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DE CUERPO PRESENTE

Jorge Díaz

No se está mal en este ataúd; quizás si tuviera vista al mar


sería mejor, pero las funerarias no reparan en esos detalles.
Tarifa suplementaria 400 mil. Jamás Ramiro pagaría esa
tarifa.
La idea de estar una eternidad tendida boca arriba me
aterraba. Cuando Ramiro quería hacer el amor se acercaba
con una almohadilla cervical, un refuerzo lumbar y el guatero
caliente, por si se me retorcía algún tendón.
Y ahora estoy regia sin ninguna de esas ortopedias, pero
Ramiro no se atrevería hacerme el amor. ¡Imagínense lo que
diría el cura y la familia si él se metiera en el cajón en pleno
velorio! Violar cadáveres no es lo que se espera de un viudo,
aunque yo sea un cadáver en plena forma, pero hay muchos
prejuicios sobre este tema. Porque, aunque esté bien muerta,
aún tengo deseos inconfesables. El rigor mortis no impide
que mire libidinosamente a algunos invitados al velorio.
Ramiro dejó de ser mi asesor traumatológico del sexo y se
transformó en mi asesor zen vegetariano.
─“¡Trascendamos nuestras miserias corporales!, me decía, la
libido es un tropezón del espíritu”.
Poco después, empezamos a dormir en camas separadas y a
comer frutos secos y a recitar “tantras” liberadores. No me
atrevía a decirle que a mí me encantaban las miserias
corporales y los tropezones del espíritu. A lo que más llegaba
era a darle unos agarrones en sus partes “zen” más
protuberantes cuando levitaba en la posición del loto
invertido.
Hasta que me rebelé y empecé a comer a escondidas todas
las cosas ricas que están en la lista de tóxicos prohibidos por
el Masharahi Barahain Rasmala en su libro Abre tu alma de
par en par. Me convertí en una devota del libro, pero para
seguir sus mandamientos al revés.
Hasta que no leí el Libro de Meditación Trascendental del
Masharahi, yo no sabía de la existencia del clítoris; luego,
supuse que estaba en el interior de la oreja. A mis hijos
varones les decía todos los días:”¡Lávense bien el clítoris de
las orejas!”…Pero gracias al libro salí de mi error y ahora sé
que está en el ombligo.
(Los ojos de Elisa van de un lado a otro.)
Hay una mosca verde y gorda rondando por mi ataúd. ¿Será
que hiedo?... No creo, aquí apestan más los vivos que los
muertos.
(Sin moverse grita.)
¡Vete, mosca de mierda!
(Sopla y resopla.)
¿No hay un alma caritativa que espante la mosca de mi cara?
¿Y si cierran el ataúd con la mosca adentro? ¡Convivir o
conmorir toda una eternidad con una mosca completamente
desconocida! ¡Maten a este díptero asqueroso! Nadie oye.
Todos están muy ocupados llorando o rezando el rosario.
Ramiro está cuchicheando algo al oído de Purita, mi amiga
que es muy de derecha y recoge ropa para los pobres.
¡No puede ser! ¡Le está sobando el poto! ¿Se están besando
o dando el pésame?...
¡Eres una puta! ¡Ramiro, saca inmediatamente la mano de
ahí! Le está metiendo la lengua en la oreja.
¡Auxilio, detengan a mi marido y su cómplice, esa fascista!
¡Me asesinó para irse con su amante a la India a levitar
juntos!
Nadie me oye. Esto es lo único malo de estar muerto: que
uno sabe todo y no puede hacer nada, ni siquiera putear a
quien se lo merece.
(Arrugando la nariz.) Me estoy mareando, pero no voy a
vomitar porque mancharía mi ropa. El adúltero de Ramiro me
ha dado escalofríos. Necesitaría un whisky.
(En voz más alta.) ¡Que me traigan un whisky!
Lo que me faltaba: en vez de whisky, agua bendita. Y me está
rociando la cara.
En vez de responso, necesito una buena confesión. Debería
haberlo hecho antes, pero no me dio tiempo, porque Ramiro
chocó el auto y me dejó inconsciente. Tengo varias manchitas
en mi pasado. ¿Quién no las tiene, verdad?...
Mi primera caída fue con un camionero que hacía la ruta Sur.
Tenía una forma de agarrarme el embrague que conseguía
ponerme a 100 y 150 también. Tanta velocidad terminó con
él, no conmigo.
Conocí en el ascensor de un edificio a un actor de teleserie.
Era amoroso. Me firmaba autógrafos en todo mi cuerpo
desnudo. Era muy culto, bilingüe y eyaculador precoz. Eso
terminó siendo un problema, porque acababa cuando estaba
tocando el timbre de mi casa.
¡Oiga, padre, no se vaya, mi repertorio de infidelidades ni
siquiera ha empezado! ¡Espere!
Juraría que algo indefinible me pasa. Voy a cerrar los ojos y
así todo será más fácil. (Entra música)
(Cierra los ojos.)
Con los ojos cerrados veo proyectados todos mis recuerdos,
especialmente el accidente. La carretera mojada por la
lluvia… y Ramiro conduciendo con cinco tazas de poleo de
más. Ebrio de hierbas medicinales.
Fue entonces cuando se cruzó en la carretera el perro
vagabundo, sarnoso y empapado. Como el Masharahi exige
respeto a la vida de los animales, Ramiro dio un golpe de
volante que volcó el auto y me arrojó a la cuneta con el cuello
partido y salvó al perro.
(Abre los ojos.) ¡Y por salvar a un quiltro me sacrificó a mí!
Algo me anda por la espalda y baja lentamente hacia el
coxis… ¿Será la mosca verde?... No puede ser, porque me la
tragué. Y, entonces, ¿qué será?...
¡Son gusanos! Los primeros gusanos inician su trabajo. ¡Los
gusanos empiezan a apoderarse de mi cuerpo! ¡Bajan y
suben!
¡Oh, Dios mío, no resultan tan desagradables después de
todo!... ¡En realidad, es muy agradable!
¡Uuuuhhhyyyy, qué rico! ¡Por ahí, no!... (Se ríe.) ¡Sí, por ahí,
sí! ¡Sigan, sigan! ¡No paren, no paren ahora!... ¡Devoren,
devoren…!
(Se ríe de nuevo.) ¡Es increíble! Son insaciables… ¡Oh…
Oh… Ah… Ah…!
¡Ojalá tarden las trompetas del Juicio Final!
¡No quiero resucitar! ¡No quiero resucitar!
Se ríe y jadea mientras la luz se va apagando.
FIN DE LA OBRA

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