una distancia relativamente corta de un gran continente.
La historia de Japón, sin embargo, tiene rasgos que subrayan la originalidad de
este país. Quizá el más peculiar sea el hecho de que, desde las guerras civiles del
siglo XVI, Japón logró un equilibrio político, uno de cuyos puntos esenciales era el
aislamiento casi total con respecto al resto del mundo. Otro punto esencial era la
petrificación de las instituciones con el sistema dual de gobierno mikado-shógun,
es decir, con un emperador sin poder real y un rey que controlaba todo el sistema
político.
En vísperas de la primera Guerra Mundial, el oro era la moneda universalmente
utilizada entre naciones.
Las tensiones provocadas por la crisis finisecular exacerbaron las tendencias al
nacionalismo y su corolario, el imperialismo. La competencia entre las nuevas
naciones industriales, agravada por la baja de precios y las guerras arancelarias a
que dio lugar constituyeron un apropiado caldo de cultivo para el nacionalismo
Este nacionalismo apela a una idea trascendente de la Nación, una nación
existente más allá de los individuos que la componen o pueden componerla, que
se define también por exclusión de los individuos que no pertenecen a ella, a esa
entidad metafísica definida por el idioma, la cultura, la raza o «la unidad de destino
en lo universal, como la definiera José Antonio Primo de Rivera.
El primer país europeo donde se implantó el sufragio universal masculino fue
Francia, en 1848; Suiza, lo hizo en 1874. España fue de los primeros: en realidad,
lo introdujo antes que Suiza, ya que fue proclamado el sufragio universal de los
varones mayores de veinticinco años tras la Revolución de 1868, aunque esta
medida fuera derogada en 1875. Fue implantado definitivamente en 1890, si bien
las prácticas caciquiles lo desvirtuaron casi totalmente.
Nueva Zelanda había establecido el sufragio universal para ambos sexos en 1893,
y Australia, en 1902. Noruega dio el voto a los varones en 1898; Suecia y el
Imperio Austrohúngaro, en 1907; Portugal, en 1911, tras la revolución del año
anterior; e Italia, bajo la égida de Giolitti, en 1912. En los grandes países europeos
se fue ampliando el censo electoral, pero el sufragio universal no se implantó
hasta después de la guerra.
Bibliografía:
Tortella, G. (2005). Cap. VI La Belle époque. En Los orígenes del siglo XXI. Un
ensayo de historia social y económica contemporánea. (pp. 147-201). Madrid:
Gadir.

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