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El siglo XVI. Carlos V y Felipe II.

1. Reinado de Carlos I (1516-1556).

Herencia territorial. Carlos I (más conocido como Carlos V) reunió una herencia territorial nunca antes conocida:

● De su abuelo Fernando II de Aragón: los territorios de la corona de Aragón, además de Nápoles, Sicilia y Cerdeña.

● De su abuela Isabel I de Castilla: el reino de Castilla, Navarra, las Canarias, plazas norteafricanas y las Indias (América).

● De su abuelo Maximiliano I de Austria: estados de la causa de Austria en Centroeuropa y los derechos a la corona del
sacro imperio.

● De su abuela María de Borgoña: el Franco-Condado (resto del antiguo ducado de Borgoña), Charolais, Luxemburgo y
los Países Bajos.

Idea imperial. Esta herencia territorial hará de Carlos V, una vez convertido en emperador, en el rey más poderoso de su
tiempo. Pero, a la vez, gobierna sobre unos territorios demasiado extensos y diversos, sin continuidad territorial, y muy
difíciles de defender. Por eso va a intentar integrarlos por medio de la unidad religiosa y de la idea de una Europa
cristiana encabezada por el emperador y unida frente a la amenaza común de los turcos. La aparición de la reforma
protestante en Alemania, el avance turco por el este de Europa y la visión egoísta y nacional de los príncipes alemanes y
del rey de Francia harán imposible este objetivo.

El comienzo del reinado: dificultades en España. Se dan al comienzo de su reinado. Carlos se había criado en los Países
Bajos y a su llegada a España no conoce el idioma y es percibido como un rey extranjero. Su madre y reina de Castilla,
Juana, aún vive, y se discute la legitimidad de Carlos para reinar en su nombre. Al contrario, su hermano Fernando,
criado en España, es mejor visto que Carlos, sobre todo en Aragón. Además viene rodeado de consejeros neerlandeses
que ocupan todos los cargos importantes y empiezan a saquear España como tierra conquistada: esto irrita tanto a la
nobleza como al común.

Las comunidades de Castilla. La situación se tensa más en Castilla cuando, al morir Maximiliano I (1519), Carlos se
postula como candidato al trono imperial. Los recursos de España se emplean con total descaro en comprar a los
electores que deben escoger al nuevo emperador. Carlos convoca con prisas las Cortes castellanas en Santiago para
recaudar nuevos impuestos que invertir en la compra del título imperial, presiona a los procuradores de las ciudades y
abandona rápidamente Castilla embarcándose en La Coruña y dejando como regente a su antiguo tutor Adriano de
Utrecht.

En cuanto se disuelven las Cortes estalla la revuelta de las comunidades (1520-1521). Ésta se extiende por las
principales ciudades de Castilla (especialmente en la zona entre Toledo y Burgos) apoyada por la pequeña nobleza y la
burguesía urbanas, sectores del clero y los grupos populares de las ciudades y los campesinos. La gran nobleza, al
principio también descontenta con Carlos y sus consejeros neerlandeses, se descuelgan de la revuelta cuando ésta
adquiere tintes antiseñoriales.

Los principales líderes de las Comunidades son Juan Bravo, Padilla y Maldonado. Pronto se convierte en una guerra
abierta entre los comuneros y los imperiales liderados por el regente Adriano de Utrecht, que consigue atraerse a su
causa a la gran nobleza. Los comuneros intentan conseguir el apoyo de la reina Juana, a la que visitan en su encierro de
Tordesillas, pero sin éxito. Finalmente, un enfrentamiento entre ambos bandos en la batalla de Villalar (23 abril 1521)
acaba con la derrota de los comuneros y la prisión y muerte de los tres líderes. La viuda de Padilla mantiene la
resistencia en Toledo durante un tiempo.

Carlos y Adriano reaccionan con inteligencia. Aunque se ordena la ejecución de los principales cabecillas, se conceden
un perdón general para el resto de rebeldes. Además, hacen suyas algunas de las reivindicaciones de los rebeldes: se
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prohíbe sacar oro y plata de Castilla; se reservan los cargos del reino a castellanos; se promete una mayor presencia del
rey en Castilla.

Revuelta de las Germanías (1520-1522). Coincidiendo con la revuelta comunera en Castilla, en Valencia y Mallorca se
produce otra rebelión por causas muy distintas y que no tiene relación con los comuneros. Se trata de un
enfrentamiento social entre los artesanos de las ciudades y los campesinos de un lado, y la aristocracia urbana y rural
del otro.

Estalla al principio en Valencia, donde los gremios de artesanos ocupan el poder abandonado por la nobleza que ha
huido de la ciudad a causa de la peste. Después la revuelta se contagia a Mallorca y al campo, donde los campesinos
descontentos se lanzan a asesinar y ocupar las tierras que los moriscos cultivan para los nobles. Las tropas castellanas
enviadas por el regente Adriano de Utrecht, finalmente, aplastan a los agermanados.

A partir de la Revuelta de los Comuneros Carlos V da un giro a su política haciendo de Castilla y España el centro de su
monarquía.

Política imperial de Carlos V. Es una continuación de la política exterior de los Reyes Católicos con Francia como el
principal enemigo. Busca además la unidad de la Europa cristiana contra los turcos. Pero no alcanza su objetivo por la
desunión religiosa en el Imperio a causa del protestantismo luterano en Alemania.

Conflictos con Francia, con Francisco I y Enrique II provoca un constante estado de rivalidad de las casas de Habsburgo y
Valois y de sucesivas guerras. Al comienzo del reinado, los puntos de fricción son Borgoña, cuya restitución persigue
Carlos V, y Milán disputado entre el emperador y Francisco I.

Ya en 1521, apenas elegido emperador Carlos V, los franceses atacan Pamplona y la frontera de los Países Bajos, sin
éxito. El enfrentamiento más importante se produce en Milán, donde las tropas imperiales derrotan a Francisco I y lo
hacen prisionero en la batalla de Pavía (1525). Milán quedará como posesión imperial y española durante los siguientes
doscientos años. Francisco I es conducido a España y se compromete en la Paz de Madrid (1526) a devolver Borgoña,
renunciar a Milán, y pagar un rescate.

Pero en cuanto es puesto en libertad incumple lo pactado y levanta una alianza contra Carlos, la Liga de Cognac o
Clementina (1527) con el papa Clemente VII y Florencia. Durante la guerra que se reanuda las tropas imperiales entran
en Roma y la devastan: es el famoso saqueo de Roma (1527) del que se culpará al emperador y a España, a pesar de
que Carlos V estaba en Valladolid cuando se produce. Clemente VII cae prisionero de los imperiales. La guerra termina
con la Paz de las Damas o de Cambrai (1529) por ser negociada por Luisa de Saboya (madre de Francisco I) y Margarita
de Austria (tía de Carlos V). El papa Clemente VII, reconciliado con Carlos V le corona emperador en Bolonia en 1530.

Francia se alía entonces con los luteranos alemanes e incluso con el imperio turco y los piratas berberiscos, que utilizan
puertos franceses. La guerra se reanuda en 1536 con un ataque francés sobre Saboya, aliado del emperador. Carlos V
llega a proponer un duelo personal con Francisco I, que éste rechaza. Entonces los imperiales atacan Francia por el norte
desde los Países Bajos y por el sur desde Italia. Los franceses rechazan esta última invasión con una táctica de tierra
quemada. En 1537, agotados ambos bandos, se firma la Tregua de Niza.

El desastre de la campaña de Carlos V contra Argel en 1541 da alas a Francia de nuevo para lanzarse a otra guerra entre
1543 y 1544. Carlos V vuelve a derrotar a Francisco I, pero debe enviar tropas a Viena para defenderla del ataque turco,
por lo que firma la Paz de Crépy (1544).

Francisco I muere en 1547, pero la rivalidad Valois-Habsburgo la hereda el nuevo rey Enrique II, que apoya a los
luteranos alemanes en su enfrentamiento con el emperador. A cambio de esta ayuda, los protestantes alemanes le
ceden a Francia los obispados de Metz, Toul y Verdún en 1552. Se inicia así una larga guerra de desgaste que se
extiende desde las fronteras entre Francia y los Países Bajos y los obispados del Rin, hasta Saboya y Milán en Italia.

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Agotado, después del fracaso de Carlos V en recuperar Metz, en 1553 se retira a los Países Bajos y comienza a preparar
su abdicación, que finalmente se producirá en 1556.

La guerra con Francia la continuará Felipe II, que consigue las victorias de San Quintín y Gravelinas en 1557-1558,
aunque los franceses consiguen tomar Calais (posesión de Inglaterra, aliada de España), y finalmente se firma la Paz de
Cateau-Cambrésis (1559), que confirma la hegemonía española en Italia.

Turcos y berberiscos. El conflicto afecta a la región del Danubio (punto de choque entre las posesiones patrimoniales de
los Habsburgo y la expansión turca) y el Mediterráneo, donde los piratas berberiscos del norte de África con base en
Argel atacan las posesiones de Carlos V en Italia y España.

En el Danubio, el sultán turco Solimán I atacó y conquistó la mayor parte de Hungría tras la importante batalla de
Mohacs (1526). Viena quedó amenazada y sufrió dos asedios en 1529 y 1532, en los que intervinieron tropas españolas.
Lo que quedó de Hungría, más Bohemia y la propia Austria formaron parte de las posesiones Habsburgo, que
encomendó a su hermano Fernando, siempre amenazadas por los turcos otomanos.

En el Mediterráneo, desde Argel, los hermanos Barbarroja atacaban las costas de Italia y España y las comunicaciones
entre ambas penínsulas. Las constantes guerras con Francia impidieron a Carlos V responder a estos ataques, y solo en
momentos de tregua con Francisco I pudo lanzar expediciones contra el norte de África: consiguió ocupar Túnez en
1535, para la seguridad de Italia; pero la expedición contra Argel de 1541 (reclamada desde hacía décadas en España),
fue un desastroso fracaso.

Conflicto con los luteranos alemanes. La reforma protestante se inicia en Alemania en 1517 con las 95 tesis de Martín
Lutero. Su rápida expansión por los principados que componen Alemania (sobre todo en el norte y este) rompe la
unidad cristiana que era una de las premisas del ideal imperial de Carlos V.

Carlos V intenta solucionar la cuestión religiosa en un concilio de la Iglesia, pero los papas rechazan la idea hasta 1545,
cuando se reunirá el Concilio de Trento, pera éste llega ya en un momento en que se ha consolidado la división y solo
participan en él los católicos. El concilio se desarrolla en 1545-1547 y 1551-1552 y marca la ruptura definitiva con los
protestantes y el rearme ideológico de la Iglesia católica. Mientras, Carlos V emplea una política conciliadora con los
protestantes en las Dietas de Worms (1521), Spira (1525) y Augsburgo (1530) e incluso intenta que el papa no
excomulgue y persiga a Lutero.

Sin embargo, los príncipes protestantes del Imperio crean en 1530 la Liga de Smalkalda que desafía la autoridad del
emperador, a la vez que se alían con sus enemigos: Francia y los turcos.

La guerra entre el emperador y la Liga de Smalkalda aliada con Francia estalla y Carlos V obtiene una gran victoria sobre
los protestantes en la batalla de Mühlberg (1547). A pesar de ello, los protestantes se rehacen y para mantener la
alianza con Francia entregan a ésta las ciudades imperiales de Metz, Toul y Verdún. Un intento de recuperar Metz por
parte de los imperiales fracasa en 1552, y al poco Carlos V escapa de caer prisionero de los luteranos en Innsbruck.
Agotado, el emperador decide zanjar el problema religioso en el Imperio mediante un reconocimiento de los avenaces
del protestantismo en la dieta de Augsburgo (1555), aplicando el principio cuius regio, eius religio (en cada principado
alemán se seguirá en adelante la religión del príncipe de cada uno).

Abdicaciones y retiro del emperador en Yuste. Agotado y prematuramente envejecido por los constantes viajes y
conflictos, Carlos V decide abdicar sus estados y retirarse al convento jerónimo de Yuste. Entre 1555 y 1556 va
traspasando la soberanía de sus dominios a su hijo Felipe II y a su hermano Fernando I. El primero recibe la mayor parte
de sus territorios patrimoniales, incluidos los Países Bajos. Pero desea deshacerse de los problemas en el Imperio y le
otorga a su hermano Fernando y al hijo de éste Maximiliano los territorios de los Habsburgo en Austria y la corona del
Sacro Imperio. Retirado en Yuste, sigue la política de su hijo con atención durante dos años, hasta su muerte en 1558.

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2. Reinado de Felipe II (1556-1598).

Características generales del reinado. España (y más específicamente Castilla) se convierte en el centro de la
monarquía hispánica. Después de la guerra con Francia que termina en 1559 (Paz de Cateau-Cambrèsis) hay una
voluntad de paz, todo el reinado está jalonado de guerras (solo un año de paz en todo el reinado). Este estado
permanente de guerra y los gastos que comporta provocan tres bancarrotas en 1557, 1575 y 1597. A pesar de estos
conflictos, España vive en su interior un prolongado período de paz, solo interrumpido por la Guerra de las Alpujarras y
las Alteraciones de Aragón, las dos de alcance muy limitado.

Conflictos internos.

Guerra de las Alpujarras (1568-1570). Rebelión morisca provocada por nuevas leyes que obligaban a abandonar los
rituales y uso de vestimentas propias de esta minoría. Se combina con la amenaza turca en el Mediterráneo y las
frecuentes incursiones en las costas españolas de los piratas berberiscos. En algunos casos los moriscos habían apoyado
estos ataques, y se les consideraba un peligro interno si se sublevaban y pedían ayuda a los turcos.

La rebelión estalla en la navidad de 1568 y se prolonga hasta 1570. Sin embargo, los moriscos de Aragón, valencia y
Cataluña no se levantaron. Es una guerra muy enconada, pero limitada a las Alpujarras granadinas, en la que al final se
imponen las tropas reales dirigidas por el hermanastro del rey, don Juan de Austria. Tras la derrota, la población morisca
de Granada es dispersada por toda Castilla.

Alteraciones de Aragón (1591). La causa es la fuga a Aragón del ex secretario real Antonio Pérez. Se convierte en un
conflicto entre Felipe II y el justicia de Aragón, pues Pérez se pone bajo el amparo de los fueros aragoneses con el fin de
impedir ser trasladado a Castilla para ser juzgado allí. Como el rey recurre entonces a la Inquisición, estalla una rebelión
en Zaragoza que impide el traslado del ex secretario desde la cárcel de los manifestados (bajo el amparo de los fueros) a
la de la Inquisición.

El justicia de Aragón Juan de Lanuza encabeza la revuelta junto a los partidarios de Pérez, e incluso levantan un pequeño
ejército en defensa de los fueros. Un ejército real entra en Aragón, somete la rebelión y arresta y ejecuta a Lanuza. Pero
Antonio Pérez y varios partidarios aprovechan para huir y refugiarse en el Béarn (Navarra francesa), bajo la protección
de los Borbón, entonces líderes de los protestantes franceses. Felipe II, sin embargo, no elimina los fueros aragoneses.

Política exterior.

Guerra contra turcos y berberiscos. Entre 1559 y 1577 el imperio turco y España chocan en el Mediterráneo. Con
Solimán el Magnífico el imperio otomano o turco estaba en plena expansión tanto terrestre (desde los Balcanes
amenazan Centro Europa, incluida Viena) como marítima, en colaboración con la piratería berberisca del norte de
África, amenazando las propias posesiones españolas tanto en Berbería como en Italia.

Felipe II se niega a llegar a un pacto de vasallaje con el sultán turco y la hostilidad entre ambas potencias va a ser
constante durante 20 años. El intento español de tomar posiciones en Libia, acaba en el desastre de Gelves (1560).
Además, una flota española de galeras sufre un temporal en La Herradura (1564) que merma aún más sus fuerzas
navales en el Mediterráneo. Esta situación de inferioridad de España se recupera en parte con la toma del Peñón de
Velez y el socorro in extremis a Malta (1565), prácticamente tomada ya por los turcos.

El gran choque de los dos imperios se produce, sin embargo, ya en la década siguiente. En 1570 los turcos conquistan
Chipre, enclave veneciano. Venecia recurre al papa Pío V para crear una alianza cristiana contra los turcos: se crea así la
Liga Santa, alianza militar que une a Venecia, España y el Papa. Una flota cristiana dirigida por el hermanastro de Felipe
II don Juan de Austria derrota a la flota turca en Lepanto en 1571. La alianza cristiana es incapaz de aprovechar su
ventaja para ocupar Grecia, y solo aprovecha para instalar en Túnez un reino títere en 1573. Los venecianos abandonan
la Liga Santa ese año, y en la siguiente campaña, los turcos, que han reconstruido y aumentado su armada, capturan
Túnez y La Goleta en 1574, resarciéndose de su derrota en Lepanto.
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Pero los dos imperios empiezan a estar agotados por otros problemas: España por la guerra en los Países Bajos y la
bancarrota de la hacienda real; el imperio otomano por su conflicto con los persas en su frontera oriental. Desde 1577
comienzan contactos diplomáticos secretos que llevan a ambas potencias a firmar una tregua, que se va a ir renovando
el resto del reinado de Felipe II.

Las relaciones con Francia. Entre la Paz de Cateau-Cambresis (1559) y la Paz de Vervins (1598), las relaciones con Francia
son de paz (salvo la guerra de 1595-1598), pero de guerra fría encubierta.

Francia sigue siendo el principal enemigo de España. Pero sus guerras de religión entre protestantes hugonotes y
católicos, y la inestabilidad en el trono (se suceden tres reyes y quien marca la política es la reina madre Catalina de
Médicis) impiden a Francia desarrollar una política exterior más agresiva. Con todo, Francia hará todo lo posible por
perjudicar los intereses de España. Por su parte, Felipe II apoyará al bando católico (La Liga) en Francia, y a través de ella
intervendrá en los asuntos internos de Francia con el objetivo de impedir que llegue al trono un rey protestante
(Enrique de Borbón, líder de los hugonotes). Cuando Enrique IV acceda al trono de Francia, se tendrá que convertir al
catolicismo, e inmediatamente declarará la guerra a España en alianza con los rebeldes holandeses e Inglaterra. Aunque
la Paz de Vervins (1598) dejará las cosas como estaban.

Conflicto con Inglaterra. La alianza de España e Inglaterra contra Francia, que se remontaba al reinado de los Reyes
Católicos se rompe tras la muerte de María Tudor en 1558 (la segunda esposa de Felipe II). La subida al trono de Isabel I,
protestante, cambia la situación. España se convierte en la cabeza de los católicos, mientras la Inglaterra isabelina lidera
a los protestantes de todo el continente.

Ya hay un período de guerra no declarada entre 1568 y 1572. Inglaterra ahora incluso se alía con su tradicional
enemigo, Francia, contra España. Pero, curiosamente, no se llega a una ruptura diplomática hasta 1583, cuando
Inglaterra expulsa al embajador español en Londres. Y nunca se declaran la guerra oficialmente. Ni siquiera después de
que Isabel I envíe tropas inglesas a los Países Bajos en apoyo de los rebeldes en 1585 y Drake ataque varias ciudades
españolas en Galicia, el Atlántico y el Caribe. El ataque de corsarios ingleses contra la navegación y los establecimientos
españoles, sobre todo en América, es casi constante desde el comienzo del reinado de Isabel I.

Felipe II intentó sobrellevar las provocaciones inglesas y no llegar a la guerra porque tenía varios frentes abiertos, sobre
todo en el mediterráneo con los turcos y en los Países Bajos con la rebelión neerlandesa. Además estaba el peligro de
una alianza entre Francia e Inglaterra. Pero cuando Inglaterra mandó abiertamente tropas a los Países Bajos (tratado de
Nonsuch, 1585), decidió llevar la guerra directamente a suelo inglés. Este es el origen de la Gran Armada de 1588
(conocida malintencionadamente como la Armada Invencible).

El retraso en su puesta en marcha se debió a los problemas logísticos para concentrar hombres, navíos, municiones y
vituallas desde lo distintos puertos, y al ataque preventivo de Francis Drake contra Cádiz y la costa portuguesa en 1587.
Este retraso provocó la sustitución al mando del marqués de Santa Cruz (almirante muy experimentado y victorioso),
fallecido en 1587, por el duque de Medina Sidonia, gran organizador logístico pero con poca experiencia al mando de
un grupo naval en combate. El convoy sumaba 130 barcos y 30.000 hombres contando a los marineros. Frente a ésta,
aunque con un tonelaje menor, los ingleses contaban con 190 barcos, más la escuadra holandesa, otros al menos 25
encargados de bloquear a las tropas de Flandes en sus puertos de escaso calado.

La idea era que la armada procedente de España diera cobertura y protegiera el desembarco de las tropas españolas de
los Países Bajos al mando de Alejandro Farnesio, quien dirigiría una campaña breve hasta ocupar Londres y obligar a
Isabel I a negociar una paz que incluyera, la retirada de los ingleses de los Países Bajos, la suspensión de la piratería
inglesa contra las posesiones españolas, y la libertad de culto para los católicos ingleses. Pero ambas fuerzas no llegaron
a conjuntarse nunca por falta de coordinación y ahí fracasó el proyecto. Tras un enfrentamiento naval frente a Calais y
Gravelinas, la mayor parte de la Armada rodeó las islas británicas y regresó a los puertos del norte de España bastante
maltrechos pero a flote. Parte de la Armada, unos 25 barcos, separados del grueso de la expedición naufragaron en las
costas de escocia y sobre todo Irlanda.
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Solo se perdieron 4 barcos en combate, y otros dos más por accidente, además de los naufragios. Prácticamente
ninguno de los barcos de combate (galeones) se perdió. De manera que, aunque necesitados de reparación, España no
sufrió un desastre naval, pues la mayor parte de los barcos perdidos eran de transporte o mercantes armados para la
ocasión. Las pérdidas humanas fueron unos diez mil fallecidos por naufragios, enfermedades o náufragos ejecutados
por los ingleses en Irlanda.

Al año siguiente, en 1589, Inglaterra intentó atacar a los barcos españoles que aún estaban en reparación en los
puertos, capturar la flota de Indias con su plata, y desembarcar al prior de Crato en Portugal para que encabezara una
rebelión contra Felipe II y el reino luso se separara de España. Es el episodio de la Contra Armada, encomendada a
Francis Drake, y que no consiguió ninguno de sus objetivos y cosechó sendas derrotas en La Coruña y en Portugal.
Provocó la muerte de 10.000 ingleses, y desacreditó al famoso corsario Drake.

La guerra entre España e Inglaterra, fundamentalmente naval, continuó hasta la muerte de Isabel en 1603. Dos nuevos
intentos de invasión españoles fracasaron a causa del mal tiempo en 1595 y 1597, y también el desembarco de una
pequeña fuerza en Kinsale (Irlanda) en 1601, ya en el reinado de Felipe III. Pero España obtuvo éxitos en Bretaña
francesa y sobre todo en la fracasada expedición al Caribe de Drake y Hawkins, ambos muertos y derrotados. La
posterior Paz de Londres (1604) resultó muy favorable para España, que consiguió que el nuevo rey británico, Jacobo I,
mantuviera relaciones amistosas y prohibiera el corso contra los españoles a sus marinos.

La anexión de Portugal. La muerte del joven rey luso Sebastián I en 1578 en la batalla de Alcazarquivir (Marruecos) sin
hijos, abrió el problema sucesorio en Portugal. Fue proclamado rey su tío Enrique, muy anciano y sin descendencia. A la
muerte de éste en 1579, Felipe II, hijo de Isabel de Portugal, reclamó sus derechos al trono. Frente a él, una parte del
pueblo y del clero portugués apoyan al prior de Crato Don Antonio, descendiente de la familia real portuguesa, pero por
línea bastarda. La nobleza, los comerciantes y el alto clero apoyaban la candidatura española y la unión de Portugal y
España en la misma corona. Francia e Inglaterra apoyaron al candidato portugués por temor a que España se convirtiera
en potencia aún más poderosa con la anexión del amplio imperio portugués en América, África y Asia.

Ante la oposición de Don Antonio y sus partidarios, Felipe II decidió la intervención militar por tierra dirigida por el ya
anciano duque de Alba, y por mar del marqués de Santa Cruz en 1580. Ocupado Portugal y su imperio, salvo las Azores
(serían dominadas definitivamente en 1583), Don Antonio se refugió en Francia y luego en Inglaterra, buscando el apoyo
de estos países para recuperar el trono portugués. Pero murió en el exilio sin conseguir nada, y fracasó en la Contra
Armada de 1589, donde se comprobó lo limitado de sus apoyos dentro de Portugal. Felipe II fue proclamado rey en las
Cortes de Tomar (1581) y se instaló en Lisboa hasta 1583. La unión con Portugal durará hasta 1640.

El conflicto de los Países Bajos. Va a condicionar todo el reinado de Felipe II desde 1566 y la de sus dos sucesores Felipe
III y Felipe IV. Es conocida como Guerra de los 80 años (1566-1648).

En 1559 Felipe II deja los Países Bajos y regresa a España, que convierte en centro de su monarquía con capital en
Madrid desde 1561. En el gobierno de los Países Bajos (o Flandes, como era habitual designar a las 17 provincias que los
componían) deja a su hermanastra Margarita de Parma y a Antonio Perrenot de Granvela (pronto designado cardenal
Granvela).

La nobleza neerlandesa, encabezada por los condes de Egmont, Hornes y el príncipe de Orange, comienza una política
de oposición a la gobernadora. Intentan paralizar los proyectos de centralización administrativa del rey, la
reorganización eclesiástica de Los Países Bajos de acuerdo con los principios del Concilio de Trento (para todos los
Países Bajos, con más de 3 millones de habitantes, solo existían 3 obispados, que Felipe II quería multiplicar), presionan
para que no se apliquen los decretos contra el número creciente de protestantes, sobre todo calvinistas, y además
consiguen que las tropas españolas destinadas a defender las fronteras con Francia se marchen de los Países Bajos.
Aprovechan las dificultades de España en el Mediterráneo ante la amenaza de turcos y piratas berberiscos, para
arrancar concesiones al rey y retrasar sus proyectos de centralización y racionalización del gobierno. Se centran en
presionar contra el cardenal Granvela, que tiene que dejar su cargo de mano derecha de la gobernadora en 1564.
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Cuando en 1565 España consigue alejar el peligro turco en Malta, y al año siguiente muere Solimán el Magnífico (1566),
Felipe II decide que es el momento de aplicar los decretos (placards) contra los calvinistas. Esto levanta una fuerte
oposición en los Países Bajos. Ahora no es solo la gran nobleza, sino la pequeña nobleza la que se opone a la política de
rigor del rey contra la herejía. Se forma el movimiento de los Gueux (“Mendigos”), que protestan ante Margarita de
Parma y piden la libertad de conciencia. Mientras, los calvinistas desafían los decretos y realizan actos multitudinarios
de su religión en las afueras de las ciudades. La gobernadora intenta contemporizar, pero en el verano de 1566 estalla
en todos los Países Bajos la Revuelta Iconoclasta: miles de calvinistas asaltan las iglesias y los monasterios, maltratan al
clero católico y destruyen las imágenes religiosas. También se arman contra las tropas de la gobernadora.

Aunque Margarita de Parma consigue dominar el movimiento y derrotar a los rebeldes, con la colaboración ahora de la
gran nobleza, en España Felipe II decide enviar a las fuerzas españolas en Italia (los tercios viejos ) a los Países Bajos, y
coloca al frente de un ejército de 10.000 soldados veteranos muy expertos al duque de Alba. La idea es que Alba aplaste
la rebelión, castigue a los sublevados, aplique por la fuerza la proscripción de los herejes y pacifique el país. Después, el
rey volvería a los Países Bajos y otorgaría un perdón general y restablecería el vínculo con sus vasallos neerlandeses.

Margarita de Parma renuncia al gobierno y el duque de Alba queda como gobernador general de los Países Bajos entre
1567 y 1573. Alba arresta a los condes de Egmont y Hornes (que luego serán ejecutados) y crea el Tribunal de los
Tumultos, que juzga a los culpables de la rebelión. Muchos calvinistas abandonan los Países Bajos, y el príncipe de
Orange se refugia en Alemania, desde donde organiza una invasión que es derrotada por Alba en 1568. Sin embargo, el
rey no puede acudir en persona a los Países Bajos por la muerte de su tercera esposa, Isabel de Valois, y el arresto y
muerte de su heredero, el príncipe Don Carlos, a lo que se une la rebelión de los moriscos de Granada en 1568.

Así, Alba queda en los Países Bajos con un ejército de unos 50.000-60.000 hombres (la mayoría neerlandeses y
alemanes, pero con las imprescindibles tropas de élite españolas como núcleo de confianza) que supone un gasto
tremendo, unido al esfuerzo militar en la misma época en el Mediterráneo (campañas contra los turcos de la Liga
Santa). Para mantener ese ejército, Alba intenta conseguir nuevos impuestos que se cobren en los Países bajos y alivien
la dependencia de los envíos de dinero desde España. Pero esto provoca rechazo en la población neerlandesa. Los
corsarios calvinistas, los mendigos del mar, se apoderan de Brill en Holanda en 1572, y la rebelión se extiende
rápidamente por todos los Países Bajos. Orange levanta un nuevo ejército en Alemania y los protestantes franceses se
apoderan de Mons, al tiempo que los rebeldes reciben apoyo de Inglaterra.

Comienza así una segunda rebelión, y desde ese momento, la guerra va a ser permanente. Orange consigue
consolidarse en Zelanda y Holanda y todos los esfuerzos españoles por derrotarle fracasan debido a las facilidades
defensivas que encuentran los rebeldes con su dominio del mar, el apoyo indirecto de Francia, Inglaterra y los príncipes
protestantes alemanes y las dificultades para tomar por asedio ciudades bien defendidas cuyos contornos pueden ser
inundados por los rebeldes.

A Alba le sucede Luis de Requesens, 1573-1576, que consigue avanzar en la reconquista de Zelanda. Pero la bancarrota
de 1575 le deja sin pagas para sus tropas, que se amotinan. Con el ejército amotinado, se pierden prácticamente todas
las ciudades de los Países Bajos, se declara que son reo de muerte todos los españoles, y se crea un gobierno de todos
los Países Bajos liderado por Orange y con el archiduque Matías como soberano. Los españoles, acosados en todas
partes, sin embargo, se apoderan de Amberes (la ciudad más rica de los Países Bajos), que queda parcialmente
destruida y saqueada en la llamada Furia Española (1576).

Don Juan de Austria es nombrado por Felipe II nuevo gobernador y se ve obligado a retirar las tropas españolas de los
Países Bajos y a firmar el Edicto Perpetuo en 1577, dejando el poder en manos de Orange. Pero esta situación dura
poco. Juan de Austria se escapa de Bruselas, donde se siente prisionero del nuevo gobierno, y llama de vuelta a los
tercios españoles. Derrota al ejército de los estados en la batalla de Gembloux (1578) y comienza la reconquista de los
Países Bajos.

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Tras su muerte prematura en 1579, su labor la continúa su sobrino Alejandro Farnesio (príncipe de Parma e hijo de
margarita de Parma), que consigue reconquistar todo el sur de los Países Bajos, incluido Amberes (1585) y es
gobernador hasta su muerte en 1592. Además, Orange muere en un atentado en 1584, lo que acerca la derrota de los
rebeldes, que para evitarla, son apoyados directamente por Inglaterra con tropas al mando del conde de Leicester
(tratado de Nonsuch, 1585). La guerra contra Inglaterra, y la intervención española en las guerras de religión en Francia,
evitan que todos sus recursos se concentren en derrotar a los holandeses. Finalmente, antes de su muerte, en 1598,
Felipe II decide traspasar el gobierno de los Países Bajos a su hija Isabel Clara Eugenia, casada con Alberto de Austria. En
caso de tener descendencia este matrimonio, los Países Bajos quedarían independientes de España, pero regidos por la
dinastía Habsburgo o Austria.

Conquista y gobierno de América.

Tras las primeras exploraciones y fundación de establecimientos españoles en las islas Antillas y las costas del Caribe,
durante el período de los Reyes Católicos, con Carlos V se produce la gran expansión y conquista en Sudamérica y
Centroamérica.

Las grandes conquistas se producen en México, con la conquista del imperio azteca por Hernán Cortés en 1519-1521, y
en la zona andina del imperio Inca por Francisco Pizarro en 1531-1535. Pero no se detienen ahí, y en los años siguientes
se van incorporando todo el norte de México y Florida, la cuenca del Orinoco, Chile y el Río de la Plata (Actual Argentina,
pero también Paraguay y Uruguay). Además se explora el Pacífico y se conquistan las Filipinas entre 1565 y 1571, que
quedan conectadas a México a través de la ruta del Galeón de Manila.

Con Felipe II se detienen y prohíben las conquistas. Se asienta y regulariza la administración de los nuevos territorios, a
la vez que se fortifican sus puntos más expuestos a los ataques de corsarios de otras potencias, sobre todo franceses,
ingleses y holandeses.

El territorio se organiza en dos grandes virreinatos: Nueva España con capital en México, y Perú con capital en Lima.
Estos territorios se subdividían en audiencias y gobernaciones, y las ciudades estaban regidas por cabildos.

Desde España, el monopolio comercial de Castilla sobre las Indias (en realidad, solo teórico, ya que la mayoría de las
mercancías con destino a América son producidas en el resto de Europa) es ejercido por la Casa de Contratación de
Sevilla, que controla el tráfico de mercancías y pasajeros hacia América. Los asuntos relativos a la administración de
América se tratan en el consejo de Indias.

La población indígena sometida pasa primero por los repartimientos, en los que los conquistadores se reparten a los
indios para su explotación económica. Las Leyes de Burgos (1512) obligan sin embargo a tratarlos como seres humanos
y libres, y los conquistadores están obligados a cristianizarlos por el nuevo sistema de encomiendas. Pero en la práctica,
las encomiendas no solucionan el problema de la explotación y el maltrato a los indígenas. En España, por la denuncias
de religiosos como Bartolomé de Las Casas, se produce una fuerte controversia en tiempos de Carlos V, en la que la
corona apoya los derechos de los indígenas: por la Leyes Nuevas se eliminan las encomiendas, lo que provoca un
levantamiento de colonos españoles en Perú que es aplastada por las fuerzas reales. Pero a pesar de las buenas
intenciones de la corona, la realidad es que se sigue explotando la fuerza laboral indígena a través del reclutamiento
forzado para trabajar en obras, caminos, edificios, y sobre todo minas. En Zacatecas (México) y Potosí (Bolivia) aparecen
grandes minas de plata, que se explotan con mano de obra indígena a través de la mita (Perú y Bolivia) y la tanda
(México), que obliga a trabajar a los indígenas para satisfacer el pago en moneda de los impuestos.

El contacto con los europeos provoca una fuerte mortandad entre los indígenas, afectados sobre todo por la viruela. En
el Caribe, la población india original desaparece y es sustituida por esclavos procedentes de África. Por toda América
surge una sociedad mestiza, producto de las relaciones entre españoles, indígenas y africanos, dando lugar a una
sociedad de castas en la que el primer lugar lo ocupan los españoles peninsulares y los nacidos ya en América, los
criollos. Esa sociedad se hace religiosa y culturalmente homogénea por la conversión masiva al cristianismo de la
población indígena y la implantación del español como idioma dominante, junto con las costumbres y la cultura
españolas.

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La plata y oro llegados a Europa tras la conquista de América provocaron una fuerte subida de precios y la pérdida de
competitividad de los productos españoles respecto a los extranjeros. Pero permitieron al rey de España ingresar en
torno a dos millones de ducados al año que sostuvieron la política exterior de hegemonía en Europa. A cambio, hubo
que organizar costosas flotas de Indias para defender el comercio de los ataques de corsarios y piratas, e invertir en
defensas para las ciudades costeras, sobre todo del Caribe.

Las Indias aportaron además nuevos productos desconocidos en Europa, como el tomate, el maíz, la patata, el tabaco y
el cacao, además de productos tintóreos para el textil. Y sus tierras resultaron aptas para la expansión de cultivos como
el café y, sobre todo, el azúcar. A cambio, Europa introdujo en América cultivos como el olivo y la vid y la ganadería
(bovinos, caballo, ovinos), además de todo tipo de productos manufacturados, principalmente textiles, que en algunos
casos comenzaron a elaborarse en talleres americanos desde el siglo XVII.

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