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Principales funciones adaptativas de la tristeza

La existencia de la tristeza como algo que todos podemos llegar a sentir y que además de
nosotros poseen una gran cantidad de animales no es algo casual: la tristeza tiene una
función adaptativa y que favorece nuestra supervivencia.

Al igual que el dolor, la percepción de tristeza nos puede ayudar a realizar algún tipo de
acción que permite salir de la situación que genera la sensación de malestar: aunque por lo
general la tristeza disminuye la energía, también facilita que en un futuro realicemos
cambios que impidan volver a la estimulación aversiva. Es decir, nos puede motivar al
cambio.

Otro aspecto beneficioso es que la reducción de energía que genera permite ahorrar fuerzas
a nivel físico, además de favorecer la reflexión y la rumiación sobre lo que ocurre a nuestro
alrededor. De esta manera, la tristeza nos proporciona un contexto en que podemos llegar a
aprender sobre el motivo de su aparición y fortalecernos en un futuro.

También nos hace ser capaces de entrar en un estado de introspección y conocer aspectos
profundos de nuestro ser que con otro estado de ánimo no nos plantearíamos. Asimismo
sentir malestar permite entrenar nuestra capacidad de afrontar las adversidades, y con el
paso del tiempo puede alterar nuestra percepción de competencia y autoestima.

Por último, por norma general, la tristeza genera empatía y compasión a los miembros del
grupo, con lo que expresar tristeza puede llevar a que nuestro entorno nos preste atención y
nos cuide. En este sentido, también tiene una función de protección y cohesión grupal.

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