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La filosofía del espacio y el tiempo, también conocida como cosmología filosófica, es la rama de la filosofía que trata de los
aspectos referidos a la ontología, la epistemología y la naturaleza del espacio y el tiempo. Los problemas vinculados al espacio y al
tiempo tradicionalmente han sido centrales en los sistemas filosóficos, desde los presocráticos hasta Bergson y Heidegger. La filosofía
analítica y el positivismo lógico, en ejercicio de su crítica del método científico y la metafísica tradicionales, los han estudiado con
particular interés desde sus comienzos.
Cuestiones básicas[editar]
Aunque no se limita a ellas, la filosofía del espacio y el tiempo se ocupa de las siguientes cuestiones:
Modelos históricos1[editar]
En la Antigüedad[editar]
La concepción mítica característica de las culturas antiguas, como la de los incas, mayas, hopis, y otras tribus indígenas, además de
los egipcios, babilonios, los griegos, el hinduismo, el budismo, el jainismo, y otras culturas, contempla la «rueda de tiempo», que
considera el mismo como cíclico o circular, produciéndose una repetición incesante de edades y de entes, de nacimiento y extinción.
El concepto judeocristiano, basado en la Biblia, define el tiempo, por el contrario, como lineal, comenzando con el acto de creación por
Dios. La visión cristiana contempla un principio y un final del tiempo (el fin del mundo).
Los primeros filósofos, los griegos presocráticos, operaron el trasvase o transformación del mito en el logos, es decir, de una visión de
los fenómenos basada en la superstición y la fábula, a una concepción de los mismos fundada en el entendimiento y la razón, primer
antecedente de la ciencia moderna. Advirtieron en primer lugar que el mundo, o physis, es una realidad diversa (sustancia) que se
halla en continua y perpetua transformación, lo que de alguna forma ya prefigura los modernos conceptos de espacio y tiempo. Para
dichos filósofos el problema del «espacio», en concreto, se centró en la discusión en torno a «lo lleno» y «lo vacío», o, lo que es lo
mismo, en torno al ser y al no ser.2 Sobre el «tiempo», distinguían entre lo intemporal, ligado al ser, y lo temporal, ligado al devenir.3
Los pitagóricos introducían en el problema la abstracción, a través de un elemento nuevo: crearon la metafísica del número. Si
para Tales de Mileto el principio generador del universo era el agua y para Anaximandro el infinito, para los pitagóricos el número
subyacía a toda realidad.
El debate sobre el devenir temporal tiene raíces filosóficas que se remontan a los filósofos
presocráticos Heráclito de Éfeso y Parménides de Elea.4 Heráclito consideraba que todo se halla en perpetuo cambio y transformación;
el movimiento es la ley del universo, y su principio, el fuego. «Todo fluye», afirmaba, por lo que para él primaba
el tiempo o devenir sobre el ser. Parménides representa tradicionalmente la postura contraria. Entendía, por ejemplo, la eternidad, no
como duración infinita, sino como negación del tiempo: «El ser nunca ha sido ni será, porque es ahora todo él, uno y continuo».
Opinaba que el movimiento es imposible, pues el cambio es el paso del ser al no ser o la inversa, del no ser al ser. Esto es
inaceptable, ya que el no ser no existe y nada puede surgir de él.
Platón supone una especie de síntesis, es decir, la unión o suma de estas dos doctrinas presocráticas contrapuestas. Por un lado
tenemos el mundo sensible, caracterizado por un proceso constante de transformación y, por otro, el mundo abstracto y perfecto de
las Ideas, caracterizado por la eternidad y la incorruptibilidad.
Busto de Aristóteles
Aristóteles, discípulo de Platón, consideraba el mundo como formado de sustancia, dotada a su vez de materia y de forma, pero no
creía en la división platónica entre mundo sensible y mundo de las ideas. Por otra parte, definió el tiempo como «el número
del movimiento según el antes y el después... Ahora bien, es imposible que se generen o destruyan ni el movimiento (pues existe de
siempre), ni el tiempo, ya que no podrían existir el antes y el después si no hubiera tiempo. Y ciertamente, el movimiento es continuo
como el tiempo, pues este o es lo mismo o es una afección del movimiento» (Metafísica, IV,11).
Zenón de Elea pensaba que ni movimiento ni tiempo ni espacio eran reales, lo que trató de demostrar a través de sus
conocidas paradojas (como la de Aquiles y la tortuga), las cuales muchas veces han sido consideradas
simples sofismas o falacias. Aristóteles demostró su falsedad, sin embargo, los matemáticos actuales tienden a exaltar la figura de
Zenón, principalmente porque de sus planteamientos se derivaría más tarde el llamado cálculo infinitesimal.
El espacio en sí fue abstraído y descrito en sus elementos esenciales por el que se ha llamado padre de
la geometría, Euclides de Alejandría, quien había recogido el legado de Pitágoras. Más de dos mil años más tarde, Albert
Einstein procedería, a través de la Teoría de la relatividad, a fundir por vez primera las categorías de espacio y tiempo, totalmente
separadas desde Euclides, en lo que se ha definido como una "geometrización" de la física: el espacio-tiempo.5
En la Edad Media y el Renacimiento[editar]
La filosofías cristianas patrística y la escolástica de la Edad Media, conceptúan el universo y el tiempo en términos teológicos, o
de creación.
Para San Agustín, Dios es el creador de todo lo que existe en el tiempo, y también del tiempo mismo. Es célebre su proverbio: «¿Qué
es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si quisiera explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé.» Considera que el tiempo
consiste en «pasar desde un pasado, que ya no existe, a un presente cuyo ser consiste en pasar al futuro, que todavía no es».
Concluye que el tiempo se da en el espíritu o alma humana en cuanto capacidad de enlazar el pasado retenido en la memoria con la
expectativa del futuro en el presente, lo que es posible por la permanencia de la identidad subjetiva del alma. Subraya entonces el
carácter subjetivo del tiempo, con una mentalidad avanzada de lo que será en la Edad Moderna la conciencia de Descartes.6
Para San Anselmo, las cosas creadas no podían proceder de la materia, sino de la nada, a partir de la actividad divina; asimismo, la
creación es "continua". Para Averroes, la elección de la creación de Dios es eterna y constante, y no puede hablarse de un comienzo
del mundo. San Alberto Magno afirmó: «El comienzo del mundo por creación no es una proposición física y no puede demostrarse
físicamente». (Physica, VIII, 1, 4). Guillermo de Ockham, refutando la metafísica tradicional que partía de Aristóteles, admitía la
"probabilidad" de las cosas, así, la eternidad es altamente probable, dada la dificultad de concebir el comienzo del mundo en el tiempo.
Los conceptos de universo, espacio y tiempo, tal y como hoy los entendemos, tienen su origen en los grandes pioneros de
la ciencia surgidos en la época renacentista, los Kepler, Galileo y Francis Bacon, quienes abrieron camino, con el
sustento racionalista de Descartes, a los grandes teóricos de la materia en la Era Moderna.
El siglo XIX[editar]
Una de las aportaciones más importantes realizadas al estudio del tiempo en el siglo XIX es obra de F. W. J. Schelling, una de las
figuras relevantes del llamado idealismo alemán. La obra clave para el estudio de esta cuestión en este filósofo es Las edades del
mundo (Die Weltalter), un texto que no fue publicado en vida del autor y del que tenemos tres versiones muy similares (de 1811, 1813
y 1815) aunque diferentes en algunos aspectos importantes. En este trabajo Schelling pretende conocer el tiempo premundano
(vorweltlichen Zeit), es decir, el tiempo anterior a la creación del mundo. Sin embargo, esto no es posible porque no tenemos fuentes
directas; utiliza, por lo tanto, fuentes indirectas; estas consisten en el autoconocimiento del ser humano (método antropomorfista) y en
discursos divinos revelados, básicamente en el Antiguo Testamento. Su investigación le lleva a la conclusión de que el verdadero
pasado es el pasado anterior a la creación del mundo y el verdadero futuro es el postmundano.7 Defiende un concepto orgánico del
tiempo, donde cada ser posee su propio tiempo interno y critica una concepción objetivista de la temporalidad.8 Su estudio del tiempo
debemos situarlo dentro de una concepción teológica, ya que identifica el pasado con el Padre, el presente con el Hijo y el futuro con
el Espíritu; elabora, de esta forma, un sistema trinitario que se identifica con cada una de las manifestaciones de la divinidad
defendidas por la religión cristiana.
El eterno retorno[editar]
El concepto circular del tiempo, muy extendido, como se ha visto, en todas las épocas y regiones, tiene sus raíces, por una parte, en
las ideas de eternidad e inmortalidad del Antiguo Egipto, donde el escarabajo era considerado símbolo de la renovación eterna de la
vida. El modelo de universo cíclico es también muy importante dentro de las doctrinas orientales hinduista y budista, a través de su
noción de la rueda de la vida o samsara, que representa un ciclo sin fin de nacimiento, vida y muerte, del cual es necesario liberarse.
Estas ideas fueron retomadas en Occidente por los filósofos pitagóricos y estoicos, entre otros. En el Renacimiento los alquimistas
representaban el ouroboros, el símbolo por excelencia de la eterna repetición.
La repetición incesante fue esgrimida por pensadores muy posteriores como Giambattista Vico, con su teoría de los cursos y recursos
(ciclos) interminables de la historia, y Friedrich Nietzsche, con su concepto del eterno retorno de lo idéntico, en el que, a diferencia de
la visión cíclica del tiempo, no se trata de ciclos ni de nuevas combinaciones en otras posibilidades, sino de que los mismos
acontecimientos se vuelven a repetir en el mismo orden, tal cual ocurrieron, sin posibilidad de variación.
El pensamiento de que esta vida, tal como la hemos vivido, tendrá que ser revivida otra vez, y una cantidad innumerable de veces, que
no habrá nada nuevo y que tanto las cosas más grandes como las más pequeñas volverán para nosotros en la misma sucesión y en el
mismo orden, este pensamiento es tal que puede sumir en la desesperación al hombre aparentemente más fuerte. [y sin embargo] hay
que alcanzar la voluntad de querer que retorne todo lo que ya ha sucedido, de querer en lo sucesivo todo lo que acontecerá. Hay que
amar la vida y a nosotros mismos más allá de todo límite para no poder desear otra cosa que esta eterna y suprema confirmación.9
Científicos actuales como John Richard Gott, con su teoría de los universos autogenerados, Roger Penrose, con su cosmología cíclica
conforme, Peter Lynds que supone la repetición infinita del tiempo, y Henri Poincaré, con su teorema de la recurrencia, contemplan,
cada cual a su manera, una visión circular e interminable del tiempo y el universo que viene a coincidir llamativamente, en lo
fundamental, con la de las culturas antiguas.
Realismo y anti-realismo[editar]
La dualidad realismo-idealismo es heredera de algunas de las ideas mencionadas anteriormente. Una postura tradicional del
pensador realista en ontología es que el tiempo y el espacio tienen una existencia aparte de la mente humana. El idealista, en cambio,
niega o duda de la existencia de los objetos con independencia de la mente. Algunos antirealistas que a pesar de serlo mantienen el
punto de vista ontológico de que los objetos fuera de la mente existen, dudan sin embargo de la existencia independiente del tiempo y
del espacio.
El filósofo idealista alemán Immanuel Kant, en su obra central y más conocida, Crítica de la razón pura, describió el tiempo y el
espacio como formas puras a priori de la sensibilidad: se trata no de conceptos, sino, en efecto, de «formas de la sensibilidad» que
suponen condiciones apriorísticas, o necesarias, para cualquier posible experiencia, ya que posibilitan la percepción de los sentidos.
(Su función es complementada por las categorías, nociones también a priori, como causalidad, sustancia, etc., que permiten que
comprendamos lo que percibimos con los sentidos.) Para Kant, ni el espacio ni el tiempo se conciben como sustancias, sino que más
bien se trata de elementos de un armazón o estructura sistemáticos que utilizamos para organizar nuestra experiencia. Así, las
medidas espaciales se utilizan para cuantificar hasta dónde se encuentran los objetos separados, y las medidas temporales para
comparar cuantitativamente el intervalo entre (o la duración de) los acontecimientos.
Otros idealistas, tales como J. M. E. McTaggart, en su controvertida obra Unreality of Time (La irrealidad del tiempo) han mantenido
que lo que entendemos por "tiempo" es una simple ilusión (véase El flujo del tiempo, más abajo).
Los autores propuestos aquí son en su mayor parte “realistas” en el sentido aludido. Por ejemplo, el filósofo Gottfried Leibniz sostuvo
que lo que él denominó mónadas existía independientemente de la mente del observador.
Absolutismo y relacionismo[editar]
Leibniz y Newton[editar]
La gran discusión se establece a la hora de definir las nociones de espacio y de tiempo como objetos verdaderos por sí mismos
(absolutismo), o si su existencia depende de la de otros objetos reales (relacionismo y relacionalismo). Comenzó entre los físicos Isaac
Newton (a través de su portavoz, Samuel Clarke) y el mencionado Gottfried Leibniz, y se encuentra recogida en el archivo de la
correspondencia Leibniz-Clarke.
Gottfried Leibniz
Discutiendo contra la posición del absolutismo, Leibniz propone una serie de experimentos mentales a fin de demostrar que es
contradictorio afirmar la existencia de hechos tales como localización y velocidad absolutas, con lo que se anticipó en casi doscientos
cincuenta años a las tesis fundamentales de la física moderna. Estas discusiones tienen mucho que ver con dos principios centrales
de su filosofía: el principio de razón suficiente y la identidad de indiscernibles. El principio de razón suficiente sostiene que de cada
hecho hay una razón que es suficiente para explicar de qué manera y por qué razón es tal cual es, y no de otra manera distinta. La
identidad de indiscernibles indica que si no hay forma de demostrar que dos entidades son diversas entonces son una y la misma cosa
(o dicho de otra manera, dos objetos son idénticos, o el mismo, si comparten todas sus propiedades).
Leibniz propone en su ejemplo dos universos distintos ubicados en el espacio absoluto. La única diferencia perceptible entre ellos es
que el segundo está colocado cinco pies a la izquierda del primero. La posibilidad del ejemplo solo tiene sentido si existe una cosa tal
como el espacio absoluto. Leibniz, sin embargo, la descarta, pues, si un universo se hallase ubicado en un espacio absoluto no tendría
razón suficiente, dado que dicho universo podría haberse hallado en cualquier otro lugar. Del mismo modo se contradiría la identidad
de indiscernibles, por cuanto existirían dos universos juntos y perceptibles en todas sus formas e indiscernibles uno del otro, lo que es
una contradicción en sí mismo.
La réplica de Clarke (y Newton) a Leibniz viene reflejada en el llamado "argumento del cubo" (bucket argument): al llenar de agua un
cubo colgado de una cuerda y dejarlo reposar, se observará que la superficie del agua será plana, pero si se hace girar el cubo sobre
sí mismo la superficie se volverá cóncava. Si se detiene el giro, el agua continuará girando libremente en su interior, y mientras que las
vueltas continúen la superficie seguirá siendo cóncava. Dicha superficie cóncava no es al parecer atribuible a la interacción del cubo y
el agua, puesto que el agua es plana cuando el cubo está quieto, llega a ser cóncava cuando comienza a girar y lo sigue siendo
cuando el cubo queda inmóvil.
En esta respuesta, Clarke afirma la necesidad de la existencia del espacio absoluto para explicar fenómenos como la rotación y
la aceleración, los cuales no es posible explicar con argumentos puramente relacionistas. Clarke arguye que puesto que la curvatura
del agua ocurre en el cubo que rota, así como en el cubo ya parado, eso solo es explicable por el hecho de que dicha rotación se
produce en relación con una especie de tercer espacio o circunstancia absolutos.
Leibniz describe un espacio que exista solamente como marco de relación entre los objetos, y que no tiene existencia alguna aparte
de esos objetos. Así, el movimiento existe solamente como relación entre esos objetos. Por su parte, el espacio newtoniano
proporcionó el marco de referencia absoluto dentro del cual los objetos pueden moverse, pero en el sistema newtoniano el marco de
referencia existe independientemente de los objetos en él contenidos. Estos objetos pueden describirse como moviéndose en relación
al espacio mismo.
Durante varios siglos, la evidencia de esa superficie cóncava del agua fue prueba de la autoridad de Newton.
Mach[editar]
Otra figura importante en esta polémica es el físico decimonónico Ernst Mach. Este autor no negó la existencia de fenómenos como
los descritos en el ejemplo del cubo, pero sí la conclusión absolutista, ofreciendo una respuesta alternativa a aquello respecto de lo
cual rotaba el cubo. Mach sostuvo que eran las estrellas fijas.
Ernst Mach
Mach sugirió que un experimento mental como el argumento del cubo era problemático. Si nos imagináramos un universo que
contiene solamente un cubo, con arreglo al ejemplo de Newton, este cubo podría hacerse girar en relación al espacio absoluto, y el
agua en él contenida formaría la característica superficie curvada. No obstante, en ausencia de todo lo demás en el universo, sería
difícil demostrar que el cubo estaba, de hecho, girando. En tal caso parece igualmente posible que la superficie del agua en el cubo
permaneciese plana.
Mach arguyó que, en efecto, en un universo distinto y vacío el agua seguiría estando plana. Ahora bien, si otro objeto fuese introducido
en este universo, quizás una estrella distante, en tal caso existiría algo en relación a lo cual el cubo se vería rotando. El agua dentro
del cubo podría posiblemente mostrar una leve ondulación. La explicación de la misma estaría en el aumento del número de objetos
en el universo, que haría aumentar a su vez la concavidad en el agua. Mach añadió que el impulso de un objeto, ya sea angular o
lineal, existe como resultado de la suma de los efectos de otros objetos en el universo (principio de Mach).
Einstein[editar]
Albert Einstein, uno de los físicos más importantes del siglo XX, propuso que tales relativismos se hallaban basados en el principio de
la relatividad. Esta teoría sostiene que las reglas de la física deben ser iguales para todos los observadores, sin importar la localización
del marco de referencia que se utilice. La dificultad más grande para esta idea provenía de las llamadas ecuaciones de Maxwell. Estas
incluían la velocidad de la luz en el vacío e implicaban que la velocidad de la luz era solamente constante con relación a lo que
antiguamente se denominaba éter luminífero.
Einstein comprobó que todas las tentativas de medir cualquier velocidad con relación a este éter habían fallado, de lo que dedujo que
en el universo no existe ningún marco referencial fijo. La relatividad especial es una formalización del principio de la relatividad que no
contempla un marco de referencia inercial de ningún tipo, tal como el éter o el espacio absoluto.
Einstein instituyó una relatividad ajena a todo marco de referencia no inercial. Alcanzó esta premisa postulando el principio de
equivalencia, que sostiene que el impulso experimentado por un observador en un campo gravitacional dado y el que sufre un
observador en un marco de referencia acelerado son indistinguibles. Esto condujo a la conclusión de que la masa de un objeto es
capaz de curvar la geometría del espacio-tiempo que lo rodea, según aparece descrito en las ecuaciones de campo de Einstein.
Un marco de referencia inercial es aquel que se halla siguiendo una línea geodésica del espacio-tiempo. Dentro de la relatividad
general, los objetos se mueven sobre geodésicas. Las trayectorias geodésicas son generadas debido a la curvatura del espacio. Sin
embargo, un objeto puntual moviéndose en el espacio no percibirá la gravedad pues se desplaza a lo largo de estas geodésicas, que
definen marcos de referencia inerciales. La única posibilidad de medir la atracción gravitacional es comprobando más de una
geodésica; de esta manera es posible comparar la aceleración relativa entre ellas, que existirá solo si el espacio-tiempo está curvado.
En este sentido, un objeto que permanece en tierra experimentará una fuerza, ya que la superficie del planeta impide que el cuerpo
siga la trayectoria natural impuesta por su geodésica.
Einstein apoya parcialmente el principio de Mach de que las estrellas distantes explican la inercia, ya que proporcionan el campo
gravitacional contra el cual se mueven la aceleración y la propia inercia. Pero contrariamente a la tesis de Leibniz, este espacio-tiempo
curvado constituye parte integral del objeto, al igual que sus otras características definitorias, tales como volumen y masa. Si uno
sostiene, en contra de la creencia idealista, que los objetos existen independientemente de la mente, diríase que dicho relativismo le
obliga a la vez a sostener que espacio y tiempo son, en igual medida, independientes.
Espacio y tiempo[editar]
Su concepto de "espacio" arranca de la siguiente consideración metodológica: «Las preguntas sobre la esencia de algo solo pueden
intentar descubrir el carácter del conjunto de experiencias sensoriales al que se refieren los conceptos. En cuanto al problema del
espacio, creo que le ha de preceder el de objeto material. […] Creo que este concepto de espacio intermedio, generado por la elección
especial del cuerpo que lo rellena, es el punto de partida para el concepto de espacio.»10 En su definición, relaciona el concepto de
"espacio" con los de "gravitación", "masa", "geometría" y "estructura", la cual sería relativa a determinadas "influencias físicas":
«Debido a que el campo gravitatorio queda determinado por la configuración de masas y varía al variar dicha configuración, la
estructura geométrica de este espacio depende también de factores físicos. El espacio ya no es, pues, según esta teoría —
exactamente como lo había presentido Riemann— absoluto, sino que su estructura depende de influencias físicas. La geometría
(física) no es una ciencia encerrada en sí misma, más que la geometría de Euclides».11
El concepto de "tiempo" en la relatividad especial, opuesto al tiempo absoluto newtoniano, se inspira en la imposibilidad de establecer
la simultaneidad de sucesos que se registran en marcos de referencia distintos: una localización temporal tiene solo sentido cuando se
indica el marco de referencia al que se remite. Para Einstein, todo juicio sobre el tiempo no es sobre el tiempo en sí mismo (absoluto),
sino sobre sucesos simultáneos: «Si por ejemplo digo que "Ese tren llega aquí a las 7 en punto", quiero decir algo como "La posición
de la manecilla pequeña de mi reloj en el 7 y la llegada del tren son eventos simultáneos"»,12 pero sin olvidar que tal simultaneidad,
cuando no se da en reposo, es ilusoria.
El concepto relativo o estructural de "espacio", ya aludido, se explica mejor si tratamos de medir los cuerpos en él "inscritos". Es decir,
la relatividad de la simultaneidad de dos sucesos (magnitud temporal) se refleja también en la relatividad de las longitudes (magnitud
espacial). El problema de la indefinición se repite cuando pretenden medirse, simultáneamente, los extremos de un cuerpo en
movimiento. La invariabilidad de las longitudes nuevamente se produce solo en sistemas inmóviles (relatividad galileana). La
conclusión de Einstein fue que las medidas de los cuerpos en movimiento son relativas a su velocidad, por lo tanto tampoco son
absolutas.13
El físico alemán dio un último paso al determinar, mediante la relatividad general, que esta relatividad del espacio y el tiempo, por
razón de su indistinguibilidad (equiparable a la de masa-energía), dependía igualmente de la materia, lo que dio origen al moderno
concepto de espacio-tiempo: «La ciencia del espacio y el tiempo, la cinemática, ya no juega el papel de fundamento independiente del
resto de la física. El comportamiento geométrico de los cuerpos y la marcha de los relojes dependen en mayor grado de los campos
gravitatorios. Y estos, a su vez, están generados por la materia».14
La relatividad es una teoría de unificaciones, de la mecánica con la electrodinámica y la termodinámica, por un lado, y del espacio y el
tiempo, por otro. Según el historiador de la ciencia Pietro Redondi, «concebir la velocidad finita de la luz como único medio de
información fiable sobre los fenómenos significaba que ya no era posible separar la posición de un cuerpo en el espacio (trío de
coordenadas) de su posición en el tiempo. Una estrella lejana en el espacio lo está también en el tiempo. (…) Para Einstein, tiempo y
espacio están inmersos en el universo, y no el universo en ellos».13
Estas ideas tuvieron amplísima repercusión en todos los campos de la cultura, la ciencia y el pensamiento, y se recogieron en diversas
teorías filosóficas: el convencionalismo, el eternalismo, el cuadridimensionalismo, etc.
Convencionalismo[editar]
La posición del convencionalismo indica que no se puede probar una relación verdadera entre la materia y la geometría del espacio y
del tiempo, sino que aquella es decidida por mera convención. El primer defensor de tal punto de vista fue el matemático francés Henri
Poincaré, quien sostuvo que los axiomas en geometría deberían ser adoptados de acuerdo con los éxitos que alcanzan, no con su
aparente coherencia dentro de la intuición humana del universo físico. Reaccionando a los avances de la nueva geometría no
euclidiana, arguyó que la geometría aplicada a un espacio era decidida por la convención, puesto que diversas geometrías describirán
un sistema de objetos con idéntica coherencia, cada una basándose en sus propios principios.
Esta opinión fue desarrollada y puesta al día para incluir consideraciones de la física relativista por Hans Reichenbach. El
convencionalismo de Reichenbach, aplicándose al espacio y al tiempo, se centra en la idea de la definición coordinativa. La definición
coordinativa muestra dos características importantes. La primera tiene que ver con la coordinación de unidades de longitud con ciertos
objetos físicos. Esto es motivado por el hecho de que no somos capaces de aprehender objetivamente la longitud. En vez de esto,
elegimos un cierto objeto o magnitud físicos (como la unidad "metro" estándar de la Oficina Internacional de Pesos y Medidas, o
la longitud de onda del cadmio), los cuales acordamos establecer como nuestra unidad de longitud.
La segunda característica se ocupa de los objetos separados uno de otro. Aunque somos capaces, presumiblemente, de probar de un
vistazo la igualdad de la longitud de dos barras medidas cuando se encuentran una al lado de otra, no podemos descubrir dicha
igualdad cuando las barras se hallan distantes. Incluso en el supuesto de que parezcan iguales es imposible asegurarlo. De ahí que la
longitud haya de fijarse mediante una definición.
Tal uso de la definición coordinativa, basada en Reichenbach, se encuentra, en efecto, en la Teoría General de la Relatividad, donde
se asume que la luz demarca distancias iguales en tiempos iguales. La definición coordinativa, por tanto, fija
una geometría del espacio-tiempo. El convencionalismo de Reichenbach conoce tanto defensores como detractores.
Dualidades en física[editar]
Los modelos de la teoría cuántica de campos han demostrado que es posible la equivalencia de dos teorías de entornos
diferentes sobre el espacio tiempo, como son la correspondencia AdS/CFT o la Dualidad T.
Presentismo y eternalismo[editar]
Artículos principales: Presentismo y Eternalismo.
De acuerdo con el llamado presentismo, el tiempo es una ordenación de realidades diversas. En cierto momento algunas
cosas existen y otras no. Esta es la única realidad de que podemos tener evidencia, por lo que no nos cabe afirmar, por
ejemplo, la existencia del poeta Homero, ya que no tiene una existencia verificable en el presente.
El eternalismo, por su parte, sostiene que el tiempo es una dimensión de la realidad enlazada con las tres dimensiones
espaciales, y por lo tanto que todas las cosas, pasadas, presentes y futuras, han de considerarse tan verdaderas como las
cosas presentes. Según esta teoría, por tanto, Homero realmente existe ahora; si bien debemos emplear un lenguaje
específico al hablar de alguien que existe en un momento distante del actual. Pero de igual modo lo utilizamos al hablar de
algo que se halla distante en el espacio. Ese es el motivo de que usemos muchas veces las mismas palabras para ambos
usos, espacial y temporal: "antes", "cerca", "lejos", "aquí", "posterior", "sobre", "por debajo", etc.
Endurantismo y perdurantismo[editar]
Artículos principales: Endurantismo y Perdurantismo.
Las posturas acerca de la persistencia de los objetos se vinculan con las anteriores.
El endurantismo o durantismo es una doctrina de la persistencia y la identidad. Sostiene que para que algo persista en el
tiempo debe hacerlo a través de los distintos periodos de su existencia, los momentos que estimamos erróneamente
separados entre lo previo y lo futuro. Por tanto, el individuo, tridimensional, persiste a lo largo del tiempo como un todo
coherente.
El perdurantismo, por su parte, según muchos filósofos, se acomoda mejor a la relatividad de Einstein. Sus defensores
opinan que para que una realidad exista en el tiempo ha de hacerlo como una realidad en continuo cambio, y que cuando
consideramos dicha realidad como un todo lo que vemos en realidad es un conglomerado de todas sus “partes temporales” o
lapsos de existencia.
El endurantismo se ve como el punto de vista convencional que parte de nuestra intuición natural (si hablo con una persona
pienso que lo hago con alguien que es un todo, y no con un conjunto de piezas en proceso), pero los perdurantistas,
como David Lewis, han atacado esta postura. Un argumento muy simple que utilizan es que su visión los capacita para
ofrecer una explicación del cambio en los objetos, y no solo de su configuración.
De todo ello se sigue que puede establecerse una equivalencia entre presentistas y endurantistas, así como entre
eternalistas y perdurantistas, pero no hay una conexión necesaria entre unos y otros. Cabría afirmar, en resumen, que el flujo
del tiempo indica una serie de realidades ordenadas, pero que los objetos dentro de esas realidades de algún modo existen,
como un todo, fuera de la realidad, incluso aunque las realidades, como todos, no se encuentren vinculadas entre sí. Sin
embargo, tal punto de vista ha sido raramente adoptado.
Bergson y el existencialismo[editar]
Henri Bergson