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La coordinación y las relaciones de siete ciclos engarzados, estos dos planetas del
Septenario, a los que Platón añade el movimiento de la esfera local y a los que el
astrólogo moderno añadirá los ciclos de los tres planetas trans-saturninos, puntúan la
temporalidad. Únicamente el Sol y la Luna se manifiestan con evidencia. "En cuanto a
los demás planetas, los hombres, a excepción de un pequeño número, no están
preocupados de sus revoluciones, no le han dado nombre y, cuando los consideran,
no miden por medio de números su velocidad relativa; también podemos decir que no
saben que esas trayectorias errantes, cuyo número es prodigioso y la variedad
maravillosa, constituyen el tiempo."
En cuanto al Gran Año, es el producto lógico de esta concepción: cuando "el
número perfecto del tiempo llena el año perfecto, en el momento en el que estas ocho
revoluciones, con sus velocidades respectivas medidas por el circuito y el movimiento
uniforme del Mismo [la esfera de las estrellas fijas], han alcanzado todas su término y
han vuelto a su punto de partida." Finalmente, la concepción del Timeo es una
sistematización de las tesis pitagóricas sobre el tiempo, la herencia de un saber
anterior al fundador del Hemiciclo, de una "religión astral" extendida tras más de un
milenio en la cuenca mediterránea, teniendo como principios la variabilidad cíclica y la
armonía cósmica en la sincronización de las transformaciones psíquicas y de los
ritmos planetarios.
Con Aristóteles, todo se articula y se organiza en función del individuo particular,
la entelequia, organismo o cosa, siendo actual y actuando, existiendo tal y como
aparece en su acción manifiesta. Es por ello que el instante es el principal
constituyente de la temporalidad, "por un lado, división y potencia del tiempo, por el
otro, limita y unifica las dos partes." Elemento indivisible, a la vez ruptura y presencia,
él comparte el tiempo lineal en pasado y futuro; es "el número del movimiento según lo
anterior-posterior". Una suerte de tautología por cierto, ya que la noción de
anterioridad presupone de algún modo la de temporalidad.
Para el estoico Zenón de Cittium, y para su lejano discípulo, el filósofo y astrólogo
Posidonio de Apamea, el tiempo del devenir, parcial, es una apariencia ilusoria: el
tiempo "real", total, es de naturaleza cíclica. Los filósofos estoicos harán del tiempo
cíclico y de sus problemáticas una pieza esencial de su doctrina (cuestiones de encaje
y de sincronización cíclicas, modalidades del Retorno, relaciones del alma con los
cilcos...), tal y como lo relata el obispo neoplatonicista Nemesio (siglo IV d.de C.),
enemigo de la astrología así como del estoicismo, y que presenta el Eterno Retorno
según los ciclos planetarios como una doctrina específicamente estoica: "Los estoicos
dicen (...) que Sócrates existirá de nuevo, incluso Platón también, y cada individuo,
con los mismos amigos y los mismos conciudadanos; las mismas cosas les pasarán,
tendrán el mismo destino y se ocuparán de las mismas cosas." Platón, sin embargo,
había ya expuesto lo esencial en suTimeo.
2. Henri Bergson: Memoria y Duración.
El filósofo parisino, profesor del Colegio de Francia en la belle époque, en lucha
contra el intelectualismo y el cientifismo de su tiempo, renovó la dualidad cartesiana
cuerpo/espíritu sustituyendo a la "sustancia pensante" por una suerte de materia o de
memoria temporal. A la reflexión discursiva, analítica, indirecta, externa al objeto y
dividiéndolo, equiparada probablemente de forma equivocada con el "pensamiento"
cartesiano, la sustituye por la noción de intuición o de "consciencia inmediata", facultad
de aprehensión sintética de lo real, por contacto, por coincidencia con el objeto,
participación, simpatía.
El estado "es simple, y no puede haber sido ya percibido, ya que concentra en su
indivisibilidad todo lo percibido con además, lo que el presente añade." Cada instante
dura en el sentido de que coexiste con el flujo del pasado en un cierto grado de
"contracción" o de unificación. A cada uno su tiempo, su ritmo, su duración: "Podemos
imaginar unos ritmos diferentes, que, más lentos o más rápidos, medirían el grado de
tensión o de relajación de las conciencias."
Esta concepción se opone a la temporalidad lineal de la psique, que no sería más
que una localización utilitaria del tiempo en el espacio, un censo de coincidencias
arbitrarias, una medida de la simultaneidad contingente de dos relojes alejados. En
efecto, "si todos los movimientos del universo se produjeran dos o tres veces más
deprisa, no habría nada que modificar en nuestras fórmulas, ni en los números que en
ellas hacemos entrar." El tiempo que pasa marca todo lo máximo la periodicidad de la
materia inerte. La duración, propiedad cualitativa de lo vivo, no podría ser medida por
los aparatos de la mecánica. Al tiempo cualitativo de la indivisibilidad de la conciencia
se opone al espacio cuantitativo de la divisibilidad de la materia.
Este período que drena la memoria pertenece al mismo paradigma que una religión
que habría traído, en el origen, la carga de una moral de costumbre. La absorción de
la intuición, pero también de la imaginación, de la sensibilidad, o del pensamiento, en
una suerte de memoria activa y tensa, es el síntoma de un pensamiento que ha
permanecido llanamente "platonicista": "El recuerdo de intuiciones anteriores análogas
es más útil que la intuición misma (...) desplaza la intuición real, de la cual el rol es
entonces sólo (...) el de traer el recuerdo, de darle un cuerpo, de volverlo activo y por
ello actual (...) Percibir termina por no ser más que una ocasión de acordarse (...)"
Haríamos a Bergson las dos siguientes críticas complementarias: de haber faltado
a la vez a la naturaleza de la conciencia, la cual obedece a unos esquemas propios,
relativamente independientes de la experiencia, y la inocencia del devenir en la
experiencia de la novedad. En efecto, Bergson liga el tiempo al alma en su combate
contra su exterioridad material, pero ignora lo que subrayó Paracelso con brío (y que
sabían los griegos), que los ciclos planetarios son primero unos ciclos interiorizados, y
así pues, que el presente se renueva según una configuración, propia a cada ser, y
que es la marca de su destino. Por otro lado, la intuición bergsoniana, "reflexionada"
ya que, plegada a la voluntad y bajo el esfuerzo de la atención, encadenada a un
inconsciente que habría perdido todo carácter imponderable y que se reabsorbería en
los meandros pantanosos del "ya vivido" -un poco a la manera freudiana finalmente -,
es incapaz de olerse ese posible que es la marca de la eternidad del instante y que
surge, no por la memoria, sino por una suerte de pre-sentimiento, de sentimiento
invertido, no bajo la forma de una experiencia habitual, sino de una luz intemporal, y
no como pasado prolongado, sino como proximidad sentida.
"La tierra se ha reproducido probablemente un millón de veces (...). Fue otra vez un
cometa, después un sol de donde surgió el globo. Este ciclo se repite posiblemente
una infinidad de veces, bajo la misma forma, hasta el menor detalle." (Dostoïevski, Los
hermanos Karamazov)
"No tengo que ser más que el equilibrio de oro de todas las cosas." (Nietzsche, 1889)
En agosto de 1881, la idea de retorno eterno de todas las cosas se impone al
filósofo de Sils Maria con evidencia, y si Nietzche encarna él mismo al "Gran
Mediodía" del pensamiento occidental, es necesario que esto sea en virtud del Eterno
Retorno.
Pero, ¿cómo conciliar el Retorno con la inocencia del Devenir, con la travesura de una
"tirada de dados", si todo vuelve, eternamente repetido, idéntico a sí mismo?
Según Gilles Deleuze, "el eterno retorno es el ser del devenir. Lo que vuelve no
sería lo Mismo, ni lo Semejante, ni nada de análogo, sino el Devenir propiamente
dicho: "No es el ser el que vuelve, sino que el volver en sí mismo constituye el ser en
tanto que se afirma del devenir y de lo que pasa." El Eterno Retorno no hace volver a
lo semejante, sino lo dispar, ya que es él mismo lo Semejante, la forma repetitiva de
contenidos variables. Así, las formas no son dejadas al azar, no más que los
"contenidos", y es lo que Deleuze llama el "segundo aspecto del eterno retorno: como
pensamiento ético y selectivo". Lo que vuelve, es la "Voluntad de Poder", la Wille zur
Macht, mejor calificada por "Voluntad hacia el Poder", o el Poder en el sentido dado a
este término por Castaneda.
Si el Poder vuelve -¡o no vuelve!- es que no es de segundo turno, de segundo tirón,
ni de tercero, para los "gregarios" y "las fuerzas reactivas". Como para Darwin, la
selección retiene sólo a "los fuertes", incluso si no se trata de los mismos fuertes. La
selección es un asunto personal y ético, no una teoría impersonal.
El darwinismo afirma la selección natural de los más aptos por medio de la
competición (lucha por la comida, por la reproducción, por la "supervivencia"...) y por el
número. La selección retiene a los más domesticados y los más adaptados al medio.
Ahora bien, Nietzsche permanece próximo de Lamarck para quien el transformismo
significa la auto-adaptación activa de los organismos gracias a una voluntad interna, a
un instinto de perfeccionamiento, a un esfuerzo dirigido por una necesidad interna. El
hombre o la mujer, y probablemente no más que el perro, la rata o la hormiga, no viven
para la especie.
Para Nietzsche, no son los más adaptados los que sobreviven, sino aquellos que,
entre los más molestos, habrán conseguido desestabilizar a sus vecinos. ¡Jesús en
Palestina! La aventura crística habría permanecido como un simple delirio local,
olvidado de la historia, sin el activismo de Pablo en toda la cuenca mediterránea.
"¡Hombre! Tu vida entera será de nuevo y siempre girada como un reloj de arena, y
siempre y de nuevo pasará (...) y entonces tú te verás reencontrando cada dolor y
cada placer." Estas líneas se inscriben en el contexto del "primer aspecto del eterno
retorno: como doctrina cosmológica y física" , ya que no se muestra aún ninguna
diferencia entre las fuerzas, volviendo incansablemente todas las cosas parecidas a
ellas mismas. El escenario físico-cósmico supone la finitud del devenir y la infinitud del
tiempo. En este estadio, no hay orientación, ni selección o distinción, ni refinamiento
en el proceso del Retorno: "Todo vuelve: Sirio y la araña y tus pensamientos en este
momento, y este pensamiento, el tuyo, que todo vuelve." Tampoco es lo diferenciado
lo que vuelve, lo seleccionado, sino este "Absurdo" eterno, lo Mismo, incluso si es
absurdo: "El Eterno Retorno: como nihilismo cumplido, como crisis.", repite Nietzsche
en 1887.
El hecho de que lo Mismo vuelva, no permite sin embargo identificarlo con el Ser.
¿Y podemos concebir una entidad que no pertenece ni al Ser, ni al Devenir, sino a
ambos simultáneamente, y que vive finalmente en su frontera común? El Eterno
Retorno encarna esta tercera opción entre el cambio y la permanencia, entre
atomismo y elatismo.
Deleuze cita este texto de Nietzsche: "Si el universo fuera capaz de tener
permanencia y fijeza, y si hubiera en todo su curso un solo instante de ser en el
sentido estricto, éste no podría ya pensar ni observar cualquier tipo de devenir", pero
omite mencionar lo recíproco: "si el mundo se renovara eternamente en su devenir,
estaría así planteado como algo de milagroso en sí mismo, divino creándose
libremente en sí mismo." Así, el Eterno Retorno trasciende el Ser y el Devenir: es el
Devenir despejado de todo "atomismo" y es el Ser libre de todo elatismo. Finalmente,
es el Ser del Devenir y el Devenir del Ser, o también la posibilidad conjunta del Ser y
del Devenir: equilibrio entre dos exigencias, y entre las dos modalidades de la
temporalidad, el Instante eterno y la Espiral evolutiva , dicho de otro modo, entre el
tiempo como presencia y el tiempo como devenir.
Equilibrio pues entre lo temporal e intemporal, no entre un tiempo lineal y un tiempo
circular: "El mundo subsiste; no es algo que llega a ser, sino algo que pasa. O más
bien: llega a ser, pasa, pero nunca comenzó a llegar a ser y no cesará de pasar,
se mantiene en estos dos procesos... vive de sí mismo: sus excrementos son su
alimento...".
El Eterno Retorno no es tanto la "síntesis del tiempo y de sus dimensiones", que
una tercera (o primera) dimensión del tiempo, una euritmia de los contrarios, que los
empuja mientras que los atrae, que difiere de ellos más aún cuando se les asemeja:
"Que todo vuelve, es el más extremo acercamiento de un mundo del devenir con el del
ser: cumbre de la contemplación.”
Deleuze interpreta esta asociación como una subordinación del ser al devenir. Pero
es la Voluntad hacia el Poder el que hace volver lo que deviene, y no el Eterno
Retorno que es la consecuencia: "Imprimir al devenir el carácter del ser, es la suprema
voluntad de poder." De ahí las modificaciones incesantes de perspectiva por desfases
y diferenciación, la tarea de restauración de lo original, y el anabase contra la barbarie:
se trata, manteniéndose en el medio de los estados diversos de la decadencia, de "re-
alcanzar" el Ser siempre renaciendo por el Eterno Retorno. Así, se declina la tétrada
ontológica nietzschiana: el Devenir es lo que transforma, el Ser lo que subsiste, la
Voluntad es el agente de su acercamiento, y el Retorno su resultado.
El devenir en su totalidad, sea cual sea el "mundo" aprehendido, vegetal, mineral,
animal, inanimado, incorporal, es movido por la Voluntad hacia el Poder, la cual
determina a todas las cosas a llegar a ser lo que son. No es este instinto el que
subsumiría a todos los demás, pero es su cualidad intrínseca común.
De ello resulta que la "Voluntad de Poder" no aspira a la potencia por sí misma,
sino a la que es en sí misma, la potencia propia, que no quiere ni desea nada de lo
que existe ya en la legitimidad de su ser: "No tengo el recuerdo de haber cometido
nunca un esfuerzo en vistas de algo; en toda mi vida no se encuentra un solo rasgo
de lucha, soy lo contrario de una naturaleza heoica; "querer" algo, "aspirar" a algo,
tener en perspectiva un "objetivo", un "deseo", todo eso yo no lo conozco por
experiencia. (...) Yo no desearía en absoluto que las cosas fueran de otro modo a lo
que son; yo mismo, no quiero cambiar..." La Voluntad hacia el Poder no se fija un
objetivo, sino que anula sus "objetivos" alcanzándolos; no persigue lo que ha sido ni
incluso lo que es, sino que se esmera en lo que siente devenir, ya que su destino
último, inmediato y a la vez lejano, es el Retorno en sí mismo.
El Eterno Retorno está más allá de lo cíclico: coordina el círculo de lo estable y la
línea sinuosa de lo variable. Lo inmutable se transforma cuando lo inestable se
eterniza. Lo mismo no vuelve ni en el tiempo ni en el espacio: está eternamente
presente en el Retorno. E incluso si el período temporal tiene una duración cuasi
ilimitada, comparable con los mil Mahayugas que forman el kalpa o un día de Brahma
en el Mânava-Dharma.Shâstra de tradición brahmánica, el retorno no se hace nunca
esperar. Es inmediato e imprevisible, no dejando ningún recuerdo, ni ninguna
"reminiscencia" en la conciencia: "Vosotros creéis disponer de un largo reposo hasta el
renacimiento -¡no os equivoquéis! Entre el último instante de la conciencia y la primera
luz de la nueva vida, no hay "tiempo"-sino es como una chispa-, cuando incluso las
criaturas vivientes lo medirían por billones de años y no sabrían únicamente medirlo.
Intemporalidad y sucesión son perfectamente compatibles, ¡tan pronto como ha
desaparecido el intelecto!...". Para Nietzsche el tiempo es a la vez intempral y de un
intemporal que indaga tanto el pasado como el futuro.
En apariencia, el Retorno justifica la cohesión del todo, el valor de la vida, y
también legitima la existencia de cada ser, de cada entidad, de cada instante, de cada
acontecimiento, ya que nada existe fuera del Retorno. Él reconcilia la lógica y la
mística, la certitud de la muerte y la aspiración a la eternidad de la vida, pero en este
mudo.
El Retorno cumple el Ser y actualiza el Devenir. "El curso circular no es nada de lo
devenido (...) Todo devenir está en el interior del trayecto circular y de la cantidad de
fuerzas." El Retorno es este equilibrio, este "mismo objetivo" siempre alcanzado por el
Poder: "Si sumprimimos de la evolución la idea de un fin, ¿afirmaríamos a pesar de
todo la evolución? Sí, si en el interior de esta evolución y en cada uno de sus
momentos una finalidad se encontrase afectada, y siempre el mismo objetivo." ¿Cómo
conciliar entonces la idea de un retorno selectivo con la del Devenir como momento
cíclico? Nietzsche responde: "El pensamiento del Retorno como principio
de selección al servicio de la fuerza (¡y de la barbarie!)".
Y es que una segunda articulación entra en juego: la idea misma del Retorno es
selectiva, hic et nunc, y no en el momento de la repetición del ciclo. Si las fuerzas
activas vuelven, es porque han superado ya la prueba del Retorno, es porque tienen la
voluntad de volver, de tal forma que la idea de Retorno es la prueba misma de la
selección.
Es hoy "el nuevo peso" sobre la conciencia humana, el imperativo ético individual y
colectivo, el que opera en la selección en el seno de un entorno nihilista: "La cuestión
que te planteas para todo lo que quieres hacer: "¿Lo querría yo de tal forma que lo
quiero hacer innombrables veces?", constituye el peso más grande." El Retorno borra
la ilusión de existir en el placer de un presente fugitivo, como el ideal "socialista" del
"bienestar del fugitivo individuo". La alegría, con Beethoven, a veces la "Felicidad"
(pero, ¿Nietzsche la encontró alguna vez?), ¡más que el placer y el bienestar!, son los
únicos valores acreditados por las sociedades sin cabeza que se precipitan hacia su
pérdida.
La selección, o mejor dicho, la auto-selección, e incluso la auto-elección (¡ya que sólo
es elegido aquel que se elige para serlo!), se efectúa ahora para activar el
Retorno más tarde. La idea del Retorno actúa de forma diferente en las conciencias y
son numerosos los que abandonan. Progresivamente, pero ineluctablemente, el huevo
luminoso de la conciencia no irradia ya y se deja invadir y confundir, por retomar la
imagen de Castaneda. "Sólo aquel que mantiene su existencia porque es capaz de
repetirse eternamente, subsistirá". El Retorno cíclico no es una cuestión de
cosmogonia en tanto que el cosmos está presente en la conciencia siempre vivificado
por el Retorno.
Así, el Eterno Retorno puede ser aprehendido según tres modalidades: en su esencia,
es el equilibrio del Ser y del Devenir; en su existencia y por su relación con la Wille zur
Match, provee el problemático mantenimiento de las fuerzas activas, de las fuerzas
sensibles; en su apariencia ideal y por su impacto en la conciencia, opera su obra
selectiva y discriminadora.
Entonces, ¿cómo ligar a Dionisos sin Apolo, cómo anunciar el Anticristo sin Cristo?
Ya que Jesús había ya comprendido la eternidad de las "fuerzas activas" y eliminación
de las "fuerzas reactivas": "Este cielo pasara, y el que esté por encima de él pasara:
pero aquellos que están muertos no vivirán más, y aquellos que viven no morirán."
Cristo es el primer anunciador de "la muerte de Dios" -del dios Judío ortodoxo- y, como
lo subrayó Orígenes, del advenimiento del dios interior, tan cercano, pero en singular,
de los dioses planetarios de los astrólogos: "Si la gente os pregunta: '¿Qué signo de
vuestro Padre está en vosotros?' -decidles: 'Es un movimiento y un reposo'."
El "reino interior" es precisamente ese movimiento y ese reposo, esos flujos,
crestas y depresiones de fuerzas y de energía cósmica, psíquica -psíquico-astral-
dicen los astrólogos. Y no se ultraja la fuerza que está en nosotros, ya que es nuestro
único "bien"; las imaginerías y alegorías simbólicas no son más que un mal menor:
"Quien ha blasfemado contra el Padre, será perdonado, y el que ha blasfemado contra
el Hijo, será perdonado: pero aquel que ha blasfemado contra el Espíritu Santo, no
será perdonado, ni en la tierra, ni en el cielo."
Nietzsche, que permanece como cristiano, opuso seriamente a Jesús con los
"asnos cristinanos": "¿Qué es lo que Cristo negó? Todo lo que trae al presente el
nombre de cristiano." Según la mayor parte de los comentadores, Nietzsche habría
evolucionado de la antinomia Apolo/Dionisos (en El nacimiento de la tragedia) a la
oposición "Dionisos contra el crucificado (en Ecce Homo) con el eclipse de la polaridad
apoliniana. Es un error, ya que son Zaratustra, ese para quien "el alma que tiene la
más larga escala y que puede descender a lo más bajo" , y también Apolo, quienes
claman al final de Ecce Homo, este enigma es la última sentencia de la obra
nietzscheniana: "¿Me han entendido? Dionisos de cara al Crucificado...".
Entonces, si el Ser permanece escondido a semejanza de Apolo, ¡es sin duda que
no se destituye el platonismo! Un simple cambio de polaridad en la transvaluación no
es suficiente. Y por otro lado, ¿qué destituir después de Platón? ¿No anunció él la
ilusión del mundo sensible y por ello establecido, definitivamente, la "gran destitución"?
¿Es suficiente con modificar el estatus de la ilusión en el seno del Ser y del Devenir?
Un "segundo derrocamiento" tal, ¿no es superfluo? No podría ser más que
coextensible al primero ya que no se puede poner un velo y desvelar el Ser
simultáneamente. Y poco importan los nombres que le son dados: "Estas aserciones
os perturban y se duda que estas ideas existan, o si, en última instancia se admiten,
estamos forzados a reconocer que son incognoscibles para la naturaleza humana."
El Eterno Retorno es una economía del equilibrio. Es el hilo del funambulista que
comparte el abismo, doblemente peligroso, de parte a parte, tal como el Ser y el
Devenir. El movimiento, bien sea externo (Heráclito), psíquico (o más bien "interior"
según Agustín) o mental (Descartes), resulta siempre de las modificaciones de
una energía. Ahora bien, si cualquier estabilidad pudiera perdurar, sería de toda la
eternidad y ninguna exterioridad podría perturbarla: el Ser absoluto es inconcebible. Si,
por el contrario, el movimiento produciera siempre nuevas figuras, sería necesario que
la fuerza sea ella misma infinita: el Devenir absoluto es igualmente inconcebible.