Está en la página 1de 3

JUDIT Y EL OSO

Por E. H. D.

–¡Buena suerte, Judit! Pórtate bien y regresa tan pronto como puedas después de las clases, porque
quiero ver tu boletín de calificaciones. Recuerda lo que te prometí si traes buenas notas.

—¡Oh, sí, mamá! Vendré directamente a casa. Hasta luego.

Fue así como Judit Gonzálvez partió para la escuela en esa hermosa mañana. La temperatura era
cálida y la niña se sentía llena de alegría. Parecía como si las flores primaverales estuviesen
abriéndose en su corazón y como si los cantos de las aves encontrasen eco allí. Cuando trasponía la
puerta y antes de tomar la calle, arrancó del primoroso jardín de su casa un narciso amarillo. Era su
flor favorita. “Si traigo buenas notas –pensó– podré ir a la ciudad y pasar una semana con mis tíos”.
Esa sería la primera vez en que estaría fuera de la casa sin sus padres.

Judit y sus padres vivían un poco apartados del pueblo. Los tres kilómetros de ida y otro tanto de
vuelta que tenía que caminar cada día eran para la niña una distancia considerable, y a menudo
regresaba muy cansada. Pero nunca se quejó ni indicó que le desagradara caminar sola, porque no
era así. En todo el trayecto había cosas que le interesaban, aunque no eran sino arbustos a un lado
y montañas cubiertas de densos bosques al otro, sin ninguna granja o casa a lo largo de los tres
kilómetros.

Todos los días debía trasponer una hermosa cascada, la que


durante el invierno se helaba. Ahora, en estas hermosas mañanas
de primavera, el agua corría rápidamente y en abundante caudal
debido a la nieve derretida. Judit se había detenido muchas veces
sobre el puente emplazado encima de la cascada, aguardando que
el viento soplase en su dirección para sentir la fina llovizna que
venía de la cascada. Más adelante, cuando llegaba el tiempo
caluroso, ella sabía que allí habría una mancha de lilas silvestres. Le
encantaba admirar los sauces que se inclinaban sobre el agua. Pero
la mayor emoción que Judit experimentaba cada día era la de
cruzar el río sobre el puente del ferrocarril. La escuela estaba
precisamente del otro lado, y aunque diariamente cruzaba el río,
en cada oportunidad sentía una honda y nueva emoción.

Judith amaba su escuela. Pero hoy parecía más emocionada que de


costumbre porque le iban a entregar el boletín de calificaciones y
recordaba que su madre le había dicho algo respecto a un viaje de
vacaciones a la ciudad. ¡Ojalá que la notas fueran suficientemente
buenas!.

EL AMIGO DE LOS NIÑOS (The Children’s Friend). Publicaciones Interamericanas de la Pacific Press Publishing Assn.
1350 Villa Street, Mountain View, California 94041, U.S.A. 1er. Trimestre de 1963
Las horas pasaban lentamente; el día parecía interminable. ¿Cuándo llegaría el momento de
regresar? Finalmente les entregaron los boletines, y la maestra dijo que todos los niños merecían
una buena vacación; ahora podía regresar a sus casas.

Judit no perdió tiempo hablando con sus condiscípulas, sino que se apresuró a volver a su casa.
Pensaba en cuán contentos iba a estar sus padres cuando viesen sus notas, y también en sus
muñecas, los vestidos y muchas otras cosas que tendría que alistar para ir a la ciudad: por cierto que
no tendría mucho tiempo.

La niña corría y saltaba, como si estuviese caminado sobre nubes. Sentía mucha alegría en su
corazón.

Al dar la última curva al pie de una empinada cuesta que precedía a la cascada, Judit aminoró el
paso. Mientras trepaba lentamente el cerro miró al costado, notó unos guijarros blancos que decidió
agregar a su colección de piedras.

Repentinamente oyó un ruido, o al menos pensó que había oído algo semejante a un pesado andar
y al crujido de varillas que se quebraban. Se detuvo, observó, escuchó, pero no vio nada.

“Quizá fue una mera ilusión”, se dijo para sus adentros. Siempre sentía un poco de miedo al recorrer
ese trecho del camino. Con las montañas a un costado, era fácil ori ecos; además estaba el estrépito
de las bullentes aguas de la cascada. A menudo un pájaro volaba a esconderse en la espesura, o un
conejo saltaba como una saeta de atrás de algún árbol caído y cruzaba el camino.

Judit se agachó y recogió dos o tres hermosas piedrecitas blancas. En ese momento oyó de nuevo
el ruido, pero era más fuerte y más cerca que antes. No, esta vez no era una ilusión.

El corazón de la niña comenzó a golpear con fuerza. Asió fuertemente la canastilla donde llevaba su
merienda, que estaba vacía. Decidió correr. Pero era demasiado tarde.

En el camino, a unos seis o siete metros de distancia, avanzaba hacia ella un oso corpulento que la
miraba con ojos brillantes, y que le parecía casi tan grande como una vaca. Judit quedó pegada al
suelo, mientras sus rodillas se sacudían como hojas del álamo temblón.

“Y ahora ¿qué hago? ¿Cómo pasaré?” –pensaba Judit.

En ese momento casi gritó, porque el oso, que se detuvo un momento en el centro de la calzada
para observarla, caminó unos pasos hacia ella.

Se detuvo.

Casi llorando, Judit murmuró una corta oración: “Querido Señor, espanta a este oso. Amén”.

El animal avanzó dos pasos más.

Se detuvo de nuevo, mirando fijamente a Judit, y entonces, inesperadamente, dio un santo fuera
del camino y se perdió en la espesura.

EL AMIGO DE LOS NIÑOS (The Children’s Friend). Publicaciones Interamericanas de la Pacific Press Publishing Assn.
1350 Villa Street, Mountain View, California 94041, U.S.A. 1er. Trimestre de 1963
“¡Oh, gracias, Señor!”

Judit no perdió un instante para observar adónde se había ido el oso o para escuchar ese ruido de
ramitas quebradas y hojas aplastadas. Se alejó del lugar tan rápidamente como pudo y corrió el
resto del camino hasta su casa.

Tan pronto como llegó al portón de entrada, vio a su madre en el jardín y corrió hacia ella. La señora
comprendió enseguida que algo había pasado. Con voz entrecortada Judit le contó todo.

La mamá escuchó atentamente y luego repitieron juntas ese conocido versículo que se encuentra
en el Salmo 34: “El ángel de Jehová acampa en derredor de los que le temen, y los defiende”-
después la señora de Gonzálvez y Judit se arrodillaron y agradecieron al Señor Jesús por su
protección.

—Fue como el auxilio dado a Daniel en el foso de los leones, ¿verdad mamá? –dijo la niña.

—Sí, querida, así fue. Nuestro Señor es verdaderamente un Dios de amor que protege a sus hijos
hoy como lo hizo antaño.

Esa noche todos estaban felices, y especialmente Judit. Había sido protegida de un enorme peligro,
y a la mañana siguiente el papá le iba a llevar de vacaciones a la ciudad.—

EL AMIGO DE LOS NIÑOS (The Children’s Friend). Publicaciones Interamericanas de la Pacific Press Publishing Assn.
1350 Villa Street, Mountain View, California 94041, U.S.A. 1er. Trimestre de 1963

También podría gustarte