Está en la página 1de 13

El tiempo de los filósofos: de Platón 

a Nietzsche, y de Nietzsche a Platón.


por Patrice Guinard

1. El tiempo cíclico en los griegos.

     Anaximandro el milesiano introdujo, en una perspectiva esencialmente moral, la


cuestión de la permanencia y del cambio. El retorno eterno de todas las cosas trae lo
Mismo tras una serie cuasi ilimitada de acontecimientos y de transformaciones
cíclicas. El desarrollo de un ciclo se acompaña de incesantes modificaciones cíclicas.
El pasado vuelve indefinidamente. Ilustrando la relación del Devenir con el Retorno, el
concepto de apeiron, principio (arché) de todas las cosas, en este doble sentido
de infinito, cuando él designa el retorno eterno y el "número" de los mundos que se
suceden, de indefinido, cuando él designa las fases de su cumplimiento y los
momentos de su devenir.  Y como lo subraya Nietzsche: "Nunca un ser que posee
cualidades definidas podría ser el origen y el principio de las cosas. El ser verdadero,
concluye Anaximandro, no puede poseer cualidades definidas, sin lo cual habría
nacido y debería perecer como todas las demás cosas. Para que el devenir no se pare
jamás, es necesario que el ser original sea indefinido."

     Cada instante es el foco de manifestación de una dinámica eterna en la cual


participan el Retorno y el Devenir: "El movilismo universal había sido atenuado en
Anaximandro por un ritmo de diferenciaciones y de reintegraciones que, plegando bajo
las mismas fases la totalidad del devenir y trayendo así a la realidad cada ser y cada
cosa con su ambiente en el espacio, y sus antecedentes y sus consecuentes en el
tiempo, había conferido al instante pasajero una parte de eternidad."  De ello se
deduce una triple modalidad de la temporalidad cíclica: como Retorno
eterno, como Presente eterno, como Devenir eterno.

     Para el pitagórico Arquitas de Tarente, el tiempo es "el número de un cierto


movimiento, o incluso mejor, de una manera general, el intervalo propio de la
naturaleza del "Universo". Dicho de otro modo, éste atribuye al "ciclo" del Retorno un
período lo bastante grande como para contener todos aquellos de los demás ciclos. La
inconmesurabilidad del "Gran Año" hace de ellos un intervalo tan vasto, tan rico de
todos los posibles, que puede cómodamente contener la multiplicidad de las vidas
ligadas por la metempsicosis. Este devenir intra-cíclico de la transmigración de las
almas es la verdad eterna e infinitamente renovada de los seres vivos, ya que
"ninguna conciencia, no pudiendo atravesar el umbral del período cósmico siguiente,
en cada nuevo ciclo se presenta a las conciencias allí donde éste se refleja como una
realidad sin precedente ni retorno."  Las consecuencias morales de la metempsicosis
son mantenidas.

     La teoría platonicista del Gran Año presupone unos períodos astronómicos


armonizados entre ellos, conmensurables, que son divisores, y que son los múltiplos
de una misma unidad, el día sideral. El número entero positivo traduce esta unidad y
regula este universo perfectamente ordenado que es el cosmos.  Así, dos ciclos
saturninos valen cinco ciclos jupiterianos. El conjunto de los ciclos planetarios forma
unas relaciones armónicas entre ellos y en el interior del gran "intervalo" que los
sincroniza.
     Según Platón, no hay un tiempo independiente de una sustancia eterna
intemporal. Las diversas modalidades temporales se declinan según su propia
modalidad, la intemporalidad, que las determinan a ser lo que parecen. "Nosotros
decimos de ella, que ella era, ella es, que ella será, mientras que ella es, es el único
término que le conviene verdaderamente, y que ella era y ella seráson expresiones
propias de la generación que se adelanta en el tiempo; ya que eso son movimientos." 

     Encontramos siempre en Platón, el filósofo se diga lo que se diga, la distribución de


un formidable análisis del lenguaje como medio, a través de "Sócrates", de
desembarazarse de los problemas ligados al lenguaje, y de llegar a lo que hay de más
esencial que el lenguaje: la metafísica, la espiritualidad y la reflexión sobre la
interioridad, dicho de otro modo, las tres vías del pensamiento que liberan al bárbaro
socializado y civilizado de su esclavismo de las tinieblas de la Caverna. Es hacer una
reflexión más allá de las apariencias donde se hacen un lío los pragmatismos y
empirismos sucesivos, los cuales estarán siempre de este lado del pensamiento
mientras que vivan de los filósofos. Y Nietzsche siguió esta vía cuando escribió: "El
lenguaje y los prejuicios sobre los que reposa el lenguaje aportan múltiples obstáculos
a la profundización de los fenómenos internos y de los instintos."

     Es el alma la que vive lo intemporal. La eternidad caracteriza la "sustancia


indivisible", permanente, incorpórea; la temporalidad cíclica, la "sustancia divisible",
cambiante, material. El tiempo es eso por lo que la eternidad se manifiesta. Es su
medio, una ilusión del alma, una "imagen móvil de la eternidad".  Los ciclos planetarios
y la esfera de los "fijos" sirven de localización temporal, ya que "el tiempo ha nacido en
el cielo".  El tiempo es el medio de manifestación del alma, y "el cielo" la medida de
sus transformaciones y de sus estados. Tiempo, alma y movimiento coexisten. El
tiempo es una representación psicomental de la inscripción de los ciclos planetarios en
la psique, dirán los astrólogos post-platonicistas.

     La coordinación y las relaciones de siete ciclos engarzados, estos dos planetas del
Septenario, a los que Platón añade el movimiento de la esfera local y a los que el
astrólogo moderno añadirá los ciclos de los tres planetas trans-saturninos, puntúan la
temporalidad. Únicamente el Sol y la Luna se manifiestan con evidencia. "En cuanto a
los demás planetas, los hombres, a excepción de un pequeño número, no están
preocupados de sus revoluciones, no le han dado nombre y, cuando los consideran,
no miden por medio de números su velocidad relativa; también podemos decir que no
saben que esas trayectorias errantes, cuyo número es prodigioso y la variedad
maravillosa, constituyen el tiempo."

     Platón no se refiere únicamente a las revoluciones siderales planetarias, sino


también a los ciclos planetarios relacionales, y sobre todo, al ciclo soli-lunar, del que el
cuarto es llamado "primer cuarto" y la mitad "luna llena". A partir de este ciclo, de una
duración de 29 días y medio, y no de 27 días, ha sido elaborada la noción de mes:
"después de que la luna, habiendo recorrido su circuito, alcanza al sol." Esta
diversidad de períodos y de relaciones puntúa el tiempo.

     En cuanto al Gran Año, es el producto lógico de esta concepción: cuando "el
número perfecto del tiempo llena el año perfecto, en el momento en el que estas ocho
revoluciones, con sus velocidades respectivas medidas por el circuito y el movimiento
uniforme del Mismo [la esfera de las estrellas fijas], han alcanzado todas su término y
han vuelto a su punto de partida." Finalmente, la concepción del Timeo es una
sistematización de las tesis pitagóricas sobre el tiempo, la herencia de un saber
anterior al fundador del Hemiciclo, de una "religión astral" extendida tras más de un
milenio en la cuenca mediterránea, teniendo como principios la variabilidad cíclica y la
armonía cósmica en la sincronización de las transformaciones psíquicas y de los
ritmos planetarios. 

     Con Aristóteles, todo se articula y se organiza en función del individuo particular,
la entelequia, organismo o cosa, siendo actual y actuando, existiendo tal y como
aparece en su acción manifiesta. Es por ello que el instante es el principal
constituyente de la temporalidad, "por un lado, división y potencia del tiempo, por el
otro, limita y unifica las dos partes."  Elemento indivisible, a la vez ruptura y presencia,
él comparte el tiempo lineal en pasado y futuro; es "el número del movimiento según lo
anterior-posterior". Una suerte de tautología por cierto, ya que la noción de
anterioridad presupone de algún modo la de temporalidad.

     No es que Aristóteles abandone la hipótesis y la idea de apeiron del discípulo de


Tales, sino que las vuelve inoperantes o, al menos, accesorias. Al voluminoso intervalo
del Gran Año, él sustituye la primacía del día sideral. El tiempo encuentra su potencia
en la insistencia de un presente que se basta a sí mismo, -además, Aristóteles es el
filósofo que se basta a sí mismo y que se contenta fácilmente con los juicios de "buen
sentido"- a la vez acto y potencia de lo temporal. "Por una parte, ha sido y no es ya,
por otra, va a ser y no es aún; es eso de lo que se componen el tiempo infinito y el
tiempo indefinido periódico." Así, el Retorno, rebajado a un pasado simple, y el
Devenir, confundido con un simple futuro, no existirían más que por la relación con el
instante que los reúne. El alma no se mueve en su medio, astral, ni conoce la
dimensión cíclica de su desarrollo: se encuentra autónoma, "desligada", ya acósmica.
Esta temporalidad "simplificada" se convierte en el instrumento utilitario de la
localización de los movimientos y de los "actos" de las individualidades.

     Para el estoico Zenón de Cittium, y para su lejano discípulo, el filósofo y astrólogo
Posidonio de Apamea, el tiempo del devenir, parcial, es una apariencia ilusoria: el
tiempo "real", total, es de naturaleza cíclica. Los filósofos estoicos harán del tiempo
cíclico y de sus problemáticas una pieza esencial de su doctrina (cuestiones de encaje
y de sincronización cíclicas, modalidades del Retorno, relaciones del alma con los
cilcos...), tal y como lo relata el obispo neoplatonicista Nemesio (siglo IV d.de C.),
enemigo de la astrología así como del estoicismo, y que presenta el Eterno Retorno
según los ciclos planetarios como una doctrina específicamente estoica: "Los estoicos
dicen (...) que Sócrates existirá de nuevo, incluso Platón también, y cada individuo,
con los mismos amigos y los mismos conciudadanos; las mismas cosas les pasarán,
tendrán el mismo destino y se ocuparán de las mismas cosas."  Platón, sin embargo,
había ya expuesto lo esencial en suTimeo.

     Las nociones de ciclos entrecruzados, de estabilidad y de evolución periódica,


fueron la base de una visión cósmica de lo real, de origen oriental, pero extendida en
todas las latitudes en la época de la astrobiología, a partir del neolítico según René
Berthelot quien forjó la expresión, más tarde, entre el 3000 y el 300 a. de C. según
Georges Gusdorf: "Por un lado todo estaría vivo, incluso el cielo y los astros; por el
otro, todo estaría sometido a unas leyes numéricas, leyes periódicas que serían a la
vez unas leyes de necesidad y unas leyes de armonía y de estabilidad." Los filósofos
griegos han recogido y desarrollado esta concepción milenaria del ser y del tiempo,
concepción orgánica y cósmica, holista, que fue la más vasta y coherente tentativa de
síntesis del saber humano, antes de que la reflexión, humanista, después mecanista,
después materialista y empírica, la abandonara.

 
 2. Henri Bergson: Memoria y Duración.

     El filósofo parisino, profesor del Colegio de Francia en la belle époque, en lucha
contra el intelectualismo y el cientifismo de su tiempo, renovó la dualidad cartesiana
cuerpo/espíritu sustituyendo a la "sustancia pensante" por una suerte de materia o de
memoria temporal. A la reflexión discursiva, analítica, indirecta, externa al objeto y
dividiéndolo, equiparada probablemente de forma equivocada con el "pensamiento"
cartesiano, la sustituye por la noción de intuición o de "consciencia inmediata", facultad
de aprehensión sintética de lo real, por contacto, por coincidencia con el objeto,
participación, simpatía.

     La duración vivida será el tiempo de la conciencia, dada en la intuición, el campo


de la con-fusión del tiempo y de la conciencia en su devenir común. La noción de "dato
inmediato de la conciencia" se relaciona con el sentimiento interior de duración que es
"la forma que toma la sucesión de nuestros estados de conciencia cuando nuestro yo
se deja vivir, cuando se abstiene de establecer una separación entre el estado
presente y los estados anteriores." La duración "totalmente pura" es llamada
indivisible, continua, heterogénea, ya que la interpenetración de los estados de
conciencia caracteriza sus momentos sucesivos. "Si un estado de alma cesara de
variar, su duración cesaría de transcurrir."  Los momentos no se suman; se aglomeran:
"La duración, así vuelta a su pureza original, aparecerá como una multiplicidad
cualitativa, una heterogeneidad absoluta de elementos que vienen a fundirse los unos
con los otros." 

     Durar, es transformarse incesantemente, a la manera de un "vaso de agua


azucarada". El agua y el azúcar toman "su tiempo" para formar el agua azucarada. No
hay diferencia de naturaleza entre el cambio de estado y la existencia en el seno de un
estado, ya que el estado es lo que se transforma, lo que no puede aislarse, lo que
genera en sí mismo una pluralidad indefinida: "La conservación del pasado en el
presente no es otra cosa que la indivisibilidad del cambio."  A cada instante, el pasado
está parcialmente presente en la conciencia. El presente es el resultado de
la supervivencia de una multiplicidad de estados pasados, de la conservación de una
infinidad de vivencias. Una "atención infinita" no podría distinguir lo Antes de lo Actual,
los cuales son el resultado de nuestra indiferencia, de nuestra propensión al olvido: el
pasado, es lo que abandonamos del presente. La memoria es inherente a nuestra
facultad de atención a la vida.

     El estado "es simple, y no puede haber sido ya percibido, ya que concentra en su
indivisibilidad todo lo percibido con además, lo que el presente añade." Cada instante
dura en el sentido de que coexiste con el flujo del pasado en un cierto grado de
"contracción" o de unificación. A cada uno su tiempo, su ritmo, su duración: "Podemos
imaginar unos ritmos diferentes, que, más lentos o más rápidos, medirían el grado de
tensión o de relajación de las conciencias." 

     Esta concepción se opone a la temporalidad lineal de la psique, que no sería más
que una localización utilitaria del tiempo en el espacio, un censo de coincidencias
arbitrarias, una medida de la simultaneidad contingente de dos relojes alejados. En
efecto, "si todos los movimientos del universo se produjeran dos o tres veces más
deprisa, no habría nada que modificar en nuestras fórmulas, ni en los números que en
ellas hacemos entrar." El tiempo que pasa marca todo lo máximo la periodicidad de la
materia inerte. La duración, propiedad cualitativa de lo vivo, no podría ser medida por
los aparatos de la mecánica. Al tiempo cualitativo de la indivisibilidad de la conciencia
se opone al espacio cuantitativo de la divisibilidad de la materia.

     El Yo bergsoniano es portador de una realidad que no pertenece a la materia: "el


intervalo de la cantidad a la calidad ¿no podría entonces ser disminuido por
consideraciones de tensión, así como por las de extensión, la distancia de lo extendido
a lo inextendido?" A la materia extensible se opone una memoria intensiva, es decir,
tensa o susceptible de serlo. La intensidad no es constricción o alargamiento, sino
propagación, multiplicación de los factores implicados, un mayor número de objetos
externos encontrándose asociados a un mayor número de acontecimientos internos.
La atención a lo externo coincide con la tensión hacia lo interior: "No vemos la
diferencia esencial entre el esfuerzo de atención y lo que podríamos llamar como el
esfuerzo de tensión del alma". El par extensivo/intensivo pretende elevar la oposición
entre cualidad y cantidad, unificadas en el seno de una "cantidad intensiva" que sería
un atributo de lo vivo, la "cantidad extensiva" figurando sólo la medida externa. 

     En realidad, Bergson mantiene el dualismo cartesiano -aunque Descartes había


imaginado la existencia de una tercera sustancia, llamada "divina"- y lo generaliza:
duración/extensión, estados/objetos, "memoria pura"/"percepción pura",
continuidad/causalidad, vital/mecánico... El pensamiento de Maine de Biran, al que
Bergson no hace nunca referencia, me parece anterior a este vitalismo "espiritualista":
supo articular, en el seno de una problemática unificada, las tres clases de
"modificaciones psíquicas" que conoce la conciencia, a saber, las afecciones simples,
las sensaciones externas y las modificaciones activas resultado de la intervención de
la voluntad.

     La unión de un pasado que se contrae y de un presente que se suma, define el


carácter heterogéneo de la duración, sometida a la insistencia de la memoria. El
tiempo sólo tiene relación con intervalos más o menos indefinidos, ni sucesivos ni
simultáneos, sino coexistentes. Hay siempre un mayor período, o uno más pequeño,
reabsorbiendo todo límite. Una contracción extrema encerraría también un período, el
mayor imaginable, es decir, lo eterno. Solamente el juego de atención y de la
indiferencia da la impresión de pasar de un período a otro.

     Lo distendido, es pasado "inconsciente", y lo tenso, pasado manifiesto. En


suma, es siempre un pasado que se actualiza. El período bergsosiano se dice vivo
porque se construye a medida que transcurre, porque se inscribe en una continuidad
vivida. La variabilidad de los estados de conciencia es tributaria de un esfuerzo de
atención y de la persistencia del objeto en la percepción.
Es el resultado de la mezcla incensante de los estados anteriores, y nada de
verdaderamente nuevo emerge de este presente de fachada del que el pasado mueve
los hilos.

     No hay verdadera instantaneidad, imprevisibilidad, transformación repentina,


metamorfosis, nada de ruptura ni de renacimiento, y finalmente, nada de posibilidad
real de renovación, sino un re-conocimiento persistente, una interioridad pesada de
todo lo vivido, una conciencia pelele sometida a la rumiación funcional. Bergson olvida
que podemos olvidar rápido.

     Este período que drena la memoria pertenece al mismo paradigma que una religión
que habría traído, en el origen, la carga de una moral de costumbre.  La absorción de
la intuición, pero también de la imaginación, de la sensibilidad, o del pensamiento, en
una suerte de memoria activa y tensa, es el síntoma de un pensamiento que ha
permanecido llanamente "platonicista": "El recuerdo de intuiciones anteriores análogas
es más útil que la intuición misma (...) desplaza la intuición real, de la cual el rol es
entonces sólo (...) el de traer el recuerdo, de darle un cuerpo, de volverlo activo y por
ello actual (...) Percibir termina por no ser más que una ocasión de acordarse (...)"

     Haríamos a Bergson las dos siguientes críticas complementarias: de haber faltado
a la vez a la naturaleza de la conciencia, la cual obedece a unos esquemas propios,
relativamente independientes de la experiencia, y la inocencia del devenir en la
experiencia de la novedad. En efecto, Bergson liga el tiempo al alma en su combate
contra su exterioridad material, pero ignora lo que subrayó Paracelso con brío (y que
sabían los griegos), que los ciclos planetarios son primero unos ciclos interiorizados, y
así pues, que el presente se renueva según una configuración, propia a cada ser, y
que es la marca de su destino. Por otro lado, la intuición bergsoniana, "reflexionada"
ya que, plegada a la voluntad y bajo el esfuerzo de la atención, encadenada a un
inconsciente que habría perdido todo carácter imponderable y que se reabsorbería en
los meandros pantanosos del "ya vivido" -un poco a la manera freudiana finalmente -,
es incapaz de olerse ese posible que es la marca de la eternidad del instante y que
surge, no por la memoria, sino por una suerte de pre-sentimiento, de sentimiento
invertido, no bajo la forma de una experiencia habitual, sino de una luz intemporal, y
no como pasado prolongado, sino como proximidad sentida. 
 

3. Nietzsche: Equilibrio y Retorno Eterno.

"La tierra se ha reproducido probablemente un millón de veces (...). Fue otra vez un
cometa, después un sol de donde surgió el globo. Este ciclo se repite posiblemente
una infinidad de veces, bajo la misma forma, hasta el menor detalle." (Dostoïevski, Los
hermanos Karamazov)

"No tengo que ser más que el equilibrio de oro de todas las cosas." (Nietzsche, 1889)

     En agosto de 1881, la idea de retorno eterno de todas las cosas se impone al
filósofo de Sils Maria con evidencia, y si Nietzche encarna él mismo al "Gran
Mediodía" del pensamiento occidental, es necesario que esto sea en virtud del Eterno
Retorno.
Pero, ¿cómo conciliar el Retorno con la inocencia del Devenir, con la travesura de una
"tirada de dados", si todo vuelve, eternamente repetido, idéntico a sí mismo?

     Según Gilles Deleuze, "el eterno retorno es el ser del devenir. Lo que vuelve no
sería lo Mismo, ni lo Semejante, ni nada de análogo, sino el Devenir propiamente
dicho: "No es el ser el que vuelve, sino que el volver en sí mismo constituye el ser en
tanto que se afirma del devenir y de lo que pasa."  El Eterno Retorno no hace volver a
lo semejante, sino lo dispar, ya que es él mismo lo Semejante, la forma repetitiva de
contenidos variables. Así, las formas no son dejadas al azar, no más que los
"contenidos", y es lo que Deleuze llama el "segundo aspecto del eterno retorno: como
pensamiento ético y selectivo". Lo que vuelve, es la "Voluntad de Poder", la Wille zur
Macht, mejor calificada por "Voluntad hacia el Poder", o el Poder en el sentido dado a
este término por Castaneda.

     Si el Poder vuelve -¡o no vuelve!- es que no es de segundo turno, de segundo tirón,
ni de tercero, para los "gregarios" y "las fuerzas reactivas". Como para Darwin, la
selección retiene sólo a "los fuertes", incluso si no se trata de los mismos fuertes. La
selección es un asunto personal y ético, no una teoría impersonal.

     El darwinismo afirma la selección natural de los más aptos por medio de la
competición (lucha por la comida, por la reproducción, por la "supervivencia"...) y por el
número. La selección retiene a los más domesticados y los más adaptados al medio.
Ahora bien, Nietzsche permanece próximo de Lamarck para quien el transformismo
significa la auto-adaptación activa de los organismos gracias a una voluntad interna, a
un instinto de perfeccionamiento, a un esfuerzo dirigido por una necesidad interna. El
hombre o la mujer, y probablemente no más que el perro, la rata o la hormiga, no viven
para la especie.

     Para Nietzsche, no son los más adaptados los que sobreviven, sino aquellos que,
entre los más molestos, habrán conseguido desestabilizar a sus vecinos. ¡Jesús en
Palestina! La aventura crística habría permanecido como un simple delirio local,
olvidado de la historia, sin el activismo de Pablo en toda la cuenca mediterránea.

     Nietzsche precisa: "Contra la teoría de la influencia del medio y de las causas


exteriores: la fuerza interna es infinitamente superior. (...) Unos medios exactamente
idénticos pueden ser interpretados y utilizados de forma diametralmente opuesta: no
hay hechos."  La fuerza no es nunca la adaptación a lo externo sino la afirmación de lo
interno. La evolución, cultural para Nietzsche -y cada especie de animales posee su
cultura-, es el resultado de la capacidad de resistencia y de integración de los seres
más sensibles. La cuasi-totalidad de estos seres marcados por una fragilidad
constitutiva, por una incapacidad de adaptarse, por una inestabilidad general perecen
inevitablemente. Pero que la sensibilidad se fortalezca, que ésta se apropie de la
fuerza cuando un estado ha sido franqueado y la evolución se resume a la historia, a
los proyectos y a las realizaciones de algunos de estos seres: "Un número incalculable
de individuos de nivel superior está ahora pereciendo: pero aquel que escape de
ella es fuerte como el diablo." La selección no es cuantitativa, estadística, sino
cualitativa, electiva. La fuerza no se define por la abundancia sino por la rareza. Estas
son las "fuerzas activas" que vuelven en lo que tienen de positivo.
     Pero, ¿cómo conciliar este retorno cualitativo con la progresión ineluctable de las
fuerzas reactivas? La historia muestra que las fuerzas reactivas han estado siempre
presentes, que se incrementan incluso con el tiempo si creemos los rumores
"especulativos" (Guy Debord) del siglo XX que expira.

     "¡Hombre! Tu vida entera será de nuevo y siempre girada como un reloj de arena, y
siempre y de nuevo pasará (...) y entonces tú te verás reencontrando cada dolor y
cada placer."  Estas líneas se inscriben en el contexto del "primer aspecto del eterno
retorno: como doctrina cosmológica y física" , ya que no se muestra aún ninguna
diferencia entre las fuerzas, volviendo incansablemente todas las cosas parecidas a
ellas mismas. El escenario físico-cósmico supone la finitud del devenir y la infinitud del
tiempo. En este estadio, no hay orientación, ni selección o distinción, ni refinamiento
en el proceso del Retorno: "Todo vuelve: Sirio y la araña y tus pensamientos en este
momento, y este pensamiento, el tuyo, que todo vuelve."  Tampoco es lo diferenciado
lo que vuelve, lo seleccionado, sino este "Absurdo" eterno, lo Mismo, incluso si es
absurdo: "El Eterno Retorno: como nihilismo cumplido, como crisis.", repite Nietzsche
en 1887.

     El hecho de que lo Mismo vuelva, no permite sin embargo identificarlo con el Ser.
¿Y podemos concebir una entidad que no pertenece ni al Ser, ni al Devenir, sino a
ambos simultáneamente, y que vive finalmente en su frontera común? El Eterno
Retorno encarna esta tercera opción entre el cambio y la permanencia, entre
atomismo y elatismo.

     Nietzsche es heraclitiano, como Platón... Una interpretación hativa reduce al


movilismo las ideas del efesio, que afirmaba la armonía de los contrarios: el mundo
es uno y en fluctuación perpetua, "fuego eternamente vivo", que se diferencia y se
equilibra perpetuamente en sí mismo. No hay ser inmóvil, ya que la movilidad es un
atributo del ser, ni de devenir aleatorio, ya que todo se cumple según la Ley universal,
el logos o "verbo que rige el devenir universal".

     Deleuze cita este texto de Nietzsche: "Si el universo fuera capaz de tener
permanencia y fijeza, y si hubiera en todo su curso un solo instante de ser en el
sentido estricto, éste no podría ya pensar ni observar cualquier tipo de devenir", pero
omite mencionar lo recíproco: "si el mundo se renovara eternamente en su devenir,
estaría así planteado como algo de milagroso en sí mismo, divino creándose
libremente en sí mismo." Así, el Eterno Retorno trasciende el Ser y el Devenir: es el
Devenir despejado de todo "atomismo" y es el Ser libre de todo elatismo. Finalmente,
es el Ser del Devenir y el Devenir del Ser, o también la posibilidad conjunta del Ser y
del Devenir: equilibrio entre dos exigencias, y entre las dos modalidades de la
temporalidad, el Instante eterno y la Espiral evolutiva , dicho de otro modo, entre el
tiempo como presencia y el tiempo como devenir.

     Equilibrio pues entre lo temporal e intemporal, no entre un tiempo lineal y un tiempo
circular: "El mundo subsiste; no es algo que llega a ser, sino algo que pasa. O más
bien: llega a ser, pasa, pero nunca comenzó a llegar a ser y no cesará de pasar,
se mantiene en estos dos procesos... vive de sí mismo: sus excrementos son su
alimento...".
     El Eterno Retorno no es tanto la "síntesis del tiempo y de sus dimensiones", que
una tercera (o primera) dimensión del tiempo, una euritmia de los contrarios, que los
empuja mientras que los atrae, que difiere de ellos más aún cuando se les asemeja:
"Que todo vuelve, es el más extremo acercamiento de un mundo del devenir con el del
ser: cumbre de la contemplación.”

     Deleuze interpreta esta asociación como una subordinación del ser al devenir. Pero
es la Voluntad hacia el Poder el que hace volver lo que deviene, y no el Eterno
Retorno que es la consecuencia: "Imprimir al devenir el carácter del ser, es la suprema
voluntad de poder." De ahí las modificaciones incesantes de perspectiva por desfases
y diferenciación, la tarea de restauración de lo original, y el anabase contra la barbarie:
se trata, manteniéndose en el medio de los estados diversos de la decadencia, de "re-
alcanzar" el Ser siempre renaciendo por el Eterno Retorno. Así, se declina la tétrada
ontológica nietzschiana: el Devenir es lo que transforma, el Ser lo que subsiste, la
Voluntad es el agente de su acercamiento, y el Retorno su resultado.

     El devenir en su totalidad, sea cual sea el "mundo" aprehendido, vegetal, mineral,
animal, inanimado, incorporal, es movido por la Voluntad hacia el Poder, la cual
determina a todas las cosas a llegar a ser lo que son. No es este instinto el que
subsumiría a todos los demás, pero es su cualidad intrínseca común.

     De ello resulta que la "Voluntad de Poder" no aspira a la potencia por sí misma,
sino a la que es en sí misma, la potencia propia, que no quiere ni desea nada de lo
que existe ya en la legitimidad de su ser: "No tengo el recuerdo de haber cometido
nunca un esfuerzo en vistas de algo; en toda mi vida no se encuentra un solo rasgo
de lucha, soy lo contrario de una naturaleza heoica; "querer" algo, "aspirar" a algo,
tener en perspectiva un "objetivo", un "deseo", todo eso yo no lo conozco por
experiencia. (...) Yo no desearía en absoluto que las cosas fueran de otro modo a lo
que son; yo mismo, no quiero cambiar..." La Voluntad hacia el Poder no se fija un
objetivo, sino que anula sus "objetivos" alcanzándolos; no persigue lo que ha sido ni
incluso lo que es, sino que se esmera en lo que siente devenir, ya que su destino
último, inmediato y a la vez lejano, es el Retorno en sí mismo.

     El Eterno Retorno está más allá de lo cíclico: coordina el círculo de lo estable y la
línea sinuosa de lo variable. Lo inmutable se transforma cuando lo inestable se
eterniza. Lo mismo no vuelve ni en el tiempo ni en el espacio: está eternamente
presente en el Retorno. E incluso si el período temporal tiene una duración cuasi
ilimitada, comparable con los mil Mahayugas que forman el kalpa o un día de Brahma
en el Mânava-Dharma.Shâstra de tradición brahmánica, el retorno no se hace nunca
esperar. Es inmediato e imprevisible, no dejando ningún recuerdo, ni ninguna
"reminiscencia" en la conciencia: "Vosotros creéis disponer de un largo reposo hasta el
renacimiento -¡no os equivoquéis! Entre el último instante de la conciencia y la primera
luz de la nueva vida, no hay "tiempo"-sino es como una chispa-, cuando incluso las
criaturas vivientes lo medirían por billones de años y no sabrían únicamente medirlo.
Intemporalidad y sucesión son perfectamente compatibles, ¡tan pronto como ha
desaparecido el intelecto!...". Para Nietzsche el tiempo es a la vez intempral y de un
intemporal que indaga tanto el pasado como el futuro.
     En apariencia, el Retorno justifica la cohesión del todo, el valor de la vida, y
también legitima la existencia de cada ser, de cada entidad, de cada instante, de cada
acontecimiento, ya que nada existe fuera del Retorno. Él reconcilia la lógica y la
mística, la certitud de la muerte y la aspiración a la eternidad de la vida, pero en este
mudo.

     En realidad, el Retorno es el perpetuo y necesario cumplimiento de la Voluntad


hacia el Poder; él asegura la permanencia de las "fuerzas activas". Las "fuerzas
reactivas", ellas, vuelven siempre, no importa cómo. El Retorno es una explicación
total, pero parcial, que se desinteresa del destino de las fuerzas reactivas y justifica la
manifestación de las fuerzas activas, las cuales se regeneran ellas mismas y se
preparan siempre para volver cuando devienen, y a devenir cuando ellas vuelven. Sin
embargo, ¿cómo se puede acreditar esta inocencia de las fuerzas activas? ¿Cómo lo
activo subsistiría sin lo reactivo? ¿Lo Noble sin lo vulgar?

     El Retorno cumple el Ser y actualiza el Devenir. "El curso circular no es nada de lo
devenido (...) Todo devenir está en el interior del trayecto circular y de la cantidad de
fuerzas." El Retorno es este equilibrio, este "mismo objetivo" siempre alcanzado por el
Poder: "Si sumprimimos de la evolución la idea de un fin, ¿afirmaríamos a pesar de
todo la evolución? Sí, si en el interior de esta evolución y en cada uno de sus
momentos una finalidad se encontrase afectada, y siempre el mismo objetivo." ¿Cómo
conciliar entonces la idea de un retorno selectivo con la del Devenir como momento
cíclico? Nietzsche responde: "El pensamiento del Retorno como principio
de selección al servicio de la fuerza (¡y de la barbarie!)". 

     Y es que una segunda articulación entra en juego: la idea misma del Retorno es
selectiva, hic et nunc, y no en el momento de la repetición del ciclo. Si las fuerzas
activas vuelven, es porque han superado ya la prueba del Retorno, es porque tienen la
voluntad de volver, de tal forma que la idea de Retorno es la prueba misma de la
selección.

     Es hoy "el nuevo peso" sobre la conciencia humana, el imperativo ético individual y
colectivo, el que opera en la selección en el seno de un entorno nihilista: "La cuestión
que te planteas para todo lo que quieres hacer: "¿Lo querría yo de tal forma que lo
quiero hacer innombrables veces?", constituye el peso más grande." El Retorno borra
la ilusión de existir en el placer de un presente fugitivo, como el ideal "socialista" del
"bienestar del fugitivo individuo". La alegría, con Beethoven, a veces la "Felicidad"
(pero, ¿Nietzsche la encontró alguna vez?), ¡más que el placer y el bienestar!, son los
únicos valores acreditados por las sociedades sin cabeza que se precipitan hacia su
pérdida.

     La selección se cumple en el momento en el que la idea del Retorno brilla en el


zénit de las conciencias, y este momento se repite un número infinito de veces. "Y en
cada eslabón de la humana existencia, absolutamente parlante, viene siempre un
momento donde primero a uno sólo, después a varios, después a todos, se revela el
más potente pensamiento, el del eterno retorno de todas las cosas, y es a cada vez
para la humanidad, la hora del Mediodía."

    
La selección, o mejor dicho, la auto-selección, e incluso la auto-elección (¡ya que sólo
es elegido aquel que se elige para serlo!), se efectúa ahora para activar el
Retorno más tarde. La idea del Retorno actúa de forma diferente en las conciencias y
son numerosos los que abandonan. Progresivamente, pero ineluctablemente, el huevo
luminoso de la conciencia no irradia ya y se deja invadir y confundir, por retomar la
imagen de Castaneda. "Sólo aquel que mantiene su existencia porque es capaz de
repetirse eternamente, subsistirá". El Retorno cíclico no es una cuestión de
cosmogonia en tanto que el cosmos está presente en la conciencia siempre vivificado
por el Retorno.

Así, el Eterno Retorno puede ser aprehendido según tres modalidades: en su esencia,
es el equilibrio del Ser y del Devenir; en su existencia y por su relación con la Wille zur
Match, provee el problemático mantenimiento de las fuerzas activas, de las fuerzas
sensibles; en su apariencia ideal y por su impacto en la conciencia, opera su obra
selectiva y discriminadora.

     El último cumplimiento de las fuerzas activas reside en la capacidad de equilibrio: el


funámbulo de Zaratustra entre el cielo y la tierra. Si sólo hay voluntad de poder, sólo
hay fuerza en el equilibrio. Se trata de mantenerse en la frontera, de operar en los dos
extremos simultáneamente, de seguir la "vía" en los dos sentidos, de obrar en los dos
lados, de elaborar la genealogía y de preparar la transvaluación, de soportar no un
fardo, sino dos, tres, cuatro, tan pesados como queramos, pero sobre todo
equilibrados, más que en el medio, en el "mediodía" surge el aplomo, peligroso, a
merced del menor soplo, pero vivo. Ser arqueólogo, filólogo y futurólogo,
¡visionario! Es la sensibilidad la que opera en la cresta de los abismos. El equilibrio es
la consecuencia de una diferenciación cada vez más aguda entre dos polos asociados.
El uno sólo se distingue del otro mientras que se le parece. Solamente entidades
comparables pueden ser a la vez simultáneas y equipolentes.

     Entonces, ¿cómo ligar a Dionisos sin Apolo, cómo anunciar el Anticristo sin Cristo?
Ya que Jesús había ya comprendido la eternidad de las "fuerzas activas" y eliminación
de las "fuerzas reactivas": "Este cielo pasara, y el que esté por encima de él pasara:
pero aquellos que están muertos no vivirán más, y aquellos que viven no morirán."
Cristo es el primer anunciador de "la muerte de Dios" -del dios Judío ortodoxo- y, como
lo subrayó Orígenes, del advenimiento del dios interior, tan cercano, pero en singular,
de los dioses planetarios de los astrólogos: "Si la gente os pregunta: '¿Qué signo de
vuestro Padre está en vosotros?' -decidles: 'Es un movimiento y un reposo'." 

     El "reino interior" es precisamente ese movimiento y ese reposo, esos flujos,
crestas y depresiones de fuerzas y de energía cósmica, psíquica -psíquico-astral-
dicen los astrólogos.  Y no se ultraja la fuerza que está en nosotros, ya que es nuestro
único "bien"; las imaginerías y alegorías simbólicas no son más que un mal menor:
"Quien ha blasfemado contra el Padre, será perdonado, y el que ha blasfemado contra
el Hijo, será perdonado: pero aquel que ha blasfemado contra el Espíritu Santo, no
será perdonado, ni en la tierra, ni en el cielo."

     Nietzsche, que permanece como cristiano, opuso seriamente a Jesús con los
"asnos cristinanos": "¿Qué es lo que Cristo negó? Todo lo que trae al presente el
nombre de cristiano." Según la mayor parte de los comentadores, Nietzsche habría
evolucionado de la antinomia Apolo/Dionisos (en El nacimiento de la tragedia) a la
oposición "Dionisos contra el crucificado (en Ecce Homo) con el eclipse de la polaridad
apoliniana. Es un error, ya que son Zaratustra, ese para quien "el alma que tiene la
más larga escala y que puede descender a lo más bajo" , y también Apolo, quienes
claman al final de Ecce Homo, este enigma es la última sentencia de la obra
nietzscheniana: "¿Me han entendido? Dionisos de cara al Crucificado...".

     "Hat man mich verstanden? -Dionysos gegen den Gekreuzigten..." Gegen, ¡no en el


sentido de wider (contra, opuesto) sino en el sentido de gegenüber (de cara, enfrente,
en equilibrio)!  Apolo, instancia de equilibrio y de mesura, no podría ser una de las
fuerzas que trabajan en la balanza: él se confunde con la balanza misma. Es por ello
que Dionisos no elimina al Crucificado: están frente a frente. La mesura es el deseo de
los extremos, es el cumplimiento durante la comparecencia de las fuerzas, activa la
tensión de su confrontación. Apolo reina sobre el cuchillo.

     Entonces, si el Ser permanece escondido a semejanza de Apolo, ¡es sin duda que
no se destituye el platonismo! Un simple cambio de polaridad en la transvaluación no
es suficiente. Y por otro lado, ¿qué destituir después de Platón? ¿No anunció él la
ilusión del mundo sensible y por ello establecido, definitivamente, la "gran destitución"?
¿Es suficiente con modificar el estatus de la ilusión en el seno del Ser y del Devenir?
Un "segundo derrocamiento" tal, ¿no es superfluo? No podría ser más que
coextensible al primero ya que no se puede poner un velo y desvelar el Ser
simultáneamente. Y poco importan los nombres que le son dados: "Estas aserciones
os perturban y se duda que estas ideas existan, o si, en última instancia se admiten,
estamos forzados a reconocer que son incognoscibles para la naturaleza humana."

     El Eterno Retorno es una economía del equilibrio. Es el hilo del funambulista que
comparte el abismo, doblemente peligroso, de parte a parte, tal como el Ser y el
Devenir. El movimiento, bien sea externo (Heráclito), psíquico (o más bien "interior"
según Agustín) o mental (Descartes), resulta siempre de las modificaciones de
una energía. Ahora bien, si cualquier estabilidad pudiera perdurar, sería de toda la
eternidad y ninguna exterioridad podría perturbarla: el Ser absoluto es inconcebible. Si,
por el contrario, el movimiento produciera siempre nuevas figuras, sería necesario que
la fuerza sea ella misma infinita: el Devenir absoluto es igualmente inconcebible.

     Es necesario pues, que exista "un ciclo de un número determinado de


modificaciones que no cese de desarrollarse de nuevo". El Retorno es ese equilibrio
entre la eternidad de la "fuerza" y su transformación incesante por el Devenir. "Todo
devenir se mueve en la repetición de un número determinado de estados
absolutamente idénticos."  Así, no hay devenir "infinitamente nuevo" ya que eso
"supondría una fuerza infinitamente creciente". No hay ya un devenir que evolucione
hacia culquier tipo de "finalidad", si no es la del Revenir mismo.

     La naturaleza de la "fuerza" es la de volver siempre la misma transformándose


continuamente; dicho de otro modo, es temporal. Cada momento es nuevo en el seno
del ciclo, y eternamente repetido. Pertenece intensamente al ser y al devenir. El
Retorno es el aplomo, no de la totalidad, sino de cada uno de los momentos del ciclo.
En suma, no hay equilibrio neutralizante para el conjunto, sino un
equilibriointensificante para cada uno de sus momentos. 
     Nietzsche no se equivoca al distinguir su propia concepción del Retorno de la que
podemos imaginar en los griegos, sobre todo a partir de algunos fragmentos
rescatados de los escritos de Anaximandro y de Heráclito. Son los "estados de la
energía" los que vuelven y se re-presentan idénticos, y no los seres concretos o
formales, objetos o representaciones: "La medida de la fuerza del Todo es
determinada, no hay nada de "infinito" (...) En cambio, el tiempo en el que el todo
ejerce su fuerza, es perfectamente infinito, es decir, la fuerza está ahí eternamente
idéntica, eternamente activa." 

     Así, el Retorno no es solamente el momento del equilibrio, es también la ocasión de


la intensificación de la fuerza en el equilibrio. Esta diferencia ontológica implica las
"actitudes morales" divergentes. Con Anaximandro, toda emancipación individual es
culpable por deferencia al Todo, al Ser eterno, y debe expiar por la muerte lo que es la
culminación y el castigo. Con Zaratustra, el Devenir, desembarazado de todo
imperativo moral y de toda sustancialidad, es restablecido en su "inocencia", es decir,
en su diferencia, siempre reafirmada por la Wille zur Match. Y el pensamiento de
Nietzsche restituye ¡la-fuerza-siempre-la-misma - Maná! En el acto de afirmación del
Retorno. 

También podría gustarte