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LOS ZAPATOS REMENDADOS

Por W. L. B

Guillermo había gastado la suela de sus zapatos al punto de que estaban agujereados. Mientras
estaba sentado en el piso frente a la ventana, haciendo sus tareas escolares, la madre notó los
zapatos y dijo:

—Guillermo, mira la suela de tus zapatos. No debes seguir llevándolos, pues es necesario
remendarlos.

—¿Qué zapatos me pongo entonces? –preguntó el muchacho.

—Tendrás que llevar los mejores que tienes hasta que estos vuelvan de la zapatería –aconsejó la
mamá. —Pero tienes que ser muy cuidadoso con ellos. Es el único par bueno que tienes, y no
podemos comprarte otros por ahora.

A la mañana siguiente Guillermo se fue muy orgulloso a la escuela llevando puesto los mejores
zapatos que tenía. Pero la novedad pasó pronto cuando se dio cuenta de que debía abstenerse de
ciertos juegos. No podía jugar a la pelota, ni tampoco treparse por las paredes o los árboles, para ni
dañar los zapatos.

Cuando volvió de la escuela esa noche, pudo ver que su madre había estado demasiado atareada
para llevar los zapatos viejos al zapatero para que los remendase. Al día siguiente, tuvo que ponerse
nuevamente sus zapatos buenos y como el día anterior, le fue imposible jugar libremente con sus
compañeros, de modo que deseaba mucho que los
zapatos viejos fuesen pronto remendados.

Pero al volver de la escuela por la tarde los zapatos no


habían sido llevados a la zapatería, y quedó muy
chasqueado. El día siguiente era fiesta, y no se iba a
divertir mucho si nuevamente tenía que usar los zapatos
buenos.

A la mañana de ese día de fiesta, la mamá dijo a Guillermo


que iba a ir a pasar el día en la casa de su tía, y le preguntó
si quería acompañarla. El muchacho dijo que prefería
quedar en casa y leer. Pronto su madre y sus hermanas se
fueron y él quedó solo en la casa. El papá estaba
trabajando en la panadería.

Después de un rato, Guillermo se cansó de leer y trató de


resolver un rompecabezas. Después de esto, se fue de una

EL AMIGO DE LOS NIÑOS (The Children’s Friend). Publicaciones Interamericanas de la Pacific Press Publishing Assn.
1350 Villa Street, Mountain View, California 94041, U.S.A. 3er. Trimestre de 1962
pieza a la otra buscando algo en que ocupar su tiempo. Al abrir el armario del dormitorio, vio sus
zapatos que necesitaban remiendo. Se le ocurrió una idea:

—Voy a arreglar estos zapatos yo mismo, y ahorrar el gasto a mamá. He visto un par de suelas de
goma en el equipo de papá, y trataré de usarlas.

Sólo necesitó algunos minutos para encontrar las suelas de goma. Poniendo los zapatos en una
horma adecuada, aplicó cemento a las suelas de goma y luego, para asegurarse de que no se
aflojarían, les metió algunos clavos, destinados a sujetarlas a las suelas de cuero que quedaban
abajo. Como los clavos eran un poco largos, los dobló y los martilló bien.

Inspeccionó cuidadosamente los zapatos y notó que las suelas de goma sobresalían un poco, pues
en realidad estaban destinadas a zapatos mucho más grandes.

—Supongo que puedo arreglar esto –pensó Guillermo, y sacando su cortaplumas comenzó a
recortar la goma. Pero la hoja no era muy filosa y no cortaba parejo.

Se preguntó qué podría hacer. No encontró un cuchillo filoso en el cajón de la mesa. Sus ojos
recorrieron la despensa, luego un armario del cuarto de baño, y allí vio el lugar donde su padre
guardaba su navaja.

—¡Ah! Esto es lo que necesito. Esta navaja debe estar bien filosa.

Y no tardó en probar la navaja y era en realidad demasiado filosa, cortaba no sólo la goma sino
también el cuero. En más de un lugar la navaja dio contra un clavo.

Cuando el trabajo estuvo terminado, las suelas de goma tenían más o menos el tamaño de los
zapatos, pero no estaban recortadas en forma pareja.

La navaja estaba dañada. Se había mellado en varios lugares. Al notarlo Guillermo comprendió que
el empleo de esa navaja no había sido muy acertado y que su padre no iba a estar contento.

Colocó la navaja en su estuche y luego en el estante del armario. Puso los zapatos en su sitio y trató
de olvidar el asunto.

Esa noche el padre tenía que cumplir una cita, y después de cenar quiso afeitarse. Se aplicó el jabón
para ablandar la barba y acto seguido sacó la navaja. Guillermo observaba esto con un poco de
temor.

El padre quiso asentarla en la correa y … vio con asombro lo que había pasado al filo.

—Mamá –dijo, —¿Qué pasó con mi navaja? ¡Mira!

La señora miró, luego ambos miraron a Guillermo.

—¿Sabes tú algo de esto? —preguntó el padre.

Lentamente, y agachando la cabeza, el muchacho dijo lo que había hecho.

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El papá extendió nuevamente la mano en busca de la correa, pero esta vez no era para asentar la
navaja… –

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