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La Batalla de Lepanto y la construcción

de un relato protonacionalista en
España

Paco Borrego
La Formación y Desintegración
de Imperios en el Mundo Moderno y
Contemporáneo
2022
ÍNDICE

1. Introducción (pp. 2-4).

2. Contexto histórico (pp. 5-15)

2.1. El siglo XVI: irrupción de los otomanos y reacción de España (pp.

6-10)

2.2. Propaganda y creación de un enemigo antes de la Batalla de

Lepanto (pp. 11-12)

2.3. La caída de Chipre y la creación de la Liga Santa (pp. 13-15)

3. La Batalla de Lepanto (pp. 16-19)

3.1 Los preparativos de la Batalla de Lepanto (pp. 16-17)

3.2 El caos de la Batalla (pp. 17-19)

4. El Mediterráneo tras Lepanto: consecuencias de la Batalla (pp. 20-26)

4.1 Consecuencias prácticas: ¿victoria desaprovechada? (pp. 20-23)

4.2 La Batalla de Lepanto: imaginario colectivo y mitificación del

conflicto (pp. 23-26)

5. Conclusiones (pp. 27-29)

6. Bibliografía (pp. 30-31)

1
1. Introducción

Mucho se ha escrito sobre la Batalla de Lepanto que, a fecha de 7 de octubre de 1571,


enfrentó en combate naval a la Liga Santa (que acudiría a la cita encabezada por el Imperio
Español) y al Imperio otomano por el dominio del Mar Mediterráneo. Aunque sería de una
simpleza extraordinaria afirmar a la ligera que la Edad Moderna fue un periodo de guerras,
muchas son las contiendas y batallas de conflictos que, a veces sostenidos durante años,
afianzaron, unificaron o dividieron imperios durante la Edad Moderna.

Aunque a menudo se ha considerado que la Edad Moderna fue, valga la redundancia, un


periodo de modernidad, algunos historiadores advierten que existe cierto conflicto alrededor
de esta “etiqueta”, de la misma manera que otras categorías como “medievo”, “Antiguo
Régimen” o “contemporaneidad” nos comprometen. Alberto Tenenti, en su manual La Edad
Moderna, lo explica de esta forma:

Ahora bien, así como en la historia europea hay aspectos que, incluso después
del año 1500, pueden hacerse remontar al mundo antiguo, no es de extrañar que
algunos otros aparezcan como la prolongación o la supervivencia de cuanto se
denomina «medieval». Sin embargo, si las particiones históricas tienen un
sentido esto deriva de la posibilidad de revelar carácteres suficientemente nuevos
y determinantes durante un largo período y en un área por lo menos vasta. Se ha
subrayado ya que tales divisiones son en realidad bastante controvertidas o
controvertibles y que para salir del atolladero hay que recurrir a aquellas que se
han afirmado tradicionalmente.1

Así pues, en palabras del mismo Tenenti, las divisiones resultan controvertidas. De la misma
manera, si enfocamos la Batalla de Lepanto, es mi opinión (y en cierto modo el motor de este
ensayo) que en ella se dan muchos elementos que consideramos propios de la modernidad,
que es la época sobre la que amparamos los hechos, pero también del medievo, puesto que se
heredan formas y motivaciones que choquen un poco con la concepción que tenemos de
“modernidad”. Uno podría preguntarse si en lo referente a Europa esta contienda se trata de
un canto de cisne del medievo, aunque bien es cierto que apenas ochenta años antes el
descubrimiento de América había empezado a sentar las bases de algo nuevo y que la caída
1
TENENTI, A., La Edad Moderna, Crítica, 2000, página 9, el subrayado es mío.

2
de Constantinopla a manos de los turcos (que bien podría considerarse como parte del
proceso del cual lo es también la Batalla de Lepanto) también había sido un signo del cambio
de los tiempos.

El aire de cruzada que tuvo la Batalla de Lepanto, que enfrentaba a dos de los grandes signos
religiosos de su tiempo, bien podría entenderse como una batalla entre imperios por un
territorio de extremada importancia estratégica para ambos, como es el Mediterráneo, claro
está, pero es difícil no buscar nexos con las cruzadas medievales, las guerras de religión y los
siete siglos en los que el Islam conquistó media Península Ibérica. También es interesante
preguntarse sobre las dinámicas de poder de la Iglesia y la influencia del Papado en el
gobierno de potencias europeas, como podía ser el Imperio Español entonces. El historiador
Tim Blanning, que también reconoce la arbitrariedad de fechas y épocas, señala que la
secularización es un hecho clave en el desarrollo del Estado Moderno.2 Teniendo en cuenta
esto, si bien es cierto que nos encontramos en el primer siglo de la Edad Moderna, puede ser
interesante establecer un diálogo entre los intereses imperiales y la religión, algo que serviría
también para analizar muchos de los avances y retrocesos de grandes potencias e imperios
durante esta convulsa etapa europea.

De una forma u otra, esto puede servir sobre todo para que, en el momento de estudiar qué
provocó la Batalla de Lepanto y qué consecuencias tuvo, lo hagamos advertidos de que
algunas etiquetas pueden no ser fieles a motivaciones y dinámicas de causa y efecto. Además,
aunque en lo que refiere a historiografía la máxima de Orwell no envejece y la historia la
escriben los vencedores, bien valdría preguntarse de nuevo qué ganó la Liga Santa y en
concreto qué ganó el Imperio Español y, sobre todo, qué dejó de ganar.

Aunque la iconografía es profunda porque tanto pintores (como Antonio Brugada, que pintó
el óleo que protagoniza la portada de este ensayo en 1856) como poetas, prosistas, ensayistas
y teólogos la ensalzaron como una gloriosa victoria del Imperio Español y, por extensión, del
cristianismo, bien se puede enarbolar un discurso crítico con esta tendencia, que podría tener
más que ver con un incipiente protonacionalismo que con una realidad histórica de su
momento, y que luego al aflorar el nacionalismo tal y como lo conocemos, se rescatase como
parte de una serie de mitos fundacionales de la patria. Pese a que la derrota de los otomanos

2
BLANNING, T., The Pursuit of Glory: Europe 1648-1815, Penguin, 2007, página 25.

3
demostró que estos podían ser vencidos, habiendo detenido su expansión en el Mediterráneo,
hay que preguntarse qué más ocurrió aparte de estos efectos inmediatos.3 Aunque en esto se
entrará en materia más adelante, muchos historiadores destacan que el Imperio Español falló
en capitalizar la derrota del Imperio otomano y, por ende, en consumar sus aspiraciones de
cara a Oriente Próximo.4 Así pues, en este ensayo no se narrará tanto el cómo, es decir, la
Batalla en sí misma, sino que intentaré definir en clave imperial qué supuso la victoria en la
contienda para el Imperio Español y cómo esta sirvió para que se construyera un relato
nacional que podría exagerar una victoria que, como veremos, no fue aprovechada ni echó a
los otomanos del Mediterráneo como se estipuló necesario en los acuerdos de creación de la
Liga Santa.

3
DAVIS, K., P., 100 Decisive Battles: From Ancient times to the Present, Oxford University Press,
1999, página 194.
4
ABULAFIA, D., The Great Sea: A Human History of the Mediterranean, Penguin Books, 2012,
página 451.

4
2. Contexto histórico

Dicho lo anterior, resulta de extrema importancia recurrir a un estudio del contexto histórico
para entender cómo llegaba cada Imperio a Lepanto y, por ende, entender el calado de las
consecuencias del choque de trenes que supuso el encuentro. Para ello bien valdría entender
que el siglo XVI fue un siglo de vastas transformaciones casi a todos los niveles. Según
Alberto Tenenti, la modernidad no acabaría de imponerse del todo hasta el siglo XVIII en lo
que refiere a la organización estatal y el floreciente concepto de “nación” que iba
estrechamente ligado a la monarquía, cada vez más centrada en el plano militar y el plano
financiero que, además, se retroalimentaban y podían suponer el auge o el hundimiento de un
imperio.5 Aunque algunas de las monarquías de más poder tenían en las tierras al otro lado
del Atlántico sus esperanzas imperiales, el Mediterráneo se había convertido en un foco al
que costaba no prestar atención. Tal y como indica José Luis Comellas, la política imperial de
Carlos V se reconocía no solamente por su fervorosidad antiprotestante y la, ya inevitable,
acción colonial en las Indias, sino también por el esfuerzo bélico antiturco.6

Por otra parte, el Imperio otomano dedicaba sus esfuerzos, desde la caída de Constantinopla,
a acrecentar su dominio e influencia en el Mar Mediterráneo. Los siglos XV y XVI se habían
convertido en un periodo esplendoroso del Imperio que, de una forma más o menos lineal,
había sido gobernado por sultanes eficientes y que, además de expandirse, florecía
económicamente gracias a su control sobre las rutas de comercio entre Europa y Asia.7

Si acudimos a la concepción del Mediterráneo de Fernand Braudel, nos encontramos con dos
civilizaciones imperiales que coexistían y que, además, buscaban expandirse por distintos
motivos, cosa que hacía inevitable un enfrentamiento en lo que él considera una fecha tardía
(1571).8 Que se considere esta fecha como tardía tiene mucho que ver, probablemente, con el
hecho que durante todo el siglo XVI los enfrentamientos entre otomanos y españoles o
italianos estuvieran casi al orden del día, tal y como veremos en el siguiente punto,
convirtiéndose la irrupción de los primeros en un problema real para los españoles que

5
Ibídem, pp. 41-43.
6
COMELLAS, J.L., Historia de España Moderna y Contemporánea, Ediciones Rialp, 2015, página
104.
7
KARPAT, K.,H., The Ottoman state and its place in world history, Leiden: Brill, 1974, página 111.
8
BRAUDEL, F., El Mediterráneo: el Espacio y la Historia, Fondo de cultura económica, 1989, página
132.

5
pretendían dominar Europa sobre todo cuando el país se convierte en el centro del imperio de
los Austria.

En los siguientes puntos hablaré de cómo la irrupción de los otomanos en el Mediterráneo, el


norte de África y el este de Europa se convertirá en una preocupación de la Corona española
y, a la larga, en la legitimación de unas prácticas imperiales y de una serie de ideologías que,
con el tiempo, se verán reflejadas en el florecimiento de una especie de protonacionalismo
cuyas principales líneas se pueden ver en la reacción que habría de generar la Batalla de
Lepanto.

2.1: El siglo XVI: irrupción de los otomanos y reacción de España

Para entender el devenir del Imperio Español en el siglo XVI y cómo se llegó a la Batalla de
Lepanto creo que es de vital importancia observar el bagaje en el trono de Carlos V (I de
España) y su sucesor, Felipe II. Como explica Alberto Tenenti, Carlos V tuvo que hacer
frente a tres grandes problemas (de entre otros muchos) durante su reinado: la herejía, la
reforma de la iglesia y el peligro otomano que ponía en peligro parte del dominio territorial
de los Habsburgo.9 Además, a Carlos V pronto le saldría un competidor directo en el monarca
vecino Francisco I de Francia que, pese a considerarse, como dice Tenenti, un rey
Cristianísimo, no dudó en apoyar por un lado a los príncipes protestantes y en entenderse con
los otomanos.10 El porqué de esta confrontación entre dos monarquías católicas en el seno de
las divisiones religiosas que enfrentarían a media Europa entre católicos y protestantes podría
tener una explicación en que, por un lado, Francisco I y por ende Francia quedaron en una
posición de extremada dificultad al convertirse Carlos V en el heredero y posteriormente
monarca del Sacro Imperio Romano Germánico. Estas hostilidades, como indica Tenenti,
eran casi tan personales como territoriales, y solamente cesaron tras la muerte de ambos
monarcas.11 Solo tras la muerte de Francisco I su sucesor, Enrique II, abandonó las
pretensiones del trono francés sobre el Milanesado, el Reino de Nápoles y hasta Saboya,
convirtiéndose desde entonces esta serie de territorios en la Península Itálica en un elemento
gravitatorio de extrema validez para la Corona española.12 El sucesor de Carlos V, no exento
de otros problemas, vio marcado su reinado por las divisiones y por los conflictos. En lo que

9
Ibídem, página 92.
10
Ibídem, pp- 92-94.
11
Ibídem, página 94.
12
Ibídem, pp.95-96.

6
refiere a la Península Itálica, que nos es de extremo interés por su cercanía al Mediterráneo
(no es casualidad que la Batalla de Lepanto ocurriera precisamente allí), Alberto Tenenti nos
explica de la siguiente manera cómo Felipe II consiguió que Enrique II abandonase sus
pretensiones en suelo italiano:

En el campo italiano, en cambio, los franceses vieron cómo se les escapaba de


las manos una pieza con la que habían contado: la república de Siena. Atacada
por fuerzas conjuntas híspanoflorentinas. tras un largo asedio se vio obligada a
capitular y quedar anexionada al ducado de Cosme I de Médicis (1556).
Mientras un cuerpo expedicionario enviado por Enrique II intentaba
aprovecharse del favor del pontífice Pablo IV paro poner fin a la hegemonía
española en la península italiana, Felipe II (1556- 1598), sucesor de su padre
Carlos V, que había abdicado, ordenaba atacar directamente a Francia. El
condestable de Montmorency fue claramente derrotado por Manuel Filiberto de
Saboya ante las murallas de San Quintín, que fue sitiada y tomada (agosto de
1557). Aunque esta victoria no pudo ser adecuadamente aprovechada con una
marcha sobre París, Francia aceptó poco después firmar el tratado de Cateau
Cambrésis (3 de abril de 1559).13

Este fragmento me parece especialmente interesante porque, al igual que pasará en Lepanto,
la victoria sobre los franceses no será una victoria total, sino algo simbólico que tiene su
valor práctico en los territorios italianos, además de en la hegemonía del monarca español por
encima de la del monarca francés, yendo ligadas las suertes de ambos monarcas al floreciente
concepto de nación en cada caso. Sin embargo, en lo que refiere al Mediterráneo y sobre todo
habiendo vencido a Francia, el gran rival no era otro que el Imperio otomano.

Como afirma Miguel Ángel de Bunes Ibarra, la caída de Constantinopla a manos de los
turcos, liderados por Mehmed II, supuso un duro toque de atención que pronto había de
despertar el nerviosismo en Europa, aunque sorprendentemente tal suceso pasase
desapercibido a priori en España.14 En sintonía con lo que decía antes, los primeros pasos

13
Ibídem, página 94, el subrayado es mío.
14
DE BUNES IBARRA, M.A., El Imperio otomano y la intensificación de la catolicidad de la
monarquía hispana, Universidad de Navarra, Anuario de Historia de la Iglesia 16: 157-167, 2007,
página 158.

7
hacia el norte desde la caída de Constantinopla por parte de los otomanos contaron con la
ventaja de las divisiones europeas. Así lo explica de Bunes Ibarra:

Las primeras fases del expansionismo otomano coinciden con una disputa
interna en el mundo cristiano entre los partidarios del poder papal y los
defensores de los valores del conciliarismo, lo que conlleva que la reacción
cristiana fuera más tímida de lo deseable. En las décadas siguientes, hasta la
celebración del Concilio de Trento, la historiografía de la Iglesia estará marcada
por los movimientos de Reforma y Contrarreforma, lo que conlleva que tampoco
se reaccione de forma adecuada ante los problemas que proceden de Oriente. [...]
El peligro otomano comienza a ser sentido con más intensidad cuando las
conquistas sobrepasan los límites de las tierras donde residen los cristianos
ortodoxos [...] Mientras que la amenaza se limitaba a los límites del antiguo
imperio bizantino, el occidente europeo siguió sin tomar una posición clara sobre
los acontecimientos que se estaban produciendo.15

De estas ideas podemos entender que la reacción europea fue tardía, pues no se involucró
demasiado en la protección de los cristianos ortodoxos, además de que las divisiones jugaron
a favor del avance otomano. Si a esta ecuación sumamos que los otomanos tenían como
objetivo principal la expansión armada hacia Europa, como dice Tenenti, habiendo
organizado el imperio alrededor de la maquinaria bélica, podemos entender cómo el avance
de los otomanos se convirtió pronto en un peligro muy a tener en cuenta.16 Esta concepción
militar del protoestado otomano, bastante moderna en mi opinión, es definida de la siguiente
forma por Tenenti:

La serie casi ininterrumpida de derrotas cristianas no debe sorprender, ya que


ninguna potencia europea estaba organizada de un modo tan vasto y coherente
en función del ataque y de la expansión armada. Al empuje agresivo, basado en
el deseo de hacer la guerra santa contra los infieles no musulmanes, se unía el
interés personal de los combatientes, fundado en la perspectiva no sólo del botín
inmediato sino también de los beneficios notables y vitalicios obtenidos de toda
conquista. [...] En cuanto a las fuerzas armadas, además de utilizar las propias e

15
Ibídem, página 159.
16
Ibídem, página 96.

8
inducir a elementos de los pueblos sometidos a reforzarlas, no dudaban en
constituir milicias especiales escogiendo por la fuerza a los jóvenes que les
interesaban entre las poblaciones cristianas. Estos jóvenes, originarios sobre
lodo de los Balcanes, eran deportados, sometidos a un rígido adiestramiento
militar, hechos musulmanes e integrados en un cuerpo especial de infantería,
cuyos miembros se llamaban jenízaros. Verdaderos soldados profesionales, a los
que incluso les estaba prohibido casarse (al menos hasta la primera mitad del
siglo XVI), los jenízaros constituían el núcleo y la flor del ejército: eran entre
20.000 y 30.000 hombres y formaban la fuerza armada más disciplinada de la
época.17

Como podemos ver, el Imperio otomano no solo tenía una concepción bastante moderna de la
guerra y del expansionismo, sino que a nivel militar daban mucha importancia a la mejora del
ejército que debía de servir al mismo tiempo para expandir la religión musulmana, por la cual
cosa no es de extrañar que a medida que pasaban los años las victorias se fueran sucediendo
y, además de sacudir los territorios de la ortodoxia cristiana, pronto la amenaza se extendería
al este y al sur de Europa. A finales del siglo XV y a principios del XVI, cuando la resistencia
húngara frenó el avance por el este de los otomanos, estos dirigieron su mirada a una zona
bastante sensible, el norte de África. Como indica Alberto Tenenti, para 1516 los turcos
ocupaban Siria, Palestina, Egipto e incluso Arabia, dominando gran parte del golfo Pérsico y
el océano Índico al mismo tiempo que el norte del continente africano se nutría, en parte
gracias a la expulsión de los moros del Reino de Granada, de nuevas bases de piratas que
comprometían las rutas marítimas hasta tal punto que la reacción española no había de
hacerse esperar.18 Especialmente destacable había de ser el papel de Khaireddin, Barbarroja,
que al mando de los corsarios había de instalar el poder otomano en el Mediterráneo como
lugarteniente del Diván, asegurando Argel desde 1525.19

La gota que había de colmar el vaso y despertar de una vez por todas la atención de los
españoles fue la conquista de Túnez por parte de Barbarroja en 1534. El mismo Carlos V
había de participar en la expedición que recuperaría Túnez en 1535 y La Goleta aunque, de
nuevo, la victoria sería pírrica en cierto sentido porque para entonces Barbarroja ya

17
Ibídem, página 96, el subrayado es mío.
18
Ibídem, página 98.
19
Ibídem, página 98.

9
cooperaba a nivel naval con los franceses, como atestiguan distintos documentos que
informan sobre la llegada de Jehan de la Forest, embajador de Francisco I, a la corte de
Barbarroja, en un esfuerzo emprendido por el monarca francés no solo para comunicarse con
el líder corsario sino también con Solimán el Magnífico.20 El mismo Solimán se encargaría de
retomar la conquista de los Balcanes mientras que, más orientado al Mediterráneo, Barbarroja
se encargó de consolidar el dominio otomano del Mediterráneo que había de durar hasta la
Batalla de Lepanto. Como indica Alberto Tenenti: El Mediterráneo se había convertido casi
en un lago o tomano, mientras los movimientos de la mayor potencia europea, la española,
quedaron condicionados, al menos hasta Lepanto, por la amenaza que constituía el imperio
turco.21

Como podemos ver, la primera mitad del siglo XVI en el Mediterráneo tuvo diversas
problemáticas e intereses que nos llevan directamente a la Batalla de Lepanto. Por un lado, el
enfrentamiento entre España y Francia por la hegemonía incluía los territorios italianos que, a
su vez, estaban amenazados por el pujante Imperio otomano cuyo gran aliado en Europa por
interés mutuo era el reino de Francia. Como se subraya en diversas fuentes, la muerte de
Barbarroja se sucede en un momento en el que el Mediterráneo se puede considerar el patio
de juegos de los otomanos y en el siguiente apartado se discutirá qué causas tuvo la Batalla
de Lepanto, además de las ya mencionadas. Aun con esto, y para no perder la perspectiva que
guía este trabajo, creo que es interesante tener en cuenta que, como defiende Miguel Ángel de
Bunes Ibarra, la irrupción de los otomanos en el panorama Europeo por medio de su aumento
de poder en el Mediterráneo hará que en lugares como España tanto los mandatarios como la
población encuentren en el turco a un enemigo sobre el que se forjarán ideologías y, quizá, la
semilla de un nacionalismo floreciente que había de sumar filias y fobias de un país.22
Además, tanto reyes como gobernantes legitiman sus empresas por medio de la religión y la
lucha por el Mediterráneo adquirirá pronto un cariz de cruzada o Guerra Santa que será muy
relevante en el suceso histórico que estudiamos, la Batalla de Lepanto.

20
Ibídem, pp. 98-100.
21
Ibídem, página 100.
22
Ibídem, pp. 161-167

10
2.2: Propaganda y creación de un enemigo antes de la Batalla de Lepanto

Tal y como se concluía en el anterior punto de este ensayo, el Islam y el temor a la pujante
presencia de los otomanos en el Mediterráneo se estaban convirtiendo, poco a poco, en una
de las puntas de lanza de la legitimación que requerían, por ejemplo, los reyes de la Casa
Austria, como explica de Bunes Ibarra de la siguiente forma:

Con la llegada de la dinastía de los Austrias a España y la conversión de la


monarquía hispánica en el eje del Imperio de Carlos V, los otomanos se
convierten en un elemento de justificación de las ideas que venían desde la época
de los Reyes Católicos. El Emperador se presenta ante sus contemporáneos como
el campeón de la Cristiandad, el hombre que puede parar el avance de las
huestes de Solimán el Magnífico por Europa. Esta visión de la monarquía [...] se
intensificará en el reinado siguiente con la participación hispana en la batalla de
Lepanto…23

Pero, además, como también explica de Bunes Ibarra, esta lucha se librará tanto dentro como
fuera de las fronteras, puesto que pronto las revueltas de los moriscos revelarán que la pureza
religiosa de España no era tal y, además, servirán para que reyes como Carlos V o Felipe II se
muestren ante el mundo como defensores de la Cristiandad tanto dentro como fuera de sus
dominios.24 Pese a esto, como indica el propio de Bunes Ibarra, si dejamos a un lado la
propaganda que se hacía sobre la lucha contra los otomanos, podemos descubrir que la vía de
acción de los hispanos era realmente defensiva, sobre todo en lo que pertoca al Mediterráneo:

Prima la defensa de las líneas de comunicación y la estabilidad de fronteras. En


ninguno de los dos reinados se realizó una política agresiva con respecto a los
otomanos, salvo la de pactar acuerdos con otros estados, ya sean cristianos o
musulmanes [...] La verdadera preocupación de estos príncipes era liberar el
Norte de África del expansionismo otomano, por lo que no existe realmente una
política claramente anti-turca a lo largo de todo el siglo XVI, con independencia

23
Ibídem, página 164, el subrayado es mío.
24
Ibídem, pp. 164-165.

11
de lo que la ideología y la propaganda oficial referían en los escritos y las obras
de arte.25

Como podemos ver, se comienzan a entremezclar la realidad de la acción de la Corona, que


era sobre todo defensiva, con el deseo de esta de mostrarse como la gran protectora de la
Cristiandad. Aunque entraremos más a fondo en este tema en el momento de valorar el peso
de la Batalla de Lepanto en la construcción de un incipiente nacionalismo, me parece
relevante y de interés que aunque la acción de la Corona no fuera especialmente anti-turca ya
se estaba creando un discurso alrededor de la lucha entre los dos imperios por la hegemonía
en el Mediterráneo.

En todo momento hablamos de cómo la Corona se ponía en el centro de la lucha contra los
otomanos porque, en cierta medida, eran una fuente de legitimación del proyecto imperial.
Como explicaba en la introducción, entrar a valorar la modernidad (o lo contrario) en
conflictos como este es especialmente complicado porque su raigambre se encuentra en
conflictos del pasado que de modernos tienen más bien poco. En consonancia con estas ideas,
por ejemplo, podemos comprobar que los distintos monarcas que reinaron en España durante
estos años tenían en mente, además de recuperar el Mediterráneo, recuperar también
Jerusalén y, en términos generales, Tierra Santa, en una especie de cruzada que obedecía más
a códigos medievales que a lo que hoy consideraríamos como moderno, tal y como explica de
Bunes Ibarra.26 Esta clase de procesos son interesantes si vemos la Batalla de Lepanto como
el momento y el lugar en el que cristalizan ideologías e intereses, convirtiéndose a su vez en
la gesta que serviría para elaborar de forma todavía más efectiva el relato que había de servir
a los monarcas de la casa Austria para legitimar un imperio que tenía problemas para no
deshacerse por la pluralidad de sus territorios.

En el siguiente apartado hablaré de cómo la caída de Chipre hizo que el conflicto por el
Mediterráneo se abocase a la Batalla de Lepanto, ya que debido a la caída de la isla se crearía
la Liga Santa bajo un común de intereses tanto prácticos como ideológicos, cuya importancia
ya se ha podido ver en este capítulo y se podrá ver más adelante en los relatos construidos
tras la Batalla de Lepanto.

25
Ibídem, página 165, el subrayado es mío.
26
Ibídem, página 166.

12
2.3: La caída de Chipre y la creación de la Liga Santa

Como relata Hugh Bicheno, la caída de Chipre fue un punto clave en la creación de la Liga
Santa y la posterior Batalla de Lepanto. Un aspecto relevante es que la isla, que estaba en
manos venecianas, era el último de los Estados Cruzados en manos cristianas y no es de
extrañar que el Sultán Selim II, rey de Jerusalén, reclamase la isla bajo su propia
jurisdicción.27 Esto provocaría a su vez que las autoridades pusieran empeño en la defensa de
la isla, siendo de especial renombre el asedio de Famagusta o el de Nicosia; pese a la
modernidad de las defensas, la ausencia de hombres frente a la potencia del Imperio otomano
fue un factor clave.28 El 9 de septiembre de 1571 cae Nicosia y, no mucho después, caería
Famagusta tras resistir el cerco otomano durante 64 días en los que la localidad fue
bombardeada y hostigada por un ejército muchísimo más grande que el formado por los
defensores.29 Un buen relato de lo sucedido es el que escribe Alejandro Zorbas en Chipre a
través de los siglos, donde se explica la resistencia y la caída de la isla de la siguiente
manera:

La capital resistió 45 días, acosada además internamente por el hambre y las


enfermedades, pero al fin cedió ante un asalto brutal. De las 56.000 personas
reunidas ahí, los turcos degollaron 20.000 e hicieron prisioneras a otras tantas.
Las depredaciones y desbordes que cometieron con la población civil durante
tres días interminables sobrepasan cualquier límite, según el relato de testigos
oculares. [...] Luego, con una fuerza de 250.000 hombres, vino el asedio de
Famagusta, heroica y organizadamente defendida por Marcantonio Bragadino,
hazaña donde participaron tropas griegas también. [...] Al cabo de cuatro meses
de bloqueo, agotados sus alimentos, municiones y fuerzas, Famagusta se rindió
bajo la promesa turca de perdonar la vida de la gente y permitir su libre
evacuación. Pero una vez entregada, el general Lalá Mustafá, aunque dejó que
saliera parte importante de la guarnición, se ensañó en cambio, durante cuatro
días de martirio, con el capitán veneciano, reivindicador de su patria [...] La
caída de Chipre significó la pérdida del último bastión cristiano en el Cercano
Oriente mahometanizado, que Occidente había tenido en su poder 380 años.

27
BICHENO, H., La Batalla de Lepanto; 1571, Ariel, 2003, página 191.
28
Ibídem, pp. 197-198.
29
Ibídem, pp. 213-217.

13
Mientras tanto el desembarco y avance turco en Chipre concitó la reacción de los
países europeos, formándose, en mayo de 1571 la Liga Santa que unió a España,
Venecia y al pontífice Pío V en un esfuerzo por abatir el potencial marítimo
otomano. La confederación alistó una flota, de la que formaron parte también
numerosos barcos, capitanes y marineros griegos, y la puso a las órdenes de
Juan de Austria.30

Como podemos observar, la caída de Chipre fue un factor fundamental en la creación de la


Liga Santa no solo por efectos prácticos, pues se acrecentaba la presión otomana en el
Mediterráneo, sino también por factores ideológicos o sentimentales, pues caía el último de
los Estados Cruzados y se ponía en entredicho ese deseo de algunos monarcas europeos de
retornar a Tierra Santa, cosa que, como introducía antes, nos puede hacer sospechar del uso
de etiquetas como moderno para definir conflictos como estos. Otros historiadores, como
Fernando de Cambra, consideran también que la resistencia chipriota fue un factor clave en la
posterior Batalla de Lepanto, pues el desgaste en las tropas otomanas, que habían sufrido
hasta 80.000 bajas en el cerco de Famagusta, se había de notar más adelante.31 Sea como
fuere, lo cierto es que la caída de Chipre espoleó la creación de la Liga Santa.

A priori, la creación de la Liga Santa, pese a que los intereses de sus integrantes eran
comunes (la derrota de los otomanos), no fue algo sencillo. Como explica Manuel Rivero
Rodríguez, la desconfianza entre los que suscribían el tratado era patente por diversos
motivos, siendo uno de especial relevancia que la unión llevase por nombre “Liga”, como
explica el propio Manuel Rivero de la siguiente forma:

El uso del vocablo “Liga” no era inocente [...] tenía una fuerte carga ideológica
y simbólica. [...] Tenía además [...] una clara connotación religiosa que lo
diferenciaba de otros conceptos [...] los intentos del papado de constituir ligas
contra los turcos, fuera de la retórica de las cruzadas, formaban la base
constitutiva del esfuerzo de Roma por resaltar su liderazgo sobre la
Cristiandad.32

30
ZORBAS, A., Chipre a través de los siglos, Byzantion Nea Hellás, no 3-4, 1972, p. 13-134, pp.
78-79. El subrayado es mío.
31
CAMBRA, F., Chipre, entre griegos y turcos, 1977, página 78.
32
RIVERO RODRÍGUEZ, M., La Liga Santa y la paz de Italia (1569-1576), Universidad Autónoma de
Madrid, 1996, pp. 599-600.

14
Así pues, como se entiende, el intento del Pontífice por utilizar la liga para mostrarse como el
líder de la lucha contra los otomanos era visto con recelo por los monarcas, siendo
especialmente criticado por los sectores más conservadores de la corte de Felipe II.33 No por
nada en los capítulos anteriores hablamos de cómo los reyes católicos españoles buscaban
convertirse en el baluarte de la cristiandad y, de alguna manera, la creación de la Liga Santa
bajo las condiciones pontificias comprometía esta forma de legitimar su reinado y su
dominio. Pronto tanto los poderes venecianos como los papales consideraron que Felipe II
pretendía poner la Liga Santa al servicio de sus intereses haciendo uso de la necesidad de los
estados italianos, puesto que la presencia hispánica era requerida para la formación de una
flota que pudiera desafiar a los otomanos de forma seria.34 Esta serie de tensiones en la
creación de la Liga forzaron que al final el tratado buscase satisfacer a todas las partes, como
explica Manuel Rivero en las siguientes líneas:

Finalmente, el tratado por el que se constituyó la Santa liga el 20 de Mayo de


1571, satisfizo las exigencias e intereses de todas las partes firmantes. Respondía
a las aspiraciones programáticas de Pío V y los jesuitas, el fin principal de la
LIga era “deffender a Su Santidad y al Estado de la Sede Apostólica”,
adecuándolas a las exigencias de la Corte española al conceder el mando
supremo a la Monarquía e incluir la posibilidad de actuar en el Norte de África
en un futuro no lejano (que se determinaría más adelante). Asimismo Venecia
quedaba satisfecha al considerarse prioritaria para la campaña de 1571 la
acción en el Mediterráneo Oriental.35

Del mismo modo, la corte española se aseguró que el líder de la armada de la Liga fuera
español, Juan de Austria, cuyo prestigio militar debido a su triunfo en la Guerra de las
Alpujarras se aunaba a su religiosidad, por lo que era bien visto por el Pontífice.36 Una vez
los firmantes del tratado habían limado asperezas, era el momento de iniciar los preparativos
para la contienda, aunque las diferencias de opinión entre los firmantes se harían patentes tras
la Batalla de Lepanto, como veremos.

33
Ibídem, página 600.
34
Ibídem, página 601.
35
Ibídem, página 602.
36
Ibídem, página 602.

15
3. La Batalla de Lepanto

En este apartado no hablaré tanto de cómo se desarrolló la Batalla de Lepanto sino sobre todo
de las consecuencias que tendría la Batalla en sí misma puesto que de ahí podremos
vislumbrar si estas estuvieron a la altura de las expectativas y si, por ende, están justificados
los aires de gesta otorgados al momento. De este modo, quizá se puedan discutir también qué
fechas podría tener el declive del Imperio otomano o si la victoria de la Liga Santa
encabezada por los españoles fue verdaderamente aprovechada para establecer un dominio
cristiano en el Mediterráneo. Asimismo, empezaremos por situar como otomanos por un lado
y cristianos por el otro iniciaron los preparativos de la Batalla y cómo fue el desarrollo de
esta.

3.1 Los preparativos de la Batalla de Lepanto

En lo que refiere a la armada cristiana, como explica Angus Konstam, la flota constaba de
206 galeones y seis galeras comandadas por Juan de Austria en el mando y los comandantes
Luis de Requesens y Zúñiga y Álvaro de Bazán, ambos españoles, y Juan Andrea Doria,
comandante genovés.37 La armada estaba dividida y secundada por los firmantes del tratado
de la Liga Santa, cosa que tras la victoria se haría patente en nuevas divisiones en la toma de
decisiones, aunque en ello entraremos más tarde. En lo referente a las escuadras otomanas,
estaban lideradas por Alí Pachá, almirante otomano que estaba principalmente secundado por
los corsarios Mehmed Sirocco, de Alejandría, y Uluç Allí, liderando los tres un conjunto de
222 galeones, 56 galeotas y otras embarcaciones de menor tamaño. Pese a que a priori el
tamaño de la flota otomana era mayor, diversos problemas se hacían patentes antes de la
batalla: por un lado, como explica Konstam, el número de esclavos cristianos utilizado por
los otomanos era bastante grande, cosa que por la naturaleza de la batalla podía resultar en
complicaciones.38 Por otra parte, como indica Geoffrey Parker, aunque en lo referente a
tropas ambos bandos eran más o menos parejos, los cristianos poseían más armas de alcance
y más munición para estas.39 Además, los cristianos confiaron la defensa de los navíos a

37
KONSTAM, A., Lepanto 1571: The Greatest Naval Battle Of The Renaissance. United Kingdom:
Osprey Publishing, 2003, p. 23.
38
Ibídem, pp. 20-21.
39
PARKER, G., The Military Revolution, Cambridge University Press, 1988, pp. 87-88.

16
arcabuceros y mosqueteros mientras que los otomanos confiaron en algunas de sus tropas
más temidas, las armadas con arco compuesto.40

3.2 El caos de la Batalla

El 7 de octubre de 1571 se produjo, pues, la Batalla de Lepanto. A priori, la mejor manera de


describirla es, probablemente, referirse a ella como un momento de caos. Luis Cabrera de
Córdoba (1559-1623), cronista de Felipe II, describió la Batalla en las siguientes palabras:

Jamás se vio batalla tan confusa, trabadas las galeras una por una, y dos y tres
tres con otra, como les tocaba la suerte, aferradas por las proas, costados,
popas, proa con popa, gobernando el caso. El aspecto era terrible por los gritos
de los turcos, por los tiros, fuego, humo, por los lamentos de los que morían. El
mar vuelto en sangre, sepulcro de muchísimos cuerpos que movían las ondas,
alteradas y espumantes de los encuentros de las galeras y horribles golpes de la
artillería, de las picas, armas enastadas, espadas, fuegos, espesa nube de saetas,
como de granizo, volviendo erizos y espines los árboles, entenas, pavesadas y
vasos. Espantosa era la confusión, el temor, la esperanza, el furor, la porfía,
tesón, coraje, rabia, furia; el lastimoso morir délos amigos, animar, herir, matar,
prender, quemar, echar al agua cabezas, piernas, brazos, cuerpos, hombres
miserables, parte sin ánima, parte que exhalaban el espíritu, parte gravemente
heridos, rematándolos con tiros los cristianos. A otros que nadando se arrimaban
á las galeras para salvar la vida á costa de su libertad, y aferrando los remos,
timones, cabos, con lastimosas voces pedían misericordia, déla furia de la vitoria
arrebatados les cortaban las manos sin piedad, sino pocos en quien tuvo fuerza
la codicia, que salvó algunos turcos.41

Aunque deberíamos de estar advertidos del riquísimo tono literario de Cabrera de Córdoba
(en la línea de lo mejor del Siglo de Oro español), creo que de su crónica se extraen dos
cosas: por un lado, la batalla fue caótica, algo que es normal si tenemos en cuenta la gran
disposición de tropas y navíos y lo encarnizada que iba a ser cualquier lucha por el dominio

40
KEEGAN, J., A history of warfare, Vintage, 1994, página 337.
41
CABRERA DE CÓRDOBA, L., Historia de Felipe II, tomo II, Biblioteca de Castilla y León.
Publicación original en Madrid, 1876-1877; copia digital. Valladolid : Junta de Castilla y León.
Consejería de Cultura y Turismo, 2009-2010, página 113.

17
del Mediterráneo. Por otro lado, se hace patente que los españoles, poco a poco, iban
subyugando a las tropas otomanas, algo a lo que hace referencia Cabrera de Córdoba que, al
escribir una crónica sobre la victoria española y sobre la vida y milagros de su rey Felipe II,
bien pudiera exagerar. Sin embargo, más adelante, así define él mismo el momento en que la
Liga Santa inclinó la victoria hacia el lado cristiano:

En tanto mataron de un arcabuzazo á Alí; avisó dello á D. Juan don Juan de


Ayala, y los cristianos entraron del todo la galera con muerte de muchos
genízaros. Quitaron el estandarte llamado el Sanjac, bandera de devoción del
señor de los turcos, y pusieron en su lugar la imagen de Cristo crucificado, y la
cabeza de Alí levantaron en una pica, porque la viesen las armadas, para animar,
alegrar, glorificar los cristianos, y desmayar, entristecer, infernar los turcos. Este
suceso aseguró el evento del horrible conflicto, no habiendo hasta aquel punto
inclinado la vitoria, ni señalado á quién se habia de dar.42

Según Cabrera de Córdoba, la muerte del almirante Alí Mehmed fue el principio del fin para
los otomanos y la primera señal de la victoria en el conflicto. Y sin embargo, los turcos
siguieron luchando el resto del día:

Los turcos, aunque de todas bandas heridos con mala ventura, alargaron la
batalla hasta el fin del dia, siempre furiosa y terrible por la esperanza de una
parte y la desesperación de otra. Metíanse en las galeras á recebir la muerte
antes que rendir las vidas, ciegos del furor, locos de rabia, vista miserable y
espantosa. Los esclavos cristianos, conociendo la mejoría de su parte, combatían
con los turcos en sus galeras en comenzando a ser entradas, procurando su
libertad con venganza de sus injurias y fin alegre de su esclavitud. Los forzados
de la Liga, desferrados de sus capitanes, compraron el salir de servidumbre vil y
fatigosa con las muertes de los bárbaros, en cuyas galeras llevados de la
promesa de sus generales y deseo de robar, saltaron furiosamente.43

Aquí no deja de ser interesante este detalle que introducíamos antes: los esclavos cristianos,
aunque se les había prometido la libertad si los turcos conseguían la victoria (y ellos no

42
Ibídem, página 114.
43
Ibídem, página 115.

18
hacían nada para evitarlo) aprovecharon la confusión de la Batalla para atacar a sus captores,
algo que definitivamente había de socavar la resistencia turca, que iba más allá de la muerte
de sus líderes. Finalmente, este es el cálculo que Cabrera de Córdoba hace de la Batalla:

Murieron treinta mil turcos, fueron presos diez mil; mas no parecieron sino tres
mil y quinientos. Libertáronse quince mil cristianos de todas naciones: ganáronse
ciento y setenta y cinco galeras; fueron treinta al fondo ; noventa y nueve dieron
en tierra y las quemaron, y en la repartición hubo ciento y treinta. Don Juan
despachó con diez galeras á D. Lope de Figueroa á llevar la nueva al Rey, y al
Conde de Priego al Santo Pontífice; á los venecianos á D. Pedro Zapata,
gentilhombre de su Cámara, y para darles el parabién de la vitoria y
congratularse del triunfo que Dios á todos fue servido de dar. La galera patrona
de Sicilia, cargada de cuatro de Aluch Alí, se defendió valerosamente; porque
como los turcos, genízaros y leventes de Argel son cosarios exercitados y buenos
escopeteros y flecheros, hicieron gran estrago, disparando por cuatro partes
contra los cristianos; y así los defensores, aunque los más quedaron muertos y
mal heridos y abrasados de los fuegos, fueron dignos de toda alabanza.44

No deja de ser interesante cómo la promoción de la victoria de la Liga Santa en la crónica de


Cabrera de Córdoba es algo patente. Más adelante, en el momento de valorar el peso de esta
victoria no solo a nivel práctico en el Mediterráneo sino también a nivel ideológico o
sentimental, veremos cómo ya en el momento se tiñó de gesta a una batalla que, por lo
pronto, vemos que estuvo equilibrada salvo por algunos detalles y que podríamos decir a
todas luces que se trata de una victoria pírrica.

En el siguiente apartado se estudiarán las consecuencias de la Batalla de Lepanto, que son el


motor de este ensayo. Por un lado se valorará a nivel práctico en qué se tradujo esta victoria
y, por otra parte, valoraré cómo pasó a ser parte del incipiente nacionalismo español y por qué
creo que a causa de esto se ha exagerado la victoria que, aunque fue sonada, no fue
aprovechada realmente ni para acabar con los otomanos ni para que los cristianos tuvieran un
dominio total del Mediterráneo.

44
Ibídem, página 117.

19
4. El Mediterráneo tras Lepanto: consecuencias de la Batalla

Esta parte del ensayo, menos descriptiva y más centrada en investigar las consecuencias de la
Batalla de Lepanto, se articulará sobre dos preguntas que han de orientar el resto de esta
tesina. La primera sería sobre las consecuencias prácticas o reales de la Batalla, es decir,
hasta qué punto esta contribuyó a cambiar la situación en el Mediterráneo y convertir (o no)
este lugar en un bastión cristiano tras la derrota otomana en Lepanto. El segundo interrogante,
íntimamente ligado al anterior, pretende interpelarnos sobre hasta qué punto las
historiografías nacionales han exagerado o sobrevalorado la victoria, siendo esta clase de
análisis relativo a las consecuencias de la batalla puesto que para hacer esta clase de lectura
de lo sucedido hemos de valorar antes las consecuencias que provocó la victoria cristiana en
1571.

4.1 Consecuencias prácticas de Lepanto: ¿victoria desaprovechada?

A priori, el primer interrogante que surge al valorar la victoria en Lepanto es sobre si esta
victoria de verdad fue aprovechada por la Liga Santa para expulsar a los turcos del
Mediterráneo y establecer un dominio real y casi en forma de monopolio cristiano en este
mar. Mi propuesta es que no, y por eso más adelante valoraremos si se exageró la victoria
como parte de un relato protonacionalista o nacionalista.

A priori, hay historiadores que discuten cuál puede ser la fecha clave en el declive del
Imperio otomano, siendo la Batalla de Lepanto una de las que se tienen en cuenta, pero no la
única. Dariusz Kołodziejczyk valora las siguientes fechas como aquellas que suelen ser
frecuentemente utilizadas para explicar el supuesto declive de los otomanos:

Various dates have been proposed, such as the Ottoman naval defeat at Lepanto
(1571), the Ottoman Habsburg treaty at Zsitvatorok (1606), the second failed
siege of Vienna (1683), the Treaty of Karlowitz (1699), and, finally, the
Ottoman-Russian treaty at Küchük Kaynardja (1774).45

45
KOLODZIEJCZYK, D., The Ottoman Empire en The Oxford World History of Empire: Volume Two:
The History of Empires (editado por Peter Fibiger Bang, C. A. Bayly, and Walter Scheidel), 2021, pp.
729-750, página 729.

20
Como se puede observar Kołodziejczyk maneja fechas que abarcan dos siglos (casi
doscientos años completos desde 1571 hasta 1774), por lo cual, este supuesto declive no
habría sido inmediato, ni mucho menos, cosa que me hace dudar de que empezase
verdaderamente en Lepanto. El propio Kołodziejczyk explica que podríamos entender el final
del siglo XVI como un momento en que los otomanos detuvieron su expansión casi por
necesidad, por ser un imperio excesivamente extenso con las complicaciones que ello
acarreaba.46 Pese a esta problemática, el siglo XVII no tiene por qué ser considerado como un
siglo de declive en clave otomana puesto que, como el propio Kołodziejczyk explica, los
otomanos resistieron a la oleada de guerras civiles a la que sucumbieron grandes estados
como el ruso, el chino, el indio, el alemán o el inglés entre otros, además de consolidar su
posición al este del Mediterráneo gracias a la conquista de Creta (1645-1669) y alrededor del
centro de Europa creando bases operativas en el borde del imperio de los Habsburgo y
Polonia.47 Esta información, en mi opinión, desafía el relato de que la Batalla de Lepanto
fuera una gran victoria. Otros historiadores como Josep M. Delgado y Josep M. Fradera
consideran que la Batalla de Lepanto formó parte de un ciclo de enfrentamientos directos con
los turcos los cuales coincidieron con las persecuciones en países como España que buscaban
la homogeneización de los súbditos, yendo muy de la mano la religión con el sino imperial.48
En este contexto, según Delgado y Fradera, la victoria cristiana en Lepanto ayudaría a
asentar las distintas esferas de influencia en el Mediterráneo.49 Esta misma impresión es la
de Alejandro Zorbas, resumida en las líneas siguientes:

Aun cuando Lepanto indicó lo que hubieran podido hacer las potencias europeas
unidas contra el enemigo común de la cristiandad, este triunfo no tuvo otro
resultado sino establecer un mejor equilibrio de fuerzas en el Mediterráneo y
demostrar que el Imperio otomano no era invencible. [...] En lo que a los turcos
se refiere, el descalabro naval tuvo por efecto endurecer su actitud ante los
cristianos, desatando represalias masivas en diversas partes de sus dominios.50

46
Ibídem, página 739.
47
Ibídem, página 740.
48
DELGADO, J.M. y FRADERA J.M., The Habsburg Monarchy and the Spanish Empire (1492–1757)
en The Ottoman Empire en The Oxford World History of Empire: Volume Two: The History of
Empires (editado por Peter Fibiger Bang, C. A. Bayly, and Walter Scheidel), 2021, pp. 789-809,
página 794.
49
Ibídem, página 794.
50
Ibídem, pp. 79-80.

21
Esta última interpretación me parece profundamente interesante porque, en mi opinión, se
acerca un poco a la consecuencia real palpable de la Batalla de Lepanto, que no es otra que el
freno de la expansión de los otomanos en parte del Mediterráneo más occidental. También se
puede considerar Lepanto como el momento a partir del cual los otomanos dejaban de ser
vistos como invencibles, aunque esto no significaba que tuvieran que dejar de ser tenidos en
cuenta. Por otra parte, en lo que refiere a los españoles ¿para qué sirvió la victoria contra los
otomanos? ¿fue aprovechada en clave imperial?

Un factor clave para entender por qué se podría haber desaprovechado esta victoria es, según
Manuel Rivero, el peso de las divisiones que marcaron la Liga Santa, en sus propias palabras:

Paradójicamente, el éxito obtenido no logró aplacar las diferencias que habían


presidido la formación de la liga, agudizándose la desconfianza entre los
coaligados. Además, las diferencias de criterio y las distintas actitudes de los
firmantes de la alianza se proyectaron con fuerza sobre la flota, los venecianos,
D. Juan de Austria y Marco Antonio Colonna consideraban que para consolidar
la derrota otomana debía proseguirse la campaña en el Mediterráneo Oriental,
mientras que Requesens y los mandos afines al sector conservador de la Corte
hispana opinaban que era el momento de dirigirse a Argel. Las divergencias de
criterio se correspondían con diferencias personales, que dificultaban aun más la
toma de decisiones…51

Como podemos ver, según Rivero las divisiones en el seno de la Liga Santa dificultaron la
celeridad necesaria en la toma de decisiones. Según David Abulafia, la victoria en Lepanto
solamente sirvió para dividir el Mediterráneo en dos bloques: al oeste los Habsburgo y sus
aliados europeos y en el medio este los otomanos, que tras Lepanto solamente habían perdido
algunos territorios italianos que se convirtieron en la única tierra recuperada por la Liga
Santa.52 Este análisis de Abulafia nos invita a sopesar dónde quedaron las pretensiones
territoriales no solo presentes en la creación de la Liga Santa sino en el ideario de algunos
monarcas hispanos que, como vimos anteriormente, querían incluso recuperar Tierra Santa,
dándole a la lucha por el Mediterráneo un aire de cruzada que recuperaba parte del discurso
ya presente desde el medievo.

51
Ibídem, pp. 603-604, el subrayado es mío.
52
Ibídem, página 451.

22
En el próximo apartado intentaré hacer un análisis sobre las ideas que estuvieron presentes en
el momento de valorar la Batalla de Lepanto y si la valoración que se hizo de dicho suceso
estuvo acorde a lo que realmente sucedió, ya que como hemos podido ver, aunque la victoria
fuera importante no fue realmente aprovechada y, pese a ello, el imaginario colectivo
posterior la ensalzaría como una especie de punto de inflexión capital en el desarrollo de una
especie de protonacionalismo hispánico.

4.2 La Batalla de Lepanto: imaginario colectivo y mitificación del conflicto

Como explica Miguel Ángel de Bunes Ibarra, autor al que he citado anteriormente, la lucha
contra los turcos se puede entender como una parte de la propaganda imperial y personal, en
lo que refiere a los monarcas que las lideraban, convirtiéndose los otomanos, en sus propias
palabras, en un elemento de justificación de muchas de las acciones que se propugnan a lo
largo de los siglos XVI y XVII.53 Esta manera de entender la lucha por la cristiandad
emprendida por los monarcas españoles (en lo que refiere a nuestro estudio sobre todo Carlos
V y Felipe II) nos ayuda a conectar dos conceptos que son familiares y que suelen coincidir
en los análisis de los imperios europeos: la religión y la estabilidad del imperio. Aunque sería
fácil separar los objetivos laicos de la fe en la Batalla de Lepanto, no sorprende que tras la
victoria el mismo Juan de Austria iniciase una serie de rituales para agradecerle a Dios por la
victoria con misa solemne, sermón y procesión con mucha música de instrumentos y de
clérigos y frailes que iban en la armada, como explica en su crónica Luis Cabrera de
Córdoba.54 Esto conecta muy bien con lo que explicábamos al principio de este ensayo,
citando a Tim Blanning y a Alberto Tenenti: en la Batalla de Lepanto confluyen la
modernidad y lo medieval, si se quiere, pues al fin y al cabo nos movemos en la plena Edad
Moderna y en un momento de cambio sin parangón (hasta la fecha). Como explica el propio
Tenenti, la periodicidad, es decir, el que algunas fechas concretas sean utilizadas como
barreras o divisiones en la Historia, es un proceso de concienciación colectiva que mucho
tiene que ver con las dimensiones cultural, política y artística.55 Del mismo modo, los
procesos que han guiado la creación de los nacionalismos, en mi opinión, tienen mucho que
ver con el hecho de que las mismas dimensiones culturales, políticas o artísticas relacionadas

53
Ibídem, pp. 165-166.
54
Ibídem, página 120.
55
Ibídem, página 7.

23
entre sí hayan hecho uso de hitos históricos para crear un relato más o menos firme que pueda
homogeneizar a nivel identitario a los sujetos de una nación.

En lo que refiere a nuestro caso de estudio, aunque se puede profundizar mucho en las causas,
el desarrollo y las consecuencias de la Batalla de Lepanto, es bastante claro que pese a que la
victoria fue un golpe de efecto importante, no fue aprovechada para conseguir ni los objetivos
habituales de los monarcas ni los que fundaron la Liga Santa. Pese a ello, el peso en la cultura
de este suceso histórico es tal que me parece plausible y digno de un ensayo más profundo el
pensar que en la construcción del nacionalismo español esta clase de eventos, mitificados,
descontextualizados y sirviendo a distintos intereses, fueron de gran utilidad al proyecto
político del país. Aunque quizá hablar de nación o nacionalismo en el siglo XVI pueda
resultar anacrónico, hay historiadores como Xavier Gil Pujol que, investigando archivos de la
época, han demostrado que el uso del término “nación” ya se daba en el periodo que abarca el
año 1570 y el 1628.56 Pese a ello, creo que es en la cultura moderna donde se ve que el peso
de la Batalla de Lepanto, insisto, mitificada y glorificada, ha sido de una gran importancia
aunque, como hemos visto, no cambiase demasiado las posibilidades del Imperio español en
el Mediterráneo.

Es en el género literario, por ejemplo, donde podemos encontrar un rastro importante de lo


que muchos filólogos y/o historiadores catalogarán como épica lepantina. Pep Valsalobre
valora la contribución catalana en la celebración de la victoria en Lepanto analizando poemas
como el Lepant, poema épico de Joan Pujol (1532-1603), presbítero de Mataró, que nos da
varias claves de cómo casi inmediatamente después de la victoria se empezó a construir una
épica casi mítica sobre lo sucedido.57 Así define Valsalobre las principales características del
poema épico de Pujol:

Los elementos clave del poema de Pujol son los siguientes: base histórica, trama
unitaria, argumento lineal, alternancia narrativa (cristianos/otomanos), héroes
de status elevado, tema cristiano, función política (y religiosa) de raíz virgiliana,

56
GIL PUJOL, X., Un rey, una fe, muchas naciones. Patria y nación en la España de los siglos XVI y
XVI en La Monarquía de las naciones. Patria, nación y naturaleza en la Monarquía de España
(editado por Antonio Álvarez-Osorio Alvariño y Bernardo J. García García), Fundación Carlos de
Amberes, Madrid, 2004, pp. 30-76, página 41.
57
VALSALOBRE, P., La contribución catalana a la celebración poética lepantina, Universitat de
Girona, Institut de Llengua i Cultura Catalanes en Escribir y persistir, estudios sobre la literatura en
catalán de la Edad Media a la Renaixença, Vol. II, Argus, 2013, pp. 39-56.

24
y, sobre todo, uso de modelos épicos. [...] La ineludible proximidad de esta épica
histórica respecto a los hechos y a su difusión por las fuentes utilizadas conllevó,
sin duda, un condicionante de los aspectos genéricos. [...] El poema “Lepant” es
épico porque, partiendo de los hechos históricos, más allá de establecer el
entramado cronológico y geográfico de los acontecimientos, hace una selección
de lo poetizable, a la par que inventa episodios que suponen una idealización de
la materia, de manera que la elevan a la categoría de la epopeya. A diferencia de
Lo Frasso, Pujol no describe hechos objetivos. Pujol no quiere explicar una
historia (como hacían las crónicas en prosa) sino cantarla. Y esa voluntad por sí
sola ya le introducía en una tradición presidida por Virgilio. No le interesa
exponer las acciones comunes del soldado (aunque sean eficaces para el
desenlace de la batalla). Sabe que no todo lo histórico es poetizable, que hay que
seleccionar aquello capaz de adquirir categoría estética y de acuerdo con la
reglas del género. Así, en el marco del texto de arte –de arte épica, que tanto
prestigio obtuvo en aquel mismo Quinientos, en toda Europa– todo lo expuesto
resulta prestigiado, mitificado, elevado a categoría universal.58

Como se puede ver, en el momento de construir su poema, Pujol opta por lo poetizable,
llegando a inventarse eventos para idealizar la victoria de los cristianos, principalmente
teniendo en cuenta a los españoles, en Lepanto. También, como indica Valsalobre, el poema
de Pujol hace una división radical entre las civilizaciones cristiana y otomana, siendo el caso
que se celebra más la victoria espiritual que la imperial aunque las dos vayan de la mano.59

Aun con todo, como he comentado anteriormente, la épica asociada a Lepanto, o la


idealización de la victoria, es algo continuo en la cultura hispana y que irá muy de la mano
con el auge del concepto de nación y todo lo que ello conlleva. Cabría preguntarse hasta qué
punto pueden diferir ficciones épicas como la anterior o verdades históricas. Lo cierto es que,
en mi opinión, aunque la verdad era sabida, la victoria en Lepanto iba a ser idealizada o
exagerada durante siglos como parte de una especie de mito fundacional del Imperio, muy
ligado a la imagen del monarca, a la religión y a otros avatares claves en los fundamentos del
país. Si nos quedamos un poco con ese último concepto que hemos sacado a colación con el
Lepant de Joan Pujol, el de la división entre cristianos y otomanos, nos puede servir de nuevo

58
Ibídem, pp. 51-52. El subrayado es mío.
59
Ibídem, pp. 52-56.

25
la opinión de Miguel Ángel de Bunes Ibarra, que considera que la victoria en Lepanto sirvió
para justificar muchas de las acciones propugnadas a los largo de los siglos XVI y XVII.60
Además, según el propio de Bunes Ibarra, lo real y lo imaginario no iban a casar durante
estos siglos, siendo de especial relevancia la propaganda que la monarquía imperial hio de la
victoria en Lepanto sin que todo esto llegase a materializarse en acciones reales,
estableciéndose un hilo conductor entre la lucha de antaño contra sarracenos y la lucha del
momento contra los turcos.61 Esto me parece un concepto interesante porque, como
sospechaba al principio, en la batalla de Lepanto no solamente confluyen elementos que
podríamos considerar modernos y antiguos, sino que la épica relacionada a la victoria va
mucho de la mano con recuperar del imaginario colectivo las luchas en la Península durante
la reconquista o todo lo relacionado con las cruzadas, que algunos monarcas aún tenían en
mente en los siglos XVI y XVII. Para comprobar la continuidad de algunas de las ideas que
se pueden destilar del Lepant de Joan Pujol, me parece interesante acudir a otro
celebradísimo poema sobre este hecho histórico, en esta ocasión a cargo de Chesterton y
elaborado en el año 1911 (aunque publicado en 1915, y esto es relevante), es decir, más de
tres siglos después. El momento de su publicación es de relevancia porque no es casual que
en 1915, en plena Gran Guerra, los otomanos fueran vistos de nuevo como un enemigo a
tener en cuenta y, por ende, se revisitasen las formas y los contenidos de la épica lepantina, en
este caso para crear una distancia entre los defensores de la moralidad cristiana (la Triple
Entente) y los que iban en contra de ella (las potencias centrales que, además, se habían
aliado con los otomanos).62 Esto, en mi opinión, demuestra que Lepanto será un recuerdo
constante no solo en la imaginería cultural española, sino en la europea en general. La
idealización de la victoria surgirá y resurgirá cada vez que los acontecimientos del presente se
puedan relacionar con los del pasado y, por lo tanto, se instrumentalizará la victoria con
intereses políticos.

No es nuevo afirmar pues que el peso en la cultura en Lepanto sea gigantesco, pero creo que
en las anteriores líneas se ven algunas ideas que podrían servir para establecer un debate
sobre si esa importancia de la victoria en lo que refiere a la victoria hace justicia a la verdad
histórica, a la veracidad de los hechos, sobre lo ocurrido durante la batalla y después de esta.
Algunas de estas ideas se aclaran a continuación en las conclusiones de este ensayo.

60
Ibídem, página 166.
61
Ibídem, página 167.
62
FAULKNER, P., The works of G.K. Chesterton, Wordsworth Editions Ltd, 1995, página 7.

26
5. Conclusiones

Como he intentado demostrar durante este ensayo la victoria en Lepanto, aunque fue
importante sin lugar a dudas, no fue aprovechada ni sirvió para la consecución de muchos de
los objetivos que por un lado reinaron durante la firma de tratados de la Liga Santa y por el
otro poblaban las mentes de algunos de los monarcas católicos más relevantes. Una de las
ideas que me espolearon en principio a estudiar este tema era que, si nos apartamos de
etiquetas y nomenclaturas algo maniqueas como las habituales divisiones entre lo medieval o
lo moderno, podíamos acercarnos más a una verdad histórica caleidoscópica, por decirlo de
alguna manera, y que no entiende de lecturas cerradas. A través de un análisis algo más
concienzudo uno puede descubrir que, si bien en principio la idea era detener el avance
otomano y asegurar el Mediterráneo, no se puede obviar que la Batalla de Lepanto tenía un
aire de cruzada que no le era ajeno a nadie y antes, durante y después de su consecución los
principales imperios que se enfrentaron en ella estaban marcados por sus propios signos
religiosos. Aquí ya se vemos claro un elemento: en la Batalla de Lepanto confluyen y se
enfrentan diversas intenciones e ideologías que pueden ir más allá de lo práctico o lo marcial
y que en un momento dado pueden crear divisiones hasta en el seno de un mismo bando,
como ya vimos en el caso de la Liga Santa y las complicaciones para llegar a un acuerdo en
la elaboración de un tratado fundacional.

Por otro lado, vimos que ya antes de la Batalla de Lepanto jugaron un papel importante la
propaganda contra el enemigo por diversos intereses. Alguno de ellos probablemente fuera
digno de un estudio concienzudo, como es el caso de la legitimación de las agresiones y
castigos a los moriscos en la Península por medio de la guerra contra los otomanos en las
distintas campañas de la primera mitad del siglo XVI. Esta serie de prácticas, me llevan a
preguntarme ya no solo por las intenciones que había detrás de batallar a los otomanos sino
en las que hubo detrás de movilizar a toda la maquinaria intelectual, algo que va desde las
crónicas de Luis Cabrera de Córdoba (útiles como fuentes primarias pero sesgadas por su
naturaleza) hasta los diferentes posos que la Batalla tuvo en la cultura hispánica, presentes en
pinturas, poemas y en todo tipo de formatos artísticos.

En el momento en el que uno es consciente de que la veracidad de los hechos puede no


coincidir con la descripción (ya sea histórica o artística) de ellos, se hace necesario un análisis
de lo sucedido, como he hecho en el ensayo, para sopesar luego distintos interrogantes. A

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través de la consulta de distintos historiadores sí que he podido comprobar que aunque la
Batalla de Lepanto fue una gran batalla, lo conseguido en ella fue más bien un equilibrio
entre los imperios que se batieron y no tanto una pureza religiosa en este mar que pasaba por
expulsar a los otomanos. Tanto es así que pudimos comprobar que de las distintas fechas que
se barajan para poner un principio al fin del imperio otomano muchas se alejaban desde 1571
hasta dos siglos después.

El aire épico que se da a la lucha contra los otomanos en Lepanto (o antes en Chipre, como
pudimos ver) es uno de los elementos que contrastan bastante con la realidad pues, como
hemos visto, muchos de los objetivos perseguidos en la creación de la Liga Santa no llegaron
a cumplirse. Es por esto que tras hacer un análisis de la Batalla en sí, inicié el último punto de
este ensayo que empezaba por intentar entender si la victoria cristiana fue desaprovechada y
cómo esta victoria había de tener posteriormente un peso importante en el imaginario
colectivo por distintos motivos. Aunque a priori Lepanto era el inicio de un proyecto con
raíces en las cruzadas medievales y con visos de recuperar Tierra Santa, ya vimos que tras la
Batalla se produjo un equilibrio de fuerzas y la falta de celeridad en la toma de decisiones
evitó que la victoria se tradujera en conquistas y más victorias en el Mediterráneo al menos
de forma inmediata. Con todo, como vimos en el último punto de este ensayo, pronto después
de la victoria se escribieron poemas como el Lepant de Joan Pujol. Aunque a partir de aquí se
podría iniciar un estudio exhaustivo del peso de Lepanto en la literatura española, me pareció
más interesante dar un salto al siglo XX y acudir a otra representación épica de la Batalla, la
de Chesterton, puesto que es una muestra de cómo la literatura puede ser instrumentalizada
en distintos momentos y deformar la verdad histórica con distintos motivos.

Al final la idea que tengo, que bien podría ser explorada más detenidamente, es que la
victoria en Lepanto y la lucha contra el Islam en general han formado parte de la creación de
los imperios y los estados modernos en Europa, creándose un nexo de unión entre la historia
moderna y la historia medieval y sirviendo como legitimación a muchos monarcas imperiales
que, ante la vastedad y pluralidad de su territorio, habían de homogeneizar por medio de la fe.
No me extraña entonces que la cultura se hiciera eco de estas prácticas pues, en cierto modo,
la cultura ha servido a menudo para homogeneizar o poner en común a la población de un
territorio y qué duda cabe de que cuando el concepto de “nación” aflora es parte de la
estrategia que sigue el poder para superar divisiones e intentar poner a la población de un
imperio o de un país bajo el mismo signo o la misma bandera.

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A modo de conclusión final, creo en definitiva que la Batalla de Lepanto fue un momento en
el que coincidieron lo medieval y lo moderno, las cruzadas y los inicios más tempranos de la
nación. Casi parece casualidad (quizá no lo fuera) que el máximo exponente de la literatura
española, Cervantes, fuera veterano de dicha contienda; en él se unen la cultura del momento
y la del futuro en la cual Lepanto tendrá una importancia capital pues se convertirá en parte
de los mitos fundacionales de la España moderna. Teniendo esto en cuenta, creo que lo más
sensato es apartarse de análisis que no tengan en cuenta la verdad histórica y se acerquen más
a ese aire épico que se ha dado a la Batalla de Lepanto durante siglos. Al final, nuestros
estudios de Historia Global pueden ayudarnos en el sentido de que hemos de poner a las
fuentes bajo sospecha en tanto que pueden ser eurocéntricas y por ende sesgadas. Algunos de
los estudios modernos consultados para la elaboración de este ensayo son de esta índole
mientras que otros, por distintas razones, son útiles pero en mi opinión herederos de una
historiografía que convirtió Lepanto en un bastión del protonacionalismo en detrimento de
hacer un análisis concienzudo y más justo de la Batalla.

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