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EL SIGLO XVI: LA ESPAÑA DE CARLOS I Y FELIPE II

Carlos I, nacido en Flandes, es el primer monarca en España de la casa de Austria y el heredero de un gran
imperio, fruto de la herencia de sus abuelos, por un lado Aragón, Cerdeña, Sicilia, Nápoles, Castilla, Canarias,
las Plazas africanas y el Territorios de América de parte de sus abuelos maternos, los Reyes Católicos; y por
otro lado Países Bajos, Luxemburgo, Franco Condado, los Estados de la Casa de Austria y los Derechos al
Trono Imperial de parte de sus abuelos paternos, Maximiliano de Habsburgo y María de Borgoña.

Al morir la reina Isabel, su hija Juana heredó el trono de Castilla. Al mismo tiempo, la nobleza vió este hecho
como la oportunidad para recuperar su influencia. Al declarar incapacitada a la nueva reina para gobernar y
recluirla en el castillo de Tordesillas, su padre asumió la regencia de Castilla, aunque delegó en el Cardenal
Cisneros.

Por otro lado, Fernando II se casó con Germana de Foix, y fruto de esa unión nació Juan, que si no hubiera
fallecido, hubiera heredado la Corona de Aragón y Fernando II hubiera tenido descendencia. Al fallecer
Fernando II en 1516, su nieto Carlos se convirtió en heredero de Castilla y de la Corona de Aragón.

Tras coronarse rey de Castilla y de la Corona de Aragón, Carlos I llegó a la Península procedente de Flandes
rodeado de consejeros flamencos; además, no hablaba castellano. Esto creó un recelo en las Cortes, pero al
final logró el reconocimiento como rey.

Al fallecimiento de su abuelo paterno, Maximiliano de Habsburgo, Carlos heredó todos los territorios
europeos de la casa de Austria y se convirtió en candidato al trono imperial. Para ello, tuvo que lograr el apoyo
de las Cortes con los recursos económicos necesarios antes de partir hacía Alemania para reclamar el trono.
Cuando Carlos abandona España, la regencia fue ocupada por Adriano de Utrecht, lo que terminó de desatar
el descontento en los reinos hispanos y fue el origen de graves revueltas:
En Castilla estalló la revuelta de los Comuneros (1521). Fue sobre todo urbana, principalmente en Toledo,
Ávila, Salamanca y Segovia. Estos reclamaban la devolución del trono a Juana, ya que buscaban su apoyo en
Tordesillas. Sus líderes fueron Padilla, Bravo y Maldonado. La rebelión alarmó a la nobleza, que apoyó al rey.
Finalmente fueron derrotados en Villalar (1521), lo que reafirmó el poder y la alianza de la nobleza y la
monarquía en Castilla. Tras esta derrota, los líderes fueron decapitados. Este movimiento perdió fuerza, salvó
en Toledo, donde María Pacheco, mujer de Padilla, continuó con la revuelta hasta la derrota definitiva.
Y en Aragón estalló en Valencia la revuelta de los Germanías (1520), una rebelión social contra la nobleza por
el control de las ciudades y contra la presión feudal en el mundo rural. La sublevación se extendió a Mallorca,
pero en 1522 fue definitivamente sofocada.

En Octubre de 1520, Carlos de Habsburgo fue nombrado emperador. A partir de ese momento, tuvo que
asumir la política exterior tanto de los reinos cristianos como los problemas e intereses del Imperio. Así, su
política exterior tuvo varias zonas de conflicto:
En Francia, el rey Francisco I se convirtió en su principal rival, ya que la tradicional enemistad francesa se
unió a los recelos ante el nuevo emperador. Francia ocupó el Milanesado, pero fue derrotada en la Batalla de
Pavía. El propio rey francés fue hecho prisionero. Francia se había aliado con el papa Clemente VII, lo que
provocó la ocupación y el saqueo de Roma (1527).
La expansión turca por los Balcanes era una amenaza para las posesiones imperiales. Su presencia en el
Mediterráneo, con el apoyo de la piratería berberisca, ponía en peligro las rutas comerciales y las posesiones
norteafricanas de Castilla.
En el Sacro Imperio Romano Germánico, la proclamación como emperador de Carlos V coincidió con la
propagación del protestantismo. En 1517, Lutero promulgó las Tesis de Wittenberg, con las que se puso en
marcha la Reforma. El emperador mostró una postura dialogante, intentando frenar su expansión. Por ello,
intentó pactar varias veces con los protestantes y promovió el Concilio de Trento.

Las diferencias religiosas derivaron en un conflicto político en el que algunos príncipes alemanes pretendieron
cuestionar la autoridad del emperador. En su ofensiva contaron con el apoyo de Francia, pero fueron
derrotados en la Batalla de Mühlberg. El final del conflicto llegó con la Paz de Augsburgo, en la que se
concedió libertad religiosa a los príncipes.

En 1556, Carlos V cedió la Corona Imperial a su hermano Fernando y la hispana a su hijo Felipe. Se retiró a
Yuste (Cáceres), donde murió en 1558.

Tras la abdicación de Carlos I en 1556, su hijo Felipe gobernó el imperio integrado por los reinos y territorios
de España, el Franco-Condado, los Países Bajos, Italia, los territorios norteafricanos, América y Filipinas. A
estos territorios se les unió Portugal y su imperio afroasiático en 1580. Con él la hegemonía española llega a su
apogeo. Y Fernando adquirió el Imperio Alemán y las posesiones de los Habsburgo en Austria. En adelante,
dos ramas de la misma dinastía gobernarán en Madrid y Viena.

Los principales problemas internos del reinado de Felipe II fueron la muerte en 1568 del príncipe heredero
Carlos, que había sido arrestado debido a sus contactos con los miembros de una presunta conjura sucesoria
promovida por parte de la nobleza contra Felipe y la poderosa figura de su secretario Antonio Pérez, quien
finalmente fue destituido y acusado de corrupción. Huyó del país y se convirtió en un activo propagandista
contra Felipe II. Apoyado por los enemigos exteriores del rey, fue un elemento clave en la formación de la
“Leyenda Negra”.

Sus sucesivos matrimonios fueron parte importante de su política exterior. Se casó con María de Portugal y,
tras su muerte, con María I Tudor, reina de Inglaterra. La pronta muerte de la reina que intentó volver al
catolicismo en la isla, llevó a que Felipe se casara con Isabel de Valois. Al quedarse nuevamente viudo y sin
herederos varones, se casó con su sobrina Ana de Austria, madre del sucesor al trono español, Felipe III.

La idea de la unidad religiosa marcó la política de Felipe II. No dudó en intervenir ante la amenaza de las
incursiones berberiscas y turcas en las costas mediterráneas. Felipe II obtuvo una gran victoria, aunque no la
definitiva, en la batalla de Lepanto (1571), donde lidera una coalición llamada “Liga Santa”. En el interior
peninsular el monarca reprimió duramente las sublevaciones moriscas (1569). En Europa se enfrentó con
Francia por el control de Italia. La paz en Cateau-Cambrésis (1559) fue favorable a los intereses españoles en
la península italiana.

Tras la muerte de María Tudor, las relaciones se hicieron más hostiles con Inglaterra, que apoyaba a los
protestantes en los Países Bajos. El intento de invadir la isla en 1588 con la Armada Invencible fracasó e inició
el declive del poder naval español en el Atlántico.

Felipe II no pudo acabar con el conflicto político y religioso generado en los Países Bajos. Ninguno de los
sucesivos gobernadores pudo impedir que la rebelión se asentara y llevara finalmente en el siglo XVII a la
Independencia de las Provincias Unidas.

Uno de sus mayores triunfos fue la unidad ibérica con la anexión de Portugal y sus dominios, al hacer valer sus
derechos sucesorios en las Cortes de Tomar. La anexión significó la unión de dos enormes imperios. Las
posesiones portuguesas pasaron al Imperio de Felipe II. Un imperio “en donde nunca se ponía el sol”.

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