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“Perdóname, Dios…”

La sala de espera en el consultorio del pueblo era un espacio sofocante e


incómodo. La canícula tiene consecuencias graves en la región, el calor es
abusivo y hostil.
Ramiro espera sentado en las bancas, su turno es el siguiente. Sostiene su
sombrero en el regazo, se observa fijamente las impecables botas; pero la
mirada se pierde. Los pensamientos lo mantienen agachado, hay vicisitudes
que no logra entender. Piensa en la belleza de su amada esposa, lo lindo de su
sonrisa y su figura esbelta. Recuerda los momentos dulces que han vivido a lo
largo de los 10 años de matrimonio, jamás han reñido ni se han separado el
uno del otro una sola noche, pero últimamente la siente distante e indiferente.
Noelia ha salido a visitar a sus amigas las últimas semanas. Se perfuma y se
pone los mejores vestidos con su chal sobre los hombros. Llega tarde sin dar la
menor explicación. Su esposo no es capaz de preguntar por qué. Él está
eternamente agradecido con ella por quedarse a su lado luego de que
supieron, desde hace un lustro, que el estéril es él.
El zumbido de las moscas desconcentra los pensamientos de Ramiro, los
insectos no lo dejan en paz y se posicionan sobre su rostro, él da manotazos y
observa a su alrededor. La gente se le queda viendo, ríen y cuchichean, se
burlan de su mala fortuna.
Se abre la puerta del consultorio, sale una mujer embarazada a paso lento. Él
desearía que fuera Noelia llevando en su vientre un hijito suyo.
-Ramiro Sánchez, pase por favor. – Le dice el Dr. Aurelio quien, en sus 20 años
de servicio, jamás había sentido tanta pena por uno de sus pacientes.
Ramiro mira al techo, besa el rosario que cuelga de su cuello y se persigna.
Entra al pequeño consultorio y se sienta a esperar unos minutos más a que el
doctor decida darle informe de los resultados de análisis que le mandan de la
capital.
-Rami, eres el hombre más noble que conozco en este pueblo. Tú, menos que
nadie, merece pasar por estas circunstancias, pero así es la vida: injusta. Lo
que te sucede no tiene ningún remedio. Nuestras sospechas resultaron ciertas,
el cáncer está muy avanzado y no se puede extirpar. Lamento decirte esto,
pero te queda un máximo de tres meses de vida antes de que el tumor invada
todo tu estómago.
Los sueños de nuestro benigno vaquero se desplomaron desde un onceavo
piso ¿Quién ordeñará sus vacas? ¿quién cuidará su caballo? Y… Noelia…
¿qué le espera a su querida esposa sin él?
Ramiro sale del consultorio desconcertado, no se despide del médico ni de
nadie a su paso. Se monta a su caballo y se dirige a su casa, lo único que
desea es estar en los brazos de su mujer y juntos rezar para que ocurra un
milagro. “Dios es bueno y me va a compadecer”, se repite mirando al cielo.
Se detiene. Observa a lo lejos su pequeña casa, suspira y decide volver a
avanzar. No sabe cómo le dará la noticia a ella, le da mil vueltas al asunto
antes de entrar.
Abre la puerta, no se ve Noelia por ningún lado. Él camina hasta su habitación,
piensa encontrarla dormida en su cama, pero se equivoca, ella no duerme. Se
escuchan risas al otro lado de la puerta, está con su amante.
-Sí, me encantas, házmelo otra vez… - Se oye decirle a su compañero.
Ramiro no puede creer lo que escucha, su corazón se rompe con cada risa de
su mujer con otro hombre en su propia cama. La rabia se apodera de su ser,
antes de entrar y poner en descubierto la deslealtad de su mujer, va a la
cocina, toma el cuchillo más grande que encuentra y se arma de valor para
asesinar a quien sea el desgraciado que se haya atrevido a semejante
aberración.
Él abre la puerta de un solo golpe, decidido a matar al infractor. Vaya sorpresa
la que se lleva al abrir… ¡Su hermano Rogelio está desnudo sobre su mujer!
-Hermano, espera, por favor. Ella me tentó, es el mismo demonio. – Le
argumenta cobardemente su hermano menor, a quien le dio crianza por
ausencia de su padre.
Noelia, sin éxito, intenta cubrirse sus atributos más íntimos con una sábana. No
pronuncia palabra y se echa a llorar.
Nuestro vaquero no tiene la valentía de atacar a Rogelio, mucho menos a ella,
que, hasta este día, fue el único amor de su vida. Los únicos labios que ha
besado, le corresponden a Noelia.
Ramiro avienta al suelo el cuchillo y sale de prisa, se monta en su caballo y se
va a todo galope sin rumbo, llorando desconsoladamente, se pregunta ¿qué
hizo para merecer esto? ¿acaso no ha sido suficientemente bueno? ¿por qué
Dios le manda esta prueba tan difícil? ¿podrá perdonar algún día esta traición?
Pero nace en él una idea jamás antes pensada, un pensamiento suicida que lo
convierte en un pecador: desea ponerle fin a su vida antes de que la
enfermedad lo haga, ¡su vida ya no tiene caso!
En su desesperación, se da cuenta que estuvo a punto de matar o matarse,
solloza arrepentido. Decide ir a la iglesia, una confesión y una sufrida
penitencia, ayudarán a asimilar la culpa. Llega a la capilla y encuentra rápido al
señor cura, que lo atiende al momento por ser un hombre católicamente
perfecto. Acuerdan la charla y se van al confesionario.
-Padre, he pensado cosas terribles, quise matar, quise matarme. Cuestioné los
mandatos de Dios nuestro señor. Mi mujer me engañó, yo me voy a morir en un
par de meses y no encuentro consuelo…
- ¡El hombre no muere, sino por voluntad de Dios! El señor dijo: “pediré cuenta
de vuestra sangre, por vuestras almas, a todo animal; y al hombre que mata a
su hermano, pediré cuenta también.” ¿En qué te convertiste, Ramiro? Me
decepciona que del hombre más bueno que he conocido, emerjan sentimientos
tan negativos… - Le dijo el cura reprendiéndolo.
Ramiro sale en una caminata veloz de la iglesia, un pecado más se suma a la
lista, dejó al sacerdote hablando al aire. Se siente enfadado ¿con Dios? con
todo el mundo. Decide irse a beber, siempre ha sabido que el mezcal hace
olvidar las penas, debía comprobarlo.
Llega a la cantina y todos lo observan extrañados de su inexplicable presencia
en el lugar. Se acerca a la barra y pide un trago, el cantinero burlesco intenta
ridiculizarlo.
-¿un trago de.. leche, Ramiro? Ja, ja, ja. – se carcajea y espera a que el resto
de sus clientes lo hagan también, pero a nuestro vaquero se le ha agotado su
tolerancia y lo agarra de la camisa con fuerza, poniendo en práctica sus manos
fuertes y trabajadoras.
- ¡Dame un trago de mezcal y un buen trato o atente a las consecuencias! – le
responde Ramiro lleno de furia. Por primera vez, en toda su vida, defiende su
dignidad y su honor con fuerza violenta.
Le sirven un trago del más fino, como debió ser desde que llegó. Jamás ha
bebido alcohol, pero es el momento, necesita que lo haga olvidarse de las
escenas tan lamentables en las que ha sido partícipe desde su visita al Doctor.
Alista su copa, la posiciona frente a su cara, toma valor y bebe de un solo
trago. Todos a su alrededor se quedaron boquiabiertos al observar el acto
inusitado.
A su costado, se encuentra Rebeca, una gallarda servidora del burdel, se
acerca provocándolo, excitada de su conducta poco común. Empieza a
guiñarle el ojo y mostrarle la lengua, se levanta paulatinamente el holán de su
falda y deja ver sus muslos morenos.
Ramiro, con la sangre calentándose por el trago, dudoso de sus palabras, la
invita a sentarse a su lado. Comienzan una charla ambigua, él no tiene cabeza
para acomodar las palabras adecuadas, no salen de su mente Noelia y su
traición, no olvida que morirá en unos cuantos días.
Pide otro trago fuerte de mezcal y vuelve a bebérselo de un solo sorbo, ansía
embriagarse. Se atreve a acceder a las propuestas que le hace Rebeca
hablándole al oído y salen juntos hasta una cabañita cruzando las veredas. Al
entrar, la pícara acompañante comienza desnudarse, pero inesperadamente,
Ramiro frena todo cuando están a punto de besarse.
- ¡Alto, por favor! No soy capaz de hacerlo. Lo siento mucho, pero es un
pecado que no estoy dispuesto a cometer, he sido un mal hombre al pensar en
que debía hacerlo, es el diablo quien está llenando mi corazón de rencor y
maldad. No puedo…
-¿El diablo, Ramiro? Pos, ¿de dónde sacas eso? Si coger es muy natural,
hombre.
-Soy un hombre casado y tú una mujer que se entrega a cualquiera tentada por
la ambición y la lujuria. Por favor, dime que esto sólo es un mal sueño.
A Ramiro se le ve desconcertado, volviéndose loco. Nadie entiende qué pasa,
pero Rebeca sigue refutando sus afirmaciones.
-A lo que tú llamas tentaciones, no son más que los deseos de nuestra propia
naturaleza, estamos en este mundo para satisfacerlos, ¿qué sentido tiene si
no?
-Dios nuestro señor no permite esas desviaciones de conducta, él nos mandó a
este mundo a hacer el bien, debemos ser dignos de su gracia. Él sabe lo que
estás pensando ahora, lo que vas a hacer, es omnipresente, omnisciente y
omnipotente.
-Si tu Dios es omnipotente, ¿por qué no evita que a los malos les vaya bien en
la vida y a los buenos lo que les corresponde?
-Nosotros somos culpables de nuestro destino, él nos ha dado la oportunidad
de elegir y, nosotros somos malos, no agradecemos la libertad. Preferimos
dejarnos llevar por las tentaciones del demonio. Es después de la muerte
cuando nos reprenda, unos podremos gozar en el cielo y otros sufrir en el
infierno. Debes tener fe y temor de Dios.
-Para ejercer nuestra existencia con benevolencia, no hace falta de fe ni de
religión. Basta con tener sentido común y un corazón bueno, Ramiro. El cielo y
el infierno no existen, no hay ninguna prueba de ello. Lo que sí sabemos, es
que los restos de los muertos le dan de comer a los gusanos y embonan la
tierra de la que puede crecer una flor, eso sucede después de la muerte. Es
nuestra trascendencia.
Ramiro se plantea lo que Rebeca acaba de pronunciar, después de todo, si
Dios existe, debe estar portándose muy mal con él. Se queda pensativo
mirando al horizonte y le agradece a la mujer la compañía. Se despide y se va
en su caballo rumbo al Tercer Pico, la montaña más alta en sus alrededores.
Su embriaguez comienza a manifestarse y la confusión que la acompaña
también. Cruzando la zona boscosa Ramiro oye carcajadas, atrás de los pinos
hay alguien ocultándose de él.
- ¡Ja, ja, ja! ¿Dios es bueno contigo, Ramiro? Ve a visitarlo… – los
estruendos del cielo a punto de llover se combinan con las voces que
oye Ramiro a su alrededor. No hay nadie allí.
- ¡Sal de ahí, maligno! Voy a asesinarte en nombre de Dios nuestro señor.
De pronto, frente a él, las nubes grises forman el rostro de un anciano lleno de
furia que le dice: “Vas a ser castigado, no mereces el cielo. No te perdonaré tu
conducta sobre este mundo” ¿Es Dios? se pregunta nuestro vaquero
comenzando a llorar. Cierra los ojos y se lamenta a grito abierto. Cuando los
abre, no hay nada ni nadie, pero…Está convencido. No tiene un mejor plan.
Comienza a subir la montaña, su bestia difícilmente puede cumplir con el
mandato de su amo, piedras se desmoronan al pisar, sin embargo, continúan el
trayecto hasta la cima. Él baja de su querido caballo, le quita la silla y el freno,
intenta asustarlo para que se vaya y sea libre. Se posiciona en el borde la
montaña, a un paso de caer hacia el acantilado. Mira al cielo, suspira…
“Perdóname, Dios…” Pronuncia al dar el último paso.

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