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Centro de pensamiento Disca/pacidades, Corpo-diversidad y Corpo-disidencias

Eje académico

Tres palabras no tan ajenas a la escuela:

Vulnerabilidad, Cuidado e Interdependencia


Carmen Adriana Chaparro Avellaneda

Abril de 2021

Los conceptos de vulnerabilidad, cuidado e interdependencia en la escuela son el engranaje


humanizante para que reconozcamos la fragilidad de los cuerpos, de todos los cuerpos: de sus
estudiantes, docentes, padres y madres de familia. Cuerpos con características diferentes que los
hacen únicos, cuerpos que sienten, cuerpos que reclaman su lugar, cuerpos que quieren tener el
poder, poder que debe circular sin ser impuesto, poder para decidir sobre su cuerpo, para
protegerse y proteger otros cuerpos. Los conceptos de vulnerabilidad, cuidado e interdependencia,
desde perspectivas más cercanas a nuestra condición humana, hacen que nuestras fragilidades sean
el soporte para tener una vida buena y para propiciar una vida buena a los otros y las otras.

La vulnerabilidad

La vulnerabilidad me preocupa, me ocupa y me


atraviesa hasta el sufrimiento, pero también es cierto que
ilumina otra comprensión de lo humano y permite cuestionar con
convicción la distancia entre los saberes lego y experto. La
vulnerabilidad permite construir un pensamiento que solo puede
producirse desde las entrañas. La vulnerabilidad me interpela por
múltiples razones, pero en particular porque creo que apunta a
las causas de interminables errores humanos, colectivos e
individuales, que nos llevan a la barbarie en el peor de los casos y
a la indolencia para con la injusticia en el mejor de ellos.
Asun Pié Balaguer (2019)

En la dimensión social la vulnerabilidad es dada por el medio o las condiciones de vida, es


cuando hablamos de tipos de poblaciones vulnerables. Aquí se abordará desde la dimensión
antropológica, donde la vulnerabilidad nos recuerda la condición mortal de todos los seres
humanos, su fragilidad frente a diferentes circunstancias. Cavarero (2009, p.14) establece como
“todos somos únicos, singulares e incomparables, y todos somos vulnerables porque la
vulnerabilidad de nuestros cuerpos singulares, expuestos el uno al otro, constituye la condición
humana que nos pone en común, pero dejándonos distintos”. Resaltamos esa condición
esencialmente humana que reclama la necesidad de contar con el otro/la otra, buscando cuidado,
protección y apoyo; entendiendo y aceptando el valor de la singularidad, de las diferencias que nos
caracterizan y nos hacen únicos. Nuestra vulnerabilidad es permanente y propia de cada cuerpo, tal
como nos lo recuerda Butler (2012):

Aunque sentimos válidamente que somos vulnerables en algunas ocasiones y no en otras,


la condición de nuestra vulnerabilidad no es en sí alterable. A lo sumo, hay momentos
cuando nuestra vulnerabilidad se vuelve evidente para nosotros, sumamente evidente, pero
no es lo mismo que decir que sólo somos vulnerables en esos momentos. No sólo podemos
ser vulnerables sin saberlo, pero el no saberlo es un aspecto de nuestra vulnerabilidad.
(p.23)

De acuerdo con los planteamientos de Butler, somos vulnerables ante diferentes situaciones
y hechos a los que nos vemos expuestos en cualquier momento; acogemos la vulnerabilidad a través
de actos de resistencia, convirtiéndola en una fuerza movilizadora potencialmente efectiva. Los
cuerpos resisten a partir de la interacción con otros cuerpos y redes de apoyo.

Maldonado (2017) nutre el concepto de vulnerabilidad y la presenta como “el carácter


relacional de nuestra existencia desplaza al yo hacía los vínculos con el tú. Saberse vulnerable
requiere reconocerse dependiente y ligado al otro”. (p.56) Ser vulnerables reivindica la necesidad
del cuidado, que no solo se debe dar al interior del hogar en los primeros años, sino que es una
disposición permanente de la vida, presente en todos los espacios, incluida la escuela.

La vulnerabilidad es abordada desde el aula de clase en los estudios de Pié y Solé (2015)
quienes presentan una Pedagogía de la Vulnerabilidad desde la de-construcción de la dependencia,
donde la acogida y el tacto son elementos muy importantes para su materialización:

La acogida y el tacto en su propia gestión suponen una ruptura con el principio de


autosuficiencia. No hay acogida sin apertura al otro y esto conlleva una posición de
vulnerabilidad frente al otro, dado que sin esta exposición (frágil) será la relación de
superioridad y dominación la que se ponga en juego. Se trata de un gesto de renuncia al
poder, aunque esto tenga límites. (p.63)
La invitación es a romper con las relaciones verticales de poder y autoridad que se dan en el aula y
a elaborar lazos de cercanía, de dependencia hacia otros/otras. Esos lazos se entretejen a través
del tacto, esta es una habilidad que tienen algunas personas para escuchar, para reconocer a cada
persona, haciéndola sentir que forma parte de una comunidad. En el aula de clase el tacto se debería
desarrollar de manera consciente, de manera sensible, buscando establecer relaciones personales,
donde cada uno/una se ve como único/única y se reconoce como vulnerable o frágil; estas van más
allá de impartir conocimientos disciplinares como lo indican Pié y Solé (2015):

El tacto debería ser, pues, una calidad del educador, una posición ante la diferencia que
está relacionada con la intuición y con los saberes emocionales bloqueados por el
intelectualismo racional. Esto es lo que permite una posición horizontal y plantearse
preguntas sobre la verdad del otro. Si se articula un espacio donde pueda pensarse en los
términos del otro, también se abrirá la posibilidad de que los profesionales se interroguen
sobre algunas cuestiones negadas y veladas de sus prácticas. El educador se interroga sobre
la relación “profesional‟ que mantiene con otros. Se pregunta sobre el mito de la distancia
profesional. (p.64)

Por su parte, Contreras (2013) propone una Pedagogía Vulnerable, entendida como un
“conjunto de saberes interrelacionados en torno a la formación. Saberes plurales, ambiguos,
narrativos, argumentativos, tropológicos, sobre todo, contingentes y finitos, enredados en la
materialidad precaria de la existencia humana”. (p.19) Una pedagogía donde se dialoga con los
saberes de la cotidianidad, que se cría en la conversa, en narrativas débiles, saberes frágiles, sin
respuestas precisas, sin verdades absolutas.

De esta manera una pedagogía vulnerable se basa en diálogos de saberes como formas de
comprensión del mundo, de la vida cotidiana, procura el cuidado hacia el otro y de sí mismo,
reconoce la fragilidad que cubre la condición humana. Esta pedagogía nos propone quitarnos las
corazas y mostrarnos como seres humanos, que sentimos, que somos frágiles, que necesitamos de
nuestros/as estudiantes para nuestra propia formación, que necesitamos de la comunidad y que
ellos y ellas a su vez necesitan de nosotros/as de manera interdependiente.
El cuidado

La ética del cuidado parte de un pensamiento feminista que coloca el cuidado en


clave de la interdependencia corporal; en este contexto, el cuidado es parte de un bien
procomún que exige su reorganización, su colectivización y su reconocibilidad.

Jhonatthan Maldonado Ramírez (2017)

En estos tiempos de pandemia el cuidado ha dejado de ser una labor abnegada que ejercen
algunas personas, la mayoría mujeres, para convertirse en la esencia para que todos y todas
podamos sobrevivir, sin ningún tipo de distinción. El cuidado en la escuela involucra el
reconocimiento de otras subjetividades, que son leídas desde su fragilidad, vulnerabilidad,
reciprocidad, buscando igualdad de oportunidades, luchando por miradas de igualdad, donde se
creen redes de protección sin importar si es docente, estudiante, padre o madre de familia.

Para Angelino (2014), en nombre del cuidado ha habido maltratos, discriminaciones y


exclusiones; nos adueñamos de los cuerpos, disponemos de ellos desde el error, la falla, lo roto, el
déficit, lo que hay que reparar. Los cuerpos son experiencias encarnadas históricamente, no son
anatomía, no son una sumatoria de órganos, no se pueden reducir a una matriz anatómica. Las
corporalidades como relaciones, en término de reciprocidad, de cuidado, no violentas, como algo
que sostiene al mundo y está en el mundo, una interdependencia que sostiene la vida, sujeto a
sujeto.

Cuidar es una labor compleja, difícil de sostener, con muchos riesgos de dominación y
sufrimientos, pero es la garantía para estar vivos, es la garantía para una vida buena; el cuidado es
en esencia la protección de la vida propia, de los otros y las otras. La escuela es el espacio donde los
niños y las niñas viven y conviven largas jornadas con otros/otras, donde se deben crear ambientes
seguros de protección para ese convivir en comunidad; admitir la necesidad de cuidado de manera
interdependiente garantiza, según Maldonado (2019) una vida vivible para todos y todas:

Pedir ayuda e inclinarse hacia el otro postula que las necesidades básicas que mantienen a
los cuerpos dentro de una vida vivible deberían ser atendidas como una cuestión social,
mantenerme con vida no sólo es un asunto mío, entonces el cuidado como protección de la
vida interdependiente desafía el individualismo corporal en el momento en que negamos la
autosuficiencia. (p. 204)
Dentro de los principios que más pregona la escuela, y que debería replantearse, está la
formación de individuos autónomos e independientes. Martín-Palomo (2010) cuestiona esa
autonomía cuando sostiene que “cada persona es el centro de una red compleja de relaciones de
cuidado, en la que generalmente cada una es cuidada y cuidadora, según el momento o las
circunstancias” (p.62). Ya es tradicional ver en nuestras escuelas que los niños/las niñas de 6 o 7
años entran a grado primero y sus padres y docentes hacen énfasis en la importancia de ser
autónomos/as, de hacerse cargo de sí mismos/as; deben hacer sus cosas porque ya son grandes y
desde allí empieza un largo recorrido donde las estructuras de la autonomía y la independencia les
hacen olvidar que cuentan con otros/otras, que no están solos/solas, que no es una competencia,
que en la vida escolar, familiar y cotidiana se requiere cuidar y recibir cuidados, en una
predisposición de interdependencia.

La escuela debe habilitar escenarios de cuidados concebidos como contextos de


experiencias humanas que garanticen aprendizajes para la vida cotidiana. Skliar (2017) propone una
pedagogía en y para el cuidado del otro, de la otra, donde la fragilidad es el punto de partida. Estar
disponibles desde una posición de fragilidad para aprender y enseñar a vivir, a amar, a soñar, con
un pensamiento pedagógico sobre el cuidado que permita “sostener al otro como otro todo el
tiempo que sea posible y cuidarlo de nosotros mismos, de nuestros estereotipos, de nuestros
anclajes y de nuestras representaciones falaces”. (p. 169)

Contreras (2012) nos recuerda que la pedagogía se deja cuidar y cuida del otro/ de la otra,
acompaña, acoge, se hace cargo de los cuerpos, de los sentires, de los saberes, de toda su
humanidad, es una labor interdependiente, esmerada, hospitalaria:

Solo si la pedagogía se deja cuidar, puede definirse como humana, haciendo surgir un saber
complejo, en consonancia con la complejidad de cada ser singular y en la co-existencia de
los seres ahí. Dejarse cuidar la posibilita a cuidar, a no tomar al ser humano en su concretud
como un objeto, más bien, habilitándola para acudir a una demanda, a la exigencia de auxilio
que perturba la mismidad del ser ahí. (p. 372)

Ser vulnerables, depender de otros/otras y requerir cuidados se ha asociado a ideas de


fragilidad y debilidad. Además, el ser frágiles y el ser débiles trae a la memoria los imaginarios
sociales sobre seres enfermos, seres anatómica-fisiológicamente desviados y seres discapacitados
porque tanto las fragilidades como las debilidades se han vuelto un descriptor de lo indeseable
adherido al cuerpo de personas. Sin embargo, en estos tiempos de pandemia dichos conceptos se
han tenido que reevaluar; nos dimos cuenta de que no éramos tan poderosos y que un virus podía
cambiar el valor de nuestras vidas, nos dimos cuenta que dependemos de otros/otras para vivir,
que mi cuidado afecta a otros/otras, que todos los cuerpos son frágiles. Sin lugar a duda, sin
importar nuestras condiciones físicas, económicas o sociales, nos dimos cuenta de la necesidad de
cuidarnos y cuidar a otros/otras, de querer escuchar una voz de aliento, de la necesidad de estar en
comunidad, de la urgencia de estar vivos/vivas.

La interdependencia

Vivimos en un mundo de seres por definición físicamente


dependientes unos de otros, físicamente vulnerables al otro.

Judith Butler (2006)

Para Butler (2012) “necesitamos el uno del otro para vivir, y esto significa que nuestra
supervivencia y bienestar son negociados invariablemente en las esferas sociales, económicas y
políticas” (p.25). La autora nos habla sobre las formas de interdependencia que constituyen
nuestras vidas corporales, la relación entre vulnerabilidad y nuestra supervivencia, nuestra
prosperidad, como también nuestra resistencia política. El problema es aceptar que somos
vulnerables, que necesitamos formar vínculos y que la autosuficiencia no es propia de nuestra
condición humana. Se debe hacer un reconocimiento a los cuerpos invisibles, a las minorías que
sufren, que necesitan vivir una vida más vivible, una vida vivida con otros/otras. Los cuerpos
entendidos como interdependientes, unidos socialmente, aceptando las diferencias como fuente
de fortalezas y alianzas.

La interdependencia nos sujeta a través de las relaciones con otros/otras, como un vínculo
dinámico. Somos ante todo seres relacionales, por lo tanto, lo que define lo humano es la
interdependencia, no la independencia, no solo nos cuidamos a nosotros/as mismos/as, lo propio
es el cuidado mutuo, no la individualidad, necesitamos sostenernos en red, nuestras fragilidades
deben ser compartidas.

Pié (2012) nos recuerda que sin importar el rechazo que se le dé a la interdependencia, en
nombre de la autonomía e independencia, necesitamos de los otros/las otras:
[…] somos débiles y que por lo tanto dependemos constantemente los unos de los otros para
vivir humanamente. Y señalaremos este «humanamente» porque nos parece que toca lo
más esencial de esta cuestión. Es decir, recuperar aquello más humano de lo humano y que
es, justamente, la necesidad del otro, su reconocimiento, compartir la interioridad, la
sensibilidad y la simpatía para con este otro. (p.214)

De esta manera, una Pedagogía Interdependiente replantea conceptos arraigados de todo


ser humano como son la fragilidad, la necesidad del otro, de la otra y la dependencia. Promoviendo
una nueva modalidad de educación social basada en la interdependencia, en el bien común, tal
como lo presenta Pié (2012):

Se trata de reconocer al otro como una alianza vinculada a los afectos. Por lo tanto, aquello
que me protege ya no son las normas, las leyes y los gobiernos… sino, justamente, la
vinculación más primaria con el otro y la búsqueda de un reconocimiento mutuo, aun
entendiendo que este reconocimiento no está relacionado con una reducción y borradura
de las diferencias, sino con un encuentro producido desde la necesidad de dichas
diferencias. (p.219)

Finalmente, estos conceptos nos dejan los fundamentos para abordar una pedagogía
humanizante que acepta y acoge a todos/todas como simples seres humanos, limitados por
naturaleza, incapaces de sobrevivir por sí mismos, con diversas corporeidades, habilidades, y
capacidades. La dependencia, que usualmente se asocia con indignidad, incapacidad o debilidad,
pasa a ser el elemento que sostiene nuestras vidas, el que soporta nuestras fragilidades. En el aula
de clase se trabaja desde la vulnerabilidad, el cuidado y la interdependencia en un ejercicio de
encontrarse con otros/otras, de preocuparse por su bienestar, de reconocer y ser reconocidos y
aceptados dentro de una comunidad.
Caminando juntos/juntas

Fuente: Diseño de Andrés Fernando Sierra Chaparro

Referencias

Angelino, M. (2014). Mujeres intensamente habitadas. Ética del cuidado y discapacidad. Fundación
La Hendija.

Butler, J. (2006). Deshacer el género. Ediciones Paidós.

Butler, J. (2012). Vulnerabilidad corporal, coalición y la política de la calle. (Hincapié, Trad.) Revista
Nómadas 46, 13-30.

Cavarero, A. (2009). Horrorismo, nombrando la violencia contemporánea. Anthropos.

Contreras, S (2012). Saber campesino: otra forma de experimentar la escuela rural. Estudios
Pedagógicos 38, (1) ,367-381

Contreras, S. (2013). Esbozo de una pedagogía vulnerable: narrativas y retóricas locales. [ Tesis de
doctorado, Universidad Complutense de Madrid]. Archivo digital
https://eprints.ucm.es/id/eprint/20522/1/T34366.pdf

Maldonado, J. (2017). Repensar la práctica del cuidado en el contexto del síndrome de Down.
Debate Feminista 53, 53–69.

Maldonado, J. (2019). Antropología Crip, Cuerpo, Discapacidad, Cuidado e Interdependencia. D.R.


La Cifra Editorial.
Martín-Palomo, M. T. (2010). Autonomía, dependencia y vulnerabilidad en la construcción de la
ciudadanía. Universidad Carlos III de Madrid, II Congreso Anual de la Red Estatal de
Políticas Sociales (REPS), “Crisis económica y políticas sociales”.

Pié, A (2012). Pedagogía de la interdependencia. Deconstruyendo la dependencia: propuestas para


una vida independiente. Editorial UOC 1, 213-228.

Pié, A (2019). La Insurrección de la Vulnerabilidad: para una Pedagogía de los Cuidados y la


Resistencia. Universitat de Barcelona Edicions.

Pié, A y Sole, J. (2015). Pedagogía de la vulnerabilidad. Tacto, cuerpo y política de los cuidados en
educación. Revista Pasajes 1, 55-69.

Skliar, C. (2017). Pedagogía de las diferencias (notas, fragmentos, incertidumbres) Noveduc libros.

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